Mañana libro y hoy música

Como mañana toca libro, hoy les dejo con música.

Todo muy lógico.

Esta canción me encanta. Se llama Back home y la canta Emily Maguire.

Les dejo también los lyrics por si quieren hacer los coros.

Y ya.

I’m one drop in a sunlit sky where seagulls fly, they rise and fall
I can’t stop now a cloud is flying, the sky is crying and the seagulls call
And now I go with the river, I go where the river goes
I flow with the river, I know what the river knows

I sit still in the sound of silence and feel the fire in my eyes and ears
And I know there’s no point in violence cos fear and fighting only ends in tears
So I go with the river, I go where the river goes
And I flow with the river, I know what the river knows

That I will rise up with the sun and I will fall down with the rain
And I will flow like a river goes back from where I came
Back home, back home

Time moves me on, I keep moving on
Life moves me on

High tide and the moon is rising and clouds are dancing for the dying day
In a blue sky where the birds are flying, the clouds are crying, I can hear them say
Go with the river, go where the river goes
Flow with the river and know what the river knows

Cos you will rise up with the sun and you will fall down with the rain
And you will flow like a river goes back from where you came
Back home, back home

Time moves me on, I keep moving on
Life moves me on

And I will rise up with the sun and I will fall down with the rain
And I will flow like a river goes back from where I came
Back home, back home

Un tuit desparramao

Resulta que me acerco a casa al mediodía y después de comer me siento a tomarme un té, mientras hojeo el periódico y oigo el informativo. Y estoy distraída, cuando de pronto levanto la cabeza y veo esto:

Tontada TVE unmundoparacurra

No me pregunten de qué estaban hablando, pero el titular me ha parecido la versión televisiva del «manzanas traigo». Así es que se me ha ocurrido poner este tuit:

 

 

Sí, ya sé: no era eso exactamente, pero qué quieren, yo estaba estupefacta. La cuestión es que ha empezado a bailar la Blackberry con retuiteos por doquier. Oigan, qué éxito. No les digo más que  he tenido que silenciar los mensajes y notificaciones cuando he vuelto a la oficina, con lo que me gusta a mí oir el doble cling del mail, y el clap del whatsapp, y el tutú-tutú del SMS. A mí no me parece tan gracioso el tuit, si les digo la verdad.  Me parecía más imaginativo este que he puesto a continuación:

 

 

 

Para mí esto es nuevo. En primer lugar, no soy capaz de ver ahora quién me contesta a algo cuando miro las menciones, porque hay una fila larguísima con los retuits. Y luego que prefiero no mirar el mail del blog, porque es donde van a parar las notificaciones de RT´s y favoritos, que no sé cómo hacer para que no lleguen. Habrá más de 350 mensajes, y los tendré que limpiar pacientemente. Así es que no me escriban hoy, por favor, que andaré muy ocupada.

¿Cómo se las apañan los tuitstars? Humm…

Con la AVT

lazo_negro¿Qué te hace pensar que has ganado?

Has estado en la cárcel 26 años, y no 26 años cualquiera. Entre los 29 años y los 55, ni más ni menos. Los años de tu fertilidad, de tu juventud, los mejores años tu vida, los has pasado de la celda al patio y del patio a la celda. Sin estudios que te acompañen, sin un trabajo que dé utilidad y sentido a tu vida, te has agusanado en una prisión. Mientras los demás veíamos crecer a nuestros hijos, mientras otros con tu misma edad amortiguaban la vejez de sus padres y les aliviaban con su compañía, tú estabas mirando una pared que imagino blanca, con unos ojos de odio que sólo saben interpretar una vida oscura, llena de experiencias del color que tiene la mugre cuando se pega al alma.

