Mis guerras con las hormigas

hormigasA mí las hormigas son unos animalitos que me caen muy bien. Claro, que luego te sientas un domingo en el sillón de tu casa, pones una de esas cadenas de televisión patéticas que tienen el dial entre la teletienda y la reposición de Manos a la obra, vas, te topas con la película de Cuando ruge la marabunta y como no tengas mucho sueño, tu amor y simpatía por las laboriosas hormiguitas desaparece de golpe y porrazo, hasta el punto de que si por la tarde no bajas al perro al parque con escafandra es porque no tienes una escafandra, no porque te falte prudencia y te sobre aprensión.

Yo recuerdo hace unos años, en la casa de la playa de mis tías, que pillamos al jardinero con el pie cambiado y no había fumigado cuando llegamos, así que tuvimos una manifestación de hormigas en la entrada de la casa después de la primera cena en el jardín. Mi madrina se armó de Cuchol y organizó una masacre en toda regla al día siguiente. En realidad, el jardinero hubiera hecho lo mismo, porque en esa casa no tienes cómo parar a las hormigas cuando se ponen en modo ejército, pero ver el paisaje después de la batalla era terrible. En fin, las hormigas fueron muertas y literalmente barridas, y el recogedor no daba abasto para recoger tanto cadaver. Qué horror.

En mi cocina en Madrid aparecieron en una ocasión. Siempre siguen la misma pauta. Primero ves una, luego dos, y cuando quieres recordar, ya han organizado la cadena de alimentos. Entonces tenía yo un gato, Benito, y el pobre me miraba espeluznado, porque su comida había sido el primer botín que había encontrado aquella marabunta. No era para menos: la comida de los gatos (la húmeda), huele que alimenta. Sin embargo, no usé ningún insecticida, yo con los animalitos tiendo a la comprensión. Simplemente me senté a observar a dónde se llevaban la comida, y descubrí una mini ranurilla ahí justo donde se juntan los azulejos con el suelo. Me bajé a la ferretería, compré silicona y ya no tuvieron cómo entrar. Ni cómo salir, aunque de eso me di cuenta más tarde y, aunque no fue una carnicería, sí se puede hablar de exterminación sin mentir en absoluto. Pero en fin, entre darles portazo y el Cuchol de mi tía, a mí me parece que mi solución fue mucho más civilizada.

Hoy he tenido que repetir estratagema siliconeril en mi casa del poblachón. Aparecieron ayer por la mañana, también en la cocina. Por la noche, cuando me fui a acostar, había unas cincuenta hormiguitas correteando entusiasmadas a la búsqueda de miguitas y con pinta de estar planeando un asalto heroico al cubo de la basura. Cuando descubrí el agujerito por el que entraban, y recordando la experiencia de Madrid, me dediqué a barrerlas hacia él para que se fueran. Luego tapé el agujerito con una pelotilla de papel higiénico, a la espera de poder comprar hoy la silicona. Muchas lograron salvar la vida y sólo tuve que matar a unas cinco o seis rebeldes que no quisieron marcharse, con todo el dolor de mi corazón. Hasta me cambié de zapatos para hacerlo, porque llevaba unas botas con suela de dibujo con las que yo creo que morían lentamente, sobre todo si no consegía acertarlas con el relieve. En fin, si somos animales superiores, somos animales superiores.

Esta tarde he visto de nuevo tres en la terraza. Son unas hormigas distintas, porque las de ayer eran muy chiquititas. Estas eran gordas, moradas, cabezonas y que se atreven con las paredes. No me han caído muy bien. He matado a una muy descarada y a las otras dos les he dado un papirotazo y han salido despedidas entre la barandilla. Y luego me he ido a jugar al padel y no me ha dado tiempo a pensar cómo frenarlas en la terraza: aquí no vale la silicona, desde luego, y un cerramiento, además de caro, sería como reconocer una derrota. Hum. Algo se me ocurrirá. Ya les he dicho, de entrada, que las hormigas son unos animalitos que me caen muy bien. Ahora bien, esta es mi casa y no recuerdo haber cursado ninguna invitación. Hombre.

