Soumission, de Michel Houellebecq

SoumissionFrancia, 2022, elecciones presidenciales. Los dos partidos que se han ido alternando en el poder, la UMP y el Partido Socialista, son derrotados por el Frente Nacional de Marine Le Pen y por un imaginario partido de la Fraternidad Musulmana, liderado por un «enarca/polytechnicien» disfrazado de hombre humilde y beatífico amigo de los pobres llamado Mohamed Ben Abbes. En la segunda vuelta, los dos partidos tradicionales se alían con el partido islamista para frenar al Frente Nacional… y lo consiguen. El partido islamista consigue la presidencia de la república et voilà el escalofrío.

Un escalofrío contado sin que se note que es un escalofrío. Un escalofrío amortiguado por el comportamiento del protagonista, François, un profesor de universidad especializado en la obra de Joris-Karl Huysmans, autor francés del siglo pasado, pesimista, decimonónico y convertido al catolicismo casi por desesperación. El profesor, un hombre entrado en la cuarentena y con tendencias depresivas, un pelele social y un ignorante político, asiste confuso e inerme a este cambio político que conllevará necesariamente un cambio cultural y social, mientras se hace preguntas que prefiere no contestar, encerrado en sus propios pensamientos y huyendo permanentemente a la obra de Huysmans, que es lo único que le interesa y le conmueve, porque es lo único que considera seguro.

Habrán oído y leído sobre esta novela, cuyo lanzamiento coincidió con los atentados de Charlie Hebdo, aunque ya antes había provocado la polémica. Houellebecq, amigo de uno de los asesinados, suspendió la promoción del libro y huyó a la montaña, no sabría yo decir si por miedo, por pena o por vergüenza.  Poco importa. La mayoría de los libros polémicos sólo se conocen por su portada y por lo que hayan querido contar tres periodistas, en general más interesados en la animación del escándalo que en el análisis de la realidad.

Y ahora, sobre lo que es este libro, vayamos por partes. Literariamente, se trata de una novela escrita en primera persona, una distopía muy en la línea de Houellebecq, hombre convencido de la decadencia de la sociedad y que se refleja en la propia decadencia de sus personajes, en este caso su protagonista, un hombre en la cuarentena sin motivos para vivir, sin ningún aliciente más allá de las típicas porquerías pretendidamente eróticas que Houellebecq nos describe, como siempre, con una intención assez dégoûtant, mucho más cuando te imaginas al protagonista con el aspecto del autor.

Sobre la distopía en sí, el libro trata de una fabulación, casi una fábula, en la que se mezcla realidad y ficción, y por eso el escenario que plantea no es impensable. Pero algo que no es impensable no se convierte en creíble. Y aquí es donde llega la crítica digamos «política» al libro de Houellebecq, y donde se despierta la polémica. Veamos.

El Partido Islamista del libro no aparece de pronto ni por casualidad. En la mente de Houellebecq, este partido nace y crece a través del establecimiento de una red densa de movimientos juveniles, organizaciones culturales y asociaciones caritativas en las que encuentra un caldo de cultivo que excede lo confesional, y que se expande en el resto de las clases sociales más deprimida económicamente e incultas aunque no sean religiosas. Yo aquí opondría que el análisis no parece correcto, porque el Frente Nacional, por más que se la tache de extrema derecha, no nace precisamente en salones, palacios, y consejos de administración, sino que su electorado es obrero e industrial, y el crecimiento de este electorado toma el estandarte del rechazo a la inmigración, que accede a trabajos de baja cualificación. Así es que lo que es válido como expansión para Marruecos no lo es para Francia. Claro que esto es sólo mi opinión, pero me resulta muy burdo como planteamiento, me resulta políticamente muy de brocha gorda.

La crítica a los partidos tradicionales es feroz, por cuanto los pinta como meros monigotes cuyo único valor reconocible es que «lo que pasa, conviene». Y aquí también yo pondría unos límites. No es la primera vez que el Frente Nacional llega a la segunda vuelta de las presidenciales. Les sucedió en 2002. Y la alianza de todos contra el FN se realizó alrededor de Jacques Chirac. No se pueden mezclar los trapos con las toallas, aunque yo pueda estar de acuerdo con el análisis de fondo que dice que todo lo malo que traen los extremismos (y de malo traen todo) proviene de la miopía y de la falta de regeneración y de sentido común de los partidos tradicionales. Pero incluso aquí hay una falta de sutileza que chirría un poco.

Dejo para el final la acusación que le hacen a Houellebecq de islamofobia y de ser un quintacolumnista de Le Pen, es decir, el trasfondo de la novela. Por lo visto, hay cosas que no gustan, y preferimos calificarlo de fobia. El autor nos describe un partido islámico «moderado». Moderado, pero confesional. Moderado, pero islámico. Y llegan al poder y crean escuelas confesionales con segregación de sexos, para que las niñas dejen la escuela en primaria, a los 12 años, y poder orientarlas hacia una «educación del hogar»; una universidad pública islámica, en la que los profesores son obligados a convertirse o a jubilarse anticipadamente, y en donde es obligatorio el estudio del corán. La mujer sale en masa del mercado laboral, por el método de aumentar una enormidad las ayudas del estado a las mujeres que se quedan en casa cuidando a los niños, con lo que baja el paro automáticamente. Se legaliza la poligamia, naturalmente sólo para los varones, con un fin de aumentar la procreación y de mejorar la selección natural; se cambia la geopolítica para incorporar a los países musulmanes del arco mediterráneo, entran los petrodólares saudíes a espuertas, los judíos tienen que emigrar a Israel; vuelven las faldas largas, las modas discretas, naturalmente el velo, para mantener una sociedad en calma… O sea, una sociedad retrógrada y sumisa, en la que la sumisión empieza por las élites universitarias, una perfecta pesadilla que, aunque me lo vendan desde la moderación, me pone los pelos de punta mucho más que si me dijeran que vienen los extraterrestres a sacarme la sangre, en plan La guerra de los mundos. Si pensar que eso es una horror de sociedad me convierte en islamofóbica pues será que lo soy. Oigan, y tan honrada que me siento.

Al protagonista de la novela no parece que le disguste del todo este modelo de sociedad sumisa y lógicamente tiránica. El libro está escrito en primera persona y François describe los cambios pero también los justifica con teorías como el distribucionismo, la practicidad económica y la decadencia de las civilizaciones e incluso con la doctrina católica. Es decir, lo hace plausible y hasta sensato, lo sintetiza en una píldora que se puede tragar sin demasiado esfuerzo. Parece decirnos «oye, pues igual no es una mala idea esto de una Europa musulmana«. También es cierto que su protagonista es un misógino y un depresivo, pero ese fondo de «bah, tampoco sería para tanto, el islamismo tiene sus ventajas» irrita. Irrita y asusta. Y es aquí donde se entiende la inteligencia del autor, que nos sirve el infierno en un bonito papel de ventajas, aunque esas ventajas solo lo sean para los varones y para los sumisos. ¿Islamófobo? Bueno, es lo que hay, porque el paraíso musulmán es lo que es. La culpa, en todo caso, no es de Houellebecq por imaginarlo, sino de los indecentes que disfrazan un modelo de sociedad iraní en Europa para venderlo como civilización de progreso.

