Elecciones americanas

Estoy que no sé si quedarme esta noche despierta para seguir el resultado del recuento electoral. En realidad, todo esto de las elecciones americanas debería haberme pillado entre New Hampshire y Seattle, porque llegarme hasta Alaska me daba perezón. Y es que pedí unos días de vacaciones para poder seguir in situ la jornada electoral pero, mecachis, tenía trabajo. Y encima mañana la fiesta de la Almudena, con toda la familia que viene a comer… En fin, un lío de ir y venir y total, que no pude. Pero vamos, que aquí me tienen casi sin dormir, sin hablar, sin atender a nadie, con el pinganillo de la radio en la oreja todo el rato, que no se me va la preocupación de encima.

Llevo un par de semanas que compro el New York Times, el Washington Post, el San Francisco Chronicle y el Milwaukee Journal Sentinel, este último  para mi madre, porque yo la América profunda como que no. Mi madre sin embargo es más curiosa, y le gusta estudiar los anuncios de Wall Mart y compararlos con los anuncios de El Corte Inglés. Ya le digo que no tienen nada que ver y me da la razón, sobre todo después de mirar las ofertas. Ayer le eché un vistazo al Sentinel y, oigan, también trae un buen seguimiento de las elecciones americanas, lo cual es ilógico: si un tipo de Winsconsin se quiere informar, bien a mano tiene la prensa española ¿no les parece a ustedes?

Yo supongo que ya, a estas alturas, podré hablarles de mis preferencias en estas elecciones sin peligro de poder influir en ninguno de mis numerosos lectores americanos. Pues bien: a mí Trump no me gusta. Yo no entro en sus ideas, pero me parece que un hombre que se peina de ese modo no puede ser de fiar. Mi padre llamaba «calvos sin dignidad» a esos que se ponen la raya a la altura de la oreja y se dejan el flequillo que parece que está concursando en una jinkana. O sea, un peinado que tiene cualquier cosa menos improvisación, que es lo mismo que naturalidad. En la patria teníamos a Anasagasti, con esa ensaimada, válgame. Bueno, pues este Trump no puede ser de fiar, entre el mondongo que lleva ahí arriba y ese color zanahoria, que si pide el voto en la Warner lo mismo viene a morderle Bugs Bunny. Qué horror. Es salir en la tele y no me pregunten qué ha dicho: yo me quedo ensimismada (¿ensaimaismada?) mirándole la cabeza y haciéndome preguntas. En cuanto a Hillary pues, bueno, al menos se peina como un humano.

Les dejo, que vienen las noticias y no quiero perderme ni medio minuto de esta recta-final de la fiesta-de-la-democracia americana. Me interesa muchísimo la opinión de todos los tertulianos y sus sabios conocimientos, en especial cuando, con tanta sagacidad como prudencia, analizan los resultados en clave nacional. Nacional de España. ¿Será que ellos también leen el Sentinel?

Será.

 

El primer semáforo madrileño.

semaforo-alcala-hoyLeo el pasado sábado un artículo en prensa sobre el primer semáforo que se instaló en Madrid, en la confluencia entre Gran Vía y Alcalá, hace la friolera de 90 años. Para mí que se trataba de un artículo rescatado de un cajón, porque la fecha exacta en la que se instaló ese primer semáforo es un 17 de marzo y el artículo se publicaba un 11 de septiembre. Se me ocurrió pensar que era una verdadera lástima que no coincidiera la fecha. Sería maravilloso que los madrileños pudiéramos salir ese día, precisamente ese, a celebrar el establecimiento de normas sencillas de convivencia entre coches y peatones y a conmemorar un símbolo de progreso. Incluso podríamos quemar alguna bandera a cuadros para declararnos en contra de las carreras desaforadas de coches, o una bandera de Ferrari para demostrar nuestro compromiso en contra de las desigualdades. En todo caso, se trataría de recordar la victoria de los cultivados ingenieros frente a los tradicionales guardias de gorra, porra y pito, una idea tan romántica como cualquier otra de esas que se celebran en provincias.

Y es que antes del primer semáforo, el tráfico se regulaba con guardias y las desgracias estaban a la orden del día, o al menos eso nos dice el artículo. Y también que la instalación de aquel primer semáforo supuso todo un acontecimiento entre la gente, si bien la prensa de la época tituló “gran regocijo del público”, no sabemos si porque todavía no había gente o porque este concepto ya era antagónico con el regocijo.

