Me gusta mucho a mí esa frase que me encontré en un curso para Jefes de Proyecto: si no sabes dónde vas, lo más probable es que te pierdas. También está aquello [¿Cicerón?¿Séneca?¿Florentino Pérez?], de que si el barco no tiene un destino, ningún viento le es favorable. Con más o menos poesía, las dos frases vienen a explicarlo mismo: la deambulación.
No he seguido en detalle el asunto del Brexit porque es un lío endemoniado. Pero soy capaz de hacer mi propio resumen. Unos políticos más aficionados a discutir en la barra de un bar que en un parlamento (David, sujétame el cubata), deciden preguntarle al pueblo si ellos, los del pueblo, son más bonitos que un San Luis, por ejemplo el de los franceses. Y, claro, sale que sí. Nosotros somos mejores, los otros son unos infrahumanos que no se lavan, solos estaremos mejor, viva nuestra independencia. Y ahora hay que hacer caso del mandato, y entonces empiezan a comprender que el asunto es más complejo de lo que habían previsto y que los de enfrente también tienen cositas que defender. Pum, el Brexit.
Preguntarle al pueblo. Ya, ya. El pueblo es usted, sí, que se tiene por una persona informada, moderada y responsable. Pero debería pensar que el pueblo es también ese tío que con cuatro amigos empujó a una chavala al chiscón de un portal en Pamplona para violarla en grupo; es también ese descerebrado que se pone un pasamontañas para quemar un contenedor y es también ese que no se pierde un capítulo de Gran Hermano, o de cualquiera de esos programas vomitivos de la televisión. El pueblo son todos esos analfabetos que campean en Twitter corrigiendo a catedráticos y llamando hijodeputa a cualquiera que opine lo contrario de lo que piensa. El pueblo son los que no vacunan a sus hijos y los que creen que la Tierra es plana y que el hombre nunca llegó a la Luna. Y eso, como noticia, no es lo peor: lo peor es que son la mayoría.
Hace muchos años, mi amigo Alfredo fue destinado a Tenerife a hacer la mili. Cuando llegó allí, le pusieron a dar clases a otros reclutas, porque él tenía el bachillerato. Me contaba, entre sorprendido y disgustado, la cantidad de alumnos que tenía. «Nosotros vivimos en una burbuja, Carmen. El mundo no es nuestros amigos, nuestras familias, nuestros conocidos. Hay un mundo que no comprende lo que lee, que no sabe lo que es un porcentaje, que cree que la luna tiene luz propia y que no sabe quién era Felipe II. Llegas pensando que eso era una cosa XIX, pero te das cuenta de que a finales del XX esa gente también existe». Y a principios del XXI, añado yo ahora, sigue existiendo.
Así es que la democracia, un hombre un voto, está en manos de una mayoría de gente bastante borrica, lo que da a unas elecciones una apariencia de ejercicio de riesgo extremo. Eso de que el pueblo siempre tiene razón lo pongo yo muy en duda: el pueblo lo que tiene es suerte, que es distinto. Porque cuando a la masa de ignorancia le pones una mecha de demagogia ya tienes un bonito explosivo. Lo normal, entonces, es que a tu país le pase cualquier cosa, como por ejemplo, pum, el Brexit.
Entre los reclutas que formaba mi amigo Alfredo también había el biotipo que cree que las cosas se resuelven a bofetadas. Con valor, vaya. Un personaje de G. Chevalier, en El miedo, dice que «el valor es una virtud de subalternos, la inteligencia es una virtud de jefe», y sí, puede ser, puede ser. Pum, el Brexit.
Si una vez nos saltamos las reglas con éxito, ya no vemos muy dañino volver a saltárnoslas, aunque no parezca imprescindible. Simplemente es el camino más eficaz y más corto, del que no hay que dar explicaciones ni rendir cuentas a nadie. Es lo que se suele decir de los asesinos: una vez que han dado el primer paso, una vez que han inyectado el veneno o asestado el primer tajo y descubren que se sigue viviendo con ese peso en la conciencia o que cada día éste es más llevadero; que de hecho no es tan difícil hacerlo y que uno logra medio olvidarse de la vida quitada porque en efecto se está mejor sin ese estorbo, ese obstáculo o esa amenaza, o sencillamente sin esa presencia; que se respira mejor sin esa otra vida en el mundo y se comprueba que eso ayuda a conducir más ligeramente la propia; una vez que todo eso ha pasado, que se ha cruzado la raya y se han experimentado las consecuencias que resultan no ser tan gravosas, entonces el asesino tiene menos inconveniente en reincidir y en cometer un segundo y un tercero y hasta un cuarto asesinato. Es casi un lugar común pensar eso, pero tendrá bastante de verdad, como todos ellos.
Javier Marías, Berta Isla.
