Por el amor a la física, de Walter Lewin

Martin A. La ReginaPrimero de marzo, hoy toca hablar del libro del mes del Club de lectura. Segundo libro del año y primer abandono. Así están las cosas. Mi madre diría aquello de al primer tapón, zurrapas. El jueves, después de haber penado por unas 150 páginas, abrí el libro y leí: «Una corriente eléctrica circula entre un potencial eléctrico alto y uno bajo. La intensidad de la corriente depende de la diferencia de potencial y de la resistencia eléctrica entre los dos objetos. Cuanto mayor es la diferencia de voltaje y menor es la resistencia, mayor es la corriente eléctrica resultante.» Entonces me pregunté: ¿pero qué hago yo leyendo esto? Me acordé entonces de la primera ley de Newton sobre la inercia y me dije que la desesperación es una fuerza como otra cualquiera para alterarla, así es que abandoné el estado de lectura y comprobé de paso la infalibilidad del autor para demostrar las leyes de la física.

Los libros proporcionan conocimiento, y hay libros de divulgación muy divertidos, sin duda. No es necesario estar interesado por el objeto de divulgación: basta con que las cosas estén bien contadas. Por el amor a la física es un libro de curiosidades y experimentos, alternado con farragosas e insoportables descripciones científicas que tratan de explicar en detalle los fenómenos que te cuenta el autor y que, lejos de proporcionar alguna luz en la oscuridad de tu ignorancia, te sumerge en el abismo del aburrimiento. ¿Amor, dice Lewin? ¿Amor? Nos habla del amor loco que provoca la belleza de la música y luego nos dice algo como «la longitud de onda en el aire de un tono de 440 hercios es 340 dividido entre 440, es decir, 0,772.«, y no sé a ustedes, pero a mí el amor se me baja hasta los pies a la velocidad de la luz, sin contar con la gravedad y despreciando el rozamiento del aire.

Tenemos delante de nosotros un libro escrito con un entusiasmo y una motivación ilimitadas, pero que se hace pastosa y verborreica y que transmite la misma poesía que mirar a un adolescente con granos. Hay un capítulo dedicado a los arco iris en donde el autor nos cuenta que se metió un día en la ducha y que entraba un rayo de sol y, oh, se formaron dos arco iris. «Como tenía el agua tan cerca, y como mis ojos están a unos cinco centímetros el uno del otro, cada ojo tenía su propia línea imaginaria. Los ángulos eran los precisos, la cantidad de agua era la justa y cada uno de mis ojos veía su propio arco primario. Si cerraba un ojo, uno de los arco iris desaparecía; si cerraba el otro, desaparecía el otro arco iris«. Qué cosas. A mí se me ocurre que de haber cerrado los dos ojos a la vez, ya no hubiera visto ningún arco iris, aunque prefiero no pensar mucho en este episodio para no imaginarme a ese señor desnudo, rodeado de pompas de jabón y guiñándome alternativamente los ojos para demostrarme la refracción de la luz. Tengo que decir que en este punto, mi cabecita empezó a calcular la batalla entre la fuerza centrífuga de tirar el kindle por la ventana y la centrípeta de ahorrar los 129 euros que costaría uno nuevo.

burro motivadoEste señor no es ningún tontainas, aunque se disfrace de burro motivado para contarnos cosas muy complicadas y haga payasadas para que nos guste la ciencia. Es un profesor del MIT que ha dedicado toda su vida a la enseñanza de la física y que ha realizado unos vídeos muy populares y unos cursos on line (en el prólogo nos dicen, con un infantilismo que provoca algo de sonrojo que ¡hasta Bill Gates los ha visto!) que sirven para hacer la física algo curioso y para demostrarnos que estamos rodeados de ella, y que todo se puede explicar con ella. Hombre, pues sí, aunque el sopor que provoca el libro no lo explica la física, sino la diferencia entre un medio como es el vídeo y la escritura, puesto que una demostración  contada pierde mucho interés, y si ya está mal contada resulta insufrible. Un horror, un desorden y una pesadez que a mí me han provocado justo el efecto contrario: que deteste todo lo que tenga que ver con sus experimentos, con sus explicaciones y con este individuo.

Eso por no hablar del autobombo insoportable que se da a sí mismo cuando nos cuenta el asombro que provocan sus demostraciones, lo divertido que es y lo que hace reir, lo maravillados que deja a sus espectadores, o lo impostado que resulta el entusiasmo con el que disfraza una arrogancia que a veces asoma la patita: «La amplitud de una onda sonora en el aire es la distancia en que las moléculas se mueven hacia delante y atrás en la onda de presión, pero nunca se expresa así, sino que en su lugar se mide la intensidad del sonido, que se expresa en decibelios. La escala de los decibelios es bastante complicada. Por suerte, no necesitas saber nada sobre ella». Ya. Sin duda es suerte. Ah, la suerte: hay quien vende millones de libros sólo con ella, y también hay quien se libra de leerlos si se cruza en su camino.

