La casa lúgubre, de Dickens (al 50%)

La casa lúgubreDickens es Dickens y conviene respetarlo. Yo debería venir aquí a hablar de Dickens, o de su libro de La casa lúgubre, pero sólo me saldrán porcentajes y fracciones. Atascada en un paupérrimo 51% desde hace más de una semana, sin tener ni el tiempo ni, sobre todo, el ánimo, de continuar. La culpa no es de Dickens ni de la vida, ni de lo que te obliga o te distrae. Siempre lo digo: sólo los mediocres le echan la culpa a la herramienta. Cuando la herramienta es el reloj, el que no va avisado le echa la culpa al tiempo. Y, sin embargo, el tiempo es la única variable de la vida que no se puede controlar y que va a su aire. El tiempo no se domina, el tiempo se aprovecha. En mi caso, ni lo uno ni lo otro, y la culpa no es del reloj.

En el club de Lectura, un club que ya no sobrevive, nuestro líder nos dijo “yo voy a leer a Dickens, ¿alguien se anima?”. Y así, uno de cinco lo propuso, dos de cuatro lo aceptamos y uno de dos no ha cumplido. Este es el balance del grupo. El mío, en particular, se queda en el mencionado 51%, que sigue siendo igual de paupérrimo que en el segundo párrafo. Y de no cumplir con la lectura, no paso por no cumplir con escribir este post. A mi líder del club se lo debo, que no a Dickens, porque una lee para distraerse y por afición, pero el compromiso, aunque venga cojo, es de las pocas cosas que nos van quedando.

Todo para decir que la culpa no es de Dickens. Dickens es Dickens y mi tiempo, mis obligaciones, mis noches trasnochadas, mis prioridades impuestas, pero irremediables, me impiden a Dickens. Ni siquiera mi tiempo libre me libera para dedicarle lo que, en mi devoción, este autor merece, que no es otra cosa que una devoción que me descubrió ND. Un 51%, paupérrimo, que llegará al 100% aunque tenga que esperar (el 100%, no yo). Porcentajes y fracciones importan poco de todos modos, no digamos ratios incomprensibles inventados por seres teóricos. Pero vayamos al (medio) libro, que a eso había yo venido.

Dice Chesterton en el prólogo que es su obra maestra, la que escribió con su madurez literaria. No me lo está pareciendo. Sí hay ese reconocible de Dickens de que parece que todos en Londres se conocen, que es todo un pequeño pueblito en el que todos los personajes acaban encontrándose. Pero ya sabemos que va al revés. La trama te va llevando, tú sabes que todo encajará sin saber cómo lo hará. Es la trama de intriga sin que haya intriga, el ovillo que se desenreda (¿esa es la imagen?), las piezas que se van posando en el puzzle. Muchos personajes y escenas, a la rusa sin ser rusa, y puntada a puntada el hilo va conformando el bordado hasta que lo ves completo. Y mientras tanto, estás tan distraída con las cosas tal y como suceden. Como en sus otras novelas, pero no en todas. ¿La mejor? No me lo está pareciendo. Su Historia de dos ciudades sigue para mí en el top, y la Pequeña Dorrit como una de las 1.000 páginas mejor aprovechadas que yo haya leído. ¿La mejor? Para Chesterton sí, pero yo no soy Chesterton.

Me sigue pareciendo que su mejor reconocible es su presentación de escenarios. Su forma de evocar describiendo y de describir evocando. Y hay otro reconocible, pero esto en toda la literatura del XIX, que es la presencia de las pánfilas, esos personajes a los que les darías dos hostias y te quedarías la mar de a gusto. O, y esto también es muy dickensiano, los personajes pequeñitos, miserables, infectos de envidia, de egoísmo, de indigencia moral, de maldad en definitiva. Y la grandeza de alma, siempre encontraremos a personajes así en Dickens. O sea, como en una oficina, pero en un Londres decimonónico y maloliente. Y hay un fondo de denuncia social nada comunista y muy saludable, precisamente porque no es nada comunista.

Yo terminaré La casa lúgubre y entonces les contaré el argumento. Mientras tanto, escribo este post y sólo hablo del libro. Y es que, por ahora y estando a la mitad, no sé bien dónde están los spoilers.

Probablemente tienen otras opiniones sobre el libro en La mesa cero del Blasco y espero que en el Blog del club, aunque es una probabilidad que voy a cifrar, por poner un número, en el 50%. No hay un próximo, hasta que alguien lo proponga. Veremos si pasa, pero si no pasa, pues no pasará nada.

