Que te coma una ballena

Leo en el periódico que Michael Packard, un pescador de Massachusetts, estaba pescando langostas a 15 metros de profundidad y, de pronto, sintió un golpetazo muy fuerte, se quedó a oscuras en un sitio duro, empezó a sentir mucha presión, y luego salió despedido a la superficie del mar para volver a caer al agua. La explicación es que se lo había comido una ballena y luego lo había escupido.

En realidad la ballena no se lo comió, sino que se lo metió en la boca por error. La ballena iba a por el kril, y Michael estaba en medio. O sea, un accidente. No les voy a pedir a ustedes que se imaginen que son una ballena, ni siquiera que se pongan en su piel, aunque sí les veo capaces de tener algo parecido a la compasión por ese pobre animal que detectó un rico banco de plancton y que, cuando se lo metió en la boca, se encontró por ahí un bicho inesperado. O sea, Michael. Su sensación debió de ser parecida a la que tienes cuando te comes una aceituna que no sabes que lleva hueso. En el artículo lo comparaban a comerte por error una mosca que hay en la sopa, pero es una comparación asquerosa que sólo escribo para que me feliciten por encontrar el símil más delicado de la aceituna.

Michael no le ha dado al suceso demasiada importancia, aunque también contribuirá el hecho de salir vivo y, sobre todo, entero. Sí que parece que pasó un mal rato, en especial cuando comprendió que estaba dentro de la boca de un pez. Por lo visto, una vez que descartó que se lo estaba comiendo un tiburón (lo que debió de ser un gran alivio), pensó: «Oh, vaya, así es como va a acabar todo, Michael, comido por una ballena». Después, según ha declarado, se acordó de su esposa y de sus dos hijos. Pero eso lo ha declarado al salir. Que no es que yo desconfíe, no es eso, pero fíjense en todo lo que tuvo que hacer en menos de 30 segundos:

1.- Comprender dónde estaba, que no era fácil: descartar que fuera un tiburón, imaginarse que estaba en la boca de una ballena, hacer esfuerzos para no desmayarse… Yo aquí le calculo unos diez segundos.

2.- Buscar el regulador de oxígeno, que no estaría en Cuenca, pero que en aquellos dramáticos momentos lo parecería. Pongan aquí cinco segundos.

3.- Pensar lo de «Oh, vaya, así es como va a acabar todo…». En esto no tardaría apenas nada, digamos un momentillo.

4.- Luchar a brazo partido contra la presión de la lengua de la pobre ballena, que estaría en ese momento haciendo una especie de enjuague de boca para ver si pasaba aquel bicho con bombonas por la garganta o lo tenía que escupir. Aquí no hay que tasar el tiempo, porque me parece imposible pensar en nada.

Luego ya lo siguiente fue salir despedido entre espuma, y el único pensamiento que se me ocurre es «¡Ayaya yayayyy!».

Con semejante tensión, 30 segundos no dan para mucho diálogo, aunque sea con uno mismo. Sí que pensaría en su mujer y sus hijos, pero tiene pinta de que fuera después. Digamos que ya en el barco o en el bar del puerto, en el que le ofrecerían un carajillo o algo similar, digo yo. Que no es una crítica, entiéndanme, pero sí un aviso para que no se crean todo si alguien decide hacer una película con este suceso. La memoria deja siempre una huella en la narrativa de la vida que luego se transforma en literatura, y eso nos permite contar cosas sin afearlas. Pero es solo eso, literatura. O sea, ficción.

De todos modos, la de Michael es una historia increíble que yo me creo perfectamente, entre otras cosas porque su madre, una señora con más de 80 años, dice que su hijo no miente. Así es que, en el supuesto de que no me creyera lo que dice él, sí me creeré lo que dice su madre, que no tiene edad para mentirijillas. Y también porque el hombre tiene cara de que se lo haya casi comido una ballena y de estar vivo para contarlo. Por si acaso no le han visto, aquí les dejo la foto. ¿Tengo razón?