No he visto sus vídeos. Cuando fui a encontrarlos, buscando en ellos algo de simpatía por un tipo que empezaba a resultarme agotador para mi paciencia, me topé con una noticia sobre un oscuro episodio de acoso sexual de este individuo a una alumna que ha provocado que lo expulsen del MIT hace un par de meses y que sus vídeos hayan sido retirados. Feo asunto. Estas acusaciones son muy delicadas pero después de leer un par de artículos sobre el caso, a mí me expulsó definitivamente de seguir leyendo. Al principio de su libro este señor nos habla de la importancia de las mediciones y yo no sé si el colmo se puede medir, pero esto ya fue el disparador definitivo para que le cogiera un asco infinito a él, al libro, a sus performances científicas y a su curriculum decente.

No me disgusta ni la física ni los libros científicos que nos aportan saber, aunque sea muy especializado. Tampoco me disgusta transitar por lecturas difíciles con papel y bolígrafo en la mano para pararme a entender qué me están tratando de contar, o tener que leer despacio o dos veces el mismo párrafo para comprender, o verme superada por mi propia ignorancia, que la tengo y la reconozco. Me lo he pasado de maravilla leyendo a Stephen Hawking y a Michiu Kaku y cualquier libro de filosofía o de psicoanálisis son tan retadores como uno de física si no es tu especialidad y no conoces en profundidad el tema. Así que no es eso lo que me ha echado del libro, sino su profunda vulgaridad y el desinterés que me provoca el planteamiento y cómo está escrito. Porque ése es el gran defecto del libro, y no la confusión del autor sobre lo que es el amor y sobre cómo hay que explicarlo (y manifestarlo, aunque eso se esté investigando).

En fin, esperemos tener más suerte en este mes que empieza hoy con un nuevo libro que espero que no siga poniendo en riesgo el kindle, que al paso que vamos no sé si acabará el 2015 sin planear por el patio de mi casa. Para seguir leyendo sobre el de este mes, tienen las opiniones de mis compañeros de fatigas en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

¿Y a quién felicito yo hoy?

Pues verán, resulta que en el año 1975 nacieron en España 669.378 personas. No tengo ni idea de cuántos habrán fallecido desde entonces, pero la vida en estos tiempos es muy amable con la vida, así que supongo que habrá bastante más de medio millón de españolitos que en 2015 cumplen los 40. Por cierto, que lo de cumplir 40 es algo bastante corriente que le ha pasado ya a todo aquel que haya nacido antes del año 75. Figúrense, desde los neanderthales, la de gente que se habrá tomado una tarta con velitas. Yo, que ya lo he pasado, les puedo asegurar que es una fecha como cualquier otra: no hay un antes y un después, aunque nos empeñemos en darle a ese número de años un significado casi metalúrgico. Digo taumatúrgico. En qué estaría yo pensando…

Pero sigo. De todos los nacidos en 1975, 50.347 personas lo hicieron en el mes de febrero, que fue por cierto el mes en el que menos nacimientos hubo ese año. Y es que hace frío y viento y como que no apetece nada ponerse a nacer. No, si yo lo entiendo, no crean. Con todo, 50.347 personas es una cifra considerable con la que no se podría llenar el Bernabéu, lo admito, pero sí el Vicente Calderón, que es un estadio más de chichinabo y para gente a la que se le ocurre de pronto ser de algún equipo.

Lo que ya no puedo decirles es cuánta gente nació hoy, concretamente hoy, día 4 de febrero de 1975. El INE no sé si llega a tanto, y aunque ellos lleguen, yo no. Sin embargo, con un sencillo cálculo se puede uno imaginar que la cosa andará entre 1.500 y 2.000 personas que hoy cumplen los 40. Francamente, no creo que sean muchos más, ni tampoco muchos menos.

Pero la cuestión hasta ahora no tiene la menor importancia. La cuestión en realidad es que si yo hoy me propusiera felicitar a alguien por su 40 cumpleaños tendría muchísimo donde elegir. Eso suponiendo que los conociera a todos, a los 1.500 y, ahora que lo pienso, no sé si he conocido a 1.500 personas a lo largo de toda mi vida, ése es un cálculo que nunca se me ha ocurrido hacer, la verdad. También tengo que suponer que quisiera felicitarlos a todos. Y ya puestos, debería suponer más cosas, por ejemplo, que me acordara, porque yo para las fechas soy una verdadera calamidad.

Pero sí, sí que me acuerdo. Claro que me acuerdo. Sería imposible pasarlo por alto. ¡Cómo no acordarme, después de la lata que ha estado dando con el tema de su cumpleaños últimamente! Con todo, y a cambio, y de paso, yo he solucionado la cuestión que me traía aquí a estas horas: ahora ya sé a quién felicitar por sus nuevos 40.

Felicidades, amiga.

Que cumplas muchos más. ¡Y yo que lo vea!

Entre limones, de Chris Stewart

entre limonesHoy, primero de febrero, toca inaugurar el nuevo año del Club de lectura comentando el primer libro de 2015, en este caso, el primer pestiño de la temporada. Desde luego, como dirán mis compañeros de fatigas, en peores plazas hemos toreado, y hemos leído rollos mucho peores. Cierto. Pero decir esto no le añade ni un ápice de interés al libro que nos ocupa en esta ocasión, cuyo autor es un perfecto esnob que, además, escribe bastante mal.

Chris Stewart por lo visto fue el batería del grupo Genesis. No sé si le echaron por tontainas o por darle mal a las baquetas, pero el caso es que cuando dejó de tocar se dedicó a dar tumbos por el mundo hasta que llegó un buen día a Las Alpujarras. Allí encontró un cortijo medio derruido, propiedad de un rústico lugareño muy bruto, sacó cinco millones de pesetas del banco y se lo compró para instalarse allí con su mujer, a quien no llama la santa pero debería.

