La diferencia entre apetito y hambre

Cómo será mi piel junto a tu piel ¿Cardo o ceniza? Cómo será… Si he de fundir mi espacio frente al tuyo, cómo será tu cuerpo al recorrerme y cómo mi corazón si estoy de muerte.

Se quebrará mi voz cuando se apague, de no poderte hablar en el oido. Se quemara mi boca salivada, de la sed que me queme si me besas.

Cómo sera el gemido y cómo el grito al escapar mi vida entre la tuya, y cómo el letargo al que me entregue, cuando adormezca el sueño entre tus sueños.

Han de ser breves mis siestas, mis esteros despiertan con tus ríos pero… pero… pero cómo serán mis despertares cada vez que despierte avergonzada…

¡Tanto amor y avergonzada!

El apetito

 

Y el hambre

 

¿Playa o montaña?

No sé si recordarán vds un anuncio de hace algunos años en el que dos chicas hablaban entre ellas sobre qué camino tomar. «¿A la playa o a la montaña?» preguntaba una, y la otra contestaba: «a la montaña, que voy sin depilar«. La primera sacaba entonces un botecito de crema depilatoria y solucionado el problema: ¡a la playa!. Esto tiene poco que ver con lo que les voy a contar, pero yo he preferido ponerles los anuncios antes de la película.

Hasta hace tres años, iba a la montaña en Enero. A esquiar. Depilada, natürlich. Yo empecé a esquiar tarde, con 25 ó 26 años. La parte deportiva siempre fue secundaria, y aunque no esquío mal, para mí el esquí sólo ha sido una excusa para viajar en invierno con mis amigos. Tomé muchas clases, porque en el asunto estricto de deslizarme por las pistas, sólo me interesan tres cosas: cansarme lo justo, evitar las agujetas y no caerme. Y para eso hay que saber esquiar, especialmente si vas con gente que lo hace de maravilla. Lo de no caerme no era tanto por temor a romperme la crisma como por la pereza infinita que me dan esas bofetadas acuáticas que te dejan nieve hasta justo ahí donde están pensando. Y les puedo asegurar que sé de lo que hablo.

Recuerdo mi primer rebozado. Mi amiga Inés me había disfrazado de esquiadora-estupenda para subir con ella a La Pinilla, en mi primer día de esquí. Una vez en el Gran Plato, me ayudó a ponerme los esquís. Y a continuación me empujó y me tiró al suelo: «Eso es para que aprendas a levantarte con los esquís puestos.» Aquel día me cansé, tuve agujetas y me levanté del suelo muchas veces. Y como no me gustó nada, pensé que si tenía que soportar aquella atrocidad varias veces en invierno sería mejor prepararse.

Del esquí lo que a mí me gusta es el «après». La cervecita, la siestecita, la merienda, las cartas, la cenita, las copitas. En cuanto a subir en un remonte para luego tener que bajar esquiando, qué quieren que les diga: uno sube si tiene algo que hacer arriba, pero nunca le encontré del todo la gracia a subir sin tener que hacer arriba otra cosa más que bajar después sufriendo. Y es que las bajadas están llenas de peligros: el niño que se te cruza, la placa que te encuentras, la bañera que no puedes evitar («et qu’il faut avaler«), la piedrecita que te deja clavada, la curva que no ves por la niebla… Así es que para la jornada he ido acumulando mi propia lista de exigencias. Me pueden encontrar esquiando los días de sol y buena nieve, pero esos días perros de frío, viento, niebla, hielo, colas… de esos me he tragado alguno y he perdonado muchos. No es que sea sibarita, es que soy poco sufrida y en el Pirineo hay mucho románico que ver.

Hace tres años, en un viaje a Sierra Nevada de cinco días de los que esquié uno, y tras comprobar que puedo describir la Alhambra mejor que el salón de mi casa, según firmaba la factura del hotel me acordé de un buen amigo que me aconsejó irme a la playa en enero. Total, me dijo, tú siempre vas depilada.

Y ahora, les dejo de nuevo con los anuncios.