En fin, el libro tiene algún que otro momento de bajón, en especial unas 15 páginas ya hacia el final del libro, y básicamente cuando el autor empieza con sus digresiones sobre Huysmans, que es un autor que yo no conozco de nada. Pero yo recomiendo su lectura, desde luego, aunque más por lo que tiene de trasfondo ideológico que de novela en sí. Parece que en otoño llegará traducido a España, así es que si no pueden permitírselo en francés, tendrán que esperar.

El llanto de una mujer visto por Doris Lessing

Emily, con los ojos cerrados, las manos sobre los muslos, se meció hacia atrás y hacia delante y de un lado a otro, y lloró como llora una mujer, lo que es como decir que la tierra está sangrando. Estuve a punto de decir «como si la tierra hubiese decidido llorar a su antojo», pero esto restaría eficacia al hecho. Al escucharla, no podía hacer menos, sin duda, que rendir homenaje a la cualidad profunda del llanto de una mujer adulta cuando llora.
Quién más es capaz de llorar así. La mujer de edad, no. Las lágrimas de la anciana pueden ser dolorosas, pueden ser abyectas, tan terribles como podamos imaginar. Sin embargo, son lágrimas en las que la experiencia impide clamar pidiendo justicia, pues han aprendido demasiado y carecen de esa calidad abismal que recuerda un desangramiento. Un niño pequeño puede llorar como si toda la angustia y soledad del universo le pertenecieran exclusivamente, mas no es el dolor del llanto de una mujer lo que importa, no, es lo definitivo de esa aceptación de un mal. Allí estaba, como en aquel momento y como estaría siempre en el futuro, con los ojos cerrados, de los que caían lentamente las lágrimas, el cuerpo que se movía con lentitud, el pesar… el acto de duelo, eso es. Se ha enfrentado a un enemigo, se ha trabado lucha con él, pero se ha perdido una batalla, todo se ha derrumbado, todo se ha agotado, no queda nada, no cabe esperar nada… sí, a pesar mío, todo lo que escribo en este instante bordea la farsa, se oye con frecuencia una carcajada que es tan intolerable como las lágrimas. Seguí sentada mientras contemplaba a Emily, la mujer eterna, en su tarea de llorar. Hubiera querido poder alejarme, sabía que no tenía importancia alguna para ella que yo estuviera allí o no. Hubiera querido darle algo, reconfortarla ofrecerle unos brazos abiertos, o… ¿una buena taza de té? (a su debido tiempo se la ofrecería). No, debía escuchar. Escuchar ese pesar, esa expresión de lo intolerable. «Qué cosa en el mundo —se habría preguntado quien la observara en aquel momento, marido, amante, madre, amigo, aun alguien que en un momento determinado hubiese llorado esas mismas lágrimas, pero en particular, desde luego, un marido o un amante— ¿qué puedes haber esperado de mí, de la vida, por Dios, que ahora lloras así? ¿No ves que es imposible, que eres imposible, que nadie podría haber recibido promesas suficientes como para justificar, siquiera, tales lágrimas… no lo ves?» Pero es inútil. Los ojos ciegos miran a través de uno, están viendo un enemigo ancestral que no es, gracias a Dios, uno mismo. No, es la vida, el azar, o el destino, una fuerza de este tipo, que ha golpeado a la mujer en lo más profundo del corazón, y allí permanecerá sentada siempre, balanceándose en su dolor arcaico y terrible, y los sollozos que desgarran su ser son uno de los pilares sobre los que debe descansar todo. Nada menos podría justificarlos.

(de Memorias de una superviviente, de Doris Lessing)

 

El tiempo de los regalos, de Patrick Leigh Fermor

El tiempo de los regalosPrimero de abril, el mes de las flores y la explosión de la primavera, y día dedicado al tercer libro del año del Club de Lectura, más tortura que nunca. No sé si les he contado que tuve alergia al polen cuando era adolescente y me la quitaron con inyecciones y pastillas, un tratamiento de varios años. Este club de lectura no me provoca alergia a los libros, aunque en algunos casos consigue que el efecto de la lectura sea parecida a la de los antihistamínicos. Este tercer libro del año me ha provocado también mucho sopor, me distraía con el vuelo de una mosca y ha habido tramos que hacía una especie de lectura canguril e iba saltando de párrafo en párrafo para no tragarme las descripciones interminables de la nada que hace este hombre, de quien destacaré dos cosas: una asombrosa memoria y una buena pluma. Y ya.

Nuestro amigo Fermor decide con 18 años ser escritor. Y como no tiene gran cosa que contar, decide emprender un viaje, en 1933, desde Inglaterra hasta Estambul. De ahí salen 3 libros, de los que me he leído el primero, que es el que da título al post, aunque el ejemplar que he manejado contenía también el segundo (Entre los bosques y el agua), pero no lo he leído. Si les digo la verdad, no sabía si lo tenía que leer, pero me he cuidado mucho de preguntárselo a mis compañeros de club, no fuera cuento que me contestaran que sí y tuviera que embarcarme en el 47% restante de lo que me quedaba. También parte de mi agradecimiento se lo dedico a Mr. Fermor, porque se le podría haber ocurrido irse hasta Calcuta a saludar a su padre y en ese caso, el primer volumen de la trilogía hubiera sido muchísimo más largo.

Verán, este libro es literatura de viajes, que si tiene unos personajes fijos y el que escribe le pone coña marinera, o le suceden cosas trepidantes, uno se puede divertir. Pero si no, la literatura de viajes es como asistir a un pase de dispositivas de las vacaciones de unos amigos, con proyección incluída de uno esos vídeos infumables en los que te muestran con todo detalle el cielo de una catedral. Cuando yo me cruzo en mis viajes con esos japoneses que van grabando gárgolas, y frescos, y estatuas, y vidrieras, me imagino después la tortura que puede suponer tragarse ese vídeo. Por muy bien hecho que esté y por muy buena calidad que tenga la imagen. Y algo de eso le pasa a El tiempo de los regalos. Vean si no:

«Y de improviso, mientras haraganeaba allí, el silencio se hacía añicos cuando la primera campanada de una iglesia ponía en fuga a un centenar de palomas apretujadas en una cornisa palladiana, que esparcían avalanchas de nieve y llenaban de alas el cielo geométrico. Los palacios se sucedían, había arcos cubiertos extendidos de un lado a otro de las calles y columnas que sostenían estatuas. Inmovilizados por el hielo, los tritones parecían indecisos bajo el cielo nuboso, y había docenas de cúpulas acanaladas. La mayor de ellas, la cúpula de Karlskirche flotaba con la liviandad de un globo en el hemisferio de nieve que la rodeaba, y los frisos que rodeaban en espiral a los fustes de las dos columnas protectoras, coronadas de estatuas (exentas y tan trabajadas como las de Trajano) aumentaban de repente la sensación de giro al desvanecerse a media altura en un remolino de copos de nieve.»