Ah, la vida del campo. Las ovejas, las cabras y las gallinas. Los perros asilvestrados, los gatos famélicos y los ratones de campo. Los tábanos, las avispas y los taimados alacranes. ¿Y qué me dicen del olor a bosta mezclado con el romero? ¿y esos amaneceres cuyo silencio sólo es perturbado por el runrún del riachuelo que transcurre por esa acequia cercana? ¿y los rocíos? ¿y los atardeceres? ¿y la luna alpujarreña? ¿y el vino peleón acompañado de un buen pedazo de tocino grasiento? Qué bonito todo. Y qué falso.

Chris Stewart nos cuenta cómo va a la búsqueda de la incomodidad y la encuentra, algo que está al alcance de cualquiera aunque sólo tenga media neurona. El quiere vivir como los rústicos, así es que se interesa por ellos y trata de imitarlos, y de toda esa querencia por las penalidades resulta un libro. Se me escapa el romanticismo que puede tener dormir pensando que se te va a caer encima un pedazo de viga o un montón de gusanos, no disponer de agua corriente ni de luz, o vivir «en lo que sólo se puede describir como un establo» rodeado por ovejas malolientes y llenas de polvo, cagarrutas y moscas. Pero lo que otros viven porque no tienen más remedio estos señores lo buscan para poder contarlo. Donde quiero llegar es que el libro podría tener algún interés antropológico si te lo contara un lugareño leído, pero en su caso, este Chris no necesitaba escribir un libro para demostrarnos que la frivolidad y el esnobismo puede llegar hasta Las Alpujarras.

…Ya no había manera de pararnos. Teníamos agua corriente, calentador, cocina y carretera. Estábamos volviendo rápidamente a convertirnos en esclavos de todas las cosas de las que habíamos venido a escapar a este lugar perdido…»

De verdad que cuando leo cosas de este tipo me pregunto delante de qué clase de imbécil me encuentro. Estos hippies de pacotilla se sienten doblemente superiores y nos lo cuentan para que aprendamos mucho de ellos. Superiores a los lugareños, que viven en el atraso sin querer (¿cómo es que no disfrutan sin cocina de gas?), y superiores a las personas que vivimos en la ciudad, que somos  unos desgraciados y unos tristes, incapacitados para la felicidad y la vida sana. Eso sí, aparte del aeropuerto a 60 kilómetros, también pueden hacer vida social de verdad, porque no son los únicos que viven en ese campo de prêt à porter. De hecho nuestro Chris vive en una sociedad de ingleses estrafalarios que han elegido la misma vida de campo llena de animales domesticados. Porque los lugareños sirven para que nos cuenten en un libro sus extravagancias rurales, y que tanto sorprenden al único paleto que realmente sale en el libro, que es el escritor.

Sobre la calidad literaria, pues es de una vulgaridad muy de Readder Diggest, no tiene el menor interés. Las descripciones del campo pretenden ser exhaustivas, pero terminan haciéndose muy pesadas y reiterativas, además de horrorosamente cursis y con sobreabundancia de adjetivos:

En primavera el florecer de los naranjos te coge desprevenido. Al principio sólo se nota una pálida bruma entre el verde oscuro de las hojas, que es el verde de los capullos de las flores. Entonces, de repente, los capullos se transforman en exquisitas estrellas blancas de cinco pétalos que salen en forma radial de unos pistilos y estambres de color amarillo cremoso. El olor es delicado y embriagador, y cuando cada uno de los árboles se convierte en una masa de flores blancas, queda suspendida en el aire una nube casi tangible de olor a azahar».

¿De dónde demonios habrá sacado esta descripción? ¿Pistilos y estambres? ¿amarillo cremoso? ¿una nube tangible de olor? ¿Pero esto qué es? Miren, la historia es una tontada, pero lo peor es que acabas de retamas, y de tomillo, y de verdes campos ribereños, y de resecos sarmientos, y de geranios y de amapolas hasta la buganvilla, digo hasta la coronilla.  La lectura de este libro ha sido un frenético bostezar tachonado de reverberaciones difusas de una siesta en calma, que sería capaz de decir nuestro Chris.

En fin, ya lo dejo, que no tiene más vueltas el libro. Tienen como siempre otras opiniones sobre el libro, supongo que más benévolas, en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

 

 

El libro de los vicios, de Adam Soboczynski

El libro de los viciosHoy, día 30 de diciembre, adelantamos el post del Club de lectura para liberar el día 1 por si acaso alguno de nosotros quiere felicitar el año. La propuesta fue rápidamente aceptada porque este libro lleva ya quince días leído por parte de todos, y además porque yo creo que estamos todos deseando quitarnos este muerto de encima y dar por acabado el año.

El libro de los vicios es un libro que elegí yo y que es un bluf. ¿Y por qué lo elegí? hombre, desde luego no porque fuera un bluf, y en mi descargo diré que no lo sabía. Me encantaría tener una historia interesante y divertida sobre las razones que me llevaron a proponer este petardo a mis co-bloggers del club, pero no tengo ninguna. Sí, es un autor polaco y yo estuve en Polonia este verano, pero esta casualidad no tiene nada que ver en la mala elección. Así es que no puedo explicar cabalmente por qué lo elegí, pero me dispongo a explicar por qué creo que es un bluf.