¿Una luchadora? No hay honor en lo que hiciste, no ha habido honor en agitar el árbol. Has sido una marioneta de carne y has servido para que el que recoge las nueces se forre, y viva de puta madre con vuestro discurso delirante. Y ahora se reparte el botín con otros de su misma calaña, aunque de otra escuela. La escuela de Neguri, la del parlamento de Vitoria, la de las sotanas cobardes e infames, la que reparte poder y dinero, y prebendas. Hoy cuatro paletos con boina calada detrás de una bandera, te adulan y te animan y tú te lo crees, pobre imbécil. Banderas inventadas para consumir la vida de los demás, entre otras, la tuya. Y tú te lo crees, porque sigues siendo una marioneta de carne, aunque ya sin hilos, sucia, abandonada, inútil, avejentada, con la vida desechada. En este último acto, te han entregado como parte de la transacción. Ya no movías ningún árbol, y te han usado como una nuez que se ha caído al suelo por la fuerza del tiempo, una nuez putrefacta. Eso eres. Y unos te harán pasar por luchadora y otros por asesina, cuando en realidad, deberías estar en la Wikipedia por imbécil.

Unos tipos que comen en mesas con mantel de lino te han ahorrado cuatro añitos de carcel, y eso significa que te has comido el 87% del marrón. Si en mi mano estuviera, el resto de tus días habrías estado de la celda al patio y del patio a la celda, hasta sacarte con los pies por delante. El único derecho que te habría acordado es el derecho al olvido de los demás. Porque eres un error de la vida, y hay que sacarte de la sociedad y de nuestras mentes por higiene. Fue un error que tus padres se conocieran, fue un error que te engendraran y fue un error que nacieras y vivieras. Te veo como se mira a las cucarachas, repugnantes bichos que provocan el asco de verlas y el asco de aplastarlas. Un trozo de carne sin alma y sin motivo, eso eres. Una marioneta absurda, un error del tiempo y del espacio, un aborto de humanidad.

Y ayudaste a poner muertos en el tablero, peones como tú, que interesaban a los que viven de puta madre con guerras y banderas inventadas. Esos muertos dieron su vida por una causa justa y noble. No por una bandera, no, eso lo hacen los ignorantes como tú. Detrás de esa bandera que defiendes están los gulags, los campos de exterminio, la preponderancia de una raza y de un origen, la abyección más absoluta. Por eso luchabas, por eso te has pasado 26 años a la sombra. No has conseguido nada más que tu propia putrefacción en vida, una putrefacción justificada por un trozo de trapo. No hay honor en tu vida, solo un vómito de ideología totalitaria.

Esos que mataste defendían una vida en paz y en libertad. Defendían mi manera de vivir, no mi bandera. Y yo hoy voy a honrar a mis muertos, a los únicos de los que tengo la absoluta seguridad que me han defendido de bichos como tú. Los únicos que han tenido honor, los únicos que pueden llevar la cabeza bien alta, aunque estén muertos, y que están representados por sus familiares, por sus amigos y por su memoria.

No es sólo que seamos muchos más. Es que somos muy superiores.

 

 

Y es que no se trata de leer cualquier cosa

Si algo me ha gustado del libro de Pennac es su calma al escribir, su dulzura, la forma en que deposita sus ideas sin agredir. Incluso aquello con lo que no está de acuerdo y aquello que rechaza lo expone con cariño, con un punto de comprensión, compasivamente pero sin condescendencia, sin altivez. Yo creo que Pennac, acostumbrado a tratar con niños y adolescentes, se empeña en sus ensayos a enseñarnos el camino sin obligarnos a tomarlo, porque recorre con nosotros los caminos alternativos para irnos diciendo cada cosa que no debemos aprender. Porque también se aprende de lo que no se debe aprender…. Click para continuar leyendo

Y esa luz cegadora…

– ¿La salida de la crisis, por favor?

– Sí, a ver. Siga de frente y la encontrará vd al salir del túnel.

– Ah, sí, ya veo. Debe de ser ahí, ¿no?, donde está esa lucecita.

– No, esa lucecita es la calva del Sr. Montoro, que está en una curva agachado con un candil, buscando no sé qué y enredando.

– Bueno, pero me puede servir de referencia, quizá.

