A mí me tapan, a ti te humillan

Hola, chico ¿Qué tal? ¿Ha ido bien tu día? Mucho trabajo, me figuro. Hoy quiero hablar contigo. ¿De qué? Pues te quiero hablar de las burkas. Y de las lapidaciones. Y de la ablación de clítoris. Y de la trata de mujeres para el matrimonio. Y de esas sociedades en las que a la mujer no se le deja conducir, ni entrar en los bares sola, ni salir con unas amigas, ni puede votar, ni estudiar, ni trabajar. De esos sitios en los que una mujer es un animal de segunda clase. Claro que hay grados, claro que no es lo mismo Marruecos que Irán, pero la línea de base viene a ser la misma, y entre una hiyab y una burka la diferencia es sólo de eso, de grado. Y hay que andar con cuidado porque cuando uno cree que avanza, en realidad retrocede.

Sé que eres solidario con nosotras, y que te indigna cómo nos tratan. Sé que por supuesto no lo apruebas, y que le das la importancia que merece. Pero lo que yo quiero es que te sientas ofendido, porque tal vez no te hayas dado cuenta del lugar en que os dejan a vosotros en estas comunidades de barbudos hijosdeputa. Sí, sí, a vosotros, a los chicos. Porque a nosotras nos hacen ir tapadas para que no se vea ni un sólo centímetro de nuestro cuerpo, ni siquiera con 40 grados a la sombra. En nosotras la cosificación es muy evidente. Pero ¿y vosotros? ¿crees que estáis mejor considerados? ¿eres consciente de lo que eres para ellos?

Verás, para esos barbudos, tú eres un tio que no puedes ver el tobillo de una mujer sin tener una erección. Tu cabeza para ellos está tan alienada, es tan básica, que sólo puedes tener reacciones primarias, de pre-hombre. Tú eres como esos perros que hacen movimientos pélvicos y se frotan contra unas piernas, un cojín, lo que pillen. Vas jadeando buscando la hembra en celo. Eso eres tú: un salido, y por eso no puedes ver ni un asomo de carne de mujer, porque te excitarías y no podrías contenerte. Yo me tengo que tapar porque tú no te puedes contener, esa es la idea. ¿Te parece repugnante? Pues hay más cosas.

Mira, para esos talibanes, tú eres incapaz de seducir a una mujer, de enamorarla. Por eso te dan derecho a que la compres. Luego, ya casado, se considera que daras a tu esposa tanto asco que tendrás que violarla. Sí, consideras normal darle asco a las mujeres, te parece natural. Pero las autoridades te lo permiten. Te permiten que violes a la mujer. Y que la pegues, o que le eches ácido en la cara. Esos ayatolás te consideran un cobarde y no cuentan contigo. Por eso te permiten que te ensañes con un ser más débil físicamente, y que sueltes ahí tus instintos de poder. Porque te consideran un mierda y ya que vas a querer pegar a las mujeres, prefieren permitírtelo y que se lo agradezcas. Y porque  piensan que necesitas la violencia, la sangre, la bestialidad, y tienes que desahogarla.

El Estado piensa que eres incapaz de tener una relación de amistad con una mujer. No porque ellas no puedan mantener una conversación «a tu altura», ni porque no puedas estar a su lado sin querer follártela, sino porque ellos quieren que tu mundo sea muy reducido. Porque te desprecian, y consideran que tú no necesitas tratar con algo que suponga variedad, puntos de vista diferentes, otros modos de ver la vida.  Y por eso no las verás en un bar solas, por eso no puedes quedar con ellas si no van con sus hermanos, o sus maridos. No te lo permiten porque así te controlan mejor, así os controlan mejor a todos, en vuestros mundos reducidos con los que estáis conformes.

¿Sabes? Las autoridades de esos países piensan que tú, como hombre, serás incapaz de dar una buena educación a tus hijas. Te consideran tan inútil, tan burro, que te creen incapaz de inculcarles algo tan sencillo como lo que en otro país se resolvería con un «aquí, mientras vivas en mi casa, manda tu padre». Y por eso creen que consentirás que les rebanen el clítoris.  Ah, también se han encargado de que no quieras saber lo que es el clítoris.