Si se encuentran por ahí algún artículo que hable del libro, leerán algo como que es una diatriba contra la sociedad actual, tan sana, tan impoluta, tan correcta. Que antes (sin saber muy bien cuándo sucedió ese antes) se tenían más vicios, y que es una pena que se pierdan esas costumbres. Les enlazo la reseña de la editorial aquí en la que lo ponen estupendamente, lo cual es lógico porque buscan compradores del truño. Pero además de compradores lo que encuentran son periodistas que probablemente NO han leído el libro, pero escriben que es «un alegato en favor de la desmesura», que «se ríe de la férrea disciplina actual» o que está escrito «con humor, es ameno y lleno de ironía». Y no, el libro no es nada de eso.

El libro parte de una buena idea, como es que cada vez tenemos menos libertades y que vivimos tiempos en los que la masa y la propaganda guía nuestras costumbres, aparentemente sanas e inocuas, pero en realidad muy alienantes. También echa la vista atrás y nos hace ver cómo los viajes han perdido parte del glamour, las despedidas ya no son tales, los centros comerciales son el averno (en esto coincido), el vivir permanentemente conectados no nos permite escapar de la realidad, de las noticias y del mundo y la obsesión por la salud es una dictadura (además, en la mayoría de los casos, un atentado contra la estética). Y entonces va y lo mezcla todo, tira con el argumento, se pasa de frenada y ya resulta que comerse un filete es poco menos que un vicio, o alternativamente una antigua virtud que las malvadas ensaladas han echado a perder. Y todo ello con un tonillo pretendidamente gracioso e intelectualoide, con el que intenta oponerse a lo políticamente correcto cayendo él mismo en el precipicio de la superficialidad, la banalidad y los lugares comunes.

El libro tiene de incorrecto lo que yo de guardia de tráfico, no les digo más. La crítica es pobre, no contiene ninguna acidez, ni ironía, ni nada que te permita soltar alguna carcajada. El libro es soso, las ideas están desarrolladas a trompicones y la crítica es como de pellizco de monja y no se compensa con alguna frase ingeniosa o brillante, porque el conjunto decepciona. Por otra parte, el nombre de los capítulos no tiene nada que ver con lo que luego nos cuenta en cada uno de ellos. Y luego, ya para terminar de fastidiar, con la idea (supongo) de dar alguna continuidad al texto (cosa que no le haría falta si se hubiera concentrado en lo que pretendía), nos presenta unos personajes de dan muchísima dentera cada vez que aparecen, y a los que nombra con frases del tipo «la mujer que me conoce bien», «un amigo que trabaja con éxito en algo relacionado con la cultura» o un escritor imaginario, Hannes Maria Wetzler, que ni existe ni falta que nos hace, salvo para evitar caer en la tentación de tirar el libro por la ventana y olvidarse de leer en la próxima década.

En resumen: un libro que parte de una buena idea pero que le queda un poco grande al autor y que se lo acaba cargando, probablemente por cursi, aunque me temo que la impericia ha tenido también algo que ver. Este autor tiene por ahí otro libro que se llama El arte de no decir la verdad al que no pienso dar ninguna oportunidad. Lo que sí le concedo es la capacidad de poner títulos seductores a los libros. Eso, y ya.

Como cada mes, tenéis otras críticas al mismo libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdida, Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. También grabaremos en unos días el podcast dedicado al libro, así es que si pinchas a tu derecha, o estás atento al blog del club, podrás escucharlo. y ya. A ver si el año que viene nos trae mejores libros que este año que termina, al menos en cuanto al club se refiere.

La larga marcha, de Rafael Chirbes

ImprimirHoy, como día 1 que es, toca reseña del Club de Lectura. La última reseña del año, aunque no el último libro, como es lógico. En esta ocasión, se trata de una novela de Rafael Chirbes, La larga marcha, una novela en mi opinión magnífica que me ha encantado y con la que he descubierto a un Chirbes con una prosa mucho menos brutal, menos contundente, menos seca que la que emplea en los otros libros suyos que he leído, tal vez porque Chirbes no está indignado en este libro y simplemente se dedica a narrar. A narrar una derrota, y después la larga marcha de dos generaciones durante los cuarenta años que van desde la Postguerra hasta los estertores del franquismo.

El libro arranca en el final de los años 40, y nos va contando la historia de seis personajes y de sus familias. Personajes derrotados de los dos bandos, que vivieron el miedo y la tragedia de una guerra que todos perdimos y que sobreviven como pueden en pueblos y ciudades, tratando de salir adelante con profesiones que no tenían y que han debido improvisar. Cada personaje vive en su mundo, desconectados los unos de los otros y son sus hijos, a la vuelta de una generación, los que se encuentran y relacionan en el Madrid de los años 60, procedentes cada uno de una punta del país. Les une la ideología; una ideología que no nace de las referencias que la penuria impuso a sus padres, sino del ambiente intelectual de la época que maman en la universidad.

