María y el río

Le pedí a María que pintara un cuadro para mí. Le dije que quería un río. ¿Pero un río cómo?, me preguntó, ¿un río calmo, un río caudal, un río bravo, un arroyo, un salto de agua? Un río, contesté: el río que tú quieras. Unos meses después me regaló un río azul que viene de un final de montañas también azules. Discurre flanqueado por árboles de otoño a un lado y un campo amarillo de siega al otro y, cuando el río ensancha, lo hace salpicado por una sábana de flores dispersas, como si hubiera una primavera que se resiste entre dos estaciones. María me dijo que no estaba contenta con la creación y que lo había pintado deprisa, como el que cumple con una obligación para la que no ha tenido tiempo de inspirarse. A mí me da igual: es el cuadro de María, y cuando lo miro pienso que ese óleo de 30×40 contiene la perspectiva del tiempo: sus certidumbres, pero también sus promesas.

Eso es un río: la perspectiva del tiempo con sus certidumbres y promesas.  El mar tiene más porte, lo admito, y más literatura, lo admito también, pero no deja de ser agua estancada.

No era el Kamo el río en el María quiso que metiera un pié para hacerme una foto, sino uno de sus canales. Pero aquí está, como está ahí arriba el Misisipi, que toqué con las manos aunque en la foto estén mis zapatillas. No estuvo conmigo en el Potomac, que entonces estaba ella en Perú, pero sí navegamos juntas el Nilo. Y vimos el Colorado, y el Hudson, y el Sena y el Vístula, y el Yang-tsé allí a lo lejos, entre nubes de horizonte. Y tantos ríos que habremos visto juntas, que de eso no llevo la cuenta. Y un día, aún no lo sabe ella, iremos al Amazonas y pediremos que nos hagan una foto con los cuatro pies en él. Porque el Amazonas es el emperador de los ríos, igual que el Danubio es el príncipe, el Rin el guerrero, el Ganges el sacerdote y el Guadalquivir el poeta.

Sea.

 

Pies-rio-Kioto

 

 

 

 

 

 

 

Una ola feroz

Susana, pendiente de María y de su chapoteo en la orilla, llegó al borde del mar tranquila y segura de sí misma pensando que con ella no iban aquellas olas asilvestradas. Se metió en el mar hasta que el agua le llegó a las pantorrillas, abrió las piernas para plantarse bien en el suelo de arena y puso los brazos en jarras.

En esas estaba cuando llegó una suerte de Miura espumoso que la dobló literalmente por la mitad. Y entonces se ve que tuvo un pensamiento corto y decidió que lo mejor para no caer era tirarse. Con rapidez, echó las manos al suelo y se arqueó como un gato, pensando que la postura traería la astucia, y así salvó el primer embate. Pero se confió demasiado al quererse incorporar, porque el resto de la ola –o sea, la mitad del Atlántico–, se le echó encima y la sumergió como en una lavadora. Y la fiesta no acabó ahí: llegó entonces una tercera ola, más violenta aún que las anteriores, la cogió por las corvas, la levantó dos palmos del suelo, la puso horizontal y la dejó caer a plomo. Una vez que el mar hizo hizo todo eso con ella, y por si acaso se le ocurría rechistar, la envolvió de nuevo para darle un par de vueltas más para rematar su guiso, para el caso una tortilla o un sencillo revuelto.

Se levantó desorientada sin saber a qué punto del horizonte debía mirar y sin entender si seguía en la Isla de La Palma o ya había llegado a Zanzíbar. Era como una señora recién salida de la peluquería a la que le tiran un cubo de agua por encima. Y entonces, con cara de susto, se echó las manos a la cabeza y gritó “¡Mis gafas!”. María la miró queriendo entender el problema, feliz mientras seguía rebozada en la espuma y la arena, disfrutando como sólo disfrutan los niños.

