El último post del año

No crean que estoy muy inspirada para escribir este último post del año. Supongo que tendría que hacer un recapitulativo, o listar catorce cosas buenas que me hayan pasado. Alternativamente podría poner una lista de buenos deseos. Una lista de sueños por cumplir, por decirlo en cursi. Pero eso me exige pensar, y ahora estoy de vacaciones. A cambio, aquí me tienen, sudando la gota gorda, después de llevarme un buen rato luchando con un tronco de encina que no quiere prender.

Y es que hoy me han traído leña al poblachón. El hombre de la madera ha tenido la amabilidad de venir con ella hoy, 31 de diciembre, y de colocarla en el trastero. Yo nunca había comprado leña. De eso se ocupaba mi padre, que la encargaba a alguien de su pueblo, en la provincia de Toledo. Se la traían en un camión y luego el guarda le ayudaba a colocarla en el trastero. La última que encargó la colocó el guarda solo, porque mi padre ya había fallecido. Y allí estuvo tanto tiempo que yo creo que se la acabó llevando el mismo guarda que la había colocado. Aquella chimenea acabó sellada y sellada sigue, hasta que alguien le quiera pegar un martillazo y pruebe con leña nueva.

Ahora, en esta casa, el dueño anterior me dejó un trastero lleno de buena leña, muy seca, magnífica. El año pasado me dediqué a regalarla, total para qué quería yo tener leña si no iba a encender la chimenea, y me quedé con muy poquita. Pero un día de invierno muy húmedo, probé. Y he seguido encendiéndola cada fin de semana que he venido, porque es un placer y porque hay algún embrujo en mirar el fuego. Y en oírlo. Y en olerlo. Sentarte a leer un libro, con un café o una copa de vino, mientras se está yendo el sol o ya de noche cerrada, en silencio, es un placer. Un pequeño placer, modesto, sencillo, un poco tonto, lo reconozco. Pero placer.

Tengo que decirles que a veces cierro el libro y enciendo la tele. Y un día como hoy veo a gente con serpentinas y gorros ridículos, chillando delante de una cámara y diciendo cosas ininteligibles, contestando a preguntas obvias, gritando y haciendo aspavientos, simulando una fiesta que a mí me parece algo vulgar y bastante estúpida y deseándole a todo aquel que le esté viendo en ese momento un feliz año nuevo. Y yo, desde Marte, se lo agradezco porque me han educado, y hasta digo igualmente porque soy en el fondo una buena persona.

Sentada en mi sillón, al lado de mi chimenea que hoy estrena leña, os deseo un Feliz 2015. Que os traiga salud a todos, también a vuestros seres queridos. Y que no solo os permita disfrutar de pequeños placeres, sino que además os deje tiempo para encontrarlos.

El libro de los vicios, de Adam Soboczynski

El libro de los viciosHoy, día 30 de diciembre, adelantamos el post del Club de lectura para liberar el día 1 por si acaso alguno de nosotros quiere felicitar el año. La propuesta fue rápidamente aceptada porque este libro lleva ya quince días leído por parte de todos, y además porque yo creo que estamos todos deseando quitarnos este muerto de encima y dar por acabado el año.

El libro de los vicios es un libro que elegí yo y que es un bluf. ¿Y por qué lo elegí? hombre, desde luego no porque fuera un bluf, y en mi descargo diré que no lo sabía. Me encantaría tener una historia interesante y divertida sobre las razones que me llevaron a proponer este petardo a mis co-bloggers del club, pero no tengo ninguna. Sí, es un autor polaco y yo estuve en Polonia este verano, pero esta casualidad no tiene nada que ver en la mala elección. Así es que no puedo explicar cabalmente por qué lo elegí, pero me dispongo a explicar por qué creo que es un bluf.

Si se encuentran por ahí algún artículo que hable del libro, leerán algo como que es una diatriba contra la sociedad actual, tan sana, tan impoluta, tan correcta. Que antes (sin saber muy bien cuándo sucedió ese antes) se tenían más vicios, y que es una pena que se pierdan esas costumbres. Les enlazo la reseña de la editorial aquí en la que lo ponen estupendamente, lo cual es lógico porque buscan compradores del truño. Pero además de compradores lo que encuentran son periodistas que probablemente NO han leído el libro, pero escriben que es «un alegato en favor de la desmesura», que «se ríe de la férrea disciplina actual» o que está escrito «con humor, es ameno y lleno de ironía». Y no, el libro no es nada de eso.