Esos barbudos consideran que eres incapaz de convencer a nadie, de amar y de ser amado por nadie, de razonar. La autoridad de esos países considera que tú no tienes compasión. Vives como cualquier ser de la naturaleza, eso sí te lo conceden: naces, creces, te reproduces y te mueres. Comes, cagas, meas, bebes, follas, cazas, peleas, como cualquier animal, eso te lo permiten. Pero no piensas, ni amas, ni sientes. Bueno, odiar sí te dejan. Tú eres un objeto, igual que nosotras, sólo que tú tienes el poder doméstico. Y tampoco creas que tienes algún poder político: quizá lo único que nos diferencia es que mientras nosotras lloramos a gritos delante de la cámara, a ti te mandan con el cadáver de tu hijo en los brazos a buscar a un reportero de la CNN. Tú no eres nada, pero te hacen creer que eres algo porque nos ponen tapadas a tu lado. Eso es lo que las autoridades de esos países piensan de los hombres. Eso es lo que piensan de ti, esto no va sólo contra nosotras.

Amigo, no quiero que te solidarices con esas mujeres a las que lapidan por tener un amante. ¡Oféndete, que cuando a mí me tapan, cuando no me dejan salir sola, cuando me prohiben conducir, a ti te humillan! Esas sociedades nos ofenden a todos, no solo a las mujeres. Piensa, chico, y ya te dejo, que vosotros sois para ellos animales. De primera, pero animales. Y luego, todo es una cuestión de grado.

PS: Hay ciertas cosas con las que me niego a dar ni un sólo paso atrás.

Pib Pib Piiiiiiiiiiib

Leí ayer un artículo interesante en Expansión, firmado por Fernando del Pino Calvo-Sotelo, que reproduce en su blog y que les dejo enlazado (CLICK). En él se hace una reflexión interesante, como es la dificultad de la economía para medir la realidad, y lo inútil que es obsesionarse en seguir un indicador como el PIB, que es erróneo para medir el estado y evolución de la economía de un país.

Si no lo quieren leer yo se lo resumo. Supuestamente, el PIB mide la riqueza de un país. Supuestamente, porque no tiene en cuenta el endeudamiento, que puede campar a sus anchas. Y por otra parte, dentro del indicador vale lo mismo las inversiones de una empresa eficiente que el despilfarro de la administración. Es decir, la construcción de aeropuertos peatonales entra en el cálculo del PIB, y nos hace más ricos. El Plan E nos hizo más ricos, y una guerra es pelotuda para tener una excusa para reconstruir todo el país, con lo cual, la guerra nos enriquece a todos. Y el año pasado nos hablaban de la intención del INE (y de Eurostat) para incluir dentro de la contabilidad nacional la prostitución y el tráfico de drogas, para mejorar el indicador. Para corroborar la lejanía del indicador con la economía real, el autor pone este párrafo estremecedor:

Por ejemplo, desde el 2008 el PIB español sólo ha caído en total un 5% acumulativo. Sin embargo, en el mismo período de tiempo, tanto la producción industrial como las ventas al por menor han caído cerca del 30%, el paro ha pasado del 8% al 26%, la vivienda ha sufrido un colapso «oficial» del 25% y real de quizá el 40%, la deuda pública ha pasado del 36% al 90%, el sistema financiero está prácticamente quebrado… ¿Y el PIB sólo ha caído un 5%?

Hace unas semanas empecé a leer “Crear capacidades”, un libro de Martha C. Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Ciencias sociales 2012. Y el libro empezaba con una reflexión parecida, aunque después se desviaba a otros asuntos. Nussbaum nos habla del error que supone seguir un modelo de pensamiento según el cual el PIB es el único indicador macroeconómico de progreso de un país. China crece un 7%, y sin embargo allí no hay libertades públicas. India crece a unos niveles parecidos, y es un país que esconde enormes desigualdades. El PIB per cápita de Qatar triplica al de España, pero una mujer allí es un bicho, mientras que aquí la más pobre de las mujeres no teme que la pegue un guardia por entrar sola en un bar. Sin embargo, el FMI, el Banco Mundial, los organismos que crean y deciden políticas de desarrollo para los países, siguen el enfoque del PIB como medidor de desarrollo, cuando es un indicador desde luego insuficiente, cuando no muy mentiroso.