– No te preocupes por las gafas, que el mar lo devuelve todo–, le dije a Susana. Pero el mar, como hacemos los humanos, sólo devuelve lo que no le gusta. Ahora sus gafas estarán en la tripa de algún pez.

Estuvimos en aquella playa hasta que el espectáculo ya sólo podía repetirse, cansadas de ver a otros bañistas salir reptando del mar como las iguanas. Nos tomamos algo en un bar cercano y nos volvimos al hotel, a darnos una ducha en calma. Todavía tenemos arena en el pelo.

Consejos viajeros

– Me voy de viaje.

– ¿Ah, si? ¿Muchos días?

– No, sólo cinco. Bueno, en realidad cuatro, porque el último es sólo una mañana.

– ¿Y dónde vas?

– Pues voy a Venecia y Bolonia, dos días en cada ciudad, aunque Venecia no acaba de interesarme mucho. Voy por quitármelo de encima. Así es que mi idea es acercarme a Padua, que está a 15 minutos en tren.

– Buena idea. Por allí tienes otras ciudades muy interesantes. Padua está bien, y Verona. Verona sobre todo.

– Verona lo había descartado. ¿Vale la pena?

– Sí, claro. Tienes que ir. Vamos ¡Ir a Padua y no acercarte a Verona, con el balcón y las arenas!

– Bueno, pues miraré a ver los trenes.

– Y Mantua. ¡Ve a Mantua!

– Hombre, no pensaba coger coche, pensaba ir directa de Venecia a Bolonia y…

– Pues no puedes perderte Mantua. ¡Y Rávena! ¡Sobre todo no te pierdas Rávena!

– ¿Rávena? Pero es que voy cuatro días y…

– Y también puedes acercarte a Reggio Emilia, que yo fui como sin querer y me encantó.

– No, si yo iría a todas partes, pero es que tengo la limitación del tiempo y…

– ¿Y Módena? ¿No vas a pasar por Módena?

– A ver, es que si seguimos así, por donde no voy a pasar es por Bolonia…

Cuba, 1997

«Y yo pensaba que en el control nos harían muchas preguntas: Y usted, ya que pone en el visado que es economista, ¿No opina que el capitalismo es opresor e imperialista? A ver ¿Quién fue José Martí? ¿Cuándo sucedió el asalto al cuartel Moncada? ¿Qué dijo Fidel en su primer discurso al pueblo? ¿Cree usted en la revolución?… Pero no hubo nada de eso. Lo único que me preguntó aquel policía era si yo no tenía sueño, porque él sí…»

«Y la tal Nancy – estos nombres solo se dan en América y en las jugueterías – agarró el transmisor y le dijo a la compañera dos o tres cosas en clave ininteligible que, aproximadamente, debían significar: o dices positivo o te agarro del moño y te arrastro por el malecón». Así que la compañera dijo positivo compañera, y Nancy le dijo al taxista que la compañera ha dicho positivo compañera así que positivo compañero. Y el taxista aun dudó un par de segundos hasta que por fin arrancó aquel coche del pasado remoto del que deberían bajarse Lauren Bacall y James Cagney, y no unos gallegos despistados, que para colmo no eran gallegos…»

«Ahora llueve. Como en el trópico. El cielo está a punto de caerse sobre nuestras cabezas. Hace un rato, en una callejuela al lado del museo de la revolución, ha estallado un trueno bestial. Y hemos hecho ademán de salir corriendo, como si aquello evitara algo. Un cubanito, que previamente me había pedido «un cigarro de esos que fuman ustedes» se ha echado a reir. Nos decía «corran, corran… estos gallegos…».

