Adiós, Currita, hasta siempre

Curra, mi perra querida, murió el pasado 26 de marzo. Este post me ha costado muchos borradores y ha sido muy difícil de escribir. Pero ella le dio nombre al blog y el tributo es obligado.

Curra ha vivido quince años, que son los que hemos pasado juntas. Ya estaba muy mayor, y en el último año y medio había superado algún que otro match ball. Hasta que no pudo más. Los perros te avisan a su manera de que han llegado al final. Con los ojos, con su comportamiento, con su gesto. Curra eligió dejar de comer de forma radical, dejó de comer obstinadamente, casi como una rebelión para que yo no tuviera dudas. Y yo no pude hacer otra cosa que rendirme ante su instinto y llevarla a que muriera en paz.

Era la abuelita del parque, una ancianita que nunca perdió la costumbre de hacer la ronda buscando quién le diera un chuche, y que cuando lograba dos o tres golosinas se plantaba en el mismo centro, quieta como el nomon de un reloj solar, mientras el resto de los perros correteaba a su alrededor esquivándola milagrosamente. Los días que había muchos cachorros sueltos me la llevaba de allí, no fuera que alguno me la tirara al suelo y la terminara de desgraciar. Y es que alrededor de Curra ya sólo podía haber delicadeza. Delicadeza y asombro: ¡Curra es eterna!, gritó una chica en el parque cuando la reconoció hace un par de meses, porque la había tratado de niña y ahora era una mujer que encaraba la treintena.

Viejita y todo, se levantaba por las mañanas contenta y brincaba por el portal cuando la sacaba a la calle. A veces se alocaba olvidándose de su edad y de sus reúmas, y se caía al suelo, y se quedaba ahí, asobinada, esperando a que yo fuera a levantarla. Las pelotas de goma y los juguetes hacía mucho que se habían guardado en un altillo, porque la pulsión de ir a por ellas a toda costa no la había perdido del todo y no le convenían los excesos. Se apuntaba a salir siempre que te pusieras el abrigo. Y entonces nos íbamos ella y yo de paseo, a caminar despacio, porque ninguna de las dos tenía ya ninguna prisa.

La vida de Curra en este último año, con toda su vejez a cuestas, con sus achaques y debilidades, fue una vida pausada, lenta y paciente, con algún que otro destello, como esos rescoldos que para reavivarlos se soplan con mimo y así nos siguen dando algo de calor debajo de las cenizas. Y en casa, en mi familia, todos compensábamos su mengua de energía con más cariño si cabe, con mayor devoción si eso fuera ya posible, con la ternura que ofrece la indefensión del perrito anciano, que es muy parecida a la fragilidad del recién nacido. Y así fue hasta que ella quiso que fuera.

Curra ha muerto, pero el recuerdo queda. Yo siempre la llevaré en mi corazón como la perra buena, noble y cariñosa que era. Sobre ese triángulo construyó su personalidad, en la que faltaba astucia y pillería, en la que no había egoísmo ni celos, y para la que no necesitó nunca ni un asomo de fiereza. Ha sido una perra dócil y generosa que no exigía atención y que, sin embargo, siempre la merecía, precisamente porque no se preocupaba por ella. Una perra que podías llevar a cualquier parte y que era muy querida por todo aquel que la trató, aunque sólo fuera por unos minutos. Una perra divertida y simpaticona que se dejaba querer y que es imposible de olvidar. Esa era mi Curra.

Ha vivido quince años y ha vivido muy bien. Ella ha sido muy feliz y yo con ella también he sido muy feliz. Me quedo con eso, con la felicidad, y no con la tristeza y el dolor de la pérdida. Y creo que es lo justo, creo que es lo que se merece su recuerdo. Curra ha sido mi amiga, mi compañera fiel, mi perrita del alma. Curra ha muerto y ahora, ya para siempre, la echaré mucho de menos a mi lado. 

Un beso energético y un trocito de pan. Descansa.