En la primera parte, Chirbes construye la novela a través de episodios muy cortos, que en sí mismos son una historia independiente y en los que va alternando la peripecia de los seis personajes y de sus familias. Y tú, lector, te preguntas qué tendrán todos esos personajes en común, aparte de un país devastado por la guerra, la penuria y el miedo. Es en la segunda parte cuando Chirbes, sin abandonar la estructura de pequeños capítulos, va acercando a los personajes y relacionándolos y compone la historia. Es decir, que primero presenta la historia descompuesta en historias independientes, hasta que se enlazan en un tronco común.

En realidad, la historia de los padres no explica el devenir de los hijos. La primera parte yo la entiendo como el dibujo de una sociedad que pare a otra, pero que no la explica (o no al menos como yo creo que quiere Chirbes que la explique). Sin embargo, sí me parece brillante el recurso a la hora de contar el origen de los personajes que son los verdaderos protagonistas de la novela y que son al final el tronco de la historia. Curiosamente, las historias secundarias cuentan el origen de los personajes, el tronco del que salen las ramas, pero son al mismo tiempo ramales de la historia.

Todo ello sin un punto y aparte, y sin un diálogo, que esto es muy del autor.  Una novela extraordinaria, aunque creo que mis amigos del club de lectura tienen otras opiniones, algunas muy diferentes. Los podéis leer, como cada mes, en La mesa cero del Blasco, Delenda est Carthago, La originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).

El sentido de un final, de Julian Barnes

El sentido de un final Julian BarnesÉrase una vez tres amigos, Tony – el narrador -, Alex y Colin que eran felices, y a ellos se les unió Adrian, un tipo realmente particular. Cuando digo particular lo que quiero decir es que era raro de narices. El tal Adrian se une al trío para hacer un cuarteto en el que él, Adrian, sobresale sobre todos los demás por su brillantez. Una mente privilegiada. La vida pasa por estos adolescentes, entre discusiones filosóficas de lo más repolludas y otras cosas también típicas de adolescentes. Y pasan cosas. Pasa sobre todo que Adrian le levanta la novia a Tony y luego se suicida, sin que haya entre estos dos acontecimientos una relación de causa efecto. Todas las cosas que pasan las cuenta Tony cuando ya ha envejecido y es un señor jubilado con poca o ninguna preocupación salvo la de pasear y holgar. Y no lo había olvidado, pero casi, y probablemente se hubiera dedicado a pensar en el futuro de su nietecita, o en su relación con su hija, o en la concatenación celeste de los astros siderales de no ser porque recibe la llamada de una abogada en la que le comunican que la madre de su antigua novia, Verónica, le ha legado 500 libras. Y la historia entonces se convierte en una intriga muy atenuada por las reflexiones de Tony sobre la percepción del pasado, la memoria y la culpa. Cuando digo muy atenuada lo que quiero decir es que mientras tú estás interesado en saber qué pasa, el tipo te está mareando con tontadas. O al revés, que mientras tú estás toda sesuda tratando de valorar el sentido de sus reflexiones, te viene a distraer con la historieta de las 500 libras. O sea, un bodrio. O bueno, venga, va, tal vez no es un bodrio, pero es un libro que no acaba de cuajar, está como a medio hacer.

Un libro como desganado, o deslavazado, o como si empezara con ganas de contar la historia y luego se da cuenta de que le salen dos historias pero no se atreve a tirar lo que ya ha escrito, y por medio tiene otra idea pero no le da para otra novela o… o sencillamente, quería contarnos un pensamiento, como es que si nuestros deseos, cuando se cumplen, pueden causarnos remordimientos, o si la percepción de la realidad pasada por el tamiz de la memoria es real por irrebatible. Asuntos sesudos, sin duda, pero, francamente, Barnes no lo sabe desarrollar.

A Barnes le dieron el Booker por esto y habría que preguntar a los señores que conceden el Booker si se lo dieron por porque pensaron que ya era hora de darle el premio a Julian Barnes o simplemente porque se habían pasado con el orujito de después de la comida. En una porra, votaría por esto último. En fin, como cada mes, tenéis otras reseñas sobre este libro en La mesa cero del Blasco, La originalidad perdida, Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y por supuesto, en el Club de Lectura en el que, a partir de este mes, además de leernos podéis escucharnos a través de nuestra nueva emisora de podcast.

 

 

La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq

650_AL69140.jpgComo cada primero de mes, toca la reseña del Club de lectura. Y va a tener razón ND cuando dice que en el Club estamos gafados, o, dicho de otro modo, va a ser verdad que siempre nos da por escoger el peor libro de cada autor. Yo tengo una teoría y es que, cuando alguno de nosotros elige un libro por su autor, no elige el mejor título, porque el mejor lo ha leído ya, eso cuando no ha leído ya los tres o cuatro mejores. O sea que estamos leyendo los restos, más o menos.