«Pidió un zumo. El camarero sirvió el zumo en el vaso y como sobraba zumo en la botella, hala, se bebió el resto a morro. Así, como si nada. Por fortuna no eructó después. La escasez, sin duda…»

«A la mañana siguiente nos despertó el calor casi de madrugada. Se había apagado el aire acondicionado por un corte de luz. Tampoco había agua corriente. Así es que bajamos a desayunar, pero el desayuno fue de lo más escueto por la falta de luz y de agua. En recepción nos dijeron que no era normal el corte de todo. Y que como no era normal, no podían decirnos a qué hora volvería la normalidad. Nos pareció un razonamiento impecable. Así es que nos fuimos a la Habana Vieja, sin duchar y con el estómago medio vacío. Y nada más salir se nos adosó un cubano para pedirnos que le contáramos cosas. ¿Ves? que se te adose un cubano es de lo más normal…»

«Plaza de Armas por la calle del Obispo. estaban instalando tenderetes para vender libros. Libros viejos, muy viejos. Títulos como «La CIA y el Che», «Discursos de Fidel», «El capital» (en tres tomos), algo de García Marquez. El resto, un batiburrillo de libros de biología, de historia, de arquitectura… viejísimos todos»

«La Catedral por dentro está hecha añicos. Aparentemente la están reformando, aunque yo creo que tardarán en terminar la reforma: el encargado, tras su nombramiento, echó a correr y se le ha localizado en un hospital de benedictinos de Bulgaria, a donde ha ido a recuperar el oremus.»

«Por fin dimos esquinazo al cubano, aunque antes me había dado un caramelo. Yo me lo guardé y luego se lo di a una niña que me pidió «caramela». Y es que es lo único que te piden por la calle: caramelos y chicles.»

«En este palacio tienen la Giraldilla, que sirve también de logo al Havana Club. Y es la estatua de Inés de Bobadilla, que fue la primera gobernadora porque su marido se fue a conquistar la Florida, y ella se quedó esperando, y se le quedó la postura de estar esperando y ya no sabemos si la cogieron como símbolo por esperar, por ser gobernadora o por tener un marido conquistador. «

«Tienen también la estatua que estaba en lo que ahora es la Plaza de la Revolución, representando el aguila imperial americana. Bueno, tienen lo que queda de la estatua. Hombre, a mí no me parece bien que vayan tirando estatuas por ahí, pero viendo lo horrenda que era, y al margen de compromisos políticos, puedo llegar a comprender al pueblo cubano. Puedo hasta solidarizarme y todo. Y en la misma sala tienen una esquela de Batista. Para mí que la han recortado del ABC.»

«Luego fuimos a la Plaza Vieja, que según la guía ya no es vieja. En fin, la guía puede decir lo que quiera. La plaza es un puro escombro. De ahí hacia el Capitolio, pasando por delante del hotel Royal, que parece que le ha caído una bomba encima. Una de la primera guerra mundial, tirando por lo próximo.»

«Y el malecón es más bajo de lo que suponía pero mucho más largo de lo que me imaginaba. O sea, que no tenía ni idea de cómo era el malecón.»

«Al otro lado del malecón está el mar, que los cubanos llaman el mal. En cuanto a cómo dicen malecón… en fin, hay que oir a un cubano decir malecón. Y cuando yo hablo tengo la sensación de que no me entienden. O tal vez se asustan: mi español debe parecerles demasiado austero.»

«La Habana vieja debería llamarse la habana viejísima. Y en algunos tramos, la Habana paupérrima. Sin embargo, en el Vedado, la ruina data de hace menos. ¿Tres siglos?.»

«Sin hotel para la última noche, con un festival de la Juventud y millones de comunistas que vienen a cualquier cosa menos a gastarse el dólar. Qué remedio: al Nacional, según el Trotamundos, «l’hotel encore plus chic». A 168 dólares la nuit, me pregunto si mi francés es correcto y chic es lo que creo. Pero mola todo dormir allí, esto es verdad.»

