Cómo escribo en el blog

DSC_0027 recortadaSupongo que este es el tipo de post que yo llamo ombligueros que sólo interesan a aquellos que tienen un blog. O ni siquiera. A mí este tipo de post me gustan mucho, porque me comparo y me hacen pensar cómo hago yo, si igual o parecido, o ni lo uno ni lo otro.

Mucha gente me dice que encuentra dificilísimo esto de escribir casi cada día. No lo veo yo tan complicado, la verdad. Al final, es una gimnasia como otra cualquiera, el truco está en acostumbrarse. Bueno, y te tiene que gustar. Sí es verdad que hay días que no sale nada, que no sabes sobre qué escribir. Yo escribo por la tarde, cuando vuelvo de la oficina, y le dedico una hora, más o menos. Así es que si de vuelta en el coche comprendo que no tengo nada para escribir, ya sé que no hay remedio y que ese día no habrá post. Porque las veces que me he forzado, he tardado demasiado tiempo, y no es nada divertido. Y es que no es sólo la idea, o el tema, sino cómo abordarlo y qué decir sobre ello lo que da forma a un post. Y no es lo mismo.

Escribo directamente sobre el programa, no suelo pasar por un procesador de textos a no ser que la idea sea muy confusa, o si sé de antemano que tendré que corregir y mover mucho el texto. Tampoco suelo hacer esquemas previos, ni ordeno antes lo que voy a escribir. Puede suceder, pero no es lo normal. Muy raras veces transcribo al blog lo que escribo a mano, porque no suele ser asunto del blog, pero tengo que decir que las pocas veces que lo he hecho, me ha sentado de maravilla.

Escribir es muy divertido cuando el texto sale solo, cuando casi no tienes que pensar, cuando no paras ni para releer el párrafo anterior. Es lo divertido y es cuando mejor salen los post. Y le das a publicar y te dices: “qué chulo esto que acabo de escribir”. Pero esto no siempre es así, y a veces escribes, y borras, y reescribes, y reorganizas, y tachas, y cambias, y te das cuenta de que la idea no sale, o que son demasiadas ideas, y notas cómo estás forzando el post, cómo lo retuerces, cómo vas y vienes sobre lo mismo, sobre lo anterior, sobre lo que debe venir después, cómo para expresar una cosa no acabas de decidir la mejor forma, y cómo acabas tirando de oficio o de técnica, sin tener ni oficio ni técnica. Y le das a publicar y te dices: “vaya truño”.

Y ahora, después de esto que he escrito, me levantaré, me iré a sacar a Curra, y buscaré la inspiración para el post de mañana que tengo que escribir hoy para dejarlo programado para las 8 en punto. Sí, el post del Club de Lectura, un post para el que necesito encontrar la forma, el tono y hasta el hilo conductor. Y a ver qué sale.

Ese Estado yonki

curra harturaUn año y medio hace desde que Rajoy es presidente del Gobierno. Casi estamos a la mitad de la legislatura, y aquí seguimos, sin poder decir que haya hecho este hombre ninguna reforma en profundidad. Porque aquí, lo único concreto y tangible, lo único que se ha cumplido de forma material, inmediata, y casi con efectos retroactivos, han sido las sucesivas subidas de impuestos. Lo demás son anuncios de lo que se va a hacer, refritos de promesas, baile de intenciones y titulares literarios. Hay la nada, y la nada habrá.

Rajoy había anunciado la subida salvaje de IRPF el día anterior, esa que nos prometió no hacer y que luego nos prometió que duraría sólo un año, y ya va para dos, y trataba de explicarlo. «Es que no hay un duro«, decían. Pero yo me abonaba más a otra tesis, que a la larga es la buena: «Esto indica que no hará nada, que no podemos esperar nada, porque los impuestos son como una droga para los gobernantes, no podrán renunciar a ella, porque no necesitarán hacerlo«. Después, ha venido la subida del IVA. Subidas de impuestos especiales, nuevas tasas ecologistas, verdes, rosas y moradas, para mantener, para seguir manteniendo a esas élites extractivas que no aportan nada y que hacen algo peor que robarnos, y es empobrecernos. Para mantener un Estado y unas Administraciones Públicas cuyo gasto está fuera de control, y una estructura del Estado desquiciada, abusiva, invasiva, absurda, demencial, en la que ya ni se sabe por dónde hay que empezar a cortar. Lo denunció Pedro Jota en un editorial de los suyos que me dejó pasmada: el PP ha subido los impuestos más allá que lo que proponía el programa de Izquierda Unida. ¿Pero qué coño estamos votando los españoles?

