Resintonizando telebasura

curra harturaY es que me encontré un cartelito en el ascensor en el que me decían que si no resintonizaba la tele el domingo ya no podría ver algunos canales nunca más en la vida. O quizá era todo el televisor el que se fundía en negro: haría «puf» y yo me quedaría sin telediario. O quizá no era el domingo. En fin, no crean que lo leí ni despacio ni del todo, pero el mensaje principal no se sostenía. Finalmente, una tele se sintoniza sin necesidad de que haya fechas tope.

Así es que no hice nada el domingo, y sin hacer yo nada los canales se cambiaron solos y el único que se quedó en su sitio fue el 24 horas, tal vez para que me hiciera cargo de que, sintonías aparte, la tele seguiría siendo un foco de desgracias servido de manera permanente. Y claro, ante el riesgo de toparme de forma inesperada con Pablo Iglesias, que siempre está por la tele, y para no tener que hacer malabarismos con el mando me dije que había que ordenar aquello. Y a eso me dediqué anoche.

Madre mía, y luego dicen de la telebasura… Mi tele, que es normalita, tiene 70 canales de televisión pero me valdría con 24. Porque los otros 46 son guarrería. Para empezar, muchos están repetidos y algunos hasta 3 veces. Luego, hay otros tantos que se llaman META y que deben de ser canales reservados. Lo creo porque también encontré un canal vacío, y lo puse cuidadosamente en el 66, por si acaso es el del demonio. ¿Y tarots? Pues debe de haber 3 ó 4, como si no tuviéramos bastante con el programa de Mariló Montero… ¿Y qué me dicen de las teletiendas? hay casi tantas como tiendas de chinos. No me extraña luego que El corte inglés ande con dificultades. Y entre toda esa morralla incluso me encontré con dos chingando en un canal. Yo no sé si luego vestidos por la mañana te venderán el Whisper XL, pero ante la duda lo puse entre los META, en un alarde de creatividad semiótica.

En fin, puse a Vaugham en la frontera de la basurilla, y así en cuanto vea a Don Richard ya no voy más allá, no sea que me encuentre con que el canal 66 ha sido ocupado y tenga que ponerlo entre los repetidos…

Las abejas, de Mª Angels Julivert

Las abejas de MªAngels JuivertDespués de aprender sobre las hormigas, traté de repetir experiencia buscando un libro sobre abejas. Y encontré en Amazón este librito de unas 50 páginas con ilustraciones que me ha servido para eso, para ilustrarme. Y no era tan chulo como el libro de las hormigas, desde luego. Es más, yo diría que es un libro para niños. No les digo más.

Hombre, algo se aprende, aunque es un algo muy básico. Que en una colmena sólo hay una abeja reina, y cuando nace, mata a las demás la muy malvada. Si alguna consigue sobrevivir, entonces hay una lucha a muerte entre ellas. Que los zánganos fecundan a la reina en vuelo y luego, al separarse, se arrancan el vientre y mueren. Los otros se quedan a verlas venir, y como no saben alimentarse, se acaban muriendo de hambre. Incluso cuando intentan entrar en la colmena, las obreras los echan. De ahí saldría una magnífica historia novelada, y supongo que ya alguien la habrá escrito. Otra cosa que no sabía es que las obreras se reparten el trabajo y se especializan en función de la edad. Y que una abeja reina puede vivir cinco años. Y pocas cosas más, ya digo que el libro es muy pequeñito.

Entonces me puse a buscar vídeos en youtube sobre abejas. Buscaba a ver si encontraba una pelea entre reinas, porque me pareció curioso. Sabía que me horrorizaría, aunque ya con la imaginación me había curado de espanto. En vez de eso me encontré un documental sobre abejas asesinas que me pareció más horrible aun y que les enlazo ahí abajo.

La historia, por si no lo quieren ver entero, es la siguiente. Resulta que un tal Kerr se llevó a Brasil unas abejas de Africa para cruzarlas con las abejas domésticas y conseguir mejor miel. Estas abejas africanas tenían muy malas pulgas y eran (son) muy agresivas. Entonces, mientras las tenía en cautividad y las estaba estudiando, a uno de sus empleados se le escaparon algunas reinas y ya se lió. Y no sólo porque Kerr no pudiera continuar con su experimento, sino porque esas abejas agresivas ahora circulan sin control por toda América.

Después de ver el video se me han quitado las ganas de saber nada más de abejas. E incluso les diría que han dejado de caerme bien. ¿La abeja Maya? Bah, un cuento chino.

