Chiqui, que eso es poco

La ministra Montero, que es la de Hacienda y que se ocupa en estos días de presentar esas cuentas del Gran Capitán que son los presupuestos públicos, le quitó importancia a tener una diferencia de cinco décimas de déficit. «Lo he dicho siempre, chiqui, eso son 1.200 millones, eso es poco» le dijo a una periodista con una frivolidad asombrosa.

1.200 millones de euros, para la ministra encargada de administrar nuestro dinero, es poco. Yo tengo que decir que para mí esa es una cifra de dinero incomprensible, y por eso, para entenderlo, intento hacer algún cálculo para hacerlo material,  tangible, comprensible. Cálculos de este tipo:

– El coche más vendido en España es el Seat Leon. Un Seat Leon cuesta unos 15.000 euros. 1.200 millones de euros equivalen a 80.000 coches. ¿Son muchos 80.000 coches? Pues yo creo que sí: en el mes de julio, es España, se vendieron unos 130.000. Y en la universidad Complutense de Madrid hay unos 70.000 alumnos, con lo que podrías dar un Seat Leon a cada uno que aprobara alguna asignatura (y te sobrarían muchos coches que se los puedes dar a los turolenses, por ejemplo, que están dejados de la mano de Dios).

– Esta es fácil: el salario mínimo son 10.320 euros al año. Con 1.200 millones pagas a 116.000 personas durante un año. Pero claro, el salario lo pagan las empresas. Bien, pues con 1.200 millones podrías reducir la cotización… ah, no perdón, que eso lo paga el empleador, que es un fascista.

– Otra también facil. La pensión media en España es de 934 euros. Con 1.200 millones de euros pagarías más de 90.000 pensiones durante un año. Otra forma de repartirlo es dando 10 euros más a cada pensionista al mes, eso si se quiere dar a bulto, que parece que es el modo de razonamiento preferido de la ministra.

– La cesta media de la compra es de unos 300 euros por persona y mes. Pues con 1.200 millones pagarías la cesta de la compra de 330.000 personas durante un año, o lo que es lo mismo, de más de 80.000 familias de cuatro miembros, por ejemplo como la de Pablo Iglesias, aunque no sé yo a cuánto estará la cesta de la compra en Galapagar.

– Si en vez de euros fueran metros, con 1.200 millones irías y volverías a la luna y todavía te quedaría crédito para ir de nuevo, aunque no para volver. Estaría bien hacer la prueba con la ministra, no creo que la echáramos de menos.

– El coste de una hora de vuelo del Falcon que le gusta tanto usar a su jefe es de 5.600 euros. Pues con 1.200 millones podríamos tener a Pedro Sanchez montado en el avión 24 años. Esto podría considerarse como inversión, con lo que es un coste amortizable. Y por otro lado, disminuiría el consumo de aspirinas entre la clase empresarial española. Me parece que sería un buen uso, tal vez el mejor de todos.

1.200 millones, chiqui, es poco. Y además, si el presupuesto lo podemos pasar, chiqui, si eso es fácil, no pasa nada, chiqui… Y es verdad: no pasa nada. Nada.

La maldad

Si una vez nos saltamos las reglas con éxito, ya no vemos muy dañino volver a saltárnoslas, aunque no parezca imprescindible. Simplemente es el camino más eficaz y más corto, del que no hay que dar explicaciones ni rendir cuentas a nadie. Es lo que se suele decir de los asesinos: una vez que han dado el primer paso, una vez que han inyectado el veneno o asestado el primer tajo y descubren que se sigue viviendo con ese peso en la conciencia o que cada día éste es más llevadero; que de hecho no es tan difícil hacerlo y que uno logra medio olvidarse de la vida quitada porque en efecto se está mejor sin ese estorbo, ese obstáculo o esa amenaza, o sencillamente sin esa presencia; que se respira mejor sin esa otra vida en el mundo y se comprueba que eso ayuda a conducir más ligeramente la propia; una vez que todo eso ha pasado, que se ha cruzado la raya y se han experimentado las consecuencias que resultan no ser tan gravosas, entonces el asesino tiene menos inconveniente en reincidir y en cometer un segundo y un tercero y hasta un cuarto asesinato. Es casi un lugar común pensar eso, pero tendrá bastante de verdad, como todos ellos.

Javier Marías, Berta Isla.