 

Guisantes, vino y ojos azules

curra-blue-eyesAyer Anniehall me recordó una conversación sobre las leyes de Mendel y los ojos azules. En una cena la semana pasada con amigos, después de que cayera la primera botella de vino y hablando de vaya vd. a saber qué, una amiga, que es como el Gotha poblachonero pero radiado y en rubio, nos desveló el envés de una historia veinte años más tarde. Y la historia era más o menos la siguiente: una mujer había tenido de soltera una aventura con un negro, y de aquella aventura le había nacido un niño del color del café de Colombia. Luego la mujer se casó con otro señor que era blanco como ella y la familia, para disimular, se inventó un antepasado africano del nuevo marido, que accedió a colaborar en la milonga. El antepasado, naturalmente no era ni negro ni africano, pero tenía la virtud de estar muerto del todo y de que nadie le hubiera conocido. Y así el niño vivió una infancia alejada de cuchicheos sociales pero rodeado de la inevitable curiosidad genética.

Así que veinte años después y una vez que se reveló la verdad, los guisantes se volvieron irrelevantes.

La historia del niño negro no la recordaba nadie, en parte por el tiempo que había pasado y en parte porque se había acabado el vino, pero de ahí pasamos a discutir por qué se heredan los ojos claros. Yo hice lo que hace cualquiera que no sabe nada de marketing: explicar el mundo a través de mi experiencia, opinión y caso personal, así es que declaré con seguridad que lo transmitía el padre. Podría haberme batido en duelo con aquel que quisiera llevarme la contraria y creo que incluso estuve a punto de convencer a todos los comensales de que mi cuñado tiene los ojos violáceos, para justificar que mis sobrinos los tienen azules, como mi hermana, aunque esto lo resolví como un asunto casual, menor y de efecto nulo.

Mi amiga Pepa, con sus grandes ojos azules, negaba con la cabeza y trataba de hacerse escuchar: No tienes razón, Carmen. Mis padres los tienen marrones y mi hermano y yo, azules – me contradecía alevosamente ¿Tu hermano también? – intentaba yo enredar con poco éxito. Hasta que mi querido Javi terció y empezó a hablar de guisantes amarillos, rojos y azules. Tirando de memoria, entre brumas de prudencia y vino y después de meterse el segundo licor de hierbas a la sangre, citó a Mendelsson. La primera se la pasamos, pero a la segunda lo relevamos sin piedad en las hipótesis, porque estuvimos de acuerdo en que sus explicaciones no aportarían la necesaria ciencia a la discusión.

Digo yo que a Freud le hubiera entusiasmado la historia del niño negro, los guisantes de colores reproduciéndose desaforados y el autor de la Marcha Nupcial como teórico de la genética para ilustrar los lapsus del inconsciente. O tal vez lo hubiera desechado: faltaba sexo y el vino era malo, aunque no para llegar a la muerte.

 

Objetos no devueltos

Tengo yo una amiga que se encontró, hace muchos años, una cartera con un cheque al portador de 100.000 pesetas. Estoy hablando de los años 90, o sea, de más de 600 euros. Se lo pensó. Se lo pensó mucho. Y decidió devolverlo. En la cartera había, además del cheque, una carnet de identidad y una tarjetita con un número de teléfono. A partir de ese número, tirando del hilo y después de varias llamadas, dio con el dueño. Este, agradecido, fue a buscar la cartera y le dio, además de las gracias, un ramo de flores. A menudo esta amiga me decía que había sido gilipollas, y se reía divertida, recordando el ramo de flores de aquel hombre. Pero cuando se le pasaba la risa, decía que lo que había perdido en dinero, lo había ganado en buen sueño.

Erased unmundoparacurraHay gente decente, y esto no me lo quita nadie de la cabeza. Hay personas honradas y tengo para mí que son la mayoría. Lo que pasa es que no siempre tenemos suerte. Ya os conté que, por descuido, entre los periódicos del día tiré una ipad a la basura. Por supuesto, activé el borrado de datos en remoto. Este borrado lo que hace es eliminar el contenido en cuanto la ipad se active en una wifi. Lo activé el 6 de febrero. Hoy, 4 de abril, me llega un correo diciéndome que el borrado se ha iniciado hoy y realizado satisfactoriamente.

