No me gusta madrugar, para qué voy a engañarles. Y si le doy la vuelta a la frase, entonces me sale un principio de post rarísimo. Vean si no:
No me gusta engañarles, para qué voy a madrugar.
¿Ven cómo no sirve de nada intentar engañarles? En fin, continúo con lo mío. Decía que no me gusta madrugar, y aunque con la edad – ese reproche de los médicos – duermo menos, esto de que suene un despertador es algo que me parece un castigo divino. O algo peor: un castigo del infierno. Y yo no sé si el infierno existe, pero si es así y voy para allá cuando vaya al más allá (nótese que el infierno es el allá del más allá, así es que no quiero ni pensar dónde quedará el quinto infierno, y ya no digamos si hay que ir en una Low cost), pues eso, que si voy al infierno el castigo más adecuado será hacerme madrugar. Nada de calderas, eso es una parida: madrugar durante toda la eternidad, he ahí un castigo imaginativo, contundente y disuasorio de cualquiera de los 8 pecados capitales. Sí, son 8: el gobierno ha añadido el de pagar pocos impuestos. ¿Se les han puesto los pelos de punta? Pues oigan, apúntense a la caldera, no me cuenten su vida que hoy no estoy de humor.
No sé muy bien por dónde seguir, porque el asunto no da para mucho. Podría decirles que una cosa es madrugar y otra despertarse pronto, que es algo que se me acaba de ocurrir. Creo además que podría elaborar una teoría sobre la tontería, que no es lo mismo que una tontería sobre la teoría aunque en este caso concreto me temo que resulte indistinto decirlo al derecho o al revés. No, no he bebido. Verán, despertarse pronto es cuando un rayo de sol se filtra vigoroso por tu ventana, acaricia tu mejilla y, cuando roza tu párpado inferior, tus ojos se rebelan con decisión y se desperezan con dulzura para abrirse con tiento y percibir la luz de ese nuevo día que, virginal, se presenta ante ti para que lo llenes de circunstancias. Sin embargo madrugar es que te suene una mierda de despertador y tú te acuerdes del padre, de la madre y del tipo que inventó el amanecer, que es el que vive en el más acá del más allá, o sea, en Casa Dios.
Y si ya madrugar es el horror, madrugar en el poblachón es dramático. Porque a tu hora normal le debes añadir una más para llegar a Madrid y veinte minutos más para eventualidades, que pueden ser dos a saber: que te pille un atasco o que te pierdas por esos túneles del infierno de Galladón. He de decirles que yo hoy he evitado el atasco, pero se me han resistido los carteles de la M-30. Pero si vds pensaban que un madrugón en el Poblachón es sólo dramático, les diré que también es patético, porque a finales de agosto, a esas horas intempestivas, hace un frío de mil demonios.
Para colmo, hoy es jueves. Si al menos fuera lunes, lo mismo se me habría olvidado lo del madrugón. Vds disculpen…
PS: Naturalmente, la foto es de un atardecer. Yo de madrugada no estoy para muchas tonterías…