Entre el cielo y el suelo

Entre el cielo y el suelo hay algo…, cantaba Mecano. En el caso de Madrid, entre el cielo y el suelo está Manuela Carmena.

Cuando llegó al ayuntamiento, yo me reía y bromeaba: «¿Qué más nos puede pasar a los madrileños después de tres años con la Botella de alcaldesa?» Me equivoqué: podían pasarnos muchísimas más cosas. Ya lo creo.

Anita Botella dejó un Madrid con los impuestos por las nubes y la basura campando por los suelos. Una perfecta desgracia, cuyos desmanes parecían imposibles de superar, tanto para arreglarlos como para empeorarlos. Pero nada es imposible en este Madrid de mis amores: Manuela Carmena y sus pandilla de concejales pijos, unos niñatos que se dedican a jugar en el ayuntamiento (¡qué chupi todo!) siguen teniendo Madrid hecho una mierda, y tasas o impuestos que no mantienen es para subirlos. E igual que hacía la derecha pepera, la izquierda premoderna nos echa la culpa a los madrileños, por ensuciar. Así que ya sabemos que, si de lavar se trata, nuestros políticos municipales lo único que harán a conciencia es lavarse ellos mismos las manos.

Limpiar no toca, y ordenar el tráfico tampoco. Mejor desordenarlo, que como decía Radio Futura, en el caos no hay error. Y así, sales de casa sin saber por dónde puedes circular, ni a qué velocidad, si te dejarán o no aparcar, si el corte de tráfico es para celebrar bicicletas, niños o machirulos, si esta o aquella calle la cerrarán, si esa valla es para que no pases tú o para que no pase un autobús, o quizá es una que se dejó algún operario confundido, si esos conos sirven para una obra, para un control o porque no saben dónde colocarlos. Todo es confusión en la jinkana en la que se ha convertido Madrid.

Ahora miran al cielo, consultan unos chirimbolos en los que se ha puesto un límite arbitrario, y decretan unas medidas de trazo grueso que no sirven para bajar los humos, ni siquiera los de la tropilla feliz del ayuntamiento. Como Salomón, han decidido partir el parque automovilístico en dos: hoy que circulen los impares, que los pares ya los ponen los concejales. Que otra cosa no, pero huevos no les faltan.

Digo yo que si hay tanta contaminación y es tan peligrosa, lo que deberían prohibir es caminar, montar en bici y correr. Nada de abrir ventanas, y si hay que salir a la calle y no se dispone de una escafandra ¿qué mejor que refugiarse dentro de un coche? Eso sí, todo esto sólo vale dentro de los límites de la M-30. Cruza usted el puente de Ventas y no sólo se acabó el peligro, sino también la facultad de contaminar.

Probablemente los que viven fuera de Madrid (fuera, fuera, en otra provincia, no en la calle Arturo Soria, por poner un ejemplo), pensarán que esta es la ciudad del Apocalipsis. Y hombre, tanto no: de los cuatro jinetes, sólo llevamos dos ejerciendo de alcaldesas. Incluso yo diría que esta cruz que nos ha caído es un poco como acoger unos Juegos Olímpicos. No nos los concedieron, pero a cambio tenemos un Ayuntamiento que celebra una versión de Olimpiadas de la pandilla basura.

A mí no me han contado cómo era y cómo estaba Madrid hace cinco o seis años. Pero si quieren, se lo puedo contar yo. Vivo en una de las ciudades más bonitas del mundo, simpática, castiza, tolerante, animada, con un cielo azul maravilloso, con un tiempo extremo, pero que deja pasear durante 10 meses y que me encanta. Una ciudad extraordinaria sí. Y también una ciudad con muy mala suerte con los alcaldes, en especial con aquellos que no elegimos.

En fin, también estos pasarán. Confiemos sólo en que dejen algún matojo con vida, aunque esté contaminado.

 

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