El libro me ha decepcionado, y por momentos me ha aburrido. Yo de este autor había leído El mapa y el territorio, que me encantó y Las partículas elementales, que me gustó mucho y del que hice reseña (aquí, por si os interesa). Así es que abordé el libro con verdadero optimismo y con muy buena predisposición. Pero…

Voy a contar brevemente de qué va para los que no lo hayan leído. El libro cuenta la historia de Daniel, un humorista cínico y provocador, hastiado de su propia existencia después de alcanzar el éxito. Cuenta la relación con su mujer y con una chica joven a la que conoce cuando él ya está rondando la cincuentena, y de la que se enamora perdidamente. También que ingresa en una secta loca que cree en la inmortalidad a través de la clonación. Y los capítulos alternan la historia de este Daniel (Daniel 1) con otros Daniel del futuro, Daniel 24 y Daniel 25, que son sus clones (y cuyos pasajes, excepto al final, son un auténtico petardo) y que viven aislados y sólo se relacionan a distancia con otros clones como ellos

La historia no es lo de menos. La historia sale de la fantasía de un escritor al que no le falta imaginación ni originalidad, y en la que hay giros verdaderamente sorprendentes en los que te encuentras a Houellebecq (igual de cínico y provocador que su protagonista) en estado puro. Las reflexiones del autor a través de la primera persona de Daniel no dejan indiferentes y tratan de epatar, están llenas de patadas hacia lo políticamente correcto y buscan el asombro, el no dejarte indiferente, lo cual en sí mismo a mí no me molesta entre otras razones porque hay veces que es divertido leer lo que casi nadie está dispuesto a escribir. Le tachan de misógino, de irreverente, de racista pero, francamente, a mí hay medias tintas y poses que me molestan más, y yo creo que a un escritor no se le puede perdonar la hipocresía, y sin duda a Houellebecq no le gusta la sociedad que ve y que vive. Lo que pasa es que a mí me ha parecido un déjà vu, quizá porque ya había leído un par de libros suyos y ya sabes lo que te vas a encontrar.

Por otra parte, hay escenas de sexo muy descriptivo en mi opinión innecesarias que se hacen algo desagradables y que me han parecido forzadas. En Las partículas elementales hay sexo muy explícito y también muy descriptivo, pero digamos que viene a cuento, por la historia en sí. En este libro yo creo que Houellebecq se propone simplemente escribir muchas guarradas, sin más. Y luego hay una cháchara pseudocientífica infumable que yo no sé si se sostendrá en alguna teoría de verdad, pero que aburre muchísimo y de la que yo no he entendido ni una sola palabra.

Por lo demás, nos cuenta una distopía muy en su línea. Una sociedad que se consume en su propio hedonismo, en el que las familias primero y después las relaciones de pareja están condenadas a extinguirse, igual que cualquier relación social basada en el amor o en el afecto, una sociedad que se desintegra en la irrelevancia y en la que el hombre sólo puede encontrar la felicidad en la soledad, en el aislamiento, en la renuncia a la propia sociedad. Pero en fin, poco importa, porque de todos modos el fin de la civilización precede a una catástrofe nuclear y el ser humano que sobrevive vuelve a sus orígenes salvajes. Delicioso, vaya.

Yo os diría que hay muchos otros libros que leer en la vida y que no os entretengáis con éste. Pero, en fin, haced lo que os dé la gana de aquí a que se termine el mundo. Podéis leer otras reseñas de este mismo libro, con otras opiniones en  La mesa cero del Blasco, en La originalidad perdida, en Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes seguiremos hablando de él, o no, en el blog del Club de lectura.

Lugares donde se calma el dolor, de César Antonio Molina

Ya me lo dejó escrito Goethe: «Uno sufre queriendo explicar el mundo cuando no es necesario»

lugares donde se calma el dolorHoy día primero de mes toca reseña del club de lectura, y si les soy sincera no sé muy bien por dónde empezar. Creo que no he entendido ni una palabra de lo que me quería contar este señor. Admito, de entrada, que no está hecha la miel para la boca del asno, así es que debo aceptar que me he sentido abrumada con tanta cultura junta, con tanta cita, con tanta referencia, con tanta sensibilidad y con tanta intensidad. Y dicho sea de paso, con tanta pedantería.

Les resumo rapidamente. Don César Antonio Molina va a determinadas ciudades y se va deteniendo en calles, plazas, puentes, y entonces nos describe con todo detalle lo que va viendo, quien pasó por ahí (normalmente, algún poeta de fuste) y lo que él va sintiendo al (¡oh!), mirar los mismos paisajes y pisar las mismas baldosas que sus admirados autores. Y para mi gusto que se le va un poco la mano. Por ejemplo, llega a San Petesburgo, entra en la salita donde murió Pushkin y eso le da pie a contarte la vida de Pushkin. Pero por medio te describe con todo detalle, hasta lo irrelevante, la salita. También se imagina cómo era la salita entonces o cómo no, porque claro, tampoco lo sabe seguro; te da detalles del primo, el tio, el hermano y el sobrino de Pushkin; te intercala diez o doce poemas y te cita a ocho o nueve autores que pasaban por allí; se hace un par de preguntas sobre el vuelo de una mosca; te vuelve a describir el orinal del portero de la finca… para entonces tú ya tienes dificultades para seguir leyendo porque, claro, ya no tienes dolores pero a cambio estás al borde de la catatonia.

Tal vez hubiera sido mejor, en vez de escribir un tocho de 800 páginas, escribir tres libros: uno de citas y poemas, otro de descripciones (que podría darse gratis con el suplemento de viajes de El País), y un tercer libro de curiosidades diversas. Este último sería muy delgadito, es verdad, pero a cambio nos ahorraría tener que tragarnos todas las cosas que se le pasan por la cabeza a este señor, que por otra parte deja constancia de su cursilería en dos de cada tres párrafos.