Y después de leer esto, yo no dejo de pensar en el japonés con su Sony Handycam y a unas pobres víctimas sentadas en su cuarto de estar con un bol de patatas fritas en el regazo.

Al relato interminable de descripciones de campos, de ríos, de calles, y de paisajes urbanos o rurales, en donde no pasa absolutamente nada, sitios, escenarios y paisajes en los que nadie repara porque no tienen el menor interés (te detalla las ramas de un arbol de la carretera, las flores de los caminos, los copos de nieve), le sucede de vez en cuando algunos ramalazos de la historia de los países que va conociendo (Alemania, Austria, Hungría), que te sacan de la monotonía y te distraen durante un par de páginas. También tienen interés algunas curiosidades geográficas, pero poco más. Ni siquiera las descripciones de ciudades que conozco han logrado engancharme, y el libro me ha parecido un aburrimiento.

Yo le he dejado entrando en Hungría, cuando nos dice: «el Danubio pasa por Budapest como un hilo pasa por una perla». Temiéndome que el papel de ostra me tocara a mí y a mi aburrimiento, no me he quedado a saber sus impresiones de una de las ciudades más bellas de Europa y ahí se ha quedado la segunda parte. Pero sí diré que si les gustan los libros de viajes, léanselo que disfrutarán. Porque, y esto me interesa decirlo, el autor te cae muy bien en todo momento (Fermor escribe ya con los ojos de un hombre maduro y de memoria, aunque intercala pasajes de uno de sus diarios), y tanto el jóven que viaja como el hombre que escribe se te hacen simpáticos en todo momento.

Como cada mes, tienen otras opiniones sobre el libro (algunas creo que serán muy entusiastas) en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

Por el amor a la física, de Walter Lewin

Martin A. La ReginaPrimero de marzo, hoy toca hablar del libro del mes del Club de lectura. Segundo libro del año y primer abandono. Así están las cosas. Mi madre diría aquello de al primer tapón, zurrapas. El jueves, después de haber penado por unas 150 páginas, abrí el libro y leí: «Una corriente eléctrica circula entre un potencial eléctrico alto y uno bajo. La intensidad de la corriente depende de la diferencia de potencial y de la resistencia eléctrica entre los dos objetos. Cuanto mayor es la diferencia de voltaje y menor es la resistencia, mayor es la corriente eléctrica resultante.» Entonces me pregunté: ¿pero qué hago yo leyendo esto? Me acordé entonces de la primera ley de Newton sobre la inercia y me dije que la desesperación es una fuerza como otra cualquiera para alterarla, así es que abandoné el estado de lectura y comprobé de paso la infalibilidad del autor para demostrar las leyes de la física.

Los libros proporcionan conocimiento, y hay libros de divulgación muy divertidos, sin duda. No es necesario estar interesado por el objeto de divulgación: basta con que las cosas estén bien contadas. Por el amor a la física es un libro de curiosidades y experimentos, alternado con farragosas e insoportables descripciones científicas que tratan de explicar en detalle los fenómenos que te cuenta el autor y que, lejos de proporcionar alguna luz en la oscuridad de tu ignorancia, te sumerge en el abismo del aburrimiento. ¿Amor, dice Lewin? ¿Amor? Nos habla del amor loco que provoca la belleza de la música y luego nos dice algo como «la longitud de onda en el aire de un tono de 440 hercios es 340 dividido entre 440, es decir, 0,772.«, y no sé a ustedes, pero a mí el amor se me baja hasta los pies a la velocidad de la luz, sin contar con la gravedad y despreciando el rozamiento del aire.

Tenemos delante de nosotros un libro escrito con un entusiasmo y una motivación ilimitadas, pero que se hace pastosa y verborreica y que transmite la misma poesía que mirar a un adolescente con granos. Hay un capítulo dedicado a los arco iris en donde el autor nos cuenta que se metió un día en la ducha y que entraba un rayo de sol y, oh, se formaron dos arco iris. «Como tenía el agua tan cerca, y como mis ojos están a unos cinco centímetros el uno del otro, cada ojo tenía su propia línea imaginaria. Los ángulos eran los precisos, la cantidad de agua era la justa y cada uno de mis ojos veía su propio arco primario. Si cerraba un ojo, uno de los arco iris desaparecía; si cerraba el otro, desaparecía el otro arco iris«. Qué cosas. A mí se me ocurre que de haber cerrado los dos ojos a la vez, ya no hubiera visto ningún arco iris, aunque prefiero no pensar mucho en este episodio para no imaginarme a ese señor desnudo, rodeado de pompas de jabón y guiñándome alternativamente los ojos para demostrarme la refracción de la luz. Tengo que decir que en este punto, mi cabecita empezó a calcular la batalla entre la fuerza centrífuga de tirar el kindle por la ventana y la centrípeta de ahorrar los 129 euros que costaría uno nuevo.

burro motivadoEste señor no es ningún tontainas, aunque se disfrace de burro motivado para contarnos cosas muy complicadas y haga payasadas para que nos guste la ciencia. Es un profesor del MIT que ha dedicado toda su vida a la enseñanza de la física y que ha realizado unos vídeos muy populares y unos cursos on line (en el prólogo nos dicen, con un infantilismo que provoca algo de sonrojo que ¡hasta Bill Gates los ha visto!) que sirven para hacer la física algo curioso y para demostrarnos que estamos rodeados de ella, y que todo se puede explicar con ella. Hombre, pues sí, aunque el sopor que provoca el libro no lo explica la física, sino la diferencia entre un medio como es el vídeo y la escritura, puesto que una demostración  contada pierde mucho interés, y si ya está mal contada resulta insufrible. Un horror, un desorden y una pesadez que a mí me han provocado justo el efecto contrario: que deteste todo lo que tenga que ver con sus experimentos, con sus explicaciones y con este individuo.

Eso por no hablar del autobombo insoportable que se da a sí mismo cuando nos cuenta el asombro que provocan sus demostraciones, lo divertido que es y lo que hace reir, lo maravillados que deja a sus espectadores, o lo impostado que resulta el entusiasmo con el que disfraza una arrogancia que a veces asoma la patita: «La amplitud de una onda sonora en el aire es la distancia en que las moléculas se mueven hacia delante y atrás en la onda de presión, pero nunca se expresa así, sino que en su lugar se mide la intensidad del sonido, que se expresa en decibelios. La escala de los decibelios es bastante complicada. Por suerte, no necesitas saber nada sobre ella». Ya. Sin duda es suerte. Ah, la suerte: hay quien vende millones de libros sólo con ella, y también hay quien se libra de leerlos si se cruza en su camino.

