Una letra para el himno

Yo creo que, antes de intentar ponernos de acuerdo sobre la letra del himno, deberíamos acordar para qué queremos la letra, porque así no vamos a llegar a ninguna parte. Si, desde Zapatero, el concepto de nación es discutible, no digamos el de patria. Hoy oía decir a uno de esos mendrugos demagogos que patriotismo es tener una sanidad de calidad, así que supongo que él y su grupete de tuiteros sólo aceptarían una letra que empezara más o menos así: Mi Estado/un sitio cojonudo/aunque enfermo estás/¡Viva la sanidad!, y estrofas de ese pelo.

Es imposible que los españoles nos pongamos de acuerdo en una letra para el himno. Y menos hoy en día: sería imposible con tanta corrección política. Por supuesto, nada de nombrar a Dios, nada de armas ni episodios militares, aunque hayan sido gloriosos, porque algún muerto habrá habido. Nada de sol, que en el norte se sentirán ninguneados. Nada de montañas, que en La Mancha se ofenderán. Nada de ríos, pues menudos son los murcianos cuando les nombran el agua. Nada del mar, porque tenemos que meter como sea Mediterráneo, Atlántico y Cantábrico, aparte de que la meseta es mucha meseta. Nada de amarillos y rojos, porque también hay verdes, azules y hasta morados. Ni mencionar las comidas, o cualquier costumbre, que lo típico va por barrios. Nada de Europa, que para qué. Nada de antepasados, que entonces hay que meter a las antepasadas. Nada de niños, no sea que los condicionemos. Y eso sin pensar que habría que tratar de que rimara en varias lenguas, y con el eusquera entre ellas no queda más que rendirse.

Por eso creo que lo mejor es decidir antes para qué queremos una letra. En realidad, podemos estar de acuerdo en que sólo la echamos de menos en los acontecimientos deportivos. Y para eso, valdría esta propuesta perfectamente:

Canto esto
que no se ofenda nadie
que esta letra es
sólo para animar

Canta fuerte
que si cantamos algo
el contrario va
y se acojona más.

Vamos, muchachos,
ganad esto ya.
Lo de la prima es
sólo un motivo más.

Piensa en la gente,
los niños, y tal.
Al rival que le den,
no le debemos .

Por supuesto, en vez de muchachos se puede decir muchachas, y si estamos en individuales, pues le damos el tratamiento de vuecencia al deportista, que llegar en solitario tiene mérito de sobra para eso y para más. Y si no es un partido, sino otro tipo de competición, pues lo cambiamos por carrera, o por prueba, y ya está. Creo que tiene todo para ser un éxito: un principio que explica, una continuación recia y con palabrota, una tercera parte muy convincente, y un final emotivo, con frase entre chuleta y cañí incorporada para que no se nos olvide de dónde venimos.

Ni a dónde vamos.

 

Dramatismos

Bonjour, Carmen. Est-ce que tu as un support de présentation du projet, par hasard? Je manque cruellement d’informations.

Recibir este correo muy de mañana te deja pensativa para lo que queda del día. ¿Tienes un soporte de presentación del proyecto, por casualidad? Me falta cruelmente información. Yo no lo hubiera dicho así en castellano, desde luego. Bueno, y ni en francés o en polaco si lo supiera hablar. Pero los franceses, ya se sabe, son muy suyos. Y sobre todo hay que concederles que cuando se ponen dramáticos no tienen competencia. ¿Han visto el adverbio? ¡Cruelmente!