La maldad existe. No es un concepto abstracto o teórico, sino que las consecuencias que derivan de la maldad son materiales, son muy concretas. Y la maldad está en la cabeza del malvado, no en el sexo del asesino, no en sus circunstancias, no en su educación o en su origen o nacionalidad. La maldad está en las cabezas y en el cálculo que hacen esas cabezas, otras veces en sus instintos y las más en su locura. Dos personas con el mismo recorrido vital y las mismas oportunidades de cometer una atrocidad y sólo una matará a un niño de ocho años.
La maldad se puede investigar para esclarecerla, la maldad se puede describir y se puede estudiar, se puede imaginar, se puede contabilizar, narrar y lamentar. A veces se puede esquivar si se presiente. En realidad, la maldad no se puede evitar del todo hasta que se muestra. Pero una vez que se muestra, nuestra obligación como sociedad es combatirla y tratar de impedir que se vuelva a producir.
Yo estoy en contra de la prisión perpetua revisable, pero sólo porque es revisable. Ya lo expliqué en este post [CLICK], así que no les entretengo más.
Las voces de políticos y guitarristas del Imagine nos dirán que no van a conseguir doblegarnos ni cambiarán nuestra manera de vivir. Pero de momento vivimos entre bolardos. La furgoneta que nos trae el pan también nos puede traer la muerte y de seguir así, tendrá menor riesgo cruzar la calle que pasear por una peatonal. Cantemos todos: no, no, no nos moverán.
Desde el 11-S ya han cambiado nuestra manera de vivir, porque no hemos sido capaces de cambiar nosotros la manera de vivir que traen estos psicópatas en sus países, en su origen y en la llegada a nuestras tierras. Porque la cosa termina con una pandilla de veinteañeros jugando a las bombonas de butano, pero empieza por un padre que vive sin esfuerzo de una subvención y que pasa sus días fumando y mirando bovinamente nuestra vida sin intentar comprenderla. Y por una madre tapada de pies a cabeza que tampoco entiende nada de una sociedad que se dice libre, pero en la que vive con los mismos derechos de facto que en su miserable tierra. Y le dirán a su hijo: no, no, no nos moverán, aunque sin cantarlo.
Son ellos o nosotros. Es su puta hijab o mis pantalones cortos. Podemos acoger a muchos refugiados de esos infiernos, podemos dar la bienvenida al inmigrante que viene a trabajar y a prosperar, y yo estoy muy a favor de ello, que nadie lo dude. Y eso no debería ser incompatible con hacerles ver, desde el mismo momento en que pasan la frontera, que su odio, su mierda mental, su asquerosa ideología disfrazada de piedad religiosa se queda a ese lado de la frontera. Que una cosa es importar el cous-cous y otra que una mujer no pueda salir de casa sin taparse. No se trata de poner leyes especiales para ellos, sino para sus delitos irracionales, para su enfermiza voluntad de querer construir nuestro futuro con su repugnante presente. Muchos de sus comportamientos y palabras son equivalentes a los de un nazi paseando una esvástica, y de él nunca creeríamos sus cuentos sobre un mundo nuevo mejor. Ese es el nivel. No hay soluciones mágicas, pero el principio no está cuando empiezan a fabricar la bomba.
Si se hubieran puesto bolardos en las Ramblas, habrían encontrado cualquier paseo marítimo lleno de niños para atentar. Del mismo modo que la muerte está en sus cabezas y no está en la furgoneta o en el cuchillo que usan, nuestra defensa no está en los bolardos, sino en nuestras convicciones y en nuestra capacidad para imponerlas (¡sí, imponerlas!) con mano muy dura, con intransigencia, con el mismo fanatismo e incluso violencia que utilizan ellos. No puede haber ningún diálogo y ninguna componenda, no deben poder escapar por ningún derecho que nos hayamos dado. Su vida tiene que resultar imposible, sus ideas un infierno en nuestra sociedad. Odio y rabia, y llamarles hijos de puta hasta que nos duela la boca. Será eso o vivir entre bolardos, y esperar al último pelotón de soldados, en realidad un retén de policías.
Catorce familias desoladas y un centenar sin vivir pensando en la recuperación de sus familiares. Un país sobrecogido, conmovido, apenado. Los que han caído son nuestros caídos. Sus caídos, cucarachas inmundas que hay que barrer después de aplastarlas y después de sacarlas de sus agujeros y de localizarlas en la cocina y el salón. Esos bichos, los verdaderos infieles de nuestra civilización.
Hace unos días hablaba de los afiliados que pagaban cuota a los partidos políticos. Según Hacienda, se trata de 95.000 personas a repartir entre todos los partidos. O sea, poquísimos. A los partidos esto les da lo mismo, entre otras razones porque viven de los presupuestos del estado, pero es un buen punto de partida para imaginar en manos de cuánta gente estamos cuando de habla de primarias. ¿Procesos democráticos? hum, no sé yo.
Las primarias que se hacen en los partidos españoles son unas primarias endogámicas en las que votan los militantes, o sea, lo más cenutrio, parcial y fanático de los partidos. Hay quien lo extiende a los «simpatizantes», que no sé lo que es, pero me da lo mismo: siguen siendo los groupies políticos, los come ruedas de molino, los forofos políticos que de todos modos, y en cualquier caso, y pase lo que pase, votarán a ese partido.