«Hacia el convento de la Merced es la parte vieja de la Habana Vieja. Casas vacías por dentro y desconchadas por fuera, habitadas por gente que no es del todo miserable. No del todo. Portalillos oscuros, con escaleras que llevan a otra ruina, la de arriba, en donde supones vigas por paredes y cielo por techo. Niños en la calle que apenas juegan, sólo te miran, serios. Calles levantadas que alguien animó a reparar y que terminan peor de lo que estaban. Amarillos antiguos, rosas antiguos, azulones antiguos. Una torrecilla de campanario desmadejada. La pena de no haber vivido y visto esa maravilla antes del abandono, la maravilla que debió de ser esta ciudad.»

«En lo alto del fuerte, que domina toda la bahía, y sobre los cañones, que apuntan al mar para que no entre nadie. Pero eso era antes. Ahora los cañones los deberían poner apuntando a la Habana Vieja. Ese lugar no se puede dejar de ver si se va a la Habana.»

«La Bodeguita del medio se llama así porque los bares se montaban en las esquinas, menos éste, que se montó en medio. Y a la vista de las fotos, por allí pasó todo Hollywood, salvo la mona Chita y Dumbo, de quien no se tiene constancia. En la mesa de al lado, unos cubanos, sin duda revolucionarios.»

«Ya quisieran en París aprender de los merchandiser de la Habana. Tiene mucho mérito montar un escaparate de seis metros con dos vestidos.»

«El Floridita es completamente kitch y está lleno de extranjeros. Mientras en la Bodeguita no notas a los extranjeros (tal vez por la disposición del local, oscuro, enrevesado, pequeño, laberíntico, lleno de habitaciones), el Floridita es la extranjería decadente en pleno. Humo, daikiris y todo en rojo. Tampoco parece que hayan pasado por allí la mona Chita y Dumbo. No tiene ningún encanto pero eso sí. el daikiri es extraordinario.»

«De camino a Miramar comprendes lo inmenso que es el Malecón. Y que si te toca un hotel allí, es una guarrada de las serias. No tiene el menor interés, y que digan las guías lo que quieran.»

«En Cayo Levisa hay tiburones, peces espada, pulpos gigantes, langostas elefantisíacas, leones, tigres, panteras, cocodrilos, águilas imperiales, cebras, corzos, ballenas, jirafas y hasta algún que otro oso panda. Sin embargo, hasta el momento sólo hemos visto unos caracoles que llevan cangrejos debajo y cangrejos que van con una concha encima. El resto de animalitos no se deja ver, lo que me hace pensar que la fauna cubana es de suyo vergonzosa. También hay franceses, alemanes y algún que otro catalán que viene a pasar el día. Ninguno lleva ni concha ni cangrejo, pero se dejan ver. En cuanto a la flora, no hay crisantemos y esto me hace pensar que no moriremos, a pesar del calor.»

«El Caribe. Manglar al sur, mar al norte, veinte cabañas repartidas en 3 kilómetros de largo por 500 metros de ancho, sólo un teléfono que recibe llamadas, un barco que va y otro que viene al día, y una radio por si hay emergencias. También un puesto militar inocuo. El paraíso en la tierra.»  

Del cuaderno de viaje Cuba 1997

Polonia en dos ciudades

Vengo de pasar unos días en Polonia. Hay otros viajes a lo largo del año, claro que sí, pero ya desde hace algunos reservo unos días en agosto para conocer mundo, que es muy grande y tiene muchas cosas para mirar y ser miradas. Que no es lo mismo. Tiene que ser agosto por razones que no vienen al caso en este post, y aunque no es el mejor mes para viajar, los países están ahí incluso en este mes tan hortera, inmutables. Y este año, como digo, le ha tocado a Polonia.