Poco más de una semana antes de leer el artículo, yo había cruzado ese mismo semáforo con mi amiga Maitena sins aber esto que les cuento después de una pequeña discusión sobre si se debían cruzar los semáforos cuando estaban en rojo o cuando no venían coches. Ella lo zanjó con una pregunta lapidaria: ¿Vas a hacerle más caso a un muñeco programado que a lo que racionalmente comprendes en cada momento? Yo, sin saber muy bien qué contestar, me fui por los cerros de Pekín, pero ahora tendría una respuesta estupenda: sí, le haría más caso, porque este semáforo tiene más años que yo.

PS: Enlace al artículo

Fotografía del primer semáforo de Madrid que se instaló entre las calles Alcalá y Barquillo en 1926

Fotografía del primer semáforo de Madrid que se instaló entre las calles Alcalá y Barquillo en 1926

Síndrome postvacacional

El síndrome postvacacional es como El Almendro, que vuelve a casa cada año. En el caso de los turrones, vienen por Navidad y en el caso de los turrados se presentan a primeros de septiembre, justo cuando las vacaciones se han terminado para la mayoría. La mayoría somos usted y yo, y si me apura soy yo sola. Cuestión de calidad, porque ¿a quién le interesa la minoría cuando se te han acabado las vacaciones?

La desconsideración con el prójimo es lo menos que te puede pasar con el Síndrome postvacacional. La supuesta enfermedad va desde una languidez melancólica que te impide querer o no querer, he ahí el dilema, hasta una subida de gemelos al encender el ordenador, pasando por muchos insomnios y casi ningún desvelo, porque se te acabaron las vacaciones y ya nada te importa. Ah, la vuelta de vacaciones, qué dura es.

Lo que también vuelve, junto con el síndrome post vacacional, es el experto de la radio que lo explica, el programa de televisión que lo trata y el articulista que lo comenta. O sea, que una de las características del síndrome postvacacional es que, de no existir, estaría ya inventado.

En realidad y si se paran a pensarlo detenidamente, el síndrome postvacacional es un artificio, un macguffin social. Es poco menos que mucha pereza y poco más que algo de calor, y lo uno te lo quita tu jefe en un par de minutillos y lo otro te lo curas cogiendo el agua de la nevera. El colmo de la ñoñería es llamarlo “síndrome” y sanitarizarlo -perdón por el barbarismo. O sea, tomarse en serio la palabra síndrome y creer que los bostezos matinales revelan indudables síntomas de depresión. Pero vamos a ver ¿Conocen ustedes a alguien que se haya curado de una depresión el viernes siguiente al lunes en el que le fue diagnosticada?

Y les he hablado del colmo de la ñoñería, que es impostada, pero luego está el colmo del autoengaño, que es real y resulta conmovedor. Hablo de los que vuelven un jueves para evitar pasar el lunes y que de todos modos pasarán el lunes, aunque sea el siguiente, porque los lunes siempre vuelven y porque, en el fondo, preferirán pasarlos aunque sólo sea para comprobar que siguen vivos y que conservan todavía su trabajo. Eso sí, cada año tienes que soportar sus explicaciones sobre el imaginario muletazo al calendario, mientras el síndrome postvacacional se apodera de ti hasta el punto de pensar que de verdad lo sufres y que tenía razón el experto de la radio.

En fin, vivimos en una sociedad con tendencias suicidas y que sólo sabe mirar vasos medio vacíos. Casi nadie repara en que uno vuelve de vacaciones con buen color, con la mente despejada, con el cuerpo cansado pero lleno de nueva energía y atesorando vivencias que se convertirán en extraordinarios recuerdos con el pasar de los años. Ya, ya sé que me he pasado con lo de atesorar vivencias, pero es que a mí el síndrome postvacacional me impregna de inquietudes líricas. Qué le voy a hacer, si casi no hay puentes de aquí a Navidad.

Volví el lunes y mañana es viernes. Lo dicho: un macguffin.