Acuerdo sobre el blog

El otro día un amigo me comentó que, dado que últimamente yo no escribía mucho, montara un blog a medias con otro bloguero que conocía él. Parece ser que el otro bloguero tampoco escribe mucho y tampoco tiene muchos lectores, y que así los dos saldríamos ganando y nuestros lectores también: al parecer son casi los mismos, y tienen un perfil muy similar.

No me pareció mala idea. Todo lo que sea beneficiar a mis lectores es bienvenido y yo, por supuesto, estoy dispuestísima. ¡Todo sea por ellos! Y además, soy una persona muy dialogante. Mejor que dialogante: soy una persona abierta al diálogo.

Mi amigo, que es lector asiduo de blogs, me decía que él veía lógico y fácil el acuerdo. En la supuesta alianza, los dos blogueros pondríamos nuestro nombre en cada entrada, e iríamos alternando en la escritura. Nos podríamos repartir los temas, por ejemplo yo hablaría de fútbol y él de baloncesto. Y de este modo, atraeríamos tanto a los seguidores de futbol como a los de baloncesto. Creo que él también sabe de tenis, o sea que la parte de deportes estaría cubiertísima. Y eso es genial, porque los deportes atraen a muchos lectores y muy fieles.

Tal vez, eso sí, deberíamos llegar a algún acuerdo o compromiso. Por ejemplo, el nombre del blog. O no publicar los dos el mismo día. Y publicitar un poco el blog en nuestras cuentas de tuiter, en donde él tiene muchos más seguidores que yo, al revés que en Instagram, en donde yo le gano por goleada. Vale, le dije a mi amigo, yo estoy abierta al diálogo.

Mi amigo parece ser que lo habló con este otro bloguero y parece interesado. Eso sí, yo ya he dicho que en mi cuenta de Instagram sólo voy a publicitar Un mundo para Curra, no el blog común, porque mis seguidores son míos. Y que escribiré las entradas que pueda o que quiera, porque si mis lectores me aguantan aquí escribiendo poco, no veo por qué voy a escribir más. O menos. O mejor o peor. Yo, a mi ritmo. Y luego que publicaré cuando me parezca adecuado y si ese día ha publicado él, pues mala suerte. Y escribiré de lo que yo quiera, eh, que eso es una línea roja. Y si quiero escribir de un tema del que él sabe más, de baloncesto por ejemplo, pues mira, mientras no me corrija, todos contentos. De todos modos, yo estoy abierta al diálogo. Mi único interés es que mis lectores salgan ganando y sean más felices leyendo blogs.

Sobre acordar un nombre para el blog, no sé, quizá no sea necesario. Podemos escribir aquí, yo le doy una clave de invitado (con restricciones, por supuesto), y así mi lector filipino no se me despista. Eso sí, tendría que supervisar sus entradas, porque a ver si va a escribir de cosas que no me parecen bien, o pone frases que no me gusten o comas donde yo no las pondría. Eso sería inaceptable, qué iban a pensar mis lectores. Sí, mis lectores, los míos. Los suyos ya estarán acostumbrados a sus descuidos, allá ellos. A ver, yo estoy abierta al diálogo, pero veo una falta de ortografía y me sale el cordón sanitario del alma.

Mi amigo me ha dicho que el otro bloguero va a seguir solo. No lo entiendo, la verdad. Y supongo que ustedes tampoco lo entienden, de manera que deberá explicárselo. Y pedirles perdón de paso. Deberá rendir cuentas de su empecinamiento y de su falta de cintura. Y dar por hecho que ustedes ya no lo van a leer nunca en su vida jamás. Menudo fascista.

Chinos en el lado oscuro

No es ninguna primicia, lo habrán ustedes leído o visto en cualquier telediario: China ha llegado a la cara oculta de la Luna. O bueno, eso dicen, y hasta donde yo sé y he podido leer, se lo ha creído todo el mundo. Fíjense que llevamos casi 50 años de polémicas con los negacionistas de la llegada a la Luna, que si lo de Armstrong está por demostrar (lo de Neil, que lo de Lance está más claro), que si las imágenes estaban rodadas en un estudio de la Warner, que si la bandera se movía y no había viento, que si cien cosas, y ahora llegan los chinos, dicen que han llegado a la parte de atrás de la Luna, donde nadie los ve, y nos lo creemos sin rechistar. Qué cosas.