Ya lo sé, amigo filipino

curra-portada-postMi lector filipino me ha abandonado. Yo no sé cuándo dejó de venir por aquí, aunque sí podría calcular cuándo dejé yo de mirar de dónde venían los lectores. Y me saldría, no sé, ¿un par de años? Es verdad que cuando abres un blog te interesan mucho las visitas, en especial el número, y te motivas enormemente cuando recibes el mensaje ese de «your stats are booming». Hace muchísimo que no recibo ese mensaje. Es más, creo que pronto recibiré uno que diga «we have removed the message your stats are booming (for reasons of desperation)». Entonces, y sólo entonces, empezaré a creer que una programación contempla todas las posibilidades de experiencia cliente.

El número de países desde donde venían mis lectores han disminuido dramáticamente. Entran desde Colombia, Argentina y México, y en Europa sigo teniendo mis dos seguidores británicos y uno holandés (¡hola!) y esto es todo. El resto, todos españoles. Familia y amigos, supongo, especialmente Amalia (¡Hola, Amalia!).

– ¿Sigues escribiendo?
– Uf, cada vez menos, no sé por qué.

Primero le eché la culpa a que hice unos cursos de escritura y que aquello me hizo ver lo mala que era escribiendo, aparte de absorber la poca imaginación que me quedaba debajo del flequillo. Después te escudas en que tienes mucho trabajo, como si eso fuera una novedad. Luego que si llegas muy cansada a casa, ya ves, como si escribir no te quitara todas las penas. Y así hasta que miras un día aburrida la estadística y te dices que si el lector filipino se ha ido, lo ha hecho cargado de razón.

Creo que un día de estos miraré de nuevo la estadística para sacar una entrada de buscadores decepcionados. Espero no decepcionarme yo. Y es que, al final, escribir es una gimnasia y, si lo dejas, luego al retomarlo te salen muchas agujetas. A ver si consigo que vaya doliendo menos.

 

 

Rufo

IMG_0781Hace casi dieciocho años, una mañana que bajaba mi tía a la playa, vio un cachorro de gato abandonado en un alcorque. Supongo que no sería la primera persona que pasó por allí aquella mañana, pero sí fue la primera persona a la que se le rompió el corazón al verlo. El pobre gatillo estaba sucio, desnutrido, con sed y hambre, tan pequeño que las dos cosas se calmarían con un poquito de leche. Lo envolvió con cuidado en una toalla, se lo llevó a casa y dejó la playa para otro momento.

Un día después lo llevaron al veterinario. El pobre gato tenía una infección en los ojitos, y además respiraba con mucha dificultad. Por entonces imaginaban que, antes de acabar el verano, el gato se marcharía a vivir su vida, libremente y por su cuenta (por esos alrededores hay más gatos que vecinos), pero mientras anduviera por la casa, el gato debía estar cuidado, limpio y sano. Así que el gatito, después de la prescripción veterinaria y a base de cuencos de leche y comida rica, se fue curando poco a poco. Y de paso, mientras volvía a la vida, le servía de distracción a mi abuelo, que ya no bajaba a la playa y que se sentaba las horas muertas en el jardín a jugar con él y a esconderle el bastón, y a hablarle de lo divino y de lo humano, casi 90 años de vida que contarle a un gato con las orejas limpias y relucientes, porque así se las dejaba todos los días mi abuela.

Mediado agosto, mi madre se fue con mi tía Pilar hacia Murcia, porque las noticias que llegaban sobre el estado de salud de mi abuelo eran preocupantes. Nos llamó al llegar y mis hermanas y yo salimos hacia allá al día siguiente. Aquella misma noche mi abuelo falleció.

Se organizó con rapidez el traslado del cuerpo de mi abuelo en un furgón a Madrid. Mi abuela, mis tías y mi madre cogieron un avión de vuelta, y mis hermanas y yo nos quedamos a cerrar la casa detenidamente, como se cierran las casas que no sabes cuándo se volverán a abrir. Y por allí apareció el gatillo, que venía de darse un garbeo tal vez buscando a aquel señor del bastón. ¿Qué hacemos con el gato?, preguntó mi hermana mediana. Llevárnoslo, dijo mi hermana mayor, este gato no se queda aquí porque hizo feliz al abuelo en sus últimos días. No hubo discusión, esa es la verdad y a Madrid que nos trajimos al gato, en los brazos de mi hermana, envuelto en una toalla y sin saber muy bien quién de la familia se quedaría con él. Y se lo quedó mi abuela, naturalmente.

