La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, de Santiago Posteguillo

La noche que Frankenstein... posteguilloDía primero de mes, y toca hablar del libro del Club de Lectura. Un libro que tiene un título que da muchísima pereza, y un autor bajo sospecha, porque este señor se dedica fundamentalmente a la novela histórica, que no es precisamente el santo de mi devoción. Para colmo, su trilogía más conocida está dedicada a Escipión el Africano, y yo soy fan de Anibal de toda la vida. Sin embargo, el libro me ha parecido distraído, no crean. Es un libro escrito para que te enteres de cosas, mitad divulgativo, mitad anecdotario, que no sirve para soñar, ni tampoco para deleitarte con la prosa que gasta (este hombre no gasta prosa, la emplea), pero con el que pasas un rato agradable.

Las anécdotas e historietas que nos cuenta Posteguillo, a través de capítulos muy cortos, tienen como punto en común la literatura, los libros y los autores. Asuntos poco conocidos o no conocidos en absoluto que resultan curiosos en muchos casos. El capítulo que da título al libro se refiere a que la autora de Frankenstein, Mary Shelley, era una apasionada de El Quijote, y cuenta cómo y por qué deja ver su influencia en la obra.  También nos cuenta cuándo se usó el orden alfabético por primera vez, en la biblioteca de Alejandría, o novela la entrega del Lazarillo de Tormes al editor, poco antes de la creación del indice de libros prohibidos de la Iglesia, lugar en el que ingresó casi de inmediato; se hace eco de la cantidad de literatos que ha dado Dublín al mundo; pone en duda la autoría de las obras de Shakespeare y el recurso a usar negros de Alejandro Dumas; cuenta de forma sucinta la historia del autor de Ivanhoe, o cómo Sherlock Holmes fue «resucitado» a petición de los lectores. También explica la torpeza de España a la hora de presentar y promocionar a sus autores para el Nobel, o recuerda el discurso de entrada a la Academia de Zorrilla, integramente en verso. Nos habla de Solzhenitsyn, de Dostoievski, de Rosalía de Castro, de Jane Austen, de Dickens, y hasta de Rowling. En fin, cositas curiosas.

No creo que me aficione yo a este autor, porque utiliza un tonillo novelero y de intriga un poco infantiloide y fuera de lugar para contarte las anécdotas que ha elegido. Por ejemplo, te cuenta el paso de Raymond por la segunda guerra mundial, así todo muy dramático, llamándole Raymond, como si fuera el protagonista de alguna ficción, hasta que al final desvela (oh) que se trata de Chandler. Pero es que hace lo mismo en casi todas las historias, y la técnica, por repetitiva, resulta un poco pastosa y falta de originalidad. Probablemente, se debe a que este libro es un refrito de artículos del autor en el periódico Las Provincias. Probablemente…

En fin, un libro distraído y poco más. Como siempre, tenéis otras opiniones sobre este mismo libro en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. También hablaremos del libro en el próximo podcast al que podéis acceder a través del botón de la derecha. 

El pais imaginado, de Eduardo Berti

El pais imaginadoHoy toca reseña del Club de lectura, y creo que es el último 16 de mes en el que reseñamos, lo que significa que quedan cuatro libros para terminar el año. No será un buen año del club, aunque los últimos libros que nos estamos leyendo parece que van mejorando un poco el horror que han sido los seis primeros meses. Este libro del que hablaré hoy para mí es uno de los mejores que hemos leído en 2015.

Eduardo Berti es un autor argentino que sitúa la acción de su libro en la China de principios de siglo XX. Elige un país lejano en el espacio, pero sobre todo en la cultura y en las costumbres, y dentro de ello, se apoya en  la atmósfera mágica de las tradiciones, las supersticiones y los ritos ancestrales. La historia arranca con la muerte de la abuela de una niña, y nos va contando las ceremonias de la muerte y también las ceremonias de la vida: los padres empiezan a acordar su boda y la de su hermano. Pero también la niña traba amistad con la hija de un pajarero ciego que vendió un mirlo blanco a su abuela, y Berti nos va contando la historia de esa amistad, que es la única que tiene la niña.