Cambio de hora

Reloj JD unmundoparacurraOtra vez con la pesadez del cambio de hora. Y eso que todavía no han empezado en la tele a darnos la tabarra con los problemones que generan los cambios horarios en los biorritmos, aparte de explicarnos con pelos y señales lo inútiles que son y la estupidez económica que supone. Qué ahorro ni qué ahorro. De verdad que no logro comprender cómo, sabiendo que el racional no se sostiene, continúan haciendo estas tonterías con la hora ¡dos veces! cada año.

En fin, de todos modos esta historia del cambio de hora se escapa completamente a mi control y no puedo hacer nada por evitarlo salvo continuar sin cambiar la hora del reloj, lo cual me convertiría no en un ser raro sino en una persona muy impuntual, o sea, en una persona nada rara en absoluto. El cambio que se hace en primavera es más grave, me parece a mí, porque ahora lo máximo que me puede pasar es tener que esperar yo a alguien durante una hora. En el límite no es tan terrible: digo yo que con un buen libro y un bar cerca para sentarte a tomar un café, el asunto es más llevadero y además siempre tendré la sensación de haber ganado una hora.

Que esa es otra. ¿Se gana o se pierde la hora?  Veamos. Si cuando van a dar las 8 se pone el reloj en las 7, se vuelve a vivir de 7 a 8, y por lo tanto se gana la hora. Bueno, realmente se gana algo menos de una hora, porque hay que descontar el tiempo que se tarda en quitarse el reloj, retrasar las manecillas, volver a ponerse el reloj y luego tener que ir al baño a coger una lima y arreglarse las uñas de los dedos gordo e índice, que normalmente son los que más sufren en esta operación.

Por otra parte ¿se atrasa o de adelanta la hora? Pues yo diría que se atrasa, porque va de 8 a 7, pero también podría decir que se adelanta, porque el 7 va antes que el 8. Y por otra parte, si tú le dices a alguien que pase delante, ese alguien llega antes que tú, o sea, como las 7 con respecto a las 8. No sé si me siguen. En fin, díganme que están en desacuerdo y yo lo admitiré, porque realmente este asunto no me llega a ofuscar del todo, pero me confunde bastante.

En fin, confundida, ofuscada o whatever, ahí estaré el domingo: limándome las uñas.

En la orilla, de Rafael Chirbes

Maquetaci—n 1Tiene Rafael Chirbes una manera de contar las cosas que es como si te abofeteara. Recio, áspero, sobrio, brutal a veces, contundente, pero al mismo tiempo lleno de fuerza, dominando el lenguaje, sabiendo lo que escribe, lo que se trae entre manos, usando el vocabulario como un martillo pilón con el que acompaña historias desabridas, muy duras, que no dejan lugar a la esperanza ni a la componenda, que no tratan de comprender ni de contemporizar, que simplemente narran, describen, cuentan lo que hay y te envuelven en aquello de lo que no tenemos escapatoria.

En la orilla cuenta la historia de Esteban, un carpintero al que le estalla la burbuja inmobiliaria en plena cara cuando él ha decidido invertir todo lo que tiene -incluida la carpintería- en un negocio fácil, rápido, de esos que han sido barridos en estos últimos años, oportunidades que han pillado tanto a los que se han pasado de listos como a los pichones de la sociedad que han querido emular lo que veían a su alrededor.

Esteban no culpa a nadie: él forma parte de esta misma sociedad corrompida y desquiciada por la codicia y el consumo. Pero si lo ha perdido todo es porque no puede perder nada más. Esteban ha fracasado. Quería a una mujer que se fue con el amigo, sin familia, con un padre idiotizado por la vejez al que tiene que cuidar, con unos puntos de referencia que han muerto y forman parte del pasado. Ahora sólo le queda el rencor, la desesperación disfrazada de odio, la amargura que le inspira todo lo que le rodea.

En la orilla es la historia de una derrota. No es una historia sobre la crisis, como dicen algunas reseñas que he leído por ahí. La crisis es el telón de fondo, la chispa que enciende la hoguera si preferís, pero ya antes Esteban tenía cuentas pendientes, ya antes la ética de la especulación, la codicia, la podredumbre moral, la falta de valores, la hipocresía habitaban el pequeño pueblo de Olba y el imaginario Misent, paradigma de la especulación y el destrozo de la langosta de la construcción en la costa mediterránea. Esteban ya había fracasado en la vida, y da puñetazos al aire porque ya hace tiempo que no tiene nada contra lo que luchar.