No he visto sus vídeos. Cuando fui a encontrarlos, buscando en ellos algo de simpatía por un tipo que empezaba a resultarme agotador para mi paciencia, me topé con una noticia sobre un oscuro episodio de acoso sexual de este individuo a una alumna que ha provocado que lo expulsen del MIT hace un par de meses y que sus vídeos hayan sido retirados. Feo asunto. Estas acusaciones son muy delicadas pero después de leer un par de artículos sobre el caso, a mí me expulsó definitivamente de seguir leyendo. Al principio de su libro este señor nos habla de la importancia de las mediciones y yo no sé si el colmo se puede medir, pero esto ya fue el disparador definitivo para que le cogiera un asco infinito a él, al libro, a sus performances científicas y a su curriculum decente.

No me disgusta ni la física ni los libros científicos que nos aportan saber, aunque sea muy especializado. Tampoco me disgusta transitar por lecturas difíciles con papel y bolígrafo en la mano para pararme a entender qué me están tratando de contar, o tener que leer despacio o dos veces el mismo párrafo para comprender, o verme superada por mi propia ignorancia, que la tengo y la reconozco. Me lo he pasado de maravilla leyendo a Stephen Hawking y a Michiu Kaku y cualquier libro de filosofía o de psicoanálisis son tan retadores como uno de física si no es tu especialidad y no conoces en profundidad el tema. Así que no es eso lo que me ha echado del libro, sino su profunda vulgaridad y el desinterés que me provoca el planteamiento y cómo está escrito. Porque ése es el gran defecto del libro, y no la confusión del autor sobre lo que es el amor y sobre cómo hay que explicarlo (y manifestarlo, aunque eso se esté investigando).

En fin, esperemos tener más suerte en este mes que empieza hoy con un nuevo libro que espero que no siga poniendo en riesgo el kindle, que al paso que vamos no sé si acabará el 2015 sin planear por el patio de mi casa. Para seguir leyendo sobre el de este mes, tienen las opiniones de mis compañeros de fatigas en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

Así empieza lo malo, de Javier Marías

portada-asi-empieza-malo_grandeHoy voy a hablarles del último libro de Javier Marías. Con cierta decepción, ya les anticipo. Ya traté a este autor hace algún tiempo en el blog, con motivo de su renuncia al premio nacional de narrativa. Me gusta mucho lo que he leído de él aunque ya decía en aquel post (CLICK) que su anterior libro no me había parecido ni de lejos su mejor novela. Esta que traigo no me ha gustado, lo que no significa que no le siga considerando un autor extraordinario. Así que no quiero ni pensar que vaya a peor, que haya cubierto un periplo maravilloso y que haya entrado en decadencia. No quiero pensarlo, que es lo mismo que decir que no quiero saber. Voy a la novela.

Juan De Vere, un joven de 23 años en los primeros años 80, entra a trabajar como secretario de un director de cine, Eduardo Muriel, que le pide que investigue a un amigo, el doctor Van Vechten, del que le han llegado rumores sobre un turbio comportamiento en el pasado. Este es el argumento que Marías nos propone al principio del libro y que no arranca hasta… la página 196. Mientras tanto, da vueltas y más vueltas y más vueltas a personajes secundarios o no tan secundarios, como veremos después. Porque la verdadera historia no está en la investigación que De Vere realiza sobre Van Vechten, sino en la relación de Muriel, el director de cine, con su mujer, Beatriz Noguera. Una extraña relación que indica que entre los dos hay un pasado en el que sucedió algo que fue peor que el presente, que es cuando empieza lo malo.

Marías aborda temas recurrentes en sus libros, como es que las palabras dichas no se pueden recuperar, o que lo que es secreto no se puede agradecer ni reprochar, no agrada, pero tampoco duele. La palabra irrecuperable, la frase que no se puede rescatar una vez dicha y que provoca el desastre es un disparador de argumentos en los libros de Marías, y siempre provoca situaciones interesantes y muchas veces paradójicas. Lo desconocido porque no ha sido nombrado, lo que no ha sucedido porque no se ha expresado con palabras, y al contrario, la realidad del rumor y de las palabras dichas sin una constatación detrás, o el engaño que de pronto se desvela, inútilmente.

…En realidad todo lo que se cuenta, todo aquello a lo que no se asiste, es sólo rumor, por mucho que venga envuelto en juramentos de decir la verdad. Y no podemos pasarnos la vida prestándole atención, todavía menos obrando de acuerdo con su vaivén. Cuando uno renuncia a eso, cuando uno renuncia a saber lo que no puede saber, quizá entonces, parafraseando a Shakespeare, quizá entonces empieza lo malo, pero a cambio lo peor queda atrás»

Thus bad begins and worse remains behind es la cita de Shakespeare. Marías lo utiliza para hacernos comprender que tanto saber como no saber marca el límite a partir del cual lo malo empieza, pero lo peor se ha dejado atrás. Sea verdad o mentira, es el punto en el que la realidad cambia con las palabras. O dicho de otro modo, conocer la verdad, o no saber si algo lo es, no trae ninguna felicidad virtuosa, más bien puede ser lo contrario.

O sea, que muy interesante como reflexión, lo que sucede es que lo propone de manera mucho más interesante en otros libros. No me molesta que se repita, porque aporta puntos de vista y deja pensar y a mí eso me gusta encontrarlo en los libros. Pero en esta novela Marías da, para mi gusto, demasiadas vueltas a las situaciones y a los personajes, y se hace pesado. Estar leyendo y tener que decir ¿Pero otra vez me vienes con lo mismo, Javier? ha sido una frase muy repetida a lo largo de ¡534 páginas! y casi dos semanas de lectura. Se hace muy pesado y la historia se entretiene para después acabar demasiado rápido. Para mí que el libro tiene mal resuelto el ritmo de la narración.

En fin, lean a Javier Marías, pero no esta novela. Olvídense del marketing, de las reseñas de los periódicos, de las cabeceras de góndola repletas con sus libros y de los escaparates de las librerías, y de que, cierto, es Javier Marías y pueden sentirse tentados si les gusta el autor. A mí me gusta, pero no le salvan ni los ramalazos de inteligencia que siempre propone, ni las frases redondas que corres a apuntar, ni esa escritura que me parece maravillosa pero que en esta ocasión se atraganta un poco. Un bluf que es mejor no leer. Con pena lo digo, pero lo digo. Lástima. Otra vez será.