La historia es muy bonita y me ha parecido que la prosa es muy elegante, muy dulce, muy musical, y que casa bien con la magia de la historia. El país imaginado es el lugar al que van los muertos, y en el que siguen viviendo y comunicándose con sus seres queridos (la adolescente ve a su abuela en sueños, aunque ésta sólo puede ver a la niña).

En fin, un libro que me ha gustado mucho, aunque tenía todas las papeletas para salir por la ventana: los personales son chinos (con sus nombres imposibles), la protagonista es una niña y, encima, salen fantasmas. O sea, tres cosas que me horrorizan de un libro. Y sin embargo, me encantó cuando lo leí (hace ya algunos meses de esto).

Y con esto y un bizcocho, hasta el día 1. Como siempre, tenéis otras opiniones sobre este mismo libro en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. También hablaremos del libro en el próximo podcast al que podéis acceder a través del botón de la derecha. 

Vestido de novia, de Pierre Lemaitre

VESTIDO DE NOVIA DE PIERRE LEMAITREPrimero de mes, toca hablar del libro del Club de Lectura. En esta ocasión, hemos leído un libro del autor que ganara el premio Goncourt con Nos vemos allá arriba (post aquí) y del que también he leído Alex, para mí la mejor de las tres (post aquí). Y esta novela de la que vengo a hablaros hoy pues es… pshé. Una novela de claramente va de más a menos, una historia que se va complicando hasta convertirse en una historieta complicadísima y retorcida hasta decir basta, y que provoca algún que otro bostezo y alguna que otra expresión tipo «pffff».

Vestido de novia engancha al principio con la historia de una chica que cree estar loca, rodeada de asesinatos pero sin tener conciencia de haberlos cometido, aunque con todas las pruebas en su contra. Una mujer con una vida feliz que poco a poco nota como su mente se va degradando, que poco a poco no sabe lo que hace, que paulatinamente se empieza a dar cuenta de que no recuerda qué ha hecho, dónde ha dejado las cosas, o con quién ha hablado en los últimos días. Y si fuera sólo perder unos pendientes vaya que te tira, pero todo indica que ha cometido un asesinato espeluznante. Su vida es una pesadilla y con la poca lucidez que le queda huye…

Y no voy a seguir, porque ya empezaría a destriparles la novela, aunque en la segunda parte ya empezamos a comprender que la pesadilla es todavía mayor de lo que pensábamos. Sin embargo, poco a poco la pesadilla se empieza a convertir en un cuento chino, en casi una novela de marcianos. La trama se vuelve cada vez más enrevesada, los personajes empiezan a dejar de ser creíbles, los pretendidos giros de la novela dejan de sorprender y y el desenlace resulta más que previsible. O sea, que un arranque espectacular, de auténtico thriller, que poco a poco pierde gas y se va convirtiendo en un folletín algo risible, como si la historia fuera deformándose hasta convertirse en una caricatura de sí misma.

Una pena, porque este autor me parece muy talentoso y me habían gustado mucho los dos libros anteriores que había leído de él. La novela no es larga, unas 300 páginas, y para leerla mientras estás de viaje no está mal, pero vamos, que si se me hubiera olvidado el libro en una barcaza en el río Misisipi no hubiera comprado otro ticket para volver a por él. Lean otra cosa de este hombre porque en esta novela se le va la mano y nos dibuja unos psicópatas que parecen salidos de un videojuego y a unos buenos que parecen salidos de Eurodisney (sector Blancanieves). Muy decepcionante.

Creo que mis cobloggers están entusiasmados con la novela, de manera que os invito a leer sus reseñas que publican hoy, como cada mes, en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. También hablaremos del libro en el próximo podcast al que podéis acceder a través del botón de la derecha. Al mes que viene, más.

El lugar más feliz del mundo, de David Jiménez

lugar mas feliz del mundoHoy es 18 y toca post del club de lectura. Un día raro, pero ya está explicado por qué escribimos de libros a mitad de mes, cuando normalmente lo hacemos el día 1: este año leemos más de 12 libros y hay meses con doblete.

Hoy les hablamos de El lugar más feliz del mundo, un libro del actual director de El mundo, David Jiménez, escrito a partir de sus experiencias como corresponsal en Asia durante un montón de años, creo que 15 – no me hagan levantarme a mirarlo. Así es que se trata de una sucesión de crónicas periodísticas, unas más interesantes que otras, pero que hacen del conjunto un libro muy distraído, en los que el autor nos cuenta lo que ha visto más como un viajero que como un periodista, puesto que narra y describe, pero la mayoría de las veces no explica. Pensándolo bien, nos cuenta entonces las cosas como un periodista fetén.