La maldad existe. No es un concepto abstracto o teórico, sino que las consecuencias que derivan de la maldad son materiales, son muy concretas. Y la maldad está en la cabeza del malvado, no en el sexo del asesino, no en sus circunstancias, no en su educación o en su origen o nacionalidad. La maldad está en las cabezas y en el cálculo que hacen esas cabezas, otras veces en sus instintos y las más en su locura. Dos personas con el mismo recorrido vital y las mismas oportunidades de cometer una atrocidad y sólo una matará a un niño de ocho años.

La maldad se puede investigar para esclarecerla, la maldad se puede describir y se puede estudiar, se puede imaginar, se puede contabilizar, narrar y lamentar. A veces se puede esquivar si se presiente. En realidad, la maldad no se puede evitar del todo hasta que se muestra. Pero una vez que se muestra, nuestra obligación como sociedad es combatirla y tratar de impedir que se vuelva a producir.

Yo estoy en contra de la prisión perpetua revisable, pero sólo porque es revisable. Ya lo expliqué en este post [CLICK], así que no les entretengo más.

Descanse en paz ese pobre niño.

 

Entre bolardos

Las voces de políticos y guitarristas del Imagine nos dirán que no van a conseguir doblegarnos ni cambiarán nuestra manera de vivir. Pero de momento vivimos entre bolardos. La furgoneta que nos trae el pan también nos puede traer la muerte y de seguir así, tendrá menor riesgo cruzar la calle que pasear por una peatonal. Cantemos todos: no, no, no nos moverán. 

Desde el 11-S ya han cambiado nuestra manera de vivir, porque no hemos sido capaces de cambiar nosotros la manera de vivir que traen estos psicópatas en sus países, en su origen y en la llegada a nuestras tierras. Porque la cosa termina con una pandilla de veinteañeros jugando a las bombonas de butano, pero empieza por un padre que vive sin esfuerzo de una subvención y que pasa sus días fumando y mirando bovinamente nuestra vida sin intentar comprenderla. Y por una madre tapada de pies a cabeza que tampoco entiende nada de una sociedad que se dice libre, pero en la que vive con los mismos derechos de facto que en su miserable tierra. Y le dirán a su hijo: no, no, no nos moverán, aunque sin cantarlo.

Son ellos o nosotros. Es su puta hijab o mis pantalones cortos. Podemos acoger a muchos refugiados de esos infiernos, podemos dar la bienvenida al inmigrante que viene a trabajar y a prosperar, y yo estoy muy a favor de ello, que nadie lo dude. Y eso no debería ser incompatible con hacerles ver, desde el mismo momento en que pasan la frontera, que su odio, su mierda mental, su asquerosa ideología disfrazada de piedad religiosa se queda a ese lado de la frontera. Que una cosa es importar el cous-cous y otra que una mujer no pueda salir de casa sin taparse. No se trata de poner leyes especiales para ellos, sino para sus delitos irracionales, para su enfermiza voluntad de querer construir nuestro futuro con su repugnante presente. Muchos de sus comportamientos y palabras son equivalentes a los de un nazi paseando una esvástica, y de él nunca creeríamos sus cuentos sobre un mundo nuevo mejor. Ese es el nivel. No hay soluciones mágicas, pero el principio no está cuando empiezan a fabricar la bomba.

Si se hubieran puesto bolardos en las Ramblas, habrían encontrado cualquier paseo marítimo lleno de niños para atentar. Del mismo modo que la muerte está en sus cabezas y no está en la furgoneta o en el cuchillo que usan, nuestra defensa no está en los bolardos, sino en nuestras convicciones y en nuestra capacidad para imponerlas (¡sí, imponerlas!) con mano muy dura, con intransigencia, con el mismo fanatismo e incluso violencia que utilizan ellos. No puede haber ningún diálogo y ninguna componenda, no deben poder escapar por ningún derecho que nos hayamos dado. Su vida tiene que resultar imposible, sus ideas un infierno en nuestra sociedad. Odio y rabia, y llamarles hijos de puta hasta que nos duela la boca. Será eso o vivir entre bolardos, y esperar al último pelotón de soldados, en realidad un retén de policías.

Catorce familias desoladas y un centenar sin vivir pensando en la recuperación de sus familiares. Un país sobrecogido, conmovido, apenado. Los que han caído son nuestros caídos. Sus caídos, cucarachas inmundas que hay que barrer después de aplastarlas y después de sacarlas de sus agujeros y de localizarlas en la cocina y el salón. Esos bichos, los verdaderos infieles de nuestra civilización.

