Ventanas

Ventanas de cristal, ventanas. Ventanas blancas, ventanas con cuarterones, ventanas con carpintería de metal. Ventanas de madera, ventanas negras y ventanas de color. Ventanas abiertas, ventanas cerradas. Ventanas esmeriladas, ventanas ahumadas, ventanas opacas. Ventanas enrejadas. Ventanas con cortinas, ventanas con estores, ventanas desnudas. Ventanas al sol.

Ventanas en lo alto de un edificio, ventanas en buhardillas. Ventanas con tripa, embarazadas de aire acondicionado. Ventanas limpias como espejos, ventanas como muros, ventanas condenadas. Ventanas hasta los techos, techos de ventanas. Pequeñas ventanas, ventanucos. Grandes ventanas, ventanales. Ventanas en el suelo que tragan la luz.

Ventanas iluminadas, faros de fachada. Ventanas apagadas, mellas de fachada. Ventanas en sombra y ventanas sombrías. Ventanas viejas, marcos de herrumbre. Ventanas en el ladrillo, ventanas en la piedra, ventanas en el adobe. La ventana y el hueco de la ventana.

Una mujer lee tras la ventana, una mujer cocina tras la ventana, una mujer descansa tras la ventana. El salón tras la ventana, la cocina tras la ventana, el dormitorio tras la ventana. Unos amantes se besan tras la ventana. Unos niños juegan tras la ventana. Un hombre mira por la ventana, un hombre se apoya en la ventana, un hombre habla con otro hombre detrás de la ventana. Hay ropa tendida en la ventana. La ventana y la vida, la vida y la ventana.

El campo. La ciudad. Gente. Un parque. Una calle. La carretera. Una avenida con árboles. Un árbol. Montañas. El horizonte. El mar. Un atardecer. El amanecer. Un bosque. El cielo. Nubes. Un patio. El tendedero. El jardín. La piscina. Un balón. Más gente. Amigos. Vecinos. Un perro. Otro edificio. Otra casa. Otra ventana. El mundo.

Y no llevaré mochila

Mañana es el Madrid-Barça, un nuevo partido del siglo y yo iré al Bernabéu. Y no llevaré mochila.

Yo soy muy de llevar mochila, no crean. Cuando digo por el mundo digo por el mundo vacacional y findesemanero, aunque a veces me pilla el toro y voy por Madrid con tacones, abrigo y la mochila al hombro (al hombro, al izquierdo para más señas, nada de ponérmela con las dos asas, que yo ya tengo una edad). Esto me pasa porque vengo del poblachón, o por alguna otra razón no necesariamente muy poderosa y que tiene que ver más con la pereza que con el tiempo. Puedo entender que parezca algo chocante, pero a mí me da igual, aunque no siempre: recuerdo por ejemplo la cara de estupor que puso una amiga en una cena, más decepcionada que sorprendida, cuando dejé una mochila azul en la silla para quitarme el abrigo.  No dijo nada… pero hubiera debido.

Tengo varias, incluso una de ante muy mona que ni es mochila ni es nada y que es probablemente el bolso más absurdo que tengo en el armario y que no me pongo nunca. Yo cuando hablo de mochila hablo de mochila, de mochila fea de lona, de mochila de tío, de mochila de ir de excursión con los bocadillos, de mochila de estudiante, de mochila para llevar muchas cosas. Sí me interesa aclarar que no son mochilas de gimnasio. Yo no tengo nada para ir a un gimnasio. Es más: yo no sé lo que es un gimnasio. Gimnasio es para mí una palabra sin contenido que procuro que ni se me pase por la mente.

A la peluquería voy con mochila, no sé muy bien por qué. Y cuando voy con Curra a algún sitio que no sea de paseo. Y al aperitivo, aunque sea en ciudad. Y al Rastro, si voy al Rastro, y a un museo si voy a un museo. Y ahora que lo pienso, a muchos sitios voy con mochila. Y claro, al fútbol también la llevo. Sin embargo, mañana iré al Bernabéu con las manos en los bolsillos. Las llaves, el DNI, algo de dinero, el móvil, la entrada y ya está. No me molesta que me miren lo que llevo, no. Sencillamente, creo que cuanto más fácil se lo ponga yo a los polis, más difícil se lo pondré a los malos y así haré algo más útil que poner un tuit.

