Quejque me da alipori

curra harturaYo no sé a vosotros, pero a mí me resulta insufrible. Lo de «sacabao» y «hay cacer» en personas teóricamente formadas y con una edad en la que, evidentemente, han evitado LOGSES y desburramientos semejantes me parece insoportable. Eso no es falta de cultura, sino falta de oído. Eso es desgana por intentar salir del ambiente choni que te rodea. O no: ¡eso es que te gusta el ambiente choni que te rodea!

Eso no es de castizos, sino de ignorantes. De muy ignorantes. Y no tiene nada que ver con hablar rápido. Se puede hablar muy rápido y hacerlo correctamente. Eso es de estar hipnotizado con el Madrid directo y con los programas de frikis y borderlines de tele 5.  Que no pido que se pronuncien los participios, hombre, que a mí también se me escapa algún «ao» por «ado». Es una forma de hablar a hachazos relativamente corriente y que a mí me descompone, porque me parece el colmo de la dejadez.

Y hay quien o no repara en ello o no le importa, no sé, el caso es que puede mantener una conversación con esas personas sin sobresaltarse en absoluto. Pero a mí me pone de malísimo humor y me duelen los oídos, igual que me duelen los ojos cuando leo faltas de ortografía o de tildes, o cuando las frases están horriblemente mal construidas, hasta el punto que generan confusión. Pero en el medio escrito parece más fácil reparar en ello, aunque a veces dé un poco de vergüenza ajena tener que corregirlo. Ahora, ¿Cómo corriges a uno que te suelta  «yalampezao«? ¿Le paras en medio de la frase? ¿ Y qué le dices para que entienda bien tu perturbación? ¿Quejque te da alipori?

No sé de qué sirve que Matías Prats siga presentando los telediarios. No aprenden nada.

Un soneto para ND

ND-en-unmundoparacurra

 
Del niño un soneto he comprometido
con su señora esposa y gran bloguera.
Que cumplir años los cumple cualquiera.
Hasta Desgraciaíto, que es muy sufrido.
 
Bosco fugaz, lector empedernido
que quiere leer menos, aunque no quiera
pasarse la vida, ¡la vida entera!,
venga a comer pispitos sin sentido.
 
¡Brindemos con gintonic o cerveza!
Ya no valen quejas si se hace extraño
ir luego al curro sin sentir pereza.
 
No diré el número, que es un peldaño
en esa mediana edad que aún no empieza.
¡Feliz por treinta y nueve! (más un año).
 
blanco
Para ND, en el día de su cumpleaños, con una sonrisa.
 

Decir la verdad o no decirla

Una cosa es no mentir y otra decir la verdad. Y una cosa es no decir la verdad y otra mentir. Del mismo modo, no es igual quien dice «yo no miento nunca» que aquel que afirma «yo siempre digo la verdad». Siguiendo con el razonamiento, no es igual una persona de la que decimos «siempre miente» que aquel de quien decimos «nunca dice la verdad».

¿Me seguís?

Para no decir mentiras, hay una vía intermedia que es guardar silencio. Por prudencia, o por cortesía, o por conveniencia, qué más da. Esto no siempre es posible, y entonces ya juegan ciertas habilidades sociales que consisten en dulcificar las cosas, ser diplomático, o irse por la tangente. No hablo del disimulo, que es el hermano cutre de la hipocresía, sino de tener la habilidad de cambiar de tema, distraer a la audiencia o salir airoso, y evitar una verdad cruda que no interesa a nadie.

Si yo estoy hablando con alguien que es feo como un sapo, no gano nada diciéndoselo. Claro que si me pregunta directamente si yo creo que es guapo ¿Qué puedo hacer si no quiero mentir? Veamos.

A/ «Pues mira, no, no lo creo. Me pareces un sapo». De esta respuesta, llena de sinceridad, me sobra el comentario final, que considero un pelín insultante, aunque sea factual. Y la respuesta, seca, a no ser que tengas una sonrisa imbatible o hagas un gesto de amabilidad indudable, puede hacer mucho daño. Así es que ojito, no todos os podéis permitir esto.