Del mismo modo que el vendedor de muebles aspira a ser decorador, el carpintero aspira a ser escultor, a tallar la madera, material que sólo es superado en humildad por la arcilla. En sus sueños, el carpintero quiere esculpir piedra, bronce, hierro. Al despertar, Esteban encuentra las virutas esparcidas y el mobiliario barato, la misma vulgaridad de vida de la que quería escapar. Lo ha perdido todo porque ya no puede perder nada más. O tal vez sí.

La novela es una obra extraordinaria. Dura, rocosa, nada amable, crítica, descarnada, pero apabullante y magníficamente escrita. Léanla, que vale la pena.

Esta entrada ha sido publicada en pasado día 10 de octubre en el blog El Buscalibros http://www.el-buscalibros.com

Salman Rushdie, de Joseph Anton

rushdie-joseph-antonO tal vez este libro debería llamarse Joseph Anton, de Salman Rushdie. Porque, efectivamente, éste es un libro de memorias de Salman Rushdie que abarca los 13 años que tuvo que vivir escondido y protegido bajo ese seudónimo por la policía para poder sobrevivir a la fetua, es decir, a la condena a muerte que unos intolerantes lanzaron contra él y que convirtieron su vida en una pesadilla durante todo ese tiempo.

Se trata de un libro de casi 800 páginas que me ha gustado mucho y que creo que es una lectura obligada para todo aquel que se sienta ofendido por la intolerancia, que no la acepte y que no la tolere. Empieza el libro en 1989, cuando a Salman Rushdie le comunican que el ayatola Jomeini le ha condenado a muerte por escribir los Versos satánicos. Un libro, como él explica, en el que el profeta no se llama Mahoma, la religión no se llama islam, y que lo que es motivo de ofensa es algo que le sucede en sueños a alguien que ha perdido la fe. Un libro prohibido después de haberse estado vendiendo durante 6 meses, y prohibido cuando el ayatola pierde sus argumentos en la guerra contra Irak y no tiene nada que ofrecer a sus súbditos salvo rezos, cuando lo que empezaban a reclamarle era menos hambre y menos opresión. Un libro condenado por gente que declaraba no haberlo leído, fanáticos de UN sólo libro, el Corán, que por cierto dispuso de 7 versiones antes de que se aceptara «la» versión definitiva en 1920, y un libro que, recordemos, había sido transmitido oralmente. O sea, que la tomaron con él como la tomaron los afganos con los budas de Bamiyán: un absurdo que repugna cualquier racionalidad.

Pero no es sólo esto lo que cuenta Salman Rushdie. También nos habla de lo difícil que es la vida para alguien que debe cambiar de casa casi cada semana, que no puede ver a su hijo, ni a sus amigos, que vive literalmente escondido en un agujero porque el mundo se ha convertido en un lugar lleno de bombas humanas. También cuenta su vida entre editores, algunos heroicos que se jugaban la vida como él, otros que sucumbieron al miedo.

Pero con todo, esto no es lo peor. Lo peor, en mi opinión, fue la reacción de Occidente, la reacción de Gran Bretaña, de los políticos, de los medios de comunicación. En vez de poner pie en pared, en vez de defender la libertad de expresión, la defensa ante los tribunales si alguien se siente ofendido, el derecho a la libertad de creencias, Salman Rushdie tuvo que sufrir la tolerancia con la amenaza, la comprensión de «la cólera del islam», la componenda que proviene del miedo por un lado, del interés político con el otro, y de un relativismo cultural fétido que es, en efecto, la muerte del pensamiento ético:

“… la cara inaceptable del multiculturalismo, su deformación en una ideología de relativismo cultural. El relativismo cultural es la muerte del pensamiento ético, es dar apoyo a los sacerdotes tiránicos a tiranizar, de los padres despóticos a mutilar a sus hijas, de los fanáticos a odiar a los homosexuales y los judios, porque hacerlo “forma parte de su cultura”. El fanatismo, los prejuicios o la violencia no son “valores” humanos. Son la prueba de ausencia de dichos valores. No son manifestaciones de la “cultura” de una persona. Son indicativos de la falta de cultura de una persona…”

El libro está escrito en tercera persona y en mi opinión está sobrado de personajes y de nombres propios. Pero tiene un cierto tono no diría que de humor, pero sí de alegría, o quizá de optimismo, o sencillamente se trata del mero sentido de pertenecer a una civilización superior (y en esto yo estoy muy de acuerdo con él), que hace que se lean no como una historia de terror (que lo es), sino con mucho confort. Y por otra parte, contiene tramos memorables en defensa de la libertad y contra la intolerancia y el fanatismo, contra esos animales ante los que Occidente no se atreve a rechistar, contra esas bestias a las que ofrecemos absurdamente comprensión, cuando no merecen vivir entre nosotros y pretender que, con esos modos, aceptemos sin más tener que compartir con ellos nuestro planeta.