Polonia es un victimario. Un país rodeado de imperios malotes y largamente gobernados por dirigentes con muy malas pulgas. Y así les ha ido: han recibido bofetadas hasta en el carnet de identidad y de hecho se pasaron un siglo entero in albis, conquistados por unos y por otros y manteniendo a duras penas los bailes populares y la lengua polaca, un idioma seseante y con muchas ies, plagado de uves dobles y de zetas y que no tiene compasión ni siquiera a la hora de inventar nombres para las calles. Así es que una se conforma con mirar, sin saber muy bien dónde está cuando se orienta en un mapa. Y cuando encuentras dos calles paralelas que llevan al mismo sitio y que se llaman, respectivamente, Starowislna y Stradowiska, sólo te queda fuerza para combatir cierto sentimiento de frustración que se parece mucho a la melancolía.

El viaje ha sido corto y sólo he estado en dos ciudades: Varsovia y Cracovia. Varsovia, como sabe todo el mundo, fue arrasada en la Segunda Guerra Mundial (quedó UN edificio en pie), pero los polacos tuvieron la paciencia y el buen sentido de reconstruirla tal y como era. No toda, naturalmente, porque los malotes del Este impusieron su mierda de ideología también en los edificios, y se ven bastantes colmenas en las que el obrero era feliz, según ellos, y algunos mazacotes en los que se reverenciaba al Partido de los obreros felices. Con todo, su ciudad vieja es encantadora, y pasaría por cualquier centro rehabilitado de cualquier ciudad que no hubiera sido destruida.

Cracovia es otra cosa. Una ciudad pequeña, que sobrevivió a las bombas de los liberadores rusos gracias a que los animales nazis habían huido. Eso les ahorró tenerse que guiar por los cuadros de sus antepasados, y la ciudad se conserva de maravilla. Una ciudad antigua y armónica, preciosa, limpia, alegre, y cuyo perímetro no está marcado por unas murallas, sino por un bonito parque, lo que no deja de tener su parte de poesía. El barrio judío, fuera del perímetro, se mantiene, avejentado pero en pie, y es ahora un barrio vivo y animado, y muy interesante.

He visto un país sin euro y por lo tanto, con fortuna. Ciudades modernas, abiertas, alegres y animadas, con habitantes como usted o como yo, probablemente con las mismas ambiciones y las mismas preocupaciones. Los mismos coches, las mismas tiendas, los mismos anhelos y las mismas razones para vivir en paz. No desde luego con la misma historia. En estas dos ciudades hubo un gueto, de los que no queda más que sombras del recuerdo, engullidos en la tristeza de barrios más vulgares que humildes. Y junto con los guetos, se cometió un genocidio. Nada se puede comparar a esto, y es algo que no debe olvidar la cabeza del visitante.

Este país seguirá rodeado de países malotes y con malas pulgas, que malos vecinos los tenemos casi todos. Pero ellos seguirán ahí, con sus uves dobles y sus zetas, con su lengua seseante y de muchas íes, su carácter afable y su propia personalidad, que para eso han sufrido tanto por mantenerla. Les iba a poner una foto evocadora, pero WordPress debe de estar de vacaciones y no me deja. Así que vayan ustedes mismos y vean, que les gustará.

Viaje del verano

Pues al final no me he ido a China. Un día después de contárselo a vds, en la agencia de viajes empezaron a marearme. Un viaje en teoría de 8 días se convertía, de facto, en uno de 5, el precio aumentaba cerca de un 20% y si queríamos ir vía París teníamos que cambiar de aeropuerto. Yo lo achaqué a que hay agencias de viaje en las que los dependientes que ayer estaban vendiendo sujetadores, hoy te están sacando billetes de trenes, pero no. Los especialistas, más serios eso sí, tampoco me acababan de poner las cosas fáciles, por medio el tiempo me empezó a comer por los pies y me encontré con una desproporción enorme entre el precio del viaje y la premura de la decisión. Y es que los españoles nos hemos acostumbrado a ir sin visado a todas partes, y cuando nos lo encontramos en el camino nos supone una deadline insuperable. En fin, sea: China estará siempre allí, chinos habrá siempre aquí, y otra vez será.

