Amor grafitero

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«Adoro tus labios». Y puedo imaginar al amante callejero aplicando el spray, convencido de que el alma que puede hablar con los ojos también puede besar con la mirada.

Pero su mensaje encuentra inmediata respuesta en el banco de enfrente:

BANCO-2

Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.

 

Asobinar

– Primero vamos a decidir qué nos conviene, porque luego los del otro departamento, en cuanto vean dos alternativas se van a asobinar y no sacamos nada de ellos.

– ¿Asobinar? ¿Eso es con b o con v?

– Eso se dice en Granada, y yo creo que es con v.

– O sea, asovinarse. ¿Y qué significa?

– No, es con b. Asobinarse, estoy casi seguro.

– ¿Asobinarse es como acarajotarse?

– ¿Acarajotarse? Dios mío, ¿Pero qué le pasa a la gente?

– No. Asobinarse yo diría que no es acarajotarse.

– Acarajotarse o encorajotarse, que no sé muy bien ahora cómo se dice.

– Es que no se dice, te lo estás inventando.

– ¿No será encorajinarse?

– No, acarajotarse o encojorotarse digo yo.

– Pero en Granada asovinarse no es acarajotarse.

– ¿Pero qué es acarajotarse?

– Yo le llamo acarajotarse a cogerse una caraja.

– Ah, pues no es encorajinarse, porque eso es cogerse una corajina.

– ¿Y encojorotarse entonces?

– Pues lo mismo. Cogerse una caraja.

– Ya son dos carajas.

– Y una corajina.

– ¿Pero ya sabemos lo que es asobinarse?

 

Asobinarse.

(Del lat. supināre ‘poner boca arriba’).

 1prnl. Dicho de una bestia: Quedar, al caer, con la cabeza metida entre las patas delanteras, de modo que no pueda levantarse por sí misma.

2. prnl. Dicho de una persona: Quedar hecha un ovillo al caer.

 

 

 

Noticias enlatadas

– La semana pasada estuve comiendo con Alphonse.

– ¿Está en Madrid?

– Sí, claro. ¿Dónde quieres que esté?

– Pues en Pekin, ¿no?

– No, volvió hace un año o así.

– ¿Un año ya? ¿Y cómo está, qué tal le va?

– Bien, muy bien. Muy contento con su niña.

– ¿Su niña? ¿Pero no era un niño?

– El primero era un niño. Ahora ha tenido una niña, hace una semana.

– ¡Anda, no sabía! ¿Y ya se queda en Madrid entonces?

– No, en un par de meses se va destinado a Tokio. 

– Pero qué barbaridad. Con tanta noticia voy a necesitar un bloc de notas…

 

 

 

Buscadores decepcionados III

Me digo que, como hoy es domingo, voy a hacer una entrada sobre los resultados de buscadores, que siempre son muy apañadas. Iba a escribir sobre el ángel exterminador, pero creo que antes echaré un vistazo al Apocalipsis y ya de paso les resumo lo que les espera como sigan ustedes por ese mal camino que llevan.

Como la mitad de las búsquedas no las entiendo – lo que no deja de ser una buena noticia, créanme – voy a dedicar esta entrada a tratar de resolver las dudas de aquellos que cayeron aquí buscando respuestas y que, me temo, se marcharon decepcionados. A mí me pasa, no crean. Escribo en Google «cómo pagar menos impuestos» y el buscador me devuelve risas enlatadas.

Allá voy. Si no les importa, voy a corregir las faltas de ortografía en algunos casos, porque cada cual es dueño de su ignorancia, pero yo soy la dueña del blog.

– Un pueblo sin memoria es como una sirena bienintencionada. No sé de dónde saca vd, querido amigo, que una sirena es bienintencionada. Yo desde luego, desconfiaría de alguien que se disfraza de pez a medias y que me canta con languidez desmedida. Lo que son bienintencionados son los manatíes, a quienes los antiguos marinos confundían con las sirenas. ¿Era eso lo que venía vd buscando?

– Qué significa curra f. Feliz. Significa Curra feliz.

– A donde va ese barquito que cruza la mar serenaaa. ¿El barquito viene de Cadiz? Pues si es ese barquito, unos dicen que a Almería y otros que pa Cartagena, y otros que pa Cartagena.