El libro parte de una buena idea, como es que cada vez tenemos menos libertades y que vivimos tiempos en los que la masa y la propaganda guía nuestras costumbres, aparentemente sanas e inocuas, pero en realidad muy alienantes. También echa la vista atrás y nos hace ver cómo los viajes han perdido parte del glamour, las despedidas ya no son tales, los centros comerciales son el averno (en esto coincido), el vivir permanentemente conectados no nos permite escapar de la realidad, de las noticias y del mundo y la obsesión por la salud es una dictadura (además, en la mayoría de los casos, un atentado contra la estética). Y entonces va y lo mezcla todo, tira con el argumento, se pasa de frenada y ya resulta que comerse un filete es poco menos que un vicio, o alternativamente una antigua virtud que las malvadas ensaladas han echado a perder. Y todo ello con un tonillo pretendidamente gracioso e intelectualoide, con el que intenta oponerse a lo políticamente correcto cayendo él mismo en el precipicio de la superficialidad, la banalidad y los lugares comunes.

El libro tiene de incorrecto lo que yo de guardia de tráfico, no les digo más. La crítica es pobre, no contiene ninguna acidez, ni ironía, ni nada que te permita soltar alguna carcajada. El libro es soso, las ideas están desarrolladas a trompicones y la crítica es como de pellizco de monja y no se compensa con alguna frase ingeniosa o brillante, porque el conjunto decepciona. Por otra parte, el nombre de los capítulos no tiene nada que ver con lo que luego nos cuenta en cada uno de ellos. Y luego, ya para terminar de fastidiar, con la idea (supongo) de dar alguna continuidad al texto (cosa que no le haría falta si se hubiera concentrado en lo que pretendía), nos presenta unos personajes de dan muchísima dentera cada vez que aparecen, y a los que nombra con frases del tipo «la mujer que me conoce bien», «un amigo que trabaja con éxito en algo relacionado con la cultura» o un escritor imaginario, Hannes Maria Wetzler, que ni existe ni falta que nos hace, salvo para evitar caer en la tentación de tirar el libro por la ventana y olvidarse de leer en la próxima década.

En resumen: un libro que parte de una buena idea pero que le queda un poco grande al autor y que se lo acaba cargando, probablemente por cursi, aunque me temo que la impericia ha tenido también algo que ver. Este autor tiene por ahí otro libro que se llama El arte de no decir la verdad al que no pienso dar ninguna oportunidad. Lo que sí le concedo es la capacidad de poner títulos seductores a los libros. Eso, y ya.

Como cada mes, tenéis otras críticas al mismo libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdida, Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. También grabaremos en unos días el podcast dedicado al libro, así es que si pinchas a tu derecha, o estás atento al blog del club, podrás escucharlo. y ya. A ver si el año que viene nos trae mejores libros que este año que termina, al menos en cuanto al club se refiere.

1280 almas, de Jim Thompson

1280 almasIba yo buscando un libro para regalar en un amigo invisible, y como siempre que entro en una librería, salí cargada de elementos con los que alimentar la balda, un concepto que he copiado yo a Bicheo y que explica, más o menos, ese lugar de la librería en el que, como en un receptorio impenitente, se apilan los libros que esperan el turno de ser leídos. Ahí lleva Durrell unos ocho meses, por ejemplo, ahí acaba de llegar Chandler, ahí está Marías con su nuevo pelotazo, ahí está… ¿comprenden el concepto?

Las librerías son lugares en los que me quedaría a vivir, aunque no dejan de ser sitios algo frustrantes, como una tienda de chuches o una papelería: te lo llevarías todo si pudieras. ¿Ven? eso en una pescadería no pasa. La cuestión es que vi este libro y decidí comprarlo por varias razones que se pueden resumir en una. Jim Thompson es un autor muy recomendado por ND, y dentro de los libros de este autor, quizá éste es el que más a menudo recomienda. Por otra parte, este año hemos leído en el Club de lectura Noche salvaje, que no me gustó mucho pero me dejó con la idea de volverlo a intentar con este escritor. Esta es la historia de una compra, ahora voy con el libro.