El cabello y el caballo

El debate, por llamarlo de algún modo, entre los remedios antiguos y los potingues de laboratorio multinacional tiene el recorrido que tiene. Entre tomarte una cucharada de aceite de ricino o una pastillita de vitaminas, o entre que te pongan sanguijuelas o que te quiten la vesícula con laparoscopia, yo creo que cualquiera se apuntaría a los tiempos modernos. Eso por no hablar de ir al dentista…

La última moda es lavarse el pelo con champú de caballo. Supongo que han oído hablar de ello. El champú de caballo, según una moda tonta de reciente aparición, fortalece el cabello e impide su caída. Para potenciar la idea, han usado una técnica parecida a la que usaron los publicistas con el Avecrem, que fue ni más ni menos que desaconsejar que se utilizaran los cubitos de caldo de carne los viernes de Cuaresma. ¿Qué mejor prueba de la composición del famoso cubito que aferrarse al precepto? Pues los amigos del champú de caballo hacen algo parecido: avisan de que no lo uses en la ducha, porque si no, Desmond Morris tendría que volver a escribir «El mono desnudo».

Por lo visto, en Mercadona las reposiciones de champú de caballo duran una mañana escasa. Y la veterinaria de Curra da las gracias cada día de que su servicio de peluquería excluya expresamente ponys y caballos, porque se encontraría con serios apuros para encontrar un jabón adecuado, además de tener incómodas colas de humanos en la puerta sin haber cambiado de especialidad.

Mi lógica me dice que lo que puede ser adecuado para el pelo de los caballos no debe ser aconsejable para la piel de un ser humano. Pero la lógica no tiene cabida si se quiere dejar volar la imaginación. Tendré que empezar a comer alpiste…

De balances y balancines

Resulta que vamos a organizar una cena entre amigos. Aclararé ciertas cosillas de antemano para aclarar ciertas cosillas de antemano por si acaso ciertas cosillas no las tienen claras de antemano. A la cena iremos todos. Todos tenemos teléfono y orejas para escuchar por el auricular. Todos disponemos de voz y hablamos castellano. Todos tenemos la experiencia de haber reservado una mesa en un restaurante alguna vez en la vida y todos conocemos restaurantes. Todos tenemos manos con dedos suficientes para ejecutar la tarea, en el supuesto caso en que necesitemos apuntar algo, aunque también todos disponemos de memoria para, si es menester no cansarse, no tener que dejar nada apuntado. Así es que la Madre Naturaleza nos pone a todos en la misma casilla de salida para optar al «premio» de organizar la cena.

Y ahora viene el momento interesante de la historia. Es, ni más ni menos, cuando alguien te dice , a través de e-mail público, que te ocupes tú porque no tienes hijos. ¿Y qué? respondes. Pues que no tienes nada que hacer. La primera protesta recibe como contestación que no tienes ninguna responsabilidad. La segunda protesta, admito que ya en el terreno de la broma, pretende quedar zanjada con el famoso corolario: «dame las gracias porque mis hijos te pagarán la pensión».

Estos son esos momentos de la vida en que el reptiliano te da las tres opciones: ríndete, huye o lucha…

Efectivamente, no tengo nada que hacer. Supongo que nada es limpiar mocos, soportar carreras por el apacible pasillo de mi casa y dejarme los nervios en un sitio de bolas, cuando ves al niño a punto de romperse la nuca. Esos momentos encantadores de la vida me los he perdido (en frecuencia aunque no en intensidad, que sobrinos sí tengo) y he de admitir que no lo siento mucho, espero que sepan vds. comprenderlo.  Aparte de eso, todo lo demás es organizar satisfactoriamente tu tiempo priorizando correctamente tus obligaciones, que no tus responsabilidades, que esas son obvias. No creo que se me pueda discutir que yo no he adquirido ninguna obligación cuando los demás han querido tener hijos, y por otra parte no soy responsable de la defectuosa gestión del tiempo de los otros, que por lo visto convierte la vida de algunos padres en una agenda caótica y estrecha, si esto es lo que quieren decir con esas majaderías. Ahora bien, si lo que me quieren decir es que tener hijos les imposibilita para organizar cualquier acto social que quede cien metros alejado de un columpio, entonces poco más puedo hacer salvo decir que lo siento mucho y que a cada cual su problema, cuando es privado y se acerca peligrosamente a la oligofrenia.

Sobre el corolario famoso… Bien, no sé quién decía que el futuro ya no es lo que era. Así es que lo de pagarme la pensión, en fin, no sé vds, pero yo estoy tejiendo ya mi propio calcetín, porque lo mismo a los 65 ya no queda lana para calzarnos a todos. Lo que sí les puedo decir es que con los impuestos que yo pago cada año y cada vez que compro se pagan colegios y universidades, guarderías, libros escolares, pediatras, cheques bebé, descuentos en el bono-bus, en los museos, en el tren… Naturalmente, la casilla de la desgravación por churumbeles la dejo vacía, pero nada me impide soñar haciendo la prueba de marcarla. Que conste que ninguna de estas ventajas me parece mal, pero, ¡por favor! no me hagan reproches a cuenta, que yo estoy pagando al contado.