Para terminar un post incoherente en el que no se sabe muy bien si hablo de complementos, de costumbres, de las caras que pone una amiga, de mis paseos con Curra, del horror que me producen los gimnasios, de la seguridad en un estadio o de mis convicciones ciudadanas, les diré que me conformo con un 1-0. Hala Madrid.

Dialoguemos

A mí me encanta dialogar. No seré yo quien no dialogue. Por dialogar que no quede. Vamos allá.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi dialéctica. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi retórica. Tú con tu cuchillo y yo con mi elocuencia. Tú con tu bomba y yo con mi argumentación.

Me da que esto que he escrito no funciona. Sobra técnica y falta contenido. Lo intentaré de nuevo.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi palabra. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi escucha. Tú con tu cuchillo y yo con mi lógica. Tú con tu bomba y yo con mi razonamiento.

Nada, hay algo que no va bien. Ah, sí, la actitud. Me faltaba la actitud. Veamos.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi moderación. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi tolerancia. Tú con tu cuchillo y yo con mi educación. Tú con tu bomba y yo con mi respeto.

Chicos, no me sale bien, hay algo que no acaba de funcionarme y estoy a punto de fracasar en mi empeño de diálogo. Jolín, ¡esto es dificilísimo! Pero hay que intentarlo a toda costa. Voy a ponerme seria y a olvidarme de todo lo anterior. ¡Quiero dialogar! Allá voy.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mis principios. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi dignidad. Tú con tu cuchillo y yo con mi firmeza. Tú con tu bomba y yo con mi desprecio.

Vaya, algo sí ha mejorado. Sin embargo, hay algo que no acaba de encajar. En fin, la última y lo dejo.

– Dialoguemos. Tú con tu kalashnikov y yo con mi libertad. Tú con tu cinturón de explosivos y yo con mi inteligencia. Tú con tu cuchillo y yo con mi ejército profesional. Tú con tu bomba y yo con mis cazas, mis bombarderos, mi tecnología y mis satélites. Finalmente, tú con tu odio y tu fanatismo de cabra y yo con mi superioridad moral y humana.

Creo que el diálogo me ha salido algo mas equilibrado. A pesar de todo, no sé, me falta algo. ¿Será mandarlos a tomar por culo?

Pala Madrid

Me gusta el Real Madrid de los atletas, del pim-pam-pum-gol, el Madrid desordenado, descolocado y anárquico, el Madrid del arreón, de las galopadas, de los chutazos, el Madrid de huy y del penalty injusto, que sale a que le partan la cara en esos campos de Dios en los que los rivales salen con el cuchillo en la boca y vuelven sin el cuchillo y sin aire. Yo si quiero estudiar me cojo un libro, y si quiero emociones, me pongo a ver el fútbol. Como no entiendo, a mí me gusta el Real Madrid que sale al campo a meter un gol más que el rival.

– Si dejas la portería a cero, como mínimo ya te has asegurado un empate.

Filosofía Benitez, ese señor con traje de confección del que se echa de menos el pasador de corbata. Un estudioso del fútbol, un gran trabajador, un self made man criado en el fútbol de sudor y penuria, un currela de pico y pala, un hombre que llega a Valdebebas antes de que cante el gallo y que se va a las mil y monas aunque, solidario con los seguratas, les deja tiempo para que se vayan a echar un sueñecito y darse una ducha. Yo me imagino a los guardias de seguridad repartidos por  los sillones del hall, cinturón aliviado y cazadora por manta, roncando mientras el gallo, nervioso, picotea lexatines a su alrededor.

– ¿Y tanto trabajo para qué?