Libros en enero

Tampoco se trata de abandonar completamente la costumbre de hablar de libros en este blog, aunque el tiempo de un post por libro lo haya dado por terminado. Este año, si me voy acordando, trataré de darles noticia de los libros del mes, como hacen en otros blogs que sigo y que me parece también una buena manera de hacer el resumen.

Este mes de enero he leído cuatro libros, de los cuales uno maravilloso, otro que me ha gustado bastante, uno bastante malo pero que no daña mucho y otro que me ha parecido el gran horror.  Voy a empezar por lo bueno, que es lo que tiene interés.

Viajes con CharleyViajes con Charley, de John Steinbeck. Puede ser uno de los libros del año, no les digo más. Tuve noticia de este libro en el blog de Molinos. Ella lo había leído en inglés y decía en su post que era casi imposible encontrarlo en español, y yo le debí comentar que yo no tengo buen nivel de inglés para disfrutar de un libro, así que cuando se enteró de la reedición en castellano tuvo la amabilidad de avisarme y lo compré. Y ahora es mi turno para recomendarlo mucho mucho mucho muchísimo.

Steinbeck, en plena madurez literaria, llega a la conclusión de que no conoce su país y que lleva demasiado tiempo hablando y escribiendo sobre él de oídas o a través de recuerdos, o mucho peor, leyendo periódicos y viendo noticiarios, así es que decide acondicionar una furgoneta, a la que llama Rocinante, agarra a su perro, Charley, y emprende un viaje de 16.000 kilómetros por Estados Unidos para reencontrarse con su país. No es exactamente un libro de viajes, ni tampoco un libro de sociología. Ni siquiera es un diario. Se trata de un libro inclasificable, en el que Steinbeck nos habla de las personas que va encontrando, de los paisajes que va viendo, de las sensaciones que tiene, pero también nos habla de él mismo no como escritor (o no sólo como escritor), sino como  persona, como ser humano.

El libro se bebe, y cada página se lee con una sonrisa, incluso las del final, en las que habla de la segregación racial del sur (años 60) con una indignación razonada y firme, pero llena de elegancia y de razón. En cuanto a Charley, el perro, actúa como un personaje del libro, pero Steinbeck tiene el sentido común de no humanizarlo, de dejarlo en su condición de perro, y precisamente por eso, consigue proyectar la ternura y el humor a muchos pasajes. También es muy curioso leer algunas cosas que nos parecen modernas (la obsolescencia programada, por ejemplo, los productos insípidos de las máquinas de vending, las ciudades como colmeneras, la falta de respeto en el cuidado del medio ambiente, las carreteras sin humanidad…) en un libro escrito en el año 60.

No voy a descubrir aquí a Steinbeck, sólo faltaba, (¡es Steinbeck!), pero sí les diré que es un escritor al que ahora pongo rostro y sentimientos. Antes era un señor que escribía de maravilla y podía quizá reconocerlo por alguna foto. Ahora es un ser de carne y hueso que me ha dejado enamorada de su vida, de su gente, de él mismo y… por supuesto de su perro.

El novelista perplejoCon Chirbes me ha pasado algo parecido, pero revés. Antes era un señor que escribía de maravilla y ahora es un ser de carne y hueso que no puede caerme peor. Un plasta de tomo y lomo, un pedante y un intenso, además de ser farragoso hasta el punto de resultar casi ininteligible. Chirbes recopila en El novelista perplejo una serie de conferencias y charlas que ha ido dando por colegios, universidades y otros sitios que ni recuerdo ni me apetece levantarme a mirar. Y se ve que el editor le debió de decir «hombre, tráete para acá esos apuntes tuyos, que los recopilamos, hacemos un libro y nos sacamos unas perrillas». Y yo pasaba por allí, y el editor se sacó unas perrillas.

Miren, lo he terminado porque era un libro de una tertulia a la que acudo y además, al ser Chirbes, yo me había comprometido a exponerlo. Y lo expuse, vive Dios… Chirbes, como novelista (sin perplejidades) me encanta, me parece que tiene una fuerza y un dominio del idioma formidable, y creo que sus historias son duras, secas, fuertes, llenas de contundencia, pero extraordinariamente bien contadas. Sin embargo como ensayista es incomprensible, oscuro, pesado, farragoso, aburrido como leerte un contrato de 200 páginas y anodino como mirar una pecera sin peces. Que no digo que no tenga interés lo que dice, pero descifrarlo es una proeza, porque en cada párrafo te mete ocho o nueve ideas, algunas muy inteligentes y otras, como no vayas avisado, completamente estúpidas. No sé cómo es su voz, pero me la imagino fuerte y bronca. No le he oído nunca hablar, pero le imagino como una de esas personas desabridas que justifican su mal humor con la franqueza, y que no es que parezcan desagradables porque son serios, sino que parecen serios porque son desagradables.

En fin, el libro milagrosamente no salió por la ventana pero está en la balda de los warning. Y si el libro está en la balda de los warning, el autor va a la nevera para lo que queda de lustro, y que conste que lo acabamos de empezar. Me ha enfadado perder el tiempo con eso, y mucho. Por lo demás, no me digan que no les avisé: si ven ese libro en una librería y no están haciendo una tesina sobre este autor, huyan. No tiene el menor interés y es un rollo patatero.

portada-yo-no_grandeTambién he leído en enero Yo no, de Joachim Fest, que es un libro que reseñé aquí (EL BUSCALIBROS), y del que si quieren leer la reseña completa no tienen más que seguir el enlace. En ella decía que Fest nos cuenta el ascenso del nazismo y el ambiente opresivo e irracional que se instaló en Alemania con el ascenso de Hitler. Y nos lo cuenta desde el punto de vista del resistente, del no alineado, del opositor. Su padre, profesor, católico y defensor de la república de Weimar con todos sus defectos, no se sometió al nazismo, a pesar de perder su trabajo y de convertirse poco a poco en un apestado social. «Yo no» hace referencia a la posición del padre y a la suya propia.

En Yo no, Fest no nos propone la mirada de un niño, sino la de un hombre que recuerda. No es un libro de historia, sino de personajes reales en un marco histórico excepcional, y como tal debe leerse. No habla de su padre como de un héroe, sino como de un hombre recto, con principios irrenunciables, un hombre firme en lo político aunque también estricto en lo cultural y en el terreno de la educación. Y cómo ese padre, resistente y digno, les inculcó que oponerse a la barbarie era lo correcto, lo que moral y éticamente debía hacerse, aún a riesgo de perderlo todo. Fest nos habla de su padre con más respeto que cariño y con más frialdad que admiración y nos dice aquí tenéis un ejemplo, aquí está la prueba de que hubo también alemanes que no se rindieron a la locura, la prueba de que hubo hombres que tuvieron la lucidez de verla llegar. Ése es su libro, y ésa la memoria que nos deja.