El murcianico, lo llamaba mi tía Maruja, su salvadora. Pero necesitaba un nombre, y mi abuela le pidió prestado a mi hermana mayor el nombre de Rufo, que así se había llamado un siamés suyo precioso y cariñosísimo. Rufo pues, aunque también era el gato, sin más y por ser gato único; Mici a veces, cuando a nadie le salía el nombre, el gatuchi cuando preguntábamos por él, y Garfield en su buena época de gato orondo.

Ha vivido feliz y ha vivido mucho, casi18 años sin apenas enfermedades. Se llevaba bien con todos, y era un gato amable y cariñoso. También con el mundo animal de la familia, aunque con mi gato Benito, que aún vivía cuando él llegó, intentó llevarse bien con unos resultados malísimos que no quisimos volver a repetir. En cuanto a Curra, primero preferían no encontrarse, y luego aprendieron con el tiempo a ignorarse, hasta el punto de cruzarse por el pasillo y parecer invisibles el uno para el otro.

Sin duda era un superviviente. Sólo así se explican los 18 años de vida resistiendo los fregotes que le pegaba mi abuela cada día y las carreras que, unos años después, le daba la loca de Wilma, con la que nunca tuvo un mal gesto ni un mal arañazo, y a la que dejaba pacientemente que le llevara del cuello o de una oreja por el pasillo sin emitir un maullido. Para qué, diría, mejor que piense que ya estoy muerto.

Bromeábamos con su edad y con su capacidad de resistencia. Le subíamos al poblachón y allí revivía, para mí que era por el oxígeno. Se tumbaba en la terraza al sol, y era inexplicable que no echara humo, y sólo se levantaba para ir a incordiar a alguna lagartija. A veces, si estaba profundamente dormido, alguien decía “tocad a ese gato, que igual ha muerto”. Mi sobrino decía con mucho humor negro que olía a tierra, y yo le decía a mi tía que cualquier día se lo encontraría boca arriba al llegar a casa. Bromas que incluían la previsión de que nos enterraría a todos, porque la realidad es que nos habíamos creído que Rufo era inmortal.

Como todos los animales, y más los gatos, él decidió cuándo quería cerrar la persiana. Cada vez fue comiendo menos y se fue convirtiendo en una pasita, un pellejo que recubría los huesos. Hasta que el fin de semana pasado decidió no comer más. Tuvo el privilegio de una vida feliz y regalada de 18 años. A ese privilegio se le ha añadido el que se reserva a los animales que son bien amados: dejarles que mueran mientras están dormidos.

Ha llegado el 2018

Desde 2010 llevo dando la tabarra en este blog. Así es que hoy entro en el octavo año de tabarra. Una tabarra cada vez menos rigurosa: en este último año sólo he escrito 50 post. Parecía que en 2016 hubiera tocado fondo, con 68 entradas escritas, pero se ve que siempre se puede escarbar.

¿Pasará lo mismo en 2018? ¿Seguirán menguando las actualizaciones o conseguiré perseverar en los buenos propósitos de escribir más a menudo? Quién sabe.

Tal vez si existiera el futuro, concreta e individualmente, como algo que un cerebro superior pudiera discernir, el pasado no sería tan seductor: sus exigencias estarían equilibradas por las del futuro. Entonces las personas podrían sentarse a horcajadas en el centro del balancín cuando examinaran este o aquel objeto. A lo mejor sería divertido.

Pero el futuro carece de semejante realidad (como la poseen el pasado que nos representamos mentalmente o el presente que percibimos); el futuro no es más que una figura retórica, un espectro del pensamiento.

Nabokov, Cosas transparentes

Que tengan ustedes un feliz 2018.

 

Por qué escribo

Lo hago por ti.

Si no fuera por ti me bastaría la intimidad de mis pensamientos, que me devuelven imágenes y convocan palabras.

Si no fuera por ti me conformaría con dejar que el suceso tallara la frase y la dejara después imprimirse en la memoria, igual que se graba una huella en la arena que luego el mar borra enseguida.