 

 

 

El último caso de Philip Trent, de E.C. Bentley

Terminamos el año del Club de lectura con este libro que, por fin, ha merecido la pena. Llevo (¿llevamos?) un año realmente pavoroso, con libros abandonados por culpa no de una mala elección, sino de editores a los que habría que calificar como psicópatas o algo peor y autores inexplicables. Por fin una novela para la que he tenido que pedir algo más de tiempo a mis compañeros de club, porque un mal cálculo del tiempo, o una mala organización, no me dejaba llegar al 1 de diciembre con la novela leída. Y quería disfrutarla y leerla despacio, porque lo vale.

El último caso de Philip Trent es una novela de intriga que se debe leer despacio, paladeando los diálogos y disfrutando del relato de la sociedad inglesa de su tiempo. Ya el libro promete desde la dedicatoria del autor a su amigo Chesterton, y también desde el arranque: un asesinato inexplicable. Sigbee Manderson, un acaudalado hombre de negocios al que no quiere nadie (porque es un tiburón indeseable), aparece muerto en su finca en circunstancias extrañísimas. Le han volado la cabeza de un disparo en un ojo, va vestido de una manera inexplicable y además, no lleva la dentadura postiza. El director de un periódico de Londres encarga la resolución del caso (y con ello la exclusiva) a Philip Trent, un hombre inteligente y un poco estrafalario que ya ha resuelto otros casos complicados a través de la imaginación y la deducción.

No faltan los arquetipos en la novela. La mujer elegante, algo misteriosa, distinguida y fuerte; el caballero inglés que actúa de acompañante e introduce a Trent en el ambiente social; el mayordomo estirado y algo cotilla; los ayudantes de Manderson, uno algo bruto y el otro delicado y juvenil. Entre ellos puede estar el asesino, o tal vez entre todos, porque la trama se va complicando, tal vez demasiado, aunque tengo que decir que no me ha importado mucho. No es un libro lineal y, aunque seguramente está lleno de miguitas de pan y de pistas, no me ha parecido lo más interesante de él, sino la manera de contar, la personalidad de los personajes que, aunque arquetípicos, no se mueven ni un milímetro del guión.

Buena forma de terminar el año. Esperemos que en el próximo (si lo hay) tengamos algo más de suerte en la elección de los libros.

Un libro que yo aconsejo, aunque encontrarán otras opiniones sobre él en La mesa cero del Blasco, en Lo que lea la rubia y en la página del blog.

¡Viva el latín!, de Nicola Gardini

portada_viva-el-latin_nicola-gardini_201708031456Desde julio no me pasaba por aquí – cosas de la vida, de sus veranos y de sus vueltas de verano –, y aquí me tienen cumpliendo con el rito bimestral del Club de Lectura. En esta ocasión, un libro incalificable elegido por Juanjo. Me pregunto qué será lo próximo que tendremos que intentar leer. ¿Un tratado de apicultura?

Si ustedes consultan en la editorial del libro, se encontrarán con que el libro es presentado como «Una defensa apasionada del latín como elemento cohesionador e identitario de todos los europeos», y no sé, es posible, yo no he llegado hasta ahí. Abandoné pronto, allá por la página ciento y poco, pero me extrañaría mucho que la cosa hubiera ido por esos derroteros. De todos modos, si les digo la verdad, no sé muy bien de lo que hablaba este señor y, lo que es peor, no sé qué me quería contar. Tengo la sensación de que quería venderme algo, por el tono más que nada, pero ya digo que me he quedado in albis (esto de in albis lo pongo para que vean que algo de latín sé, hombre).

El autor es un fan de los clásicos y del latín, y entre recuerdos de sus profesores, nos va hablando de eso, del latín y de los clásicos. Catón, Catulo, Virgilio, Cicerón, así que me acuerde. Todo con mucho entusiasmo. Tanto, tanto, tanto entusiasmo que al cabo te preguntas qué haces tú leyéndote eso y que por qué, Señor, por qué. Entre latinajo, declinación y cita, el tipo te analiza la gramática comparativa entre estos autores y Petrarca, o San Agustín, así que me acuerde, y de nuevo tú te preguntas qué haces leyéndote eso y por qué, Señor, por qué, si ni sabes nada de esas cosas, ni te interesa lo más mínimo, y si no te has apostado nada con nadie (apuestas del tipo de sujétame el cubata o por ahí).