El libro acaba en 2002, y Rushdie vive en Chicago el atentado contra las Torres Gemelas, en una especie de colofón, y no se puede dejar de pensar que eso fue la tempestad que sembraron aquellos vientos. Con todo, él ha sobrevivido y también su libro. Los países donde reinan los barbudos siguen sumidos en el fango de la intolerancia. Ignorantes, sucios, violentos, rabiosos, carcomidos por el odio y la intransigencia, aventando una religión que dicen que es de paz pero que es el símbolo de la barbarie y del atraso.

El integrista se propone derribar mucho más que edificios – escribió -. Esa gente está en contra, por mencionar sólo una breve lista, de la libertad de expresión, el sistema político multipartidista, el sufragio universal para dultos, el gobierno obligado a rendir cuentas, los judios, los homosexuales, los derechos de la mujer, el pluralismo, el secularismo, la minifalda, el baile, el afeitado de la barba, la teoría de la evolución, el sexo […] El integrista cree que nosotros no creemos en nada. Según su visión del mundo, él tiene sus certezas absolutas, mientras que nosotros nos sumimos en excesos sibaríticos. Para demostrarle que se equivoca, primero debemos saber que se equivoca. Debemos ponernos de acuerdo en qué es importante: besarse en público, los bocadillos de beicon, las discrepancias, la moda de rabiosa actualidad, la generosidad, el agua, una distribución más equitativa de los recursos del mundo, el cine, la música, la libertad de pensamiento, la belleza, el amor. Esas serán nuestras armas. No los derrotaremos mediante guerras, sino eligiendo una forma de vida sin miedo. ¿Cómo se derrota al terrorismo? Sin atemorizarse. Sin permitir que el miedo rija nuestra vida. Aunque uno esté asustado».

Lean este libro, porque merece la pena y mucho.

Deponer la sociedad

Cualquier cuerpo vivo genera porquería. Excretar se le llama a eso, aunque se reserva para la orina u otros residuos metabólicos como el anhídrido carbónico de la respiración según el DRAE. Los españoles nos reservamos el verbo excrementar para los excrementos digamos de arte mayor.

Es lo que hay y lo que somos. Unos bichos de apariencia sana y limpia, pero que generamos residuos. Y menos mal que los generamos, porque si no lo hiciéramos no estaríamos vivos. Vivir es cagar, o sea, y lamento ser tan ordinaria, pero es que tampoco estoy muy segura de que me entiendan porque en España por lo general usamos el verbo deponer en su forma transitiva y tendemos a ignorar el intransitivo.

Los humanos hemos evolucionado. Ya no convivimos entre la porquería que expelemos, que excretamos, que excrementamos. La modernidad nos ayuda a despejar la equis. Y aparte del perfume, y de la ducha, disponemos de papel higiénico. Y además, de una buena red de alcantarillado y servicios públicos que nos evitan tener que convivir con nuestros excrementos, nuestras excreciones, nuestras equis sin despejar.

Lo cual que no significa que nuestros organismos hayan dejado de expeler porquería. Y no se engañen con la civilización, porque no nos evita tener que producir la porquería sino que nos evita tener que vivir con ella, lo cual es muy diferente. La civilización permite limpiarla, despejarla, ordenarla y situarla allí donde es tolerable para tener una vida sana y, sobre todo, limpia. Pero no evita su existencia y quien le diga lo contrario, miente.

El solución entonces no pasa por negar el sistema. El sistema, como cualquier sistema vivo, y sano, genera porquería, porque si no estaría muerto. Eso mismo que se expele fue, en el origen y en su conjunto, lo que aportó músculo, y fibra, y nutrientes, y grasa, y lo que nos permite la vida. Va todo junto.  Un sistema sin excrementos no existe. No vale decir que no existirán, porque existirán. No vale decir que no los veremos, porque entonces cabe sospechar que se meterán debajo de una alfombra. La solución es disponer de los recursos de limpieza y eliminación de residuos que nos permitan vivir sin ensuciarnos más de lo que es razonablemente imprescindible.

