El puñal. Yo versioné a Borges sin respeto

Pues resulta que en un cajón de mi casa hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a finales del siglo XIX. Luis Melián Lafinur, un jurista de medio pelo pariente de mi padre, se lo trajo ni más ni menos que de Uruguay. Evaristo Carriego, otro amigo suyo poeta, lo tuvo una vez en la mano y soltó aquel ripio atroz: “El puñal que Lafinur te trajo del Uruguay, no es un puñal astur sino de Toledo, que es más guay.”

Quienes ven el puñal no pueden evitar jugar un rato con él. Se ve que les gusta toquetear un puñal tan chulo y enseguida se les va la mano a la empuñadora, que está ya muy sobada. Y entonces todos se ponen a meter y sacar el puñal de la vaina, dicen que para comprobar la precisión.

El puñal, por su parte, quiere otra cosa. Si tuviera vida, preferiría alejarse del cajón. Los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin más preciso y mucho más emocionante, como es clavarse en la espalda de cualquiera. El puñal eterno es el que anoche mató a un ñeta en Alcobendas y es el puñal que mató a Julio César a la entrada del Senado de Roma. Y es que el puñal quiere derramar sangre.

En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, el puñal sueña que es un tigre atado a un poste y que va a llegar cualquier fulano y, zas, pone el metal a bailar. Tanto ánimo tiene que habría sido capaz de tomar por homicida incluso al pobre Evaristo Carriego, aunque, teniendo en cuenta los poemas que perpetraba, lo normal es que el asesinado hubiera sido el propio Evaristo.

A veces me da lástima el puñal. Tanta dureza, tanta fe, y los años pasan, inútiles. Igual me animo un día y me lo llevo a la oficina.

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Mis disculpas. Para leer el texto original, haz clic AQUÍ.

Compresas vintage

Reconozco que este asunto me ha pasado desapercibido hasta ayer. Vi pasar un tuit la semana pasada pero pensé que era una de tantas chorradas que circulan en la red, a las que más vale no hacer mucho caso. Pero no, es cierto: un grupo político en Cataluña se ha atrevido a decirnos a las mujeres que dejemos las compresas y que volvamos a los pañitos de tela que usaban nuestras abuelas. Proponen también las esponjas marinas en sustitución de los tampones y también, claro, la copa menstrual, lo que me hace pensar que, además de un grupo político, es un grupo de psicópatas.

La razón que dan es la ecología. Nos dicen que las compresas y tampones son anti ecológicos. Supongo que no lo serán mucho más que los envoltorios de las patatas fritas, el papel en el que envuelven el pescado, los neumáticos de los coches o, de forma mucho más aproximada, los pañales para bebés. Y sin embargo, parece ser que -y de esto no me había dado yo cuenta- las mujeres ensuciamos el planeta más que los hombres, con esa dichosa menstruación que es, sin duda, un arma de destrucción de los bosques del Brasil.

Qué moderno, oigan. Y qué romántico. Yo supongo que habrán desaparecido en la mayoría de las casas, pero sería realmente maravilloso poder usar de nuevo los pañitos de las abuelas. ¿No rebuscamos por los armarios para encontrar ese chal antiguo o ese sombrero vintage? ¿No nos encanta abrir esos cofres y encontrar esos pendientes de los años 40, o ese pañuelo de los 50? Pues oigan, nada comparable con colocarse en los bajos uno de esos pañitos tan suaves para evitar que se manche la falda. Compresas vintage para todas, no se hable más.

– Huy, qué culo más respingón te hacen esos pantalones.

– Ya, hija, es que llevo puesto un pañito de mi abuela.

En fin, tampoco hay que recurrir a las abuelas para que nos expliquen lo que opinan de la iniciativa, basta con preguntarle a muchas madres. La mía sin ir más lejos, con casi 80 años, recuerda perfectamente los pañitos. Y los cinturoncillos con botones para sujetarlos. Así que me dice, a la hora de escribir este post, que es conveniente que el servicio de salud que va a explicar a las adolescentes que se pongan un paño de tela, explique también la necesidad de ponerse bragones de cuello alto porque, con una braga tanga, lo del pañito es inviable.

Al hilo de esto, me dice mi madre que también recuerda la vida sin lavadora. Y sin lavavajillas. Y sin plancha de vapor. Y sin cocina de gas. Lo bueno de volver a los tiempos sanos y ecológicos es que las mujeres curraban poco fuera de casa, y aunque dentro trabajaban como mulas, tenían la ventaja de no tener que acarrear  el paño de tela sucio en el metro a la vuelta de la oficina.