Juanjo es un enamorado de los romanos, de la época, la cultura, la civilización romana. Sabe además un montón de todo eso, así es que tal vez este es un libro con el que él ha disfrutado. E incluso podríamos haber disfrutado todos si el autor no fuera un pelmazo que, tengo para mí, pensaba hacer algo divulgativo y le ha salido un petardo pretencioso que, probablemente, a los especialistas en el tema les parecerá un libro-parida de los tantos que circulan por el mundo.

En fin, léanlo, no lo lean, hagan lo que quieran, pero mi consejo es que, si les interesa el latín, los clásicos y la gramática, antes de gastarse un céntimo se bajen la muestra, que el autor es barroco a más no poder. Pero encontrarán otras opiniones sobre este libro en La mesa cero del Blasco, en Lo que lea la rubia y en la página del blog, que es donde dejará su comentario Juanjo (me gustará mucho leerle). El próximo libro será El último caso de Philip Trent, de E.C. Bentley. Temblando estoy…

Las praderas del cielo, de John Steinbeck

Las praderas del cieloPrimero de mayo y reseña del segundo libro del año del Club de lectura, en esta ocasión elección mía. Elección con trampa, igual que la de Dickens en marzo porque, cuando te toca elegir, te tiembla la mano y vas a lo seguro. Así que Steinbeck, una garantía. En nuestro club hay varios gritos de celebración cuando se menciona a ciertos autores. Y así ¡es Galdós!, o ¡es Dickens!, o ¡es Steinbeck! Claro que también tenemos gritos de alerta, como es el caso de ¡Poniatowska!, que viene a cumplir las funciones de un vade retro festivo. En esta ocasión toca celebración.

Las praderas del cielo es un libro de pequeñas historias bien contadas, que arranca con la del descubrimiento de un valle casi paradisíaco en California, cerca de Monterrey, en el que se establecieron algunas familias de colonos para cultivar la tierra. Steinbeck construye nueve relatos cortos con la vida de estos vecinos. Son relatos que pueden leerse de forma independiente, pero que van hilados con los Munroe, una familia que llega al valle para ocupar una finca con un pasado oscuro, encantado. Los personajes van apareciendo como extras en cada historia hasta que les llega el turno de que Steinbeck nos cuente la peripecia que cada uno ha vivido. Y así va componiendo con retales la historia de los colonos de América y de sus momentos de grandeza.

Cada vida es una historia y Steinbeck compone un patchwork con ellas. En todas hay un momento de ruptura, de heroísmo, y en todas hay una luz, una salida. Todas las historias tienen un principio y un fin aunque luego cada vida sigue, pero para entonces Steinbeck ya ha fijado el personaje y su peripecia, porque en todas se refleja ese saber contar del autor. Un saber contar sereno, con un ritmo perfecto para saber contar cosas que pasan muy despacio o muy deprisa y que se mantenga el interés y se proporcione la coherencia necesaria para entender, en el que no hay momentos de aburrimiento ni de desgana, y en las que asoma a veces el humor y a veces el desconsuelo de un extraordinario narrador de historias.

Un libro poco conocido, pero desde luego brillante y que se lee con verdadero placer. Lástima la vergüenza de edición que ha caído entre mis manos (Ediciones del viento), con la que he tenido que penar descifrando comas que se ponen a lo loco, ausencias dramáticas de acentos y enervándome con faltas de ortografía que son un insulto al cliente que paga 16 euros por un libro (estava por estaba me encontré, ese es el nivel). Tantas leyes inútiles que se hacen y ninguna que ponga multas por estas cosas…

Claro, que si lo prefieren pueden buscar una edición digital. Y entonces el párrafo «Antes de que Alicia se hubiese quitado la chaqueta, él estava a su lado. Con la voz cansina que cuidadosamente había cultivado requirió…», se convierte en «Antes que Alicia se hubiese quitado el abrigo, él estaba a su lado. Con la voz cansada que había adquirido en el colegio secundario, requirió…» Vaya usted a saber qué demonios quiso escribir Steinbeck, pero si descarta el original deberá elegir entre susto o muerte.

Para terminar, y como siempre, pueden encontrar otras opiniones del libro leyendo a mis compañeros del club en  La mesa cero del Blasco, en Lo Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. El primero de julio volvemos, esta vez con Sarah Perry y La serpiente de Essex.

 

 

 

La pequeña Dorrit, de Charles Dickens

La pequeña DorritPrimero de marzo, fecha marcada para hablar del libro del Club que este año, por segunda vez en su accidentada vida, se va a limitar a cinco libros para cubrir la temporada. Para 2018 no hemos puesto normas, yo creo que se nos olvidó. Se podría pensar que nos valían las del año pasado, pero no, claramente no.