Hay que pedir justicia, claro, porque en el caso de nuestro sistema político la justicia es la correcta y ordenada canalización de la porquería. Y eso es una cosa y otra muy distinta pretender eliminar la porquería matando al bicho. O lo que es lo mismo: pensar que hay que deponer la sociedad en la que vivimos para acabar con sus deposiciones, algo tan tradicionalmente español como matar al perro para acabar con la rabia.

El intransitivo.

Ovulos congelados

Debo decir que al principio no entendí la noticia. Es lo que tienen los titulares, que son demasiado cortos. Luego ya, cuando me detuve a leer me costó volver a ponerme en marcha porque me quedé perpleja. Y es que resulta que Apple y Facebook han decidido costear la congelación de ovulos a las mujeres que trabajen en sus empresas para que lo de tener niños no incordie su carrera profesional.

Qué modernos. De verdad, qué modernos. Si fueran una empresa de Albacete le darían a las empleadas una caja de condones, pero en Silicon Valey, un sitio tan comprometido con la tecnología y con lo virtual, gente creativa donde la haya, han debido de pensar que lo moderno es esto, y no paridas como la conciliación, la naturalidad, el ejemplo, o la sencilla valoración del mérito sin más.

Pero no malinterpreten el asunto, por favor, que hablamos de empresas punteras y modernas. No es «¿Quieres tener un niño, bonita? Pues mira, o te esperas unos diez años o te va a ascender tu puta madre». No, no. Ellos han ideado la forma de compendiar, unificar, integrar el futuro profesional y familiar de las mujeres. Y así, en vez de que la muchacha tenga que esperar a ser abuela para llegar a directora, lo que tendrá que hacer es esperar a ser directora para llegar a ser madre, lo cual tiene pinta de ser un salto generacional virtual con freno y marcha atrás.

Lo que más mola de todo es la forma de presentar las cosas, no sé si los de Facebook y Apple o los periódicos. Podrían haber titulado «O niños o ascenso«, pero no: pagan la congelación de óvulos para retener el talento. Hombre, yo lo que creo es que lo que pretenden es retener al niño, mayormente por la vía de retener las ganas de tenerlos. Ya puestos, me figuro que además de congelar ovarios les costearán también el psicólogo, a ver si se van a quedar embarazadas virtualmente y tenemos un lío. Y por otra parte, también supongo que habrán previsto cubrir otras eventualidades, por ejemplo, el caso de un empleado con potencial que se quede viudo con un par de hijos a su cargo. En este caso, me malicio que la solución pasará por descongelar a la abuela…

En fin, amigos, si yo trabajara en una de esas empresas saldría de allí corriendo y no pararía hasta llegar a Alaska. Allí sólo correría riesgo de congelarme la nariz: al menos los óvulos estarían a buen resguardo, con su temperatura al natural ambiente.

Historia de las hormigas, de Pierre Huber

Hormigueros-unmundoparacurrEl fin de semana pasado, en el poblachón, aparecieron frente a mi casa – y por todo el campo – un montón de hormigueros. Dos semanas antes no estaban, esto seguro. Me imaginé (sí, me lo imaginé porque no tengo ni idea) que las hormigas en septiembre se dedican a hacer sus casas para pasar el invierno.

Mientras las perras se peleaban por mordisquear el mismo palo, y puesto que yo no pintaba nada en aquella discusión, me entretuve en observar uno de esos hormigueros. Entonces vi a una hormigota enorme y cabezona que arrastraba a una pobre hormiguilla chiquitita hacia la puerta del hormiguero. Me pareció evidente que se la llevaba para la merienda. El espectáculo se colmaba con un montón de hormigas pequeñitas por los alrededores que no hacían ni caso de aquel atropello. Y me pareció intolerable. Así es que cogí un palito y traté de evitar que la gorda se metiera en el agujero con lo que era claramente su presa. Las separé de la puerta, pero la gorda tenía bien agarrada a la pequeña y no la soltó. Así que opté por matarlas a las dos. Finalmente, pensé, la pequeña dejaría de sufrir aquel tormento.

¿Tú estás segura de que se la iba a comer? ¿Y si sólo estaba enferma? Si te fijas, hay otras grandotas y pequeñas alrededor de la colonia y parece que habitan en paz… Lo mismo has vuelto a intervenir en donde nadie te ha llamado, en cosas que estás segura de desconocer…Qué mala es la conciencia.