1280 almas cuenta la peripecia de Nick Corey, el sherif de un pequeño pueblo americano, Potts County, y que bajo la apariencia de un perfecto imbécil esconde a un canalla, un embustero, un intrigante y una mala persona. Un corrupto sin escrúpulos que va a lo suyo, que dice no hacer “nunca daño a nadie, salvo que fuera por el bien ajeno o el propio”. La disyuntiva sobra, porque el tipo se mueve por su propio interés y poco más. Su objetivo en la vida es seguir siendo sheriff , una profesión para la que no se requiere en su caso mucho esfuerzo: le basta con no meterse en muchos lios y detener de vez en cuando a algún choricillo de poca monta. Todo, como digo, manteniendo una apariencia de alelado que funciona como un disfraz perfecto para sus propios fines.

La sociedad que dibuja es una sociedad deprimida, cruel, ignorante y muy poco ejemplar, el caldo ideal para que florezcan este tipo de canallas y otros parecidos. Un ambiente de novela más que negra, marrón oscura, en donde hay diálogos brutales y situaciones sórdidas, muy a tono con la mentalidad de la época, primera mitad del siglo XX en el sur de EEUU. La novela me ha gustado hasta las cinco páginas finales. Un final blandito, no sabría decir si abierto o precisamente, por lo abierto, un final cerrado.

Lo que me parece que ya está cerrada es mi relación con este autor, al menos de momento. Igual, en verano, me vuelvo a animar, porque sí es verdad que se lee con interés y te pilla con las historias. Pero no sé, hay algo que no me acaba de decir. Será quizás que los finales de las dos novelas que he leído son un poco ¿eclécticos? ¿elípticos? En todo caso, con los dos se me ha quedado sensación de no haberme enterado de nada y una acepta enseñanzas de vida en la literatura, pero con este tipo de novelas…

Las tribus liberales, de María Blanco

C_Las tribus liberales.inddMaría Blanco es doctora en Ciencias Económicas y profesora de Historia del Pensamiento económico en la universidad CEU San Pablo. Es una mujer a la que sigo en Twitter y en su blog (que actualiza poco), y en sus artículos de prensa. También es miembro del Instituto Juan de Mariana. Así es que ninguna sorpresa sobre la identidad e ideología de esta mujer, con quien me he cruzado algún domingo soleado cuando ella iba a desayunar y yo a bajar a Curra. Y dicho esto, vamos con su libro.

Las tribus liberales es un libro en el que no se habla tanto de economía como de la idea liberal de organización de la sociedad. Como dice el título, se trata de una deconstrucción de la mitología liberal. Las tribus liberales, como dice Blanco, son muchas, y pierden un tiempo muy valioso en arrogarse la marca, el label de liberal, cuando al final todos, en mayor o menor medida, defienden al individuo y su libertad como base ética sobre la que fundar la organización de la sociedad. Nos recuerda, casi desde el principio, que la libertad individual lleva aparejada la responsabilidad individual. Hablamos de libertad y de responsabilidad, en contraposición al intervencionismo “de derechas y de izquierdas” que tiene adormecida a la sociedad y que nos deja en manos de señores que pastorean la colectividad, ese magma que nos convierte en niños y en el que otros deciden cómo tenemos que ser felices.

El libro está organizado en 4 partes: el liberalismo en el templo de Atenea, es decir, en la Universidad y en el mundo académico; el liberalismo en el templo de Eris, en el que nos habla de liberalismo y política; el liberalismo más allá del Olimpo, esto es, en la calle, entre ciudadanos que son masa confusa y que se somete a la propaganda rampante; y finalmente, el liberalismo en el Hades, tal vez el capítulo más interesante en el que aborda los principales mitos demoníacos del liberalismo, prejuicios que casi imposibilitan cualquier diálogo (ya se sabe, el liberalismo es prostitución infantil, bla, bla, bla…). Y a través de estos capítulos vamos descubriendo las diferentes corrientes liberales en las que no hay tantas diferencias, aunque se esfuercen mucho en revelarlas.

El libro está muy bien, es ágil y se lee con mucho interés. Blanco nos explica sus ideas y las razona, a veces partiendo del ser humano en su estado natural, el hombre cazador-recolector o los mecanismos naturales de nuestra mente, a veces trayéndose del bracete algún pensador de fuste, a veces poniéndonos delante la vida tal y como la conocemos, estos estados intervencionistas en los que el “crony-capitalism”, ese capitalismo de amiguetes al que estamos sometidos, vive rampante de nuestro esfuerzo.

