Las cuentas y los cuentos de la independencia, de Josep Borrell y Joan Llorach

Las cuentas y los cuentos BorrellY pensarán ustedes que llego con un día de retraso para comentar este libro, pero una tiene su agenda, y en mi caso es independiente de las elecciones a gobiernos autonómicos. El libro que comento hoy se ha publicado recientemente, y enseguida se agotó la primera edición, así es que yo tuve que esperar unos once o doce días a que me llegara mi ejemplar. Con seguridad, las ventas han estado animadas por las recientes elecciones, y yo creo que es una pena, porque, sea cual sea (o haya sido) el resultado de ayer, creo que se necesitan libros escritos con serenidad y que aporten algo de rigor a un tema completamente enloquecido, como es el «asunto» catalán.

Así es que en este libro, Josep Borrell, leridano, político, socialista y antiguo responsable de Hacienda y de Obras Públicas, analiza el «agravio» y el «expolio» que denuncian los independentistas catalanes. Y no utiliza argumentos sentimentales, ni emocionales, ni triperos, sino racionales. Saca la calculadora, y echa números, pero antes define exactamente de lo que está hablando, para que no haya confusiones posibles. Y pregunta, y se informa, y prueba y demuestra. Y luego tú podrás estar de acuerdo o no con su ideología, o te podrá caer mejor o peor este señor, o te podrá ofrecer mayor o menor credibilidad, pero dos y dos suman cuatro, no veintitrés, y se terminó la discusión.

Borrell rebate las dos cuestiones mayores del discurso independentista, como son el expolio al que dicen estar sometidos los catalanes por parte de «España» y eso de que la independencia hay que encararla con una sonrisa grande, porque no tendría costes ni riesgos, ni pasaría nada de malo. Borrell dice desde el principio del libro que una Cataluña independiente es posible, y que sería un estado viable. Lo que sucede es que sería un estado viable y posible después de que los catalanes las pasaran literalmente putas durante no menos de 15 años, y eso sin que nada les garantice que, al cabo de esos 15 años, vivieran como viven ahora. Y se pregunta al final del libro, con razón, si eso vale la pena, si se ha explicado con claridad y, sobre todo, si la población catalana estaría dispuesta a ese sacrificio y a esos riesgos. También reconoce que Cataluña es una región aportadora al resto de España, pero igualmente receptora en los años en los que ha necesitado la ayuda del Estado, como son los años de crisis en los que España entera ha tenido déficit y se ha endeudado hasta límites que él no califica (yo sí, pero hoy no toca esa crítica).

Borrell nos habla de cosas aburridas y áridas, sí, pero de cosas que la población ha renunciado a conocer y distinguir y que debería conocer para que no le engañaran. Explica la diferencia de concepto entre déficit y beneficio fiscal (¿de verdad usted cree que conoce la diferencia?) y tiene la consideración de ofrecernos esa explicación con paciencia y de manera didáctica, para que no nos perdamos en el fárrago de las cuentas del Estado. Y sobre todo, para que notemos la manipulación (con cierta gracia nos dice «pongámonos de acuerdo con los signos»), porque la manipulación no está solo en los números, sino sobre todo en las palabras, y en los conceptos. Si no sabemos de lo que estamos hablando, si no nos ponemos de acuerdo sobre el significado de lo que discutimos ¿cómo podremos discutirlo? Y sobre todo ¿Cómo podemos evitar que nos engañen?

«España nos roba 16.000 millones cada año» gritan los nacionalistas, ocultando que esos 16.000 millones están calculados eligiendo en cada momento el método más conveniente, y tomando como dinero contante lo que es un convenio de anotación contable de un ingreso futuro. De no ser así, la cosa se quedaría en algo menos de 3.000 millones, que es mucho dinero, sí, pero no un expolio. Y Borrell no carga las tintas a la hora de valorar que Cataluña es una región rica, como correspondería hacer a un socialista (yo lo he echado de menos, hay que fastidiarse) y que hay una cosa que se llama solidaridad, o que hay beneficios difícilmente contabilizables en el cálculo de una balanza fiscal, como son las economías de escala o los efectos indirectos de determinadas actuaciones económicas.