 

Durante dos meses, mi ipad ha estado con su contenido intacto. Sin conexión a wifi, alguien ha podido escuchar mi música, ver mis fotos, leer mis correos y mis notas, cotillear en mi agenda personal y de contactos, mirar qué libro tenía abierto, cuál es mi blog, cuál mi cuenta en Twitter o en Facebook, o en Linkedin. Las contraseñas no son visibles, y no tengo datos bancarios en ningún dispositivo móvil, pero sin conexión a wifi, alguien ha podido husmear en mi vida, manosear mis cosas personales, ver lo que ningún desconocido tiene derecho a ver sin mi permiso.

Bueno, tal vez sólo han usado la ipad para jugar al Candy crush… Ya. ¿Y de verdad tengo que creer que la misma persona a quien le han faltado escrúpulos para devolverme la ipad usando mi dirección de correo o mi agenda de contactos, sin embargo ha recuperado esos escrúpulos milagrosamente para no fisgonear en mis cosas? No me engaño: la moralidad y el sentido ético de la vida va todo junto, como en un pack, y no tengo dudas de que unos ojos poco nobles han estado observando un trozo de mi vida y haciéndose sabe Dios qué preguntas sobre mí.

No deseo a nadie vivir esta situación. Es muy, pero que muy incómoda. No estoy enfadada por perder ese cacharro, porque ya lo había dado por perdido. Pero es una sensación triste. Y a la vez muy inquietante.

En fin, como decía arriba, hay personas decentes y lo que pasa es que no siempre nos topamos con ellas. ¿Pero y tú? ¿Qué harías tú si te encontraras una ipad en la basura? Esta era de las buenas, no creas, 64 Gigas, conexión 3G, con su fundita, cuidada… Un chollo. Oye, que muchos dirán: «Anda, pues borrarla y quedármela, como haría cualquiera…»

No, cualquiera no haría eso. Hay mucha gente que elige dormir bien. En todo caso, espero que si tu pensamiento íntimo fuera no devolverla, este post te haga reflexionar y cambies de idea. Sólo con eso, me conformo.

La historia de cuando me volví rubia

Ya lo conté, pero se lo vuelvo a contar. Fue hace 10 años. Nos fuimos a Fuerteventura de pronto, aburridas del poblachón, la semana del puente del 15 de agosto, en un viaje contratado a última hora.

– ¿Has cogido un coche de alquiler?

– No, bah, ya lo cogemos allí, que será más barato.

No lo había ni más barato ni más caro. Así es que hicimos plan de a pie. Las tardes las pasábamos en la playa, y muy última hora nos volvíamos al hotel a ducharnos y luego a cenar, en un plan de vacaciones maravilloso que consistía en no hacer nada y pasear mucho. Excepto la segunda tarde, que volvimos antes de la playa porque nos habíamos quemado la espalda con el sol. Todo por construir una gran galleta china en la arena. Una gran galleta china que pretendíamos que vieran los helicópteros. Así que nos dedicamos a pasear por la calle principal de Corralejo. Arriba, abajo. Abajo, arriba. Y vuelta a empezar.  Ya nos habíamos tomado todas las horchatas y todos los helados posibles, habíamos comprado todas las imbecilidades imaginables para la playa y salvo sentarnos en un banco a mirar a la gente no se nos ocurría gran cosa que hacer hasta la cena. Así es que yo tuve una idea:

– ¿Por qué no nos vamos a una peluquería y nos cambiamos el pelo todas?

Mis amigas excluyeron del plan la palabra «todas» casi antes de que yo terminara la frase. Y en vez de preguntarme si yo estaba loca, me dijeron algo como «no te atreves«. Cómo me conocen…

Había un pequeño problemilla y es que no conocíamos las peluquerías del lugar, y eso era un gran riesgo. Así es que volvimos a la perfumería donde habíamos comprado el calmante de quemaduras, a preguntarle a la chica que nos había atendido. La dependienta era una chavala encantadora de unos 19 años, con el pelo de colores cortado como de herrikotaberna, y cuatro o cinco piercings repartidos por la cara. Según mi amiga Susana, no podíamos acudir a nadie mejor para que nos recomendara una peluquería, puesto que si a ella le habían dejado el pelo así, conmigo podrían hacer cualquier cosa. El argumento estaba bien traído, lo admito, y aunque hubiera preferido dirigir yo el proceso de recomendación, se me adelantó mi amiga Merchitas. Y tuve que escuchar frases que todavía llevo guardadas en mi corazón, como por ejemplo «fíjate bien en ella, que siempre va así de clásica«, o «no te importe que la peluquería sea cara, porque si no presume de pelo, al menos presumirá de la factura«. Yo intervine un par de veces para decir que no quería ir a donde iban las señoras del pueblo, ni tampoco a donde iban los jóvenes de su edad (creo que la chica no se dio por aludida, no se preocupen). La pobre ya no sabía a dónde enviarnos y entonces hizo la anti-recomendación:

– Pues ya sólo queda una en la calle de atrás, pero no les quiero mandar allí, porque es donde van todos los extranjeros, y además la peluquería la llevan dos franceses maricas…

– Cómo se llama la peluquería y dame las señas exactas.

Allí terminé, con mi cabecita en las manos de un francés encantador que me convirtió en rubia a base de papel albal, lo que fue para mí una experiencia nueva. No era un rubio platino, pero sí unas mechas muy contundentes, sobre las que no cabía la menor duda. No me dejé cortar, que eso son palabras mayores…

En fin, ya voy volviendo a mi ser, aunque en estos diez años he pasado por tentativas más moderadas y también por extremados ataques de rubiez, que normalmente coinciden con momentos de estrés, enfados monumentales en la oficina o simple depresión primaveral. Pero eso ya es otra historia.

Y ahora no sé si etiquetar la entrada en «historietas» o crear una etiqueta nueva. ¿»Atrevimientos»?

cambio de pelo unmundoparacurra

Entrada dedicada a @Pau_1975

Una ipad en la basura

Es lo que tiene una madre operada. Que tu casa se convierte en un barullo.

Y en ese barullo, muchos periódicos. Y entre esos periódicos, una ipad.

Y  se bajan los periódicos a la basura y te quedas sin la ipad.

Era «viejecita», del 2011. Cuando la compré, lo escribí aquí y todo. Aquí (click). Era negra. Después me compré otra, blanca y de la 2ª generación, cuando comprobé que para usar la negra había que hacer cola, muy especialmente en verano. Así es que aproveché una promoción muy buena que hicieron en mi oficina.

La ipad que se ha ido a la basura era una especie de ipad comunitaria.  Y desde que se perdió en aquel contenedor de papel, la nueva ipad comunitaria es la ipad blanca…

Así es que vuelta a empezar. Hoy me he comprado una nueva ipad. Negra. Mini. Le he puesto una funda amarilla, aunque me arrepiento un poco: una funda roja se confunde menos con un periódico.

En fin, es lo que tiene una madre operada. Que tu casa se convierte en un barullo.

Ipad mini unmundoparacurra

Test de españolidad

Bandera de España unmundoparacurraUna asistenta extrajera que trabajaba en mi casa, que por cierto ha regresado a su país, me dijo en una ocasión que al día siguiente llegaría algo más tarde porque tenía que hacer unos trámites para conseguir la nacionalidad española. Mi respuesta, reconozco que sin reflexionar, me salió del alma:

– ¿Pero por qué?

Supongo que cinco minutos antes habría leído yo cualquier periódico y estaría en ese estado de desolación antipatriótica que se me queda siempre que acabo de leer la sección de nacional. O quizá me vino a la mente aquella frase de Cánovas, que decía que «es español el que no puede ser otra cosa». Ella me miró sin comprender y supongo que le pareció una falta de tacto por mi parte, y hasta puede que tuviera razón. Esta brusquedad nuestra, tan maleducada, tan de escupidera, tan de contestar con prontos, tan irreflexiva, es el reflejo de lo que es un español de pura cepa. Dime qué piensas y me opongo, qué haces y  te lo critico y qué quieres, que quiero algo igual.

Me venía esta anécdota a la cabeza leyendo un artículo sobre la intención del gobierno de uniformizar los exámenes (test o juicios) que se hacen a los inmigrantes para determinar si están suficientemente integrados y así, si los superan, darles la nacionalidad española. Por lo visto, aquí cada uno pregunta un poco lo que le da la gana, hasta el punto en que hay casos en que lo que se hacen son exámenes de cultura general que  no pasaría el 60% de los españoles, por poner un porcentaje amable. Porque si tú preguntas por ahí, como decía el periódico, cuáles son las dinastías que han reinado en España, hay españoles a los que habría que explicar previamente lo que es una dinastía.

