Desamistar y unsuscribir

GOODREADSSólo tengo una amiga en Goodreads, que es MG. Y la tengo porque sé que le hace ilusión: a ella le encanta tener amigos en todos los sitios, aunque los repita de unos sitios a otros. ¿Que qué es Goodreads? Pues una red social de lectores en donde anotas tu biblioteca y tus lecturas y comentas libros. Yo he abierto una cuenta para meter ahí los libros que me quiero leer, simplemente. ¿Les parece una tontería? Es posible, pero si echaran un vistazo al caos que reina en mi librería les parecería una sabia decisión. También sería una sabia decisión dedicar una mañana a poner orden, y ya el colmo entre las sabias decisiones sería ampliarla, pero eso es algo que me da todavía más pereza. Algún día les hablaré de esto, de librerías y baldas. Tengo incluso un cuento escrito, pero ahora me centraré en lo que he venido a contarles, que todavía no sé muy bien qué es.

Entonces, el Goodreads como sitio para registrar los libros que me quiero leer y los que voy leyendo. Yo apuntaba (y todavía apunto) los libros que me quiero leer en un cuaderno. Pero también los apuntaba en papelitos. Y también los apuntaba en el bloc de notas que llevo en el bolso. Y también los apuntaba en las notas del movil si no tenía nada mejor a mano. Y también a veces los apuntaba en otros sitios que luego no sabía cuáles eran porque se me olvidaban, y con el olvido también dejaba de recordar cuál era el libro del que me habían hablado. MG, que tiene un TOC para esto del orden, me pasó, para ver si me servía, una hoja excel muy chula con muchas columnas, colorines, fechas y funcionalidades que usa ella para controlar los 180 libros que se despacha al año, los siete u ocho clubes de lectura con los que lidia y los retos que se impone (ahora pretende leerse todo de Javier Marías…). Y claro que me sirve su hoja excel, que está fenomenal, pero el problema de la hoja excel es la misma que la del cuaderno: la disciplina. Efectivamente, el orden tiene que ver con la disciplina, no con la voluntad. Pero ese es otro tema.

De momento me va bien con Goodreads. Lo tengo en el ordenador, pero sobre todo tengo la aplicación en el movil, o sea, siempre a mano. Y cuando veo, oigo, me hablan, me dicen algo sobre un libro que me parece interesante, lo busco en la aplicación y lo marco «para leer». En realidad, no es «para leer», sino «want to read». Luego, cuando lo empiezo, lo marco como «leyendo», aunque no es «leyendo», sino «currently reading». Y luego, cuando lo termino, lo marco como «leído», aunque no es «leído», sino «read». Así es que, sí, la aplicación viene en inglés.

El currently reading tiene su aquel. Antes, «currently reading» eran los libros que tenía en la mesilla, esa balda camuflada de mi habitación en donde la competición es crudelísima (crudelísima: he aquí un superlativo cursilísimo). De pronto, no sé cómo, algún libro pasa de la mesilla a la librería. Clonc. O tal vez fiuu. O es magia, o los libros tienen patas, o la asistenta hace controles literarios. Para mí que es esto último. La mujer verá que la columna crece y crece y crece, y decide retirar el que hay debajo, aunque esto, más que con la literatura, tiene  que ver con la dinámica de los sólidos. ¿Por dónde iba? Ah, sí, el Goodreads.

Entonces me hice de Goodreads aconsejada por MG cuando le di las gracias y le vine a decir que su hoja excel era mucho arroz para tan poco pollo. Ella, que es una amante del orden aunque lo tengan que seguir otros, me propuso Goodreads. La historia igual no es exactamente así, pero bueno, para el post me vale. La cuestión es que me dijo que fuéramos amigas también en Goodreads. Me pareció bien, porque creo que es la única amiga que tengo repetida por todas partes (me falta trabajar en su empresa, pero todo se andará). Pero, en fin, cuando le di a aceptar no sabía yo que me llegarían unos cinco e-mails al día contándome la actividad de MG en Goodreads, que ya se pueden imaginar que es frenética.

– MG, no sé cómo se quitan las notificaciones de Goodreads del mail. Te voy a desamistar.
– Vale, sin problema.
– MG… francamente, esperaba que me dijeras cómo se quitan. Ahora sí que te desamisto.
– Ah, perdón. Mira en la parte de abajo del correo a ver si te puedes desuscribir.
– Ok… Ya está. Me he unsuscribido, porque no venía desuscribir.
– Bueno, eso es mejor que desamistarme.
– Tienes razón.

El diálogo tal vez no fue exactamente así. Pero bueno, para el post de hoy me vale.