Han enviado una nave que ha logrado depositar en la superficie lunar un robot cuyo nombre es Yutu, seguramente porque va a tomar vídeos y a mandarlos a la Tierra. Así es que es muy probable que el siguiente cacharro que manden se llame Tuite y manden mensajes de 140 ideogramas. A los chinos se les puede acusar de todo menos de falta de imaginación para la copia, en esto me darán la razón. Pero hay cosas mucho más inquietantes que la llegada de YouTu a la Luna. Mucho más.

Veamos. La primera pregunta que hay que hacerse es por qué se van a ese lado. A ver, ¿qué es lo que no quieren que veamos? ¿Por qué se esconden? Hum. Dicen que la cara oculta es mejor para estudiar el universo. Ya, ya. Para estudiarlo y para hacer cositas sin que se vean. ¿Y qué querrán hacer los chinos? Sabe Dios. De momento, se han llevado unos gusanos de seda. Y también han llevado patatas, semillas de algodón, aceite de colza y unas flores. ¿Pero ustedes se imaginan lo que pueden hacer los chinos con todo eso sin que los veamos? ¿El resto de potencias extranjeras (las que se unen en las películas) va a dejar que los chinos se traigan una nave de vuelta después de andar trajinando por allí con gusanos, aceite de colza y patatas? ¿Really, George? Porque lo de las flores es para disimular, no se engañen: el alien vendrá ofreciendo un ramo de flores lunares y cantando una bonita melodía para que desconfiemos.

O sea, esto:

chinos en la luna
¿Quién te escribía versos, dime quién era?
¿Quién te mandará flores por primavera?
¿Quién, desde la Luna llena, 
por la parte más discreta,
te lanzará el arma secreta?

 

 

Qué horror. Yo desconfío de todo, y ustedes harían bien en hacer lo mismo. Les propongo una manifestación en contra. La podemos hacer en Madrid Central, y así, si no vamos muchos, tenemos una excusa. Como lema para la pancarta podemos escribir algo popular, por ejemplo «Pedro, vete a ver qué hacen los chinos y ya si eso nos lo cuentas». No sé, algo tendremos que hacer con esto urgentemente. ¿Que no?

 

 

Multas cuquis

Me entero por el periódico de que el Ayuntamiento de Madrid ha cambiado el modelo de notificación de multas para que los madrileños (y las madrileñas) lo entendamos. Se ve que lo de «NOTIFICACION DE DENUNCIA E INCOACION DE EXPEDIENTE SANCIONADOR» se nos hace muy cuesta arriba. Hacen bien: eso de incoación no se sabe qué es, aparte de una palabra rarísima, como leguleya, y que da grimilla. Tú lees incoación y te sientes agredido (o agredida, que es mucho más grave). Y luego que el contexto de la frase tampoco ayuda a la comprensión: notificación, denuncia y sancionador, así todo junto en la misma frase, puede llevar a que te confundas y te creas que te están invitando a la fiesta de la Primavera del ayuntamiento, y no, no, no. Eso por no contar que son palabras larguísimas, que en la meseta nos sacas de las bisílabas (casa, perro, niño), y petamos.

modelos multa

 

Así es que aquí tienen el nuevo modelo, que además es en color. Y nada de mayúsculas, porque en el medio escrito indican grito.Ahora, con ese título nuevo no hay duda: Denuncia por infracción de circulación. Punto.
Multa.punto.

Me pregunto si usarán la Comic Sans…

 

Por supuesto, no faltan los pictogramas, porque hay que cubrir el caso de que alguien (o alguna) no comprendamos la palabra teléfono. Y luego lo del 50% de descuento en grandote es realmente una genialidad: no hay ninguna posibilidad de que confundamos la multa con un folleto de Carrefour.