El libro se estructura en seis apartados (Lugares, Fronteras, Calles, Celdas, Amaneceres y Retornos), y recorre países como Bután, Pakistán, Tailandia, Filipinas, Camboya, Afganistán, Vietnam, Indonesia, etc, a lo largo de muchos años, y eso le da pie para contar la visión de estos países, la mayoría convulsos y en los que han sucedido revoluciones, guerras, cambios dramáticos de regímenes, en el antes y el después, y a veces en el durante.

El turista habitual no ve lo que él ha visto. David Jiménez en algún momento hace una crítica sutil de esto, y no acabo de entender la crítica: el turista no va a meterse en líos, y es consciente de que lo que conoce lo hace de forma superficial. Este postureo del autor está de más, sobre todo teniendo en cuenta que él está ahí como corresponsal, y el turismo no es un oficio.

Hay algunas reflexiones interesantes en el libro, como cuando habla de la única frontera invariable y que no depende de gobiernos, ni de la Historia, ni de razones ideológicas, étnicas o religiosas, como es la frontera interior de cada persona que divide el bien del mal y que pasa a través de nuestros corazones, y que hace que un cartero pueda convertirse, casi de la noche a la mañana, en un francotirador, o en un terrorista que pone bombas en los supermercados. También unos capítulos dedicados a la aversión de las democracias occidentales a estar en guerra, cuando están en guerra, y a reconocer que sus ejércitos no están en misión de paz repartiendo gominolas, aunque el gobernante de turno quiera dar a entender eso cuando va a fotografiarse con las tropas. También se leen cositas muy de periodista “bienpensante” y muy de papanatas políticamente correcto, como cuando afirma que “los norcoreanos están descubriendo que no están en manos del comunismo, sino de un fascismo que se ha disfrazado de tal”. O una narración bastante aséptica del terrorismo islámico, y muy poca referencia crítica al estado de la mujer en esos países. Y es que el libro no es una denuncia, o no me lo ha parecido a mí, ni está escrito para levantar polémicas ni alfombras desagradables. Es un libro sobre el lugar más feliz del mundo, que es como lo ven la mayoría de sus habitantes, aunque a nosotros no nos lo parezca. Así que se lee con agrado, y pocas veces nos pone los pelos de punta teniendo en cuenta los países en los que se ha metido y las cosas espeluznantes que habrán podido ver esos ojos.

A mí me ha gustado. Como digo, es un libro que distrae, que se lee fácil, y que tiene sus zonas de interés. No es alta literatura, desde luego, y el estilo no es en absoluto pretencioso, lo que se agradece. No hay críticas a una manera de escribir clara, sencilla, directa, ligera y muy correcta, o sea, escrito para ir al grano y contar cosas, que es lo que le interesaba al autor.

Como cada mes, tenéis otras opiniones sobre este mismo libro en La mesa cero del Blasco, Delenda est Carthago, La originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Buena lectura y hasta el día 1, en el que hablaremos de Vestido de novia, un libro de Pierre Lemaitre.

 

La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera

AND837 LA FIESTA DE LA INSIGNIFICANCIA.qxd:AND676 GUERRA EN LA FHoy día 1 de agosto, primero de mes y post de libro al canto. Este año 2015 parecíamos abonados a libros insufribles, novelas de ínfima calidad, auténticos bodrios infames, porquerías pretenciosas y, por fin, este mes de julio, la literatura. Un libro que te hace pensar, que está bien escrito, en el que se reconoce la calidad y el oficio. En fin, no es lo mejor que he leído en mi vida, ni siquiera lo mejor que he leído de este hombre, pero la comparación con el horror de meses anteriores no tiene color.