En fin, que uno espera encontrar una relación de nombres y una disección de corrientes de pensamiento, y se encuentra con un libro muy lúcido y escrito de forma muy amena. No estoy de acuerdo con todo lo que nos dice, ni le compro algunas de sus ideas, pero se agradece la honestidad del análisis y, sobre todo, el esfuerzo de divulgación. Léanlo, especialmente si creen que el intervencionismo y la socialdemocracia (de derechas o de izquierdas) acabará con los pobres y con el hambre en el mundo y que la ausencia de coacción implica vivir poco menos que en la selva. Seguramente este libro no les cambie su manera de pensar pero al menos dejarán de decir algunas tonterías.

Nochebuena y Navidad

Esta noche y mañana cenaremos y comeremos en casa. Y en Fin de año ya veremos. La peculiaridad de este año es que esta noche tendré a cuatro perros en casa y mañana tendré cinco.

A Curra, la titular, ya la conocéis. Una perra tranquilona, nada celosa y muy sentida. Luego Wilma, la co-titular, una gamberra que acaba de cumplir 3 añitos y que es un terremoto. Además está Jara, a quien yo llamo «ojos de ciruela». Sus dueños, amigos de una hermana, se han ido de viaje y la han dejado donde saben que la cuidan. Es muy miedosa y friolera, así que siempre está temblando. Y tendremos a Mara, que es la perra del novio de mi sobrina, una cachorra de Golden que espero que sepa comportarse y a quien todavía no conozco. Y mañana se une Gus, el perro de mi otra hermana que tiene pinta de golfo pero que es bien simpático. Rufo, que es el gato de mi tía, se lo va a perder. Mejor: ya está muy mayor y estos saraos no le molan mucho. ¡Alegría!

Os dejo con un video muy divertido que he visto en Tw esta mañana y que viene muy a tono con esto que os estoy contando. Aunque aquí son 13 perros y un gato cenando…

Y antes de dar por acabado el post, os deseo a todos una Feliz Nochebuena, y también una Feliz Navidad.

Tocar la lotería

Nunca me ha tocado la lotería. Alguna pedrea, una vez que ya conté por aquí y otra jugando con mi amiga Sonia, que se alegró mucho más que yo porque se había olvidado de que jugábamos juntas un décimo. Tampoco juego mucho, la verdad. Es más, yo diría que sólo juego en Navidad al número de la oficina, al de los amigos y otro que juego con mi madre. Alguna participación que me venden y poco más.

¿Qué haría yo si me tocara la lotería? Pues no lo sé. Un décimo son 400.000 euros, que es un dinero, oigan. Y aunque después de impuestos se queda la cosa en 320.000, yo hay meses que no lo gasto. Lo que es seguro es que me pensaría mucho qué hacer con todo eso. Y lo que es seguro también es que no haría algunas cosas. Veamos.

Desde luego, no iría a la administración de lotería a darle un abrazo al lotero. Vamos, ni se me pasaría por la mente. No consigo entender, cuando lo veo por la tele, a toda esa gente que va allí a darse besos y abrazos con una botella de sidra y, en no pocas ocasiones, con la lagartijera ya cogida, a dar vítores y oés oés oés a la tele. Es más: yo creo que la mayoría no son ganadores y que están allí para echarse un buchito gratis. Y para salir en la tele, que eso a la peña le encanta.

Desde luego, no diría eso de «usarlo para tapar agujeros«. No estoy diciendo que no pagaría lo que me queda de hipoteca con ese dinero, sino que no diría lo de los agujeros. Qué horror.

No me compraría un coche. Me parece la peor inversión que existe, aparte de un despilfarro.

No me iría de viaje a Nueva York. O no de inmediato. Quiero decir, lo descartaría como efecto.

No lloraría. Ni gritaría. Tampoco me veo poniéndome muy nerviosa. Me veo más diciendo «Juer…» y riéndome, eso sí.

Ni se me pasaría por la mente tener ese décimo más de un día en mi casa. Ya no digamos irme a la calle con él a enseñarlo por la televisión.

No me lo callaría, sino que se lo diría a mis amigos. Aunque me costara unas cañas.

No lo dedicaría a gastarlo en caprichos. Tengo caprichos, claro. Pero eso, ya los tengo.

No me compraría una casa.

No dejaría de trabajar.

No me arruinaría.

Yo no sé ustedes, pero yo sé lo que haría con 320.000 euros. O sí lo sé, pero ya el post se va haciendo largo. Quizá se lo cuente otro día.