Yo supongo que lo siguiente será una moción en contra del papel higiénico. Oigan, teniendo dos manos y un grifo cerca, ¿ de verdad creen que es imprescindible someter al planeta a esa presión de desechos a la que nos impele la civilización capitalista del siglo XXI?  ¡Qué falta de progresismo!

 

 

Cortinas

Una cortina no es una puerta. No tiene mirilla, ni dintel. No tiene quicio, ni bisagras. No tiene pomo, no tiene umbral. No hace clac.

Las cortinas no cierran el paso, tan sólo lo disimulan. A veces lo incordian. Uno aparta la cortina cuando se cruza en su camino como el que se quita una mosca de la cabeza, con cierta molestia, con un algo de desprecio, y con mucha desgana. Uno aparta la cortina con el dorso de la mano, como un mal pensamiento.

Una cortina corta es tan ridícula como un pantalón pesquero. Y una cortina larga es tan sucia como una escoba sin recogedor, o como una alfombra sin levantar, o como un plumero sin sacudir. Es como una falda larga sin miriñaque que una mujer pinza con indolencia para subir unos escalones, igual que se pinza un pelo para quitarlo de una mesa.

La cortina es la puerta de los pobres.

Hay otras cortinas. Las cortinas de humo, que también son un manto, y que esconden la verdad de miradas curiosas y de miradas interesadas. Y de miradas limpias. Las cortinas de humo son, como la tinta de calamar, una evasión cobarde. También existen las cortinas de acero, que por brutales se dan en llamar telón, palabra que fuera del teatro provoca escalofríos.

Y por último hay cortinas de agua. Estas cortinas son el resultado de una bonita cascada, de una fuente elegante o de una lluvia imponente. El agua les aporta verdad. Y uno puede querer abrazar esa cortina, pero se encontrará abrazado a sí mismo aunque el dibujante intente hacer trampas.

(Ilustración de Gervasio Troche)

para escrito

Lovecats, de The Cure

Me encanta esta canción. Les iba a poner el vídeo de Youtube para que lo vieran, pero tengo para mí que estos videos no se miran nunca. Uno dice «Bah, ya conozco la canción, la oiré en otro momento» y se saltan la única sustancia que tiene el post.

A ver si así.

Que tengan una buena tarde de sábado.

La vinoteca de Mares

Todo parece viejo pero nada lo es en la vinoteca de Mares, si exceptuamos los vinos, aunque los vinos ya son viejos desde jóvenes. El vino empieza a ser vino desde que cae la uva del árbol y la pisan en el lagar, desde que el mosto se encierra en las barricas para que se geste con la temperatura y con el tiempo, y desde que se incuba en soledad para que luego se beba en compañía. El vino no se entiende de otro modo si es que se quiere entender de vino.

Las botellas están por todas partes, y son cilindros, son conos, son cubos con cuello repartidos por las estanterías. Esbeltas y espigadas o rollizas y generosas, se muestran espléndidas vestidas con su mejor etiqueta, y esperan con coquetería ser vistas, ser miradas, para ser deseadas y preferidas. Y al serlo se transformarán en un objeto inútil, como en una eclosión, y cederán su protagonismo al vino que contienen y perderán con ello su condición de cuerpos de culto. Triste final el de la orgullosa botella de vino, abandonada al porvenir de cualquier contenedor de reciclaje para salir convertida en añicos, o si tiene más suerte, para ser lavada y reutilizada y recuperar, tal vez con ello, un poco de fuste. La pobre.

La alegría del vino se deja rodear por un ambiente cercano a la comodidad, porque la comodidad debe ser cercana si se quiere crear ambiente de alegría. Los ingleses le llaman a eso atmósfera, pero los ingleses son unos bárbaros que se conforman con respirar para imaginar el placer y además no entienden de vinos. Si la vinoteca tuviera nacionalidad sería italiana, y si quisiéramos venir al atardecer, la luz natural entraría por los ventanales como en un anuncio de aceite de oliva virgen. Y es que estas imágenes sólo las consiguen los italianos. Pero nosotros venimos aquí de noche, así que nos dejan un espacio con luz indirecta, una luz de lámparas estilizadas o menudas que se reparten aquí o allá sobre veladores decapados, una luz que ilumina el interior y deja fuera la mirada del que se detiene en el escaparate.