– No lo creo, porque el señor Montoro ya viene de vuelta y además se ha dejado el mapa en el coche oficial. Vd hágame caso y siga por el túnel. Vaya despacito, no sea que se vaya a tropezar o escurrir, porque hay tramos muy oscuros, y el suelo está lleno de pegamento y de inmundicias que van dejado los administradores del túnel. Ah, y una cosa: cuando se cruce con Montoro, aproveche que él tiene un candil y acelere, no sea que le quite a vd. los zapatos o algo.

– Muy bien, pues le haré caso. ¿Y sabe si está muy lejos la salida del túnel?

– Pues no sabría decirle, porque por aquí no ha vuelto nadie a decirme nada. Yo diría que tiene para un rato largo, aunque también dependerá de lo rápido que pueda vd ir, o sea, de su propio estado de forma y del peso que lleve a cuestas. Un primo mío alemán me contó que según se va acercando a la salida, se respira mejor. Pero vamos, yo en realidad no lo sé, tampoco le quiero engañar.

– Ya, comprendo. Bueno pues muchas gracias. Fíjese lo que son las cosas, que yo me hubiera fiado de la luz…

– Huy, no se fíe vd de que va a ver una luz siempre a la salida de un túnel. Piense que puede ser de noche. Vd notará que ha salido del túnel por cómo respira, por la amplitud del horizonte, por la alegría de la gente y porque habrá menos pegamento en el suelo. No se fíe de la luz, hágame caso. Tenga vd además en cuenta que vamos para el invierno, y las noches son más largas. Y por otra parte, nada le garantiza que las farolas de la salida estén encendidas. A veces las apagan los dioses por si se confunde algún idiota y se queda parado en medio de la salida, estorbando…

El gesto y las gafas

Ya les hablé en otro post de mis tribulaciones con las gafas, un elemento decorativo de mi personalidad con el que llevo conviviendo desde los 18 años, aunque he de decir que está pasando de ser una herramienta de descanso a una de supervivencia a pasos agigantados.  El señor oculista tenía razón (CLICK), aunque tal vez demasiada, y ahora ya estoy del todo convencida de que con ellas veo mucho mejor además de evitar tener que comprarme un gadgeto-brazo cualquier día de estos. La cuestión es que esta mañana me he topado con un artículo en la prensa que se titulaba «El lenguaje de las gafas» y me lo he leído, por supuesto. Hasta he tomado notas, no crean, que últimamente no tengo yo mi memoria para otra cosa que no sean números.

Así que he anotado que cada gesto que se hace con las gafas dice algo de nuestra autoestima y de nuestra actitud en una conversación. Si jugueteas con las gafas significa que estás eliminando el estrés y la ansiedad, y ya me figuro yo que si tienes mucho estrés, las gafas pueden salir volando en cualquier momento. Morder una patilla indica seguridad, es un acto de autoafirmación. Nunca hubiera pensado que el estado lamentable de la patilla derecha de mis gafas tuviera nada que ver con mi legendaria seguridad en mí misma. Limpiar las gafas es una forma de ganar tiempo, igual que quitártelas, de manera que si ves a alguien hacer eso, mejor cállate. Luego, cuando te las vuelves a poner, es cuando quieres escuchar, volver a «ver» de nuevo las cosas, así que si hace eso tu interlocutor, aprovecha y lárgale el rollo. Y mirar por encima de las gafas es percibido como un juicio y aunque reconocen que, como yo, muchas personas usan gafas para ver de cerca y se ponen las gafas en la punta de la nariz cuando revisan un documento, recomiendan vivamente no hacerlo si no estás juzgando y no quieres incomodar a tu interlocutor.

Y ahora estamos en el restaurante. ¿Han elegido ya los señores? Quítate las gafas y ponte a limpiarlas. ¿Puedo recomendarles el fuera de carta? Ponte las gafas. ¿Les tomo nota? Quítate las gafas. ¿Qué vino tomarán? Muerde las gafas. ¿Van a tomar algo más? Las gafas en la punta de la nariz.