También nos habla Fest de sus lecturas y de su descubrimiento de la música. Y quizá ésas son unas páginas que se hacen algo pesadas, porque yo creo que el interés está en la mirada de la sociedad de Fest más que en su retrospectiva intelectual. Con todo, un libro muy interesante, escrito con amenidad y que me parece muy recomendable.

Y finalmente, el libro tonto del mes del que ya les hablé AQUÍ hace unos días, el Entre limones de Chris Stewart, al que creo que ya le he dedicado demasiado tiempo en mi vida como para entretenerme más en él.

Y ahora que miro la entrada en el preview me digo si no sería más sensato escribir tres reseñas cortas que este ladrillo de entrada, pero, en fin, déjenme probar y tratemos de ser todos felices.

Entre limones, de Chris Stewart

entre limonesHoy, primero de febrero, toca inaugurar el nuevo año del Club de lectura comentando el primer libro de 2015, en este caso, el primer pestiño de la temporada. Desde luego, como dirán mis compañeros de fatigas, en peores plazas hemos toreado, y hemos leído rollos mucho peores. Cierto. Pero decir esto no le añade ni un ápice de interés al libro que nos ocupa en esta ocasión, cuyo autor es un perfecto esnob que, además, escribe bastante mal.

Chris Stewart por lo visto fue el batería del grupo Genesis. No sé si le echaron por tontainas o por darle mal a las baquetas, pero el caso es que cuando dejó de tocar se dedicó a dar tumbos por el mundo hasta que llegó un buen día a Las Alpujarras. Allí encontró un cortijo medio derruido, propiedad de un rústico lugareño muy bruto, sacó cinco millones de pesetas del banco y se lo compró para instalarse allí con su mujer, a quien no llama la santa pero debería.

Ah, la vida del campo. Las ovejas, las cabras y las gallinas. Los perros asilvestrados, los gatos famélicos y los ratones de campo. Los tábanos, las avispas y los taimados alacranes. ¿Y qué me dicen del olor a bosta mezclado con el romero? ¿y esos amaneceres cuyo silencio sólo es perturbado por el runrún del riachuelo que transcurre por esa acequia cercana? ¿y los rocíos? ¿y los atardeceres? ¿y la luna alpujarreña? ¿y el vino peleón acompañado de un buen pedazo de tocino grasiento? Qué bonito todo. Y qué falso.

Chris Stewart nos cuenta cómo va a la búsqueda de la incomodidad y la encuentra, algo que está al alcance de cualquiera aunque sólo tenga media neurona. El quiere vivir como los rústicos, así es que se interesa por ellos y trata de imitarlos, y de toda esa querencia por las penalidades resulta un libro. Se me escapa el romanticismo que puede tener dormir pensando que se te va a caer encima un pedazo de viga o un montón de gusanos, no disponer de agua corriente ni de luz, o vivir «en lo que sólo se puede describir como un establo» rodeado por ovejas malolientes y llenas de polvo, cagarrutas y moscas. Pero lo que otros viven porque no tienen más remedio estos señores lo buscan para poder contarlo. Donde quiero llegar es que el libro podría tener algún interés antropológico si te lo contara un lugareño leído, pero en su caso, este Chris no necesitaba escribir un libro para demostrarnos que la frivolidad y el esnobismo puede llegar hasta Las Alpujarras.

…Ya no había manera de pararnos. Teníamos agua corriente, calentador, cocina y carretera. Estábamos volviendo rápidamente a convertirnos en esclavos de todas las cosas de las que habíamos venido a escapar a este lugar perdido…»

De verdad que cuando leo cosas de este tipo me pregunto delante de qué clase de imbécil me encuentro. Estos hippies de pacotilla se sienten doblemente superiores y nos lo cuentan para que aprendamos mucho de ellos. Superiores a los lugareños, que viven en el atraso sin querer (¿cómo es que no disfrutan sin cocina de gas?), y superiores a las personas que vivimos en la ciudad, que somos  unos desgraciados y unos tristes, incapacitados para la felicidad y la vida sana. Eso sí, aparte del aeropuerto a 60 kilómetros, también pueden hacer vida social de verdad, porque no son los únicos que viven en ese campo de prêt à porter. De hecho nuestro Chris vive en una sociedad de ingleses estrafalarios que han elegido la misma vida de campo llena de animales domesticados. Porque los lugareños sirven para que nos cuenten en un libro sus extravagancias rurales, y que tanto sorprenden al único paleto que realmente sale en el libro, que es el escritor.

Sobre la calidad literaria, pues es de una vulgaridad muy de Readder Diggest, no tiene el menor interés. Las descripciones del campo pretenden ser exhaustivas, pero terminan haciéndose muy pesadas y reiterativas, además de horrorosamente cursis y con sobreabundancia de adjetivos:

En primavera el florecer de los naranjos te coge desprevenido. Al principio sólo se nota una pálida bruma entre el verde oscuro de las hojas, que es el verde de los capullos de las flores. Entonces, de repente, los capullos se transforman en exquisitas estrellas blancas de cinco pétalos que salen en forma radial de unos pistilos y estambres de color amarillo cremoso. El olor es delicado y embriagador, y cuando cada uno de los árboles se convierte en una masa de flores blancas, queda suspendida en el aire una nube casi tangible de olor a azahar».

¿De dónde demonios habrá sacado esta descripción? ¿Pistilos y estambres? ¿amarillo cremoso? ¿una nube tangible de olor? ¿Pero esto qué es? Miren, la historia es una tontada, pero lo peor es que acabas de retamas, y de tomillo, y de verdes campos ribereños, y de resecos sarmientos, y de geranios y de amapolas hasta la buganvilla, digo hasta la coronilla.  La lectura de este libro ha sido un frenético bostezar tachonado de reverberaciones difusas de una siesta en calma, que sería capaz de decir nuestro Chris.

En fin, ya lo dejo, que no tiene más vueltas el libro. Tienen como siempre otras opiniones sobre el libro, supongo que más benévolas, en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

 

 

Libros 2014: se acabó.

gafas abuelitapaz unmundoparacurraHace un año por estas fechas, me propuse (en público y por escrito) escribir una reseña de cada libro en 2014, tal y como hace ND en su Mesa cero del Blasco. Desde luego, estoy contenta por haberlo conseguido, pero no renovaré la promesa para 2015 porque me parece que tiene alguna desventaja, como es básicamente la obligatoriedad que imponen todos los compromisos. Pero hay más cosas.

De las 160 entradas que he escrito este año, 53 han estado dedicadas a libros. Calculadora en mano, las de este año son un tercio de 2014 y casi la mitad de todas las entradas dedicadas a libros desde que abrí el blog. Y qué quieren que les diga, me parece una proporción que desequilibra por completo el sentido y el interés del blog, sobre todo si se tiene en cuenta que anteriormente el porcentaje de entradas dedicadas a hablar de libros no superaba el 10%. ¡Este no es mi blog, que me lo han cambiado!