¿Por qué les cuento todo esto? Pues porque tengo una buena y una mala noticia. La buena es que no hace falta esperar a crecer un 2% para empezar a crear empleo. Y la mala es que se puede crecer un 2% y no crear empleo en absoluto. Así es que esto es como lo de la prima: constaten que no les afecta. Llegados a este punto, propongo usar el PIB para describir el estado de la economía manejándolo como una onomatopeya. Así, Pib-Pib-Pib muy rápido es que va super bien. Pib….Pib muy lento y lánguido es para una economía al ralentí.

Y para el caso de España, podemos hacer un prolongado Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiib, que se ajusta perfectamente a este primer aniversario rajoniano.

Tiempo de trabajo

– No, si el proyecto tiene todo el sentido, y además yo pienso sinceramente que tiene utilidad hacer esto. No todos los años, pero sí cada tres o cuatro. Lo que pasa es que creo que se debe considerar la etapa en la que estamos, considerar la evolución, la vida pasada, el tiempo anterior. Es la frasecita de «remise à plat» la que me tiene un poco harta, eso de «poner todo a cero». ¿Cómo que a cero? A ver, tú conoces a un chico cuando tienes, no sé, 20 años. Supón que haces un proyecto. Pues incluyes una serie de cosas, imagínate: casarte, comprar una casa, tener hijos… Pero si haces el mismo ejercicio después de 15 años de matrimonio, no se te ocurre poner entre las tareas elegir traje de novia… No sé, es ese tonillo adanista el que me molesta…

– ¿Tonillo qué?

– Adanista. De Adán… el de Eva… Eso de «antes de mí, la nada».

– Si en el principio era la nada entonces yo diría que el que llegó fue Dios. Si partes de cero, partes de cero…

– Bueno, vale, pues dios. Ese tonillo como si ellos fueran dios y el resto estuviera en la nada. Llegan ellos y crean el mundo en siete días. Bueno, no, en seis, que al séptimo Dios descansó.

– No, no, en siete está bien: las vacaciones hay que considerarlas dentro del tiempo de trabajo.

– ¿Tú estás segura de eso?

– Completamente.

A MS, que me regala post

Ir a Tokio en dos horas y media

Leo esta mañana en el Expansión que las compañías aéreas están trabajando ya en los aviones del futuro, noticia que desde luego me alegra aunque preferiría saber que se ocupan sobre todo de los aviones del presente. Pero en fin, estas cosillas te hacen soñar y para hacerlo correctamente conviene dejar de lado las precauciones, desconfianzas y melindres.

Así es que el avión del futuro, allá por 2050, será hipersónico, esto es, con una velocidad que quintuplica la del sonido. O sea, que para ir de Madrid a Alicante no vale la pena, pero te haces un Madrid-Tokio en dos horas y media. Te vas, te comes un shushi, y te vuelves con tiempo de sobra para ir a alguna manifestación, que para entonces se seguirán convocando seguramente, porque no habremos salido de la crisis (noten que pongo la coma después de ‘seguramente’ y no antes para que sólo me puedan criticar los economistas). Cabrían entre 60 y 100 pasajeros (serán 150, ya verán como lo optimizan) y el billete costaría unos 6.000 euros, que está muy bien si llevas prisa. Y además nos dicen que no contaminaría, porque llevaría un combustible compuesto con algas. Esto último, si les digo la verdad, no termino yo de creérmelo. Aparte de que lo veo con poco glamour, es que no veo en qué puede contaminar menos quemar algas que echarle a ese motor, no sé, un par de troncos de pino.

También nos dicen en el artículo que van a arreglar por fin lo de la climatización, porque vienen detectando que los pasajeros no acabamos de ponernos de acuerdo con la temperatura. Su solución es una climatización individual, para que el vecino ya sólo me moleste con su conversación absurda por el móvil o me meta el codo entre las costillas cuando abra la tablet, porque, por supuesto, de espaciar un poquito los asientos ni hablamos. Aunque los ahorros de personal en el aeropuerto sean tan espectaculares que no veremos ni un alma desde que dejemos el taxi en la terminal hasta que lleguemos a la cabina, no importa: ni estirar las piernas, ni aceitunita para acompañar la Cocacola.