– Por qué si te vas a Marte no puedes volver. Mayormente porque la nave espacial se escacharra en el aterrizaje. Pero vamos, en realidad eso es una incógnita, porque no se sabe de nadie que haya ido, y por lo tanto, tampoco se sabe si podría haber vuelto.

– Por qué sólo yo huelo como a lejía. Pues usted sabrá, querido amigo, pero yo en su lugar trataría de recordar con qué ha rellenado vd. el bote de colonia.

– por qué son así los gorrones. ¿Así? ¿Como que así? Si no concreta…

– Qué hacer con un gorrón. Quiero suponer que no encontró respuesta a su anterior pregunta. En fin, yo esperaría a que se fuese al baño y luego saldría corriendo del bar para que se haga cargo de la factura. También puede hablar con él, que es menos indigno, pero no le garantizo los resultados.

– Tengo un faralaes facial. ¿Es vd el de la lejía?

– Cómo esperar en el aeropuerto? Mire, si afronta así los viajes en avión, lo mejor es que se quede vd en su casa y así se evita esperas indeseables.

– Qué tal es lo de dormir por ahí en el campo en tienda de campaña. No tengo ni idea. Busque vd en otros blogs más de gente hippie.

– Se le marcan las pantaletas en facebook. No sé a quién se refiere, pero yo entro poco en Facebook. Aunque si las pantaletas son lo que me imagino, casi es peor que se marquen en la falda. Pero insisto: no sé a quién se refiere.

–  Como realizar el trabajo a donde van las hormigas y para que lleban hojitas. No ha entendido vd nada de la vida de las hormigas. Precisamente, lleban hojitas a donde van y es así como realizan el trabajo.

– Una canción que canta una mujer que dice lalala y luego tiene voz de pito. Puede ser perfectamente el ministro Montoro imitando a Massiel, pero lo de ser una mujer me despista un poco.

– porfavor me poseis decir como podia yo quitar chicle pegado en el pantalon gracias. Hum. Le noto apresurado. Cálmese, métalo en la lavadora y espere a ver qué pasa. No conozco otro remedio, si descartamos tirar el pantalón a la basura.

– Qué color de pintura le queda a una casa cuando los adornos son gindos. Le quedará muy probablemente del color de los gindos, en especial si son abundantes. Por cierto ¿qué son los gindos?

– Qué pasa cuando te hace glu el oido. No me parece algo como para inquietarse. Yo creo que saliendo del agua se mejora mucho.

– Cómo hacer capirotes chinos. Pues se coge un avión, se aterriza en Pekin y allí se compra tela y un cono. Se forra el cono con la tela y se vuelve uno de Pekin. Ya tiene vd un capirote chino.

– Nombres para perros del Atlético de Madrid. Thibaut, no lo dude. Tiene a su favor que es corto, se escribe raruno, y tiene clase como nombre. Pero si no le va mucho lo belga, también puede pensar en Turán, Tiago, Koke o Godin. Descarte Alderweireld y Aranzubía, que son demasiado largos.

– Cómo se dice que guapo no me canso de decirlo. Pues así mismo, tal y como lo escribe, no va usted mal encaminado.

Dejo para el final dos entradas que me han sobresaltado. Una dice «club de lectura socialdemócrata«, y la otra «crear un club de lectura en un hospital«. ¿Ven como debo repasar el Apocalipsis y resumirlo? Supongo que en justa compensación, alguien llegó buscando «los pies más bonitos del mundo«. Ahí queda eso.

 

Guisantes, vino y ojos azules

curra-blue-eyesAyer Anniehall me recordó una conversación sobre las leyes de Mendel y los ojos azules. En una cena la semana pasada con amigos, después de que cayera la primera botella de vino y hablando de vaya vd. a saber qué, una amiga, que es como el Gotha poblachonero pero radiado y en rubio, nos desveló el envés de una historia veinte años más tarde. Y la historia era más o menos la siguiente: una mujer había tenido de soltera una aventura con un negro, y de aquella aventura le había nacido un niño del color del café de Colombia. Luego la mujer se casó con otro señor que era blanco como ella y la familia, para disimular, se inventó un antepasado africano del nuevo marido, que accedió a colaborar en la milonga. El antepasado, naturalmente no era ni negro ni africano, pero tenía la virtud de estar muerto del todo y de que nadie le hubiera conocido. Y así el niño vivió una infancia alejada de cuchicheos sociales pero rodeado de la inevitable curiosidad genética.

