Acuerdo sobre el blog

El otro día un amigo me comentó que, dado que últimamente yo no escribía mucho, montara un blog a medias con otro bloguero que conocía él. Parece ser que el otro bloguero tampoco escribe mucho y tampoco tiene muchos lectores, y que así los dos saldríamos ganando y nuestros lectores también: al parecer son casi los mismos, y tienen un perfil muy similar.

No me pareció mala idea. Todo lo que sea beneficiar a mis lectores es bienvenido y yo, por supuesto, estoy dispuestísima. ¡Todo sea por ellos! Y además, soy una persona muy dialogante. Mejor que dialogante: soy una persona abierta al diálogo.

Mi amigo, que es lector asiduo de blogs, me decía que él veía lógico y fácil el acuerdo. En la supuesta alianza, los dos blogueros pondríamos nuestro nombre en cada entrada, e iríamos alternando en la escritura. Nos podríamos repartir los temas, por ejemplo yo hablaría de fútbol y él de baloncesto. Y de este modo, atraeríamos tanto a los seguidores de futbol como a los de baloncesto. Creo que él también sabe de tenis, o sea que la parte de deportes estaría cubiertísima. Y eso es genial, porque los deportes atraen a muchos lectores y muy fieles.

Tal vez, eso sí, deberíamos llegar a algún acuerdo o compromiso. Por ejemplo, el nombre del blog. O no publicar los dos el mismo día. Y publicitar un poco el blog en nuestras cuentas de tuiter, en donde él tiene muchos más seguidores que yo, al revés que en Instagram, en donde yo le gano por goleada. Vale, le dije a mi amigo, yo estoy abierta al diálogo.

Mi amigo parece ser que lo habló con este otro bloguero y parece interesado. Eso sí, yo ya he dicho que en mi cuenta de Instagram sólo voy a publicitar Un mundo para Curra, no el blog común, porque mis seguidores son míos. Y que escribiré las entradas que pueda o que quiera, porque si mis lectores me aguantan aquí escribiendo poco, no veo por qué voy a escribir más. O menos. O mejor o peor. Yo, a mi ritmo. Y luego que publicaré cuando me parezca adecuado y si ese día ha publicado él, pues mala suerte. Y escribiré de lo que yo quiera, eh, que eso es una línea roja. Y si quiero escribir de un tema del que él sabe más, de baloncesto por ejemplo, pues mira, mientras no me corrija, todos contentos. De todos modos, yo estoy abierta al diálogo. Mi único interés es que mis lectores salgan ganando y sean más felices leyendo blogs.

Sobre acordar un nombre para el blog, no sé, quizá no sea necesario. Podemos escribir aquí, yo le doy una clave de invitado (con restricciones, por supuesto), y así mi lector filipino no se me despista. Eso sí, tendría que supervisar sus entradas, porque a ver si va a escribir de cosas que no me parecen bien, o pone frases que no me gusten o comas donde yo no las pondría. Eso sería inaceptable, qué iban a pensar mis lectores. Sí, mis lectores, los míos. Los suyos ya estarán acostumbrados a sus descuidos, allá ellos. A ver, yo estoy abierta al diálogo, pero veo una falta de ortografía y me sale el cordón sanitario del alma.

Mi amigo me ha dicho que el otro bloguero va a seguir solo. No lo entiendo, la verdad. Y supongo que ustedes tampoco lo entienden, de manera que deberá explicárselo. Y pedirles perdón de paso. Deberá rendir cuentas de su empecinamiento y de su falta de cintura. Y dar por hecho que ustedes ya no lo van a leer nunca en su vida jamás. Menudo fascista.

El Iphone buceador

No hubo nada heroico. Podría haber estado al borde de una piscina cuando, al auxilio de unos gritos de socorro, me hubiera lanzado al agua a salvar a alguien de morir ahogado. Podemos añadirle un componente dramático, por ejemplo, que el casi ahogado era un niño. O darle un tono sofisticado, que puede consistir en situar la piscina en un resort en las Maldivas. E incluso un aire romántico, terminando la historia comiendo perdices con el apuesto galán acalambrado.

Tampoco fue una situación divertida, como se dice ahora un momento fun (que no viene del inglés, sino del villancico aquel de 25 de diciembre, fun, fun, fun). Y es que cabría imaginar un domingo de sol y música, un grupo de amigos bajando el Sella en piraguas que no saben manejar y desde las que simulan guerras de piratas, entre risas, hermandad y alegría. Y en una de esas, zas, que te caes al agua.

Ni siquiera fue un suceso asombroso, de esos que te libras por los pelos para contarlo luego, entre el alivio y el trauma. Esas historias que tus amigos más morbosos se cuentan entre ellos. Por ejemplo, que vas paseando por el muelle de un puerto del norte cuando se levanta, soudain, la galerna, y una ola terrorífica se estrella contra las rocas y tú, por puro milagro, no la acompañas en su retirada, aunque acabas como una sopa. Para aumentar el dramatismo siempre podemos decir que fue en un puerto del País Vasco, y así ya no hay que entretenerse en describir la brutalidad de la ola.

No. No fue nada de eso. La realidad es que estaba yo por la mañana en bata pasando la fregona por el suelo de la cocina y, al agacharme a recoger el cubo, el cinturón de la bata se me metió en el agua sucia. Y como el cinturón va cosido, pues me la quité y eché la bata a la lavadora. Con el móvil dentro de un bolsillo. Los clonc, clonc, clonc que sonaban me hicieron agudizar la memoria y afinar el oído. ¿Habré metido unas zapatillas? No, que hace clonc y no pum. ¿Será un mechero? No, que el clonc es muy brutal. ¿Monedas? No parece, sonaría cling… Mira, casi que abro la lavadora. Y ahí estaba, el iphone.

Chorreaba pero seguía encendido. Lo dejé en una mesa, me llamé por teléfono, prudentemente alejada, y sonó. La huella no hacía mucho caso, pero al agitarlo al menos permitía meter el código. Mi explicación primera para tal prodigio fue que todavía no había salido el jabón y mucho menos había pasado el centrifugado, pero el pobre parecía un ecce apple goteante. Lo metí en una ensaladera llena de arroz y dejé que se consumiera la poca batería que tenía hasta el día siguiente.

Ha pasado una semana y ahí está, tan campante, aunque su aspecto es deplorable. Ha estado unos días afónico y el despertador funciona entre regular y nada, pero bastante tiene con disimular ese aspecto como de haber pasado por una escombrera. Incluso ha sobrevivido a mi falta de confianza: tuve que irme de viaje el miércoles y me llevé mi teléfono personal, que es un telefonito antiguo sin apps ni internet y que  conservo para esos momentos de la vida en los que de verdad estoy I’m out of office with no access to email, mensaje que no pongo nunca por parecerme de pobres, pero que no descarto terminar poniendo el día en que llegue a la conclusión de que, efectivamente, soy bastante pobre.

Llamé al responsable de los teléfonos de la oficina para que me lo cambiara, pero he decidido que no, que voy a conservarlo. Me interesa saber hasta dónde es capaz de resistir este teléfono y poder contar mi historia con un final de este tipo: «y me duró todavía sus buenos años, entre achaques (él) y dormidas (yo), que resistencia es eso y no la mía cuando era pequeña y no quería acelgas». Ah, Cupertino, mi capitán.