Hacer las cosas agradables no cuesta tanto, en eso yo alabo el gusto al Ayuntamiento. No hay derecho a recibir una multa, abrir el sobre con ese cosquilleo tan inconfundible, esa intriga, esa casi ilusión, y, zas, encontrarte con ese ladrillo en blanco y negro lleno de cláusulas y de mayúsculas. Es que lo ves y te desfondas. Pero la nueva notificación, con los dibujitos y tal, mola. A ver, que no te quita de pagar, pero es super cuqui. Y con ese descuentazo, ya vas mega feliz a pagarla.

En fin, espero con ilusión la próxima multa para correr a leerla.

 

Perder el encanto

Ha salido el nuevo iMac Pro. Grande, bello, negro.

¿Saben? Las mejores ideas de un diseñador se harán realidad con este Mac. Esa es la promesa.

Y luego que el ordenador, como casi todo lo que hace Apple (quizá con la única excepción de ese engendro que es el Apple Watch), es realmente bonito.

Atractivo, evocador, majestuoso. Grande, bello, negro.

Después de la promesa, después de la magnífica foto, después de la bonita presentación en la web; después… después he seguido leyendo.

– Tiene 4 núcleos y un turbo boost de hasta 4 GHz, que permiten combinar la flexibilidad del procesamiento multinúcleo con una increíble potencia en procesos monohilo. Lo tengo yo dicho cientos de veces: sin monohilo y sin Almax ya no se puede vivir.

– Tiene unas nuevas instrucciones vectoriales AVX-512 y una arquitectura de caché rediseñada. El rediseño es la clave. Porque el diseño normal al final al final perturba.

– Con hasta 18 núcleos y tecnología Hyper-Threading, el iMac Pro es capaz de crear y renderizar cualquier sistema de partículas. Y que las partículas renderizadas seguro que ahorran costes.

– Tiene Radeon ProVega 56 o 64, hasta 11 teraflops de precisión simple y hasta 22 teraflops de semiprecisión. Ya lo decía mi abuela: quedarse corto de teraflops es una lata.

– Tiene memoria ECC DDR4 a 2.666 MHz. Humm… yo hubiera puesto DDR2 , que es más Star Wars y hubiera redondeado los MHz, porque tanto 6 le da un aire demoníaco que no merece.

– Además lleva como novedad el T2 de Apple, la segunda generación de un chip de silicio que mejora la seguridad del iMac Pro gracias al coprocesador Secure Enclave. El silicio además ayudará para que haya menos ruido. Por no hablar de la disciplina…

– Conecta dos sistemas RAID y dos monitores 5K a los cuatro puertos Thunderbolt 3. Los sistemas RAID ya los echaba yo de menos en un Nokia que tuve, con que figúrense la alegría que me da leerlo.

– Y la pantalla de 27 pulgadas, con 500 nits de brillo y 14,7 millones de píxeles, hay que sumarle una gama cromática P3. ¿Ven por qué hay que poner DDR2? Pues porque el P3 evoca a C3PO y luego en Amazón es más fácil encontrar un Thunderbolt si lo buscas por Chewaka.

No he querido mirar el precio. Para qué, me he dicho, si es grande, bello, negro… Para qué, me he dicho, seguir perdiendo el encanto…

El pescuezo de Alonso

abc-cuello-formula-1

El titular dice “Cuellos de toro en la F1” con el antetítulo: “La mayor velocidad de los coches en 2017 obliga a los pilotos a incrementar el perímetro muscular de sus pescuezos”

¿Pescuezo? Uf, no sé yo.

Pescuezo suena a taberna de barrios bajos con olor a vino agrio y a sudor de borrachos con navaja en la cintura. Pescuezo suena a cadalso rodeado de tricoteuses que abren sus bocas desdentadas para gritar “mátalo”. Pescuezo suena a pescadería, aunque yo creo que es por adherencia fonética, porque pescuezo es lo que se les corta a las gallinas. De pescuezo viene pescozón, que es lo que le da un padre a su hijo cuando llega tarde a casa o cuando dice una mala palabra con el pan en la mesa. Tú dices pescuezo y ves la rebanada que han cortado, o ves al reo en el garrote, o ves al pollo descabezado.