Así que veinte años después y una vez que se reveló la verdad, los guisantes se volvieron irrelevantes.

La historia del niño negro no la recordaba nadie, en parte por el tiempo que había pasado y en parte porque se había acabado el vino, pero de ahí pasamos a discutir por qué se heredan los ojos claros. Yo hice lo que hace cualquiera que no sabe nada de marketing: explicar el mundo a través de mi experiencia, opinión y caso personal, así es que declaré con seguridad que lo transmitía el padre. Podría haberme batido en duelo con aquel que quisiera llevarme la contraria y creo que incluso estuve a punto de convencer a todos los comensales de que mi cuñado tiene los ojos violáceos, para justificar que mis sobrinos los tienen azules, como mi hermana, aunque esto lo resolví como un asunto casual, menor y de efecto nulo.

Mi amiga Pepa, con sus grandes ojos azules, negaba con la cabeza y trataba de hacerse escuchar: No tienes razón, Carmen. Mis padres los tienen marrones y mi hermano y yo, azules – me contradecía alevosamente ¿Tu hermano también? – intentaba yo enredar con poco éxito. Hasta que mi querido Javi terció y empezó a hablar de guisantes amarillos, rojos y azules. Tirando de memoria, entre brumas de prudencia y vino y después de meterse el segundo licor de hierbas a la sangre, citó a Mendelsson. La primera se la pasamos, pero a la segunda lo relevamos sin piedad en las hipótesis, porque estuvimos de acuerdo en que sus explicaciones no aportarían la necesaria ciencia a la discusión.

Digo yo que a Freud le hubiera entusiasmado la historia del niño negro, los guisantes de colores reproduciéndose desaforados y el autor de la Marcha Nupcial como teórico de la genética para ilustrar los lapsus del inconsciente. O tal vez lo hubiera desechado: faltaba sexo y el vino era malo, aunque no para llegar a la muerte.

 

La delicadeza

En uno de sus post de lecturas del mes (algo muy práctico, todo hay que decirlo), leí a Modestino recomendar a un autor francés, David Foenkinos, como un autor revelación de los últimos tiempos. Recomendaba Los recuerdos como un libro intimista, él lo llamaba literatura «descomplicada». En fin, sin saber muy bien yo qué es eso de la literatura descomplicada, me interesó la reseña y me fui de cabeza a leerlo, total, algo hay que leer en esta vida. Y resulta que en vez de bajarme Los recuerdos, por razones que no vienen al caso (razones de lo más tontas, que ya me gustaría contarles algo interesante), me bajé de Amazon La delicadeza, un libro anterior del autor.

La delicadeza, pues. Una novela deliciosa. Me lo leí en un día y medio y me he enamorado. Me he enamorado del autor, de la historia, de los protagonistas y hasta del Kindle, y eso que es un cacharro de lo más ordinario. Les voy a decir una cosa muy en serio: si yo escribiera una novela, me gustaría escribir una novela así, y no esos churros que se leen hoy en día, que entre la autoedición y los editores ágrafos, se lee cada mierda, con perdón (ya, ya les contaré, ya). Y por eso descarto escribir una novela: a lo máximo que puedo llegar es a escribir estos post y a tener unos pocos lectores que me soportan, la mayor parte de ellos yo creo que por pura curiosidad. Pues sí: he llegado a la conclusión que a mí me leen por curiosidad. Me leen como el entomólogo que mira a un insectillo hacer cosas incomprensibles por el suelo, por las paredes, por el techo.

A lo que iba, que me pierdo. Que me leen vds por leerme. Y luego que me encontraré un comentario del tipo «pues me lo leeré», cuando sólo he escrito una línea sobre el libro. No me quieren vds nada. Me releo y creo que he escrito lo más profundo que se puede escribir sobre los insectillos: que son bichos incomprensibles. En cuanto al libro, lo dejaré para otro momento en el que mi mente esté algo menos confusa.