B/ «La verdad es que a mí no me lo pareces, pero yo tengo mi gusto, por supuesto, tal vez deberías preguntar a más personas». Vamos mejorando. Es una respuesta a medio camino entre la diplomacia y la evasión, aunque hay un trasfondo de falta de seguridad en uno mismo un poco incómodo. En fin, puede pasar.

C/ «Pues todo el mundo es guapo, porque la belleza es un concepto tan subjetivo. Y por otra parte, la belleza está en el interior…» Amigo, vas por muy mal camino. Si sigues por ahí, te puede repreguntar y no te quedará más remedio que echar mano de la respuesta A. Y eso sin contar con que estás quedando como un imbécil…

D/ «¿Guapo? Yo no diría guapo. Creo que tienes una cara muy personal». Así, muy bien, eligiendo adjetivos incontestables y evitando decir «pero» antes de «creo», porque la adversativa implica una incompatibilidad que no es conveniente para el corazoncito del sapo.

E/ «¿Guapo? No, no te veo guapo, pero me pareces muy muy simpático». ¿Veis lo de la adversativa, cómo llena la frase de hipocresía? Aparte de que hay que tener cuidado con el adjetivo que elegimos para equilibrar la verdad: decir eso de «no es guapo, pero es muy simpático» es como cuando dices que unos zapatos son feos pero comodísimos: o sea, que son feos y no sabes cómo explicar el mal gusto que tienes.

F/ «¿Que si me pareces guapo? ¿Tú qué crees, que me lo pareces o que no?». Huy, cuidadín con esos juegos, porque te pueden llevar a tener que levantar un no, y levantar un no es mucho más difícil que tumbar un sí. Si te responde de manera rotunda «Pues no, yo creo que no te parezco guapo«, a ver cómo sales, querida.

G/ «¿Que si me pareces guapo? ¿Y por qué lo quieres saber?» Esas devoluciones de bola llevan también algo de peligro, porque si te pasas con el liftado puede parecer una insinuación de quinceañera atribulada y eso es lo peor que puede hacer una mujer. Ya no digamos un hombre…

H/ Y sin necesidad de decir nada, se puede tirar un florero con agua al suelo o un bote de bolis por la mesa, como movimiento de distracción. La única dificultad es tener algo así a mano. En su defecto, siempre puedes gritar ¡Fuego!

I/ Otras… (no sigo, que me canso). Pero acepto sugerencias, por supuesto.

¿Que cómo respondería yo? Pues si os digo la verdad, yo preferiría que no me lo preguntaran. Ya, muy Bartleby… En fin, si así fuera, esta entrada creo que me proporciona una buena respuesta: «¿No me digas que has leído mi post?«.

Elegir a las personas

¿A cuántas personas de las que te rodean has elegido?

A tus padres no.

Ni a tus hermanos.

Ni a tus hijos.

Ni a nadie de tu familia.

Ni a tu jefe.

Ni a tus compañeros.

Ni a tus empleados.

Ni a muchos de tus amigos que realmente eran amigos de tus amigos.

Ni a tus vecinos…

¿A tu novio?

¿A tu esposa?

¿A tu psiquiatra?

¿Estás seguro?

La vida es una sucesión de calamidades involuntarias.

Los premios de Curra

Premios-de-Curra-unmundoparMi querida Curra (esa perra negra tan guapetona que ven arriba) no ha sido educada a tortas, ni mucho menos. Hombre, algún azotillo sí que se ha llevado, incluso algún que otro zapatillazo, pero siempre de buen rollo y por razones muy justificadas, desde luego. Educar a un perro no es algo evidente, no crean. Hay que tener paciencia, constancia y las ideas muy claras sobre quién es el perro y quién el amo. Y Curra además de la educación familiar, ha ido al cole para no tirar de la correa por la calle y sentarse mientras esperamos el semáforo. Pero esto se hace cuando son muy jovencitos y no te puedes permitir esperar a que les entren ciertas cosas en la cabeza.

