Entre bolardos

Las voces de políticos y guitarristas del Imagine nos dirán que no van a conseguir doblegarnos ni cambiarán nuestra manera de vivir. Pero de momento vivimos entre bolardos. La furgoneta que nos trae el pan también nos puede traer la muerte y de seguir así, tendrá menor riesgo cruzar la calle que pasear por una peatonal. Cantemos todos: no, no, no nos moverán. 

Desde el 11-S ya han cambiado nuestra manera de vivir, porque no hemos sido capaces de cambiar nosotros la manera de vivir que traen estos psicópatas en sus países, en su origen y en la llegada a nuestras tierras. Porque la cosa termina con una pandilla de veinteañeros jugando a las bombonas de butano, pero empieza por un padre que vive sin esfuerzo de una subvención y que pasa sus días fumando y mirando bovinamente nuestra vida sin intentar comprenderla. Y por una madre tapada de pies a cabeza que tampoco entiende nada de una sociedad que se dice libre, pero en la que vive con los mismos derechos de facto que en su miserable tierra. Y le dirán a su hijo: no, no, no nos moverán, aunque sin cantarlo.

Son ellos o nosotros. Es su puta hijab o mis pantalones cortos. Podemos acoger a muchos refugiados de esos infiernos, podemos dar la bienvenida al inmigrante que viene a trabajar y a prosperar, y yo estoy muy a favor de ello, que nadie lo dude. Y eso no debería ser incompatible con hacerles ver, desde el mismo momento en que pasan la frontera, que su odio, su mierda mental, su asquerosa ideología disfrazada de piedad religiosa se queda a ese lado de la frontera. Que una cosa es importar el cous-cous y otra que una mujer no pueda salir de casa sin taparse. No se trata de poner leyes especiales para ellos, sino para sus delitos irracionales, para su enfermiza voluntad de querer construir nuestro futuro con su repugnante presente. Muchos de sus comportamientos y palabras son equivalentes a los de un nazi paseando una esvástica, y de él nunca creeríamos sus cuentos sobre un mundo nuevo mejor. Ese es el nivel. No hay soluciones mágicas, pero el principio no está cuando empiezan a fabricar la bomba.

Si se hubieran puesto bolardos en las Ramblas, habrían encontrado cualquier paseo marítimo lleno de niños para atentar. Del mismo modo que la muerte está en sus cabezas y no está en la furgoneta o en el cuchillo que usan, nuestra defensa no está en los bolardos, sino en nuestras convicciones y en nuestra capacidad para imponerlas (¡sí, imponerlas!) con mano muy dura, con intransigencia, con el mismo fanatismo e incluso violencia que utilizan ellos. No puede haber ningún diálogo y ninguna componenda, no deben poder escapar por ningún derecho que nos hayamos dado. Su vida tiene que resultar imposible, sus ideas un infierno en nuestra sociedad. Odio y rabia, y llamarles hijos de puta hasta que nos duela la boca. Será eso o vivir entre bolardos, y esperar al último pelotón de soldados, en realidad un retén de policías.

Catorce familias desoladas y un centenar sin vivir pensando en la recuperación de sus familiares. Un país sobrecogido, conmovido, apenado. Los que han caído son nuestros caídos. Sus caídos, cucarachas inmundas que hay que barrer después de aplastarlas y después de sacarlas de sus agujeros y de localizarlas en la cocina y el salón. Esos bichos, los verdaderos infieles de nuestra civilización.

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