El regreso de Reginald Perrin, de David Nobbs

Todas las mañanas, Reggie daba un paseo por la calle principal de Climthorpe, donde había siete sociedades de préstamo pero ni un sólo cine: Sic transit Gloria Swanson»

Reginald PerrinLe pedí a mi librera favorita que me diera algún libro que no me hiciera pensar mucho y con el que me pudiera reír un rato, miró la estantería y cogió este libro. “Lee esto, me dijo, te hará reír”. Y sí, El regreso de Reginald Perrin es un libro para sonreír y para reír, a veces con una carcajada, a través del absurdo y de situaciones descabelladas en un entorno de personajes completamente disparatados.

 Este libro es la continuación de Caída y auge de Reginald Perrin. Perrin es un hombre aburrido de su vida y de su trabajo, en una fábrica de postres, que decide simular su suicidio y volver a su anterior vida bajo una identidad distinta. En El regreso…, Reginald se harta de hacer todo lo contrario de lo que quiere y lo que le gusta, y decide volver a su ser, o a su primera identidad. Y como consecuencia de ello, le echan de la fábrica de postres y tiene que emprender una vida nueva.

Esa vida nueva pasa por un breve trabajo en una granja de cerdos, hasta que decide crear su propia empresa, Basura, al principio una simple tienda en la que vende todos los objetos inservibles y desechables que va encontrando a su alrededor y, con el paso del tiempo, una exitosa cadena en la que fabrican expresamente artículos absurdos y que no sirven de nada. Y no crean, que cuando le flojean las ventas aplica una solución infalible: sube los precios, y las ventas vuelven a su ser.

El libro está lleno de diálogos descacharrantes y de personajes estrafalarios, y sus trescientas y pico páginas se leen sin querer, pasando desde luego un muy buen rato.

Por lo visto hubo una serie de televisión hace muchos años basada en estos libros y en este personaje. Yo no conocía la serie, o tal vez no la recordaba, y supongo que ahora nos parecería, como todas las series de los años 70 u 80, un poco anticuada (he visto algún trailer en YouTube y da un poco de pereza, la verdad). Sin embargo, el libro vale la pena. Léanlo si se lo topan.

Este post fue también publicado en El Buscalibros el 3 de diciembre.

Cuba, 1997

«Y yo pensaba que en el control nos harían muchas preguntas: Y usted, ya que pone en el visado que es economista, ¿No opina que el capitalismo es opresor e imperialista? A ver ¿Quién fue José Martí? ¿Cuándo sucedió el asalto al cuartel Moncada? ¿Qué dijo Fidel en su primer discurso al pueblo? ¿Cree usted en la revolución?… Pero no hubo nada de eso. Lo único que me preguntó aquel policía era si yo no tenía sueño, porque él sí…»

«Y la tal Nancy – estos nombres solo se dan en América y en las jugueterías – agarró el transmisor y le dijo a la compañera dos o tres cosas en clave ininteligible que, aproximadamente, debían significar: o dices positivo o te agarro del moño y te arrastro por el malecón». Así que la compañera dijo positivo compañera, y Nancy le dijo al taxista que la compañera ha dicho positivo compañera así que positivo compañero. Y el taxista aun dudó un par de segundos hasta que por fin arrancó aquel coche del pasado remoto del que deberían bajarse Lauren Bacall y James Cagney, y no unos gallegos despistados, que para colmo no eran gallegos…»

«Ahora llueve. Como en el trópico. El cielo está a punto de caerse sobre nuestras cabezas. Hace un rato, en una callejuela al lado del museo de la revolución, ha estallado un trueno bestial. Y hemos hecho ademán de salir corriendo, como si aquello evitara algo. Un cubanito, que previamente me había pedido «un cigarro de esos que fuman ustedes» se ha echado a reir. Nos decía «corran, corran… estos gallegos…».

