Pum, el Brexit

Me gusta mucho a mí esa frase que me encontré en un curso para Jefes de Proyecto: si no sabes dónde vas, lo más probable es que te pierdas. También está aquello [¿Cicerón?¿Séneca?¿Florentino Pérez?], de que si el barco no tiene un destino, ningún viento le es favorable. Con más o menos poesía, las dos frases vienen a explicarlo mismo: la deambulación.

No he seguido en detalle el asunto del Brexit porque es un lío endemoniado. Pero soy capaz de hacer mi propio resumen. Unos políticos más aficionados a discutir en la barra de un bar que en un parlamento (David, sujétame el cubata), deciden preguntarle al pueblo si ellos, los del pueblo, son más bonitos que un San Luis, por ejemplo el de los franceses. Y, claro, sale que sí. Nosotros somos mejores, los otros son unos infrahumanos que no se lavan, solos estaremos mejor, viva nuestra independencia. Y ahora hay que hacer caso del mandato, y entonces empiezan a comprender que el asunto es más complejo de lo que habían previsto y que los de enfrente también tienen cositas que defender. Pum, el Brexit.

Preguntarle al pueblo. Ya, ya. El pueblo es usted, sí, que se tiene por una persona informada, moderada y responsable. Pero debería pensar que el pueblo es también ese tío que con cuatro amigos empujó a una chavala al chiscón de un portal en Pamplona para violarla en grupo; es también ese descerebrado que se pone un pasamontañas para quemar un contenedor y es también ese que no se pierde un capítulo de Gran Hermano, o de cualquiera de esos programas vomitivos de la televisión. El pueblo son todos esos analfabetos que campean en Twitter corrigiendo a catedráticos y llamando hijodeputa a cualquiera que opine lo contrario de lo que piensa. El pueblo son los que no vacunan a sus hijos y los que creen que la Tierra es plana y que el hombre nunca llegó a la Luna. Y eso, como noticia, no es lo peor: lo peor es que son la mayoría.

Hace muchos años, mi amigo Alfredo fue destinado a Tenerife a hacer la mili. Cuando llegó allí, le pusieron a dar clases a otros reclutas, porque él tenía el bachillerato. Me contaba, entre sorprendido y disgustado, la cantidad de alumnos que tenía. «Nosotros vivimos en una burbuja, Carmen. El mundo no es nuestros amigos, nuestras familias, nuestros conocidos. Hay un mundo que no comprende lo que lee, que no sabe lo que es un porcentaje, que cree que la luna tiene luz propia y que no sabe quién era Felipe II. Llegas pensando que eso era una cosa XIX, pero te das cuenta de que a finales del XX esa gente también existe». Y a principios del XXI, añado yo ahora, sigue existiendo.

Así es que la democracia, un hombre un voto, está en manos de una mayoría de gente bastante borrica, lo que da a unas elecciones una apariencia de ejercicio de riesgo extremo. Eso de que el pueblo siempre tiene razón lo pongo yo muy en duda: el pueblo lo que tiene es suerte, que es distinto. Porque cuando a la masa de ignorancia le pones una mecha de demagogia ya tienes un bonito explosivo. Lo normal, entonces, es que a tu país le pase cualquier cosa, como por ejemplo, pum, el Brexit.

Entre los reclutas que formaba mi amigo Alfredo también había el biotipo que cree que las cosas se resuelven a bofetadas. Con valor, vaya.  Un personaje de G. Chevalier, en El miedo, dice que «el valor es una virtud de subalternos, la inteligencia es una virtud de jefe», y sí, puede ser, puede ser. Pum, el Brexit.

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