No hay azar en el desorden, ni siquiera después de beber una copa. Estanterías que son cajas de fruta, con su madera basta. Mesas que son cajas de vino, con su madera firme. Tarima en el suelo y libros en la pared, que para eso el papel y la madera recuerdan los aromas del vino. Sillones mullidos, robustos taburetes, sillas altas como troneras de niño desde las que se ven las tinajas en los altillos, colocadas junto a regaderas y a macetas con flores de interior siguiendo una incoherencia armónica, o sea, siguiendo una pauta de lo más rara. Butacas rechonchas que alguien compara con una bañera antigua, una bañera tripuda en la que yo, no sé por qué, me imagino al Marat muerto en el cuadro de David, con el brazo del que cae una pluma tan asesina como el cuchillo de Madame de Corday. Digresiones muy a tono con la conversación, conversación muy a tono con la creatividad, creatividad muy a tono con el vino. El vino casado con la amistad, una mujer para un marido perfecto.

Dedicado a Mares, que tiene una vinoteca encantadora en General Pardiñas  con Don Ramón de la Cruz y que elige unos vinos deliciosos.

¿Horario de Greenwich?

Huso horarioEstos días, con motivo del cambio de hora, se ha vuelto a hablar de los horarios españoles, algo sobre lo que se discute dos veces al año sin que cambie nada más allá de los biorritmos de cada uno. En esta ocasión, el debate lo ha animado el Sr. Rajoy con su propuesta para que España cambie al horario de Greenwich, algo con lo que yo estoy de acuerdo aunque sólo sea para ordenar un poco el mapa de los husos, que está hecho una pena y es de una incoherencia que asusta. Aunque luego Rajoy lo embarulló todo al argumentar que, con este simple cambio, los españoles conciliaríamos mejor, dormiríamos más y cambiaríamos con el decreto mágico nuestras costumbres. De propina, añadió el anuncio de una ley para terminar de trabajar a las 6 de la tarde, algo con lo que supongo se referirá sólo a los funcionarios. Pensará que, total, desde los tiempos de Larra te dicen siempre eso de vuelva usted mañana, así es que poco más se puede romper.

Yo creo que este asunto del cambio de hora vale para escribir un post y poco más. En un país en el que los pantanos son de derechas y las desaladoras de izquierdas, pensar que en el parlamento se van a poner de acuerdo en la hora a la que es mejor que salga el sol es como creer que hay unicornios en la Gran Vía. Ante una propuesta de estas características, según si la trajeran los unos o los otros, el PSOE diría que votarán en contra pero que están dispuestos a dialogar, Podemos exigiría un control estricto sobre el Sol a través del envío de naves espaciales ignífugas, los de Ciudadanos elaborarían un documento de 78 puntos y el PP llevaría el asunto al Tribunal Constitucional. Izquierda Unida, por su parte, perdería su penúltimo diputado en favor del Grupo Mixto. Lo más probable es que, después de dividir a los españoles sobre qué huso es de derechas y cuál de izquierdas, habilitaran tres o cuatro subvenciones para estudiar el impacto de la medida, y aquí paz y despues gloria hasta el año siguiente.

Y miren, casi mejor que no se pongan de acuerdo en el parlamento nacional. Porque España es también el país de los hechos diferenciales. ¿De verdad creen ustedes que ante un cambio de huso horario, los españoles saldríamos del trance teniendo todos la misma hora en todas las Comunidades Autónomas? ¡Pero si en Tobarra, que es un pueblo de Albacete con menos de 8.000 habitantes,  se han negado a cambiar la hora al mismo tiempo que en el resto de España simplemente para no restarle una hora a su tamborrada de Semana Santa! ¿De verdad creen ustedes que, teniendo la oportunidad de cambiar o no cambiar la hora, los catalanes aceptarían tener la misma hora que los gallegos, o los vascos la misma que Madrid? ¿Creen de verdad que los pueblos con intereses turísticos aceptarían el cambio igual que los pueblos agrícolas? ¿Creen en serio que el partido político de turno en el gobierno no negociaría este asunto con sus caciquillos locales? ¡Ja! Si sobrevivíeramos al diálogo nacional saldríamos al menos teniendo 3 husos diferentes, si no 4. Y más o menos la cosa quedaría así:

MAPA-ESPAÑA-HUSOS

Yo lo pienso y me veo cambiando la hora del reloj cada fin de semana que suba al poblachón. En cuanto a las costumbres, pues qué quieren que les diga. Comer a las 12 o cenar a las 7 de la tarde a mí no me sale y creo que, aunque me hicieran vivir en Islandia veinte años, lo máximo que lograrían es que me llamaran Carmen Julianidottir y que me acostumbrara a llevar dobles calcetines. Si alguien me pregunta, yo prefiero que cada cual coma a la hora que le pete y vaya y vuelva de trabajar a la que le dejen.

No se asusten que nada cambiará. Salvo que medie una buena tamborrada.