Historia de las hormigas, de Pierre HuberDe vuelta a la wifi de Madrid, busqué en Amazón algún libro sobre hormigas y encontré este libro, que por lo visto es un básico para conocer la organización y las costumbres de estos animalitos. Pierre Huber, provisto de hormigueros artificiales (y de una enorme paciencia y admiración hacia estos bichos), descubrió hace dos siglos un montón de cosas que el tiempo y unas mejores herramientas han permitido confirmar.

El principio del libro se hace un poco rollo, porque nos habla de la anatomía de las distintas especies de hormigas y de la arquitectura de los hormigueros, pero luego el libro se anima cuando empieza a contarnos cómo se reproducen, las distintas fases por las que pasan hasta que se hacen adultas, la organización social, sus migraciones, el pastoreo que hacen con los pulgones, el esclavismo, las relaciones de afecto entre ellas (sí, de afecto), las guerras y sus tácticas, su lenguaje y su manera de comunicarse, la irrelevancia de los machos, los hormigueros mixtos, etc. En fin, que el libro es curiosísimo pero no sólo para alguien que ha matado un par de hormigas el día anterior y tiene algún remordimiento. Huber cuenta las cosas con un lenguaje sencillo, con asombro ante sus descubrimientos, con modestia ante sus comprobaciones y con humildad ante lo que reconoce como deducciones.

No debería haber matado a aquellas dos hormigas, aunque a causa de ello haya podido disfrutar de un libro encantador. Probablemente estaban en medio de una migración, o tal vez la grandota era una hembra que transportaba a una obrera, y ni siquiera descarto que fuera la pequeña la que transportaba a la grande. Lo que es seguro es que si la grande estuviera comiéndose a la pequeña, las otras pequeñas no estarían tan tranquilas llevando piedrecitas por alrededor.

Ay, el prometeísmo…

Mi peluquera

Yo soy fiel a mi peluquera desde hace ya muchos años. Vanesa se llama, una mujer racial y muy divertida, que me conoce mejor que muchas personas que me rodean. Ella ya sabe que ni sé ni me gusta perder el tiempo peinándome, y que tampoco sé explicar muy bien qué es lo que quiero exactamente. Así es que a la pregunta ¿qué hacemos?, todo se resume en códigos. Frases como «quítame años», o «corta mucho pero no te pases», «dale una vuelta», o un aparentemente arriesgado «haz lo que te dé la gana». «Sobre todo, que no se me note que vengo de la peluquería, despeinada, un poco a lo loco…» Porque no hay nada más viejuno que ir peinada de peluquería. Esos bucles que se ven a veces, esos repeinados, esas melenas alisadas, esos flequillos recolocados, esas esculturas llenas de laca, esos cortes artificiales… qué horror.

Y ella se pone con las tijeras y me comprende perfectamente. O eso me creo yo, porque lo más probable es que esas frases no signifiquen nada para ella. Tal vez me corta el pelo según me ve el estado de ánimo con el que me siento en la silla, por lo general un viernes de derrota. O tal vez hace lo que le parece oportuno, sabiendo que el resultado será bueno y que yo me habré olvidado de la idea con la que entré. Vaya usted a saber, pero siempre salgo encantada.

Cuando tuvo su primer hijo, hace cinco o seis años, aguanté estoicamente la baja, qué remedio. Pero es que con la segunda ha tenido un embarazo problemático y lleva de baja desde febrero. Así es que yo llevo desde marzo con malos pelos. El otro día se la encontró mi tía en la peluquería con su niña, que había ido a visitar a sus compañeras. Por lo visto, la niña monísima. Y ella estaba radiante, al parecer. Y le dio recuerdos para mí. Que hasta enero nada. Quizá Navidad, según si se coge el mes de vacaciones. Cabrona… En fin, el corte que me dejó hace ya mucho que desapareció, y llevo el pelo de lo más vulgar. En parte es culpa mía, porque las pocas veces que he ido este año ha sido con las mismas instrucciones: «Corta lo mínimo para darle aire y procura no estropear nada». Yo comprendo que con esas indicaciones tengan algunas dificultades…

Hoy he estado en la peluquería. Las compañeras de Vanesa miraban hacia abajo, yo creo que ninguna me quiere cortar. La última vez también me mandaron a la becaria. En esta ocasión, ha venido un chiquito al que le temblaba la tijera. Reconozco que le he metido mucha tensión. Cada vez que cambiaba de zona de la cabeza me enseñaba lo que había cortado, porque no le quitaba la vista de encima. Pobrecillo, qué mal rato le he hecho pasar.

Soy un ser con greñas víctima del aumento poblacional.