En casa, a Curra la hemos educado a base de premios. O sea, hacía algo bien, y le dábamos un chuche. Seis años después, seguimos dándole chuches aunque ya está educada, o sea que le damos un chuche por hacer lo que ya sabe… Por ejemplo, da la pata o se sienta sin chuche (lo tengo comprobado), pero aquí todo el que llega le da un uno. Ya no estoy segura si lo que quieren realmente es que Curra les dé la mano o simplemente lo que buscan es un motivo para darle un chuche a la perra. Claro, que así me explico las fiestas que hace a todo el mundo cuando vienen a casa – algún día lo voy a grabar para que lo vean.  Y luego están los otros premios que recibe por costumbre, y que tienen que ver con ceremonias que nos hemos inventado ella y yo.  Una de las ceremonias es que, los fines de semana, tengo que darle una galleta después de desayunar. Y es muy curioso, porque entre semana no viene a desayunar conmigo. Otra de sus ceremonias es que, cuando acabamos de cenar, hay que darle su pancito. Cuando quito la mesa, se sienta en la cocina, me da la mano, yo le doy un besito y su trozo de pan, y entonces sale corriendo con el pan al salón para comérselo. Yo tengo que ir detrás de ella diciendo «huy que te lo quito, que te lo quito»….

Sí, señores: a veces un blog también sirve para reflexionar sobre las idioteces que hacemos en la vida, después de sincerarse…

En fin, eso que ven arriba son sus chuches «oficiales»: No son las clásicas galletitas de perro, porque son carísimas y, la verdad, no hay por qué: ella las va a devorar igual y yo prefiero no arruinarme. Así es que los premios de Curra son galletas de pececitos del Supersol, que por menos de un euro te dan 350 gramos. ¡Y que además están buenísimos!

PS: Lo que cuento de Curra es aplicable a Wilma, que es la rubia. Aunque en el caso de Wilma, de momento reclama el chuche sólo por acercarme al bote. Tendré que educarla para que no los pida, aunque no sé cómo hacerlo, porque tendría que darle un premio…
Segundo post scriptum después del comentario de Miss Honky: Con mucha razón, me indica que «chuche» es femenino, por apócope de «chuchería». Y tal y como le digo después, ni me he dado cuenta al escribirlo porque en mi casa todos lo decimos mal. Así se queda, que si no corro el riesgo de no entenderme.

Los Goya

Ayer medio vi la «gala» de los premios Goya. Y digo medio vi porque escuchaba las imbecilidades de los actores en el ordenador mientras seguía un partido de fútbol en la tele. Cuando se acabó el fútbol (ganó el Madrid) la seguí un ratito, hasta que me harté de majaderías y me fui a leer un libro.

Pufffffffffffffff, qué perezorro que me dan estos tipejos. A ver si sintetizo.

1.- Consideraré el cine «cultura» cuando los actores aprendan a hablar con un mínimo de decencia. Lo de «hemos venío», «las pelis», y «estoy nominao» me sobrepasa.

2.- Eva Hache. Pobrecilla.

3.- El guionista de la gala. Señor, con la de paro que hay…

4.- No me enteré bien de la reivindicación de Maribel Verdú. Estaba anonadada con el collar que llevaba. ¿Era de Bulgari? No sé, pero qué bonito. Y qué guapérrima iba.

5.- Un señor con barba dijo que el cine español es un derecho, pero yo considero que no es un derecho, sino una lástima.

6.- Candela Peña no necesita trabajo. Necesita Lexatín.

7.- Eché de menos a Belén Esteban. Creo que, bien maqueada, no hubiera desentonado.

8.- Un tipo dijo bona nit, y luego que no quería hablar de política. Sólo le entendí lo de bona nit.

9.- Sólo conocía a unas 10 personas de todos los que salieron. Pero ya de nombre a unos 7, que no está bien presumir de estar à la page.

y 10.- No alcanzo a comprender cómo entre todas sus reivindicaciones no reclaman, ¡A GRITOS!, un poco de talento.