Ola de calor

Cuando arrecia el verano hay un scoop periodístico que no falta nunca: la ola de calor. Nunca he entendido muy bien que abran los telediarios con la «noticia» porque no hay tal noticia. En primer lugar, lo normal en verano es que haga calor, y en segundo lugar, es difícil de entender tanta alharaca para contarnos algo que todos ya sabemos. Pero ahí estamos cada año: hace calor y llega como una ola.

Pero más asombrosa que la labor informativa es la labor educativa. No se conforman con decirnos que en julio hará calor, sino que además, con mucha seriedad e insistencia, nos dicen que debemos llevar ropa ligera y de algodón, no dejar a perros, niños ni ancianos en un coche cerrado al sol y que hay que evitar hacer deporte en las horas álgidas, que si la cosa está chunga se extienden desde las 9 de la mañana a las 9 de la noche. Ah, e hidratarse. Beber agua no es beber, es hidratarse. Si es de botijo tal vez es refrescarse, pero si es de un botellín  de plástico entonces es hidratarse, no hay duda. 

Siempre que oigo todos esos consejos me digo que habría maneras más directas de llamarnos gilipollas, y que esas sutilezas no están al alcance de cualquiera y que lo mismo nos pasan desapercibidas. Piensas que todas esas cosas que dicen en el telediario tienen que ver más con el sentido común que con el calor en sí, pero al cabo, te dices que tal vez no está de más recordar los básicos. Es cuando te cruzas por la carretera a ese cincuentón con barriga haciendo footing (que ahora es running) a las 5 de la tarde, a las cinco en punto de la tarde, cuando el viento se lleva los algodones y te los deja pegados a la espalda. O cuando ves a la una, las doce en Canarias, a una chiquilla que lleva botas y foulard, o cuando la guardia civil tiene que romper a golpes una ventanilla para sacar a un pobre perrete que han dejado encerrado en un coche a pleno sol. Sí, quizá hay que avisar a la población, quizás hay que avisar.

Antes los golpes de calor les sucedían a los cretinos, a los ignorantes y a los que no tenían una abuela cerca que les diera un coscorrón a tiempo. Era ese «niño, pero dónde vas con jersey». Ahora, los episodios de desfallecimiento por calor sólo les pasa a los que no ven el telediario. Quizá deberían avisar también en el programa de supervivientes y en los debates de la Sexta, que es lo más popular y mentalmente regresivo que se me ocurre. 

Así que ya saben: No se tapen e hidrátense, que viene el calor.

Absolutismos

Tengo yo una cena apostada (en realidad son dos cenas) a que se repiten elecciones. Y cada día que pasa estoy más convencida de que cenaré gratis. ¿y qué es lo que hace aumentar mi convicción? Pues no sólo las cuentas, que no me salen, sino también los mensajes pertinaces de todos los políticos, que dicen no quererlas. Y es que los políticos mienten hasta cuando desean.

Miren, a mí me parece que no hay que darle muchas vueltas a lo que dijimos los españoles el pasado 20 de diciembre. Dijimos, sencillamente «hablen ustedes y entiéndanse».

Y no se entendieron.

Así es que repitieron las elecciones, y de nuevo salió lo mismo: «hablen ustedes y entiéndanse».

Y siguen sin entenderse.

En el entretanto, el país sigue funcionando.Y yo sigo charlando y entendiéndome con amigos de derechas, de izquierdas, muy de derechas, muy de izquierdas y viceversa. Con partidarios de subir impuestos y de bajarlos, con católicos y ateos, con amigos de la escuela pública y fans de la sanidad privada, con funcionarios y parados, con estudiantes y jubilados, con inmigrantes y nacionales, con catalanes y con vascos, con atléticos y sevillistas, con artistas e industriales, con camareros y directivos, y, en fin, con todo aquel con el que necesite entenderme para conseguir algún fin. Pero hay un paso previo imprescindible: acordar para qué se discute.