Pero lo que más me inquieta del artículo es el final, en el que se habla de un despegue en catapulta. Copio: «funcionaría a través de unos motores electro-magnéticos integrados en un circuito inductivo dentro de la nave». Bien, no entiendo nada, pero o le cambian el nombre o yo ahí no me monto. Si ya es poco glamour ir en un avión que apesta a algas requemadas, ya el colmo es que te lancen como si fueras una bola de petanca. Hasta ahí podríamos llegar.

En todo caso, señores, no me creo casi nada. Si juntan este post con otro que escribí hace un año sobre el avión en el que Airbus trabajaba para 2050 (un avión transparente), comprenderán mi escepticismo. Total, dentro de cuarenta años nadie pedirá cuentas de lo que hoy se escribe y, en todo caso, yo digo, como entonces, que seguramente me lo perderé, porque en el 2050 no creo que tenga yo una dentadura para muchas catapultas…

Les dejo un par de enlaces por si tienen el tiempo y el gusto:
CLICK para el artículo.
CLICK para mi post de Junio 2011.

Ay, el chino

Yo es que con el mundo chino tengo una relación que transita de la incomprensión a la perplejidad, con la sospecha añadida de que el tránsito, o sea, el sentimiento, es mutuo. En realidad, cuando yo digo «chino» me refiero a todo aquel que tenga los ojos oblicuos y la tez amarillenta. Cómo de oblicuos o cuánto de amarillento es algo que me parece insignificante, por no decir indiferente.

No es que no les entienda, no es eso en absoluto. Yo entiendo perfectamente que no les comprendo cuando hablan. Y también puedo entender que no se enteren de nada de lo que digo, no vayan a creer, que yo tengo un verbo entre pijo y entrecortado. Será por eso que esta tarde, al ir a echar gasolina y decir «Buenas tardes, lleno, por favor», me dice el chino, con la manguera verde ya en la mano y a punto de embocarla «¿Lleno sin plomo?». Un «¡NOO!» estremecido ha logrado paralizarle.

– ¿No lleno?

– Sí, lleno, ¡pero diesel!

– Pero tú dices sin plomo, señora.

Y yo ahora os pregunto, mis queridos amigos ¿Qué sentido tiene explicarle al chino que entre los sintagmas «por favor» y «sin plomo» sólo hay una vocal coincidente? Es verdad que se lo he dicho deprisa y desde el otro lado del coche, pero, en fin, tampoco me he bajado de un cohete espacial y le he pedido media docena de centollos del Cantábrico… Total, que para qué discutir, le he dicho que sí, que me he confundido, que no sé qué gasolina lleva mi coche. El chino asiente y sonríe porque eso le parece casi tan normal como lo de los centollos…

Este chino, en concreto, es relativamente fácil de esquivar porque sólo está en ese surtidor por las tardes. Y le temo. Le temo desde que, hace un par de años, no me funcionaba la banda magnética de la tarjeta Repsol y tuvo que llamar al centro autorizador. Ya se pueden imaginar la que lió entre el número de tarjeta, el del comercio, los kilómetros y la matrícula del coche… Les diré que terminé yo al teléfono hablando con la señorita del centro autorizador pero para pedirle que lo anulara todo, que ya pagaría con la Visa. La pobre me lo agradeció, porque estaba al borde del colapso.

Después de lo de hoy, creo que pasará otro par de años hasta que vuelva a ese surtidor por la tarde. Finalmente, por la mañana también tienen gasolina aunque, todo hay que decirlo, el llenado no me da para un post.

Lo que vio el perro y otras aventuras

Hace un par de semanas, fui a mi segunda librería preferida (la primera es la librería de una buena amiga), Lé, en el Paseo de la Castellana, a comprar mi agenda 2013. Cuando iba a pagar, me paré, como siempre, a mirar los pequeños libritos que tienen en el mostrador y que cumplen la misma función que los dispensadores de chicles de bola en los supermercados, mal comparado. Entonces vi una bonita edición de Taurus de «Eichmann y el holocausto» de Hannah Arendt, y, como los niños cuando pasan por la caja en el súper cuando van con sus mamás, piqué. Con la diferencia de que yo pago con mi tarjeta, y los niños, con la de sus madres.

