Malala Yousafzai es la ganadora del Premio Nobel de la Paz 2014 (junto con Kaliash Satyarthi), premio que le han concedido por defender el derecho a la educación de las niñas en Pakistán, y por extensión el derecho de todos los niños en el mundo. Hija del dueño de un colegio en el norte de Pakistán, sufre la llegada de los talibanes a la región, aunque antes ya vive en un ambiente en el que la mayoría de las mujeres, incluida su madre, no saben leer ni escribir y viven dedicadas al cuidado del hombre, que en el caso de estos retrógrados viene a ser como cuidar a cualquier animal de granja.
Malala cuenta con que su padre es un hombre de progreso que está a favor de la educación de los jóvenes, y eso le permite empezar a rebelarse desde muy pequeña. Cuando los talibanes llegan al valle de Swat, Malala tiene poco menos de 10 años, pero ya se da cuenta de que hay que alzar la voz contra esas bestias que primero aconsejaban cerrar las escuelas y luego ya, directamente, las dinamitaban.
«Habían puesto la bomba de noche… un lugar en el que las niñas sólo querían aprender a leer y escribir y a sumar. ¿Por qué?, me preguntaba. ¿Por qué representa un colegio semejante amenaza para los talibanes»
Naturalmente, la pregunta es retórica y ni se molesta en contestarla. Sólo en 2008 los talibanes volaron 200 escuelas. Y esta niña empieza a salir en periódicos y en medios, y crea movimientos civiles para tratar de detener la locura. Llega la guerra, es desplazada… Con 12 años es invitada por la BBC a escribir un diario sobre lo que estaba pasando en Pakistán, y bajo seudónimo describe el totalitarismo y lo denuncia en primera persona.
Y digo casi porque este libro es un testimonio sobre la barbarie y el totalitarismo religioso. Sobre los que se llaman a sí mismos buenos musulmanes y no son más que un Pol Pot con turbante, un Goebbels con barbas, un virus de la peste con piernas y brazos. Porque Malala no deja de mencionar a Alá, no renuncia a su fe en ningún momento. No llama al odio, ni a la venganza: simplemente defiende la educación como método para el progreso de las personas, como un derecho de todos los niños en el mundo. Simplemente nos hace ver que creer en Dios no tiene nada que ver con firmar con el dedo, y también que la protesta pacífica puede ser más útil que la geopolítica de chichinabo.
Dice la editorial: La poderosa historia de Malala nos abre los ojos a otro mundo y nos impulsa a creer en la esperanza, la verdad, los milagros y la posibilidad de que una persona -una persona muy joven- puede inspirar el cambio en su comunidad y más allá. Y aunque sólo sea por eso, por su valor testimonial, vale la pena leerlo.
También publiqué esta entrada el pasado día 5 de noviembre en el blog El Buscalibros http://www.el-buscalibros.com
Como bien dices, el Islam no es eso. Esos son unos perturbados mentales. Un beso.
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Es que leo algo de esta gente, o veo algo en la tele, y me cabreo como una mona, oye.
«que en el caso de estos retrógrados viene a ser como cuidar a cualquier animal de granja»
Muy buena la frase, pero yo apuntaría algo en favor de los animales de granja. Animales o no, respetan al que les cuida. No he visto ninguna vaca intentar lapidar a la granjera por ordeñar a otra.
Un saludo
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Llevas razón en lo de los animalitos de granja. Debería haber dicho cuidar cocodrilos, o serpientes. Para otra vez.
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