Decía el otro día ND en la grabación del podcast que Milan Kundera terminará recibiendo el premio nobel. Y yo estoy de acuerdo en que se lo darán, en uno de esos años en los que no toque premiar a uno de esos escritores extravagantes que no ha leído ni Pepe (siendo Pepe usted o yo, o sea, cualquiera). Lo que he leído de este hombre me ha gustado mucho, aunque su obra más conocida, La insoportable levedad del ser, tiene un título que me da mucha pereza, y creo que lo dejaré para cuando me jubile. El libro de los amores ridículos es una pequeña colección de historias que recuerdo divertidas y La despedida me pareció un gran libro. Este que nos ha tocado leer este mes, La fiesta de la insignificancia, me ha parecido un libro interesante, un libro que juega con el lector y que le hace reflexionar. Reflexionar sobre la insignificancia y su aparente inutilidad frente a su contrario, que sería la importancia, el ser, sentirse o parecer importante, aquello que tiene que ver con el poder, la vanidad o el interés.

La insignificancia, una cualidad que se desprecia, un rasgo del que se tiende a escapar, y que sin embargo puede ser bello e incluso útil. En algunos casos, utilísimo, si se toma conciencia de ello y se sabe aprovechar, pero devastador y obsesionante si se sufre y se lleva encima como el que porta una losa. El que pasa por la vida sin que nadie repare en él puede ser premiado porque no molesta, porque no compite, porque no estorba, porque carece de la importancia que los demás dan a asuntos inútiles en sí mismos, pero que necesitan para sentir que están en el mundo.

Y así, el camarero que se hace pasar por extranjero y se inventa una lengua extranjera que ni siquiera él entiende pero que le aporta el exotismo necesario para dejarse ver, o el que simula una enfermedad que no tiene, o el que habla sin parar para enamorar a las mujeres y las pierde sin remedio, o el que se niega a pedir perdón para evitar parecer debil, todos ellos sufren de insignificancia aunque la disimulen, igual que sufre el que no lo puede disimular. Y en el otro lado, personajes que viven de su insignificancia y que consideran el brillo una inutilidad, algo nocivo y que salen adelante precisamente apoyándose en la ventaja de vivir escondidos, como a rebufo de la vida.

El libro es corto y es ligero, no se hace nada pesado. Eso sí, si esperan una novela con planteamiento, nudo y desenlace, búsquense otro libro. En éste, el autor se sitúa en medio de un grupo de personajes relacionados entre sí, coloca una cámara y nos va contando lo que les sucede pero sin que la historia nos lleve a ningún sitio en concreto. De pronto empieza y de pronto acaba, de una manera un poco rara, pero para mí que Kundera lo que quiere es juguetear con la contradicción, y mostrarnos cómo cuanto más te alejas de lo insignificante, más te acercas a la mentira.

Como cada mes, encontrarán otras opiniones sobre este mismo libro en La mesa cero del Blasco, Delenda est Carthago, La originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Tengo para mí que yo voy a ser la más positiva, pero ya estamos acostumbrados a no ponernos de acuerdo con las valoraciones de los libros que leemos. En fin, lean todas las opiniones y luego hagan lo que les parezca mejor. Yo se lo recomiendo y luego ustedeshacen lo que les parece, que para eso son libres y además estarán, seguramente, de vacaciones.

De brillante porvenir, de John Dos Passos

De brillante porvenirHoy vengo a hablarles de este libro, uno de los propuestos por mí para el Club de Lectura. Se trata de un libro que llevaba en mi librería muchísimo tiempo (de hecho, yo diría que el libro era de mi padre), y lo propuse para el Club por curiosidad. No había leído nada de Dos Passos y para qué proponer otro teniendo éste a mano. John Dos Passos es un conocido y reputado escritor norteamericano  de la generación de Scott Fitzgerald, Hemingway y Steinbeck, pero en la contraportada se puede leer que se dedicó a la experimentación literaria y que sus libros no se dejaban leer con facilidad. Y que de todos sus libros, éste pertenece a su época inteligible. Bueno, tampoco lo dice así (no puedo citarlo exactamente porque mi ejemplar lo tiene Newland), así es que si quieren saber más, investiguen por su cuenta. Donde quiero llegar es a que la contraportada era esperanzadora.

Lo que no se me ocurrió comprobar es si el libro estaba descatalogado. Y lo está, y mucho. Así es que Bichejo encontró uno de segunda mano y nos lo leímos por anticipado para prestar los dos libros a los demás. La anticipación también sirvió para recomendar al resto de nuestros compañeros no leerlo: ya nos vamos conociendo y, salvo raras excepciones, vamos sabiendo lo que le gustará o no a los demás.

