Concursos en la tele

Shhhh. En realidad, voy a hablar de Pep Guardiola y de su despedida. Pero he cambiado el título para preservarle de los ataques de alergia que le produce esto de ser protagonista. Una persona tan beatífica y humilde, y tan expuesta a los medios… Uf, debe ser un auténtico calvario para él. Pobrecillo, cuánta pena me da. Y además que se le ve muy concienciado cuando habla de la matanza de las focas y de la entrada a la adolescencia de Harry Potter. Su sincera sinceridad, su bondadosa bondad y su generosa generosidad son muy difíciles de encontrar en el fútbol cósmico. Es muy cierto: El Pep ha sido, es y será irrepetible. Se va, y el Ebro iba crecido por las lágrimas.

Hablando de otras cosas ¿Les parece que mañana comente algo sobre el comercio de diamantes en Africa? ¿O prefieren algo de Tartufo? Bueno, mientras se lo piensan les dejo con esto para disimular. Y para que se enteren de lo que vale un peine.

El distinto collar

En las últimas dos semanas se me ha desorganizado un poco la vida y he leído poca prensa. Casi mejor, porque todo son noticias deprimentes. Cuando no son deprimentes, son cabreantes. Y cuando no son cabreantes, entonces son tristísimas. Y eso que en la radio se trata poco el internacional, aunque basta con mirar fotos y leer algún titular para hacerse una composición de cómo anda el mundo. Con Zapi no vivíamos mejor, pero al menos no tenían al país tan desquiciado. Entre que no hacían nada y que sólo decían majaderías, pues nos dedicábamos a hablar de la vida y a pensar en otras cosas. Pero Marianín ha impuesto un ritmo y un griterío que, al menos a mí, me aturulla. Ya no sé si es por tanto disgusto que nos dan o por tener que soportar a todos esos pasa-platos llevando los eslóganes de un lado para otro, que se me levanta dolor de cabeza.  En fin, que la derecha va a acabar con el poco buen humor que me queda. Perdón ¿He dicho la derecha? Lamento abandonarme al lugar común.

La única diferencia que veo entre estos que nos gobiernan y los anteriores es que ahora no te encuentras a una chacha o a un ágrafo haciendo un training de ministro. O sea, que estos han estudiado, hablan con propiedad y pronuncian decentemente. Por lo demás, es la misma ideología pero aplicada más deprisa. Una socialdemocracia buenista y de poca exigencia, en donde un Papá Estado omnipresente lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Quiero decir, que lo mismo hace el roto que el descosido. El mantra de Marianín (no podemos gastarnos lo que no tenemos) es una formulación tramposa. Y lo es porque basta con subir impuestos para tener más y seguir gastando en lo que ni vd. ni yo nos gastaríamos ni un duro. La buena formulación (no podemos gastar en bobadas) no se les ha ocurrido, a pesar de tener estudios. En fin, señores, que seguimos comprometidos con La Rioja.

Lo que no me esperaba yo es que con mi dinero también tuviera que pagar unos nuevos cursos de convivencia a los etarras, para que tengan una «aproximación a la realidad» y otra aproximación a su casita y al fin de su condena. Preferiría pagar por que les hicieran una trepanación, que iba a costar lo mismo y sería algo más eficaz, si a lo que vamos es a que esas bestias puedan vivir en un mundo normal. Es nauseabundo. Un Zapi hiperactivo, con estudios y sin abuelo: eso es, ni más ni menos, lo que tenemos en Moncloa.

Un nuevo coche

Tengo coche nuevo. Será el sexto coche que tengo, el quinto que estreno y el cuarto que saco del concesionario. En puridad, el primer coche del que dispuse fue el de mi padre, un Renault 12 blanco que yo creo que no me quedaba muy bien, pero ¿qué podía hacer, si no tenía otro?. La primera vez que conduje aquel coche (realmente lo movi un poco nada más) fue en el garaje del poblachón. Mi padre me había enviado a recoger algo, y yo lo arranqué y metí marcha atrás, para ver qué tal. Me pilló, claro, y cuando me bajé del coche me dió un cachete en la cabeza, esos cachetes que no duelen, que solo despeinan. Yo creo que estuvo riéndose tres o cuatro días, y no le sorprendió mucho que no se me calara. Y es que no tenía el carnet pero ya sabía conducir. Me había enseñado un novio que tenía entonces, primero con el coche de su padre, que era automático, y luego con el suyo, un Simca 1000 (no vale hacer bromas…).

