[…] Le processus parait désormais infini, car les crimes qu’il faut réparer sont parfois très anciens. On peut, à ce titre, s’interroger sur la propension de certains à se déclarer «descendant d’esclave». Si cette filiation est la plupart du temps réelle (nous écartons le cas marginal des imposteurs), la revendication effectue, elle, un tri entre les ancêtres de celui qui la formule. Tous ses aïeux n’étaient pas esclaves; certains ont vecu avant l’esclavage, d’autres après l’esclavage; certains ont peut-être été des grands résistants, des intellectuels brillants, des héros politiques. Cependant, au-delà de la nécessité indéniable de dénoncer le crime d’esclavage, l’attrait exercé par le statut de victime pousse à choisir dans son arbre génealogique ce qui est perçu, dans nos sociétés contemporaines, comme le plus gratifiant, c’est-à-dire, la victime.
La stratégie de l’émotion, Anne.-Cécile Robert (Lettres libres)
Que traducido viene a decir que el proceso de victimización parece ya infinito, porque los crímenes que hay que reparar son a veces muy antiguos. Nos podríamos interrogar, en este sentido, sobre la propensión de algunos a declararse «descendiente de esclavo». Si esta filiación es en la mayor parte de las veces real (descartamos el caso aislado de los impostores), la reivindicación efectúa, en sí misma, un sesgo, una clasificación, una elección entre los ancestros de aquel que la formula. Todos sus antepasados no eran esclavos, algunos vivieron antes de la esclavitud, otros después; algunos pudieron ser grandes resistentes, intelectuales brillantes o héroes políticos. Sin embargo, más allá de la necesidad innegable de denunciar el crimen de la esclavitud, el atractivo que ejerce el estatuto de víctima empuja a elegir, entre el árbol genealógico, lo que se percibe como más gratificante, es decir, la víctima.
Y el que dice esclavo, dice republicano, o nacional, o indígena, o whatever. Tú coges, miras en tu árbol genealógico, y alguna víctima encontrarás. Aunque sea la víctima de un accidente de coche, pero alguna encontrarás. Y a reclamar perdón y a dar pena, que es gratis.
Este verano en Colombia, un individuo bien blanquito y bien rubio nos enseñaba, en un pueblo muisca de mentirijilla, un mapita en el que se leía que dos millones de indígenas habían sido asesinados por 250 españoles que remontaron el río Magdalena. El cuento era muy grosero. ¿De dónde son ustedes?, nos preguntó antes de empezar a decir tonterías. De España, contestamos. Ah, nos dice, pues discúlpenme si digo algo que les ofenda.
En fin, de aquella charleta lo único ofensivo que recuerdo era el desprecio a la menor inteligencia. ¿Qué podría decir aquel individuo que me pudiera ofender a mí? Los últimos antepasados cuya mala mención me puede llegar a ofender son mis abuelos, y estoy segurísima de que ninguno de ellos remontó el Magdalena. ¿Qué debería ofenderme entonces? ¿Lo que hicieron sus propios antepasados sin duda europeos? ¿Lo que votaron sus abuelos? ¿Lo que no han hecho sus padres? ¿Debo ofenderme por un pasado inventado sobre cuya historia tan manipulada como truculenta un tontainas se ha montado un negocio? ¿En 2018? ¿En serio? Ya lo decía Cipolla: contra la estupidez es inútil luchar, sólo se puede intentar huir.
Les confesaré una cosa: Cortés es mi cuarto apellido. No pienso pedir perdón a nadie. Y digo más: que se anden con ojo los mexicanos, que igual me ofendo y les exijo una reparación. ¡A mi abuela ni tocarla!