Arrancamos con Dickens, héroe literario de algunos miembros del club y autor muertísimo, pero que no morirá nunca gracias a su maravillosa obra. El segundo requisito, que no hemos cumplido mucho, era que el libro no fuera muy largo. Bah, habrá pensado ND al elegir el libro, si quieres Dickens, te pones a leer o no te pones. Y aquí estamos: casi 1.000 páginas que el autor dio a leer a sus lectores en cómodas entregas durante un año y medio. Y en esto reside, me parece, que el interés de la trama no decaiga. Mal comparado, leerte este tocho en diez días es como ver cinco temporadas de una serie en dos tardes. Mal comparado. Y pensar que el año pasado no me dejaron poner Germinal como libro de lectura porque era largo… (abro paréntesis para recomendarles que, si no lo han hecho todavía, corran a leer Germinal de manera inmediata: es maravilloso).

La novela se estructura en dos libros (Pobreza y Riqueza) y si no vas avisado –como era mi caso–, cuando llegas al final del primero te preguntas ¿pero cómo va a seguir, cómo va a rellenar otras 500 páginas, si esto se ha acabado? Pues, amigos, las rellena y además con coherencia, con interés y sin que deje de ser la misma historia. Claro que podría haber rellenado otras 5.000 páginas más, porque, como en las series, va abriendo tramas, pero sin perder el hilo, de tal forma que cuando acaba no queda ni medio cabo suelto. Y además, ¡es Dickens!, un genio. Un genio que escribía, por cierto, sin procesador de textos, ni siquiera máquina de escribir. No soy capaz de imaginar lo que a este hombre le hubiera cundido una Olivetti.

En fin, la historia la pueden encontrar en cualquier resumen y será mejor de lo que yo pueda escribir de forma apresurada. Y de todos modos, me interesa hablar de otras cosas. Me interesa destacar lo que Dickens le da a la literatura, lo que es tan difícil de encontrar cuando no estás delante de un clásico de esta envergadura: esas ambientaciones perfectas que consigue con solo dos párrafos, que no son una descripción exhaustiva e inane de una calle, una cárcel, un salón, un puerto, sino que te mete en el tiempo, el lugar, la temperatura, y hasta el olor del escenario; esos destellos de humor maravilloso que provocan la carcajada o de ironías deliciosas traídas con tanta elegancia; esos personajes bondadosos o malvados, temerosos o audaces, envidiosos o nobles, orgullosos o serviles, poderosos o débiles; también esos otros personajes muy caricaturescos, que le dan sal al relato, o al menos evitan el exceso de azucar; esos diálogos limpios de gestualidad absurda de la que tanto abusan los malos autores; ese estilo, esa sencillez tan completa y tan difícil que deja beberse el texto.

Y esa mirada. Porque el libro es un folletín, pero ahí tenemos el negociado de los circunloquios, que es un vuelva usted mañana planificado, el paradigma de la incompetencia de gobiernos ineficaces y vampíricos; ahí tenemos la alta y la baja sociedad, micromundos simétricos y encorsetados de los que no se puede salir aunque se abran las puertas; ahí tenemos al Madoff del siglo XIX, rodeado de pichones avariciosos del siglo XIX; ahí tenemos al estafador disfrazado de benefactor y al recaudador que se rebela ante la injusticia que tan bien conoce; y ahí tenemos la sociedad inglesa de un tiempo que no creo que le gustara al autor, pero de la que sabía entresacar una historia en la que la integridad y el deber siempre se sobreponen a las calamidades que trae la vida, y en la que los buenos siempre avanzarán bajo el sol y la sombra.

La pequeña Dorrit es un libro magnífico, así es que léanlo si no lo han hecho aun, es una orden. Aunque, como siempre, pueden encontrar otras opiniones del libro leyendo a mis compañeros del club en  La mesa cero del Blasco, La originalidad perdida, en Lo Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. El primero de mayo volvemos, esta vez con Steinbeck.

 

Ficciones, de Borges

Ficciones - BorgesSe acaba el año y con él una nueva temporada del club de Lectura, que no sé yo si será la última. Si es así, se habrá acabado por todo lo alto: con un autor de fuste que trae de serie la correspondiente tortura. Pero yo esta vez me he librado, o mejor dicho, he librado.