Pero en fin, que el gobierno va a poner orden. Eso de que se pregunte qué pasó en 1714 no parece una buena idea, porque tal y como están las cosas, la mayoría contestará que es el minuto en el que el Camp Nou se dedica a pedir la independencia. Y por otra parte, para detectar a un español, no hay que preguntarle si sabe quién es Bárcenas, sino si le tiene un poco de envidia.

Yo, francamente, creo que bastaría con medir los decibelios que alcanza el inmigrante cuando discute. Y si todavía son pocos, le daría el libro de Belén Esteban para que se lo leyera por encima y una bandera con la condición de que sólo la usara en caso de que España llegue a una final de un mundial. Con eso y con un «vuelva vd. mañana», asunto resuelto.

Mensajes automáticos

«Mensaje enviado con mi dispositivo móvil». Yo llevaba puesto ese mensaje automático, hace muchos años. En realidad, lo llevaba por puro descuido, aparte de que ni me había molestado en saber si se podía cambiar, cuando había reparado en ello. Por recordar, diría que era en 2006 ó como mucho 2007. Y fue mi amigo GV quien me devolvió uno de mis correos con esta mensaje (o parecido):

Vale, Carmen, pues quedamos como dices.

Ah, y por favor, quita eso de «mensaje enviado desde mi Blackberry». No aporta nada a la firma, porque lo lleva todo el mundo, ni al contenido del mensaje, porque me da igual si estás sentada en tu despacho, en una terminal de aeropuerto o tomándote un café en el bar. Por otra parte, indica que ni te has molestado en cambiarlo y que eres descuidada, o algo peor: que presumes de llevar Blackberry… Uf, quítalo.

Ya os podéis figurar que lo cambié inmediatamente, aunque me pasé media tarde trasteando con el cacharro aquel. Y también os podéis figurar cuáles fueron los argumentos que más pesaron en mi decisión. Aunque yo confío siempre ciegamente en los consejos de mi querido GV, y aunque me hubiera dicho simplemente «creo que lo deberías quitar», lo hubiera hecho sin hacer preguntas.

Esto no me lo creo ni yo.

Es raro ya ver este mensaje en las Blackberrys, aunque esta tarde he recibido uno de una compañera de la oficina con el mensaje de marras. No me había fijado hasta hoy, y me ha venido a la cabeza la anécdota para el post. Sin embargo, es muy frecuente verlo en los i-phones. Sobre todo en los i-phones. Me pregunto por qué, quiero decir, cuál de los argumentos de mi amigo GV es el más certero… Bah, supongo que es que la gente es muy descuidada.

Otra cosa son esos mensajes automáticos del e-mail que se ven en verano sobre todo. Me refiero a ése que dice, más o menos:

Estoy de vacaciones hasta el 15 de agosto. Si no quieres esperar hasta que llegue la Virgen y ardan fiestas en todos los pueblos de España, puedes llamarme al móvil, en el que por cierto recibo tus correos. Si ves que no te contesto, ni lo cojo, ni nada, y es urgente que te mueres, llama a mi secretaria, que ya verá si eso. Ah, y no te preocupes, que a ella sí que le cojo el teléfono. Pero vamos, que estoy de vacaciones.»

Pero este capítulo tal vez merece otro post. Haré una lista el próximo verano con los más divertidos que me vaya encontrando. Pero eso será, en todo caso, el próximo verano.

Nuevo año chino

Se celebra, creo que mañana, el nuevo año chino. El del Caballo, por lo visto. Realmente, yo no tengo ni idea de nada de lo chino, aunque hago constar que tampoco tengo nada en contra. En general, el único defecto que les veo a los chinos es que son muchos y que siempre van como en racimo, aunque esto último parece más una consecuencia de lo primero que una característica en sí mismo.

Hoy decían en la tele que los chinos en España se quejaban de que cuando un chino cometía algún delito o hacía algo malo, les echábamos la culpa a todos. Hombre, las cosas no son exactamente como las interpretan, también deberían comprenderlo. No es que culpabilicemos a todos, es que no sabemos cabalmente a quién echarle la culpa, porque todos los chinos se parecen. Y entre eso y los nombres que se gastan, chiwonchú, chuwenchá, chonchiwán, un juez dicta sentencia a voleo:

– A ver, el tercer chino empezando por la derecha: ¡culpable!

