Hola, chico ¿Qué tal? ¿Ha ido bien tu día? Mucho trabajo, me figuro. Hoy quiero hablar contigo. ¿De qué? Pues te quiero hablar de las burkas. Y de las lapidaciones. Y de la ablación de clítoris. Y de la trata de mujeres para el matrimonio. Y de esas sociedades en las que a la mujer no se le deja conducir, ni entrar en los bares sola, ni salir con unas amigas, ni puede votar, ni estudiar, ni trabajar. De esos sitios en los que una mujer es un animal de segunda clase. Claro que hay grados, claro que no es lo mismo Marruecos que Irán, pero la línea de base viene a ser la misma, y entre una hiyab y una burka la diferencia es sólo de eso, de grado. Y hay que andar con cuidado porque cuando uno cree que avanza, en realidad retrocede.
Sé que eres solidario con nosotras, y que te indigna cómo nos tratan. Sé que por supuesto no lo apruebas, y que le das la importancia que merece. Pero lo que yo quiero es que te sientas ofendido, porque tal vez no te hayas dado cuenta del lugar en que os dejan a vosotros en estas comunidades de barbudos hijosdeputa. Sí, sí, a vosotros, a los chicos. Porque a nosotras nos hacen ir tapadas para que no se vea ni un sólo centímetro de nuestro cuerpo, ni siquiera con 40 grados a la sombra. En nosotras la cosificación es muy evidente. Pero ¿y vosotros? ¿crees que estáis mejor considerados? ¿eres consciente de lo que eres para ellos?
Verás, para esos barbudos, tú eres un tio que no puedes ver el tobillo de una mujer sin tener una erección. Tu cabeza para ellos está tan alienada, es tan básica, que sólo puedes tener reacciones primarias, de pre-hombre. Tú eres como esos perros que hacen movimientos pélvicos y se frotan contra unas piernas, un cojín, lo que pillen. Vas jadeando buscando la hembra en celo. Eso eres tú: un salido, y por eso no puedes ver ni un asomo de carne de mujer, porque te excitarías y no podrías contenerte. Yo me tengo que tapar porque tú no te puedes contener, esa es la idea. ¿Te parece repugnante? Pues hay más cosas.
Mira, para esos talibanes, tú eres incapaz de seducir a una mujer, de enamorarla. Por eso te dan derecho a que la compres. Luego, ya casado, se considera que daras a tu esposa tanto asco que tendrás que violarla. Sí, consideras normal darle asco a las mujeres, te parece natural. Pero las autoridades te lo permiten. Te permiten que violes a la mujer. Y que la pegues, o que le eches ácido en la cara. Esos ayatolás te consideran un cobarde y no cuentan contigo. Por eso te permiten que te ensañes con un ser más débil físicamente, y que sueltes ahí tus instintos de poder. Porque te consideran un mierda y ya que vas a querer pegar a las mujeres, prefieren permitírtelo y que se lo agradezcas. Y porque piensan que necesitas la violencia, la sangre, la bestialidad, y tienes que desahogarla.
El Estado piensa que eres incapaz de tener una relación de amistad con una mujer. No porque ellas no puedan mantener una conversación «a tu altura», ni porque no puedas estar a su lado sin querer follártela, sino porque ellos quieren que tu mundo sea muy reducido. Porque te desprecian, y consideran que tú no necesitas tratar con algo que suponga variedad, puntos de vista diferentes, otros modos de ver la vida. Y por eso no las verás en un bar solas, por eso no puedes quedar con ellas si no van con sus hermanos, o sus maridos. No te lo permiten porque así te controlan mejor, así os controlan mejor a todos, en vuestros mundos reducidos con los que estáis conformes.
¿Sabes? Las autoridades de esos países piensan que tú, como hombre, serás incapaz de dar una buena educación a tus hijas. Te consideran tan inútil, tan burro, que te creen incapaz de inculcarles algo tan sencillo como lo que en otro país se resolvería con un «aquí, mientras vivas en mi casa, manda tu padre». Y por eso creen que consentirás que les rebanen el clítoris. Ah, también se han encargado de que no quieras saber lo que es el clítoris.
Esos barbudos consideran que eres incapaz de convencer a nadie, de amar y de ser amado por nadie, de razonar. La autoridad de esos países considera que tú no tienes compasión. Vives como cualquier ser de la naturaleza, eso sí te lo conceden: naces, creces, te reproduces y te mueres. Comes, cagas, meas, bebes, follas, cazas, peleas, como cualquier animal, eso te lo permiten. Pero no piensas, ni amas, ni sientes. Bueno, odiar sí te dejan. Tú eres un objeto, igual que nosotras, sólo que tú tienes el poder doméstico. Y tampoco creas que tienes algún poder político: quizá lo único que nos diferencia es que mientras nosotras lloramos a gritos delante de la cámara, a ti te mandan con el cadáver de tu hijo en los brazos a buscar a un reportero de la CNN. Tú no eres nada, pero te hacen creer que eres algo porque nos ponen tapadas a tu lado. Eso es lo que las autoridades de esos países piensan de los hombres. Eso es lo que piensan de ti, esto no va sólo contra nosotras.
Amigo, no quiero que te solidarices con esas mujeres a las que lapidan por tener un amante. ¡Oféndete, que cuando a mí me tapan, cuando no me dejan salir sola, cuando me prohiben conducir, a ti te humillan! Esas sociedades nos ofenden a todos, no solo a las mujeres. Piensa, chico, y ya te dejo, que vosotros sois para ellos animales. De primera, pero animales. Y luego, todo es una cuestión de grado.