En España han sacado mayorías absolutas el PP y el PSOE, y no creo yo que los diez millones de votos que han logrado en alguna ocasión sean de afiliados. Ni siquiera de simpatizantes. La diferencia entre votantes y militantes es eso, y tiene que ver con llegar al poder o no. Y justamente cuando las encuestas dan como favoritos entre los no afiliados a un candidato, la militancia se vuelve en masa contra él porque, oh, cae bien a los «otros». Y debería de ser justo al contrario, deberían elegir al que más posibilidades tiene de convencer a más gente para gobernar, pero, amigos, no se puede pedir peras al olmo ni inteligencia a un borrego.
El Osasuna ayer perdió contra el Madrid, pero hizo el partido de la temporada. Llevan 22 partidos jugados y sólo 11 puntos (20 jugados y 49 puntos tiene el Madrid), van a la cola de la clasificación y probablemente bajarán a segunda, pero con todo pusieron al Madrid contra las cuerdas durante un buen ratillo. La afición estaba enardecida, llenaron el campo, animaron como nunca, y los jugadores corrieron como gamos y se dejaron la piel. Y, sin embargo, la permanencia la obtendrán de sacar esa motivación cuando jueguen con el Leganés, con el Sporting, con el Valencia, con el Eibar. Una golondrina no hace verano, y una victoria contra el Madrid (ganar al Madrid es como matar al padre) no les asegura la permanencia. Pero las ligas se parecen más a un cacareo que al canto de un cisne, y se compite ganando al máximo posible de equipos, empezando por los peores y más pequeños. Pero ahí tienen a los hinchas del Osasuna: se pasarán un par de semanas relamiéndose por lo bien que le jugaron al Madrid y luego estarán una temporada entera comiendo pipas en segunda.
Si yo fuera del Osasuna pediría que echaran a ese entrenador mañana mismo por dos razones: por no entender nada y por no saber canalizar la fuerza que se trae entre manos. Y si fuera del PSOE… si yo fuera del PSOE entonces me pondría a llorar.
Los veía casi todos los días en verano. El niño, con un traje de baño, una camisetilla y unas chanclas. La madre debajo de un chador marrón y con sandalias y calcetines blancos. Lo llevaba de la mano a la piscina, lo dejaba allí con sus amiguitos y después, cuando caía la tarde, volvía a recogerlo y lo llevaba a casa de vuelta. Así mientras fue niño. Luego un año ya no los vi más, tal vez el niño cambió la piscina por el fútbol, o tal vez se mudaron de casa, quién sabe.
En esos años, a mí siempre me venía el mismo pensamiento, y es qué le rondaría a ese niño por la cabeza cuando viera a otras mujeres en la piscina, todas en bikini o en traje de baño, llegando y marchándose solas, moviéndose sin pudor por el césped y bañándose con otros hombres que no eran de su misma familia en el mismo agua. Mujeres bebiendo una cerveza en el bar sin más compañía que un libro. Mujeres, como su madre. Algunas más jóvenes, otras más viejas, pero mujeres al fin, claramente identificables. Y me preguntaba de quién cogería el ejemplo y a quién consideraría un modelo de mujer buena y respetable y a qué mujer no, en un futuro, cuando creciera y tuviera que vivir en sociedad.
Quizás ese niño, en la escuela, aprendiera de nuestra cultura. Tal vez un buen profesor le inculcara los valores de occidente según los cuales una mujer es igual que un hombre, tiene los mismos derechos y es libre para estudiar, trabajar, conducir, vestirse, beber, bailar y elegir su futuro. Que la mujer en España es completamente independiente del hombre. Que puede tener hijos soltera, que puede tener amantes, que puede casarse con quien quiera y divorciarse después y ningún tribunal la perseguirá por ello. Ni la sociedad la mirará con malos ojos ni será despreciada por nadie, ni siquiera por un hombre viejo o por un cura retrógrado. Es posible que alguien le enseñe eso, o tal vez lo irá aprendiendo poco a poco, mezclándose con hijos de señoras que sí van en bikini. Quién sabe. En todo caso, dudo que se lo enseñe su madre debajo de ese chador y mucho menos que lo haga su padre, al que nunca vi, pero al que puedo imaginar sin demasiado esfuerzo: el esfuerzo me lo reservo para contener la arcada.
Cuando leo sobre los sucesos de Colonia y Hamburgo, en el que unas hordas de moros (y al que le pique el apelativo, que se rasque) se dedicaron a agredir a mujeres en la noche de fin de año, me acuerdo del niño que iba a la piscina de la mano de un chador. Mi explicación, tal vez ingenua, es que esos tipos vienen de un país en el que las mujeres no salen solas de noche, no beben, no bailan, no estudian, no trabajan, no son libres e independientes. Esas mujeres son cosas que pertenecen a un hombre y de las que él dispone a su agrado: mulas, animales de carga, tripas que engendran, vaginas que paren, tetas que amamantan cachorros. En su mentalidad embrutecida, sin sábana que las respetabilice las mujeres europeas somos furcias, putas con las que «divertirse», mujeres de nadie, o sea, mujeres de todos.