Y es que me he librado porque no he leído el libro. Pues no, no he podido. No por falta de tiempo, no. No lo he leído porque Borges es un coñazo. Algo nivel Cortázar, pero a lo bestia. Conste que lo he intentado, no crean. Lo he intentado, pero no he podido.

Verán, Ficciones es un libro de cuentos y, aunque no venía con libro de instrucciones (rollo Rayuela), empecé como es lógico por el primero de ellos, que se llama (agárrense) Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, supongo que para ir entrando en materia. Bueno, pues yo no soy capaz de explicarles de qué va. Diez páginas después de empezar seguía intentando entender qué coño quería contarme este señor. Pensar en empezarlo de nuevo para ver si me enteraba estaba hors de question, así es que, como es un libro de cuentos, me dije bueno, pues me salto este y me voy al siguiente. Y me fui al segundo cuento, que se llama Pierre Menard, autor del Quijote y que empieza así:

La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores –si bien éstos son pocos y calvinistas, cuando no masones y circuncisos. Los amigos auténticos de Menard han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trata de empañar su Memoria… Decididamente, una breve rectificación es inevitable.

Bien. Podría haberles copiado el principio de lo de Tlör, pero prefiero que hagan ustedes el trabajo por su cuenta si tienen interés. Yo sólo sé que, llegada a este punto, me dije “que se lea a este tío su madre”, cerré el libro y hasta hoy, que se lo estoy contando.

No tengo ningún remordimiento y ninguna vergüenza por decir que Borges me parece un pelma, que yo no he sido capaz de leerme nada suyo y que cada vez que me lo he cruzado he pensado lo mismo: pretencioso, retorcido, incomprensible, pesado y cargante. Es… denso, Borges es denso. Y un poco intensito, eso también. ¿Les parece que es sacrílego lo que digo? Bueno, pues por ahí arriba también digo que a Cortázar no hay quien se lo dispare. Ahora llévenme a la hoguera: prefiero la pira que tenerme que leer algo de este autor.

Dice el prólogo que Ficciones es el libro más reconocido de Borges. Me lo creo. A mí no se me despinta ya en la vida. Y además a partir de ahora, si alguien me cita a Borges, le daré las gracias por la traducción y un abrazo por el resumen.

En fin, hace unos meses así hice un ejercicio literario que se llamaba “Yo versioné a Borges sin respeto”. Ya no voy a molestarme más en versionarlo, porque no me molestaré más en entenderlo. Me doy de baja de Borges definitivamente.

Como siempre, pueden leer a mis compañeros del club en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdidaa, en Lo Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. El próximo año será otro año.

 

 

 

 

Frankie y la boda, de Carson McCullers

Frankie y la bodaHoy, primero de octubre, toca reseña del Club de Lectura, este mes más tortura que nunca. Se nos había olvidado ya lo que era sufrir, pero este libro nos ha devuelto a esos tiempos en los que el pasar de páginas era un alivio seguido del sufrimiento de una nueva página y seguido de un nuevo alivio, y así hasta que llegaba el final. Una pesadez. Los porcentajes del kindle que caen lentos, lentos, lentos; que pasaba una mosca al vuelo y te distraes y hasta la envidias -mira, la pobre, que no sabe leer-; que suena el teléfono y alargas la llamada aunque fuera de Jazztel, todo por pegar hebra y no tener que volver al hilo del libro; que bajas al perro hasta cuatro veces en una tarde, para refrescarte la cabeza; que hasta te apuntas a ver la película alemana de TVE, que te parece infinitamente más interesante. Cualquier cosa, incluso el asunto catalán, es menos aburrido que este coñazo de Carson McCullers. Qué horror de libro.

¿Que de qué va? De nada, es una idiotez. A ver. Resulta que una niña de doce años tiene un hermano que se casa y está deseando que llegue el día de la boda para ir y que los recién casados la lleven con ellos por quiere mucho a su hermano y se quiere ir de casa. Y eso es todo. Realmente no pasa nada más, se lo juro. Todo el libro es eso: la niña dando la turra porque quiere ir a la boda.

La niña, la tal Frankie, es una rara, no se lava mucho, perdió la virginidad en algún episodio que no nos acaban de contar bien, le pega un botellazo a uno que quería ligar con ella o algo así, se queda pasmada viendo a un señor que lleva un mono en el hombro, y tiene una chacha negra a la que le tira cuchillos y un padre joyero que está de ella hasta los cojones. Y aunque después de decirles esto a ustedes les pudiera parecer que el libro tiene interés, acción, pasan cosas, no sé, algo, ya les digo yo que no. No pasa nada, no hay nada, es la nada. Es todo muy incongruente y todo muy lento, pesado y absurdo. Es una imbecilidad de libro, una mierda de tomo y lomo y una pérdida de tiempo. Vamos, que leyendo estas cosas, a una no le extraña el éxito del Candy Crush, francamente.