Si no fuera por ti dejaría que la imaginación seleccionara qué guardar para evocar más tarde, y que su capricho decidiera qué vivencias se volverían reales y qué otras se esconderían entre las telarañas del olvido.

Yo escribo por ti, aunque no sé quién eres. Y cuando lees lo que escribo, yo sólo quiero que sigas leyendo, que llegues al final y que rías como río yo, que veas lo que yo veo y que imagines lo que yo he imaginado.

Te parecerá que escribir es un acto de generosidad, pero no da para tanto. El lector es imprescindible para calmar la pulsión de vanidad que habita en el que escribe. Tú eres como una fortaleza que hay que conquistar con armas tan pacíficas como la palabra y el ingenio, y tu rendición me libera de la pereza de empezar, del trabajo de seguir y del tormento de encontrar el punto final.

Escribo para ti porque eso es lo que me hace sobreponerme a la hoja en blanco y me redime de su tortura. La angustia de no encontrar la palabra, de no hilar la frase, de no saber ordenar las ideas son un naufragio de textos malogrados que invocan la desilusión y el desengaño, el fracaso del barco que no he sido capaz de escribir. Pero todo eso pasa y queda la diversión de la escritura, el recreo de las palabras que juegan al escondite con la imaginación.

Cuando se ama la escritura, cuando uno para distraerse se pasa la tarde volando la pluma, es porque imagina un lector, aunque sólo exista en su delirio. Porque si escribir es un placer, que te lean es una fiesta.

 

La abaya que se la ponga tu padre

63Esto fue lo que debió de pensar María Luisa Poncela, Secretaria de Estado de Comercio, en el viaje oficial al que ha ido junto con el Rey y un grupo numeroso de empresarios españoles a Arabia Saudi.

– Ese trapo negro que se lo ponga tu padre.

Y qué quieren, a mí me parece estupendo. Porque a nadie le ha extrañado que tanto el Rey como el resto de la delegación llevara traje y corbata. Y si a todos nos parece normal que ellos no vistan camisón como sus anfitriones, también lo es que Doña María Luisa se ponga falduqui, que para eso va a un encuentro de trabajo. Muy bien, señora. Y muy saludable que haya elegido usted una falda cortita, para que así nadie pueda albergar ninguna duda acerca del atuendo que usted NO ha querido llevar. Y es que para echarle huevos no es necesario vestir un terno oscuro.

Habrá que seguir a esta señora que, para los usos y costumbres del mundo libre, iba estupendamente vestida. Quizá, en un futuro viaje a Nueva York, le dé por ponerse una falda larga y tal vez un bonito pañuelo de seda en la cabeza a lo Grace Kelly. Porque para eso ella es una mujer libre que vive en un país libre y que se viste como le sale de los tacones. Y de los tacones le salió echar esa falda a la maleta. Bien joué, querida: este es el camino.

Ha habido precedentes, pocos, y todos merecen igualmente mi aplauso.Habrá quien dirá que donde fueres haz lo que vieres, pero no, amigos, no. Una cosa es cubrirse la cabeza para entrar en una mezquita y otra muy diferente tener que respetar un atuendo que nos cosifica y que representa una cultura que maltrata a la mujer, simplemente porque les sale de la chilaba a unos monstruos atávicos. Y ni siquiera me vale el recurso a la cortesía: no puede haber cortesía con esos retrógrados.

Yo creo que con ese gesto la Secretaria de Estado de Comercio ha contribuido de manera práctica, gráfica y eficaz a la causa de todas las pobres mujeres que viven en esa especie de gulag de género que son los países árabes. Bravo, Maria Luisa, y muchas gracias: tú sí me representas.

 

Unas flores para Ana

No sé si lo sabes, pero yo no soy buena recordando fechas. No recuerdo casi ninguna, que es lo mismo que decir que se me olvidan casi todas. Pero yo sí lo sé y por eso me digo que debería inventarme trucos para recordar. Y luego no me invento el truco porque me digo que, si me importa, seré capaz de acordarme. Y vuelta a empezar: no sé si lo sabes, pero yo no soy buena recordando fechas.