A cambio, he hecho un viaje realmente encantador, de emociones diferentes, emociones a veces muy potentes. Meter en el mismo viaje Boston, Filadelfia y Washington supone irse a visitar otro país, sí, pero también otra historia, porque te topas con señores con levita o peluca un poco por todas partes. Desde el Independence Hall de Filadelfia, al Capitolio de Washington, pasando por el State House de Boston, por ahí andaba la declaración de independencia y la Constitución de los EEUU recordándonos a cada momento lo que es un país que se respeta a sí mismo y en el que no se andan con bromas cuando se trata de respetar las leyes, y desde luego no se cambian para poder cumplirlas. Sí, ya sé, ya sé, lo de los drones, lo de Guantánamo, lo de elegir al memo de Bush, ya sé, ya sé. Pero he estado en un país en el que se hablaba de igualdad y libertad antes de que se tomara la Bastilla, en el que se honra a sus mayores, a su historia y a sus muertos, donde la costurera que se inventó la bandera tiene un memorial respetado por todos, y en el que los errores de su historia, sus episodios vergonzantes, se reconocen con serenidad y sin ánimo de revancha. Así que cuando aterricé en Madrid, volví a lo que somos: un país echado a perder.

Y aparte del “coté” cultureta y político, decirles que Boston es una ciudad muy elegante, Filadelfia una ciudad muy estilosa y Washington una ciudad muy XXL, y las tres son ciudades muy recomendables. Los aviones y los trenes se han comportado como deben, y hasta el tiempo nos ha querido respetar. Eso sí, el lunes tengo hora con el fisio para que me arregle el cuerpo, porque lo he traído desvencijado de tanto caminar. Al menos los dedos no me duelen, así es que tal vez empiece a actualizar el blog, que lo tengo abandonadísimo. Veremos si las vacaciones dan de sí también para esto. De momento les dejo una fotito conmemorativa, y de lo demás, ya veremos.

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El géiser domesticado

Geiser despues unmundo para CurraY fuimos a Geysir. En Geysir hay un géiser. Bueno, hay varios, pero que haga esto que ven a su izquierda sólo hay uno. El resto son fumarolas. Y, en estado de reposo, charcos humeantes.

Parece ser que el géiser subía hasta 40 metros a veces. El problema venía por la parte del «a veces», porque hacía erupción un poco cuando le daba la gana. Y eso era una lata porque podías pasarte cuatro días esperando a que aquello hiciera FUUUU en condiciones. Bueno, cuatro días igual es mucho, pero echar la tarde ya lo creo que podías hacerlo allí, esperando el FUUUU del géiser. Y considerando que en Islandia, en verano, las tardes son eternas, pues la mayoría de los visitantes se iban de Geysir sin ver el géiser. O lo veían, pero en malas condiciones:  te pillaba tan desprevenido que no te daba tiempo ni a echarle una fotico para el álbum. Y ya de posar ni hablamos. Claro que el descontrol también podía ser el contrario, es decir, podías verlo hacer FUUUU cuatro veces en veinte minutos. Esto es una exageración mía, pero si ves eso explotar un par de veces sin que nadie te avise, se te quedan los nervios como para robar panderetas, y ya no duermes en toda la noche pensando que estás en una tierra hostil y que esa fuerza de la naturaleza buscará la manera de escapar de la tierra. Y puedes hasta tener pesadillas con las erupciones del géiser, saliendo en tromba o bien por el desagüe de la ducha o por otros sanitarios menos honorables, aquello haciendo FUUUU mientras tú tarareas algo de Mecano y saliendo despedida a la estratosfera… El horror islandés, ya digo.