En la contraportada, la sinopsis de esta ofensa a la literatura nos dice que «es un finísimo análisis de la crisis de la entrada a la pubertad». Mentira podrida. Ni es análisis, ni tiene nada de finísimo, y en cuanto a la pubertad… Es como decir que si dices cua-cua haces un finísimo análisis de la elaboración del foigras. Bah. El libro es una sucesión de escenas y diálogos puestos al tuntún sin que nada avance. Para mí que pretende ser costumbrista, pero salvo que te acostumbras a bostezar cada dos párrafos, no le encuentro yo otra costumbre al texto. Por no hablar de todas las descripciones inútiles e inanes (y cursilísimas) con las que nos hace penar la autora, la típica farfolla de relleno a la que acuden los escritores pésimos que ni tienen nada que contar ni saben contarlo. En fin, cuando llegas al 50% te empiezas a saltar la farfolla, y luego te das cuenta de que no te pierdes nada y ya lees en diagonal todo, hasta los diálogos. Y en el 85% por fin se casa el hermano de una puñetera vez, y hacia el 98% meten a un amigo de Frankie en la cárcel y tú te alegras. Bueno, no te alegras de que lo metan en la cárcel, que a esas alturas ya te da todo lo mismo, sino que te alegras de estar a punto de terminar este esperpento.

En fin, son ustedes inteligentes, así es que no creo que haga falta que no les recomiende el libro. Pero por si acaso tienen dudas, pueden leer a mis compañeros del club en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdidaa, en Lo Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. El próximo libro, creo que para diciembre, será Ficciones, de Jorge Luis Borges.

Otelo, de William Shakespeare

De nuevo aquí estamos los incansables lectores del Club de Lectura con nuestra cita bimensual. Como anunciado en el post del primero de mayo, le toca el turno a Shakespeare, un autor al que no hace mucha falta presentar. Otelo, como todas sus tragedias, es una obra muy conocida, y una no tiene que leer el libro para conocer la historia más o menos, ni esperar al final para ver qué pasa. Sin embargo, yo no la había leído, y aquí vengo a glosarla.

Otelo es un noble militar al servicio del Dux de Venecia, a quien han confiado el ejército de la República para luchar contra los otomanos. Y también es un moro atractivo del que se ha enamorado Desdémona, una bellísima dama que no ha dudado en casarse con él a espaldas de su padre. Hubieran sido felices y hubieran comido perdices – sin su padre a la mesa, eso sí-, de no haber intervenido Yago, un joven veneciano que es un cabrón de mucho cuidado. El tal Yago está que fuma en pipa porque quería que le nombraran teniente del ejército a las órdenes de Otelo, pero sólo le han hecho alférez, así es que decide vengarse de todos, empezando por Otelo, siguiendo por Desdémona y terminando por Cassio, que es el teniente nombrado por el propio Otelo.

Pero Yago no va a vengarse ni a plantear batalla de manera noble, honrada, o con cierta hombría, sino que se dedicará a liar a unos y otros con engaños e insidias para que se vayan matando entre ellos. Así utiliza a Roberto, un pobre infeliz enamorado de Desdémona para sus marrullerías; así tiende a Cassio una trampa para que parezca que rebela a la ciudad y la pone en peligro; y así va inoculando con insinuaciones, medias verdades y claras mentiras los celos en Otelo. La tragedia se desencadena y cuando la verdad quiere aparecer ya no se la cree nadie. Así que allí se van matando los unos a los otros y para cuando la madeja se quiere desenredar, ya la cosa poco remedio tiene.

Se relaciona Otelo con los celos, y bien está. El hombre se vuelve completamente tarumba solo de pensar que le han coronado, pero ese pensamiento no viene de la nada, sino que está inducido por la mentira y por la prima hermana de los celos, que es la envidia: la envidia de Yago, mezclada con su bajeza moral y con su rencor. Lo que nos enseña Shakespeare es que los celos llevan a matar a quien más amas, pero también que la insidia y las palabras malintencionadas pueden convertir en un pelele a cualquier hombre y llevarlo a la locura, por inteligente y experimentado que sea.