Y ahora estamos con el jefe en la entrevista de evaluación anual. ¿Cuáles son tus logros del año? Quítate las gafas y ponte a limpiarlas. ¿Revisamos el cumplimiento de objetivos? Ponte las gafas. ¿Cuál es tu balance anual? Quítate las gafas. ¿Qué objetivos esperas al año que viene? Muerde las gafas. ¿Miramos tu bonus? ¡Gafas a la nariz!

Ay, qué tonteridas, que dirían en el Blasco.

PS: No puedo enlazaros el artículo porque hoy ya he llegado al máximo de difusión en el Orbyt y no lo encuentro en la página web del periódico. Sin embargo os enlazo este otro que dice las mismas cosas (yo diría incluso que en el Expansión lo han fusilado, porque algunos párrafos son idénticos). Por si tenéis interés (CLICK).

La relación luz y tiempo: otro punto de vista

¿Pero cómo no te va a saltar la luz, si esa casa tiene la misma instalación desde hace 38 años?  ¿Y cómo no te van a faltar enchufes? Que no es sólo que ahora tengas que encontrar uno para el móvil y otro para la tableta, eso es lo de menos. Que sólo piensas en esas cosas, pero no es eso, no es sólo eso. Hace 38 años no es que no hubiera DVD, es que ni siquiera se había inventado el vídeo. Sí, eso en lo que se ponía una cinta, eso mismo. Y la leche la calentabas en el cazo, no en el microondas, hacías café en una cafetera italiana, no en una melita y tostabas el pan en la sartén. Y el fuego de la cocina iba a gas, que «eléctrico» era para un por si acaso y de la vitrocerámica no se tenían noticias. Y las neveras eran mucho más pequeñas, como más recogidas, sin ese despipote de congelador. Y nada de lavavajillas, que entonces era un lujo.  Y acuérdate de que no podías poner el horno y la lavadora a la vez porque lo siguiente era ir con una vela a apagar uno de los dos. Y no tenías un ordenador, porque entonces no había ordenadores personales. Ya de la impresora ni hablamos. Y ponías un tocadiscos, eso si no te conformabas con oír la radio, que iba a pilas. Y nada de tener dos o tres bases para el inalámbrico por toda la casa. Y el despertador no era radio alarma, sino que le dabas cuerda hasta que compraste aquel de pilas. Sí, aquel que te ponía de los nervios porque sonaba tictac mucho y muy alto. Y las teles aquellas triponas, que cuando las apagabas se apagaban, nada de quedarse en esa mariconada del stand-by, que dicen que no gasta, pero gasta…

Qué resistencia, ni qué contratación, ni qué relatividad, ni qué zarandajas, hombre…

E.

Os he hablado otras veces de ella. Cuando os contaba cómo quitar los grumos de la agenda, o cómo se le llama en Francia a los dedos de los pies. O cuando me ayudaba a traducir un giro imposible, refranes de una jerga olvidada, palabras sincopadas en un argot ultra parisino, a veces imposibles de descifrar para ella, una dama del distinguido St Germain en Laye. He hablado de E. alguna vez como la dueña de mi tiempo, en una de esas exageraciones que digo yo y que tienen como único objetivo llevar la idea al límite para que nadie pueda albergar ninguna duda. Y es que una secretaria puede convertir tu vida en un infierno o, como es el caso, regalarte tranquilidad, darte un plus de memoria, despejar tu vida de tareas tan fastidiosas como obligatorias y proporcionarte tiempo. Nada menos que más tiempo.

En 2002, después de pasar todos los filtros, yo le hice la entrevista final. Recuerdo perfectamente una de mis preguntas – ¿tienes paciencia? – y su respuesta, tan convincente. Y mi sarcasmo posterior, tan despiadado. Y desde entonces, con un largo intervalo de tres años, siempre ha sido la mirada que me recibía por las mañanas, sus buenos días con ese acento inconfundible, esa expresión de saber exactamente en qué estaba yo pensando, qué tendría yo en la cabeza y, sobre todo, qué es lo que no tendría. En cuanto a mí, según ella había que descontar de mi gesto el efecto del día de la semana, tal y como me dibujó la primera vez que nos despedimos la una de la otra.