También dedica una buena parte del libro a desmontar la falacia de la comparativa con otros países, demostrando que las balanzas fiscales no se calculan en ningún sitio, mucho menos anualmente. También la comparativa de países que se han independizado, y del coste. Y del precio que han tenido que pagar, que según los nacionalistas, es negociable (Cataluña no va a ser un Estado porque su parlamento lo proclame, lo será en la medida en que esta proclamación sea reconocida por otros Estados). O la comparativa con otras regiones españolas, lo que se llama la ordinalidad, es decir, que Cataluña siga ocupando o no el mismo puesto antes y después del necesario equilibrio entre regiones. Pero creo que lo interesante, más que la comparativa con otros países, es mostrar la inutilidad del ejercicio. Del ejercicio de imaginar una Cataluña independiente, quiero decir.

Así que léanlo porque creo que tiene mucho interés, aunque ya hayan pasado las elecciones y aunque el asunto catalán nos aburra. O quizá precisamente porque nos aburre: aburre el griterío, los brochazos y las mentiras groseras, y esto es como un respiro en medio de tanta burricie y tanta impostura. Ya aviso que no es un libro fácil en algunos pasajes (aunque reconozco el esfuerzo pedagógico de los autores), no es un libro cómodo, y no es la alegría de la huerta. Pero a cambio no se hace nada pesado y desde luego es muy interesante. Finalmente, no les voy a contar yo ahora en un post lo que este señor explica estupendamente en 150 páginas. Que el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando, que decía Pío Baroja. Pues eso.

Une drôle d’indépendance

Todo este lio de la independencia de Cataluña, con elecciones autonómicas en las que se discute sobre cosas demasiado trascendentales y desmesuradas para tratarse simplemente del gobierno de cuatro provincias, me recuerda a la carrera de coches de Rebelde sin causa, en la que James Dean compite con otro joven para ver quién aguanta más sin saltar del coche que va directamente al precipicio. Es un juego de farol, que consiste en saber no quién se mata primero, sino quién se echa para atrás antes. Recordarán que en la película, al otro tipo se le engancha la cazadora en el tirador de la puerta, no puede saltar y se cae por el barranco. Y se mata, claro. Un juego absurdo, muy peligroso y con una carga de gorileo muy propia de adolescentes irresponsables y pasados de hormonas.

Algo de chicken game tiene este lío de la independencia que me tiene con el ánimo pendular, entre el aburrimiento y la estupefacción. Porque me deja estupefacta cómo una parte tan significativa de la población catalana puede creer a estos vendedores de crecepelo que proponen una independencia de broma. O sea, que nos hacemos independientes, pero con todas las ventajas de seguir siendo españoles y europeos. Hasta conservarán el pasaporte: el Estado español no se lo puede quitar a un catalán, porque sería una ilegalidad. Une drôle d’indépendance, que diría un francés.

Los nacionalistas están contando que si se declaran independientes todo irá a mejor y nada irá a peor. Pero eso no se lo creen ni ellos. En realidad, confían en que no habrá huevos para tomarnos en serio sus bravatas, sus infamias, sus mentiras y sus desprecios sin fin; que no habrá huevos para sacarlos de España y de Europa a patadas al día siguiente de proclamar su puñetera independencia.  Confían en nuestra paciencia infinita, y en que al final tiraremos por el camino del medio, y les pagaremos la fiesta, y les daremos más pasta, y les haremos algún cariñito más, para que dejen los pucheros, y las quejas, y los lamentos y la pesadez infinita que nos supone convivir con ellos, permanentes insatisfechos, egoístas sin pudor. Y confían porque para eso tienen rehenes: muchos catalanes que no quieren saber nada de toda esta imbecilidad retrógrada de la independencia, y que tienen cosas más útiles y más importantes de las que preocuparse.

No, no hay huevos para ponerles un papel delante y decirles eso de «firme aquí». Pero tampoco creo que los haya para proclamar la independencia. O mejor dicho, para proclamarla de verdad, con todas sus consecuencias y con el frío que hace ahí fuera. Por eso ganarán las elecciones del domingo: porque muchos catalanes saben que no hay huevos y que esto es un drôle de proceso, un drôle de elecciones y, después de todo, un drôle de país. Pero no les critiquen, que ya llevan bastante con la degradación intelectual que supone votar ese engendro.

En fin, ahí van todos juntos por el sí, como en el chicken game de Rebeldes sin causa. Van en el coche a toda pastilla y no se tiran, un poco porque ven lejos el barranco y otro poco porque piensan que el otro se tirará antes. Pero tengo para mí que nadie se ha subido al otro coche y que esta carrera la corren solos. Mi único consuelo es que Artur Mas tiene algo más que la cazadora enganchada al tirador de la puerta, así es que con un poco de suerte, lo mismo se despeña definitivamente.