Entre el cielo y el suelo

Entre el cielo y el suelo hay algo…, cantaba Mecano. En el caso de Madrid, entre el cielo y el suelo está Manuela Carmena.

Cuando llegó al ayuntamiento, yo me reía y bromeaba: «¿Qué más nos puede pasar a los madrileños después de tres años con la Botella de alcaldesa?» Me equivoqué: podían pasarnos muchísimas más cosas. Ya lo creo.

Anita Botella dejó un Madrid con los impuestos por las nubes y la basura campando por los suelos. Una perfecta desgracia, cuyos desmanes parecían imposibles de superar, tanto para arreglarlos como para empeorarlos. Pero nada es imposible en este Madrid de mis amores: Manuela Carmena y sus pandilla de concejales pijos, unos niñatos que se dedican a jugar en el ayuntamiento (¡qué chupi todo!) siguen teniendo Madrid hecho una mierda, y tasas o impuestos que no mantienen es para subirlos. E igual que hacía la derecha pepera, la izquierda premoderna nos echa la culpa a los madrileños, por ensuciar. Así que ya sabemos que, si de lavar se trata, nuestros políticos municipales lo único que harán a conciencia es lavarse ellos mismos las manos.

Limpiar no toca, y ordenar el tráfico tampoco. Mejor desordenarlo, que como decía Radio Futura, en el caos no hay error. Y así, sales de casa sin saber por dónde puedes circular, ni a qué velocidad, si te dejarán o no aparcar, si el corte de tráfico es para celebrar bicicletas, niños o machirulos, si esta o aquella calle la cerrarán, si esa valla es para que no pases tú o para que no pase un autobús, o quizá es una que se dejó algún operario confundido, si esos conos sirven para una obra, para un control o porque no saben dónde colocarlos. Todo es confusión en la jinkana en la que se ha convertido Madrid.

Ahora miran al cielo, consultan unos chirimbolos en los que se ha puesto un límite arbitrario, y decretan unas medidas de trazo grueso que no sirven para bajar los humos, ni siquiera los de la tropilla feliz del ayuntamiento. Como Salomón, han decidido partir el parque automovilístico en dos: hoy que circulen los impares, que los pares ya los ponen los concejales. Que otra cosa no, pero huevos no les faltan.

Digo yo que si hay tanta contaminación y es tan peligrosa, lo que deberían prohibir es caminar, montar en bici y correr. Nada de abrir ventanas, y si hay que salir a la calle y no se dispone de una escafandra ¿qué mejor que refugiarse dentro de un coche? Eso sí, todo esto sólo vale dentro de los límites de la M-30. Cruza usted el puente de Ventas y no sólo se acabó el peligro, sino también la facultad de contaminar.

Probablemente los que viven fuera de Madrid (fuera, fuera, en otra provincia, no en la calle Arturo Soria, por poner un ejemplo), pensarán que esta es la ciudad del Apocalipsis. Y hombre, tanto no: de los cuatro jinetes, sólo llevamos dos ejerciendo de alcaldesas. Incluso yo diría que esta cruz que nos ha caído es un poco como acoger unos Juegos Olímpicos. No nos los concedieron, pero a cambio tenemos un Ayuntamiento que celebra una versión de Olimpiadas de la pandilla basura.

A mí no me han contado cómo era y cómo estaba Madrid hace cinco o seis años. Pero si quieren, se lo puedo contar yo. Vivo en una de las ciudades más bonitas del mundo, simpática, castiza, tolerante, animada, con un cielo azul maravilloso, con un tiempo extremo, pero que deja pasear durante 10 meses y que me encanta. Una ciudad extraordinaria sí. Y también una ciudad con muy mala suerte con los alcaldes, en especial con aquellos que no elegimos.

En fin, también estos pasarán. Confiemos sólo en que dejen algún matojo con vida, aunque esté contaminado.

 

Montoro, el guerrero anti gorduras

Ahora les ha tocado el turno a los gordos. Usted está gordo porque quiere, sin más. Esos michelines son inaceptables y pueden provocarle cualquier síncope. ¿Ha pensado usted en su salud? Claro que no. Pero no se preocupe, que aquí estoy yo, el Estado protector sabedor de todas las cosas. Le voy a poner una tasa a las bebidas azucaradas que se va a cagar la perra, a ver si con eso deja ya de meterle mano a las cocacolas, que además de engordar le provocan unos gases que parece usted un zepellin.