Pero a lo que iba. Para mi sorpresa, cuando puse el librito de Arendt en el mostrador, la cajera me dijo que, al comprar ese libro, me regalaba otro. Y me dio a elegir entre tres. Uno era un libro para colorear, y le contesté que aunque aparento menos edad de la que tengo, de todos modos esa etapa de mi vida ya la había pasado. El segundo era uno de economía, se llamaba algo así como «toda la verdad sobre la crisis». Pensé que, si lo regalaban, igual no era el libro más adecuado para saber qué está pasando. ¿Y el tercero? El tercero se llamaba «Lo que vió el perro». «¿Pero va de perros?», pregunté. «No, hay un artículo que sí, pero el resto es como de divulgación, de temas variados…». Bueno, suspiré, pues póngame ese, el del perro. Llegué a mi casa divertida, porque si miran la foto, cualquiera podría pensar que el libro de regalo es el pequeñito, no el gordo…

Unos días después, cuando iba a desordenarlos, leí la cobertura del libro del perro. Hablaba del autor, un periodista de the New Yorker. El libro es una colección de ensayos sobre las cosas más curiosas y variadas que pueda uno suponer. Empecé por un articulo dedicado a César Millán, el encantador de perros, en donde cuenta que nosotros somos para los perros una especie de pelota de tenis gigante y en movimiento, que hay que darles disciplina, afecto y ejercicio, no solo afecto, y que no debemos humanizarlos, porque no son personas sino animales, y es así como se les debe educar: menos cuchi-cuchi y más «sh-sh, siéntate».

Pensaba dejarlo ahí, pero mirando el índice, vi otro ensayo que se llamaba «Colores reales. El tinte para el pelo y la historia oculta de los EEUU de postguerra». Y no es tanto la historia de las rubias, sino la batalla publicitaria entre Clairol y L’Oréal, la diferencia entre una rubia que compra un tinte atraída por el eslógan «¿Lo hace o no lo hace (teñirse)?» o compra otra marca «Porque yo lo valgo«. Y resulta que un antropólogo canadiense clasifica las rubias en seis tipologías: la explosiva (Mae west), la radiante (Doris Day), la descarada (Candice Bergen), la peligrosa (Sharon Stone), la sociable (C.Z. Guest) y la fría (Grace Kelly). Ya sólo queda encontrar a las que tengan dinero y, a ser posible, que les crezca la raíz muy rápidamente para vender mucho tinte (esto es una broma mía, el artículo tiene mucha más miga). Y luego seguí con el enigma del Ketchup («hoy en día hay docenas de mostazas, pero sólo un tipo de ketchup»). Y en otro me encontré por qué el inventor de la píldora, al intentar ajustarse a la doctrina de la Iglesia y al método de Ogino, dio por bueno que el número de reglas que tiene la mujer en la actualidad (unas 400 de media) es lo natural, cuando antes del siglo XIX, las mujeres tenían unas cien reglas de media en la vida, y cómo tal vez eso no sea lo mejor para la salud (con la píldora, nuestro cuerpo finge estar un poco embarazado, cuando es mejor para la salud no tener hijos fingiendo estar un poco menopáusica); el caso Enron y el exceso de información; la diferencia entre plagiar palabras viejas o ideas viejas, y cómo lo primero es perseguido, y lo segundo no; el perfil de un criminal, del delincuente, o qué es lo que nos indica una entrevista de trabajo…