El vertedero transfronterizo

Ultimamente, el griterío catalán convierte la lectura de las primeras páginas de un periódico en el vestíbulo de un manicomio, del que uno tiende a salir corriendo si no tiene verdadera necesidad de quedarse. Con la lectura de los diarios sucede algo parecido, y los directores hacen mal en no llevar las páginas destinadas a hablarnos del «proceso» al final del todo, por detrás incluso de las páginas de televisión. Finalmente, el «proceso» no es más que un Sálvame político, un debate de baja estofa que se repite como el ajo y que da vueltas como un garbanzo en la boca de un viejo desdentado. Y que además sirven todos los días en los mismos canales, y en formatos que pretenden parecerse a un debate.

Si uno supera entonces esas primeras páginas y además sobrevive a la crítica del Real Madrid, puede encontrarse con perlas como esta de la que voy a hablarles hoy. Les pongo la noticia (CLICK), pero como creo que no se la leerán, se la resumo. Resulta que cerca de Seseña, comunidad de Castilla la Mancha, crece desde hace más de 10 años un vertedero de neumáticos ilegal. Y crece con tanta desmesura que ha traspasado los límites de esa comunidad hasta adentrarse en los confines de la comunidad de Madrid. El vertedero mide ya 117.000 metros cuadrados (un estadio de fútbol son unos 8.000). No es difícil encontrar la mancha en Google Maps. Ponen Seseña, buscan por el noreste, y ahí está, bien cuadradita y bien negra. Y bien visible.

neumaticos en Seseña

La porquería no entiende de fronteras, y el vertedero ha traspasado la de la Comunidad de Madrid. Y ahí tienen ustedes a dos comunidades autonómicas que no se acaban de poner de acuerdo en limpiar esa porquería, además de la del ayuntamiento que miró para otro lado y un Ministerio de Medio Ambiente que avisa de que no es competente, como si no lo supiéramos. Y lo mas terrible es que esta marranada lleva allí más de diez años, el dueño de la empresa marrana está condenado desde el 2009, y aquí lo único que ha pasado es que se ha construido un corta fuegos ante el riesgo de incendio, que es como dejarte crecer el flequillo para taparte la calva.

La noticia lo tiene todo. Impunidad de un canalla, desinterés por los riesgos para la población (en este caso medioambientales), lentitud e ineficacia de la justicia, barullo entre administraciones incompetentes y profunda estupidez y desidia. En la Comunidad de Madrid dicen que, si no se llega a un acuerdo, limpian la parte madrileña y ponen una valla. Ea. No me dirán que nuestros políticos no son geniales.

La noticia lo tiene todo y una vez leída ya no hace falta distraerse con el «proceso» catalán, otro vertedero de corruptelas y de mentiras, que es algo tan tóxico como los neumáticos. Y es que en nuestra España giliautonómica, en todas partes cuecen vallas.

El pais imaginado, de Eduardo Berti

El pais imaginadoHoy toca reseña del Club de lectura, y creo que es el último 16 de mes en el que reseñamos, lo que significa que quedan cuatro libros para terminar el año. No será un buen año del club, aunque los últimos libros que nos estamos leyendo parece que van mejorando un poco el horror que han sido los seis primeros meses. Este libro del que hablaré hoy para mí es uno de los mejores que hemos leído en 2015.

Eduardo Berti es un autor argentino que sitúa la acción de su libro en la China de principios de siglo XX. Elige un país lejano en el espacio, pero sobre todo en la cultura y en las costumbres, y dentro de ello, se apoya en  la atmósfera mágica de las tradiciones, las supersticiones y los ritos ancestrales. La historia arranca con la muerte de la abuela de una niña, y nos va contando las ceremonias de la muerte y también las ceremonias de la vida: los padres empiezan a acordar su boda y la de su hermano. Pero también la niña traba amistad con la hija de un pajarero ciego que vendió un mirlo blanco a su abuela, y Berti nos va contando la historia de esa amistad, que es la única que tiene la niña.