Esos hombres que manosearon, robaron, violaron, agredieron a las mujeres alemanas son cerdos que vienen del infierno. Y su infierno no lo describe el que sean refugiados, pobres, víctimas de la guerra o jovencitos mal integrados. Su infierno lo describe la tiranía y la teocracia islámica. Su infierno es una mentalidad en el que las mujeres son una cosa: el chador que los lleva de la mano cuando son niños.
Las vocecillas que dicen que debemos cuidar cómo nos vestimos o dejar de salir solas de noche; toda esa tropa de feministoides que no levantan ni una ceja ante estas monstruosidades; toda esa corrección idiota, ese respeto «random» hacia lo que es intolerable, forma parte del mismo infierno machista. Eso sí es una sociedad patriarcal, no las imbecilidades en las que se fija el feminismo de subvención y parlamento.
Ese infierno se llama sometimiento. Si alguien pretende traerlo aquí, a mí que me den un arma.
Hoy Curra ha estado en la San Perrestre. Por supuesto ella no lo ha elegido, sino que hemos ido por voluntad mía. Sin embargo, estoy segura de que ha ido con mucho gusto, porque tanto el motivo, como la organización, como el ambiente eran muy apropiados para su condición de perra. Y de perra con suerte.
Sí, amigos, hasta para ser perro hay que tener suerte en la vida. Curra, como muchos otros, la ha tenido. Ha dado con una familia que la quiere y que la cuida, que la ha educado y que la considera un miembro más de la familia, con un papel muy concreto que no admite confusión con los demás participantes. Porque en las familias están los padres, los hijos, los abuelos, los tíos, los sobrinos, la familia política y la mascota. Todos tienen su papel, y Curra también. Es el elemento que nos hace compañía, que llora de alegría cuando llegamos a casa (bueno, cuando llego yo ni me mira, esto es así), que da cariño a todo el mundo y que nunca falla. Es un ser peludo y básico, simple como un cubo boca abajo, que cuando te mira parece que escucha y que cuando oye es como si te viera. Es algo más que un ser vivo y algo menos que un ser humano, pero el que ha tenido un perro sabe que es verdad eso de que es el mejor amigo que puede encontrar el hombre.
Así que Curra y yo nos hemos ido hoy a San Perrestre, que es un evento que organizan los de El Refugio para recaudar fondos para su organización. También lo hacen para salir en la tele y concienciar a la gente sobre algunas cosas que no hay que dejar pasar por alto como son animar a la adopción en vez de comprar perros, concienciar contra el abandono de animales y promover el sacrificio cero. Y yo apoyo estas tres causas, porque me parecen nobles, y porque creo que un país que respeta a los animales es un país mejor, más civilizado, más respetuoso y más compasivo. Y el mundo necesita esas tres cosas.
Estamos en Navidad y se acercan los Reyes Magos. Quiero decir en este blog que esos padres irresponsables que regalan cachorritos a sus hijos y luego los abandonan en primavera tienen todo mi desprecio. Les diré que no se hagan ilusiones pensando que son buenos padres: no lo son, no lo pueden ser, porque no son buenas personas. Y los juzgo, ya lo creo que los juzgo. Y los condeno. Y si en mi mano estuviera, irían a la cárcel y les metería una multa de 20.000 euros.
Amigo, nadie tiene la obligación de tener un perro. Por eso, si no lo puedes cuidar, no lo tengas. Si no estás seguro de que vas a poder hacerte cargo de él, tampoco. Y si a pesar de todo, te embarcas en esa responsabilidad y un buen día te das cuenta de que no puedes seguir cuidándolo, regálalo, acude a una protectora, pon un anuncio en el supermercado, busca una solución, que si la buscas, la encontrarás, pero por el amor de Dios no lo abandones.
Y al revés, si te lo puedes permitir, adopta un perro. Es verdad que hay que sacarlo todos los días, haga sol o llueva; es verdad que cuesta un dinero, aunque también cuestan todas las tonterías que compras y que no necesitas; es verdad que te condiciona algo la vida, aunque menos si está bien educado; es verdad que se comerá tu sillón y que te llenará el abrigo de pelos; es verdad que va a requerir un esfuerzo por tu parte. Sí, todo eso es verdad. También es verdad que lo normal es que muera antes que tú, y que eso te partirá el corazón. Es verdad. Pero un perro, si eres capaz de quererlo sólo la mitad de lo que te querrá él a ti, te hará mejor persona.
A mí me encanta dialogar. No seré yo quien no dialogue. Por dialogar que no quede. Vamos allá.
– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi dialéctica. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi retórica. Tú con tu cuchillo y yo con mi elocuencia. Tú con tu bomba y yo con mi argumentación.