Y hay más cositas: las promociones de 3 x 2 del Mercadona, los paquetes familiares de galletas, o la compra de un simple Office, las ventajas sociales de las empresas (becas, modelos de ahorro de impuestos, seguros de vida…), nada ni nadie se acuerda de nosotros, salvo el Estado cuando hay que recaudar y las empresas cuando hay que compensar en precio esas ofertas o en salario esas ventajas sociales.

¿Que no me queje, que vivo muy bien? ¿Pero cómo no me voy a quejar, hombre, si ya hasta cuando bajo a Curra al parque no puedo ni fumarme un pitillo porque el Ayuntamiento ha puesto UN balancín?.

El partido de hoy

Son las ocho y media de la tarde y en un rato el Madrid jugará la vuelta de cuartos de final contra el Barça, en el Camp Nou. Así es que antes del partido, diré algo.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, Floren, que no es precisamente objeto de mi devoción, tiene razón: los madridistas debemos estar unidos.

Así es que Hala Madrid y adelante Pepe, Altintop, Lass, Coentrao, o los que tenga a bien poner Mourinho esta tarde, que para eso está, para tomar decisiones y para jugarse las críticas y el prestigio. Ojalá no se equivoque y nos den una alegría. Y si no es así, pues a seguir con la cabeza bien alta, que todavía tenemos muchas exigencias este año.

Yo creo que vamos a pasar. Tendré confianza en Mou. Y si me tengo que comer este post, pues me lo comeré. ¡Hala Madrid!

Su primer recuerdo

No sé qué edad tendría, pero sin duda es mi primer recuerdo de la vida. Debía de ser yo muy pequeña, imagínate: una niña rubita, con lacitos rosas en el pelo y trencitas, y mi faldita, y aquellas braguitas de algodón que parecían de crochet asomando por debajo, calzada con unas merceditas azules con sus correspondientes calcetinitos blancos. Una niña monísima y dulce, de aspecto angelical.

Ya te digo que no sé qué edad tendría, pero imagínate que era yo muy pequeña, tanto como  para que me pudieran coger en brazos y lanzarme hacia arriba, y luego recogerme, en estos juegos que se traen los mayores con los niños pequeños. Y eso hizo aquel hombre, que era un amigo de mis padres. Me vio, me cogió en brazos, y me lanzó a la estratosfera, y luego me agarró al vuelo según bajaba. Después dio dos vueltas sobre sí mismo conmigo en brazos. Y yo aguanté, aterrorizada pero sin soltar ni el más leve grito y sin perder la serenidad. Y sólo cuando me bajó y ya estuve en el suelo, sólo cuando tenía los dos pies bien seguros sobre la tierra, le dije muy seriamente:

– Ezo no me ha guztado.

Anécdota contada por P.P. esta tarde, al final de una reunión

Héroes del silencio

Los fines de semana dedico siempre un rato a ordenar mi vida, esa vida que entre semana tiendo a desordenar a pesar de la rutina que imponen los horarios de trabajo. Según el humor que tenga, escojo la música para dejarme acompañar. Y en ocasiones poco frecuentes pero no imposibles, necesito que me resuelvan la apatía y me vuelvan a helar la mirada. De un plumazo, a ser posible.

Héroes del Silencio, desde hace años, tienen la capacidad de henchirme el corazón, de llenarme el carácter de fortaleza, de ponerme de una mala leche positiva y arrancarme todo el humor, el bueno, el malo y el regular y meterlo en un saco de energía que me envalentona para una semana entera. Oigo sus canciones y las canto con ellos, mirando a la pared o a un vaso de cerveza y dirigiéndome a un cabrón imaginario, o no tan imaginario. Y el cuerpo se me llena de razones. De razones y de frases contundentes, de las que uno dice para terminar una conversación nada más iniciarla, esas frases que llevas siempre en la canana por si hace falta recargar el rifle y acabar con los membrillos, o armarte de seguridad si crees que quieren revolverte la vida. Más que frases son bofetadas, bofetadas que te desencuadernan, letras que se encajan en una música explosiva que te golpea y te rellena las entrañas, con pasión y fuerza, casi con honor.

Si no me creen, lean, lean:

–  Qué fácil es
abrir tanto la boca para opinar… Y si te piensas echar atrás,
tienes muchas huellas que borrar. Déjame, que yo no tengo la culpa de verte caer…

– Las estrellas te iluminan y te sirven de guía, te sientes tan fuerte que piensas que nadie te puede tocar.