¿Y para cuándo un impuesto serio y contundente a las galletas María? Las galletas María son el mal, y si le da una a su hijo, su hijo morirá. Lo mismo tarda 90 años, pero morirá.

Me parece a mí que con esto de las bebidas azucaradas el gobierno ha abierto un filón. Me imagino a Montoro, ese psicópata, frotándose las manos y enviando sicarios a los supermercados a mirar las etiquetas de todos los productos. Se viene una cascada de impuestos contra la gordura en bollerías, patatas fritas y hasta las latas de fabada. El Litoral tiembla y la Gallina blanca está a punto de ser desplumada. Cuando terminen con los productos manufacturados, entonces seguirán con los mercados: ese tocino que luego echa al cocido, o esa plátano que se va usted a comer de postre, madre mía, lo que engordan.

Y también hay que poner coto a las empresas, y ahí Montoro no ha estado fino. ¿Qué es eso de dar una cesta de Navidad llena de chorizos, almendritas, botellas de vino y turrones al empleado? El Estado que dice cuidarnos ¿no va a imponer una tasa de, no sé, 500 euros por cada cesta repartida? Es inaceptable. Estos empresarios irresponsables que primero nos matan a trabajar y luego nos dan una cesta que nos engorda para que muramos poco a poco de gordura, cuánta indignidad.

Por no hablar de otras costumbres fatales para nuestra salud y que sin duda engordan una barbaridad. Los ayuntamientos deberían poner un lector de tarjetas de crédito en los bancos públicos, para que no nos sentáramos, que ya se sabe que estar sentado engorda. Una tasa especial para edredones, colchones y almohadas sería muy de desear. En cuanto a evitar que nos echemos una buena siesta, pienso que una alarma que sonara en las ciudades entre las 3 y las 5 de la tarde los fines de semana sería lo más eficaz, aunque el gobierno también puede gravar los sillones con un 40% de ISP, el nuevo Impuesto de la Siesta Probable.

Yo creo que este gobierno se ha quedado corto. Comprendo que no pueden estar en todo, pero hay riesgos inaceptables. Vivir es uno de ellos, seguido del riesgo de que te mueras. Sí, sí, morirse es un riesgo, no una certeza. Morirse es, si atendemos a la presión fiscal, una mala gestión del riesgo de vivir y una consecuencia de que no te cobren suficientes impuestos para evitarlo. ¿Que no?

Absolutismos

Tengo yo una cena apostada (en realidad son dos cenas) a que se repiten elecciones. Y cada día que pasa estoy más convencida de que cenaré gratis. ¿y qué es lo que hace aumentar mi convicción? Pues no sólo las cuentas, que no me salen, sino también los mensajes pertinaces de todos los políticos, que dicen no quererlas. Y es que los políticos mienten hasta cuando desean.

Miren, a mí me parece que no hay que darle muchas vueltas a lo que dijimos los españoles el pasado 20 de diciembre. Dijimos, sencillamente «hablen ustedes y entiéndanse».

Y no se entendieron.

Así es que repitieron las elecciones, y de nuevo salió lo mismo: «hablen ustedes y entiéndanse».

Y siguen sin entenderse.

En el entretanto, el país sigue funcionando.Y yo sigo charlando y entendiéndome con amigos de derechas, de izquierdas, muy de derechas, muy de izquierdas y viceversa. Con partidarios de subir impuestos y de bajarlos, con católicos y ateos, con amigos de la escuela pública y fans de la sanidad privada, con funcionarios y parados, con estudiantes y jubilados, con inmigrantes y nacionales, con catalanes y con vascos, con atléticos y sevillistas, con artistas e industriales, con camareros y directivos, y, en fin, con todo aquel con el que necesite entenderme para conseguir algún fin. Pero hay un paso previo imprescindible: acordar para qué se discute.

Dice Carlos Rodríguez Braun que no habrá nuevas elecciones porque los políticos empiezan a temer que nos demos cuenta de que no nos hacen demasiada falta. Yo, sin embargo, creo que tendremos nuevas elecciones porque a todos les interesa: el rojo no tiene nada mejor que hacer; el azul piensa que si todo sigue igual, él también; el morado siempre puede protestar y si no, ya se inventará algo; y el naranja… bah, el naranja va donde le lleven. Mientras tanto, viven estupendamente: tienen el sueldo de un ministro, el trabajo de un cura y las vacaciones de un maestro.  En cuanto a ustedes, con gobierno o sin gobierno tendrán que hacer prácticamente las mismas cosas cada día, así es que no pretendan venir ahora a darse importancia. Una cosa es segura, sin embargo: con elecciones o sin ellas, gobierne quien gobierne, juntos o separados, con absolutismos o sin ellos, nos subirán los impuestos, que para eso no necesitan ni hablar ni entenderse.