Geiser-antes-unmundoparacurAsí es que los islandeses, muy astutos, hicieron algo para evitar aquel descontrol, y manipularon el géiser para que las erupciones fueran más manejables. No me pregunten cómo lo hicieron porque no lo sé, pero supongo que pondrían unas cañerías y un temporizador y así, el géiser hace FUUUU de manera regular. Regular de horario y regular de calidad, porque ahora el chorro es menos alto, aunque sigue siendo espectacular, eso sí, y se levanta unos 15 metros, más o menos. La leyenda cuenta que todo aquello vino como consecuencia del accidente de un matrimonio americano. Por lo visto, la mujer quería probar el agua del géiser en reposo, se remangó el pantalón y se puso a chapotear con los pies desnudos en el agua. Estos americanos… El caso es que algún dios islandés se ofendió de tal forma que hizo FUUUU por la tremenda y la mujer de aquella perdió las gafas. En fin, sea como fuere, el géiser ahora es un géiser domesticado y tiene desde entonces, aparte del notable atractivo turístico, una utlidad semejante a la del Big Ben.

Y una vez que vimos (y olimos) varias veces el géiser en explosión furibunda, tiramos las fotos de rigor y nos fuimos con la música a otra parte a seguir mirando calamidades geológicas. Pero los géiseres ya no son lo que eran. Eso sí: al del bar de enfrente le va de maravilla. FUUUU…

Irse a China

Me gusta mucho viajar, he tenido la oportunidad y me lo he podido permitir, así es que yo diría que conozco bastantes sitios. Un primer recuento me lleva a decir que he estado en 35 países, descontando España y estoy segura de que habré olvidado alguno, pero no sé si vale mucho contarlo así. Si vamos a ciudades, ni las cuento, porque me da una pereza infinita, aparte de que a ver qué hago con Islandia: me recorrí la isla entera y sólo se puede hablar, en propiedad, de  una ciudad. Y luego que no siempre la lista se hace con países: en ocasiones son islas, o puntos concretos del mapa. Así es que yo prefiero decir que he estado en muchos lugares y que conozco muchos sitios, en el entendido de que ir a Estados Unidos e ir a Nueva York cuenta como dos viajes distintos y que ir a Argel no es «ir a Africa».

Hay una cosa que me molesta casi tanto como que me digan que tengo los ojos azules, y es que en cualquier conversación sobre viajes, siempre hay alguien alrededor de la mesa que saca a colación justamente ese sitio en el que no has estado y te dicen «¿Cómo? ¿No has estado en xxx? ¡Con todo lo que has viajado y no has estado allí! ¡Huy, pues es maravilloso, verás…» Y te empiezan a hablar de ese sitio en el que si no has estado es porque no lo has considerado prioritario, y lo dices: «no he estado en xxx porque nunca me ha interesado una mierda», pero da igual: te cuentan con pelos y señales todo sobre ese sitio que no te produce el menor interés, intentas cambiar de lugar, intentas hablar de otro sitio, pero la conversación se queda enganchada ahí, en ese sitio que, vaya por dios, no has tenido el gusto de visitar. Durante mucho tiempo me pasaba con con Estambul. Estambul por aquí, Estambul por allá, qué pesadez, parecía que regalaban los viajes a Estambul en los bollycaos. Allí había estado quizá no todo el mundo, pero sí el que menos comía y más hablaba en la cena, hasta que ya, por fin, fui de una puñetera vez al puñetero Estambul, y pude quitármelo de encima. Y por cierto, que ahora es un sitio del que no tengo que hablar nunca, Estambul ya no sale nunca en ninguna conversación… Me pasa mucho con Escocia también, y no consigo engañar a nadie para ir. Es normal: ya ha estado allí todo el mundo. Aunque en el caso de Escocia consigo zafarme («Tengo entendido que se parece a Islandia, aunque sin géiseres y con menos calamidades») por lo general no sirve de mucho, y puedo decir que ya conozco Edimburgo, Inverness, el festival de verano, las Highlands y las brumas y las carreterillas como si hubiera nacido allí.