Gatos ilustres, de Doris Lessing

Gatos, de Doris LessingEste libro de Doris Lessing es, como mínimo (estoy por decir como minino), un libro curioso. El título te lleva a pensar que se trata de una crónica de los gatos famosos de la historia, pero en absoluto trata de eso. He visto en otros sitios mencionar este libro con el título de Gatos distinguidos, y creo que sigue sin dar con la traducción de lo que originalmente la autora llamó Particularly cats, sin duda más acertado porque un gato siempre, siempre, es particular, en la acepción de único e individual.

Doris Lessing nos cuenta sus experiencias de vida con los gatos, desde su infancia en África a principios del siglo XX (vivió hasta los treinta años en lo que hoy es Zimbabue) hasta la actualidad londinense del libro, en 1967. Cuenta con mucha maestría algunas historias de gatos salvajes, en algunos casos crueles, otras tristes, y en ocasiones historias de las de meterse un puño en la boca y taparse la cara con la sábana. Pero siempre son historias muy interesantes y muy bien narradas.

La mayor parte del libro está dedicado a hablar de los dos gatos de la autora. Una gata gris medio siamesa, coqueta, presumida, exhibicionista y dominante y otra negra mucho más modesta, testaruda y formal. Y Lessing nos describe cómo estas gatas viven con ella y las relaciones de poder que establecen entre ellas, cómo reaccionan ante la maternidad y ante la vida en general, cómo se desenvuelven y establecen un vínculo casi familiar con la autora. Y aquí, amigos, es cuando uno percibe la enormidad de la escritura de Doris Lessing.

La autora pone toda su expresividad literaria al servicio de la observación de las dos gatas. Asombra la precisión de los detalles, la descripción elocuente de los comportamientos gatunos, cómo dibuja los gestos, las intenciones y las reacciones de estos animales tan enigmáticos. Lessing atrapa al lector construyendo dos personajes de novela y dotándolos de una personalidad compleja, completa, casi humana. Casi, porque Lessing deja en todo momento a las dos gatas en su sitio: son animales, no personas. Y de los animales, y de su admiración y vida con ellos, Lessing construye un gran relato.

«Sabía que no era el primer gato de la casa, que la gata gris mandaba. Pero como segunda gata tenía sus derechos, y los defendió. Nunca llegaron a pelearse físicamente. Libraron impresionantes duelos con los ojos. Cada una se situaba en un extremo de la cocina; ojos verdes y ojos amarillos mirándose de hito en hito…».

Y ahora el aviso a navegantes. Mucho cuidado si se encuentran este libro emboscado en alguna librería infantil porque NO es un libro para niños, aunque la cuidada edición, con unas maravillosas ilustraciones de Joana Santamans, pueda inducir a pensarlo. Tampoco es un libro para animalistas extremos, que se escandalizarán e indignarán mucho cuando lean que la autora reparte algún sopapo que otro a alguna de las gatas (muy merecido, por cierto). Es un libro a ratos duro, sí, pero entrañable, en el que prevalece el amor y el respeto hacia los animales y la admiración de la autora a los gatos. Un libro muy curioso, interesante, que se lee con mucho interés y que constituye, sobre todo, una magnífica lección de literatura.

Este post también ha sido publicado en El Buscalibros

La biblioteca de los libros rechazados, de David Foenkinos

IMG_2425Así es que venía David Foenkinos a Madrid a presentar su último libro y una buena amiga, fan como yo de este autor, me avisó y al consulado francés en Madrid que nos fuimos a escucharlo. Y a que nos firmara un ejemplar.

La biblioteca de los libros rechazados es el título en español del libro que en Francia se llama Le mystère Henri Pick (el misterio Henri Pick), y Foenkinos nos dio la explicación de la diferencia de títulos. Resulta que el título en español es el que él le dio originalmente, pero al parecer había en Francia un libro con un título similar y su editorial allí le aconsejó cambiarle el nombre. Y yo que iba con la intención de preguntarle cómo ha permitido que la editorial española le cambie el nombre al libro, me tuve que guardar la pregunta (y la indignación) en el bolso.

El libro arranca a partir de la historia de Richard Brautigan, un escritor americano, que imaginó en una novela suya, The abortion, una biblioteca a la que fueran a parar todos los manuscritos rechazados por las editoriales y no publicados. Un lector de Brautigan, años después del suicidio del escritor, llevó la idea a la realidad creando una Brautigan Library. Esta historia es real, según nos contó Foenkinos, y él a su vez la conoció por la mención que hace de ella Vila-Matas en su Bartleby.