Conste que he estado a punto de abandonar el reto de «un libro, un post» varias veces a lo largo del año, y de hecho me he tenido que internar en 2015 para poder completarlo. Muy limpio no ha sido, lo admito. Y también debo decir, para ser honrada, que he hecho una pequeña trampa y me he saltado el post de un librito de unas 80 páginas (La fable des abeilles, de Bernard de Mandeville) que he considerado como extensión de La gran degeneración, de Niall Ferguson, puesto que lo cita en varias ocasiones y tuve curiosidad por leerlo. Eso que nos hemos ahorrado.

Con todo, deben saber que se han librado ustedes de una reseña de La Ley, de Frederic Bastiat, porque no he encontrado el momento de tener la cabeza suficientemente despejada para seguirle la prosa, aparte de que casi me rompo el cuello de una cabezada; de El caudal de las noches vacías, de Mercedes Salisachs porque hacia la mitad del libro me dije que si seguía leyendo sobre aquel cura tendrían que darme a mí la extremaunción antes de acabarlo; de Las batallas del desierto, de José Emilio Pacheco, porque me daba vergüenza ajena tener entre manos durante más tiempo una edición tan paupérrima y tan mierdosa que convertían la lectura en un acto infamante; y de Esta vez es distinto, de Carmen Reinhart, que abandoné porque no entendía nada y me exigía demasiado para mi cerebro, muy castigado este año. Excepto el del tal Pacheco, como digo una edición horripilante, no descarto retomar algún invierno los otros. Ya dije un día que los libros no son abandonados, sino vencidos por otros libros que, en libre competencia, son más seductores.

En resumen, he escrito 53 post de libros pero no he leído 53 libros este año, porque dos libros tienen dos post, y dos post son relecturas. Así que la cosa se queda en 48 (más el de Mandeville), y les pongo el enlace abajo por si acaso se han perdido alguno y quieren echarle una ojeada al post antes de echarle una hojeada al libro.

Y una vez dicho esto, y como les decía más arriba, les anuncio que ya no seguiré con este experimento. No me ha divertido en absoluto, salvo por lo que tiene de voluntarioso y de resistencia a la comodidad. Y puestos a emplear mi poca capacidad de constancia en algo, prefiero dedicarla a producir impuestos. El blog, como la lectura, son dos aficiones que tengo: encadenarlas, aunque sea entre ellas, no las hace ni mejores ni más divertidas.

Ahí va la lista (el orden que sigo es más o menos el de lectura, no el de publicación del post).

– Las solidaridades misteriosas, de Pascal Quignard. Papel. Un libro sorprendente y muy recomendable.

– El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa. Papel. Un gran libro.

– L’affaire Dreyfus. Analyse et decryptage, de Arnauld Cappeau.  Digital. Un despropósito.

– Les choses, de Georges Perec. Papel. Una maravilla.

– Noche salvaje, de Jim Thompson. Digital. Una trama interesante con un final incoherente.

– Una habitación propia, de Virginia Wolf. Digital. Un libro interesante, aunque algo rollete.

– Una mujer difícil, de John Irving. Papel. Una buena novela, pero un poco americanada.

– La casa de la alegría, de Edith Wharton. Digital. Un horror y una cursilada.

– El profesor chiflado y Mr. Wert, de Tomás García Yebra. Papel. Una novela muy divertida.

–  Cuadernos azules, de Nuria Marugán. Digital. Un libro interesante, pero muy duro.

– Huy, de John Lanchester. Digital. Una sarta de pamplinas escritas por un listo.

– La forja de un rebelde, de Arturo Barea. Papel. Un gran libro.

– 14, de Jean Echenoz. Papel. Una pequeña gran novela.

– Joyland, de Stephen King. Digital. Un buen libro, aunque un poco inquietante.

– Las partículas elementales, de Michel Houellebecq. Papel. Una gran novela.

– El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas. Papel. Una buena novela.

– La maquinaria de la libertad, de David Friedman. Digital. Un libro divertido, aunque algo largo.

– La delicadeza, de David Foenkinos. Digital. Maravilloso.

– 10 días de julio, de Esteban Navarro. Digital. Un libro mal escrito.

– El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa. Papel. Una telenovela muy divertida.

– Retorno al patrón oro, de Juan Manuel López Zafra. Digital. Un libro muy interesante

– Catedral, de Raymond Carver. Papel. Libro de relatos cortos. Pelín petardo.

– ¡Noticia bomba!, de Evelyn Waugh. Papel. Una novela muy divertida.

– Alex, de Pierre Lemaitre. Papel. Una novela trepidante.

– El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Papel. Un grandísimo libro.

– La gran degeneración, de Niall Ferguson. Digital. Un libro interesante.

– El libro de la señorita Buncle, de D. E. Stevenson.Digital. Una libro facilito que está bien.

– El hereje, de Miguel Delibes. Papel. Es Delibes y ya. Gran libro.

– ¿Hay derecho?, de Sanson Carrasco. Digital. Un libro que tiene interés, con zonas algo pesadas.

– Los recuerdos, de David Foenkinos. Papel. Una novela maravillosa.

– 22/11/63, de Stephen King. Digital. Una novela interesante, aunque un poco larga de más.

– Nos vemos alla arriba, de Pierre Lemaitre. Papel. Una buena novela.

– El tiempo mientras tanto, de Carmen Amoraga. Digital. Un libro triste, pero bonito.

– Lugares donde se calma el dolor, de César Antonio Molina. Digital. El 80% que me leí, un petardo.

– En la orilla, de Rafael Chirbes. Papel. Una novela magnífica.

– Salman Rushdie, de Joseph Anton (Salman Rushdie). Papel. El mejor libro que he leído este año.

– La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq. Digital. Una novela aburrida.

– Historia de las hormigas, de Pierre Huber. Digital. Un libro fascinante.

– Las abejas, de Mª Angeles Julivert. Digital. Un libro infantil.

– El sentido de un final, de Julian Barnes. Digital. Un libro soso, muy muy soso.

– Malala, mi historia, de Malala Yousafzai y Patricia McCormick. Papel. Un libro con interés.

– El regreso de Reginald Perrin, de David Nobbs. Papel. Una novela muy divertida.

– Correr, de Jean Echenoz. Digital. Una crónica que está bien.

– La larga marcha, de Rafael Chirbes. Una gran novela.

– Las tribus liberales, de María Blanco. Digital. Un libro muy interesante.

El libro de los vicios, de Adam Soboczynski. Digital. Una imbecilidad de libro.

1290 almas, de Jim Thompson. Papel. Una novela policiaca que se deja leer.

El hombre que fue Jueves, de G.K Chesterton. Papel. Una novela maravillosa.

