Desayuno con hormigas

Alguna vez les he contado en este blog mis guerras con las hormigas. Las hormigas son unos animalitos que me caen bien, aunque no me guste su compañía. Trato de no pisarlas y si tuviera en mi mano qué animales salvar de un holocausto nuclear, probablemente ellas pasarían el corte. Me resultan simpáticas, tan laboriosas y esforzadas, y no me dan demasiado asco. Dicho esto, cambiaré el tono bucólico y casi franciscano con el que he empezado este post para decirles que una cosa es esto y otra tener que compartir mi desayuno con ellas.

La semana pasada, en el poblachón, me levanté temprano y me encontré con una procesión de hormigas llevándose un suizo (que no era cualquier suizo, sino que era MI suizo) de la encimera de la cocina. Por supuesto lo di por perdido, pero pude contener la ira para, antes de empezar con la escabechina, ir a ver de dónde había salido aquel ejército. Y venían de la otra punta de la casa. Se colaban por una rendijita al lado de la puerta de la terraza, atravesaban el salón, cruzaban el pasillo, recorrían la cocina, se subían a la encimera, y ahí me las encontré, robándome el desayuno miguita a miguita. O sea que, en su escala, las tías se recorrían sus buenos ocho kilómetros, cuatro de ellos, los de vuelta, cargadas como mulas. Ni qué decir tiene que yo me quedé sin desayuno, pero ellas se quedaron sin postre. Y además perdieron a muchos efectivos en aquella excursión, porque me lié a zapatillazos hasta que no quedó ni rastro de ellas.

Después, bien de silicona en el agujerito, revisión general de la zona, y a Madrid.

Este fin de semana han abierto otro agujerito en la pared del salón para venir a comerse, de nuevo, mi desayuno. En esta ocasión era un cruasán, pero a ellas les da lo mismo. Yo creo que les pongo unas verduras a la plancha y también vienen a comérselo, porque son testarudas, hambrientas y además van sobradas de soldados. No tengo dudas de que, detrás de esa pared del salón, hay un gran hormiguero. Todavía no he averiguado dónde está, todavía no sé de dónde salen, cuál es su casita de provisiones, pero teniendo en cuenta que ellas se recorren toda la casa para venir a por mi desayuno, lo mismo me tengo yo que recorrer toda la provincia hasta que dé con su guarida. Pero daré con ella, como me llamo Carmen y hoy es mi santo.

Las hormigas son laboriosas, esforzadas, organizadas, testarudas y previsoras, aunque esto último tal vez no tanto: no cuentan con que mi mal despertar solo se me pasa con un buen desayuno.

La serpiente de Essex, de y yo qué sé

Primero de mes, aunque estemos a día 2, y toca libro del Club de Lectura. Ya empecé arrastrando los pies, porque no se oían ecos nada favorecedores en el chat del club. O sea, que ya iba predispuesta para el horror. Así es que empezaré por evitarles esa predisposición. Verán, de este libro escriben en El cultural.com lo siguiente:

De esta novela ha dicho el crítico y poeta John Burnside que “si Dickens y el autor de Drácula se hubieran unido para escribir la gran novela victoriana” no habrían sido capaces de superarla. En esta poderosa obra, Sarah Perry (Essex, 1979) sigue la senda de otras escritoras inglesas que, desde los años 90, han vuelto la mirada hacia la época de la Reina Victoria, para modelar en los escenarios de aquel complejo pasado, sugerentes personajes, cuyos deseos y coordenadas anímicas están más cerca del mundo de hoy que de un tiempo que entronizaba la represión de los impulsos.

Y en Siruela, la editorial que se encarga de esto en España, dicen en el catálogo:

Señalada como libro del año por la cadena de librerías Waterstones y número uno en la lista de libros más vendidos del Sunday Times, La serpiente de Essex también fue finalista del Costa Award 2016 y seleccionada para los premios Wellcome Book y el Baileys 2017.

Esto aparte del British Book Award 2016…

¿Se han predispuesto favorablemente ya? Bueno, pues ahora les daré mi opinión. De este libro tengo que decir que es una petardo insoportable y que he llegado al 25% del ebook, momento en el cual he decidido no seguir castigándome las neuronas con tanta palabrería, tanta cursilada, tanta nadería y tanto farfollo. Diálogos que no conducen a ninguna parte, que no retratan a ningún personaje; descripciones de relleno; un pasar de páginas sin que termine de suceder nada. Yo ya estoy muy mayor para aguantar libros que son un mal guión que además está mal novelado. ¿Dickens? ¿Pero estamos todos locos?

Encontrarán otras opiniones sobre este libro en La mesa cero del Blasco y en Lo que lea la rubia. Los otros integrantes del Club de lectura o están en otros menesteres o, directamente, se han saltado este adefesio. Y han hecho bien. En octubre volveremos con Viva el latín. Que viva.