Lo que vio el perro y otras aventuras

Hace un par de semanas, fui a mi segunda librería preferida (la primera es la librería de una buena amiga), Lé, en el Paseo de la Castellana, a comprar mi agenda 2013. Cuando iba a pagar, me paré, como siempre, a mirar los pequeños libritos que tienen en el mostrador y que cumplen la misma función que los dispensadores de chicles de bola en los supermercados, mal comparado. Entonces vi una bonita edición de Taurus de «Eichmann y el holocausto» de Hannah Arendt, y, como los niños cuando pasan por la caja en el súper cuando van con sus mamás, piqué. Con la diferencia de que yo pago con mi tarjeta, y los niños, con la de sus madres.

Pero a lo que iba. Para mi sorpresa, cuando puse el librito de Arendt en el mostrador, la cajera me dijo que, al comprar ese libro, me regalaba otro. Y me dio a elegir entre tres. Uno era un libro para colorear, y le contesté que aunque aparento menos edad de la que tengo, de todos modos esa etapa de mi vida ya la había pasado. El segundo era uno de economía, se llamaba algo así como «toda la verdad sobre la crisis». Pensé que, si lo regalaban, igual no era el libro más adecuado para saber qué está pasando. ¿Y el tercero? El tercero se llamaba «Lo que vió el perro». «¿Pero va de perros?», pregunté. «No, hay un artículo que sí, pero el resto es como de divulgación, de temas variados…». Bueno, suspiré, pues póngame ese, el del perro. Llegué a mi casa divertida, porque si miran la foto, cualquiera podría pensar que el libro de regalo es el pequeñito, no el gordo…

Unos días después, cuando iba a desordenarlos, leí la cobertura del libro del perro. Hablaba del autor, un periodista de the New Yorker. El libro es una colección de ensayos sobre las cosas más curiosas y variadas que pueda uno suponer. Empecé por un articulo dedicado a César Millán, el encantador de perros, en donde cuenta que nosotros somos para los perros una especie de pelota de tenis gigante y en movimiento, que hay que darles disciplina, afecto y ejercicio, no solo afecto, y que no debemos humanizarlos, porque no son personas sino animales, y es así como se les debe educar: menos cuchi-cuchi y más «sh-sh, siéntate».

Pensaba dejarlo ahí, pero mirando el índice, vi otro ensayo que se llamaba «Colores reales. El tinte para el pelo y la historia oculta de los EEUU de postguerra». Y no es tanto la historia de las rubias, sino la batalla publicitaria entre Clairol y L’Oréal, la diferencia entre una rubia que compra un tinte atraída por el eslógan «¿Lo hace o no lo hace (teñirse)?» o compra otra marca «Porque yo lo valgo«. Y resulta que un antropólogo canadiense clasifica las rubias en seis tipologías: la explosiva (Mae west), la radiante (Doris Day), la descarada (Candice Bergen), la peligrosa (Sharon Stone), la sociable (C.Z. Guest) y la fría (Grace Kelly). Ya sólo queda encontrar a las que tengan dinero y, a ser posible, que les crezca la raíz muy rápidamente para vender mucho tinte (esto es una broma mía, el artículo tiene mucha más miga). Y luego seguí con el enigma del Ketchup («hoy en día hay docenas de mostazas, pero sólo un tipo de ketchup»). Y en otro me encontré por qué el inventor de la píldora, al intentar ajustarse a la doctrina de la Iglesia y al método de Ogino, dio por bueno que el número de reglas que tiene la mujer en la actualidad (unas 400 de media) es lo natural, cuando antes del siglo XIX, las mujeres tenían unas cien reglas de media en la vida, y cómo tal vez eso no sea lo mejor para la salud (con la píldora, nuestro cuerpo finge estar un poco embarazado, cuando es mejor para la salud no tener hijos fingiendo estar un poco menopáusica); el caso Enron y el exceso de información; la diferencia entre plagiar palabras viejas o ideas viejas, y cómo lo primero es perseguido, y lo segundo no; el perfil de un criminal, del delincuente, o qué es lo que nos indica una entrevista de trabajo…

Aunque hay dos artículos que me han gustado por encima del resto. En uno, el autor nos explica cómo hay problemas más fáciles de resolver que de gestionar. Y esto es porque nuestros gobernantes tratan de resolverlo como si la frecuencia del problema siguiera una distribución normal (gaussiana), y  no una curva más parecida a la de un palo de golf, en donde la densidad se concentra en un extremo. Un ejemplo de esto es que nos hacen pasar a todos los coches por un control de gases, cuando los que contaminan son pocos, y relativamente fáciles de localizar. El otro artículo que me ha encantado es el que cuenta cómo los gestores de fondos basan su estrategia de inversión en la baja probabilidad del desastre, es decir, ganar algo en condiciones normales y perder mucho en condiciones anormales. Y cómo Nassim Taleb demostró que la estrategia contraria (perder algo en condiciones normales y ganar mucho en condiciones anormales) puede ser una estrategia ganadora, porque «el no haber visto nunca un cisne negro no demuestra que no existan«, y finalmente, los gestores de fondos no tienen ni la más remota idea de lo que va a pasar.

Así es que como me he terminado el libro ayer, se lo cuento hoy. Además de distraerme, me ha venido estupendamente durante esta última semana, porque te cuenta esas cosas que, cuando las lees, te dejan un buen rato pensando. Y eso necesitaba yo: que me dejaran un buen rato pensando. De manera que si se lo regalan, cójanlo y léanlo. Lo pasarán bien.

Les pido perdón por la extensión del post, aunque verdaderamente, si han llegado hasta aquí, no creo ya que lo necesite.

PS: El libro es de Malcolm Gladwell y también lo edita Taurus, pero en una edición muy normalita.

17 pensamientos en “Lo que vio el perro y otras aventuras

  1. Pues ¿ves? que no se diga, éste me ha interesado, me encanta el género de novela, pero este tipo de libros con artículos o historias cortas desligadas unas de otras son excelentes para leer en cualquier momento, no necesitas un rato largo por delante para dedicarle, y en este caso toca temas muy curiosos e interesantes. Ya lo buscaré a ver si lo consigo.
    El otro supongo que en cualquier momento nos harás tu crítica especial, estaremos atentas.
    Muchos besos

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  2. Los libros de Gladwell suelen ser por el estilo, a mí me gustó mucho el primero que leí, «the tipping point: How Little Things Can Make a Big Difference». No los considero divulgativos, como los venden en algunos sitios, supongo que porque no hay etiqueta clara que colocarlos, pero están muy bien para ir intercalando capítulos entre otras lecturas. Seguramente me pillaré este del perro.

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    • Es cierto que no es exactamente divulgativo, porque éstos suelen ser de un sólo tema. Pero fue así como me lo vendieron. Si ya conoces al autor, entonces te gustará este. Me apunto tu título.

      Gracias por tu comentario y bienvenido.

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