A partir de la historia de la Brautigan Library arranca el libro. Jean Pierre Gourvec, un bibliotecario de Crozon, en Bretaña, conoce la historia de Brautigan y decide crear una biblioteca similar en Francia. Con el paso de los años esta biblioteca languidece, hasta que una joven editora que vive en un pueblo cercano encuentra en la biblioteca el manuscrito de una novela fascinante, escrita por… Henri Pick, el pizzero del pueblo. Ya se pueden imaginar el revuelo que se monta. Y es que importa no sólo la novela, sino «la historia que hay detrás de la novela», que no es ni más ni menos que el misterio de un hombre tosco, silencioso, que no ha escrito nunca nada en su vida, y que sin embargo es capaz de componer una novela maravillosa. Y sobre este misterio, Foenkinos monta una intriga que no se desvelará hasta el epílogo, cuatro páginas antes de terminar la novela.

Los que siguen este blog saben que me gusta mucho este autor francés, del que he leído varios libros. Tiene una prosa sencilla y eso es dificilísimo de conseguir, y nos la regala contándonos historias en las que siempre encuentras ternura, amabilidad y buen humor, intercalando frases que son como latigazos a veces de ironía, a veces de reflexión, que casi siempre te sacan una sonrisa.

Con el tono de cutis y el peinado nuevos, y aquel traje de chaqueta salido de las profundidades del vestidor, le costó reconocerse. Frente al espejo, habría sido capaz de llamarse de usted.

Escribir para uno mismo sería como hacer el equipaje para no marcharse

Paulatinamente se olvidarían de él; se convertiría en un nombre de los que se quedan en la punta de la lengua.

 

Y Foenkinos es como te lo imaginas, o sea, como escribe: simpático, amable, cercano y un encanto. Yo me había leído a toda velocidad el libro en digital, y me fui de allí con un ejemplar en papel firmado. Y con la «tarea» de leer Charlotte, un libro que no es exactamente el Foenkinos que conocemos, sino otra cosa y del que habló en su presentación casi más que del libro que había venido a presentar. Y si un autor te dice que esa es su mejor obra, habrá que hacerle caso. Sea pues.

 

 

 

 

 

La ira según Shakespeare

«La ira es un veneno que te tomas tú esperando que muera el otro», dice William Shakespeare.

¿Pero y qué pasa si el otro no muere? ¿La ira te mata a ti?

Supongo que esto es a lo que quería llegar el autor. La ira es un desahogo primitivo, es el gorila que se golpea el pecho. En apariencia no sirve más que para asustar, pero el desahogo llega con la descarga. ¿Eso es el veneno?

Hay algo de contradictorio en la frase. Hablar de veneno es hablar de lentitud, de efecto retardado, de tardanza en el morir. También de disimulo. Y sin embargo, la ira es un sentimiento explosivo, un petardo ruidoso difícil de aplacar y de esconder. Cuadra más el rencor en la frase («el rencor es ese veneno que te tomas tú esperando que muera el otro»), porque el rencor sí que es un veneno que te va corroyendo y se te pega a las paredes del estómago, te visita en sueños para imaginar el mal de tu adversario y te hace hablar a solas evocando la frase con la que le darías la estocada final. El rencor es lo que precede y explica la venganza, ese plato que se toma frío y que, aunque contenga veneno, lejos de matarte te mantiene vivo.

Con todo, me dice mi amiga Maitena que hay venenos que tardan menos de dos segundos en actuar. No lo dudo, pero ira y veneno pegan menos que ira y puñalada, o ira y bofetón, o ira y disparo. La sutileza del veneno le falta a la ira. Un hombre airado es un hombre ridículo y la ira parece una reacción que progresará poco por irreflexiva, por impensada, por faltale inteligencia.

En fin, llegados aquí y puesto que hablamos de una frase que no tiene remedio, porque el autor ya no va a cambiarla, nos tomaremos una copita de buenismo para llegar lo antes posible a la conclusión de que la ira no sirve para nada, que hay que evitarla y que es muy peligrosa. ¿Y se te la encuentras en el otro? En ese caso, no hay cuidado: aunque él crea que pegarte un par de tortas servirá de antídoto, lo más probable es que el veneno actúe rápidamente, haga pum, y desaparezca.

 

La muerte de Ivan Illich, de León Tolstói

Ivan Illich TOLSTOI.jpgPues aquí estamos los miembros del Club de lectura otro año más, fieles a nuestra cita con vosotros para hablaros de los libros que nos imponemos leer. Este año repetimos el experimento del anterior con libros de autores muertos, a ser posible hace mucho, para que el tiempo haya hecho su primera criba. La segunda condición es que sean libros cortos, por si acaso. Ningún por si acaso en nuestro club está de más, ya lo sabéis vosotros, seguidores avisados.