El coche que más ilusión me hizo fue, claro, el primero que me compré, un Lancia Delta rojo. Realmente no lo elegí yo, sino que me lo eligió mi cuñado, que me convenció para que me comprara ese coche tan macarra. La verdad es que tampoco me pegaba nada aquel coche. Mi amiga Ana C., que sé que me lee, se acordará de aquella matrícula capicúa, M-LG. Es cierto que era un tiro, y un coche divertidísimo, pero lo acabé vendiendo porque me costaba más que un hijo tonto. Una de las muchísimas veces que lo llevé al taller le dije al mecánico que me parecía que el coche gastaba mucho aceite. Sin inmutarse me contestó «bueno, pues le echaré más». Así es que entre eso, y que no me quedaba bien, lo cambié por un Honda Civic blanco. Ese sí me quedaba monísimo y fue un coche maravilloso incluso después de vendérselo a un buen amigo.

Según mi sobrino, que me ha acompañado al concesionario, este nuevo me queda mucho mejor que el que tenía hasta ahora. Claro que no puede decirme otra cosa distinta, porque fui con él a probármelo. No les puedo decir cuál es la opinión de mi madre porque hoy ha hecho como en las seis veces anteriores:

Mamá ¿Quieres bajar a verlo?

– No, hija, ¿para qué? Ya lo veré…

En fin, cuando lo he sacado del concesionario era blanco. A ver cuanto tardan las palomas en decorarlo…

 

Historias de finales

Se acabó, y si eso, ya será el año que viene. El Bayern de Munich acaba de eliminar al Real Madrid en semifinales de la Copa de Europa. En los penaltys, después de un partido angustioso en el que las hemos pasado canutas. Tan canutas, que hemos terminado perdiendo. Y esto es el Madrid, un equipo para el que lo normal es jugar la copa de Europa y el fracaso es no ganarla. Yo las seis primeras copas no es que no las recuerde, es que no las puedo recordar. Y no por una imposibilidad física, sino por una imposibilidad metafísica. Que no había nacido, vaya. Pero las tres últimas las recuerdo perfectamente y se las voy a contar.

La Sèptima la vi en un bar con amigos. Ellos también lo recordarán. No diré que lloré, porque no he llorado nunca por el fútbol, pero los ojitos vidriosos sí que los teníamos todos. Aquel gol de Mijatovic. El bar está (sigue estando) en José Abascal y cuando terminó el partido, fuimos a Cibeles andando. La Castellana cortada desde antes de Colón, todos hacíamos el mismo gesto: una mano extendida, y el índice y el anular de la otra en señal de victoria, pero también en un gesto que en conjunto significaba 7. Cuando ya llegábamos a Cibeles, empezó a haber movida. Mi amigo Ricki me cogió del brazo y nos sacó del peligro de una avalancha. Teminamos pegados a la pared del antiguo Ministerio de Ejército rodeados de antidisturbios, viendo volar piedras. Los policías nos decían que nos fuéramos al metro y nos quitáramos de enmedio. Yo me quedé protegida por otro amigo, Alfredo (que llevaba traje, corbata y ¡cartera!), mientras Ricky heroicamente se fue a inspeccionar la boca, para ver si se podía entrar o había demasiado barullo. Mientras tanto, la policía nos decía que saliéramos de ahí, que iban a cargar. Y Alfredo se encaró con ellos. Más o menos les vino a decir que si no podían garantizar nuestra seguridad, de allí no nos movíamos y que prefería un porrazo de la poli a una pedrada de los linchas, esa gentuza que celebra las victorias de su equipo rompiendo mobiliario urbano, quemando coches y exhibiendo su beodez en la tele de turno. Casi nos detienen, y nos hubieran hecho un favor, la verdad, era casi lo menos arriesgado dentro de aquel follón. Acabamos la noche tomando copas por Quevedo con más amigos, lejos del lío, y acostándonos a las mil y monas. Y felices.