Si vamos a la calidad de su prosa, tampoco el libro tiene el menor interés. En mi humilde opinión, este señor narra con una prosa plana, insulsa y bastante vulgar. No sé cómo serán sus poemas, pero desde luego narrando no tiene ninguna originalidad ni ningún interés literario. Demuestra una cultura casi enciclopédica, desde luego, pero, francamente, no ha logrado que me interese absolutamente nada de lo que me estaba contando. Será culpa mía: tanta sensibilidad y tanta intensidad emocional me ha dejado completamente fria y desde luego leer sus digresiones ha sido lo mismo que leerme un tratado de contabilidad: una tortura.

Lugares donde se calma el dolor… y tanto. Se trata de un libro que te anestesia. Infalible para coger el sueño, cada capítulo es un reto para la catalepsia, y media hora de lectura te manda directamente a la cama. Siendo ésta la utilidad, sea: al revés que leer este libro, dormir no es una fabulosa pérdida de tiempo.

He de decir que no lo he terminado. Cuando llegué al 80%, y después de sufrir durante sus paseos por Palermo, Nápoles, Trieste, San Petesburgo, Bombay, Petrópolis, Buenos Aires y no sé cuántos sitios más, me dije que la cosa ya no tendría remedio. Ahora bien, creo que los otros participantes del club tienen otra opinión y yo desde luego estoy deseando leer sus reseñas. Vosotros también las podéis leer en  La mesa cero del Blasco, en La originalidad perdida, en Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes seguiremos hablando de él, o no, en el blog del Club de lectura.

 

El libro de la señorita Buncle, de D.E. Stevenson

el-libro-de-la-senorita-buncle unmundoparacurraEl libro de este mes del club de lectura es el que da título al post. Es el segundo de la nueva lista que acordamos en mayo y será el último de cualquier otra lista. No deben preocuparse: el club continúa, pero las listas no. Digamos que preferimos toparnos con la tortura sin tener que pasarnos varios meses temiéndola…

El libro de la señorita Buncle es la novela de una mujer que escribe una novela sobre una mujer que escribe una novela sobre una mujer que escribe una novela sobre una mujer que escribe una novela. Esta última frase, que transita entre el trabalenguas y la descripción desquiciada no es del todo mía, sino que está entresacada del propio libro y me parece una manera perfecta de resumir la historia.

La señorita Buncle es una joven soltera que vive su lacónica y aburrida existencia en un pueblecito inglés, que es el típico pueblecito inglés también muy aburrido en el que nunca pasa nada. Miss Buncle, una mujer incapaz de imaginar historias muy complicadas es sin embargo muy observadora, así es que escribe una novela describiendo con pelos y señales la vida de sus vecinos y a sus vecinos mismos. La novela, que adquiere un éxito inesperado, especialmente en el pueblo, describe la realidad del pueblo tal cual es, pero en un momento toma un giro radical cuando aparece un joven armado de un caramillo que, como el flautista de Hamelin, opera en todos los vecinos el cambio de sus vidas. Es el perturbador de la paz.

Lo que parece producto de su imaginación se empieza a cumplir en la realidad, aunque lo divertido son las reacciones de los paisanos, algunos muy ofendidos por la certera descripción de Miss Buncle, que se toman como una ofensa, casi como una violación de su intimidad, aparecer retratados.

… Libros como El perturbador de la paz son una amenaza mortal para la sociedad. Socavan los cimientos del estilo de vida inglés. La casa de un inglés es su castillo. El perturbador de la paz se ha colado en el recinto sagrado de ese castillo, ha destruido la fragancia del hogar y ha violado su intimidad. Nosotros, los vecinos de Silverstream, tenemos que ser los primeros, tenemos el derecho y el deber de enseñar a Inglaterra que nuestro hogar sigue siendo un lugar sagrado que no se puede violar impunemente…»

Miss Buncle, que en ningún momento osa reconocer que es la autora, escribe una segunda parte del libro relatando su aventura, y eso es lo que da pie al autor a decir que es una novela de una mujer que escribe una novela sobre una mujer… Pero ya no les destripo más.

El libro desde luego no es una obra cumbre de la literatura ni contiene elementos filosóficos que te hagan pensar ni medio minuto, pero se deja leer, es divertida a veces y distraída en todo momento. Está escrita con esa ironía y ese puntito de mala leche que se gastan los ingleses cuando retratan su sociedad, con muchos personajes que entran y salen de la historia, a veces como personajes de la novela, otras como realidad. Si se topan con esta novela, léanla, que pasarán un buen rato.

Tenéis, como cada primero de mes, otras opiniones sobre él en La mesa cero del Blasco, en La originalidad perdida, en Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes seguiremos hablando de él, o no, en el blog del Club de lectura.

Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, de Juan Eslava Galán

Una-historia-de-la-guerra-civil-que-no-va-a-gustar-a-nadie_9788408107156Hoy, como cada día 1, toca post del club de lectura, y en esta ocasión, los honores son para el libro de Juan Eslava Galán Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie. Y yo creo que con este libro he escrito el título de entrada más largo de toda la vida del blog, con diferencia.