«Pidió un zumo. El camarero sirvió el zumo en el vaso y como sobraba zumo en la botella, hala, se bebió el resto a morro. Así, como si nada. Por fortuna no eructó después. La escasez, sin duda…»

«A la mañana siguiente nos despertó el calor casi de madrugada. Se había apagado el aire acondicionado por un corte de luz. Tampoco había agua corriente. Así es que bajamos a desayunar, pero el desayuno fue de lo más escueto por la falta de luz y de agua. En recepción nos dijeron que no era normal el corte de todo. Y que como no era normal, no podían decirnos a qué hora volvería la normalidad. Nos pareció un razonamiento impecable. Así es que nos fuimos a la Habana Vieja, sin duchar y con el estómago medio vacío. Y nada más salir se nos adosó un cubano para pedirnos que le contáramos cosas. ¿Ves? que se te adose un cubano es de lo más normal…»

«Plaza de Armas por la calle del Obispo. estaban instalando tenderetes para vender libros. Libros viejos, muy viejos. Títulos como «La CIA y el Che», «Discursos de Fidel», «El capital» (en tres tomos), algo de García Marquez. El resto, un batiburrillo de libros de biología, de historia, de arquitectura… viejísimos todos»

«La Catedral por dentro está hecha añicos. Aparentemente la están reformando, aunque yo creo que tardarán en terminar la reforma: el encargado, tras su nombramiento, echó a correr y se le ha localizado en un hospital de benedictinos de Bulgaria, a donde ha ido a recuperar el oremus.»

«Por fin dimos esquinazo al cubano, aunque antes me había dado un caramelo. Yo me lo guardé y luego se lo di a una niña que me pidió «caramela». Y es que es lo único que te piden por la calle: caramelos y chicles.»

«En este palacio tienen la Giraldilla, que sirve también de logo al Havana Club. Y es la estatua de Inés de Bobadilla, que fue la primera gobernadora porque su marido se fue a conquistar la Florida, y ella se quedó esperando, y se le quedó la postura de estar esperando y ya no sabemos si la cogieron como símbolo por esperar, por ser gobernadora o por tener un marido conquistador. «

«Tienen también la estatua que estaba en lo que ahora es la Plaza de la Revolución, representando el aguila imperial americana. Bueno, tienen lo que queda de la estatua. Hombre, a mí no me parece bien que vayan tirando estatuas por ahí, pero viendo lo horrenda que era, y al margen de compromisos políticos, puedo llegar a comprender al pueblo cubano. Puedo hasta solidarizarme y todo. Y en la misma sala tienen una esquela de Batista. Para mí que la han recortado del ABC.»

«Luego fuimos a la Plaza Vieja, que según la guía ya no es vieja. En fin, la guía puede decir lo que quiera. La plaza es un puro escombro. De ahí hacia el Capitolio, pasando por delante del hotel Royal, que parece que le ha caído una bomba encima. Una de la primera guerra mundial, tirando por lo próximo.»

«Y el malecón es más bajo de lo que suponía pero mucho más largo de lo que me imaginaba. O sea, que no tenía ni idea de cómo era el malecón.»

«Al otro lado del malecón está el mar, que los cubanos llaman el mal. En cuanto a cómo dicen malecón… en fin, hay que oir a un cubano decir malecón. Y cuando yo hablo tengo la sensación de que no me entienden. O tal vez se asustan: mi español debe parecerles demasiado austero.»

«La Habana vieja debería llamarse la habana viejísima. Y en algunos tramos, la Habana paupérrima. Sin embargo, en el Vedado, la ruina data de hace menos. ¿Tres siglos?.»

«Sin hotel para la última noche, con un festival de la Juventud y millones de comunistas que vienen a cualquier cosa menos a gastarse el dólar. Qué remedio: al Nacional, según el Trotamundos, «l’hotel encore plus chic». A 168 dólares la nuit, me pregunto si mi francés es correcto y chic es lo que creo. Pero mola todo dormir allí, esto es verdad.»

«Hacia el convento de la Merced es la parte vieja de la Habana Vieja. Casas vacías por dentro y desconchadas por fuera, habitadas por gente que no es del todo miserable. No del todo. Portalillos oscuros, con escaleras que llevan a otra ruina, la de arriba, en donde supones vigas por paredes y cielo por techo. Niños en la calle que apenas juegan, sólo te miran, serios. Calles levantadas que alguien animó a reparar y que terminan peor de lo que estaban. Amarillos antiguos, rosas antiguos, azulones antiguos. Una torrecilla de campanario desmadejada. La pena de no haber vivido y visto esa maravilla antes del abandono, la maravilla que debió de ser esta ciudad.»

«En lo alto del fuerte, que domina toda la bahía, y sobre los cañones, que apuntan al mar para que no entre nadie. Pero eso era antes. Ahora los cañones los deberían poner apuntando a la Habana Vieja. Ese lugar no se puede dejar de ver si se va a la Habana.»