Dice Carlos Rodríguez Braun que no habrá nuevas elecciones porque los políticos empiezan a temer que nos demos cuenta de que no nos hacen demasiada falta. Yo, sin embargo, creo que tendremos nuevas elecciones porque a todos les interesa: el rojo no tiene nada mejor que hacer; el azul piensa que si todo sigue igual, él también; el morado siempre puede protestar y si no, ya se inventará algo; y el naranja… bah, el naranja va donde le lleven. Mientras tanto, viven estupendamente: tienen el sueldo de un ministro, el trabajo de un cura y las vacaciones de un maestro.  En cuanto a ustedes, con gobierno o sin gobierno tendrán que hacer prácticamente las mismas cosas cada día, así es que no pretendan venir ahora a darse importancia. Una cosa es segura, sin embargo: con elecciones o sin ellas, gobierne quien gobierne, juntos o separados, con absolutismos o sin ellos, nos subirán los impuestos, que para eso no necesitan ni hablar ni entenderse.

Gracias, Del Bosque

Gracias, Del Bosque.

Una vez dicho esto -que parece que es lo único que se puede decir cuando se cita a este señor-, espero que se vaya de una vez y deje paso a otro con mejores ideas. O con alguna. Aunque no sé yo, porque Vicente del Bosque tiene un defecto españolísimo, que es no saber irse cuando se está arriba y se ha cumplido, y así dejar paso a otro. También es un defecto muy corriente en nuestro país no ver las lucecitas amarillas cuando se tiene el primer fracaso después de la gloria. A la postre, Don Vicente se ha revelado como alguien sin inteligencia para renovar nada, sin personalidad para arriesgar y sin perspectiva para comprender que esta selección se acabó después de 2012.

Dice que ha llevado a gente nueva y sí, pero luego no los ha puesto a jugar. Seleccionaba «por respeto», «por cariño», «por todo lo que nos ha dado», y eso no es un criterio para una selección que no va precisamente por amor. Casillas, Silva, Fábregas, Iniesta y Ramos estaban ya en la Euro 2008. Hace 8 años, toda una vida en fútbol. Busquets, Piqué y Pedrito fueron al Mundial, y éste último hasta se ha dado el lujazo de protestar porque no jugaba: «a lo mejor no vale la pena venir aquí sólo para hacer grupo». Pues sí: a lo mejor había algún jugador en mejor forma y con más partidos en la temporada. En vez de ponerle en el primer avión de vuelta, le sacó a que «salvara» el resultado en el último partido. Telón para la opereta de Don Vicente, el señorío y el garrulo engreído.

Hacer grupo. No es ninguna tontería en un equipo de fútbol, no crean. Al revés, pienso que es algo importantísimo. Pero miren: Luis Aragonés no tenía grupo, y lo construyó. Porque el grupo se construye con motivación, no con cariños paternalistas, lealtades abotargadas y deudas personales. Y la motivación se obtiene cuando te llevan por tu papel en el césped, no en una alfombra del teatro Campoamor. Y cuando tu entrenador es el primero en estar motivado, o al menos con más motivación que un koala después de comer.

¿Qué decir del papanatismo de los periodistas deportivos y del mainstream? Aparte de la caspa que les sale a borbotones del micrófono, aquí no se oye ni una mala crítica, salvo muy honrosas excepciones. Sin embargo, yo creo que se puede y se debe criticar. Porque con la crítica se envían alertas, y porque el exceso de halago debilita. Poco favor y servicio han hecho esos periodistas pueblerinos que sólo saben exigir respeto por el pasado, sin comprender que la exigencia debe mantenerse para el futuro. O al menos para el presente: se lleva a un jugador por lo que te puede aportar, no por lo que aportó hace dos años.

En fin, mi decepción y melancolía ya viene de lejos y lo escribí en estas dos entradas hace tiempo (click y click). Del Bosque, un señor al que admiraba, me ha desenganchado de la selección y hasta me ha quitado las ganas de reirme un rato con ustedes. Aunque de esto último no hay que preocuparse: seguro que el porvenir le pone remedio.

 

Te quiero a pesar del Brexit

Leo hoy en el periódico lo siguiente:

Una niña de 6 años pide matrimonio al Príncipe Enrique de Inglaterra

«Me quiero casar contigo. Quiero ser princesa», son las palabras que la pequeña Lottie, de 6 años, dirigió al Príncipe Harry durante su visita a un centro educativo en Manchester (…). La simpática proposición de la niña no ha pasado desapercibida y ha sido reproducida en los medios británicos precisamente cuando el país estaba a punto de jugarse su futuro y el de la Unión Europea con el referendum sobre el Brexit. El hijo menor del Príncipe de Gales, que aun sigue siendo uno de los solteros más cotizados del Reino Unido, contestó a la niña: «Tú no querrás eso. Hay mucha diferencia de edad. Has leído demasiados libros»

¿Precisamente? ¿Por qué precisamente? ¿Qué tiene que ver el futuro de Lottie con el futuro del Reino Unido? ¿Significará que los medios ingleses deberían haber esperado al resultado del referendum para contar la historia de la niña Lottie? ¿O es que también querrán someter a referendum el matrimono del Prince Harry? No lo sé, pero ese precisamente me perturba.