Aparte de los impuestos, ¿qué más ha hecho este señor? Nuestra prima de riesgo sigue en los entornos de 300 pb ¿Se acuerdan cuando 300 pb eran el umbral del rescate? Ya nos parece normal. Un tipo que pidió un crédito sindicado de 27.000 millones de euros al 6% para que las AAPP pagaran a sus proveedores (¡Un Estado que no paga y que nos parece normal!), es decir, se endeudó por nuestra cuenta y para que pagáramos los intereses por la mala gestión de lo que él dirige, y que un año después tiene que pedir un nuevo crédito (y es el tercero) porque las AAPP siguen sin pagar por lo que contratan. Pero están muy contentos, porque los tipos ahora son del 4%… ¿Lo hará de nuevo al año que viene? Un tipo que ha elevado la deuda del 69% al 88%, y que luego reclama que los bancos den créditos a las familias y a las empresas, cuando él chupa, como un vampiro, liquidez disponible para tirarla por el agujero negro de una Administración ineficiente. Y por si eso fuera poco (más impuestos, más deuda soberana, más créditos de los bancos), la unión Europea ha puesto muchos miles de millones para los bancos, para la reactivación, para el empleo juvenil y para la madre que los parió. Todo el dinero nuevo por el sumidero de la ineficiencia de un Estado lleno de zombis. Ay, Mariano, las drogas.

¿Y el gasto? Pues la poda toca a los ciudadanos, pero no es tanto los temas de Sanidad o de Educación (que yo creo que hay que racionalizar más aún). No, son cosas de tipo «oiga, si vd antes disponía de dos policías, ahora sólo tiene uno y medio», «si antes le atendía en ventanilla, ahora se lo hace vd por internet y deme las gracias». Por no hablar del tema de las pensiones, que las bajarán, ténganlo por seguro, porque si el ciudadano está indefenso, figúrense los ancianos. Es una broma de muy mal gusto ligar las pensiones a la productividad, cuando el Estado tiene que pedir un crédito cada año para pagar facturas.

Nos anuncian una ley de emprendedores que, como Ancelotti, cuya presentación ha sido anunciada cada día durante un mes, nos llevan contando desde hace un año. O sea, que es propaganda, y poco más. Propaganda, porque no hay crédito y no hay crédito porque todo el dinero está encerrado en un Estado voraz que se dedica a apilar leyes, reglamentos, normas y obstáculos por la vía de demasiados «gobernantes» aficionados sin muchas cosas que hacer por las mañanas y con muchas ganas de aparecer en los 18 BOES del Estado. Y anuncian una reforma de las Administraciones pero que sólo se queda en recomendación para las CCAA, con lo cual no se aborda el problema, ni el que está en el fondo, ni el que está en la superficie, flotando como una mancha de grasa infecta y maloliente. Y meten en la cuenta del ahorro eso de que haremos todo por internet. Y yo tengo para mí que estos tipos se acaban de inventar la 4ª capa de administración pública, porque no eliminarán nada de lo que existe actualmente. Y no será gratis implementar el sistema: será un proyecto elefantisíaco, en donde se dilapidarán muchos miles de millones entre retrasos, errores, mala gestión y mordidas, para lo que habrá que contratar a muchos más amigos. Pero lo más divertido es que nos dicen que así ahorraremos… ¡¡¡Nosotros!!! ¡La Administración dándonos consejos de ahorro a los ciudadanos! Es todo demasiado triste como para encontrarle algo de comicidad. Es todo demasiado desolador como para sacar de todo este sindiós un poco de ironía. Porque lo peor no es que no saben: es que no quieren.

Que Rajoy era un perezoso y un indolente ya se sabía. Que no se podía esperar gran cosa de un tipo que lleva desde 1983, ya va para 30 años, agarrado a la teta del Estado y viviendo de mangonear en su partido, también lo sabíamos. Ahora bien, que fuera más tonto que Zapatero ha sido una sorpresa. Y que quedaran tantas oportunidades todavía por perder, una verdadera revelación.

Por qué no voy con la selección española

En realidad, podría resolverlo con un tuit: «No voy con la selección española porque me da miedo morir hipnotizada», pero me voy a alargar un poco, para que no me digan.