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Y en todo este tiempo, yo le decía “Arréglalo” y siempre lo arreglaba. Mis desastres, mis olvidos, mi mal humor, mi soberbia, mi incapacidad. Mis explosiones bélicas, mis amenazadores «ya le puedes ir diciendo de mi parte que…” me los devolvía envueltos en la seda de la diplomacia, de la calma, de la sonrisa y de la discreción. Se asomaba y me decía desde la puerta “Carmen, igual te vas a enfadar…”, para que no me enfadara con alguien. O si no mediaba aviso, terminaba con un rotundo “ya sabía yo que te ibas a enfadar”, para que recapacitara y se me pasara el enfado. Testaruda como ella sola, yo creo sin embargo que es la única persona en el mundo con la que nunca he discutido ni me he enfadado. Tal vez porque nunca necesitó llevarme la contraria para hacer su santa voluntad y tal vez porque no cayó nunca en la tentación de darme la razón sin tenerla.

En Junio de 2006, el secretariado de París me envió por correo electrónico mis condiciones de expatriación mientras yo estaba de viaje. Cuando me di cuenta de que ella también lo habría recibido, como todos mis correos, la llamé inmediatamente por teléfono, tratando de arreglar lo que ya no tenía arreglo. Nunca me perdonaré habérselo ocultado. Y nunca olvidaré su reacción, quizá una de las cosas más emotivas que me han sucedido en los 24 años que llevo trabajando. Ocupó otros puestos alejados del secretariado durante los tres años que yo estuve fuera y después volvió a trabajar conmigo, cuando regresé a España en 2009. Más de ocho años repartidos en dos periodos, casi igual de largos en el tiempo pero muy distintos en la vida de cada una de nosotras. Podría rellenar cien entradas con anécdotas. Algunas divertidas, otras sorprendentes, casi ninguna triste. Ella sabe mejor que yo las que recuerdo ahora y todavía, y aquellas que no podré olvidar. La vida te hace cambiar, te modera y lima tus aristas. Pero en la vida están las personas, y en mi vida están esos ocho años.

E. ha dejado de trabajar conmigo hace tres semanas. Ha querido ir a otro puesto porque quiere ver otras caras y trabajar en cosas nuevas. Y yo quiero pensar que esa es la razón por la que ella se acordará menos de mí que yo de ella, aunque no me voy a engañar: por experiencia sé que al final un jefe es un jefe, es decir, una persona de la que prefieres olvidarte cuando te vas de fin de semana. Aunque algo me dice que puedo todavía albergar esperanzas. En la nueva versión de “mis caras” que me ha dado en esta segunda despedida, ya me imagina los sábados y los domingos… En fin, no me puedo quejar.

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El vecino espía

Conste que tengo dudas todavía sobre si debo o no escribir este post. Tal vez la CIA ya se haya olvidado de mí y de mi dirección o tal vez no, y vengan a mi casa a pedirme explicaciones. Y me da la sensación de la CIA, pidiendo explicaciones, no es de muy buen conformar. O sí, no sé, que tampoco conozco a nadie de la CIA.

Verán, se trata del piso de enfrente, mirando por el patio. Yo no sé quién entra ni sale en esa casa, porque tenemos ascensores diferentes y su puerta está separada de la mía por el rellano de una escalera y un montacargas. Yo empecé a darme cuenta en verano, cuando se duerme con las ventanas bien abiertas para que entre algo de aire. En medio de una noche de insomnio, el zumbido de la lavadora y te dices que vaya horas. Y en medio de otra noche, en la que te despiertas para ir al baño y medio dormida ves toda su casa encendida, y él que va y viene con cacharros, del pasillo al salón y del salón al pasillo, todas las ventanas abiertas, todo con mucho sigilo. Y no le das importancia pero se repite la escena otras noches, quizá todas, tú no lo sabes, porque tampoco te levantas todas las noches.  Y ya te pica la curiosidad y te fijas y te das cuenta de que sólo por las noches sube las persianas, que permanecen cerradas durante el día. Y así hasta que llega el invierno y tras los visillos observas la misma pauta. Es un tipo alto, con pinta de extranjero. Es extranjero.