Un butrón en la vida del joyero

Un joyero de Madrid, rico sin duda, se ha liado a tiros con dos serbios que habían entrado en su joyería, en pleno barrio de Salamanca, armados de un spray de pimienta con intenciones aun por determinar por un juez. Se sospecha que el hecho de rociar al joyero y a su hija con el spray fue el detonante no del arma, sino de la certeza de que iban a atracar la joyería. El dueño, ya presunto homicida intencionado, sacó su revolver y pum, pum, ha mandado al hospital a los dos del spray.

A mí no me sorprende mucho que pasen estas cosas, si les digo la verdad. En realidad, lo que me asombra es que no pasen más a menudo. Se lo digo porque leo en la página de al lado que alguien llamado «El niño Saez», un tipo que acumula 38 antecedentes por robo, regresó a su casita después de pasar 90 horas en el juzgado. Por lo visto le pillaron «in fraganti» haciendo un butrón en una joyería el miércoles, durante el partido del Manchester. Ni el fiscal ni el juez ha considerado conveniente que estuviera más tiempo a recaudo, y total, un butrón requiere más oficio que un alunizaje, esa ordinariez tan violenta a la que en esta ocasión no ha recurrido. No se conoce si el fiscal y el juez tienen joyería alguna, lo único cierto es que el «niño Sáez» ya tiene 39 antecedentes.

Por su parte, los dos atracadores del spray se curarán en un hospital sin recortes, los defenderá un abogado de oficio espabilado y probablemente recibirán, además de los balazos, una buena indemnización por parte del joyero, que lamentará toda su existencia no haberse dejado atracar como hacen los joyeros normales y ahora llevará un butrón en su vida, perpetrado por ese Estado que no le ha sabido defender. Al tiempo.

Mientras tanto, Madrid es un manifestódromo contra los recortes. Lo único que lleva años recortado en este país es la inversión en cárceles. Ponen televisores de plasma cuando lo que deberían hacer es gastarse el dinero en poner más camas. Bueno, también la decencia de los encargados de quitar de las calles a estos indeseables lleva muchos años recortada, como las puñetas que les adornan las mangas. Esas puñetas a dónde les mando yo, invariablemente, cuando leo estas cosas.

Un matrimonio feliz

Un matrimonio feliz unmundoparacurraHoy toca post del Club de lectura. En este club leemos libros que raramente hubiéramos seleccionado. Yo ya tengo por ahí escrito que soy muy de dejar libros en la página 50, ó en la 100 ó cuando sea, a veces enfadada con ellos y otras veces con pena, porque dejan de ser competitivos ante el empuje de otro libro. Esto es lo que yo creo que habría hecho yo este mes de no haber mediado el club. No me gustaría que entendíerais esto como una crítica negativa: es sólo una constatación.

Me dejé el libro pendiente hasta el último momento aunque con tiempo de sobra pero, una vez empezado, he permitido que se me fueran colando libros y al final he tenido que correr. Ponía paréntesis, lo retomaba, lo dejaba, lo volvía a coger. Eso significa lo que estáis pensando: que no quería seguir. Pero no porque me pareciera infumable. No porque me aburriera. No porque me resultara odioso. Porque en cualquiera de estos casos, me habría planificado el tiempo para “quitármelo de encima”. No. Es que no quería seguir escuchando una historia que yo no quería leer.

Un matrimonio feliz es la historia de una pareja que se conoce y se enamora; que se casa y tiene hijos; que comparte, como tantos matrimonios, una vida de pareja con altos y bajos, con momentos buenos y malos, con alegrías y tristezas. Un matrimonio normal, que es casi tanto como feliz. Pero para saberlo, para comprender que ha sido un matrimonio feliz y que el autor nos lo pueda contar, ella tiene que penar con un cáncer devastador que es una condena a muerte. Todos moriremos, pero ella sabe cuándo con certeza, su muerte está programada, puede hacer una cuenta atrás. A la pena del duelo se le añade el dramatismo de la despedida de sus seres queridos, el luto planificado con tanta serenidad como emoción contenida. La fatalidad no existe, sólo una obligada e involuntaria resignación.