Sobre la forma tengo que decir que tiene una prosa que no es fácil para un lector actual y poco acostumbrado a estos textos, que resultan algo ampulosos . Pero aunque leer teatro no es santo de mi devoción, porque lo sigo mal, creo que esta verano leeré el resto de tragedias que trae la edición que he manejado. ¿Qué quieren? ¡Es Shakespeare!

Como en otras ocasiones, podéis encontrar otras opiniones sobre el libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdidaa, en Lo Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. El próximo libro, para octubre, será Frankie y la boda, de Carson McCullers. Aquí estaremos.

Los vagabundos de la cosecha, de John Steinbeck

by Dorothea LangeEste que os comento hoy es el segundo libro del año del club de Lectura, elegido por mí, aunque en segunda tentativa. La primera era Germinal, de Emile Zola, pero tenía la desventaja de contar con casi 500 páginas. Entonces, entre saltarnos la regla de no más de 200 páginas o la de que el autor se hubiera muerto hace mucho, optamos por la segunda. Y de todos modos, ¡Steinbeck es Steinbeck! (grito igualmente aplicable a otros, por ejemplo ¡Galdós es Galdós!), y nunca defrauda.

Este librito, muy muy corto, pero también muy intenso, compendia siete reportajes que el autor escribió en el verano de 1936 para el San Francisco News. Son una denuncia de las condiciones de vida de los jornaleros de los campos de California de aquellos tiempos, unas condiciones hoy en día impensables. También lo eran entonces y de ahí los reportajes de Steinbeck.

Entre 1935 y 1938, unos 400.000 granjeros de Oklahoma, Nebraska, Kansas y el Oeste de Texas emigraron a California para cultivar los campos. No emigraron por gusto, ni por codicia, sino porque en los años precedentes unas tormentas de polvo seguidas de sequías, tornados y nevadas destruyeron no sólo sus cosechas, sino también sus campos. La mayoría había hipotecado sus tierras y sin poder pagar los préstamos ni poder arrendarlas, tuvieron que huir con sus familias y con lo puesto en sus viejos coches para poder comer.

…carracas desvencijadas cargadas de niños, sábanas sucias y peroles ennegrecidos por el fuego…

Los vagabundos de la cosechaEsta no es la crónica de una migración, sino más bien del recibimiento de una migración. En las primeras páginas, Steinbeck nos hace ver cómo las tierras de California necesitan a los jornaleros para explotar su tierra (su riqueza), y sin embargo, los reciben con odio y desconfianza, «con esa antipatía atávica del lugareño hacia el extraño». Antes que los americanos estuvieron los chinos, los filipinos, los japoneses, los mexicanos, gente que venía de otro país y que se organizó, o tiró los precios del jornal, y que por todo ello fueron igualmente expulsados. Ahora los nuevos vagabundos de la cosecha eran americanos, descendientes de los antiguos pioneros que habían conquistado y labrado la tierra de América, pero eso no les garantizaba unas condiciones dignas de vida y trabajo.

Steinbeck sólo recurre en un par de ocasiones a contarnos casos de familias concretas con nombres y apellidos, pero esto no le resta dramatismo ni gravedad a la narración. Algo de luz deja percibir cuando nos habla de las instalaciones construidas por el Gobierno federal, que devuelven parte de la dignidad a estos nuevos jornaleros. Pero la gran mayoría no vive en estos campamentos, ni tiene acceso a ningún subsidio por ser población itinerante. Viven en chabolas de cartón o de plástico, o en habitaciones de tres metros cuadrados alquiladas por la propia explotación, sin agua potable ni luz, sin acceso a la higiena básica ni a ningún servicio médico o sanitario, rodeados por guardias y matones, y cobrando salarios miserables con los que un padre de familia no puede mantener a su prole.

El libro se lee en un par de horas y enseña y explica lo que el propio Stenbeck desarrollaría después en Las uvas de la ira. Los vagabundos de la cosecha, sin ser una novela, contiene la misma verdad. Un buen libro, muy recomendable, que cuenta además con un buen puñado de fotografías de la época, la mayoría de Dorothea Lange, una de las cuales he elegido para ilustrar el post.

Como en otras ocasiones, podéis encontrar otras opiniones sobre el libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdidaa, en Lo Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. El próximo libro, para el primero de julio, será de Shakespeare, un autor muertísimo al que no contaremos las páginas. Aquí estaremos para contarlo.