Este primer libro del año es La muerte de Ivan Illich, del insigne León Tolstói, autor, como sabéis perfectamente, de clásicos de la literatura como Guerra y paz o Anna Karenina. No sé si nuestro libro del mes es el más cortito que hay de este autor pero no me extrañaría. Sin embargo, cuando Juanjo dijo Tolstoi, a mí me salió una cana pensando en el tocho que nos iba a tocar, pero no, ha sido breve. Y lo bue, si bre, dos ve bue. Vamos al libro.

La muerte de Ivan Illich cuenta la muerte de Ivan Illich, como el título indica. Y por si acaso no nos hemos creído lo que dice la portada, desde el primero de sus doce capítulos ya nos lo confirma: el funcionario Ivan Illich ha muerto y sus compañeros de profesión reciben la noticia mientras juegan a las cartas, sin poder evitar pensar en quién de entre ellos ocupará el puesto de juez que deja forzosamente vacante. Y tú esperas que la novela siga por ahí, pero no. En el segundo capítulo Tolstói da un giro de muñeca y empieza a contarnos la historia de Illich, y lo hace de forma lineal: padres, infancia, juventud, primeros trabajos, matrimonio de medio conveniencia, nacimiento de sus hijos, y finalmente, el traslado a una nueva ciudad que le permitirá salir del aburrimiento en el que se ha convertido su vida. Por lo demás, un hombre vulgar y corriente, tirando a apático, práctico y un poco sumiso:

“Era ya en la facultad lo que sería en el resto de su vida: capaz, alegre, benévolo y sociable, aunque estricto en el cumplimiento de lo que consideraba su deber; y, según él, era deber todo aquello que sus superiores jerárquicos consideraban como tal»

«En el cargo de juez de instrucción… se ganó el respeto general y supo separar sus deberes judiciales de lo atinente a su vida privada»

«Los deleites de su trabajo oficial eran deleites de la ambición; los deleites de su vida social eran deleites de la vanidad.» (esta frase me encantó)

En la nueva ciudad, preparando la nueva casa donde va a vivir, Ivan Illich se cae de una escalera, se da un golpe en un costado y a partir de ahí ya no levanta cabeza. Cae en una enfermedad extraña que ningún médico es capaz de curar y finalmente muere. Su enfermedad y muerte ocupan dos tercios del libro (desde el capítulo cuatro), y así como la primera parte se hace muy distraída y los capítulos dedicados al principio de la enfermedad logran mantener la intriga (la intriga de cuál es la dolencia, porque tú, lector, ya sabes que muere), hacia el final la novela decae y se convierte en un texto un poco pesado y reiterativo. Pero, en general, se lee con mucho gusto (si uno supera la falta de afecto que provoca Illich, que es un poco quejica y un flojo).

Es precisamente la parte final de la novela lo que constituye, si leéis la nota de la editorial, el nudo del relato: Ivan Illich se lamenta, cuando se sabe condenado a muerte, de la inutilidad de su vida y de la irreversibilidad del tiempo. Parece ser éste el quid de la questión, aunque no estoy yo tan segura de esto, porque al mismo tiempo que se lamenta, también Illich se pregunta cómo debería haber vivido la única vida de la que ha dispuesto sin poder responderse¹. Me parece más un hombre que se rinde demasiado pronto, que no sabe luchar o, mejor dicho, que no tiene ningún motivo que le empuje a ello.

Con todo, me parece una buena novela y me ha gustado, desde luego. Qué quieren: es Tolstoi. Su final («Este es el fin de la muerte. La muerte no existe») es de una contundencia fabulosa. Dicho esto también os diré que he tenido la suerte de manejar una edición que trae otra novela más de Tolstói, Jadzhi Murat, más larga pero infinitamente más entretenida: la historia de un guerrero del Cáucaso en lucha contra los rusos. Esta novela ya no os la cuento, que no toca, pero la recomiendo vivamente, casi casi con euforia.

Como en otras ocasiones, podéis encontrar otras opiniones sobre el libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdida, en Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. Ellos ya habrán publicado: yo hoy llego tarde por un despiste espero que perdonable. A ver cómo seguimos el año y si sigue la buena racha. Esperemos que así sea.

¹ Ivan Illich, al empezar su vida profesional, se hace grabar en su reloj el lema respice finem (piensa en el final).