Ya lo creo que tengo edad como para recordar aquellos tiempos en los que no ganábamos nada, y siempre era por mala suerte, o por el árbitro, o por un poste, por cosas así. Ya lo creo que tengo edad, pero vamos, que si tuviera 20 años también me acordaría, tampoco vayamos a contarnos tonterías aquí y ahora. España empezó a ganar algo a partir de la Eurocopa del 2008, y antes era la nulidad más absoluta, precedida, eso sí, de mucha alharaca y muy buenas intenciones. Y la Eurocopa del 2008 fue una enorme alegría, y el mundial de Sudáfrica no digamos. Y en la Eurocopa 2012 ya hablaba yo de que empezábamos a tener con la selección una mayor exigencia, lo cual no deja de ser lógico (la exigencia, no que yo lo dijera). Pero no se trata, en mi caso, de que les exija más a los futbolistas o al seleccionador, y tampoco es ese postureo de llevar la contraria, o de criticar lo «patrio» porque sí. No, es otra cosa.

Para empezar, yo creo que la selección española necesita darse una buena bofetada. Y de paso, que nos saquen a los aficionados y periodistas de ese embobamiento en el que parece que se puede perdonar todo, en especial el sopor y la mentira de ganar un campeonato de chichinabo enfrentándonos a aficionados o a selecciones que siempre han vivido del moco. Necesitan una buena costalada para que deje de ser una selección llena de gente que es seleccionada «desde el cariño» y alineada «desde el respeto que se merecen». No, mire, señor Del Bosque, no. Vd no puede jugar con «falsos 9» solamente porque tiene cariño al chaval Villa. Ya estuvo a punto de llevarle con muletas a la Euro del 2012 y al final tuvo vd algo de vergüenza, no sé si vd ó él. Y lo mismo hay que decir de Torres. Si quiere vd, le ponemos una selección para que se bese, se abrace y se diga cosas bonitas con sus jugadores, pero deje esas paridas de mamá gallina para los partidos de veteranos, hágame el favor.  Y yo se lo digo desde el respeto y desde el cariño, no crea, porque soy muy consciente de que vd gana campeonatos, y partidos, que a poquito que una levanta la voz, al final todos acaban recurriendo a las mismas cositas: el resultado. Pero es que ese resultado esconde grandísimas mentiras. Porque es una grandísima mentira que el niño Torres se vaya a llevar el trofeo al mayor goleador de la Copa Confederaciones por un partido jugado contra… Tahití. Y porque es una grandísima mentira que ayer España «triunfara sobre la muralla italiana» merecidamente. Merecieron perder, igual que los otros: simplemente ganó el menos patético, porque a juego coñazo, ganaron los dos.

Y luego están los periodistas, y muy especialmente los babosos de la tele, aunque algunos titulares de prensa son como para tirar el periódico por la ventana. Yo tenía un amigo francés que me decía (hace años) que le sorprendía lo ecuánimes que eran los locutores de fútbol en España. Eso ya pasó. Ahora son forofos, gente que narra los partidos de la tele como si fuera la radio, y que si no saben describir, ya no hablemos de calificar. Ayer uno de Telecinco llegó a decir la imbecilidad de que Casillas había desviado un penalty con la mirada… Así estamos, amigos, hemos inventado el periodismo mágico. De aquí a que nos digan que Del Bosque lleva en el bolsillo bolitas de muérdago para cocinar una poción sublime, nos queda bien poco. Miedo me da ver otro partido, igual mira Casillas a cámara y me quedo embrujada todo el verano.

En fin, el domingo jugaremos contra Brasil. Espero que nos pongan la cara bien colorada. A ver si tenemos suerte, y nos humillan con muchos goles y con juego bonito del bueno. Y no con ese mentirijuego de la selección, ese juego alelado y pastoso que pide a gritos un poquito, sólo un poquito, de frescura.

Tiempo

El tiempo es tiempo y sólo tiempo. Incluso cuando se tiene prisa, incluso cuando se va despacio, el tiempo es tiempo y sólo tiempo. Comprenderlo es sencillo: después de un lunes viene un martes y hoy ya no será hoy después de las doce. Y el día de ayer contó con las mismas horas que el día de mañana, los siglos se reparten en años, y los años en días, y los días en horas. Aquí y en cualquier lugar del mundo, hoy y siempre, y siempre es todo el tiempo, igual que nunca, que también es todo el tiempo.