«La Bodeguita del medio se llama así porque los bares se montaban en las esquinas, menos éste, que se montó en medio. Y a la vista de las fotos, por allí pasó todo Hollywood, salvo la mona Chita y Dumbo, de quien no se tiene constancia. En la mesa de al lado, unos cubanos, sin duda revolucionarios.»

«Ya quisieran en París aprender de los merchandiser de la Habana. Tiene mucho mérito montar un escaparate de seis metros con dos vestidos.»

«El Floridita es completamente kitch y está lleno de extranjeros. Mientras en la Bodeguita no notas a los extranjeros (tal vez por la disposición del local, oscuro, enrevesado, pequeño, laberíntico, lleno de habitaciones), el Floridita es la extranjería decadente en pleno. Humo, daikiris y todo en rojo. Tampoco parece que hayan pasado por allí la mona Chita y Dumbo. No tiene ningún encanto pero eso sí. el daikiri es extraordinario.»

«De camino a Miramar comprendes lo inmenso que es el Malecón. Y que si te toca un hotel allí, es una guarrada de las serias. No tiene el menor interés, y que digan las guías lo que quieran.»

«En Cayo Levisa hay tiburones, peces espada, pulpos gigantes, langostas elefantisíacas, leones, tigres, panteras, cocodrilos, águilas imperiales, cebras, corzos, ballenas, jirafas y hasta algún que otro oso panda. Sin embargo, hasta el momento sólo hemos visto unos caracoles que llevan cangrejos debajo y cangrejos que van con una concha encima. El resto de animalitos no se deja ver, lo que me hace pensar que la fauna cubana es de suyo vergonzosa. También hay franceses, alemanes y algún que otro catalán que viene a pasar el día. Ninguno lleva ni concha ni cangrejo, pero se dejan ver. En cuanto a la flora, no hay crisantemos y esto me hace pensar que no moriremos, a pesar del calor.»

«El Caribe. Manglar al sur, mar al norte, veinte cabañas repartidas en 3 kilómetros de largo por 500 metros de ancho, sólo un teléfono que recibe llamadas, un barco que va y otro que viene al día, y una radio por si hay emergencias. También un puesto militar inocuo. El paraíso en la tierra.»  

Del cuaderno de viaje Cuba 1997

Blogs, bloggers y cansancio

foto blog unmundoparacurraSí es verdad que está el bloguerío algo de capa caída. Yo la primera, que este año he escrito casi menos que el primero, y eso que empecé el blog un mes de abril. Hay blogs con telarañas, y otros que se notan forzados, y tú ves el pobre blog como ese pescado que ha saltado del agua y todavía colea, pero le va faltando el aire, y le va faltando el aire, y le falta el aire.

Naturalmente, hay excepciones. Gloriosas, pero excepciones.

Hay quien dice que la culpa es de Twitter. Yo no lo creo. El año que más actividad tuve en Twitter fue también el año que más escribí. Y viceversa: este año apenas piso Twitter (tengo que contar por qué me aburre algún día). Me parece a mí que lo de los blogs es cansancio, un entusiasmo que se va perdiendo. Del mismo modo que se pierde frescura y se gana técnica, yo creo que la aventura del blog, como aventura, es difícil de mantener. Y al final, aunque blogs hay muchos, nos movemos en círculos pequeños. Y quien más y quien menos ya lleva sus buenos cuatro o cinco años, y eso se nota. Esa es mi teoría, aunque si usted tiene otra, estaré encantada de leerla.

En mi caso, les doy algunos números. El primer año, en 2010, escribí 98 entradas y eso que empecé en abril. Luego, los siguientes años, ya completos, estuve en 190,  213 y 186 en 2013. Este año llevo escritas 149 entradas y no creo que llegue a 160. Los números decaen, decaen.

Molinos contaba hace unos días lo maravilloso que es tener un blog, y la de cosas que le ha dado (igual no fue hace unos días, sino hace unos meses, porque no lo he encontrado para enlazarlo, lo siento) (o igual es que no era Molinos, lo siento más todavía, porque les estoy confundiendo), decía que lo maravilloso que es tener un blog y sí, yo estoy de acuerdo en que es verdad, te da más cosas que te quita. Realmente no te quita nada. Aunque sólo sea por la correspondencia y por las cuatro o cinco personas que conoces, ya lo vale. Pero son más cosas. Es simplemente llegar a casa y descargar la cabeza. Pero tiene que venir el post. Forzarlo es una tortura.