¿Y qué me dicen de la respuesta de Harry? Es confusa, y mucho. ¿Cuál es la verdadera razón para descartar la proposición? ¿Que hay mucha diferencia de edad o que la niña lee demasiado? ¿Quid de los gustos de la pequeña Lottie? ¿Y de los gustos del Príncipe?

Por cierto ¿Lottie es diminutivo de Lottery?

Una esquela con emoticonos

Leo en el periódico que se ha publicado la primera esquela con un emoticono. Por lo visto la fallecida lo pidió así, e incluso eligió el emoticono que quería que figurara: se trata de la carita que saca la lengua y guiña un ojo, lo conocerán ustedes. Y lo usarán, sin duda, para contestar a cualquier jatorrada de sus amigos en el whasap.

La señora tenía 75 años y no quería ningún símbolo religioso, así es que descartó los emoticonos de la cruz y de la media luna, que supongo yo que existen. También, y en esto le alabo el gusto, no dejó al albur del estado de ánimo de su familia la elección. Imagínense  😥 por doquier, que la gente es muy sentida. A mínima, y a poco que estén consternados, echarían mano del 😦 , pero con seguridad les acabaría pareciendo poco. Claro que si murió de repente, nos encontraríamos con :o. También podría darse o_O, para cuando el vecino dice eso de ¡Pero si ayer la vi y estaba como una pera!, o sea :mrgreen:, y le contestan ya, pero es que fumaba 😳

La esquela se suele poner enseguida, casi con el fallecido de cuerpo presente, así es que todavía no habrían abierto el testamento. Cabe descartar entonces encontrarse con 😡 , pero no con :?, porque alguna preocupación habrá entre los herederos. Pero no creo que se atrevieran, y más bien hubieran dejado a los nietecitos dar ideas. Madre mía el festival: ❤ ❤ ❤ ❤ . Ya, ya, la nuera seguro que también habría aportado ideas, pero la flamenca bailando es uno de tantos emojis que wordpress evita amablemente que pueda insertar. También veo que había un cuñado. Humm, no soy experta en emoticonos, pero… ¿tal vez el de la hamburguesa? Ya saben, lo del muerto al hoyo y el vivo al bollo ¿lo pillan?

La mujer tenía humor, no hay duda, y además un humor optimista y nada macabro. Descartemos, pues, una lápida grabada con un emoji del pulgar hacia abajo acompañando al epitafio definitivo «Aquí os espero, majos». Se ve que optó por quitar dramatismo a su propia muerte. Y lo ha logrado, desde luego.

En fin, por si no me creen, aquí les dejo la esquela. He quitado todas las referencias personales. Un respeto.

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Compresas vintage

Reconozco que este asunto me ha pasado desapercibido hasta ayer. Vi pasar un tuit la semana pasada pero pensé que era una de tantas chorradas que circulan en la red, a las que más vale no hacer mucho caso. Pero no, es cierto: un grupo político en Cataluña se ha atrevido a decirnos a las mujeres que dejemos las compresas y que volvamos a los pañitos de tela que usaban nuestras abuelas. Proponen también las esponjas marinas en sustitución de los tampones y también, claro, la copa menstrual, lo que me hace pensar que, además de un grupo político, es un grupo de psicópatas.

La razón que dan es la ecología. Nos dicen que las compresas y tampones son anti ecológicos. Supongo que no lo serán mucho más que los envoltorios de las patatas fritas, el papel en el que envuelven el pescado, los neumáticos de los coches o, de forma mucho más aproximada, los pañales para bebés. Y sin embargo, parece ser que -y de esto no me había dado yo cuenta- las mujeres ensuciamos el planeta más que los hombres, con esa dichosa menstruación que es, sin duda, un arma de destrucción de los bosques del Brasil.