Mi sobrina cuenta una anécdota muy divertida de un campamento, en el que ella trabajaba de monitora hace un par de años. Puso a un montón de niños en fila para hacerles saltar al potro y cuando le llegó el turno a uno de los niños, que era chino, un pequeñín de cuatro años le gritó asustado a mi sobrina:

– Noooo, ¡Espera! ¡¡Chin-lu no puede saltar!!

– ¿Por qué? – preguntó mi sobrina.

– ¡¡Porque no ve!!,

– ¿Cómo que no ve?

– ¡¡¡ QUE NO VEEE!!! – contestó el niño, achinándose los ojos con las manitas.

Esta anécdota no tiene nada que ver con el año del caballo ni con los chinos en general, que tengo para mí que ven todo con mucha nitidez, aunque, eso sí, como en una pantalla de 16 x 9. Pero me ha venido a la cabeza y la comparto con vds, ya que de los años chinos no sé casi nada y lo confundo casi todo. Tanto dragón, tanta culebra, tanto rojo y dorado, tanto chisme barroco, tanta letras picudas y como desarmadas… no me extraña que lleven los ojos entornados para circular por la vida.

He mirado en la Wiki y, si lo interpreto bien, el año en el que estamos es el de la serpiente. Estamos de suerte, porque un año de caballo es mucho más friendly. Por fortuna no sigo el calendario chino, y no me había enterado hasta hoy de que me he pasado 365 días metida en una serpiente, porque lo hubiera llevado a muy mal traer, que viene a ser como traerlo a mal llevar. Porque si este post habla de chinos, lo consecuente es no entender casi nada…

En fin, les dejo un video para celebrarlo y hasta mañana, que toca post de libros.

http://www.youtube.com/watch?v=XnDSjjCgxd0

Una relación epistolar

No llegué a conocerla en persona. La contraté a través de la conserje, una portuguesa a quien yo no entendía nada de lo que me decía pero con la que mi madre mantenía unas conversaciones de lo más apañadas. Ellas creían que se estaban hablando en francés, pero para mí que usaban una especie de esperanto ibérico que, más que lengua vehicular, se quedaba en un trasunto de ida y vuelta entre ellas. He de decir que yo tampoco entendía a mi madre cuando hablaba a la conserje, aunque las oía perfectamente porque como saben vds, cuando no se domina una lengua se tiende a hablar a gritos.

La cuestión es que a la semana de estar en París yo me dije que necesitaba una asistenta en mi vida. Es verdad que viajaba mucho y que raro era el fin de semana que me quedaba allí. Entre eso y que una mujer que solo va a casa a cenar y a dormir no puede ensuciar mucho, la asistenta parece un lujo, pero lo cierto es que las asistentas hacen una especie de reseteo que logran que, cuando llegas a casa, llegues a casa. Así es que le pregunté a la conserje portuguesa si conocía a alguien de su confianza que pudiera venir un par de días a la semana. Y me envió a Doris, de quien nunca conocí más que su letra, y su voz las dos únicas veces que hablamos por teléfono: el día que la contraté y el día que me despedí.

Teníamos un cuadernito en la cocina para intercambiarnos los mensajes. Nunca tuvieron demasiada enjundia, también es verdad. «No venga el jueves, porque no vuelvo hasta el lunes»; «Por favor, no planche los puños con raya»; «Los zapatos fuera del armario son para limpiar». Ella, por su parte, me decía «he comprado productos, le dejo la cuenta», «el botón de la blusa está en el cenicero»; » No he limpiado la terraza porque va a llover». 

Sí conoció a mi madre, y a algunos amigos que coincidíeron con ella por las mañanas. Por lo visto, la primera vez que se encontró con alguien en casa se asustó un poco. Se asustó ella y la pobre Merchitas, que no se esperaba que de pronto entrara alguien (a mí se me había olvidado avisar, un despiste). Parece ser que le estuvo preguntando si yo estaba en alguna de las fotos y quién era. Se ve que tenía curiosidad. Al cabo del tiempo, cuando por fin coincidió con mi madre, ya pudo conocer todo el «who is who» foteril, porque la única foto en la que se infería claramente el parentesco era la de Curra…

Haciendo una mini mudanza en casa, un papelito ha caído de un cuaderno. Y me he dicho: esto quizá da para un post.