«No tengo tiempo…» ¿Y quién lo tiene? No se puede guardar, ni almacenar, ni cambiar. Ni se puede comerciar, ni comprar, ni vender. No se recupera, no se gana, no se pierde. No sobra, porque no falta y no falta porque siempre hay el mismo, y porque tú deberías saber a qué hora se moverán las agujas de tu reloj, no es tan difícil. No importa cuánto, no importa cómo, no importa dónde ni por qué. Importa cuándo. Y no hay nada que explicar, como mucho sirve de algo medir. Y no hay más.

El tiempo es la única dimensión, la única variable, conocida y medida de antemano, inmutable, perfectamente previsible, cuya medida está pautada y aceptada universalmente. No saber organizarlo implica ser profundamente estúpido. O profundamente débil. Cerebros deslavazados que te dicen que no tienen tiempo… ¿Y quién lo tiene? Piensan que podrían tener el tiempo para controlarlo, como si pudieran hacerlo, como si se lo permitiera algún dios del Olimpo, como si eso estuviera a su alcance, como si su alcance llegara muy lejos, más lejos que el propio tiempo. Una ambición que, de puro absurda, se convierte en la nada, en la nadería del descontrol de los propios actos, el no dominar ni tus propias respuestas, que siempre pierden su momento de razón. Lo mismo da un sí o un no, hasta la palabra se improvisa, y ya no sabes dónde estás, dónde te perdiste, y el tiempo ya es espacio, y tu compromiso se convierte en una quimera inmanejable.

Personas que saben apenas lo que tienen que hacer, pero no saben cuánto tiempo les llevará. Peleles incapaces de entender que nada se puede ordenar aleatoriamente, porque entonces deja de ser orden, y que sólo a veces se puede ordenar lo aleatorio, pero entonces deja de ser aleatorio. Tontos que corren de un lado a otro y que creen que dominan el qué, el cómo, el porqué, y entonces creen que pueden engañar al cuándo. Y corren detrás del tiempo, que no corre nunca, que mantiene el mismo ritmo siempre. Siempre. Siempre. Y nunca. Personajes absurdos que van y vienen, sin que pase nada nunca, aunque algo pase siempre. Creen que por ir deprisa ganarán al tiempo. Pero el tiempo es tiempo y siempre tiempo, y sólo se deja alcanzar cuando ya ha pasado.

Y el tiempo los acoge, los muerde, los mastica. Y al final, los escupe.

Farolas de luciferina

Leo que el pasado mes de Abril, unos científicos americanos (el periódico les llama creadores) han tenido una idea brillante: crear unas plantas fluorescentes que brillen mucho en la oscuridad, para así ahorrar luz eléctrica. ¿Ven cómo  es brillante? Glowing plant, se llama el proyecto. Esto no lo hacen porque haga bonito, sino porque así se reduce la cantidad de dióxido de carbono que las lámparas, farolas y, en general, toda la iluminación nocturna, emite a la atmósfera. No crean que me he enterado de mucho más, porque el artículo se ponía luego a hablar de ADN, de biología sintética, de moléculas, de genes, de inyecciones y de mezclas insensatas de sustancias raras, y me he perdido. Pero vaya, créanselo: en un futuro, en vez de farolas, en nuestras calles tendremos acacias inyectadas con una cosa que se llama luciferina, que parece ser la responsable de esta maravilla y con cuyo nombre no voy a hacer ningún chiste, aunque la cercanía con Lucifer sea muy tentadora.

Por supuesto, y como siempre que alguien tiene una idea, sea buena o mala, hay quien se opone, pero los inventores dicen que no hay problema y que van a hacer esas plantas monstruosas con absoluta seguridad. Y se avienen a dos razones: que no serán invasivas y que no les inyectarán ningún gen con ventajas evolutivas. Y yo, después de estas garantías, ya no me opongo, porque me dejan tranquilísima: Ninguna de esas plantas aparecerá de pronto en medio de un pinar, sino que  se quedarán en el lugar donde las han plantado quietecitas, sin capacidad alguna de agredir ni siquiera al pobre geranio del balcón, que no brilla gran cosa pero que decora perfectamente.