El título es de lo más adecuado. Casi ochenta años después, los españoles hablamos con tanta dificultad como falta de mesura de una guerra de la que ya van quedando pocos testigos que fueran adultos por aquel entonces. La historia, con minúscula, para aquellos que la habían vivido, debía ser recordada, en el mejor de los casos, con un horror que invitaba más al olvido, y en el peor, con el mismo odio con el que se fraguó. Los hijos, los niños de entonces, han transmitido esos recuerdos o esos no recuerdos a los nietos siguiendo el ejemplo de los padres.

La Historia con mayúsculas ha sido contada a trozos, siempre detrás de un tamiz ideológico del que es difícil desprenderse, también en el mejor de los casos. En el peor, nos han contado una guerra hemipléjica, una de buenos y malos, de héroes y de villanos, de canallas que sólo habitaban en un lado y de víctimas que lo eran por pertenecer a un bando, y no por haber transitado por una época de la historia de España que sólo exigía una pequeña excusa, ni siquiera una mala razón, para que te mataran.

Estoy educada en una familia en la que se habla poco de la guerra. Nunca se nos mencionó las crueldades, las barbaridades, las atrocidades de las dos Españas, no al menos con nombres propios, no al menos a partir de anécdotas, no desde luego señalando a nadie, y en absoluto con rencor ni con odio. Sí del hambre, de las penurias, de la necesidad, de la miseria, de todo aquello que trae cualquier guerra. Pero lo que no trae cualquier guerra es la matanza entre hermanos, entre vecinos, entre amigos, entre conocidos. Aquel al que se llevaron en una saca, o ese otro que delató al compañero. Y al cabo, las historias se conocen, cuando la conciencia del horror actúa de vacuna contra el odio. Y sólo quiero recordar a mi abuelo decir que cuántos hombres justos habían sido fusilados por nada, y cuantos otros canallas en el frente se habían librado de ser condenados por sus tropelías.

Quien más y quien menos tiene una historia que contar. Un abuelo, un padre, un tío, una hermana, en cada familia hay un ataúd cerrado por la guerra. Y en algunas familias, el odio lo vuelve a abrir cada vez que se habla de la guerra del 36; y en otras muchas, el odio se eleva al todo, es el odio a la idea de guerra civil, de la guerra entre hermanos. Y en esas casas, entre esas familias, las historietas de buenos y malos, las caricaturas de antes y de ahora, repugnan, porque lo único que cabe hacer con ese pasaje tan espeluznante de nuestra historia reciente es reconocer la vergüenza de una locura colectiva en la que la mayor responsabilidad no estaba en uno de los bandos, sino en los dos, sostenidos por la miseria y la ignorancia de un pueblo que sólo valía para ser masa, ser conducida como víctima o azuzada como verdugo.

Claro que es una historia que no va a gustar a nadie. Porque todavía hay gente en España que piensa en los mismos términos que muchos dirigentes de hace ochenta años. Todavía hay gente en España para la que sólo hubo unos malos canallas, y los otros eran víctimas, o simplemente se defendían. Todavía hay gente en España que se olvida de lo que unos hicieron, para alzar el dedo y señalar al otro. Para los que las batallas fueron ganadas o perdidas por buena o mala suerte. Porque vivimos en un país en el que no sabemos afirmar sin negar al otro. Un país en el que se despacha con demasiada frivolidad y brocha gorda asuntos que deberíamos respetar, porque deberían aterrarnos.

Y Juan Eslava Galán empieza con los movimientos de tropas de la «cuartelada», sigue por las chispas que encienden la mecha (los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo), se entretiene en describirnos los saqueos, las salvajadas, las matanzas, las sacas; continúa con la desconfianza, el miedo, el caos, hasta que dice basta, porque con varios capítulos uno ya se hace una idea de que la impunidad es la peor arma que se le puede dar a un canalla, sea del bando que sea.

Y luego nos cuenta las batallas más importantes, Norte, Belchite, Badajoz, Teruel, Brunete, tantas otras, y nos cuenta cómo se desarrollaron sin pararse a justificar, a señalar, o a acusar. Batallas en las que murieron nuestros abuelos, en las que hubo héroes a los que deberíamos honrar, pero que preferimos desconocer, tapar, esconder y olvidar. Y se detiene mucho en Madrid, no puede ser de otro modo, en ese Madrid en el que cayeron la mayor parte de las bofetadas, de un lado y de otro, ese Madrid tan vilipendiado hoy en día en el que tanto se tardó en entrar y que tanto sufrió por resistir. Y lo hace de forma muy amena, citando casos, anécdotas, diálogos, dejando trozos de historia y de historias de personas con nombres y apellidos, algunos relevantes, otros no tanto, que le dan verosimilitud, veracidad y verdad al libro.

Yo lo leí hace algunos años y ahora lo he releído por encima, lo que dan un par de horas de refresco. Y he vuelto a reconocer en el libro cómo el autor no carga contra ninguno de los bandos, que es una cosa tan irritante como ridícula. Aunque quizá, lo más irritante, sea el título: si no le va a gustar a nadie es porque, ochenta años después, muchos todavía pretenden pertenecer a uno de los bandos, aunque hayan nacido anteayer.

Yo recomiendo la lectura de este libro. Aunque tenéis, como cada primero de mes, otras opiniones sobre él en La mesa cero del Blasco, en La originalidad perdida, en Delenda est Carthago y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes seguiremos hablando de él en el blog del Club de lectura.