No crean que estoy muy inspirada para escribir este último post del año. Supongo que tendría que hacer un recapitulativo, o listar catorce cosas buenas que me hayan pasado. Alternativamente podría poner una lista de buenos deseos. Una lista de sueños por cumplir, por decirlo en cursi. Pero eso me exige pensar, y ahora estoy de vacaciones. A cambio, aquí me tienen, sudando la gota gorda, después de llevarme un buen rato luchando con un tronco de encina que no quiere prender.
Y es que hoy me han traído leña al poblachón. El hombre de la madera ha tenido la amabilidad de venir con ella hoy, 31 de diciembre, y de colocarla en el trastero. Yo nunca había comprado leña. De eso se ocupaba mi padre, que la encargaba a alguien de su pueblo, en la provincia de Toledo. Se la traían en un camión y luego el guarda le ayudaba a colocarla en el trastero. La última que encargó la colocó el guarda solo, porque mi padre ya había fallecido. Y allí estuvo tanto tiempo que yo creo que se la acabó llevando el mismo guarda que la había colocado. Aquella chimenea acabó sellada y sellada sigue, hasta que alguien le quiera pegar un martillazo y pruebe con leña nueva.
Ahora, en esta casa, el dueño anterior me dejó un trastero lleno de buena leña, muy seca, magnífica. El año pasado me dediqué a regalarla, total para qué quería yo tener leña si no iba a encender la chimenea, y me quedé con muy poquita. Pero un día de invierno muy húmedo, probé. Y he seguido encendiéndola cada fin de semana que he venido, porque es un placer y porque hay algún embrujo en mirar el fuego. Y en oírlo. Y en olerlo. Sentarte a leer un libro, con un café o una copa de vino, mientras se está yendo el sol o ya de noche cerrada, en silencio, es un placer. Un pequeño placer, modesto, sencillo, un poco tonto, lo reconozco. Pero placer.
Tengo que decirles que a veces cierro el libro y enciendo la tele. Y un día como hoy veo a gente con serpentinas y gorros ridículos, chillando delante de una cámara y diciendo cosas ininteligibles, contestando a preguntas obvias, gritando y haciendo aspavientos, simulando una fiesta que a mí me parece algo vulgar y bastante estúpida y deseándole a todo aquel que le esté viendo en ese momento un feliz año nuevo. Y yo, desde Marte, se lo agradezco porque me han educado, y hasta digo igualmente porque soy en el fondo una buena persona.
Sentada en mi sillón, al lado de mi chimenea que hoy estrena leña, os deseo un Feliz 2015. Que os traiga salud a todos, también a vuestros seres queridos. Y que no solo os permita disfrutar de pequeños placeres, sino que además os deje tiempo para encontrarlos.
Feliz 2015.
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Estar junto a un fuego es siempre un GRAN placer. ¡Feliz 2015!
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La chimenea es un placer. Tienes toda la razón. Y los que no la tenemos, la echamos de menos. Feliz 2015
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