Me ha venido a la cabeza una frase de La paradoja del interventor, de Gonzalo Hidalgo Bayal: «Cuídate, interventor, dijo el profeta con los brazos en cruz, que la vida es cruda, el mundo cruel y el sacrificio cruento.» Si esta muchacha que me pedía información hubiera sido española, no duden ni por un momento que habría incluido la frase de Bayal citándolo y sustituyendo la palabra interventor por su nombre.  Y con el libro a mano incluso podría haber completado el mail con algún párrafo más: «Cuando alguien se encuentra abandonado por todos, ni siquiera reconocido, acorralado por una adversidad anónima y unánime, el mundo deja de tener fronteras, lenguas, nombres direcciones y teléfonos, documentos, carnés, impresos, solicitudes, el mundo se vuelve estrecha cárcel. Limita la libertad con lo imposible. Cuando se puede ir en cualquier dirección es como si no se pudiera ir en ninguna, la libertad absoluta es una forma de prisión, porque quedarse es cautiverio e irse es obligación.»

Cruelmente, me dice y de mí se apodera la congoja y busco las imágenes de Hidalgo Bayal. «Era la tristeza amplia de la mañana la que se abatía sobre él.» (sobre ella). «Era el guardian de un paso a nivel vacío, guardian de nada, de una puerta en el desierto.»

No puedo dar fin a las citas sin olvidar la última:

«Para ellos no hay aprendizaje histórico, sino imitación audiovisual, sin llegar a advertir nunca del todo que la vida avanza inevitablemente sin elipsis.»

 

Invierno en Madrid

Y es que nos creemos que el invierno es solo diciembre y enero, pero no. El invierno llega hasta el 21 de marzo, o en todo caso hasta la semana Santa (incluida). Y hay años que dura hasta el 10 de junio, y ya te quitas el sayo y te pones el bikini. Esto último es un poco exageración, aunque tampoco va muy desencaminado el dicho aquel que dice que Madrid son nueve meses de invierno y tres de infierno.

Hay meses que no tienen estación o que la tienen confundida. Por ejemplo, septiembre. Tiene tan sólo 9 días que pertenecen al otoño, pero casi todo el mundo da por amortizado el verano desde el día 1. Algo parecido le pasa a noviembre, que es un mes invernal disfrazado de otoño (o al revés); o junio, ahí lo tienen: un mes plenamente veraniego que pertenece a la primavera en dos tercios de su calendario. Por no mencionar a febrero, que parece un mes en el que solo hace viento y, sin embargo, es un mes plenamente invernal. Las estaciones son unos fenómenos perfectamente científicos con los que la gente nunca está del todo de acuerdo.

Naturalmente, yo hablo fijándome en Madrid, que es donde vivo. Un coruñés, pongamos por caso, contaría otra cosa, pero yo lo que vengo a contar es que en Madrid tenemos un invierno y un verano muy marcados, y luego un otoño larguísimo en el que normalmente hace un frío que pela y una primavera en la que normalmente hace un calor asfixiante. Y seco todo, todo muy seco, algo que a mí me resulta maravilloso. O sea, que tenemos una climatología bipolar, sobria y sin demasiadas concesiones. También es verdad que en octubre o en abril pueden sucederse las cuatro estaciones a lo largo del día, e incluso caer algún chaparrón cuando al cielo le da por ponerse generoso. Y en realidad, se pone generoso consigo mismo, porque sabe que al día siguiente el azul, su azul, será limpio y optimista. Yo creo que los madrileños somos acogedores por la luz del cielo después de un día de viento o lluvia. Es un cielo que te avasalla y que te hace querer abrazar al mundo, especialmente en invierno. Esa luz…

Ayer nevó de todas las maneras posibles. Copos grandes que caían lentos como plumas, copillos dispersos que se movían por el aire como borrachos, copos medianos que, mezclados de lluvia, parecían tener prisa por llegar al suelo. Bailaban, corrían o volaban, pero al llegar a tierra desaparecían como avergonzados. Hoy también hemos tenido nuestra ración de nieve durante la jornada. En el sur de la ciudad, donde trabajo, copos grandes que no han cuajado y en el norte, que es donde vivo, copos menudos que han resistido y logrado sobrevivir en las aceras y en los árboles. Ya no queda nada, salvo una noche muy fría y llena de goterones. Mañana será otro día.