Aunque hay dos artículos que me han gustado por encima del resto. En uno, el autor nos explica cómo hay problemas más fáciles de resolver que de gestionar. Y esto es porque nuestros gobernantes tratan de resolverlo como si la frecuencia del problema siguiera una distribución normal (gaussiana), y  no una curva más parecida a la de un palo de golf, en donde la densidad se concentra en un extremo. Un ejemplo de esto es que nos hacen pasar a todos los coches por un control de gases, cuando los que contaminan son pocos, y relativamente fáciles de localizar. El otro artículo que me ha encantado es el que cuenta cómo los gestores de fondos basan su estrategia de inversión en la baja probabilidad del desastre, es decir, ganar algo en condiciones normales y perder mucho en condiciones anormales. Y cómo Nassim Taleb demostró que la estrategia contraria (perder algo en condiciones normales y ganar mucho en condiciones anormales) puede ser una estrategia ganadora, porque «el no haber visto nunca un cisne negro no demuestra que no existan«, y finalmente, los gestores de fondos no tienen ni la más remota idea de lo que va a pasar.

Así es que como me he terminado el libro ayer, se lo cuento hoy. Además de distraerme, me ha venido estupendamente durante esta última semana, porque te cuenta esas cosas que, cuando las lees, te dejan un buen rato pensando. Y eso necesitaba yo: que me dejaran un buen rato pensando. De manera que si se lo regalan, cójanlo y léanlo. Lo pasarán bien.

Les pido perdón por la extensión del post, aunque verdaderamente, si han llegado hasta aquí, no creo ya que lo necesite.

PS: El libro es de Malcolm Gladwell y también lo edita Taurus, pero en una edición muy normalita.

De la cantera y otras paridas

Esto de los canteranos me recuerda a eso de que viene la sobrina del presidente para hacer un training. Pues vale. Pues que venga. Siempre hay fotocopias por hacer, papeles para encuadernar, y stock para inventariar. Ah, no, que tiene que soltarse y aprender las cosas del negocio, así es que te la lleves a ver a un cliente… Vaya. A rezar por que vaya bien vestida, con el pelo cuidado, los zapatos limpios y se quede calladita. Sobre todo, calladita. Antes, durante y después de la reunión. Bref: que no estorbe. Claro, que esto de que te lleves a la niña a ver a un cliente sólo se lo dicen a los mindundis, que son los que se juegan los cuartos con clientes de medio pelo. Eso, y que no le pueden contestar al presidente que se la lleve él al Consejo de administración, si quiere, ya que vale tanto y se merece esa oportunidad. La niña.

Ser canterano no garantiza nada, salvo poder lucir el carnet en el que pego el chaval aquella foto con granos. Este babeo con los canteranos del Real Madrid es de una imbecilidad que sonroja. Si los seleccionaran por los genes, el argumento tendría un pase, pero una cantera no es una ganadería y lo normal cuando un futbolista se retira es poner una tienda de artículos deportivos o hacer carrera en la Federación, pero no meterse a semental, aunque la publicidad de Xabi Alonso pretenda hacernos imaginar lo contrario. Les pongo una foto, para que los lectores desinteresados con el fútbol sigan leyendo.

Con esto de la cantera se tiende mucho a generalizar, que si aman los colores y que si son unos chavales entregados y baratos. No sé yo si Casillas sigue siendo el portero con la mejor relación calidad/precio del mercado, la verdad. Y en cuanto al amor por los colores, bah, eso es como el primer novio, que se te olvida en cuanto firmas la hipoteca del adosado. Pero sea, generalicemos: yo lo que quiero es que el Madrid gane todos los torneos, así, en general y que gane a todos los equipos, así, en general. Y si además juega bien, en general, y mete muchos goles, en general, pues mejor en general. Y para eso, debemos tener a los mejores jugadores en cada sitio, por lo que la procedencia de los jugadores, en general, me trae sin cuidado. Y ahora particularizo para decir que si en razón de la puñetera cantera tengo que tragarme a esa especie de Grace Jones en chandal que es Callejón, me vuelvo a mis generalizaciones, que duermo más tranquila.