Y anoche muy de noche me recordaron que la fecha era hoy. Ay, hoy. Y aquí me tienes, nominándome para ser la última porque estoy segura de no ser la primera. Aquí me tienes, en este rito de paso. Tarde, pero me tienes, que hoy todavía es hoy.

Tal vez debería dedicar un párrafo a las palabras bonitas, a las frases de halago, a las alabanzas que ya me han pisado los que han madrugado, los que han recordado, los que han llegado a tiempo. O tal vez debería contar alguna anécdota divertida, o recordar cómo nos conocimos, o lo primero que pensé al oirte. Y me digo que la verdad es sencilla y el respeto palpable, y que recitar una sucesión de cualidades no las harían más visibles aunque yo fuera capaz de escribirlas sin echar más azúcar de la necesaria.

Tal vez debería mencionar la mesura, la calma, la discreción; esa apariencia de frialdad que no es otra cosa que sensatez y prudencia. Tal vez debería recordar ahora que nunca dices una palabra de más, pero tampoco de menos, porque lo cortés no quita lo valiente. Y releo, y tacho, y vuelvo a escribir sobre el afecto y sobre el cariño. Y borro definitivamente: si hay moderación, hay moderación.

Qué sé yo lo que podría escribir detrás de otro tal vez. ¿Tal vez que ninguna de las dos somos muy buenas demostrando en público ciertas emociones?

Felicidades, pues, y lo dejo aquí. O no, espera: ¡Estás estupenda!

Flores para Ana

 

No sé ni cómo me aguantan

Les enseñaré el ombligo. Aunque sólo sea por aquellos lectores que siguen entrando en este blog a leer algo nuevo y que tal vez se molestan por ver que no actualizo, pero no lo dicen. Gracias, gracias. No sé cómo me aguantan.

Pero es que resulta que he recuperado una afición un poco abandonada que me lleva mucho tiempo. Esa otra afición es la fotografía, algo que me divierte mucho, casi tanto como escribir, y para lo que tengo el mismo talento, o sea, poco. Pero lo bueno de tener poco talento es que se puede aprender y mejorar, y eso, cuando lo haces practicando cosas que te gusta hacer, es muy divertido.

P10100451Mi primera cámara digamos seria fue una Minolta que me regaló mi cuñado, allá por el año 94 ó 95, todavía en uso y que conservo como oro en paño. Una reflex que me acompañó muchos años, cuando las fotos se hacían con carrete. El carrete, qué tiempos. Una angustia pensar que se acababan las fotos y no tenías otro de recambio, que te lo habías dejado en el hotel, y había que buscar una tienda para comprar uno, y en las tiendas de turistas que te encontrabas perdidas por esos mundos de Dios, a lo mejor en medio de un pueblecito en Guatemala, tú sospechabas que aquello debía de estar pasado y que a saber cómo salía aquello, pero qué le ibas a hacer.

En mis viajes hacía un máximo de tres carretes de 36, no me permitía más. Entonces las fotos se revelaban y era caro. Bueno, era caro como ahora pero ahora no se sabe porque no se gasta en eso. Y descubrir las fotos cuando ya no se podía repetir… En fin, era otro mundo, no tengo dudas. Pero para mí lo bonito de hacer fotos es hacerlas y no tanto verlas luego, igual que lo bonito de la escritura es escribir, no leerse después. Mirar, ver, encuadrar y disparar, eso es lo chulo, y eso sigue siendo igual. Y es verdad que la fotografía digital le ha hecho perder cierto encanto, pero a cambio se puede retocar la foto, y lo poco que se revela es mejor.

El caso, y vuelvo al principio del post, es que yo había empezado el año muy rumbosa, y sin llegar a los 20 post de media que escribía antes, sí estaba actualizando el blog un poco más. Pero el año pasado, por mi cumpleaños, unas amigas me hicieron un regalo fabuloso: un curso de fotografía en un centro especializado estupendo que hay en Madrid «para que retomara la afición y le dedicara tiempo, es una orden«, si bien en la dedicatoria me escribieron otro encargo mucho más bonito (pero eso son intimidades que no vienen al caso).