Pescuezo y Fórmula 1 no casan. Vamos, no llegan ni a novios. Pero supongan el apuro del redactor al encabezar el artículo. Ya ha decidido el título. ¿Qué hacer con el antetítulo para no repetir? Terrible problema. Le imagino consultando el diccionario de sinónimos en línea, y también imagino su desolación al encontrar, además de pescuezo, garganta, gollete y cogote. Y sí, son sinónimos, pero no, no me valen, se dirá, y entonces elige la más coloquial, la más brutal, la que describe más y ofende menos, la que pedirá seguir leyendo.

Y sigues leyendo. Y entonces te enteras de que Fernando Alonso tiene un cuello con cuarenta y cinco (45) centímetros de perímetro. ¿Y eso es mucho o es poco? Pues, a ver, el perolo que tengo yo en casa para el cocido le cabe –suponiendo que le pasara de la cabeza, que lo mismo es mucho suponer. Ahora, ya les digo yo que una camisa ajustada de confección no encuentra.

Vuelvo al redactor y me pregunto qué remedio podría encontrar para no repetir la dichosa palabra. Mal asunto. Quizá podría desvelar parte del artículo, diciendo “La mayor velocidad de los coches en 2017 obliga a los pilotos a incrementar la musculatura que sujeta la cabeza para no perderla en una curva”.

Uf, casi mejor pescuezo.

Grueso

Grueso es una palabra horrenda. Y también un poco ordinaria. O grosera, ya que estamos. Y además, no es una palabra muy amigable si tienes frenillo o vas con prisas, porque acabas diciendo o güeso o rueso. Es un horror de palabra.

Miren, referido a algo tiene un pase, pero decirlo de una persona es inaceptable. Cuando oigo decir de alguien que es grueso (o peor, que está grueso), siempre me acuerdo de la geometría, porque el grosor es la dimensión más pequeña que tiene una estructura de tres dimensiones. Y me acabo preguntando, una vez descartada la altura, a qué dimensión se referirán.

Pero es que, además, grueso es una palabra viejuna y, cuando se oye relativo a una persona, es como de tía abuela. Pero no de tía abuela como las mías, que eran unas señoras muy urbanas, con muchos collares, mucho abrigo de piel y mucha permanente, sino de tía abuela de pueblo. Y no de un pueblo de costa o de montaña, ni siquiera de pueblo del interior, sino de pueblo del interior profundo, o de costa lejana, o de montaña perdida, o sea, de un pueblo interiorísimo, lejanísimo o perdidísimo.

Vamos a ver ¿por qué no decir de alguien que está gordo, sin más? No es por corrección política, porque en ese caso se diría persona con sobrepeso. Y tampoco se dice grueso por cursilería, porque los cursis dicen gordito o regordete. Y tampoco lo dicen los idiotas: esos dicen musculoso, que no tiene nada que ver con la gordura, aunque sí ciertamente con el grosor. Pero los idiotas en realidad no saben lo que dicen, que para eso son idiotas.

Yo grueso lo utilizo poco. He consultado este blog y lo he usado para trazo (trazo grueso) y para papel (papel grueso). También lo he usado para referirme a un collar de Curra, y no sé yo en qué andaría pensando. Y ya, eso es todo en 1.023 entradas. Fuera de esto, así de memoria, creo que lo podría utilizar para referirme a una cuerda. Una cuerda gruesa para decir que, además de gorda, es áspera, fea y poco recomendable para un uso diferente al ahorcamiento.

Prueben a estar un año sin decir grueso. Ya verán como no pierden nada.

Me voy a ver el Barça-Atleti.

Schiaparelli en Marte

crater-schiaparelliPasado mañana llega a Marte la primera misión europea, lo que permite al ABC el campanudo titular de «Europa desembarca en Marte». Ya era hora de ir para allá, hombre, porque al parecer ya ha habido más de 40 misiones a ese planeta, además de otros proyectos entre los que se cuenta el famoso programa holandés Mars One, que proponía una misión de ida sin vuelta del que les hablé a ustedes allá por 2013 (aquí).