Este libro es muy triste. Muy emotivo. Es la clásica historia que, según empiezas a leer, dices “jolín, qué mala suerte de historia” (realmente dices “vaya putada de historia” pero no me gusta poner palabrotas en el blog). Me recuerda a la película de El paciente inglés: si me vas a contar una historia tan triste, déjame que lo vaya averiguando. No me pidas que tenga que doblarme el corazón desde el minuto primero, no dejes que tenga que transitar con historias y anécdotas felices, divertidas, maravillosas, o todo lo contrario, conociendo de antemano el final del cuento. Porque, aunque yo no lo sepa, los protagonistas sí lo saben. Porque ante dramas de este calibre, los detalles no importan: el desencadenante principal tiene tal envergadura que oscurece lo demás.

Es muy difícil verme llorar a mí con un libro. Muy, muy difícil. Esto significa que el autor sabe narrar, sabe hacer sentir al lector la pena, la desolación, la impotencia. La truculencia de los detalles de la enfermedad nos entregan personajes llenos de valentía y de entereza, dotados de una inteligencia capaz de sobreponerse a la miseria de un cuerpo que se desintegra en vida y en plenitud de la consciencia. Más allá de la tristeza, el libro contiene muchas enseñanzas que yo, personalmente, preferiría haberme ahorrado. Porque veo familiares, conocidos, porque yo tengo también mi vida y mis recuerdos, y no sé si quiero revivir según qué cosas. Y porque la felicidad de la vida también consiste en administrar incertidumbres, porque la falta de certezas, y no el miedo, permite alimentar la esperanza.

Así es que, si os cruzáis este libro, empezad a leerlo. Sobre gustos…

Tenéis otras reseñas, como siempre, aquí, aquí y aquí. Y a lo largo del mes, aquí también.

Un hombre que duerme

Georges Perec unmundoparacurraEstás sentado y sólo quieres esperar, esperar solamente hasta que no haya nada más que esperar: que venga la noche, que den las horas, que los días se vayan, que los recuerdos se desdibujen.

Que los días comiencen y que los días acaben, que el tiempo transcurra, que tu boca se cierre, que los músculos de tu nuca, de tu mandíbula, de tu mentón se relajen del todo, que sólo el subir y bajar de tu caja torácica, los latidos de tu corazón sigan dando testimonio de tu paciente supervivencia.

No querer nada más. Esperar, hasta que no haya nada más que esperar. Holgazanear, dormir. Dejarte llevar por las multitudes, por las calles. Seguir las cunetas, las verjas, el curso del agua por las riberas. Recorrer los muelles, rozar las paredes. Perder el tiempo. Salir de todo proyecto, de toda impaciencia. Estar sin deseo, sin despecho, sin rebeldía.

Aparecerá ante ti, al hilo del tiempo, una vida inmóvil, sin crisis, sin desorden: ninguna aspereza, ningún desequilibrio. Minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día, estación tras estación, algo que nunca tendrá fin va a comenzar: tu vida vegetal, tu vida anulada.

La indiferencia disuelve el lenguaje, enturbia los signos. Eres paciente y no esperas, eres libre y no eliges, estás disponible y nada te moviliza. No pides nada, no exiges nada, no te impones nada. Oyes sin escuchar, ves sin mirar: las grietas de los techos, las tablillas de los parquets, el diseño de los baldosines, las arrugas que rodean tus ojos, los árboles, el agua, las piedras, los coches que pasan, las nubes que dibujan en el cielo formas de nubes.

Ahora vives en lo inagotable. Cada día está hecho de silencios y ruidos, de luces y sombras, de espesuras, de esperas, de escalofríos. Se trata sólo de perderte, de nuevo, para siempre, cada vez más, errar sin fin, de hallar el sueño, una cierta paz corporal: abandono, hastío, adormecimiento, deriva. Te deslizas, te dejas hundir, flaquear: buscar el vacío, rehuirlo, caminar, pararte, tomar asiento, sentarte a la mesa, apoyar los codos, tumbarte.