No obstante, esto no puede quedar así. Veamos, ¿Para qué están los insectos en el mundo? Porque una jirafa se comprende perfectamente. Va la mujer (o el macho, hay machos jirafas, me consta) por la selva con su largo cuello y comen ramas de los árboles altos, que para eso las jirafas tienen un cuello larguísimo y los árboles unas copas elevadas. Son tal para cual, las jirafas y los árboles altos. ¿Pero y los insectos? Los insectos van por ahí reptando, volando atontadamente o dando saltitos de lo más ridículo ¿para qué en concreto? Pues para nada, porque todo el trabajo en este mundo lo hacen las abejas. Y como son la mar de productivas, las abejas, están desapareciendo. Es lo que hay: si no pueden cobrarte impuestos, estás condenado a la desaparición, ostracismo mediante.

Mañana les hablaré de La delicadeza, que hoy me he dispersado y se me ha ido de la cabeza el post que había pensado. La vida.

Ideas descabelladas

– Te noto enfadado.

– Enfadado es poco. Hay días que cuelgas el teléfono y decides dedicar un par de minutos a tener ensoñaciones. Te ves al mando de un pelotón de fusilamiento… ¡Apunten… Fuego!

– Demasiado rápido lo del fusilamiento. Mejor el garrote, para que sufra.

– No te creas. El garrote bien hecho es muy rápido. Lo que pasa es que si el verdugo era un torpe, lo echaba todo a perder. El garrote tiene su técnica. Y parece limpio, aunque como limpito, la horca, sin duda.

– Sí, pero la horca es muy humillante. En general, la pena de muerte para los delincuentes comunes son humillantes, el verdugo no le ve la cara al reo.

– Ya, pero son más limpias. Mira la inyección letal, la cámara de gas, la silla eléctrica… Quiero decir, que no hay sangre. Si exceptuamos el hacha, o la guillotina, que es la industrialización del hacha. Muy francés, esto de la industrialización. Y muy práctico, ahora que lo pienso…

– Y supongo que descartas las barbaridades de la Antigüedad. La crucifixión, el empalamiento, la hoguera, el descuartizamiento…

– Sí, sí, claro, qué horror. Y qué despilfarro. No, el fusilamiento me va bien. Y si acaso, una pistola, que le aporta movilidad. La pistola es como la Blackberry del fusilamiento.

– No sé yo. Le falta un punto de romanticismo.

– ¿A la Blackberry?

– No, a la pistola. Aunque te advierto que le tiras a uno la Blackberry a la cabeza y, si le das certero, te lo llevas por delante.

– ¿Tirarle la Blackberry a la cabeza? Eso no puede ser un asesinato más sórdido.

– ¿ Y qué quieres? ¿Usar la espada?

– No, no merecen la espada, es demasiado noble. Pero habría un término medio entre clavarle una espada a lo samurai y tirarle una Blackberry de mierda a la coronilla.

– ¿Y el descabello? Mira, según están en la mesa de reunión, les echas un papel y cuando agachan la cabeza para mirarlo, te levantas y zas, en todo lo alto.

–  Hum… bonito sí es. Aunque hay que tener altura, y además, no sé yo si la postura no me terminaría delatando y algún pelota me pararía antes. Y por otro lado, un descabello no indica odio repentino, no podría alegar homicidio ni ofuscación transitoria. Eso por no hablar de la puntería…

– Bueno, siempre podrás recurrir al cachete.

– ¿Un cachete? Pero vamos a ver: si estoy pensando en fusilarlos, como poco se merecen un par de hostias. ¡Un cachete…!

– …El cachete… la cachetilla que dicen en mi pueblo… la puntilla…

El vaso medio vacío

Lo habrán oído. Y lo habrán dicho. El vaso medio lleno. O el vaso medio vacío. O la botella medio llena. O medio vacía. Que parece lo mismo, aunque no lo es. O no lo es exactamente.

Verán.

Elegir entre vaso o botella ya da la medida de uno mismo. Elegir el vaso es elegir la individualidad, porque aunque haya muchos vasos, cada uno es de cada cual sin necesidad de que la mesa esté bien puesta. Incluso el vaso de mini, que por lo común se comparte (creo que esto es pleonasmo) y que se comparte por lo común (y creo que esto es retruécano), digo que el vaso de mini es el vaso de un grupo concreto, concebido como una unidad, y no de varios grupos imaginados como una multitud. Si eso, paren un momento de leer y piensen, que yo no tengo prisa. En todo caso, y aquí me tienen que dar la razón, decir que un vaso de mini se va a compartir entre varios grupos es no haber nunca bebido de un vaso de mini.  Sin embargo, elegir botella dice algo de nuestra generosidad. O de nuestro afán de amistad. O de nuestra vocación gregaria. O simplemente, de una sed tan embriagadora como rudimentaria, ya sea de agua, de vino o de justicia.