Total, que decidí que era un espía de la CIA. Y no me pregunten por qué, pero decidí que era espía. Y así he vivido mucho tiempo, convencida de compartir vecindad con un espía. Pero un espía bueno. O eso quise pensar.

Le pregunté con disimulo al portero, distraída, como de paso, como quien no quiere la cosa. Y bien orgullosa que estoy de que no se me notara que estaba sonsacándole información y que él no se diera cuenta mientras me daba los datos que necesitaba. Así es que me enteré de que no vivía solo el hombre, sino que también había una mujer a quien yo no había visto jamás. Hum. Y que ella trabajaba en la embajada americana. ¿Alguien necesita más pruebas?

Y es que yo sería una magnífica espía si no tuviera tan mala memoria. Bueno, por la memoria y porque obtuve toda la información ayer, o sea, unos quince meses después de que el supuesto espía y su señora se volvieran a su país y dejaran de ser mis vecinos…

Adiós América

Me acuerdo cuando de pequeñas, llegaba septiembre, y el cole con él, y todas nuestras profes nos preguntaban: “Bueno niñas, ¿os lo habéis pasado bien este verano?, ¿qué habéis hecho?, ¿dónde habéis estado?”.Y todas levantábamos nuestras manos tan alto como pudiéramos dando pequeños saltitos mientras tratábamos de ser las primeras en contar nuestra historia. Este año, soy la primera y esta es mi historia.

He estado en América. Pero no en una ni en cualquiera. He estado en todas. He estado en la América de campos amarillos de maíz infinitos, en la de las praderas verdes silenciadas por el cielo azul infestado de águilas calvas y halcones. En la de las granjas rojas ribeteadas de madera blanca con graneros y almacenes de cereal. En la América de los granjeros que no fuman pero mascan tabaco. En la América del cuero, las botas de vaquero y los mocasines. En la de los indios nativos, los blancos gordos y los negros atléticos. He estado en una América surcada por un río grande y negro, frío y cálido a la vez, salvaje y dulce. He estado en la América de los raíles de madera atravesando el campo, en la de los bosques de cuento, bosques verdes donde apenas puedes ver el sol, y cuya escasa luz le da un color mágico.  He estado en sitios en los que realmente creo que viven hadas y ogros y dragones dormilones. He estado en la América de los ciervos, y arces y osos y pavos salvajes. He estado en la América de los grandes lagos y de los barcos de hace 70 años.

También he estado en la América de las cadenas de comida rápida, Denny’s, Burger King, Taco Bell, Culvers, Subway y el gigante McDonalds. En la América de los helados de cinco bolas con todo tipo de siropes y toppings. En la América de las cosas grandes, las montañas rusas y los toboganes de agua. He estado en el país de la música country, y los sombreros de paja. He jugado al minigolf y a los bolos. He pasado noches en pie en una fiesta en casa de alguien que no conocía a la mitad de la gente que había allí. He cantado y bailado y bebido la peor cerveza que podáis imaginar. He recogido manzanas rojas del árbol del jardín y jugado con un perro y dos gatos a la vez. He nadado en un río y saltado de un acantilado. He hecho senderismo, montañismo, he montado en kayak y pedaleado en mi bici.

He estado en la América de las tiendas de camisetas, de los bares de viejos y de las tiendas de caramelos. He oído a los futuros Beatles y  Frank Sinatra cantando en la calle. He olido las fragancias más dulces contaminadas de azúcar puro y restos de chocolate. He admirado escaparates llenos de dulces de toda clase, de manzanas cubiertas de caramelo, de toda clase de caramelos que podáis imaginar. He estado en la América de John Steinbeck y en la de Gabriel García Márquez. He estado en el país de los valles surcados de olmos y robles y en el de los bosques llenos de frambuesas. También en el de las noches de clubs y discotecas. He estado en el territorio del sheriff y de los Ho-Chunk y los Windigos. En el país de la gente amable y parlanchina, de la gente curiosa que quiere conocer España. He estado en el país de los coches todoterreno y de las Harley-Davidson. En el país de los tatuajes y el pelo de colores. He estado en el país en el que las familias pasan sus vacaciones en la casa del lago tirándose al agua desde una rueda de coche atada a un árbol con una cuerda vieja.