El libro cuenta la peripecia de un escritor, Jed Morris, en la década de los 30 de EEUU. Este escritor, de brillante porvenir, un poco viva la virgen y bastante cansino, está involucrado en los movimientos sindicales y comunistas y trabaja en lo de la escritura no para crear arte, o para atraer al público, sino para cambiar la sociedad, para cambiar el pensamiento de la gente. Esto tiene como resultado que casi nadie va a ver sus obras de teatro, porque si ya eran un pestiño, encima están modificadas y adaptadas por sus conmilitones para así servir mejor a los fines del partido, que no es otro que el adoctrinamiento. O sea, petardo sobre pestiño.

Jed se sorprende de que el teatro en el que se representan sus obras esté vacío, mientras los musicales están abarrotados. Oh. Echa la culpa a la alienación en vez de al aburrimiento, hasta que, un poco harto de que nadie vea sus obras y algo cansado de no tener para comer, decide irse a Hollywood a escribir guiones de películas muy comerciales. Nuestro Jed se dice que lo de ganar dinero (y empieza a ganar mucho) es para poder retirarse a una casita a crear belleza, arte y a escribir tochos muy sesudos que cambiarán el mundo, allá en las montañas, alejado del capitalismo horroroso. Tiene un fabuloso presente entre dólares, y un brillante porvenir entre ladrillos. Lo cual no evita que sea un perfecto cretino.

En el primer plano del argumento, las envidias, los tejemanejes de la industria del cine y el submundo de espías y contraespías, siempre dispuestos a trabajar por una mejor causa con tal de que sea la suya propia. Jed Morris, un individuo bastante bocazas y un poco tontainas, que siempre habla de más, al final se revelará como un pobre diablo, un muñeco al servicio de fuerzas que no controla, y que le harán elegir entre su amor y su brillante porvenir puesto al servicio de otros.

El libro sigue una pauta bastante previsible y está bien escrito (aunque la edición y traducción es una antigualla), pero la historia se hace algo pesada, probablemente porque el protagonista se atraganta un poco, de puro tontuno, y porque los personajes entran, salen, pero no acaban de estar terminados. O yo no terminé de fijarlos en la historia, no sé. Llegados a este punto, y después de todo lo que les he dicho ya, creo no se lo voy a recomendar a ustedes tampoco. Aparte de que es difícil de encontrar, que esa es otra. Si eso prueben con alguna de las obras rarunas de Dos Passos y, si tienen la bondad, dejen un comentario luego en el blog para orientarnos.

No sé si tendrán otras opiniones en los blogs de los demás lectores del club. Prueben a ver. Yo les dejo el enlace para que los disfruten aunque se encuentren otra cosa. aquí están: La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, hablaremos de él en nuestra tertulia del podcast (que tienen señalado en un apartado en la columna derecha de este blog). 

 

Honrarás a tu padre, de Gay Talese

honraras a tu padrePues con bastante retraso (unas 13 horas), aquí va el comentario de este mes sobre el libro del Club de lectura. Y será el comentario de un libro que no me he leído. Porque abandonar al 26% es no haberse leído el libro, aunque las 640 páginas tenían como desventaja que para pasar un punto porcentual del Kindle tenías que dar muchas veces al botoncito, y a mí eso me desespera en el libro electrónico, porque tienes la sensación de que no avanzas. Ni siquiera puedo decir que he leído ese 26% completo. Más o menos al llegar al 15%, empecé a saltarme párrafos, porque… pero vayamos al principio.

Este libro lo venden como un estudio sobre la Mafia. Y no es un estudio, sino una novela. Que esté basada en hechos reales no lo discuto, pero no es un estudio. Si lo que quieren venderme es que capta la forma de vida, las costumbres, las reacciones, los modos de tratamiento y las relaciones entre mafiosos creo que hay muchas otras maneras de enterarse de esto sin aburrirse como una ostra. Por ejemplo viendo una película como El Padrino (que me encanta) o Uno de los nuestros, o  Cotton club, o El precio del poder, o El honor de los Prizzi, o Erase una vez en América, o en otro orden de cosas Gangs of New York, Pulp fiction y hasta Con faldas y a lo loco o El golpe, si me apuran. Pero este libro, si quitamos el muy principio, en el que te cuentan las bandas que había en América, o cómo estaban organizados entre familias (cuatro páginas), es la historia de Bill Bonnano y… hasta el 26% sigue siendo la historia de Bill Bonnano pero mientras a Bill Bonnano no le pasa nada salvo que es un mafioso.