Ya les digo que no me he enterado de nada, pero me he leído el artículo completo, no crean, porque sigo teniendo algunas preguntillas que tienen su importancia. Lo primero es si esas plantas serán bien distinguibles de día. Hombre, yo lo digo porque imaginen que las confunden con una lechuga y van y se la comen. Figúrense el espectáculo de luz que puede salir de sus ojos. Bueno, y de su cuerpo. Y otra de las preguntas que me asalta, y que es muy seria, es qué hacemos si queremos apagar la planta. Porque está muy bien poner una glowing plant en la mesilla, pero no veo cómo la podríamos apagar si no es poniéndole un capuchón.

Realmente, los que peor lo van a llevar son los pájaros. En ellos no han pensado. Aunque casi mejor, porque se inventarían un proceso genético para quitarles los párpados, que total pa’ qué, dirán con lógica luciferina. En cuanto a nosotros, humanos, sólo nos queda aprovechar los pocos ratos de oscuridad que nos quedan para tener, si vienen mal dadas, un buen recuerdo de aquellas noches claras de inquietos luceros, y acostumbrarnos a que, bajo la luz de las velas, ya nadie nos dirá eso de «qué bonitos ojos tienes», sino «hay que ver cómo molan tus gafas de sol».

Irse a China

Me gusta mucho viajar, he tenido la oportunidad y me lo he podido permitir, así es que yo diría que conozco bastantes sitios. Un primer recuento me lleva a decir que he estado en 35 países, descontando España y estoy segura de que habré olvidado alguno, pero no sé si vale mucho contarlo así. Si vamos a ciudades, ni las cuento, porque me da una pereza infinita, aparte de que a ver qué hago con Islandia: me recorrí la isla entera y sólo se puede hablar, en propiedad, de  una ciudad. Y luego que no siempre la lista se hace con países: en ocasiones son islas, o puntos concretos del mapa. Así es que yo prefiero decir que he estado en muchos lugares y que conozco muchos sitios, en el entendido de que ir a Estados Unidos e ir a Nueva York cuenta como dos viajes distintos y que ir a Argel no es «ir a Africa».

Hay una cosa que me molesta casi tanto como que me digan que tengo los ojos azules, y es que en cualquier conversación sobre viajes, siempre hay alguien alrededor de la mesa que saca a colación justamente ese sitio en el que no has estado y te dicen «¿Cómo? ¿No has estado en xxx? ¡Con todo lo que has viajado y no has estado allí! ¡Huy, pues es maravilloso, verás…» Y te empiezan a hablar de ese sitio en el que si no has estado es porque no lo has considerado prioritario, y lo dices: «no he estado en xxx porque nunca me ha interesado una mierda», pero da igual: te cuentan con pelos y señales todo sobre ese sitio que no te produce el menor interés, intentas cambiar de lugar, intentas hablar de otro sitio, pero la conversación se queda enganchada ahí, en ese sitio que, vaya por dios, no has tenido el gusto de visitar. Durante mucho tiempo me pasaba con con Estambul. Estambul por aquí, Estambul por allá, qué pesadez, parecía que regalaban los viajes a Estambul en los bollycaos. Allí había estado quizá no todo el mundo, pero sí el que menos comía y más hablaba en la cena, hasta que ya, por fin, fui de una puñetera vez al puñetero Estambul, y pude quitármelo de encima. Y por cierto, que ahora es un sitio del que no tengo que hablar nunca, Estambul ya no sale nunca en ninguna conversación… Me pasa mucho con Escocia también, y no consigo engañar a nadie para ir. Es normal: ya ha estado allí todo el mundo. Aunque en el caso de Escocia consigo zafarme («Tengo entendido que se parece a Islandia, aunque sin géiseres y con menos calamidades») por lo general no sirve de mucho, y puedo decir que ya conozco Edimburgo, Inverness, el festival de verano, las Highlands y las brumas y las carreterillas como si hubiera nacido allí.

Este año quiero irme a China, otro de los destinos que estoy deseando quitarme de encima. Aparte de que se trata de un destino de lo más eficiente: Como dice mi amiga Merche, pones un pie en Pekin y tachas la mitad del mapamundi. Mira, en eso rivaliza con Moscú y con Montreal… En el caso de China, no es que tenga un interés especial, ya saben que a mí lo chino no me atrae mucho, aparte de que esa estética con tanto dragón rojo me asusta un poco. Pero creo que es un sitio que hay que conocer, es un país al que hay que ir y que no hay que tardar mucho, porque dentro de poco harán adosados aprovechando la Gran Muralla. Claro que lo llevo pensando toda la vida, pero siempre lo he dejado pasar, siempre había algo mejor, y ahora tengo la sensación de que ya voy tarde. Y por cierto que me está costando la vida cerrar el viaje. Lío con las fechas, lío con el trayecto, lío con los precios, lío con las agencias, lío con los vuelos. Todo son líos, que es algo que me parece muy chino.