Y… La fable des abeilles es un rollete que sólo tiene interés por lo que tiene de fábula. Así que mi consejo es que calmen su curiosidad informándose de otro modo que no sea acudiendo a la fuente.

Chin pun.

 

El hombre que fue Jueves, de G.K. Chesterton

el hombre que fue juevesCon este libro, terminado de leer un 29 de diciembre, doy por terminado el ciclo 2014 en el que he seguido la pauta de “un libro, un post” que me propuse al principio del año pasado. Ya hablaré de este trabajo de Hércules, del que procedo a libararme, en otro post, así que paso a hablar de un libro que me ha encantado.

Quien más y quien menos ha oído hablar de Chesterton, un autor muy citado, entre otras razones porque jugaba mucho con la paradoja, y además le imprimía un cierto humor. Decía aquello de que “una de las desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo”. Cosas de este tipo.

El hombre que fue Jueves es un clásico y una de sus novelas más conocidas. Gabriel Syme, un detective de la policía de Londres, se infiltra en el estado mayor de una organización anarquista para desbaratarla. Y hasta aquí leo, y el resto de los spoilers, si no la habéis leído, que os los cuente otro.

En la contraportada y en el prólogo del libro se dice de que es una obra de tesis más allá de una novela con una trama detectivesca. Pues es posible. Desde luego, tiene un trasfondo muy divertido, puesto que el autor juega con la paradoja permanentemente y pone arriba lo que estaba abajo y abajo lo que estaba arriba, en cuanto a personajes, argumentaciones y situaciones. Al final, el libro es un juego que resulta de la confrontación entre el caos y el orden, entre lo conocido y lo desconocido, entre el bien y el mal, con diálogos y razonamientos muy divertidos y con giros inesperados.

La novela deriva en una parte final algo onírica (hay quien diría que un poco “loquer”) que supongo yo que es donde se encuentran todos esos códigos y referencias escondidas que he leído que tiene la novela. Pero sin los códigos, se le sigue entendiendo todo a Chesterton, porque tiene una forma de narrar muy ágil  que no se hace pesada en absoluto y que, además, proporciona más de una sonrisa y más de una carcajada. Un libro muy divertido, y muy aconsejable.

Un estupendo libro para acabar 2014. Les dejo con un par de citas, para que se deleiten.

“…Lo raro, lo extraño es dar en el blanco; lo vulgar, lo obvio es fallar. Sentimos que ocurre algo épico cuando un hombre atraviesa a un ave distante con una flecha lanzada al azar. Pero ¿Acaso no es épico cuando una persona alcanza una estación distante gracias a una máquina azarosa? El caos es tedioso, y precisamente porque en el caos el tren puede ir a cualquier parte, ya sea a Baker Street o a Bagdad. Pero el hombre es un mago, y toda su magia consiste en eso, en que él dice Victoria y, ¡mira!, es Victoria. No, quédese con sus libros de prosa y poesía y déjeme leer un horario de trenes con lágrimas de orgullo. Llévese a su Byron, que conmemora las derrotas del hombre, y tráigame el Bradshaw (horario de trenes), que conmemora sus victorias. ¡Tráigame el Bradshaw, le digo!»

Y otra más:

“¡Esas masas!… Usted habla de las masas y de las clases trabajadoras como si ellas fueran el problema. Usted tiene la estúpida idea de que si viene la anarquía la traerán los pobres. ¿Por qué debería ser así? Los pobres han sido rebeldes, pero nunca anarquistas. Ellos tienen más interés que nadie en un gobierno decente. El hombre pobre tiene un interés específico en el país, el rico no lo tiene, él se puede ir a Nueva Guinea en un yate. El pobre ha objetado a veces que se le gobierna mal, el rico siempre ha objetado que se le gobierne. Los aristócratas siempre han sido anarquistas, como se desprende de las guerras entre barones”

El profesor chiflado y Mr. Wert

El profesor chiflado y Mr. WertUn amigo del autor, en la presentación del libro, decía que el problema de leer un libro de un amigo y comentarlo es que, si lo pones bien parece benevolencia, y si lo pones mal te quedas sin amigo. Así es que he dudado mucho en hacer esta reseña, tanto como once meses, entre unas cosas y otras, siendo las otras que me dejé el libro en el poblachón con las notas, y las notas han desaparecido aunque el libro ahí sigue, impasible. Voy, pues, de memoria, ya terminando el año en el que me propuse escribir un post de cada libro que leyera.

Tomás García Yebra es periodista y tiene en su haber varios libros. El más conocido y también el más aplaudido es Los crímenes del Museo del Prado, que no he leído pero que leeré el próximo verano. También, tiene una adaptación novelística de la película El cebo que está pero que muy bien y que reseñé por aquí, y los dos libros de la Historia secreta de Las Navas del Marqués, que son bestsellers en el pueblo y con razón, porque cuenta muchas cosas desconocidas y que gusta saber. De sus primeros libros, inclasificables, guardo un recuerdo vago y ya no les puedo decir más de sus libros porque no los conozco.

En El profesor chiflado…, Tomás cuenta la peripecia de un profesor muy peculiar, Don Eufrasio Tónico, en un colegio finlandés (en España) que lucha no para que los niños adquieran cultura, sino lucidez, porque la primera domestica y la segunda desenmascara (“La lucidez, además, es encantadoramente subversiva, exquisitamente insobornable”). Y así, se embarca en unos diálogos muy ágiles y muy divertidos con ellos, con los que les enseña las cosas que tienen utilidad en la vida, que no son necesariamente las académicas (es más útil hoy en día comprender lo que pone en un contrato de hipoteca que saber resolver una raíz cuadrada). El profesor está aparentemente como una cabra, pero lo que interesan son sus razonamientos, no tanto sus métodos.

En el libro, el autor lanza una carga de profundidad al sistema educativo (“el pensamiento, cuanto más estéril, más caro”) y al político, pasando por los bancos y por todas las corruptelas que nos circundan. Está enfadado y se desahoga con un discurso muchas veces brillante, y también en ocasiones políticamente muy incorrecto. No se olvida de la sociedad, esa masa acéfala, un rebaño que vota igual de informada en unas elecciones que en un concurso de televisión, ni del carácter a veces brutal de los españoles, cainitas y envidiosos, tramposos y pícaros. También se mete con literatos, con periodistas y con los medios de comunicación. En realidad, el profesor trata de muchísimos temas, de forma provocadora porque no se pueden agitar conciencias de otro modo, desde luego. La educación que recibimos, que nos aborrega y adocena, que nos hace más manejables, en la picota. Eso es este libro.

Por cierto, que el Mr. Wert del título es el padre del actual ministro de educación, autor de novelas policíacas, no el propio ministro.

El libro está escrito con una prosa sencilla, clara, ágil, llena de guiños y de frases ocurrentes y paradójicas. Si se lo topan, cómprenlo y léanlo, que pasarán un rato muy divertido.