Vale es un mafioso, pero en el primer cuarto de libro no le pasa nada especial, porque el tipo es un seta. No hay tiros, ni malos, ni buenos, ni intriga, ni algún elemento que dispare una trama. Nada. La historia va, viene, vuelve a ir, vuelve a venir, que si la infancia, que si la juventud, que si de nuevo la infancia, que si de nuevo la juventud, que tal y cual, pero la historia no corre, no pasa, no tiene pulso, no lleva a ningún lado más que a dar vueltas sobre lo mismo. Claro que hay que describir a los personajes, y poner en situación antes de entrar en materia, pero todo tiene sus límites. Y el mío ha sido el 26%.

Un libro que te categorizan como «periodismo» y tú te esperas algo trepidante. O aunque sólo sea un poquito trepidante. Algún scoop, algo. Pero no, de eso nada. Tú te pones a leer esto y te sientes como una vaca en un prado rumiando y rumiando, y la vaca a veces levanta los ojos y pasa una nube (¡el scoop!, te dices) y la vaca mira a la nube mientras sigue rumiando y rumiando. Entonces, díganme: ¿Una vaca rumiando es trepidante? ¿No, verdad? Pues eso. Pero bueno, ésta es sólo mi opinión.

Yo les recomiendo que lean las otras opiniones de los demás miembros del Club en  La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida  y en el blog de Bichejo. Yo las he leído y vale la pena contrastar. Y si no, algún día antes de marcharnos de vacaciones hablaremos del libro (yo de un 26% nada más) en nuestra tertulia del podcast del club (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).  Y chin pun, con mis mejores deseos de que el próximo me lo pueda acabar, que vaya año que llevamos…

La isla de los pingüinos, de Anatole France

Nuevo primero de mes, nuevo libro del Club de Lectura, y…

https://www.youtube.com/watch?v=90tA0J3zD10

La isla de los pinguinosPerdón, perdón, empiezo de nuevo. Nuevo primero de mes, nuevo libro del Club de Lectura, nuevo aburrimiento desmedido, bostezos frenéticos y consecuente abandono antes de acabar. En la página 217 de 273, cuando empezaba el libro séptimo, ahí se quedó Don Anatole.  El libro se había convertido en una lucha por la concentración y contra el sueño. Era abrirlo, empezar a leer y me podían pasar dos cosas: o empezaba a pensar en mis cosas mientras mis ojos recorrían las letras del libro, o me quedaba dormida sin remedio. Por medio me leí un pequeño librito de Zweig, Carta de una desconocida, a ver si cogía fuerzas, pero ni por esas. El libro se va haciendo pesado y pesado, hasta que pasé por la balda, me llamó Chandler y con él me quedé. Adiós, Anatole.

Y el caso es que me apetecía mucho leer este libro, no crean. Estaba con buena predisposición. Pero la buena predisposición no es un cheque en blanco hacia el autor. Al contrario, es la antesala de una mayor decepción si luego el libro no te gusta como habías esperado. En fin, es lo que hay: siempre digo que los libros son como los melones (frase poética donde la haya), y hasta que no los abres y empiezas a leer no sabes si te gustará. Todos leemos por recomendación la mayoría de los libros, y aunque este año del club está siendo realmente catastrófico, al menos ya no hay tanta tortura, porque he perdido la vergüenza de dejar de leer si me aburro sin ninguna piedad.