La Octava no la vi entera, y solo tengo en la memoria el último gol de Raúl. La vi con muchos amigos, pero en esta ocasión porque veníamos todos de un funeral. En una terraza cerca de San Antonio de la Florida habían instalado unas pantallas y allí estuvimos más o menos entretenidos, sin mucho cuerpo para fútbol, la verdad. Recuerdo el gol de Raúl, aquel en el que se escapó, se recorrió medio campo y marcó, sobre todo porque a mi amigo Javi, que es de los que preguntan si el Madrid es el que va de blanco, le pareció un gol emocionantísimo porque Raúl corría mucho y casi le pillan los de naranja. Tuvimos la feliz idea de ir a tomar algo al Independencia, en la Puerta de Alcalá, sin caer en la cuenta de la cercanía de la Cibeles. En la calle de Serrano nos encontramos con los disturbios y sus correspondientes antidisturbios. De nuevo, con el cuerpo pegado a la pared, dejamos pasar la avalancha y salimos de allí pitando. Terminamos tarde, eso sí.

Y de la Novena solo recuerdo el gol de Zidane. Díganme: ¿Ustedes serían capaces de recordar alguna otra cosa?

Semana Santa en el poblachón

Pues sí, han pasado ya dos semanas desde la Semana Santa, ese periodo de recogimiento espiritual para algunos, de vacaciones primaverales para otros, y de trasiego de torrijas para casi todos. Se trata de un momento del año muy interesante desde el punto de vista climatológico que consiste en que el tiempo cambia a peor. Siempre. Y si me van a poner pegas a ese contundente siempre, se lo dejo en casi siempre, porque tal vez hayan aprovechado alguna vez una oferta para disfrutar de las procesiones en el Caribe, en donde el tiempo suele tener mejor calidad.

En el poblachón solemos penar con unos 10 ó 12 grados menos que en Madrid y en cuanto a la sensación térmica, penamos con algo entre más o mucho más desagradable que en Madrid. En cuanto a los vientos, no los penamos sino que optamos por agarrarnos a un árbol, no sea que salgamos volando por no haber tomado una precaución por otra parte muy sencilla de ejecutar, que por allí hay muchos árboles. Y es que el viento del poblachón no conoce las esquinas.

La verdad es que es un rollo que el hombre del tiempo acierte ahora con tanta precisión. No hay que remontarse a los tiempos de Mariano Medina para decir que la vida era mucho más bella cuando los presentadores le ponían emoción a las previsiones y el espacio del tiempo era casi una telenovela. Toharia, Montesdeoca, Maldonado, fallaban como una escopeta de feria, pero tenían mucha más credibilidad. Montesdeoca era fantástico. Con su acento canarión te sonreía y te decía «así es que ya saben, si se van al poblachón, llévense el paraguas», y tú no le hacías ni caso. Ahora sale cualquier técnico y te lee el informe de ochenta artefactos además de los chivatazos de montones de personas que mandan información por el Twitter. Y así no hay quien se vaya al poblachón con algo de esperanza.

Yo siempre tiendo al optimismo y a pensar que todo tiene arreglo. Y que, a malas, lo que pasa, conviene. Así es que decidí subirme el jueves al poblachón saltándome los informes técnicos de los noticiarios. Pero avisada estaba, porque mi hermana llevaba allí cinco días agarrada a un árbol. Y cuando no llovió, es porque nevó. Mirar el cielo para rebuscar el sol era cansadísimo y sacar una mano del guante muy desaconsejable. Así que duré menos que una torrija hecha por mi madre y el sábado por la mañana me volví a Madrid.