– Ganar o perder, sé que nunca me importa,
lo que embruja es el riesgo
y no dónde ir.


– Pondré casa en un país
lejano para olvidar
este miedo hacia ti, este miedo hacia ti.


–  Detrás de un disfraz,
tartamudo ante la adversidad,
con un hilillo de voz
se va la poca razón
que nos permite tu escaso valor.
Y he de cruzar,
dar el paso hacia una vida anterior
si hay destellos de magia
entre los besos de la traición. 

–  Pierdo el tiempo pensando en lo esencial
que a veces dejo pasar.
¡Cuántos instantes he ignorado ya,
capaces de haberme cambiado!


– En sus ojos apagados hay un eterno castigo, el héroe de leyenda pertenece al sueño de un destino.

– Y no, quisiera no pensar más de un segundo en ti.

Yo les dejo con esto. Mi consejo es que lo pongan todo lo alto que den de sí los altavoces y que canten como los que están en el concierto, o sea, como si les fuera la vida en ello. Y les prometo que mañana tendrán un magnífico lunes.

El partido de ayer…

Partido de ida de cuartos de la Copa del Rey, Estadio Santiago Bernabéu. Real Madrid-Fútbol Club Barcelona. Final del partido: 1-2

Primero, la declaración de principios. Una es del Real Madrid en la salud y la lesión, en la alegría y en la tristeza, todos los días de mi vida. Y para lo bueno y para cuando pierde. Pero para lo malo no. Y hay cosas que son malas en este Madrid y que hay que reconocerlas, porque una tiene ojos para algo más que para fijarse en la gente cochina que desayuna en los hoteles.

Ayer leí un comentario muy acertado sobre el partido. Venía a decir que los toreros, después de una cogida grave, no vuelven a ser los mismos porque le toman miedo al toro. Y esto es, ni más ni menos, lo que tiene el inefable Mourinho. Aquel 5-0 nos dolió a los madridistas, pero a él le ha dejado como a un boxeador tambaleante que se niega a pedir que arrojen la toalla y le serenen de un par de ganchos a la mandíbula y un crochet al centro de la sien. Yo reconozco que es un buen entrenador que conoce su trabajo, y lo demuestra muy a menudo. Pero mal vamos si para describir el partido que planteó ayer tengo que recurrir a un torero cobarde y a un boxeador sonado.

Vamos a ver. ¿Quién es Altintop? ¿A qué viene esa extravagancia? ¿Con Ramos, Carvalho y Pepe de titulares, en qué lugar exacto se propone parar a los mejores mediocampistas del mundo? ¿Con Coentrao (ese «diamante»), Lass (ese bruto) y el tal Altintop (ese diamante en bruto) poblamos qué parte precisa del campo… nuestro? ¿Qué misión específica le encomendó a Granero para los diez últimos minutos del partido (sí, sí, Granero sigue en la plantilla)? ¿Cuál es la parte concreta del juego del Barça que no acaba de pillar este entrenador tan sabio y que trabaja tanto? Porque el Barça no sorprende nunca, es doblemente aburrido y conocido: ese rondito que es como el garbanzo en la boca de un viejo, y ese juego tan previsible como Rajoy – al menos hasta antes de que se fijara en los impuestos -…

Desde luego, no tengo yo la solución, yo no soy entrenador de fútbol. Pero Mourinho sí, y de los buenos. En el Madrid se ha despedido a entrenadores que han ganado una copa de Europa después de 32 años, así que hay cositas que se le suponen al que se sienta en ese banquillo, sin necesidad de tener que esperar a cogerle cariño. Su mal humor y su gesto avinagrado se lo pensaba perdonar si me traía la Décima. Pero esta costumbre que ha cogido de perder con el Barça empieza a ser irritante. Y especialmente irritante es la contumacia de hacer cosas raras y de «cruifear», ese empeño de no dar la cara, por si acaso se la parten. Caballero, en el Bernabéu o se sale por la Puerta Grande o se sale por la enfermería. Al equipo visitante me refiero, amigo, aunque como siga vd por este camino terminaremos llevando luto por Casillas cualquier Madrid-Barça de estos. Y para eso no hace falta venir a chulear a la ciudad en donde se inventó la chulería, ¿Vale? Al Barça se le gana en el Bernabéu y ya no hay nada más que hablar aquí.