No, Curra no viene. Con el lomo que tiene, lo mismo la echan a la cazuela y me la ponen en el plato laqueada…No, de ninguna manera.

 

 

Phtirápteros

Vulgo, piojos. Para no tener que ir demasiado lejos, me he pasado por la Wiki, en donde leo que son unos insectos neópteros, aunque si se sigue el enlace no se comprende bien por qué: un neóptero es un insecto con alas sobre el vientre. Y ya lo les faltaba, tener alas. Y si seguimos leyendo, llegamos a donde dice que son unos bichos asociados a guerras, catástrofes naturales y miserias en general, y también a la falta de higiene, al hacinamiento y a la vida precaria.

En el libro de Las Benévolas, de J. Littell, hay un pasaje en donde se describe cómo el protagonista, en Stalingrado, pasa por un lugar lleno de cuerpos enfermos, hombres ya moribundos, y cómo se sabía cuándo uno de ellos había muerto: una sombra negra de miles de piojos reptaba de inmediato hasta otro cuerpo aun vivo, otro cuerpo con sangre de la que alimentarse. Y mi  madre, muy lejos de abonarse a la ficción, me contó en una ocasión cómo en la cola del racionamiento, acabada la guerra, mi abuela tiraba de ella para que no se acercara a un grupo de mujeres porque, decía mi abuela, se les veían los piojos desde lejos escurrirse por su cabeza y por su cuello.

Ya no es un bicho asociado a las guerras, las hambrunas, la extrema miseria o a la falta de higiene. Pero son unos supervivientes, y siempre encontrarán una cabecita donde anidar. Los piojos no saltan, sino que se traspasan de una cabeza a otra cuando hay contacto. ¿Y en qué lugar lleno de gente puede producirse un mayor contacto entre cabezas? Exacto. Luego los niños se los pegan a los padres y por eso yo no descarto que haya gente en las oficinas con piojos. No digamos en el metro o en el autobús, entre otras razones porque hay mucha gente que va a trabajar en transporte público. ¿Pero de dónde salió el piojo original? Pues miren, eso, además de ser una incógnita, casi es mejor no saberlo.

Tendría yo nueve o diez años y me diagnosticaron varicela. Huy, cómo picaba aquello. Se me llenó el cuerpo y la cara de granos rojos y mi madre me avisaba de que si me rascaba se me podría quedar una marca, como así fue. Me picaba todo, incluso la cabeza. Y de pronto, un bichito fue a caer a la almohada. Y mi madre, a pesar de no ser lo que se dice muy valiente para según qué cosas, precavida empezó a investigar por mi cabeza y no encontró nada, aparte de los granos varicélicos. Sin embargo, mi madre es tan lista como cualquier madre (y desde luego muchísimo más inteligente que cualquier piojo), así es que cogió el bichito, lo guardó en un frasco y esperó a que llegara primero mi abuela, y luego una de mis tías para salir de dudas: era un piojo. «No te fíes, le dijo mi tía Manola, si hay uno, habrá más: échale vinagre en el pelo». El piojo, que hubiera podido seguir camuflado entre los síntomas de la varicela, tuvo la torpeza no ya de caerse en la almohada, sino de permitir que lo viera mi madre y que, para colmo, lo atrapara, y eso le llevó a la perdición a él y a todos sus colegas. Y que casi me desgracia la pituitaria si no es porque mi madre tuvo a bien comprar al día siguiente un liquidito que atufaba considerablemente menos. Y yo recuerdo aquella toalla blanca sobre la almohada, en donde iban cayendo los cadáveres, y todavía hoy me dan ganas de pegar gritos y me vuelve a picar la varicela. Casi tanto como el primer día, porque el segundo no sé ya si me picaba por los granos, por los piojos o por el agobio.