Si yo quisiera ver a los jugadores de la cantera, me iría los domingos por la mañana a Valdebebas en vez de contratar el Canal Plus. Se ve que el público del Bernabéu no hace ni una cosa ni otra, y por eso aplaude a rabiar cuando un canterano se pone a correr la banda en el calentamiento, aunque sea de la cantera del equipo contrario, que es lo que pasó ayer por la tarde sin ir más lejos. Sí, queridos, sí: Ayer en el Bernabéu se ovacionó ¡al delantero del equipo contrario! Por lo visto, los goles de un delantero, si es de la selección española, hay que aplaudirlos siempre, aunque con ese gol el equipo por el que has pagado 70 eurazos de la entrada, pierda. El público del Bernabéu, con tanto complejín mal curado, se ha vuelto definitivamente loco. Yo me imagino a estos tontainas sujetando su cerveza sin alcohol en vaso de plástico y estirando luego el dedo meñique, para beber con señorío…

Dos nombres: Di Stéfano y Etoo. Y déjenme de líos, que con tanta bobada me voy a tener que hacer del Atleti.

84, Charing Cross Road

Helene Hanff fue una escritora americana sin demasiado éxito que inicia un intercambio de cartas con una pequeña librería de viejo inglesa, a principios de los años 50, recién terminada la 2ª Guerra Mundial cuando toda Europa pasaba por las penurias y la escasez de la postguerra. Terminó esta correspondencia a finales de los años 60, con los Beatles paseando su flequillo por el mundo y cuando en las neveras británicas un huevo de gallina o un poco de mantequilla habían dejado de ser un artículo de lujo.

Lo que empezó siendo una correspondencia comercial terminó siendo una relación emocional con los empleados que trabajaban en aquella pequeña librería, Marks & Co., en el número 84 de Charing Cross road. Y en particular con uno de los empleados, Frank Doel, típico inglés tímido, muy correcto, algo ceremonioso, pero que acaba estableciendo con la escritora una cálida relación  de amistad que trasciende al estricto intercambio de compra-venta de libros. Helene Hanff recopila, con ayuda de la viuda de Frank Doel, la correspondencia de esos veinte largos años y la publica, dándole formato de libro. Y eso es lo que nos hemos leído este mes para el Club de lectura 2.0 y lo que comentan en las reseñas de sus post Liviadru, Bicheo y Desgraciaíto (os dejo los enlaces sobre sus nombres).

Este libro es un clásico. Incluso, un libro de culto. Y aquí estaba yo, sin habérmelo leído, ya ven. Y ahora estoy la mar de contenta, porque ésta es una cosa que ya tengo hecha en la vida. Me quedaba por hacer la reseña, y me está costando un trabajo enorme, aunque por otras razones que no vienen al caso. Así es que tiraré de profesionalidad y haré un DAFO del libro a ver qué sale:

Debilidades: En el libro pasan cosas, sí, aunque más allá del pasar de la vida que se van contando unos a otros, buena parte del intercambio consiste en «He encontrado un maravilloso ejemplar del Compleat Angler de Walton a un precio de 2,25 dólares»; «Oh, es fantástico, ¿podría encontrarme algo de Tristram Shandy? Por cierto, les mando un paquete de huevos y algo de carne en conserva para que celebren la Navidad»; «Oh, recibimos la mantequilla, muchas gracias, le enviaré los clásicos Loeb y no se preocupe, que aun tiene en su cuenta un saldo positivo de 5 dólares…» En fin, la correspondencia real es lo que tiene, que uno no escribe pensando que le van a leer cinco o seis millones de personas.

Amenazas: No conocer ni uno solo de los libros que se citan, y tener complejo de ignorante supino…

Fuerzas: El carácter de los personajes, el descaro de Helene Hanff, la amabilidad de todos ellos, su generosidad, el saber que fueron reales. Son todos encantadores, todos te caen bien, incluso el sosainas de Frank Doel. El contraste entre el carácter abierto y lleno de sentido del humor de la americana y la contención y la flema de los ingleses. La intriga de si terminarán conociéndose en persona o no. Los avatares de la vida de todos ellos. El libro, en fin.

Oportunidades: Se lee en un par de tardes, porque es cortito.

Les dejo con una cita que me encantó. Helene envía comida a los empleados de la librería, cuando en Londres hay racionamientos, como regalo de Navidad, y éstos le envían a su vez un libro. Helene entonces escribe: «No me parece que este sea un intercambio de regalos de Navidad muy equitativo. Vosotros os comeréis el vuestro en una semana y antes del día de Año Nuevo os quedaréis sin nada. Yo, en cambio, conservaré el mío hasta el día que me muera… y moriré feliz sabiendo que lo dejo detrás para que algún otro lo aprecie…»

Si no lo han hecho aún, léanlo. No pierdan la oportunidad.