La misión tiene dos objetivos: el primero es averiguar cuánto y por qué hay tanto metano en la atmósfera marciana y el segundo es comprobar, sin ningún género de dudas, si hay vida allí. Esto último me parece prudente y hasta higiénico, porque ya está en marcha la misión de 2020 que consiste en enviar un artefacto que recogerá muestras y se las traerá de vuelta a la Tierra. Y marcianos con piernas no se han avistado, pero nadie hoy puede garantizar que no haya algún bicho microscópico por ahí escondido que se cuele en la misión de 2020 y venga a colonizarnos inesperadamente. Que se traigan un alien sin querer, vaya. Y no sé si han visto la película de Ridley Scott: miren, yo sí, y no me apetece nada que nos hagamos un Teniente Ripley colectivo.

Como toda misión europea, cada país ha puesto algo de su parte. España, por lo que leo, ha aportado una estructura deformable que sirve para amortiguar el previsible castañazo que se va a pegar el módulo que va a aterrizar allí. No sé yo, no me parece que los españoles seamos muy buenos en esto de evitar castañazos, pero, en todo caso, creo que es una aportación muy útil. Eso sí, lucida no es, porque el éxito consiste en que no pase nada, y normalmente las flores se las lleva aquel que consigue que pase algo, aunque sea después de que no pase nada. No sé si me siguen. La cuestión es que la nave en cuyas posaderas se asienta la ingeniería española se llama Schiaparelli. Así que no pregunten quién ha puesto el módulo. O sí, pregúntenselo y, si lo averiguan, me lo dicen. De momento los italianos han puesto el nombre, lo que demuestra su enorme capacidad para avistar el reconocimiento. En este caso, el de la superficie marciana. Claro, que se podría esperar que los europeos hubieran elegido el nombre de algún francés, aunque sólo fuera por que dejaran de dar la lata -que seguro que la habrán dado- pero entiendo que no hay por qué preocuparse: la Grandeur se habrá reservado el nombre del artefacto que volverá de allí en 2020. En cuanto a los alemanes, seguramente no se han postulado para bautizar nada, si bien me malicio que el resto de la peña les reserva ese honor en caso de que aparezca el temido microbio marciano. Europa, o sea.

¿Y quién era Schiaparelli? Pues como yo no lo sabía (perdónenme esto y no haber leído a Bob Dylan), me he ido a la Wiki y he encontrado dos entradas que hacen referencia a dos personas: Giovanni y Elsa. El primero era un astrónomo y la segunda era una diseñadora de moda, sobrina del anterior.

Ecco!

PS: Schiaparelli da tambien nombre a un hemisferio en Marte y al cráter que ilustra esta entrada. De nada.

 

Pokemon oh

– Tú imagínate, mamá, que estás una tarde tranquilamente leyendo en la casa del Poblachón y de pronto te encuentras a un tío en la terraza cazando un Pokemon.

– ¿Un qué?

– Un Pokemon. Es un juego que consiste en atrapar muñecos que salen en el movil.

– Pues me levanto y le doy un bastonazo.

– ¿Al Pokemon? Hum. Aquí pone que hay que darle con una bola…

Esta apacible conversación fue a principios de verano. Un par de meses más tarde me ha podido la curiosidad. Me bajé la aplicación hace un par de semanas y me encontré a un alienígena calvo encima de la mesa del salón. Lo capturé con más pena que gloria mientras mis amigos del Club de Lectura me daban instrucciones por wasap. Al día siguiente me topé con un caballo amarillo con la cola en llamas trotando en mi cocina. Después de comprender que las llamas no tenían nada que ver con la vitrocerámica, lo arrinconé hasta el horno -incluso llegué a planear meterlo dentro-, pero escapó. Quité la cámara de las opciones, porque no hace más que provocar un estrés inútil, cerré el chisme y me fui de fin de semana.