Y en esto he estado estas últimas semanas, tratando de comprender la luz, además de viajando un poco y trabajando un mucho, y sin tiempo de leer, ya no digamos de escribir. Ya se me había olvidado que la fotografía es una afición que consume mucho tiempo. Y hoy entraba yo aquí en realidad para hablar de otra cosa que tenía en la cabeza, pero al ver sus visitas he pensado que les debía algo. Ey voilà este post tan incoherente.

Mañana más.

PD: Mis disculpas para los lectores que reciben los post por correo o lo leen a través de los feeds, porque he publicado el post por error antes de terminarlo.

 

Buscadores decepcionados IV

Hace más de un año que no hago una entrada sobre los buscadores decepcionados, ya saben, esas personas que van buscando algo en internet y que por culpa de los misterios insondables que esconden los algoritmos de Google acaban en este humilde blog, aunque a veces ni siquiera los algoritmos pueden explicar lo inexplicable.

Para encontrar cosas raras normalmente conviene ir a los términos de búsqueda que sólo aparecen una vez. La mayoría de la gente que llega lo hace buscando directamente un mundo para curra o variaciones. Y sin embargo, es curioso que el peinado de Callejón (el futbolista), aparece en 158 ocasiones. Y si sumamos todas sus variantes, puede llegar fácilmente a las 600 búsquedas. A ver: lo que me parece chocante no es que lleguen aquí, sino que tanta gente lo busque, con lo horroroso que es ese peinado.

El fútbol y los nombres de los futbolistas aparecen en muchas ocasiones, incluso acompañados de algún que otro insulto, aunque la palma se la lleva el que llegó aquí buscando carem benzema autor francés y su arquitecturaen platillos. Para mí que era el abogado del Real Madrid antes de una rueda de prensa de Florentino. Así vamos los madridistas, que no ganamos para sustos.

Hay muchos buscadores que esperan encontrar en este blog una especie de oráculo del Whatsapp. Incluso principiantes, como por ejemplo el que llegó buscando el whapatt de un hombre fiel. La cosa está como para poner una escuela, porque no faltarían  profesores muy avanzados, por ejemplo el que andaba buscando imagenes de cadenas para whatsapp de que parte de la ropa me quitarias. Supongo que buscaba alumnos el que llegó a través de dummie de los Whatsapp, así es que lo mejor es dejarlo en un curso básico: Lección 1,  La cosa empieza por like y te lo digo por chat; lección 2, like & te digo que me gusta de ti ;p y Lección 3 y última: like y te publico – tonteras.

No puede faltar el capítulo de animales, y estoy pensando muy seriamente poner en la barra lateral el enlace al National Geografic. Sobre buhos hay muchas, y alguien se pregunta por un buho que curra, sin que se me ocurra qué profesión debo atribuir al búho, aunque aprovecho para aclarar que Curra es un PERRO, y que aquí no hay ninguna oveja curra, gallina curra, curra cabra o saltamontes curra (?!), ni sé cuál puede ser el nombre científico de las hormigas curras. También hay quien busca cocodrilo manco y luego precisa: cocodrilo manco porvenir. Yo no tengo respuesta pero desde luego no me haría muchas ilusiones con el porvenir del pobre bicho. También está el que venía buscando diferencias entre mono y mona, al que pondré un enlace especial a la página de Barrio Sésamo.

Estos buscadores en el fondo me dan algo de penina, porque hay veces que tienes la certeza de que nunca encontrarán lo que buscan, ni aquí ni en ningún sitio. De este tipo son Porunhep, o kom ombo, o loloew enbragsd (para mí que busca bragas de Loewe, pero mira, que lo escriba como Dios manda) y aogeo porigeo, que me hace pensar en la que se me viene encima después de la entrada sobre orbitar que hice el otro día.

De libros hay una barbaridad de búsquedas, y por regla general bien escritas y respetando la ortografía, no como el de Loewe. Uno ha llegado con milam kundera la despedida despertador y deduzco que le aburrió el libro; otro escribe no entiendo el libro de Joyland, y no me explico qué es lo que no ha entendido; y luego los que creen que esto es un consultorio, tipo novelas cortas para que mi hijo haga un librito en la escuela, a quien supongo que habré decepcionado mucho.