Este año quiero irme a China, otro de los destinos que estoy deseando quitarme de encima. Aparte de que se trata de un destino de lo más eficiente: Como dice mi amiga Merche, pones un pie en Pekin y tachas la mitad del mapamundi. Mira, en eso rivaliza con Moscú y con Montreal… En el caso de China, no es que tenga un interés especial, ya saben que a mí lo chino no me atrae mucho, aparte de que esa estética con tanto dragón rojo me asusta un poco. Pero creo que es un sitio que hay que conocer, es un país al que hay que ir y que no hay que tardar mucho, porque dentro de poco harán adosados aprovechando la Gran Muralla. Claro que lo llevo pensando toda la vida, pero siempre lo he dejado pasar, siempre había algo mejor, y ahora tengo la sensación de que ya voy tarde. Y por cierto que me está costando la vida cerrar el viaje. Lío con las fechas, lío con el trayecto, lío con los precios, lío con las agencias, lío con los vuelos. Todo son líos, que es algo que me parece muy chino.

No, Curra no viene. Con el lomo que tiene, lo mismo la echan a la cazuela y me la ponen en el plato laqueada…No, de ninguna manera.

 

 

Café en un marco incomparable

Por fin, el tranvía nos dejó a unas tres manzanas del hotel. No había un alma por la calle. Necesitábamos relajarnos, y nos propusimos cambiarnos y luego ir a tomar algo, aunque una vez en el hall nos dimos cuenta de que estábamos demasiado cansadas y pensamos que lo más sencillo sería tomar un café, aunque todo parecía cerrado.

Y fuimos a tomar café.

Se puede tomar café de muchas maneras: solo, cortado, con leche. También se puede tomar sentado, de pié, tumbado. Se puede tomar café en compañía, en pareja, sólo. Se toma café en un bar, en un restaurante, en tu casa. A media tarde, en el desayuno, después de comer o de cenar. El café es una bebida muy versátil, que permite muchas combinaciones: con hielo, con güisqui, con anís. Es una bebida social, que permite tomarlo en cada momento del día. Cuántos tratos no se habrán cerrado gracias a una conversación y un café, cuántos nuevos amigos no se habrán hecho en torno a un café, cuántas confidencias no se habrán susurrado alrededor de una taza de café.  Se puede acompañar de magdalenas, o de palitos de chocolate, o de galletas de coco. Y siempre sienta bien, el café.

Nosotras elegimos a touch of class.

Nos fuimos a un Seven Eleven que había un par de manzanas más arriba del hotel, lo preparamos nosotras mismas, con nuestras propias manos, en la cafetera; de camino a la caja, echamos el azúcar que extrajimos de un bote azucarero y le pagamos a un mozo somnoliento con gorrilla colorada con algún billete mientras, respetando la cola entre nosotras, agarrábamos nuestros vasos de plástico – con pajita y con tapita – con solemnidad y donosura.

A la solemnidad y a la donosura, yo le añadí una pizquita de resignación.

Y como no era cosa de quedarse en un supermercado a degustar un sencillo café, nos fuimos a la calle. Y como no íbamos a sentarnos en el suelo, nos fuimos a la parada del autobús más cercana a disfrutar de nuestro café. Una cosa nos llevaba a la otra. Es lo que tiene ser gente con clase, que las extravagancias se hacen con la mayor naturalidad.

En aquellos banquitos infames de la parada era imposible relajarse, pero por si acaso, a Susana le dio un ataque en el cerebro reptiliano y, según se aproximaba un autobús, nos hizo salir corriendo porque había un borracho enfrente que nos había mirado. Y es que, a mitad de cafeína, había tenido un sueño: el borracho se nos acercaba, sacaba una Mágnum del 44 y nos dejaba fritas como pajaritos allí en medio, mientras los pasajeros del autobús salían despavoridos y gritando ante el espectáculo de la sangre. Y al día siguiente, el periódico local titulaba en su portada: “Maniaco mata a cinco excéntricas”.

A touch of class.

 

Cuadernos de viaje.