Cristales pisados

Cristales pisados. Ese era el ruido que había escuchado por un instante. Un sonido casi inadvertido entre el goteo lento de la vieja cañería. Un crujido que le había resultado sobrecogedor y que ahora, una vez identificado, sonaba atronador en ese silencio solemne que produce la oscuridad. El eco de la pisada era un recuerdo resonando sobre el palpitar de su propio corazón, pam-pam, pam-pam.

Le subió la angustia a la garganta y a duras penas consiguió tragar un poco de saliva, mezclada con sangre y algo de arena. Se concentró en el sabor acre, metálico, seco de su boca y el gusto áspero le produjo una arcada dolorosa. Estaba aturdido e incapacitado para huir. Inmóvil, vencido por una herida de la que no sabía la gravedad, se palpó el costado y notó su piel fría, sobre la que se sobreponía el tacto viscoso de su propio sudor y de su propia sangre.

Y de pronto, el resplandor del fogonazo lo cegó. El olor a azufre llegó hasta él mientras recuperaba algo de visión y empezaba a distinguir las chispas naranjas y amarillas sobre las que se erguía aquella bestia imponente que movía despacio la cabeza. Una cabeza desproporcionada de la que sobresalían unos ojos sanguinarios y una mandíbula aterradora.

A tientas buscó el cuchillo entre la ropa y lo empuñó con fuerza. Se dijo que tal vez debería contar hasta tres pero aquello le pareció demasiado tiempo para demorar una decisión que ya había tomado. Levantó el brazo y se clavó el cuchillo en su propia garganta, justo debajo de la nuez. Sintió un dolor agudo, feroz. Una nueva oscuridad y un nuevo silencio lo envolvieron con suavidad, camino de ese mundo en el que ya no podría sentir nada más, ni siquiera miedo.

 

El clásico y el cuento de la lechera

escudo-futbol-madridMañana es el clásico Madrid-Barça. Sí, ya sé que por jugarse en Barcelona debería ponerlo al revés, pero los que siguen este blog entenderán perfectamente que yo ponga al Madrid siempre por delante de cualquier otro equipo. Este post que escribo hoy es para contarles mi pronóstico.

Mi pronóstico es que ganamos mañana y, en ese caso, ganamos la liga. Digo esto también para declararme en contra de esos que dicen que el partido de mañana es irrelevante y que no nos jugamos nada. Por ejemplo el señor que se sienta a mi lado en el Bernabéu, un tipo al que le conviene que el Madrid pierda porque está en contra de Florentino y si perdemos pues «pasan cosas» y bla, bla, bla. O sea, un chalao. Y también contra todos esos que dicen que no hay nada que hacer, que el Madrid es un asco, que para qué vamos a apoyar, que sólo hay que pensar en la Champions y bla, bla, bla. Pues no. Yo creo que hay que estar a las duras y a las maduras, y que además esto es fútbol y cosas más raras se han visto.

De todos modos, esto de que si el Madrid gana mañana tiene opciones de ganar la liga no me lo he inventado yo, sino que es una idea que le oí decir, hace un par de domingos, a un chico que esperaba junto a mí para cruzar la calle. Las salidas del Bernabéu parecen un tumulto pero en realidad sólo son una pacífica aglomeración de gente que te permite seguir dos o tres conversaciones a la vez a poco que te pares en un semáforo. Pues bien, el chico dijo lo siguiente:

– Ya estamos a diez. Y el próximo partido, si les ganamos, nos ponemos a siete. Y entonces empiezan a hacerse caquita y te digo yo que hay liga.

El señor que estaba con el chico asentía con la cabeza. Era un hombre entrado en años, con sombrero y abrigo, y el joven llevaba una chaqueta azul y zapatos de ante. Al fijarme en este detalle y oírles decir que todavía podemos ganar la liga, decidí unirme a la teoría de inmediato, porque me parecieron personas doblemente originales. Y es que ustedes no saben la cantidad de gente que va al fútbol en chandal…

Hoy, en la comida, le he contado esto mismo a mi sobrino, que es un madridista poco forofo y con veleidades atléticas. A la mitad del argumento, me ha cortado en seco:

No, tía, no. Es dificilísimo, no vayas a empezar ahora con el cuento de la lechera.

– Oye, la lechera ¿qué vende? Leche. ¿Y de qué color es la leche? Blanca. Pues ya está: el cuento nos viene perfecto en estos momentos. Mañana ganamos. Y además, a tu edad lo normal es tener ideales, así que, venga, tómate una naranja que están muy ricas y repite conmigo: Hala Madrid.

Pues eso, amigos. Hala Madrid. Y el domingo ya veré qué escribo, si escribo.