También he estado en la América trabajadora, en la América luchadora, en la conservadora y en la de Obama. He estado aquí un cuatro de julio y he visto más rojo, blanco y azul junto del que habéis visto jamás. He hecho una hoguera con mis amigos y hemos tostado mashmallows y bebido un café asqueroso a las dos de la mañana. He estado en el país que tiene la mayor industria cinematográfica y a la vez la mayor cantidad de telebasura. He vivido sola, en una casita pequeña y blanca prefabricada con su porche delantero y sus mosquiteras en las ventanas.  He paseado, corrido, gateado, navegado y cabalgado. He hecho amigos increíbles y conocido al amor de mi vida (nos casamos en el 2023). He estado en centros comerciales de saldo y en las tiendas más caras. He recorrido la librería más grande que os podáis imaginar. He estado en el país de los coches sin cerrar y las ventanillas bajadas. He estado en el país de los cerrojos del revés y las grúas gigantes. En el de los camiones tuneados y los coches de bomberos de peli. He hecho fotos y vendido fotos. He trabajado. He sudado para conseguir cada céntimo que he ganado. He limpiado mi casa, me he hecho la comida y me he lavado la ropa. He conducido por carreteras interminables y pasado ratos interminables en los stops.

He visto noches incendiadas por manadas de luciérnagas en llamas, he soñado al son de los grillos y vivido rodeada de conejos y ardillas. He comido bizcocho de calabaza y pretzels con queso, y bagels, y palomitas con mantequilla. He visto una peli en el parque, de noche, comiendo M&Ms arropada por una manta de cuadros. He aprendido rumano, ruso, búlgaro y turco. También he aprendido inglés por si hay algún gracioso por ahí. He estado en la América del baloncesto, del béisbol, de las chanclas, y los pintauñas con purpurina. En la América de la guerra de los cien años y en la de la segunda guerra mundial y en la del charlestón y los escarabajos. He estado en la América de los cupcakes y la crema de cacahuete, y en la del chocolate Hersheys y los M&Ms y los skittles y los cereales de colores. He visto a Bon Jovi vomitar y a  Mumford and Sons silenciar a 10.000 personas a la vez. He visto Converse nuevas, viejas, rotas, pintadas, desgastadas, cuidadas y descuidadas. He estado en un cementerio de película y he visto al sol ponerse sobre el lago.

He visto a un niño llorar por el golden retriever con el que ha crecido. He visto a muchas personas, de muchos sitios; jóvenes intrépidos e inmaduros, niños hiperactivos, adultos cansados. He visto que la vejez más absoluta puede albergar el alma más joven y también he visto que la juventud más fresca puede cobijar un alma vieja y oxidada. He visto ojos cristalinos llenos de amor y cristalinos opacos por la pérdida. He dicho hola, he dicho adiós y algún que otro hasta luego. También he predicado las maravillas de España y creo que he inflamado algún corazón inquieto y empapado en gasolina con la chispa de la curiosidad.

He hecho todo esto y más y es por eso que me ha costado encontrar las palabras para expresarlo. Me gustaría pensar que casi podéis esbozar mi verano tras este brevísimo resumen y si no es así tendré que volver para encontrar la manera de terminar mi historia.

He estado en América y me he enamorado de ella, pero también he cogido hoy el tren y ya vuelvo a casa…»

Rocío H., en el inicio de su regreso a España después de una estancia de tres meses en Wisconsin, escribe esta carta a su familia. La escribe deprisa, a vuelapluma, en un tren.

Rocío tiene 19 años.

Y ahora, quítense el sombrero.