Qué moderno, oigan. Y qué romántico. Yo supongo que habrán desaparecido en la mayoría de las casas, pero sería realmente maravilloso poder usar de nuevo los pañitos de las abuelas. ¿No rebuscamos por los armarios para encontrar ese chal antiguo o ese sombrero vintage? ¿No nos encanta abrir esos cofres y encontrar esos pendientes de los años 40, o ese pañuelo de los 50? Pues oigan, nada comparable con colocarse en los bajos uno de esos pañitos tan suaves para evitar que se manche la falda. Compresas vintage para todas, no se hable más.

– Huy, qué culo más respingón te hacen esos pantalones.

– Ya, hija, es que llevo puesto un pañito de mi abuela.

En fin, tampoco hay que recurrir a las abuelas para que nos expliquen lo que opinan de la iniciativa, basta con preguntarle a muchas madres. La mía sin ir más lejos, con casi 80 años, recuerda perfectamente los pañitos. Y los cinturoncillos con botones para sujetarlos. Así que me dice, a la hora de escribir este post, que es conveniente que el servicio de salud que va a explicar a las adolescentes que se pongan un paño de tela, explique también la necesidad de ponerse bragones de cuello alto porque, con una braga tanga, lo del pañito es inviable.

Al hilo de esto, me dice mi madre que también recuerda la vida sin lavadora. Y sin lavavajillas. Y sin plancha de vapor. Y sin cocina de gas. Lo bueno de volver a los tiempos sanos y ecológicos es que las mujeres curraban poco fuera de casa, y aunque dentro trabajaban como mulas, tenían la ventaja de no tener que acarrear  el paño de tela sucio en el metro a la vuelta de la oficina.

Yo supongo que lo siguiente será una moción en contra del papel higiénico. Oigan, teniendo dos manos y un grifo cerca, ¿ de verdad creen que es imprescindible someter al planeta a esa presión de desechos a la que nos impele la civilización capitalista del siglo XXI?  ¡Qué falta de progresismo!

 

 

La marmotización

Se escribe sobre lo que se ve, sobre lo que se vive o se imagina. Malos tiempos para la creatividad, porque el mundo que vivimos es cada vez más simple y más repetitivo. La actualidad es tan previsible que no es posible la sorpresa. La originalidad, la capacidad que tenemos para asombrarnos, desencadena la imaginación y el comentario, esa disposición que todos tenemos de fabular nuestras vivencias sin la cual nuestra existencia pasaría sin pena ni gloria al no tener motivos para ser recordada. Y si hoy miramos un poquito más allá de nuestra vida cotidiana, de la que es próxima y familiar, sólo encontraremos la nada.

Pones la televisión, abres un periódico o enciendes la radio. No pasa nada nuevo porque no se cuenta. Y no se cuenta porque se ha ignorado, se ha dejado de lado, se ha despreciado en favor de lo conocido, de lo viejo, de lo no resuelto, de lo que hablarán los demás, como en una retroalimentación infinita. A lo mejor es verdad eso de que el medio es el mensaje, y por eso la repetición es noticia. Asuntos enquistados que se alargan como un chicle y que, como el chicle, al cabo se convierten en un trozo de goma insípido que solo conserva el sabor de la saliva. Ir a lo seguro, repetir, repetir y repetir sin aportar nada nuevo es como no tirar el chicle. Mantenerlo en la boca y rumiarlo hasta la arcada, ese es el panorama político y periodístico que nos rodea.

Todo es cálculo, todo es aritmética sin serlo. Formar un gobierno es cosa de sumas y restas y no de ideas comunes; atender a refugiados que huyen de una guerra es un asunto de porcentajes y no de compasión; la bondad o maldad del individuo se mide por su nivel de renta; el argumento se tasa por la acumulación de menciones en Twitter y la cordura de la protesta sólo depende de lo que se pueda cerrar el encuadre de la cámara, para que cuatro se conviertan, mágicamente, en cuatrocientos. Razonamientos de un par de minutos, y resúmenes de ideas que sólo son brochazos superficiales. ¿Y cosas nuevas? Ninguna, es siempre dar vueltas a la misma rueda tirados por un ronzal.

Amigos, el cerebro de los humanos lleva camino de convertirse en un relicario.