Impuestos y mentiras

Cuando llega esta época del año me invade la melancolía. ¿La primavera? No, los impuestos. Y es una melancolía nada romántica. Es un sentimiento de pérdida, de cansancio, de agotamiento vital. Me invade la impotencia, me aturde la vida, me aburre el trabajo, odio la sociedad y me cuesta un mundo levantarme de la cama. Vivo en un estado de cabreo sordo, y las yemas de los dedos me sorprenden con un extraño cosquilleo. Creo que si me dejara llevar tiraría este ordenador por la ventana, rompería airada el televisor y estrellaría la radio contra un espejo. Pero al final, en vez de eso alargo el momento más triste del año, ése en el que constato mi derrota y la de todos los españoles:

– Sr. ministro de Hacienda, se lo ruego, devuélvame por favor las cuatro perras de más que me ha quitado por adelantado. Se lo solicito, en esta carta firmada que he tenido que descargarme de la aplicación de Hacienda, que he tenido que imprimir, que he tenido que revisar, que tengo que firmar, que he de llevar al banco. Hágalo cuando quiera, que usted no tiene prisa, porque si se retrasa no le pasara nada. A su disposición por si necesita más información sobre mi vida y patrimonio.

Sumisión, ese es nuestro destino con los impuestos. Deberíamos declararnos en rebeldía, salir en manifestación, paralizar el país, organizar caceroladas, tirar tomates y lechugas en las puertas de todos los organismos públicos, y escupir en la cara a toda esa caterva de desahogados que nos extraen la sangre y nos quitan nuestra propiedad. ¿Para Sanidad y Educacion? Eso es mentira, eso es un mantra podrido, una añagaza a la que se agarran para seguir dilapidando nuestro dinero.

¿Solidaridad? No me hagan reir. ¿Desde cuándo la solidaridad es obligatoria? Miren, cuando hay verdadera necesidad, el Estado ni aparece. Aquí la única solidaridad que pagamos es la de mantener a analfabetos sin formación ni oficio conocido en el Congreso de los diputados. Aquí la única pobreza que aliviamos es la intelectual, y desde luego con poco éxito. Y es que no da de sí el dinero para mantener a tanto indigente intelectual, amigos.

No mejorarán las cosas, más bien al contrario. El Estado es un pozo sin fondo que no ahorra nunca. El Estado cambia el destino del gasto, pero no ahorra nunca. Escuchen atentamente a nuestros políticos y verán que siempre encuentran algo en que gastar lo que han ahorrado, o lo que dicen que han ahorrado. No hay refugios en los que esconderse de estas sanguijuelas. Más tienen, más gastarán. Y si usted más tiene, más pagará. Sin remedio.

¡Cabrones!

Cámaras

Está la Cámara Alta, la Cámara Baja y la cámara oscura.

La cámara oscura es una caja cerrada herméticamente en la que se hace un pequeño orificio para que la luz del exterior entre concentrada y se proyecte lo que hay fuera. Este lugar estanco, junto con material fotosensible, es imprescindible para obtener una fotografía. Luego pueden ustedes sofisticarlo lo que quieran, pero si no hay cámara oscura no hay imagen y no hay foto.

Pensaba en la cámara oscura leyendo sobre la cháchara impúdica de los «políticos» con motivo de la situación en la que nos encontramos después de las elecciones.

Como todos ustedes saben, la luz que se refleja en la cámara oscura representa la realidad del exterior invertida, horizontal y verticalmente. Así es que si se quiere comprender cabalmente la realidad que hay fuera de la cámara oscura, hay que darle un par de vueltas a la imagen que se ve proyectada.

¿Me siguen?

Son insoportables.

cámara oscura

 

Violencia de género y elefantes

La llamada violencia de género ha entrado en campaña con la frivolidad, la demagogia y el trasiego de brochazos a los que nos tienen tan acostumbrados los políticos, esos seres que suelen tener razón cuando están callados. La violencia de género, sí, eso que algunos llaman violencia doméstica, lo que es un oxímoron en toda regla. Todo viene a cuento de una propuesta de Ciudadanos para eliminar la discriminación que supone que la pena para este tipo de delitos sea mayor si el agresor es un hombre, algo con lo que yo estoy muy de acuerdo con Ciudadanos. La algarabía procede, como suele ser costumbre, de coger el rábano por las hojas, y de paso, manipular todo lo que se pueda para obtener un puñado de votos. O sea, lo del tonto, el dedo y la luna.