Desamistar y unsuscribir

GOODREADSSólo tengo una amiga en Goodreads, que es MG. Y la tengo porque sé que le hace ilusión: a ella le encanta tener amigos en todos los sitios, aunque los repita de unos sitios a otros. ¿Que qué es Goodreads? Pues una red social de lectores en donde anotas tu biblioteca y tus lecturas y comentas libros. Yo he abierto una cuenta para meter ahí los libros que me quiero leer, simplemente. ¿Les parece una tontería? Es posible, pero si echaran un vistazo al caos que reina en mi librería les parecería una sabia decisión. También sería una sabia decisión dedicar una mañana a poner orden, y ya el colmo entre las sabias decisiones sería ampliarla, pero eso es algo que me da todavía más pereza. Algún día les hablaré de esto, de librerías y baldas. Tengo incluso un cuento escrito, pero ahora me centraré en lo que he venido a contarles, que todavía no sé muy bien qué es.

Entonces, el Goodreads como sitio para registrar los libros que me quiero leer y los que voy leyendo. Yo apuntaba (y todavía apunto) los libros que me quiero leer en un cuaderno. Pero también los apuntaba en papelitos. Y también los apuntaba en el bloc de notas que llevo en el bolso. Y también los apuntaba en las notas del movil si no tenía nada mejor a mano. Y también a veces los apuntaba en otros sitios que luego no sabía cuáles eran porque se me olvidaban, y con el olvido también dejaba de recordar cuál era el libro del que me habían hablado. MG, que tiene un TOC para esto del orden, me pasó, para ver si me servía, una hoja excel muy chula con muchas columnas, colorines, fechas y funcionalidades que usa ella para controlar los 180 libros que se despacha al año, los siete u ocho clubes de lectura con los que lidia y los retos que se impone (ahora pretende leerse todo de Javier Marías…). Y claro que me sirve su hoja excel, que está fenomenal, pero el problema de la hoja excel es la misma que la del cuaderno: la disciplina. Efectivamente, el orden tiene que ver con la disciplina, no con la voluntad. Pero ese es otro tema.

De momento me va bien con Goodreads. Lo tengo en el ordenador, pero sobre todo tengo la aplicación en el movil, o sea, siempre a mano. Y cuando veo, oigo, me hablan, me dicen algo sobre un libro que me parece interesante, lo busco en la aplicación y lo marco «para leer». En realidad, no es «para leer», sino «want to read». Luego, cuando lo empiezo, lo marco como «leyendo», aunque no es «leyendo», sino «currently reading». Y luego, cuando lo termino, lo marco como «leído», aunque no es «leído», sino «read». Así es que, sí, la aplicación viene en inglés.

El currently reading tiene su aquel. Antes, «currently reading» eran los libros que tenía en la mesilla, esa balda camuflada de mi habitación en donde la competición es crudelísima (crudelísima: he aquí un superlativo cursilísimo). De pronto, no sé cómo, algún libro pasa de la mesilla a la librería. Clonc. O tal vez fiuu. O es magia, o los libros tienen patas, o la asistenta hace controles literarios. Para mí que es esto último. La mujer verá que la columna crece y crece y crece, y decide retirar el que hay debajo, aunque esto, más que con la literatura, tiene  que ver con la dinámica de los sólidos. ¿Por dónde iba? Ah, sí, el Goodreads.

Entonces me hice de Goodreads aconsejada por MG cuando le di las gracias y le vine a decir que su hoja excel era mucho arroz para tan poco pollo. Ella, que es una amante del orden aunque lo tengan que seguir otros, me propuso Goodreads. La historia igual no es exactamente así, pero bueno, para el post me vale. La cuestión es que me dijo que fuéramos amigas también en Goodreads. Me pareció bien, porque creo que es la única amiga que tengo repetida por todas partes (me falta trabajar en su empresa, pero todo se andará). Pero, en fin, cuando le di a aceptar no sabía yo que me llegarían unos cinco e-mails al día contándome la actividad de MG en Goodreads, que ya se pueden imaginar que es frenética.

– MG, no sé cómo se quitan las notificaciones de Goodreads del mail. Te voy a desamistar.
– Vale, sin problema.
– MG… francamente, esperaba que me dijeras cómo se quitan. Ahora sí que te desamisto.
– Ah, perdón. Mira en la parte de abajo del correo a ver si te puedes desuscribir.
– Ok… Ya está. Me he unsuscribido, porque no venía desuscribir.
– Bueno, eso es mejor que desamistarme.
– Tienes razón.

El diálogo tal vez no fue exactamente así. Pero bueno, para el post de hoy me vale.