El Poblachón es un buen sitio para aprender porque hay pocos Pokemon y porque siempre puedes ir con una amiga a cenar y, de camino, pedirle que pare el coche para cazar a alguno. Aunque si malo es oir sus críticas, peor es que, después de verte tirar doce bolas sin éxito, harta de ti salga del coche y te diga ¡TRAE!, te quite el movil de la mano y, a la primera tirada, cace ella al Pokemon. Y luego, mientras te devuelve el movil, tener que escuchar cómo, con expresión airada, te dice: «puto Pokemon de los huevos. Sube al coche ¡Y ya no paro más!». El juego es muy frustrante al principio, en efecto. Al principio mío al menos.

Tengo que decir que por el pinar hay pocos, por no decir que no hay ninguno, lo que es muy conveniente para mis paseos y para estar atenta a lo importante: los perros no deben acercarse a las vacas más de la cuenta. Para encontrarlos hay que irse al pueblo, que tiene más animación en especial cerca de las pastelerías y los sitios de vasos. En esto los Pokemon son muy similares a los lugareños, son muy de ir y venir por la calle principal y de pararse por aquí y por allá.

En este poco tiempo estoy en el nivel 9, he cazado 140 engendros horrorosos de 37 variedades diferentes, he incubado un huevo del que ha salido una cosa indescriptible y tengo otros dos al baño maría de los que no creo que salga algo medianamente agraciado. Además, usando unos caramelos, he convertido a un inofensivo pajarito en una especie de cuervo de colores que aletea como un pajarraco demente. Puedo asegurar que los trayectos en taxi son una mina, en especial si se pilla un buen atasco por el futbol, aunque sin duda la mejor forma de encontrar a estos pequeños cabrones para darles un buen pelotazo en la cabeza es ir con Curra a dar una vuelta. Yo no me confío, desde luego, y con Curra cerca siempre pienso que, a las malas, les puedo azuzar el perro.

Aunque puedo conseguir munición desde el salón de mi casa, he dado en seguir un mini recorrido por el barrio en el que cojo bolas siete veces mientras estoy atenta por si sale algún bicharraco por el camino para cargármelo. Y salen, vive Dios que salen. Se origina una especie de onda radiactiva en la pantalla y, pof, ahí tienes a un degenerado gris con dientes y sin piernas en plan matón de barrio. Entonces me paro, espero a que salte, zas, pelotazo y a otra cosa.

Aunque hago todo lo posible por acabar con ellos, mi barrio está lleno de estos monstruos. Nunca lo hubiera imaginado, ni siquiera cuando pienso en el aparcacoches del restaurante asturiano que hay al lado. Una se espera que esos seres esperpénticos circulen por barrios de mal vivir y peor estar pero no, parece ser que están en todas partes, incluida mi casa. También he descubierto una fuentecilla muy apañada enfrente de mi portal en la que puedo sentarme a esperar que surja alguna criatura acuática mientras Curra olisquea florecillas y busca servilletas usadas por los alrededores. De momento no ha habido suerte: sólo salen unas ratas rosas, unos monos despeinados que hacen flexiones y una cosa espeluznante con dos cabezas. He quitado los sonidos porque estoy segura de no entenderlos si es que se avienen a decir algo. Y porque no estoy dispuesta a tener que contestarles, que yo soy muy de no callarme.

Por lo visto hay gimnasios, pero yo descarto absolutamente ir -¿por quién me toman estos programadores?- porque yo no voy a gimnasios ni aunque estén al lado de casa. Así es si yo no voy, la manada de alienígenas que llevo almacenada en el movil tampoco va a ir, y mucho menos ahora que me he enterado que dejas allí a tu monstruo preferido y otros monstruos más brutos le pegan una paliza y luego te lo devuelven para que lo revivas con un spray. Qué crueldad: si ya de por sí son feos, con la cara llena de moratones deben resultar estremecedores.

pokemon-ohPor otra parte tengo grandes críticas al outfit que proponen los inventores del juego para vestir a tu personaje. Miren, es im-po-si-ble ir a cazar Pokemons un poco mona, esto es así. Tienes que ponerte una gorra como de camionero de Illinois y luego un mono- short sobre unos leggins que me parecen de lo más hortera. Qué decir del peinado, con una melenilla patibularia por la que asoma la oreja, como de pelo sucio. Aparte de que la chica es algo culona, la verdad sea dicha. Y encima me hacen ir con mitones, como si fuera yo un skater. No acabo de entender cómo es posible acumular tanto mal gusto. ¿No tienen bastante con la horripilez de los Pokemon?