Yo creo que la condición de bestia no tiene género, y la de víctima tampoco. Quiero decir que lo que hay que combatir es la violencia, no el sexo del agresor. El tipo que pega a una mujer también pegará a un niño, a un anciano y a un gatito. Pegará a aquellos que no pueden defenderse con sus mismas armas y en su mismo territorio, a aquellos que no pueden escapar de su tiranía. Sus armas son el bofetón, la cuchillada y el grito, y su territorio es la impunidad. Cuando se resuelven los conflictos a bofetadas, me parece que hay que fijarse en el carácter, no en la entrepierna. Primero se es bruto y luego se es varón, no al revés.

Matar a una mujer que no puede defenderse o que no puede escapar es como matar a un hombre que no puede defenderse o que no puede escapar. Y ya. En este sentido, una ley que impone una pena mayor para el mismo delito en función del sexo del delincuente me parece algo evidentemente injusto a poco que sepamos leer y sin necesidad de haber estudiado Derecho. Yo tengo la sensación de que delante de nuestras narices está pasando un elefante y no lo vemos, entretenidos por el griterío de la palabrería facilona, la manipulación, el sensacionalismo y una corrección política que sólo puede traer falsedad e ineptitud.

Me parece un error enfocar este asunto como una batalla del feminismo, no digamos usarlo como bate electoral. Y me parece un error porque provoca unas distracciones que no convienen en un asunto tan grave. Es verdad que la mayoría de las víctimas son mujeres, pero eso es como el cáncer de mama, que se da con mayor frecuencia entre las mujeres pero no es exclusivo de ellas.  Señalar a todos los hombres como potenciales agresores, o aceptar que un asesinato cometido por una mujer es menos asesinato es un disparate indefendible y no alcanzo a comprender como un engendro de esa magnitud ha podido aprobarse en el parlamento de un país europeo.

Decía más arriba que el territorio en el que operan los maltratadores es el de la impunidad. La impunidad que no puede evitar el más débil, que no puede escapar ni defenderse, y la impunidad que le ofrece un Estado que no es capaz de mantenerlos separados de una sociedad en la que claramente no deben vivir y que dispone leyes que empeoran los derechos de todos. Esto es lo que se debería debatir si quieren hablar del problema. El resto, amigos, son juegos florales.

Y mientras tanto, el elefante sigue ahí, tan feliz como el primer día. Me invade la melancolía.

Dialoguemos

A mí me encanta dialogar. No seré yo quien no dialogue. Por dialogar que no quede. Vamos allá.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi dialéctica. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi retórica. Tú con tu cuchillo y yo con mi elocuencia. Tú con tu bomba y yo con mi argumentación.

Me da que esto que he escrito no funciona. Sobra técnica y falta contenido. Lo intentaré de nuevo.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi palabra. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi escucha. Tú con tu cuchillo y yo con mi lógica. Tú con tu bomba y yo con mi razonamiento.

Nada, hay algo que no va bien. Ah, sí, la actitud. Me faltaba la actitud. Veamos.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi moderación. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi tolerancia. Tú con tu cuchillo y yo con mi educación. Tú con tu bomba y yo con mi respeto.

Chicos, no me sale bien, hay algo que no acaba de funcionarme y estoy a punto de fracasar en mi empeño de diálogo. Jolín, ¡esto es dificilísimo! Pero hay que intentarlo a toda costa. Voy a ponerme seria y a olvidarme de todo lo anterior. ¡Quiero dialogar! Allá voy.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mis principios. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi dignidad. Tú con tu cuchillo y yo con mi firmeza. Tú con tu bomba y yo con mi desprecio.

Vaya, algo sí ha mejorado. Sin embargo, hay algo que no acaba de encajar. En fin, la última y lo dejo.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi libertad. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi inteligencia. Tú con tu cuchillo y yo con mi ejército profesional. Tú con tu bomba y yo con mis cazas, mis bombarderos, mi tecnología y mis satélites. Finalmente, tú con tu odio y tu fanatismo de cabra y yo con mi superioridad moral y humana.

Creo que el diálogo me ha salido algo mas equilibrado. A pesar de todo, no sé, me falta algo. ¿Será mandarlos a tomar por culo?