La isla de los pingüinos trata de la historia de Francia (o sea, una historia del mundo, que los franceses no hacen distinciones), pero contada mediante cuentos y alegorías. En unos tiempos remotos, un monje llamado Maël llega a una isla habitada por pingüinos y los bautiza por confusión. En el cielo, un coro de santos se reúne en el paraíso para discutir si éste bautismo es válido o nulo – esta parte reconozco que es muy divertida – y para resolver la eventual nulidad, deciden convertir a los pingüinos en seres humanos. Y empieza la historia. Y los nuevos seres humanos, habitantes de la Pingüinia, pasan por esos tiempos remotos, por la edad media y por los tiempos modernos, sucesivamente. Y tú le das gracias a la Virgen del Pompillo cada día y sobre todo cada noche, cuando coges el libro, por que Anatole terminó el libro en 1908 y nos ahorró el siglo XX.  Dos guerras mundiales y otra fría entre pingüinos, el mayo del 68 con pingüinos protestando, un pingüino pisando la luna a saltitos, Françoise Hardy pingüina, la Caída del muro pingüino y un  Ayatolah pingüinero… Y ME CORTO LAS VENAS.

En fin, la gracia del libro es identificar y situar a los personajes y situaciones en la historia de Francia, y así saborear la sátira y la crítica ácida. Pero yo estoy muy lejos de tener la cultura adecuada para disfrutar plenamente de la mirada de este señor sobre la historia de su país y así poderme reir. Y al contrario, ha habido partes que me han parecido un tostón infumable, y eso que yo fumo casi cualquier cosa.

Cuando llegué al affaire Dreyfus pero con los nombres cambiados, ya no pude más y ahí se quedó Anatole. Lo que es seguro es que esta es sólo mi opinión. Como cada mes, tienen otras en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog). 

 

Canciones de amor a quemarropa, de Nickolas Butler

caniones a quemarropaPrimero de mes, toca post del libro del Club de Lectura. También conocido como club de Tortura, sobrenombre que empieza a venirle corto. Como corto va a ser el veredicto, que se lo hago en una frase: Miren, no se lo lean, no vale la pena. No se lo lean porque este libro, no tengo ninguna duda, tendrá ya vendidos los derechos para que hagan un telefilme de mierda que luego ustedes se encontrarán cualquier domingo a la hora de la siesta en Antena 3, Telecinco o en cualquier canal de televisión hortera y de baratillo que sintonizarán para que cubra de rumor sus dulces sueños. Así es que no pierdan su tiempo y su dinero leyendo esta bazofia: aficiónense a la siesta y matarán dos pájaros de un tiro.

Canciones de amor a quemarropa cuenta la historia de un grupo de amigos de un pueblo perdido en Winsconsin, un pueblo de mierda, en donde hace un frío de pelotas en invierno y en el que no hay nada que hacer más que cotillear y ordeñar alguna que otra vaca, además de pasar el tiempo viviendo una vida que te hace pensar que Dios, el quinto día, creó la marihuana para fumarse un peta el sexto día de trabajo. La historia sobre la vida absurda y estúpida de estos ñoños nos la van contando los cinco por turnos. Los capítulos van entonces nombrados con la inicial del nombre de cada uno: Kim, Lee, Beth, Harry y Ronnie, escriben capítulos nombrados como K, L, B, H y R. Como verán, es un detalle originalísimo. Es lo que tiene la literatura de BurgerKing: ponen esas cosas para que la gente pueda decir que el libro le ha dado que pensar.

¿Conocen ustedes la película Fargo? Bueno, pues estos amigos son como la policía y su marido. Mismo rollo americanos de la América insustancial, aburrida y sin el menor interés, de vocabulario escaso e ideas cortas. Dos de ellos se casaron y no han salido del pueblo más que para ir al pueblo de al lado. Otro se hizo rico en Chicago en la bolsa de futuros y luego vuelve al pueblo para rebozarse en el terruño y sentirse amapola; hay otro que se alcoholizó montando vacas en rodeos hasta que se dio un porrazo que le dejó idiotizado perdido. Y el último es un cantante como de música country que ha tenido mucho éxito y que una se imagina como un plasta con una guitarra dando mucho el coñazo y cantando bobadas muy sentidas, con su guitarra, siempre con su guitarra, lalalaaa. Y el libro cuenta la historia de todos ellos, sus relaciones, sus historias infantiloides y absurdas y sus rollos imbéciles que no interesan a nadie. Los personajes son previsibles e imaginados para lectores adolescentes, el estilo no puede ser más cargante, pastoso, cursi y vulgar, y los cambios de narrador sólo sirven para constatar la falta de talento del autor, una verdadera piltrafa.

