El tiempo de los regalos, de Patrick Leigh Fermor

El tiempo de los regalosPrimero de abril, el mes de las flores y la explosión de la primavera, y día dedicado al tercer libro del año del Club de Lectura, más tortura que nunca. No sé si les he contado que tuve alergia al polen cuando era adolescente y me la quitaron con inyecciones y pastillas, un tratamiento de varios años. Este club de lectura no me provoca alergia a los libros, aunque en algunos casos consigue que el efecto de la lectura sea parecida a la de los antihistamínicos. Este tercer libro del año me ha provocado también mucho sopor, me distraía con el vuelo de una mosca y ha habido tramos que hacía una especie de lectura canguril e iba saltando de párrafo en párrafo para no tragarme las descripciones interminables de la nada que hace este hombre, de quien destacaré dos cosas: una asombrosa memoria y una buena pluma. Y ya.

Nuestro amigo Fermor decide con 18 años ser escritor. Y como no tiene gran cosa que contar, decide emprender un viaje, en 1933, desde Inglaterra hasta Estambul. De ahí salen 3 libros, de los que me he leído el primero, que es el que da título al post, aunque el ejemplar que he manejado contenía también el segundo (Entre los bosques y el agua), pero no lo he leído. Si les digo la verdad, no sabía si lo tenía que leer, pero me he cuidado mucho de preguntárselo a mis compañeros de club, no fuera cuento que me contestaran que sí y tuviera que embarcarme en el 47% restante de lo que me quedaba. También parte de mi agradecimiento se lo dedico a Mr. Fermor, porque se le podría haber ocurrido irse hasta Calcuta a saludar a su padre y en ese caso, el primer volumen de la trilogía hubiera sido muchísimo más largo.

Verán, este libro es literatura de viajes, que si tiene unos personajes fijos y el que escribe le pone coña marinera, o le suceden cosas trepidantes, uno se puede divertir. Pero si no, la literatura de viajes es como asistir a un pase de dispositivas de las vacaciones de unos amigos, con proyección incluída de uno esos vídeos infumables en los que te muestran con todo detalle el cielo de una catedral. Cuando yo me cruzo en mis viajes con esos japoneses que van grabando gárgolas, y frescos, y estatuas, y vidrieras, me imagino después la tortura que puede suponer tragarse ese vídeo. Por muy bien hecho que esté y por muy buena calidad que tenga la imagen. Y algo de eso le pasa a El tiempo de los regalos. Vean si no:

«Y de improviso, mientras haraganeaba allí, el silencio se hacía añicos cuando la primera campanada de una iglesia ponía en fuga a un centenar de palomas apretujadas en una cornisa palladiana, que esparcían avalanchas de nieve y llenaban de alas el cielo geométrico. Los palacios se sucedían, había arcos cubiertos extendidos de un lado a otro de las calles y columnas que sostenían estatuas. Inmovilizados por el hielo, los tritones parecían indecisos bajo el cielo nuboso, y había docenas de cúpulas acanaladas. La mayor de ellas, la cúpula de Karlskirche flotaba con la liviandad de un globo en el hemisferio de nieve que la rodeaba, y los frisos que rodeaban en espiral a los fustes de las dos columnas protectoras, coronadas de estatuas (exentas y tan trabajadas como las de Trajano) aumentaban de repente la sensación de giro al desvanecerse a media altura en un remolino de copos de nieve.»

Y después de leer esto, yo no dejo de pensar en el japonés con su Sony Handycam y a unas pobres víctimas sentadas en su cuarto de estar con un bol de patatas fritas en el regazo.

Al relato interminable de descripciones de campos, de ríos, de calles, y de paisajes urbanos o rurales, en donde no pasa absolutamente nada, sitios, escenarios y paisajes en los que nadie repara porque no tienen el menor interés (te detalla las ramas de un arbol de la carretera, las flores de los caminos, los copos de nieve), le sucede de vez en cuando algunos ramalazos de la historia de los países que va conociendo (Alemania, Austria, Hungría), que te sacan de la monotonía y te distraen durante un par de páginas. También tienen interés algunas curiosidades geográficas, pero poco más. Ni siquiera las descripciones de ciudades que conozco han logrado engancharme, y el libro me ha parecido un aburrimiento.

Yo le he dejado entrando en Hungría, cuando nos dice: «el Danubio pasa por Budapest como un hilo pasa por una perla». Temiéndome que el papel de ostra me tocara a mí y a mi aburrimiento, no me he quedado a saber sus impresiones de una de las ciudades más bellas de Europa y ahí se ha quedado la segunda parte. Pero sí diré que si les gustan los libros de viajes, léanselo que disfrutarán. Porque, y esto me interesa decirlo, el autor te cae muy bien en todo momento (Fermor escribe ya con los ojos de un hombre maduro y de memoria, aunque intercala pasajes de uno de sus diarios), y tanto el jóven que viaja como el hombre que escribe se te hacen simpáticos en todo momento.

Como cada mes, tienen otras opiniones sobre el libro (algunas creo que serán muy entusiastas) en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

5 pensamientos en “El tiempo de los regalos, de Patrick Leigh Fermor

  1. Ya lo siento, Carmen. Prometo no proponer más libros de señores que caminan. Ya me los leeré yo solito y no os aburro con ellos. El caso es que a mí me encantan y este no ha sido una excepción. Me encanta ver cómo se enfrenta al mundo, su ingenuidad y su alegría a través de esa Europa que en unos pocos años será arrasada.

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  2. Carmen, me siento muy cercana a ti. Has reflejado estupendamente el aburrimiento que supone leer este libro, a pesar de lo simpático que resulta este buen señor.

    Este mes hemos tenido una prueba más de lo distintos que somos como lectores. Y me reitero en lo de copiarle a Pau la actitud ante los libros, voy a presuponer que me van a gustar. Veremos.

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  3. Menos mal que con el ipad la reseña te iba a salir cortita xD
    Coincido en casi todo lo que dices aunque creo que yo he disfrutado del libro mucho más que tú. Es verdad que este señor se hace simpático y es verdad que le sobran descripciones interminables. Yo estoy pensándome si seguir por Hungría, y creo que voy a seguir porque el libro de este mes va a durar un asalto.

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