Mi mayor ilusión esta Semana Santa era salir al campo con Curra y Wilma, la starlette de la familia, porque lo de alimentar la lorza con un par de kilos de torrijas ya lo tenía garantizado. No hubo campo. Hubo paseito y gracias. Y tampoco hubo cámara. Esto es a lo máximo a lo que soy capaz de llegar con una Blackberry y unas manos enguantadas. Una calidad, ya ven, muy poco caribeña.

«…Et contre l’implacable, contre le vacarme du diable, trouvant du temps pour l’imposible, pour l’inesperé, pour l’imprevisible…»

Cumpleaños del blog

El día 19 de abril este blog cumplió dos años. Había pensado escribir algo especial, incluso había tomado algunas notas en Semana Santa. Luego, lo que son las cosas, se me pasó completamente la fecha. Lo cual que debería reconfortarles casi tanto como a mí: todavía me convencen las prioridades del mundo 1.0, hasta el punto de dejarme allí la cabeza. En cuanto a las notas que tomé, me las dejé en el poblachón…

Tengo pocas cosas que decir que no estén dichas. Y además, ya saben lo poco que me gustan estos post ombligueros en donde nos ponemos a hablar de cómo abordamos la pantalla en blanco, cómo consideramos a nuestros comentaristas y qué sentimos al tener un blog. Digo lo poco que me gusta escribirlos, porque leer este tipo de entradas en otros blogs no es que me guste, es que me apasiona. Ver cómo los demás sufren casi tanto como yo me produce mucha tranquilidad, además de la satisfacción de hacerme sentir parte de una extraña tribu.

En  estos dos años he podido averiguar dos cosas. La primera, es que soy incapaz de ceñirme a una disciplina concreta. Y así me está saliendo el blog: un puro disparate. Ni es un blog de vivencias, ni de pensamientos, ni futbolero, ni político, ni de sociedad, ni de costumbres, ni profesional, post cortos, largos, medianos, divertidos, tristes, serios, enfadados… Ya digo, un puro disparate. Y la segunda, y esto es un poco más incómodo, qué no tengo ni idea de lo que queréis, de lo que os gusta más, de cuáles son las cosas que preferís. Y no me refiero tanto a los que amablemente dejáis un comentario, que siempre me haceis reír o reflexionar y que en todo caso, ya expresáis motivos y pensamientos. No. Me refiero a todos los que entran en silencio, que sois muchos, o eso me parece a mí. Yo os pediría que votarais al menos. Bueno, no, mejor no, que el otro día entró uno que se dedicó a poner «very poor» en un montón de entradas y tuve dificultades para conciliar el sueño un par de noches. O sea, que si no os gusta, me ponéis «average«, y ya me hago cargo…

Y ya está el post más o menos terminado porque no tengo mucho más que decir, aunque sé que cuando recupere las notas que me dejé en el poblachón me tiraré de los pelos. Ya sólo me queda daros las gracias de corazón por leerme. No sois la razón por la que escribo en un blog, pero sí el mejor de los motivos.

 

La patota

Soy una jefa de estado, no soy una patota»

Desviamos la vista del televisor y nos miramos.

– ¿Qué ha dicho?

– ¿Al final? No sé… ¿No soy una patata?

– No, no, creo que ha cerrado algo los labios. Además, las patatas son de América, no puede negarlo… ¿Patocha?

– Patocha no, no significa nada… Bueno sí, ¿Que hace patochadas quizá?… ¿Pamema?

– Mema vale, pero ¿Pamema? Ni siquiera en Argentina usarían así esa palabra… ¿Patona, tal vez?

– Sí puede ser, patona, femenino de patán… Sí, puede ser… ¿ Y patosa?

– También puede ser patosa aunque no creo que se arriesgara: si lo niega puede alertar a su pueblo…¿Palota?

– ¿Y qué es palota? ¿que va dando «palos» por ahí? No sé, sería como hablar de la soga en casa del ahorcado… ¿Y no será paleta?

– ¿Paleta? Puf, ni siquiera ella hablaría tan claro del nacionalismo… ¿Pelota? 