En el capítulo de miscelánea, están magenes de todo aquel q habla de manzana se la kiere comer, que no sé lo que le pasa; fots de tren de hersshey, que no sé dónde quiere llegar; dor de dedo gordo del pie dedecho de la bada, que debe de tener un catarro de campeonato; quiero poner un moño negro en facebook, que no sé a qué espera; umagenes de cuando vas en un avin, que debe de ser primo hermano del de hersshey y senoras haciendo pis empinadas, que definitivamente no comprendo cómo ha podido llegar a este blog.

Curioso también que han llegado tecleando yo soy Charlie, y poniendo yo no soy Charlie. ¿Alguien duda de qué lado estoy?

Terminaré con una búsqueda que me ha encantado: el amor es como la wifi. Pues sí, amigos. Y por eso estoy yo aquí.

Sigan buscando.

Querido almirante @cchurruca

cchurrucaQuerido almirante, ¿cómo empezar este post? Podría empezar diciendo que ha muerto Javier Pérez-Cepeda, @Churruca, un hombre brillante, fino, lúcido, educado, siempre amable, siempre cordial. Un caballero. E inmediatamente saltaría la mención y vendrías a replicarme y a decirme que no es para tanto. Y yo te imaginaría con una media sonrisa socarrona, o tal vez arqueando las cejas, o encogiendo los hombros. Todo es imaginarte aunque eso nunca fue fácil, porque a ti no se te podía imaginar, tú eras.

Es curioso que siendo tan gallego yo nunca te encontraba en mitad de la escalera sino que siempre venías de vuelta, con tu inacabable ingenio, con el que resolvías cualquier conversación o resumías cualquier acontecimiento. Te diré que me parecía inexplicable que pudieras seguir tantas conversaciones a la vez sin equivocarte de hilo. También me parecía inaudito que nunca te equivocaras de nombre, que no te confundieras alguna vez entre el marasmo de nicks con los que intercambiabas vidas, anécdotas y peripecias. Con eso, Javier, demostrabas inteligencia, sí, y memoria también; pero sobre todo demostrabas la cortesía que llevabas siempre pegada a cada tuit, a cada comentario, a cada respuesta. Esa corrección de buena cuna que te salía sola, porque la clase y las maneras no se pueden esconder aunque se quiera. Y tú no querías, ¡no faltaba más!

Tenías miles de seguidores que te querían. También te puedo decir, para que te vuelvas a reir, que tenías miles de queridores que te seguían. Todos ellos, todos amigos, que hoy escriben conmovidos por la pena, la mayoría incrédulos, tratando de asimilar el socavón que de pronto tienen en su TL. Un socavón, así lo ha definido Marcela, mi querida Maralinho, a quien he tenido que leer tres veces para comprender que sí, que era verdad, y que era una catástrofe. Y no, Javier, esta vez no exagero.

De los conocidos que mueren queda para siempre la imagen quieta de la última foto, en una edad que ya nunca envejece. De ti nos queda tu cuenta, que se convertira en un TL de culto a  donde iremos a rescatar tuits para volver a disfrutarlos de nuevo, y para seguir aprendiendo cómo saber estar en una red que usa poco la piedad. Yo pienso que al verte pasar de nuevo no sentiremos un escalofrío, sino que volveremos a recordar la calidez con la que nos saludabas y la generosidad con la que nos atendías y nos hablabas siempre. Y tu inolvidable ironía, tu extraordinaria lucidez y tu humor brillante. Y te echaremos de menos. Mucho, Javier, te echaremos mucho de menos.

«Yo te encontré primero» me dijiste una vez. Ahora me temo que tendré que ir a encontrarte yo a ti el día que me muera. Ya te vale haberte ido tan lejos y encima sin despedirte. Imperdonable, me dirás; pues sí, imperdonable, te diré, menudo panorama. Y nos reiremos un rato, todo lo que hoy no puedo reír, y todo lo que en tuiter ya no reiré más. Pero te encontraré, almirante, cuenta con ello.

Descansa en paz, Javier. Un abrazo.