¿Ven? Ahí hay un post. La tortura de escribir un post cuando no viene solo, es un gran tema.  Me estoy dispersando por momentos.

A veces te sientas a escribir y tienes la sensación de que ya has contado esto o aquello. Otras veces, la hoja en blanco acaba contigo. Ya no es aquello de ir rumiando la entrada a lo largo del día. Ahora, si se te pasa por la cabeza la frase mágica («aquí hay un post»), luego no lo desarrollas, o te da pereza, o llegas a la conclusión de que, tal vez, ahí no había un post. Y es que no es sólo tener la idea. Hay que poner orden, pensar un poco. Lo que yo llamo cocinar el post. Porque realmente el post se cocina en la cabeza. Escribirlo es solo emplatar. Esto es muy de actualidad, Masterchef y eso.

Aquí había un post. Aunque me he dispersado. Eso, o que la cocina nunca ha sido mi fuerte.

 

 

La tarjeta verde de residente y la lerdogestora (Anita Botella).

Empieza por que la calle es suya. Y como es suya, puede hacer parcelitas, pintarlas de colores, y alquilarlas al precio que quiera y a quien quiera, que para eso la calle es suya. Los espacios reservados a las embajadas y los de los ministerios no pagan. Ni tampoco esas plazas que dedica a poner contenedores que no se limpian más que un día a la semana.

Si usted es residente en la zona y quiere aparcar, le conviene sacarse una tarjetita con un número que le identifica a usted y a su coche. Lo soluciona con 25 euros al año. Luego ya, cuando vaya a aparcar, debe buscar una parcelita que esté pintada de verde porque si es azul, entonces paga usted por horas como cualquier hijo de vecino. De vecino de otro barrio, se entiende.

Este año, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, conocida por su preparación y experiencia como ama de casa, se ha inventado una nueva norma para los residentes que tengan un coche y quieran aparcar en su barrio. Mire, nos dice, si usted tiene un coche propio, vale. Pero si su coche es de renting, voy a mirar a ver dónde vive esa empresa. Y si esa empresa de renting no tiene su sede social en Madrid, usted no tiene derecho a la tarjeta de residente. Usted vive aquí, pero su coche no nació aquí. Algo así.

¿Por qué hace esto esta señora tan absurda que sufrimos los madrileños? Pues porque quiere obligar a estas empresas a pagar el impuesto de vehículos en Madrid. No comprende esta mema que las empresas de renting me sirven el coche a mí y a un señor de Cuenca, o de Barcelona, o de Sevilla. Ella quiere lo suyo, y si por el camino me fastidia, pues es mi problema.

A ella le importa una higa que usted tenga un contrato con esa empresa de renting en vigor y que no lo pueda cambiar así por las buenas sin perder una pasta. También le importa un comino que a usted le cueste una plaza de garaje por su zona 2.500 euros al año. Usted es un daño colateral, ella va buscando algo y si por el camino le atropella, pues le atropella.

A esto le llamo yo cambiar las reglas del juego en mitad del partido. Unas11.000 personas, según el periódico, estamos en esta situación. Al periódico le parece bien, porque las empresas de renting son malvadas, ya se sabe. Mira que centralizar la gestión en un ayuntamiento distinto al de Madrid, qué canallada. Al resto de partidos políticos también les parece muy bien, por lo mismo que al lerdoperiódico. El pequeño detalle es que a mí nadie me dijo esto antes de coger el coche hace dos años. A la empresa de renting tampoco. Y así estamos, a la espera de que el ayuntamiento decida el día 19 si sigue con esta arbitrariedad o recula. Apuesten…

¿Y la alcaldesa gana algo fastidiándome? No gana nada. Yo le alquilaré una plaza a un señor al que pagaré en negro (que no lo dude nadie) y dejaré de pagar 25 euros al ayuntamiento a partir del 2 de enero. Y la empresa de renting seguirá radicada donde le salga de las pelotas. ¿y usted? ¿Cree usted que se va a librar? No. Mañana decidirá que los coches a partir de determinada cilindrada, o con x años tampoco tienen derecho. Y cállese la boca, hombre ya.

Son peor que una plaga. Son un virus infeccioso imposible de curar. Tipeja.