Organizas tu vida como un reloj, como si el mejor medio de no perderte, de no venirte abajo del todo fuese dedicarse a tareas irrisorias, decidir todo con antelación, no dejar nada al azar. Que tu vida sea aislada, lisa, redonda como un huevo, que quien fije tus gestos sea un orden inmutable que decida todo por ti, que te proteja a tu pesar.

Como si, a cada instante, necesitases decirte: así es porque así lo he querido, lo he querido así o si no, estoy muerto.

Durante mucho tiempo has construído y destruído tus refugios: el orden o la inacción, la deriva o el sueño, las rondas nocturnas, los instantes neutros, la fuga de las luces y las sombras. Quizá podrías, aún durante mucho tiempo, continuar mintiéndote, embruteciéndote, emperrándote. Pero el juego ha terminado, la gran juerga, la ebriedad falaz de la vida suspendida. El mundo no se ha movido y tú no has cambiado. La indiferencia no te ha dejado indiferente.

 

Georges Perec, traducido por Mercedes Cebrián.

El gorrón del pueblo

Sanchez Gordillo unmundoparacurraSánchez Gordillo es como ese gorrón que se te presenta en casa un domingo a las dos y te deja sin merienda. Naturalmente, llega sin ser invitado, porque los gorrones son esa clase de gente a la que conoces desde hace mucho pero a la que sólo has invitado una vez. La mezcla en la sangre de un gorrón contiene tacañería y desahogo a partes iguales, aunque entre las clases más ignorantes e iletradas de la sociedad, su verborrea no se detiene ni siquiera cuando tiene la boca llena. Y así, vas viendo como la tarta que habías comprado y que reservabas para compartir con tu familia a media tarde se desmigaja entre los pocos dientes que le quedan a ese gorrón sinvergüenza y caradura, mientras te cuenta, entre los hipos del atracón, lo cara que está la vida.

Sanchez Gordillo no ha creado riqueza en su vida, ni sabe lo que es poner en riesgo de pérdida bienes y haciendas. Como el gorrón, no ha venido a casa con una barra de pan y unas cocacolas, sino que ha abierto la nevera, ha cogido la sobrasada, y se ha puesto a extenderla sobre el pan de molde que te ha birlado de la despensa. Después de untar generosamente su rebanada, se pone con las del resto preguntando siempre antes a los dueños de la casa si gustan, con una sonrisa que parece cortés pero que en realidad no es más que puro choteo, porque la sobrasada y el pan de molde es tuyo. El colmo de la imagen delirante del gorrón es ésa en la que nos dice: “Pero pruébalo, hombre, que está muy rico”.

Supongo que todos sabéis por qué hablo hoy de este robaperas con iphone. Sánchez Gordillo nos entretuvo este verano montando un road show casposo y tercermundista que consistía en robar en supermercados gritándole a la cajera en la oreja eso tan convincente de “tó p’al pueblo”. También asaltaba fincas para darse un chapuzón, que las piscinas forman parte del capital y la lucha incluye tirarse a bomba. Y ahora el TJSA ha archivado la denuncia alegando que sólo quería convencer a los trabajadores del Mercadona “sin más arma que la palabra, el ruído o la presencia física”.

¿Ruído? No, hombre, no, eso sí que no. Hubieran hecho ruído si, de verdad, hubieran cumplido su palabra: “te tiramos todo lo que hay por ahí y vas a tener que poner a trabajar veinte días a la gente. Me has entendido ¿no?». De hecho, la pregunta final indica claramente que estaban hablando bajito. Viniendo de este friki del Neanderthal, en realidad sólo se podría considerar amenaza lo de tener que trabajar veinte días: su paraíso mental de la pobreza y la ignorancia no incluye madrugones. Ni indignarse en invierno, que hay plenos a los que acudir y muchas dietas que cobrar.

Hay días en los que me da por pensar que este país no tiene remedio.