Me da que esto que he escrito no funciona. Sobra técnica y falta contenido. Lo intentaré de nuevo.
– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi palabra. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi escucha. Tú con tu cuchillo y yo con mi lógica. Tú con tu bomba y yo con mi razonamiento.
Nada, hay algo que no va bien. Ah, sí, la actitud. Me faltaba la actitud. Veamos.
– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi moderación. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi tolerancia. Tú con tu cuchillo y yo con mi educación. Tú con tu bomba y yo con mi respeto.
Chicos, no me sale bien, hay algo que no acaba de funcionarme y estoy a punto de fracasar en mi empeño de diálogo. Jolín, ¡esto es dificilísimo! Pero hay que intentarlo a toda costa. Voy a ponerme seria y a olvidarme de todo lo anterior. ¡Quiero dialogar! Allá voy.
– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mis principios. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi dignidad. Tú con tu cuchillo y yo con mi firmeza. Tú con tu bomba y yo con mi desprecio.
Vaya, algo sí ha mejorado. Sin embargo, hay algo que no acaba de encajar. En fin, la última y lo dejo.
– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi libertad. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi inteligencia. Tú con tu cuchillo y yo con mi ejército profesional. Tú con tu bomba y yo con mis cazas, mis bombarderos, mi tecnología y mis satélites. Finalmente, tú con tu odio y tu fanatismo de cabra y yo con mi superioridad moral y humana.
Creo que el diálogo me ha salido algo mas equilibrado. A pesar de todo, no sé, me falta algo. ¿Será mandarlos a tomar por culo?
Juan Manuel de Prada escribe hoy un artículo en ABC que me ha provocado la indignación. Yo les enlazo el artículo CLICK y ustedes verán si se lo leen antes. Si no lo hacen, el inconveniente es que yo no pueda hacerles seguir bien el resto del post, pero la ventaja es que tal vez eviten, a su vez, indignarse.
Cree de Prada que por defender a los islamistas que se lían a tiros contra caricaturistas, periodistas y escritores que han criticado (u ofendido, me da igual y verán por qué me da igual) al Islam, defiende con ello la religión católica y defiende a Dios, al dios de los cristianos, y más en general a todos los dioses de todas las religiones. Cree defender al dios en el que él dice creer mucho, junto a esa iglesia a la que él cree que defiende de algo. Es una postura con la que ustedes también se habrán cruzado y que tal vez compartan, quién sabe. Ese insoportable bueno, es que los de Charlie Hebdo se estaban pasando de la raya, que sigue con un es que los de Charlie Hebdo no tienen derecho a injuriar, blasfemar y ofender de ese modo; de ahí pasamos a un airado es que se pasan tres pueblos, y de pronto, después de un pesaroso eso tampoco se puede consentir, llegamos, con un saltito muy pequeño, hasta un ¡Bien hecho, Ali! Y es que hay pensamientos inocentes que nos pueden trasladar a sitios muy feos. A un lugar, en mi opinión, atroz.
Les voy a dar un comodín y pasaré por alto la desproporción de la respuesta. Lo de hacer una caricatura y recibir un balazo es tan desproporcionado como robar una cartera y que te apliquen garrote vil. En mi mundo, claro, que en las tinieblas de Prada no sé. Pero no me centraré en eso, porque hasta un niño podría entender lo que digo. No es la desproporción, sino el plano de la discusión en la que se situan estos tontainas lo que me hace escribir esto.
El terrorismo islamista no está ofendido por unas caricaturas ni por unos textos. No hay tal ofensa. Caer en eso es darles una primera victoria y a no ser que quieran ustedes que ganen, yo me abstendría de seguir por ahí. El terrorismo islamista usa unas caricaturas como excusa. ¿Cuántas caricaturas se habían publicado en EEUU antes del 11 de septiembre de 2001? ¿Y en Madrid antes del 11 de Marzo de 2004? Si no hubiera caricaturas, habría minifaldas, o rock and roll, habría homosexuales tolerados, o quizá les ofendería un bocadillo de jamón. Las caricaturas son una burda coartada para que todos, sin excepción, nos sometamos a sus reglas y a su modo de entender la vida y el mundo, no se engañen, por favor.
Esas reglas a las que nos quieren someter provienen de Estados teocráticos y de bandas paramilitares que, con mucha parafernalia piadosa, dicen interpretar a un dios en el que todos estamos obligados a creer. Obligados a creer, léanlo un par de veces y no se me despisten. ¿La fe? ¡Bah! ¿Qué puede importar la fe cuando se tiene un kalashnikov? Como decía Rushdie, se trata de culturas de un solo libro, en las que unos hombres viven de la ignorancia de los otros. Esos gobernantes y guerreros no buscan la paz, el amor, el bienestar y la vida eterna rodeados de huríes de sus gobernados, sino tener armas y poder, conquistar, hacer la guerra, degollar, e imponer su tiranía. Y esto es muy prosaico, y no tiene que ver con la religión ni con la ofensa, señores. No hay ninguna diferencia entre estos barbudos y Pol pot, Hitler, Stalin o el animal ese que hay en Corea del Norte. Ninguna. Son iluminados que dictan y someten. Con ejércitos, policía y sobre todo, con impunidad. La impunidad que da estar al habla con dios, que es la misma impunidad que da ser un enviado del pueblo o el líder de una raza o de un partido único.