Bueno, sí, hay algo más que decir, y es lo que no puede ser. Vale que no se contrata a los futbolistas por su cerebro, pero la profunda estupidez de Pepe, su incapacidad para comprender que esto es un deporte y que él está jugando en un equipo del nivel del Real Madrid quedó aparatosamente clara hace ya tres temporadas en un Real Madrid-Getafe. Centrales con sus cualidades técnicas hay pocos, pero si nos atenemos a su inteligencia será imposible dar con uno como él, no ya en el palco del Bernabéu,  sino incluso si lo buscamos entre los árboles comiendo plátanos. Será mejor para todos que le paguen la indemnización y que se busque otro equipo en el Libro de la Selva. Que así sea.

Emociones.

Hay que aprender a gestionar las emociones, porque el no gestionarlas genera muchos conflictos. Y esos conflictos están generados por las emociones…

– Oye, pero es que yo no tengo conflictos.

– Pero tienes emociones ¿O no?

– Sí, sí, claro que tengo emociones, como todo el mundo, pero no tengo conflictos.

– Conflictos teneis todos. Por eso tienes que gestionar el conflicto que generan tus emociones.

– Ya, ya. Pero lo que yo te digo es que mis emociones no me generan ningún conflicto en estos momentos.

– Bueno, eso es lo que tú te piensas. Tú tienes conflictos desde el momento que no gestionas correctamente tus emociones. La ira, el miedo, la alegría, el amor… todo eso lo tienes que controlar para gestionar adecuadamente todos los conflictos.

– De acuerdo. Pero eso en el caso en que tengas conflictos y que estén generados por las emociones. Y yo no tengo conflictos con nadie, de verdad.

– Sí, sí que los tienes, pero es que no los sabes ver. Tú misma has dicho que tienes emociones ¿no?.

– Sí, tengo emociones, pero no tengo conflictos con nadie, de verdad.

– Te equivocas. El conflicto está escondido y tapado por las emociones. Hasta que no te desprendas de la emocionalidad, no podrás resolver el conflicto.

– Pero ¿Qué conflicto?

– El conflicto, Carmen.

– Pero que no, que no tengo conflictos. De verdad que no tengo conflictos.

– Sí, Carmen, tú tienes un conflicto y lo tienes que resolver.

– ¡ QUE NO! ¡QUE NO TENGO CONFLICTOS, COJONA!

– ¿Ves? Ahora mismo, tu ira está provocandote que tengas un conflicto conmigo.

– ¿Mi ira? ¿MI IRA? Oye, ¿Y no será tu amor desmedido lo que está provocando el conflicto entre tú y yo?

– No, no es mi amor hacia ti, sino el miedo que te provoca la simple posibilidad de dejar al descubierto tus emociones…

Ingestionable. Directamente ingestionable…

Desayunos desagradables

El tipo que, de pié al lado de las botellas de litro comunes, se bebe tres vasos de agua, rellenando uno detrás de otro. Sus tres cuartos de litro de cada mañana, como si estuviera en la cocina de su casa, y en vez del mostrador aquello fuera una encimera. También los hay que apuran el zumo de camino a la mesa, sin poder esperar a sentarse para beberlo. Y una se lo imagina así de tripón y de peludo en calzoncillos y calcetines, con la nevera abierta y bebiendo a morro del tetrabric de leche familiar y eructando después.

O la cerda que pone sus tostadas en el tostador común con el queso cheddar, para que éste se derrita, huy, qué bueno, qué rico, sin importarle que se quede el tostador lleno de queso y y que los demás clientes tengan que soportar su pestífero capricho y su mala educación. Y una se la imagina acostándose sin quitarse de la cara el pesado maquillaje, dejando la almohada llena de rimel y de restos de pintura de ojos barata.

O el que va todavía sin duchar y coge la barra de pan con la mano desnuda, que a saber qué habrá manoseado antes, sin usar la servilleta que han puesto para que la sujete mientras corta el pan a su gusto. Y una se lo imagina hurgándose la nariz mientras espera en su coche a que el semáforo se ponga en verde.

O la que, desparramando lorzas, se levanta todavía masticando el beicon que se puso con los huevos fritos para servirse un tercer plato, esta vez de salchichas. De camino, consigue alcanzar un resto de tocino que se le quedó entre la tercera y la cuarta muela. Luego se limpia la mano en el pantalón y coge delicadamente las pinzas. Y una se la imagina recogiendo una albóndiga del suelo grasiento de su cocina, y volviéndola a poner en el plato.

Así es que, en el bufet de los hoteles, un cafetito y a correr.

PS: Esto va «Sin categoría». Menudo post guarro que me ha salido…