La historia es muy bonita y me ha parecido que la prosa es muy elegante, muy dulce, muy musical, y que casa bien con la magia de la historia. El país imaginado es el lugar al que van los muertos, y en el que siguen viviendo y comunicándose con sus seres queridos (la adolescente ve a su abuela en sueños, aunque ésta sólo puede ver a la niña).

En fin, un libro que me ha gustado mucho, aunque tenía todas las papeletas para salir por la ventana: los personales son chinos (con sus nombres imposibles), la protagonista es una niña y, encima, salen fantasmas. O sea, tres cosas que me horrorizan de un libro. Y sin embargo, me encantó cuando lo leí (hace ya algunos meses de esto).

Y con esto y un bizcocho, hasta el día 1. Como siempre, tenéis otras opiniones sobre este mismo libro en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. También hablaremos del libro en el próximo podcast al que podéis acceder a través del botón de la derecha. 

Pitos y flautas

El fútbol es un deporte de masas, y eso es algo que deja en mejor lugar a las masas que al propio fútbol, así que háganse una idea de lo malo que es esto que digo. Porque todos sabemos lo que son las masas, ese conjunto de individuos pertenecientes a un bando, despojados de personalidad, a quienes se lleva y se trae a golpe de emociones y a quienes se engaña con relativa facilidad.

Decir las masas es aproximadamente lo mismo que decir la chusma o el populacho. Hoy la masa te condena y mañana te aplaude, sin que medie ningún criterio racional ni explicación alguna: sólo son emociones y griterío, amores y odios. Las masas podrían aprovechar el fútbol para culturizarse con lo que el fútbol tiene de estética, de plástica e incluso de retórica, pero tengo para mí que el resultado es más bien al contrario, no tanto por culpa del fútbol, ese bonito deporte, como por culpa de las masas, esa anormalidad social.

Pensarán ustedes que no se puede caer más bajo, pero sí se puede: basta con escarbar. Así es que el fútbol ha escarbado y se ha ido a juntar con lo que hoy en España se sitúa en un nivel todavía más pedestre, irracional, hooligan y mastuerzo que el fútbol: la política. Sí, futbol y política se han unido. No sabría yo decir quién ha pedido relaciones y quién se ha dejado cortejar, pero puesto que de manipular a las masas se trata, y estamos en España, tengo para mí que es una iniciativa de la política. Y esto no es una buena noticia, porque la política lo ensucia todo, lo enmierda todo, y solo sirve para engorilar más a las masas. Como si las masas necesitaran muchos argumentos para engorilarse más de lo que ya están.

Si decimos que «hoy la masa te condena y mañana te aplaude, sin que medie ningún criterio racional ni explicación alguna: sólo son emociones y griterío, amores y odios» y hablamos de fútbol, sólo nos referimos a algo trivial y sin trascendencia. Finalmente, es un espectáculo. La política debería ser otra cosa, debería ser lo contrario (ya saben, el arte de lo posible), y sin embargo es al revés. Y en estas estamos, con una liga que empieza, una clasificación a la Eurocopa para cerrar, y un otoño llenito de elecciones.

Que el Quijote nos ampare.

 

Mi verano 2015

oies MisisipiCuando las vacaciones de verano terminan, además de aclimatarse a la nueva ropa hay que aclimatarse a la nueva cabeza. Una semana después de volver a Madrid, puedo decir con propiedad que las vacaciones han terminado pero no que están olvidadas (entre comillas «olvidadas»), porque yo soy de la teoría de que debe pasar un fin de semana después de las vacaciones para darlas definitivamente por concluidas y empezar a añorarlas. También tengo la costumbre de incorporarme a trabajar un lunes: para las cuestas empinadas, prefiero las escaleras a las rampas.

Este año he vuelto a EEUU, en esta ocasión, a Nueva Orleans y Miami. Ya conocía Miami, aunque estuve hace mucho, allá por el 95, y tenía una idea muy distinta de la ciudad que he encontrado. Muy animada, limpia y con buen ambiente. En cuanto a Nueva Orleans pues es como se la pueden ustedes imaginar si no han estado nunca allí: caótica, transgresora y muy borrachuza, aunque tiene un pasado señorial y un entorno salvaje que desconcierta un poco. Dos ciudades muy chulas, y que combinan bien. Hace un par de años, estuve en Boston, Filadelfia y Washington, y me pareció un viaje a los orígenes de EEUU, los padres constituyentes, la independencia, todo eso. Este año creo que he ido a los EEUU de marchuki, con música y ritmo a cada paso que dabas y a cada sitio que ibas, todo muy informal, muy divertido y de tono muy juerguista. A este periplo le añadimos Cayo Hueso, y si le hubiéramos puesto también Las Vegas, ya habríamos tenido una especie de cuadratura del pecado. Algo así.