Así que situar la tiranía de esos barbudos en un plano religioso me parece una perfecta imbecilidad. Y discutir acerca del grado de respuesta a una ofensa, de una miopía extraordinaria. No es Alá el problema, por mí pueden creer en las piedras, mientras no me las arrojen a mí. O como diría mi madre ¡qué Alá ni qué Aló! El debate no es religión musulmana o religión católica o judaísmo o budismo o pastafarismo si me apuran. El debate es libertad o tiranía, civilización o barbarie, siglo XXI o siglo XII. La idea de “o piensas como yo o te liquido” es más viejo que el hilo negro, así es que no se distraigan poniendo la religión a la altura de estos monstruos.
De Prada nos dice escandalizado que la libertad de expresión sirve para ultrajar, dañar, injuriar, ofender y blasfemar, y para que Dios se tenga que aguantar con la ofensa. No, Prada, no. La libertad de expresión sirve para que yo pueda escribir que dios me parece un invento y que nadie me mate ni me encarcele por eso. Y también para que yo pueda decir que Dios no se ofende por las imbecilidades que tanto ofenden a De Prada y a tontos útiles como él. Ningún hombre en la Tierra ha sido mandatado por Dios para defenderlo, y cualquier meapilas estaría de acuerdo en que afirmar eso es blasfemo. En todo caso, defenderá sus propias creencias, y en ese caso, se está defendiendo a sí mismo. O sea, exactamente igual que en una discusión de fútbol. Saquemos a Dios de todo esto, porque si no me harán recurrir a un chiste de Charlie Hebdo: C’est dur d’être aimé par des cons (es duro ser amado por gilipollas, dice Alá en una caricatura). Además de gracia, tienen en eso mucha razón.
En el terror no hay una acción-reacción, porque sin caricaturas el terrorismo existe de igual modo. Pensar que si no hay acción (caricatura) no hay reacción (asesinato) es, automáticamente, darles la razón a ellos. Si aceptas que matan porque están ofendidos, y que el caricaturista debe callar, conviene pensar en el próximo paso: ¿Qué es lo siguiente que les ofenderá? ¿Que yo no lleve burka? ¿Que vaya a un bar sola? ¿Que yo trabaje? ¿Que lleve vaqueros? Abran esa puerta y verán llegar a los tiranos a lugares inimaginables. Yo no lo acepto, y creo que no hay dar ni un paso atrás.
Si usted, cuando yo digo que son unos bárbaros, me contrapone otras ofensas, automáticamente le da carta de naturaleza a los asesinatos, porque reconoce que ellos pueden tener una (al menos una) razón. Y si acepta que pueden tener una razón, poner una bomba o ir a un tribunal es sólo una cuestión de grado. Y no. Su reacción no es una cuestión de grado, sino de categoría, y conviene distinguirlo con claridad. No me gusta que saquen al Papa sodomizado, claro que no. Y tampoco que hagan chistes procaces sobre mujeres, o sobre ancianos o sobre subnormales, si a eso vamos. Pero defiendo el derecho a hacerlo sin que nadie te pegue un tiro por ello. Y si tengo que elegir entre esas bestias inmundas y un caricaturista pasado de vueltas, me quedo con el caricaturista sin dudarlo.
En este asunto no conviene tener dudas del lado en el que nos situamos. Se puede amar a Dios, tener fe, respetar al Papa y pertenecer a la Iglesia y defender a los caricaturistas. Yo lo hago, porque creo que no es la religión. La religión es sólo el señuelo: la presa es otra. Y no hay ofensa, sino coartada, y no entenderlo es claudicar.
Habla el fanático de Prada de la religión democrática. No creo que ningún fanático de esa “religión” que tanto vitupera degüelle a un hombre delante o detrás de unas cámaras. No es la religión, bobo, no es la religión. ABC es un gran periódico con grandísimos columnistas y sin quererlo, tanto Ignacio Camacho como Albiac le responden hoy, afortunadamente (CLICK y CLICK).
Les dejo con un vídeo de Wafa Sultán, una psiquiatra siria exiliada en Estados Unidos que combate el fanatismo islámico y el anclaje irremediable de estas sociedades en la Edad Media. Esta entrevista es de 2006, pero podría ser de ayer mismo. Son cinco minutos largos, pero resumen bien el asunto que les he traído, a mi pesar, hoy. Pueden quitar el sonido: se evitarán la bronca.