Doris mensaje unmundoparacurra

El caradura del parking

Lo habrán visto alguna vez y seguramente les habrá pasado. Hablo de cuando van a aparcar su coche en la calle y se encuentran con un tipo o tipa que «está guardando el sitio» a alguien. Probablemente, ese alguien está a punto de llegar, o está dando vueltas para encontrar sitio. Ustedes hacen ademán de aparcar y entonces les dicen que no con la mano. ¿ya saben de lo que les hablo?Pues eso me ha pasado hoy a mí con un par de tipos de unos 50 ó 60 años en la misma puerta de mi casa.

Naturalmente, cuando me han dicho «no» con el brazo, yo he metido primera y he enfilado el coche. Y entonces me han gritado: «¡No, no, que estamos con un servicio de seguridad«. He parado y bajado la ventanilla : «¿Cómo que seguridad? ¿De quién? ¿Para quién?» La chulería mía tiene sus motivos. No hace mucho que la Sra. Fernández de la Vega cortaba la calle las mañanas que venía a la peluquería de enfrente. Y no es raro ver un coche oficial dos números más abajo que viene a recoger a los niños de un mindundi de la Comunidad de Madrid, por no hablar de un «really VIP» que vivía en el portal de al lado, muy discretamente, eso sí. Y estando como estoy hasta los cojones de tanto abuso, y viniendo como venía bastante cansada de la jornada, y pagando como pago mi tarjeta de aparcamiento, he decidido que a mí me llevaba presa la policía, pero que hasta aquí habíamos llegado. Y entonces me dice uno de los tipos «Es que estamos esperando a una ambulancia«. Y amigos: ante eso, una cede el sitio, por supuesto, como lo cedería cualquier persona normal.

Nada más dar la vuelta a la esquina he encontrado sitio sin problema, porque a estas horas no hay problema. Pero miren por donde, al deshacer lo andado e ir a entrar en mi casa, los he visto de nuevo. Ahí estaban los dos listillos y un chaval más joven sacando el papelito de la hora. Y muy tranquila, pero también muy seria, me he ido a por ellos:

¿Con que una ambulancia? Ya veo la ambulancia. ¿Necesita papelito la ambulancia?

– Mujer, no te enfades, es que es lo primero que se nos ha ocurrido... – me decía el del bigotito, sonriendo.

No me enfado. ¿Tú me ves enfadada? – igual me veía enfadada… – Verás, ¿Sabes lo que pasa? Pues que si mañana de verdad una ambulancia lo necesita, yo no me lo voy a creer y le quitaré el sitio. Y entonces estás perjudicando a un enfermo, o a un viejecito, ya ves. Ese es el resultado de lo que has hecho tú hoy. Comportamientos como el tuyo hacen mucho daño al resto de la sociedad, no sé si te das cuenta.

Es que mi hijo estaba a punto de llegar…– se encampana el otro, mientras el chaval no sabía bien dónde meterse.

No, no, no, esa no es la cuestión. A mí me dices que estás esperando a tu hijo y a lo mejor me voy. Lo primero, es la mentira. Y sobre la mentira habéis puesto como excusa un servicio público necesario para los demás. Se trata de un comportamiento incívico. Eso no se hace.

Bueno, discúlpame… – otra vez el del bigotito, sonriendo.

Yo no te voy a disculpar. Yo he encontrado sitio enseguida. Pídete perdón a ti mismo, porque tendría que darte mucha vergüenza, mucha vergüenza, lo que has hecho.

Y entonces me he metido en la farmacia de al lado, porque me ha parecido mucho más digno y elegante que darme la vuelta. He pensado que así parecería que les abroncaba porque me pillaba de paso. Me he comprado unas juanolas.

Supongo que debía haber mirado a ver a qué coche le ponían el papelito y, una vez se metieran en el restaurante al que iban, rajarles las ruedas, o rayarles el coche con una llave. Y eso les terminará pasando cualquier día de estos, estos listos son carne de cañón.

En fin, yo he preferido subir a casa y escribir este post, mientras me como una juanola. A mí se me ha pasado la indignación mucho más rápido de lo que tardarán ellos en encontrar su dignidad. Si es que la tienen en alguna parte…