Todo esto viene a cuento porque yo creo que a los padres les encanta hablar de los piojos de sus hijos. En fin, no diré yo que sean conversaciones de alto standing ni con mucha profundidad ni frecuencia, pero tengo la impresión de que hoy se considera natural que tu hijo venga a casa con la cabeza llena de piojos. Y no, no es natural: sigue siendo una guarrada. Incluso hay padres blogueros que escriben sobre ello (eso sí, con mucha gracia CLICK) y para colmo, si se te ocurre protestar un poquito, van y se cachondean de ti (click, de nuevo). Así que, en venganza, como yo no puedo contar mi experiencia con hijos, porque no los tengo, y tampoco puedo contar la de mis sobrinos, porque no les dejé entrar en mi casa, pues les cuento esto. Que para que se vayan de mi blog con picores algo de imaginación sí me queda.

Y ahora les dejo, porque voy a darme una ducha, a lavarme el pelo por segunda vez en el día y a rascarme un poco.

¡Por culpa de ese infame moriré!

Ayer yo visité la cárcel de Sing Sing y en una de sus celdas solitarias un hombre se encontraba arrodillado al Redentor: Piedad, piedad de mí, mi Gran Señor. Mas cuando me miró, a mí se abalanzó y con voz temblorosa y entrecortada:

– Escucha triste hermano esta horrible confesión, aquí yo condenado a muerte estoyYo tuve que matar a un ser que quise amar, y aunque aún estando muerta yo la quiero, al verla con su amante a los dos los maté: ¡por culpa de ese infame moriré! Minutos nada más me quedan ya pa’ respirar, la silla lista está, la cámara también. A mi pobre viejita, que desesperada está, entréguele este recuerdo de mí.

Y entonces, José Feliciano, que una de dos, o fue quien entró en la celda solitaria o alguien se lo contó de muy primera mano, fabricó esta canción para llevarle un recuerdo a la madre del condenado.

Y a mí me da muchísima penina, la pobre viejita, pero reconozcan que lo que es verdaderamente retop es eso de ¡Por culpa de ese infame moriré!

La inspiración, de SC

Verano, de John Coetzee

Verano Coetzee unmundoparacurraEste fin de semana he terminado de leer este libro, Verano, de John Coetzee. Se trata de una autobiografía del autor, aunque no cubre toda su vida sino solo una parte, la del principio de su treintena, cuando él vuelve a Sudáfrica a trabajar como profesor después de haber salido de allí para vivir en Londres y en los EEUU. Su infancia y su juventud están cubiertas en otros dos libros suyos con, precisamente, esos títulos, supongo que para que nadie se pierda.

El libro me ha gustado por muchas razones, pero sobre todo por cómo elige el autor contarnos esa parte de su vida. Coetzee se imagina a sí mismo ya muerto y enterrado cuando un biógrafo imaginario, el señor Vincent, decide escribir un libro sobre el Coetzee de aquella época. Y el periodista elige entrevistar a cinco personas acerca de su relación con Coetzee y sobre Coetzee mismo.

A mí me gusta mucho cuando los escritores hacen estas cosas tan raras. Porque al final, el escritor habla de sí mismo pero desde el punto de vista de otro, cuyo punto de vista al mismo tiempo lo aporta él. Es un extraño círculo, un juego de espejos muy elegante, en donde el lector tiene que estar atento para mirar a varios sitios a la vez. Veamos lo que Coetzee imagina que dice una de las mujeres:

– Mire, señor Vincent, para usted John Coetzee es un gran escritor y un héroe, eso lo acepto, ¿por qué si no estaría aquí, por qué si no escribiría este libro? Para mí en cambio, y perdóneme que diga esto, pero está muerto, por lo que no puedo herir sus sentimientos, para mí no es nada. No es nada y no fue nada, tan solo irritación, algo embarazoso. No era nada y sus palabras no eran nada. Comprendo que se enfade porque hago que parezca un necio. Sin embargo, para mí era realmente un necio.

En cuanto a sus cartas, escribirle cartas a una mujer no demuestra que la ames. Ese hombre no estaba enamorado de mí, sino de alguna idea que se había formado de mí, alguna fantasía de una amante latina que había concebido en su mente. Ojalá, en vez de mí, se hubiera enamorado de otra escritora, otra fantaseadora. Entonces los dos habrían sido felices, haciendo el amor todo el día a la idea que cada uno tenía del otro.