Sandra Palo era una madrileña de 22 años con una discapacidad intelectual. Una tarde, cuando volvía de tomarse unas cervezas con unos compañeros del taller ocupacional al que acudía y mientras esperaba el autobús con su ex-novio, cuatro individuos los obligaron a subirse a un coche a punta de navaja. Al novio lo soltaron, pero a Sandra la obligaron a permanecer en el coche. La llevaron hasta un descampado y la violaron repetidamente los cuatro. Cuando terminaron con esta primera tortura, Sandra se levantó a duras penas e intentó huir. Entonces la jauría, dicen que para que no pudiera delatarlos, la pegó con un palo en la cabeza con ánimo de matarla y la dejó medio inconsciente. Ahí no quedó la cosa, porque aún cogieron el coche y la atropellaron en varias ocasiones. Sandra agonizaba, pero aun le quedaba algo de vida. Así es que estos cuatro bestias, antes de abandonar definitivamente aquel descampado, tuvieron el cuajo de acercarse a una gasolinera, llenar una garrafa de gasolina y volver para quemarla viva.
Esta información la he sacado de la wikipedia y no he querido rebuscar más. El caso de Sandra Palo es de sobra conocido, pero vale la pena recordarlo, escribirlo para obligaros a leerlo y no enlazarlo y arriesgar a que os falle la memoria, arriesgar a que vayáis con poco tiempo y os saltéis el enlace. Aunque me tiemblen las manos mientras lo escribo y tenga un nudo en la garganta. Aunque se me revuelva el alma sólo de pensar en la agonía de aquella chiquilla, en su sufrimiento. Aunque me venga a la cabeza la imagen de esa pobre madre que pena por despachos, televisiones, periódicos y redes sociales, cada vez más exhausta, pidiendo que esos bestias no puedan seguir paseándose por la calle. Porque tres de esos cuatro están ya en la calle. Se les aplicó la ley del menor (para violar y matar no lo eran) y siguen delinquiendo impunemente. Asociación para delinquir, robos con violencia, atracos a punta de navaja. Y volverán a matar y a violar tarde o temprano, solos o en manada, yo no tengo dudas porque esto que hicieron no fue una gamberrada de jóvenes adolescentes.
Podría también contarles el caso de Pablo García Ribado, un hijo de satanás que violó a 74 (setenta y cuatro) mujeres, al que soltaron después de 17 años y que un año después volvió a la carcel por nuevos abusos. O el de Pedro Luis Gallego, condenado en el 87 a 10 años de carcel después de varias violaciones, que cumplió tan sólo 5 y que al salir mató a dos muchachas, una de 18 años y otra de 22, además de violar a varias mujeres más. O José María Real López, condenado por matar a una niña de 9 años en un permiso penitenciario, y que cumplía condena por violar a otra criatura de 11. Todos están sueltos, hasta la siguiente atrocidad. Hay muchísimos más casos de este tipo, búsquenlos si quieren en la red que a mí ya me da asco. Y sin buscarlo en internet, si atienden a los casos que salen en los periódicos sobre salvajadas de locos así, se encontrarán en no pocas ocasiones a un reincidente, a alguien que ya apuntaba maneras. Gente anormal que no puede vivir en sociedad.
Conozco los argumentos, las frases comunes que se oponen a la existencia de la cadena perpetua. A veces van acompañados de buenos sentimientos, sinceros unas veces, postureo y consignas manidas otras, brochazos que impiden separar con precisión el grano de la paja. A mí tampoco me faltan los buenos sentimientos, y me encuentro entre los que piensan que con la venganza no se llega muy lejos. Entiendo el odio como una explosión, como cuando se descorcha una botella de agua con gas, pero no como una forma de razonamiento o como una pauta de la voluntad. No me parece práctico, y lo dejamos ahí. Pero no estoy hablando ni de venganza, ni de odio, y, en el límite, tampoco de justicia. Estoy hablando de evitar el crimen cuando se puede.
La pena de cárcel se puede entender como un castigo, como una forma de reeducación o como una advertencia con fines disuasorios. Sin embargo, la cadena perpetua yo no la entiendo como un alargamiento de la pena de carcel, aunque técnicamente lo sea. Para mí la cadena perpetua es una medida preventiva. Profiláctica, si prefieren. Higiénica. Porque del mismo modo que se recoge la basura y se entierran los cadáveres para evitar epidemias, hay gente a la que hay que separar de la sociedad para que no maten o para, algo peor, destrocen un montón de vidas. Se trata de protección, simplemente. Se trata de protegernos de bestias: a nadie se le ocurre soltar a un tigre hambriento en la Puerta del sol. Y hay personas que hacen infinitamente más daño que un tigre hambriento.
Los violadores, los pederastas, los asesinos en serie, los terroristas capaces de poner una mochila con bombas en un tren por la mañana no pueden tener una segunda oportunidad. No hablo de lo que ellos merecen, sino del riesgo que me piden que yo asuma. Creo que antes de darles a ellos una segunda oportunidad hay que dar una primera a las siguientes víctimas, que las habrá. Para uno que se rehabilita, hay diez ó más que reinciden. Yo no quiero asumir el riesgo de, para poder soltar al aparentemente rehabilitado, dejar en la calle a muchísimas más bestias porque me parece que es como jugar a la ruleta rusa. El riesgo de jugar a esa ruleta no es si cae la bala en el tambor. El riesgo es que la cabeza la ponen tus hijos en el parque, tú cuando vuelves a casa sola, tu hija cuando sale con unos amigos y espera el autobús, tu madre anciana cuando abre la puerta a un desconocido o tú mismo cuando te montas en el metro. Lo que me lleva a pedir que se legisle e instaure la cadena perpetua para determinados casos no es indignación, ni venganza, ni odio. Es un simple cálculo.