– No, a ver, pelota no: si está delante de un montón de cámaras…

Un día tardamos en que un periódico nos hiciera la gracia de sacarnos de dudas, y de paso traducirnos la frase. Definitivamente, no hay quien entienda a los argentinos.

A quien sin embargo entendí perfectamente fue al Sr. Brufau cuando le preguntaron por Repsol. Dijo (de memoria, no es textual):

– ¿Qué le queda a Repsol? A Repsol le queda todo. Le queda el futuro. Y le queda no tener que pensar ya más en Argentina.

 

PS: «Patota» parece ser que significa «bravucona». De locos…

Un lunes de abril, 16 para más señas

Algo habrá que hacer, digo yo…

(I simply remember my favorite things, and then I don’t feel so bad…)

PS: El final de la escena es un pelín abrupta. Pero si no han visto la película no se asusten. Al final se casan. ¿Hijos? No, yo creo que ya no tienen más…

Mujeres consejeras

Actualmente, sólo uno de cada siete  consejeros en las grandes empresas es una mujer. Ese 14% baja hasta un dramático 3,2% si lo que buscamos es una mujer que dirija estas grandes empresas. Bruselas ha tomado cartas en el asunto y la Comisión Europea ha fijado un objetivo muy yupi del 40% para 2020. Por medio, encontramos muchas iniciativas privadas, incluso en España. Las razones tienen que ver con los principios, pero sobre todo con el negocio: las empresas en las que hay un mayor número de mujeres directivas tienen resultados significativamente mayores y gestionan mejor el riesgo.

Me parece bien todo esto, aunque cada vez que lo leo me viene a la cabeza esa escena de las Amistades Peligrosas en la que el Conde de Valmont se acerca a un poblado a repartir monedas entre los pobres para mejorar su imagen ante Madame de Tourvel, y termina desquiciado cuando comprende el mundo miserable que coexiste con su mundo de oropeles. Hay una brecha dramática entre los dos mundos, y uno de ellos parece no querer enterarse. Y mientras en uno se habla de cosmética, en el otro no hay ni siquiera la higiene más básica. Y no estoy hablando de la película.

Hace unos días me topé con un suelto perdido en las páginas de deportes del diario ABC.  La mini noticia era que Arabia Saudí ha decidido prohibir la participación de sus mujeres en las Olimpiadas de Londres. Para que me entiendan correctamente, les estoy hablando de las olimpiadas de Londres de 2012, no de las olimpiadas de 1908. Arabia Saudí es un país en el que las mujeres no pueden salir solas a la calle, y en el que no pueden conducir un coche bajo pena de 10 latigazos. Ya de votar ni hablamos, claro. También están olvidadas por las feministas de pancarta occidentales ante la constatación, supongo, de que el uso de anticonceptivos es la última de las preocupaciones de los camelleros locales cuando salen a comprar esposa.

¿Un porcentaje de mujeres en consejos? Yo antes me preguntaría para qué. ¿Les parezco provocativa? Tal vez lo sea, pero antes, díganme: ¿De qué sirve que Doña Catalina Luca de Tena sea la Presidenta-editora de uno de los tres diarios de mayor tirada en España, si no es capaz de que esta noticia esté en las primeras páginas de su periódico? Está bien, no es negocio. Entonces, díganme ¿Para qué sirven esas mujeres que se sientan en el COI, en los consejos de ministros, en el Parlamento de Bruselas, en las Cortes, en la Comisión de derechos Humanos de Estrasburgo…¡En la ONU Mujeres!? Por no hablar de esa panda de feministas imbéciles para quienes la condición de mujer empieza y termina en la vagina, que sólo hablan de libertad sexual (sin duda haciendo de la necesidad virtud), y que se atreven a alzar la voz para regañar a unos académicos ancianos pero no para denunciar a estos cabrones con chilaba.

