Pues aquí estamos los miembros del Club de lectura otro año más, fieles a nuestra cita con vosotros para hablaros de los libros que nos imponemos leer. Este año repetimos el experimento del anterior con libros de autores muertos, a ser posible hace mucho, para que el tiempo haya hecho su primera criba. La segunda condición es que sean libros cortos, por si acaso. Ningún por si acaso en nuestro club está de más, ya lo sabéis vosotros, seguidores avisados.
Este primer libro del año es La muerte de Ivan Illich, del insigne León Tolstói, autor, como sabéis perfectamente, de clásicos de la literatura como Guerra y paz o Anna Karenina. No sé si nuestro libro del mes es el más cortito que hay de este autor pero no me extrañaría. Sin embargo, cuando Juanjo dijo Tolstoi, a mí me salió una cana pensando en el tocho que nos iba a tocar, pero no, ha sido breve. Y lo bue, si bre, dos ve bue. Vamos al libro.
La muerte de Ivan Illich cuenta la muerte de Ivan Illich, como el título indica. Y por si acaso no nos hemos creído lo que dice la portada, desde el primero de sus doce capítulos ya nos lo confirma: el funcionario Ivan Illich ha muerto y sus compañeros de profesión reciben la noticia mientras juegan a las cartas, sin poder evitar pensar en quién de entre ellos ocupará el puesto de juez que deja forzosamente vacante. Y tú esperas que la novela siga por ahí, pero no. En el segundo capítulo Tolstói da un giro de muñeca y empieza a contarnos la historia de Illich, y lo hace de forma lineal: padres, infancia, juventud, primeros trabajos, matrimonio de medio conveniencia, nacimiento de sus hijos, y finalmente, el traslado a una nueva ciudad que le permitirá salir del aburrimiento en el que se ha convertido su vida. Por lo demás, un hombre vulgar y corriente, tirando a apático, práctico y un poco sumiso:
“Era ya en la facultad lo que sería en el resto de su vida: capaz, alegre, benévolo y sociable, aunque estricto en el cumplimiento de lo que consideraba su deber; y, según él, era deber todo aquello que sus superiores jerárquicos consideraban como tal»
«En el cargo de juez de instrucción… se ganó el respeto general y supo separar sus deberes judiciales de lo atinente a su vida privada»
«Los deleites de su trabajo oficial eran deleites de la ambición; los deleites de su vida social eran deleites de la vanidad.» (esta frase me encantó)
En la nueva ciudad, preparando la nueva casa donde va a vivir, Ivan Illich se cae de una escalera, se da un golpe en un costado y a partir de ahí ya no levanta cabeza. Cae en una enfermedad extraña que ningún médico es capaz de curar y finalmente muere. Su enfermedad y muerte ocupan dos tercios del libro (desde el capítulo cuatro), y así como la primera parte se hace muy distraída y los capítulos dedicados al principio de la enfermedad logran mantener la intriga (la intriga de cuál es la dolencia, porque tú, lector, ya sabes que muere), hacia el final la novela decae y se convierte en un texto un poco pesado y reiterativo. Pero, en general, se lee con mucho gusto (si uno supera la falta de afecto que provoca Illich, que es un poco quejica y un flojo).
Es precisamente la parte final de la novela lo que constituye, si leéis la nota de la editorial, el nudo del relato: Ivan Illich se lamenta, cuando se sabe condenado a muerte, de la inutilidad de su vida y de la irreversibilidad del tiempo. Parece ser éste el quid de la questión, aunque no estoy yo tan segura de esto, porque al mismo tiempo que se lamenta, también Illich se pregunta cómo debería haber vivido la única vida de la que ha dispuesto sin poder responderse¹. Me parece más un hombre que se rinde demasiado pronto, que no sabe luchar o, mejor dicho, que no tiene ningún motivo que le empuje a ello.
Con todo, me parece una buena novela y me ha gustado, desde luego. Qué quieren: es Tolstoi. Su final («Este es el fin de la muerte. La muerte no existe») es de una contundencia fabulosa. Dicho esto también os diré que he tenido la suerte de manejar una edición que trae otra novela más de Tolstói, Jadzhi Murat, más larga pero infinitamente más entretenida: la historia de un guerrero del Cáucaso en lucha contra los rusos. Esta novela ya no os la cuento, que no toca, pero la recomiendo vivamente, casi casi con euforia.
Como en otras ocasiones, podéis encontrar otras opiniones sobre el libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdida, en Lo que lea la rubia y en la propia página del Club, donde está la opinión de Juanjo. Ellos ya habrán publicado: yo hoy llego tarde por un despiste espero que perdonable. A ver cómo seguimos el año y si sigue la buena racha. Esperemos que así sea.
Lo he leído un par de veces. La última vez me apasionó.
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Pues apasionarme no, a tanto no he llegado.
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1.-Nunca he leido a un ruso
2.-del club de gafotas eres con la que más coincido.
3-.Habeis dejado ese vicio de la autolesión a través de leeros ladrillos infumables
4-.Lo ha recomendado juanjo
5-.Lo meto en la lista de pendientes.
Dado que desgraiaito y la rubia ponen a pelar a los traductores estaría bien que alguno refirais una traducción digna.
MUaksss pa todos mis queridos gafotas!!
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La edición que he manejado yo está bien. Es la de la Alianza.
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Es un buen libro, sin duda. Tengo que hacerme con una edición digna de Hadji Murat porque lo intenté leer una vez y era tan mala la edición que lo dejé por imposible.
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Mira la de Alianza, en serio. Es una buena traducción y está cuidado. Yo no he notado el refrito de traducción del que hablas tú.
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