Se me dirá que son enfermos. Pues bien, que los encierren en un manicomio con todas las comodidades después de juzgarlos con todas las garantías. Pago mis impuestos, no me importa que lo gasten si quieren en hoteles de lujo para esas alimañas, pero que los retiren de la calle. Literalmente, que los encierren y tiren la llave. Ya sé que no se pueden evitar todos los crímenes terribles que suceden cada día, pero hay algunos que sí podemos evitar.
Pero estad tranquilos los que leéis horrorizados y llenos de escándalo este post tan fascista y tan de derechas: no habrá cadena perpetua. No la instauran en caliente y mucho menos legislarán en frío, cuando se trasiegan votos y titulares de periódicos manipulados para el trasiego de votos. Dirán que si revisable, dirán que si el preso que estudie o barra las letrinas de la cárcel puede salir los fines de semana a merendar, hablarán de los derechos humanos del preso al que confundirán alevosamente con el resto de los seres humano. Pondrán 30 años que seguirán convirtiéndose en 10 por estudiar la vida de los pájaros. Por lo visto, hay riesgos que sí pueden asumir y se olvidarán de proteger a la sociedad, a la que adormecen con programas repugnantes y telediarios en los que se mejora el share con las brutalidades de estos bestias.
Empieza por que la calle es suya. Y como es suya, puede hacer parcelitas, pintarlas de colores, y alquilarlas al precio que quiera y a quien quiera, que para eso la calle es suya. Los espacios reservados a las embajadas y los de los ministerios no pagan. Ni tampoco esas plazas que dedica a poner contenedores que no se limpian más que un día a la semana.
Si usted es residente en la zona y quiere aparcar, le conviene sacarse una tarjetita con un número que le identifica a usted y a su coche. Lo soluciona con 25 euros al año. Luego ya, cuando vaya a aparcar, debe buscar una parcelita que esté pintada de verde porque si es azul, entonces paga usted por horas como cualquier hijo de vecino. De vecino de otro barrio, se entiende.
Este año, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, conocida por su preparación y experiencia como ama de casa, se ha inventado una nueva norma para los residentes que tengan un coche y quieran aparcar en su barrio. Mire, nos dice, si usted tiene un coche propio, vale. Pero si su coche es de renting, voy a mirar a ver dónde vive esa empresa. Y si esa empresa de renting no tiene su sede social en Madrid, usted no tiene derecho a la tarjeta de residente. Usted vive aquí, pero su coche no nació aquí. Algo así.
¿Por qué hace esto esta señora tan absurda que sufrimos los madrileños? Pues porque quiere obligar a estas empresas a pagar el impuesto de vehículos en Madrid. No comprende esta mema que las empresas de renting me sirven el coche a mí y a un señor de Cuenca, o de Barcelona, o de Sevilla. Ella quiere lo suyo, y si por el camino me fastidia, pues es mi problema.
A ella le importa una higa que usted tenga un contrato con esa empresa de renting en vigor y que no lo pueda cambiar así por las buenas sin perder una pasta. También le importa un comino que a usted le cueste una plaza de garaje por su zona 2.500 euros al año. Usted es un daño colateral, ella va buscando algo y si por el camino le atropella, pues le atropella.
A esto le llamo yo cambiar las reglas del juego en mitad del partido. Unas11.000 personas, según el periódico, estamos en esta situación. Al periódico le parece bien, porque las empresas de renting son malvadas, ya se sabe. Mira que centralizar la gestión en un ayuntamiento distinto al de Madrid, qué canallada. Al resto de partidos políticos también les parece muy bien, por lo mismo que al lerdoperiódico. El pequeño detalle es que a mí nadie me dijo esto antes de coger el coche hace dos años. A la empresa de renting tampoco. Y así estamos, a la espera de que el ayuntamiento decida el día 19 si sigue con esta arbitrariedad o recula. Apuesten…
¿Y la alcaldesa gana algo fastidiándome? No gana nada. Yo le alquilaré una plaza a un señor al que pagaré en negro (que no lo dude nadie) y dejaré de pagar 25 euros al ayuntamiento a partir del 2 de enero. Y la empresa de renting seguirá radicada donde le salga de las pelotas. ¿y usted? ¿Cree usted que se va a librar? No. Mañana decidirá que los coches a partir de determinada cilindrada, o con x años tampoco tienen derecho. Y cállese la boca, hombre ya.
Son peor que una plaga. Son un virus infeccioso imposible de curar. Tipeja.