El calor… en fin, conocía el calor tropical y el desértico, pero después de este viaje creo que me saltaré la experiencia vital de la sauna. Más que nada por no repetir. Especialmente Nueva Orleans, con un calor paralizante que ni siquiera te permite respirar por la noche y que te obligaba a entrar en cualquier tienda para estabilizar todo lo desestabilizado. Después de un mes de julio madrileño con un calor tremendo, igual tendría que haber elegido irme a los fiordos noruegos, pero creo que eso lo voy a dejar para la jubilación. Me parece uno de los viajes más coñazo que pueden hacerse, por detrás de meterse en un crucero o pasar quince días en Madeira.

El resto del verano ha sido como siempre o casi. Paseos con las perras, piscina, aperitivos, cenas, tardes de padel, lectura, familia, amigos y mucha lentitud para todo. Poblachón en estado puro. Parece un aburrimiento pero no lo es, en absoluto. Es entonces cuando la cabeza se limpia bien de todas las impurezas del año.

Ahora dejaré pasar el fin de semana para encontrar el ritmo del blog, que buena falta le hace al pobre. Mientras tanto, publicaré esta entrada sosa y aburrida y dejaré que el verano se vaya, definitivamente.

Vestido de novia, de Pierre Lemaitre

VESTIDO DE NOVIA DE PIERRE LEMAITREPrimero de mes, toca hablar del libro del Club de Lectura. En esta ocasión, hemos leído un libro del autor que ganara el premio Goncourt con Nos vemos allá arriba (post aquí) y del que también he leído Alex, para mí la mejor de las tres (post aquí). Y esta novela de la que vengo a hablaros hoy pues es… pshé. Una novela de claramente va de más a menos, una historia que se va complicando hasta convertirse en una historieta complicadísima y retorcida hasta decir basta, y que provoca algún que otro bostezo y alguna que otra expresión tipo «pffff».

Vestido de novia engancha al principio con la historia de una chica que cree estar loca, rodeada de asesinatos pero sin tener conciencia de haberlos cometido, aunque con todas las pruebas en su contra. Una mujer con una vida feliz que poco a poco nota como su mente se va degradando, que poco a poco no sabe lo que hace, que paulatinamente se empieza a dar cuenta de que no recuerda qué ha hecho, dónde ha dejado las cosas, o con quién ha hablado en los últimos días. Y si fuera sólo perder unos pendientes vaya que te tira, pero todo indica que ha cometido un asesinato espeluznante. Su vida es una pesadilla y con la poca lucidez que le queda huye…

Y no voy a seguir, porque ya empezaría a destriparles la novela, aunque en la segunda parte ya empezamos a comprender que la pesadilla es todavía mayor de lo que pensábamos. Sin embargo, poco a poco la pesadilla se empieza a convertir en un cuento chino, en casi una novela de marcianos. La trama se vuelve cada vez más enrevesada, los personajes empiezan a dejar de ser creíbles, los pretendidos giros de la novela dejan de sorprender y y el desenlace resulta más que previsible. O sea, que un arranque espectacular, de auténtico thriller, que poco a poco pierde gas y se va convirtiendo en un folletín algo risible, como si la historia fuera deformándose hasta convertirse en una caricatura de sí misma.

Una pena, porque este autor me parece muy talentoso y me habían gustado mucho los dos libros anteriores que había leído de él. La novela no es larga, unas 300 páginas, y para leerla mientras estás de viaje no está mal, pero vamos, que si se me hubiera olvidado el libro en una barcaza en el río Misisipi no hubiera comprado otro ticket para volver a por él. Lean otra cosa de este hombre porque en esta novela se le va la mano y nos dibuja unos psicópatas que parecen salidos de un videojuego y a unos buenos que parecen salidos de Eurodisney (sector Blancanieves). Muy decepcionante.

Creo que mis cobloggers están entusiasmados con la novela, de manera que os invito a leer sus reseñas que publican hoy, como cada mes, en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. También hablaremos del libro en el próximo podcast al que podéis acceder a través del botón de la derecha. Al mes que viene, más.