Sí, necesitamos mujeres en los consejos y en los centros de poder y de influencia. Pero mujeres que quieran cambiar el mundo y no sólo figurar en él. Líderes que muevan a las demás, que sientan que si hoy no luchan, mañana, cuando esos fanáticos estén en el capital de nuestras compañías (más todavía) ya no podrán luchar porque estarán debajo de una burka. Eso de que «los árabes tienen petróleo, fin de la discusión» no es admisible. Y no lo es porque estamos delante de cuestiones que no son secundarias, sino principales. No es cosmética, señoras: es higiene.

Yo tengo algunas ideas. ¿Por qué no dejar de vender coches en Arabia Saudí hasta que permitan a las mujeres conducir allí? Como en El Padrino, no es nada personal, sólo son negocios:  La primera compañía que tome esa decisión (Mercedes, Audi, Chevrolet, Fiat…) y la publicite adecuadamente se hará con el mercado de las compradoras de coches en el mundo, que es mayor que el de Arabia. Y detrás irán las demás compañías. ¿Lo ven? El feminismo puede ser rentable. Ah ¿ Que no hay mujeres consejeras en esas empresas todavía? Bien, ¿Por qué no actuar desde abajo? Tal vez las mujeres que trabajan en las fábricas estarían dispuestas a que se les cayera el boli unos cuantos días hasta que la dirección decida dejar de vender a esos cerdos. ¿Lo ven? El feminismo puede ser un verdadero quebradero de cabeza. Ah ¿ Que no hay mujeres comprometidas realmente y ejerciendo un verdadero liderazgo en un comité de empresa? No se preocupen, que todo se andará…

Madeleine Albright (Secretaria de Estado con Clinton) logró que las violaciones fueran consideradas armas de guerra contra la Humanidad. Por algo se empieza. Y es que para eso sirve el poder y la influencia, Hillary. Para eso, Christine. Para eso, Angela. Para eso, Sofía. Para eso, Soraya(s).

Para eso también, señoras consejeras, deberíamos reclamar el poder. Y mientras tanto, messieurs, j’accuse!

Un tuitero

¿De qué le conocía? Realmente, de nada. O como un día alguien, lleno de razón, le contestó no sé si a @la coronel o a @Lupe: «¿Cómo que no te conozco de nada? ¡Te conozco de tuiter!«. Aquello se me quedó grabado en el cerebro.

Suelen ser conversaciones que sabes efímeras. Casi siempre intrascendentes. Yo del Madrid, tú del Barça, aquel del Atleti. Vengo de la peluquería, estoy en un atasco, el niño tiene mocos. El gobierno es idiota, la oposición es idiota, los políticos han hecho, de nuevo, una idiotez. Discusiones muy animadas y algún que otro enfado se pasea por tu pantalla. Fina ironía y pellizcos de monja se alternan con palabras gruesas y algún que otro disparate. Pocas cosas que recordar mañana, pero al fin es como pescar: algunas carcajadas en tardes especialmente divertidas y con personas que te hacen reír con su extraordinaria lucidez.

Un mundo despreocupado, pero no del todo irreal. Un mundo sin apenas memoria, que abriga extrañas lealtades y que reacciona con una sensibilidad ajena a lo virtual, inexplicable. Que funciona a latigazos, a golpe de emociones. Un mundo de muchas razones pero de poca razón, en el que no conoces a nadie pero en el que todos nos acabamos conociendo. Un mundo raro, inventado para jugar o para trabajar pero no para querer. En el que hoy estás y mañana no, y la vida sigue sucediendo cuando refrescas. Un mundo en el que veces te topas con una bofetada de tristeza que te resulta inaudita.

@veva983 lo definió perfectamente: » Escribir un twitt es como meter un barquito de papel en el Amazonas, siempre se lo lleva la corriente«. Ese tuit fue marcado como favorito dos veces y retuiteado tres, por cuatro personas. Yo hice ambas cosas. No puedo saber si Angel, @cucopri, lo retuiteó o sólo lo marcó para guardarlo. Lo que es seguro es que se fijó en aquella frase. Y la compartió con los demás o se la quedó para siempre.

Creo que necesito abrigarme.