Pues para clasificarse para octavos en Champions y no perder de vista la cabeza de la liga. Resultados, estabilidad y orden, posesión, orden, colocación, orden, contundencia, esfuerzo, orden, estrategia pura ¿ya he dicho orden? Y es que no hay que dejar nada al azar, ni siguiera el balón. Ah, si el Granada tuviera un Benítez de entrenador, qué grandes campañas haría.

– Pero es que el Granada no tiene la plantilla del Madrid.

Eso es verdad. A cambio, el empate les sabe a gloria en casa de los grandes y tienen buen conformar si les golean los medianos cuando salen de visita. Un campo difícil, dirán. Unos 30 primeros minutos muy buenos, de mucho control, dirán. Les hemos dejado meternos un gol a balón parado, dirán.  Que se te lesione un defensa es un contratiempo grande porque te quita un cambio y ya no se puede reaccionar, dirán. Qué felices deben de ser en Granada. La Alhambra y un equipo en zona de descenso: emoción a raudales.

Hala Madrid.

 

Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith

un arbol crece en BrooklynPrimero de mes y libro del Club de lectura. Ya queda menos. En esta ocasión, se trata de «un libro bellísimo de una novelista maravillosa y olvidada«, a decir de Paul Auster. No quiero yo llevar la contraria al señor Auster, así es que dejo para otra vida leer más de esta autora porque creo que con 504 páginas ya he tenido más que suficiente en esta. Tengo por ahí escrito que pocas novelas justifican 900 páginas y creo que voy a bajar el listón a una cifra inferior. Por lo menos a 500 para que no quepa esta novela entre ellas. Y es que la historia que cuenta justificaría unas 250, o tal vez menos. Pero vayamos por partes.

Un árbol crece en Brooklyn cuenta la historia de una niña, Francie Nolan, en la América de principios del siglo XX. Esta niña es hija de una segunda generación de inmigrantes austriacos que viven en la pobreza y que pasan muchas penurias y dificultades. Al contar la historia de la niña también nos cuenta la de su familia, con un padre simpatiquísimo que le pega al frasco, una tía suelta de cascos pero de gran corazón (y que es el mejor personaje con diferencia), un hermano bastante insignificante y una madre heroica. Y otros muchos personajes que entran y salen de la historia para hacer sufrir a Francie en la escuela, proponerle un trabajo en un bar, darle clases de piano al hermano o venderle un trozo de tocino a la madre, lo mismo da. Poco importan estos personajes porque forman parte del decorado y sólo están ahí para hacer avanzar una historia que no llega a ninguna parte y que termina cuando a la autora se le acabó el carrete. O la caja de folios.

A ver, el libro no está mal, se lee fácil y es una historia que entretiene, aunque es un poco sensiblero y termina cansando ese tono de desgracia permanente y de penuria triste pero feliz a pesar de todo. Y es que en este libro todo cuesta un centavo, lo mismo un hueso de vaca para el caldo que un cuello de papel para la camisa del padre. Lo mismo un trozo de pan revenido que la velita para ponerle encima y soplar en un cumpleaños. Un mundo de pequeñas cosas, de muchos detalles, de pinceladitas por aquí y por allí que componen un cuadro con el que no sabes si llorar a moco tendido o dar vivas a la UNICEF. La sucesión de anécdotas y de pequeñas historias, contadas con un detalle a veces exasperante, no tienen otra finalidad que ir narrando la infancia y adolescencia de Francie, y como a la niña no le ha pasado otra cosa distinta que la vida, pues asistimos al relato de cosas sin el menor interés, pasajes que se olvidan a los cinco minutos, peripecias que no tienen la categoría de aventura, ni siquiera de acontecimiento. Todo se resume en que la niña es pobre y va creciendo día tras día. Bien ¿y? Y pues nada.

En fin, no es un libro malo pero sólo se me ocurren dos razones para terminarlo: participar en un club de lectura o que no existan otros libros en el mundo. Ha querido la fortuna que se haya dado el primer caso, menos mal. De todos modos, pueden leer otras opiniones sobre el libro, como siempre, en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. También hablaremos del libro en el próximo podcast al que podéis acceder a través del botón de la derecha. A ver qué nos depara noviembre.