Cree usted que soy cruel cuando hablo así, pero no lo soy, tan sólo soy una persona práctica…»

Y las cinco personas que nos hablan de él lo hacen a su manera: se sientan delante del periodista y hablan, hablan a veces sin control del impacto de sus propias palabras, y de paso nos cuentan su propia peripecia, como dice uno de ellos «un relato sin parte central», porque Coetzee sólo pasaba por allí. Y así aparece el Coetzee amante, el Coetzee en el entorno familiar y en su tierra, el Coetzee profesor y ser social (aunque incomprendido), y el Coetzee más intelectual y político, aunque siempre queda dibujado como alguien reservado, con poca capacidad de seducción, que vive en su mundo y que se relaciona poco, con un cierto desapego por los demás, descuidado y muy raruno. Solo uno de los personajes, el único hombre, centra el relato y explica en apariencia lo que el autor quiere contar y, sobre todo, lo que no está dispuesto a contar.

Como si fuera una guarnición, el libro va acompañado de pequeñas relatos al principio y al final del libro que Coetzee aparentemente escribió en aquella época, principios de historias, de ensayos, de libros, de la época en la que el autor todavía no había publicado su primer libro y cuando, desde luego, no era el escrito consagrado que es hoy. Y con un tono muy diferente al que luego tienen las entrevistas, en las que el autor consigue sacar, en más de una ocasión, más de una sonrisa.

Para los sibaritas, tengo que decir que el libro está realmente mal editado, tiene erratas, faltas de ortografía, y algunos descuidos muy molestos. La editorial, Mondadori, se ve que estaba recortando gastos y no ha querido cuidar, ni siquiera, a todo un premio Nobel. A pesar de ello, un libro muy recomendable y del que me podrían salir cuatro o cinco reseñas. Se lo dejo en una, no por descuido o por ahorrar en gastos como la editorial, sino por no entretenerles más con estas cosas.

El crédito y la credibilidad

Resulta que la deuda en España se ha situado en el 88,2% sobre el PIB. Cuando llegó el amigo Mariano, la deuda estaba en el 69,3%, así es que ha crecido 18 puntos, que no es lo mismo que crecer un 18%, porque ha crecido un 25%. Así es que la llegada de este hombre se puede considerar una bendición: nos han dado crédito a espuertas. ¿Será por dinero?

Digo lo de bendición porque el señor Soria, ese ministro tan eólico y tan relamido, ha dicho que el crédito es sagrado, y algo de sagrado debe tener el crédito, sí, porque se ha convertido en un bien que se escamotea a los terrícolas normales, corrientes y propensos a pecar, si no de molicie por no trabajar entonces de evasores por no contribuir. El crédito está considerado como una especie de néctar al que sólo tienen acceso los dioses, o sea, los gobernantes, unos tipos que tienen la potestad de cambiar las leyes para poder cumplirlas.

Quién nos iba a decir a los españolitos, escandalizados por la perseverancia en el error de Zapatero, que llegaría el señor Rajoy, conocido por el error en la perseverancia, a meterse con los banqueros después de haberse chupado todo el crédito que había en los disponibles de los bancos y en las cajas de las Cajas. Ay, esta derecha, tan propensa a los disfraces, ahora le ha dado por echarle la culpa a los banqueros, considerados canallas cuando no se apuntan a dar créditos si pueden cobrarse la deuda en pólvora del rey, que en eso consisten los pagarés de tuyamía en los que se han convertido las cuentas del Gran Capitán Montoro, que a falta de heroicidad de mohicano le van a convertir en el último perroflauta.

Este gobierno tan chiripitifláutico y que tanto se preocupa por el emprendimiento, lo que debería hacer es poner una Academia para que aprendan todos los nuevos empresarios a hacer magia con las cuentas. Porque nadie mejor que las administraciones españolas para saber cómo arreglárselas para que te den crédito sin solvencia y sin liquidez y que te perdonen las deudas sin recargo y sin interés. Lo que yo digo: el sagrado néctar de los dioses. A su lado, cualquier empresario que ponga como aval su casa y tenga capacidad de aguantar el año largo que suele mediar entre los sucesivos planes de proveedores (ya saben, esos créditos que pide el gobierno para pagar facturas de bienes y servicios que las Administraciones públicas no pagan  – sin que ningún gestor público vaya a la cárcel por comprometer gasto sin tener presupuesto), es un mindundi, un emprendedor inútil y, sobre todo, un perfecto gilipollas.

Y ahora, vuelvan a por otra.