Pero a lo que iba. Y que para lo que iba, y a dónde iba, lo podemos dejar en el vaso, que lo mismo me da, aunque acabe de demostrar que no da lo mismo. La cuestión, amigos míos, es no perderse.

Normalmente ver el vaso medio vacío es ver las cosas negativamente. Y ver el vaso medio lleno es ver las cosas positivamente. Y hasta aquí podríamos llegar a estar de acuerdo. Lo que pasa es que esto se asocia con el pesimismo y el optimismo, respectivamente. Y no. Desde luego que no.  Porque el pesimismo y el optimismo tienen que ver con la mirada que uno proyecta hacia el futuro. ¿Y cuál es el futuro de un vaso medio vacío? Pues evidentemente, llenarse más. Un vaso medio vacío supone la maravillosa oportunidad de llenarse de nuevo, de renovarse, de volver a imaginar una mezcla, diluir el anterior contenido con otro líquido e inventar un nuevo brebaje. Si es que se va a beber, claro. Un vaso medio vacío es un mundo de posibilidades,  la posibilidad de la invención, la imaginación de nuevos colores, sabores, olores, texturas. Ah, el vaso medio vacío es una bendición. Porque en el peor de los casos, siempre se puede dedicar uno a terminar de vaciarlo y nada mejor en esta vida que tener algo que hacer. Sin embargo, el vaso medio lleno es el fin, es el «hasta aquí hemos llegado», es la conformidad con lo que fue, el aprovechamiento de lo que queda sin querer cambiarlo, es la oportunidad perdida de un nuevo advenimiento. El vaso medio lleno es el horror.

He dicho.

De todos modos, y para que a partir de hoy y después de leer este post no se pasen medio minuto pensando en lo que deben decir en función de lo que quieren decir, les propongo un truquillo la mar de apañado: digan simplemente que el vaso está a medias, y ya está.

Les dejo con una foto para que vayan practicando.

Vaso a medias unmundoparacurra

Y esa luz cegadora…

– ¿La salida de la crisis, por favor?

– Sí, a ver. Siga de frente y la encontrará vd al salir del túnel.

– Ah, sí, ya veo. Debe de ser ahí, ¿no?, donde está esa lucecita.

– No, esa lucecita es la calva del Sr. Montoro, que está en una curva agachado con un candil, buscando no sé qué y enredando.

– Bueno, pero me puede servir de referencia, quizá.

– No lo creo, porque el señor Montoro ya viene de vuelta y además se ha dejado el mapa en el coche oficial. Vd hágame caso y siga por el túnel. Vaya despacito, no sea que se vaya a tropezar o escurrir, porque hay tramos muy oscuros, y el suelo está lleno de pegamento y de inmundicias que van dejado los administradores del túnel. Ah, y una cosa: cuando se cruce con Montoro, aproveche que él tiene un candil y acelere, no sea que le quite a vd. los zapatos o algo.

– Muy bien, pues le haré caso. ¿Y sabe si está muy lejos la salida del túnel?

– Pues no sabría decirle, porque por aquí no ha vuelto nadie a decirme nada. Yo diría que tiene para un rato largo, aunque también dependerá de lo rápido que pueda vd ir, o sea, de su propio estado de forma y del peso que lleve a cuestas. Un primo mío alemán me contó que según se va acercando a la salida, se respira mejor. Pero vamos, yo en realidad no lo sé, tampoco le quiero engañar.

– Ya, comprendo. Bueno pues muchas gracias. Fíjese lo que son las cosas, que yo me hubiera fiado de la luz…

– Huy, no se fíe vd de que va a ver una luz siempre a la salida de un túnel. Piense que puede ser de noche. Vd notará que ha salido del túnel por cómo respira, por la amplitud del horizonte, por la alegría de la gente y porque habrá menos pegamento en el suelo. No se fíe de la luz, hágame caso. Tenga vd además en cuenta que vamos para el invierno, y las noches son más largas. Y por otra parte, nada le garantiza que las farolas de la salida estén encendidas. A veces las apagan los dioses por si se confunde algún idiota y se queda parado en medio de la salida, estorbando…