Conocer la diferencia

NEGRO: ¿Usted toma el metro cada día, profesor?
BLANCO: Sí
NEGRO: ¿Y qué piensa de esos pasajeros?
BLANCO: ¿Los pasajeros?
NEGRO: Sí
BLANCO: Procuro no pensar en ellos para nada
NEGRO: ¿Alguna vez les ha dirigido la palabra?
BLANCO: ¿Si les he dirigido la palabra?
NEGRO: Sí.
BLANCO: ¿Sobre qué?
NEGRO: Sobre cualquier cosa.
BLANCO: No, Dios me libre.
NEGRO: ¿Dios le libre?
BLANCO: Sí, Dios me libre.
NEGRO: ¿Alguna vez los ha insultado?
BLANCO: ¿Insultarlos?
NEGRO: Eso he dicho.
BLANCO: ¿Por qué iba a querer insultarlos?
NEGRO: Yo qué sé. ¿Sí o no?
BLANCO: Claro que no.
NEGRO: Me refiero sin que ellos le oigan.
BLANCO: No le entiendo.
NEGRO: Por lo bajini. Mentalmente. Para sus adentros.
BLANCO: ¿Por?
NEGRO: Qué sé yo. Pues porque le cortan el paso. O porque no le gusta la pinta que tienen. O cómo huelen. O lo que están haciendo.
BLANCO: Ah. Entonces soltaría algún reniego en voz baja.
NEGRO: Exacto.
BLANCO: Quizá sí.
NEGRO: ¿Y usted diría que lo hace muy a menudo?
BLANCO: No creo que tenga derecho a interrogarme ¿sabe?
NEGRO: Lo sé. ¿Muy a menudo?
BLANCO: Pues supongo que con cierta frecuencia.
NEGRO: Deme una cifra.
BLANCO: ¿Una cifra?
NEGRO: Sí, hombre. Pongamos en un día normal.
BLANCO: No tengo ni idea.
NEGRO: Venga, venga.
BLANCO: Una cifra.
NEGRO: Me van los números, ya sabe.
BLANCO: Dos o tres veces al día, calculo. Algo así. Creo.
NEGRO: Quizá más.
BLANCO: Sí, claro.
NEGRO: ¿Como cinco?
BLANCO: Es probable.
NEGRO: ¿Diez?
BLANCO: No. Eso ya sería demasiado.
NEGRO: Pero con cinco ya parece que vamos bien.
BLANCO: Sí.
NEGRO: Son mil ochocientas veinticinco. ¿Le importa que redondeemos a dos mil?
BLANCO: ¿Qué son? ¿Veces al año?
NEGRO: Sí señor.
BLANCO: ¿Dos mil? Son muchas.
NEGRO: Y que lo diga. Pero ¿la cifra es ajustada?
BLANCO: Supongo. ¿Y qué?
NEGRO: ¿Y qué? Mire, no voy a calcular la edad que tiene, pero tirando corto yo diría que lleva veinte años yendo y viniendo en tren, lo cual supone un total de cuarenta mil insultos contra tíos a los que ni siquiera conoce.
BLANCO: Ya. ¿Y?
NEGRO: No, nada. Era por si lo había pensado alguna vez. A lo mejor tiene que ver con la situación en la que acabó metiéndose.
BLANCO: Es sólo un síntoma de problemas más graves. No me gusta la gente.
NEGRO: Pero no les haría daño.
BLANCO: Claro que no.
NEGRO: Está convencido.
BLANCO: Pues claro que lo estoy. ¿Por qué iba a hacer daño a nadie?
NEGRO: No sé. ¿Y por qué pensaba hacérselo a usted?
BLANCO: No es lo mismo.
NEGRO: ¿Está seguro?
BLANCO: Yo no soy la gente y la gente no es yo. Conozco la diferencia.
NEGRO: Mm-mm.
 
Cormac McCarthy, El Sunset Limited