En fin, si yo cazo pokemons, la pobre Curra anda cazando moscas en nuestros paseos por Madrid, porque ahora soy yo la que se para y no ella, que tiene en realidad mejores motivos. Me mira y si pudiera preguntaría por qué. O quizá, si pudiera menos, sacaría una pancarta para expresar su desconcierto: una cosa es salir y otra este ir y venir sin ton ni son. En cuanto a mi madre, quitando que los llama podemon, está encantada con que la acompañe al pueblo a comprar.

– ¿Eso que estás haciendo es coger un Podemon, hija?

– Sí, mamá. Pero ya empiezo a desmotivarme.

– ¿Te queda mucho para acabar la colección?

– Muchísimo. Mira, si veo que Curra no adelgaza, lo dejo. Espera, que le sacudo. Espera, espera… ¡ya está!

 

 

Síndrome postvacacional

El síndrome postvacacional es como El Almendro, que vuelve a casa cada año. En el caso de los turrones, vienen por Navidad y en el caso de los turrados se presentan a primeros de septiembre, justo cuando las vacaciones se han terminado para la mayoría. La mayoría somos usted y yo, y si me apura soy yo sola. Cuestión de calidad, porque ¿a quién le interesa la minoría cuando se te han acabado las vacaciones?

La desconsideración con el prójimo es lo menos que te puede pasar con el Síndrome postvacacional. La supuesta enfermedad va desde una languidez melancólica que te impide querer o no querer, he ahí el dilema, hasta una subida de gemelos al encender el ordenador, pasando por muchos insomnios y casi ningún desvelo, porque se te acabaron las vacaciones y ya nada te importa. Ah, la vuelta de vacaciones, qué dura es.

Lo que también vuelve, junto con el síndrome post vacacional, es el experto de la radio que lo explica, el programa de televisión que lo trata y el articulista que lo comenta. O sea, que una de las características del síndrome postvacacional es que, de no existir, estaría ya inventado.

En realidad y si se paran a pensarlo detenidamente, el síndrome postvacacional es un artificio, un macguffin social. Es poco menos que mucha pereza y poco más que algo de calor, y lo uno te lo quita tu jefe en un par de minutillos y lo otro te lo curas cogiendo el agua de la nevera. El colmo de la ñoñería es llamarlo “síndrome” y sanitarizarlo -perdón por el barbarismo. O sea, tomarse en serio la palabra síndrome y creer que los bostezos matinales revelan indudables síntomas de depresión. Pero vamos a ver ¿Conocen ustedes a alguien que se haya curado de una depresión el viernes siguiente al lunes en el que le fue diagnosticada?

Y les he hablado del colmo de la ñoñería, que es impostada, pero luego está el colmo del autoengaño, que es real y resulta conmovedor. Hablo de los que vuelven un jueves para evitar pasar el lunes y que de todos modos pasarán el lunes, aunque sea el siguiente, porque los lunes siempre vuelven y porque, en el fondo, preferirán pasarlos aunque sólo sea para comprobar que siguen vivos y que conservan todavía su trabajo. Eso sí, cada año tienes que soportar sus explicaciones sobre el imaginario muletazo al calendario, mientras el síndrome postvacacional se apodera de ti hasta el punto de pensar que de verdad lo sufres y que tenía razón el experto de la radio.

En fin, vivimos en una sociedad con tendencias suicidas y que sólo sabe mirar vasos medio vacíos. Casi nadie repara en que uno vuelve de vacaciones con buen color, con la mente despejada, con el cuerpo cansado pero lleno de nueva energía y atesorando vivencias que se convertirán en extraordinarios recuerdos con el pasar de los años. Ya, ya sé que me he pasado con lo de atesorar vivencias, pero es que a mí el síndrome postvacacional me impregna de inquietudes líricas. Qué le voy a hacer, si casi no hay puentes de aquí a Navidad.

Volví el lunes y mañana es viernes. Lo dicho: un macguffin.