La historia no puedo decirles de qué va porque no me he enterado, no he encontrado algo que me interesara un poco. Te van contando sus pequeñas batallitas de pandilla de pueblo, todo muy de andar por casa, sin ninguna intriga, ni el menor interés, sin que la historia camine hacia ningún sitio. Y miren, ayer al acostarme estaba al 70%, y podría haber hecho un esfuerzo, pero consideré que ya llevaba bastante: hay mucho para leer como para perder el tiempo con estas bazofias, literatura de supermercado, libros de baratija, infames mierdas escritas única y exclusivamente para que alguien compre los derechos y haga una película, mamarrachos que ni escriben, ni imaginan, ni inventan, ni hacen soñar, ni distraen, ni sirven para otra cosa que para rellenar estanterías. Si estaba hasta la pinza al 70%, el último tercio de libro no iba a arreglar nada y opté por leer otra cosa, que la vida es corta y la literatura amplia.

Y como para gustos los colores, ahí les dejo, como cada mes, los enlaces para que lean otras opiniones. Las encontrarán en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog). Y hasta el mes que viene, a ver si hay algo más de suerte.

El tiempo de los regalos, de Patrick Leigh Fermor

El tiempo de los regalosPrimero de abril, el mes de las flores y la explosión de la primavera, y día dedicado al tercer libro del año del Club de Lectura, más tortura que nunca. No sé si les he contado que tuve alergia al polen cuando era adolescente y me la quitaron con inyecciones y pastillas, un tratamiento de varios años. Este club de lectura no me provoca alergia a los libros, aunque en algunos casos consigue que el efecto de la lectura sea parecida a la de los antihistamínicos. Este tercer libro del año me ha provocado también mucho sopor, me distraía con el vuelo de una mosca y ha habido tramos que hacía una especie de lectura canguril e iba saltando de párrafo en párrafo para no tragarme las descripciones interminables de la nada que hace este hombre, de quien destacaré dos cosas: una asombrosa memoria y una buena pluma. Y ya.

Nuestro amigo Fermor decide con 18 años ser escritor. Y como no tiene gran cosa que contar, decide emprender un viaje, en 1933, desde Inglaterra hasta Estambul. De ahí salen 3 libros, de los que me he leído el primero, que es el que da título al post, aunque el ejemplar que he manejado contenía también el segundo (Entre los bosques y el agua), pero no lo he leído. Si les digo la verdad, no sabía si lo tenía que leer, pero me he cuidado mucho de preguntárselo a mis compañeros de club, no fuera cuento que me contestaran que sí y tuviera que embarcarme en el 47% restante de lo que me quedaba. También parte de mi agradecimiento se lo dedico a Mr. Fermor, porque se le podría haber ocurrido irse hasta Calcuta a saludar a su padre y en ese caso, el primer volumen de la trilogía hubiera sido muchísimo más largo.

Verán, este libro es literatura de viajes, que si tiene unos personajes fijos y el que escribe le pone coña marinera, o le suceden cosas trepidantes, uno se puede divertir. Pero si no, la literatura de viajes es como asistir a un pase de dispositivas de las vacaciones de unos amigos, con proyección incluída de uno esos vídeos infumables en los que te muestran con todo detalle el cielo de una catedral. Cuando yo me cruzo en mis viajes con esos japoneses que van grabando gárgolas, y frescos, y estatuas, y vidrieras, me imagino después la tortura que puede suponer tragarse ese vídeo. Por muy bien hecho que esté y por muy buena calidad que tenga la imagen. Y algo de eso le pasa a El tiempo de los regalos. Vean si no:

«Y de improviso, mientras haraganeaba allí, el silencio se hacía añicos cuando la primera campanada de una iglesia ponía en fuga a un centenar de palomas apretujadas en una cornisa palladiana, que esparcían avalanchas de nieve y llenaban de alas el cielo geométrico. Los palacios se sucedían, había arcos cubiertos extendidos de un lado a otro de las calles y columnas que sostenían estatuas. Inmovilizados por el hielo, los tritones parecían indecisos bajo el cielo nuboso, y había docenas de cúpulas acanaladas. La mayor de ellas, la cúpula de Karlskirche flotaba con la liviandad de un globo en el hemisferio de nieve que la rodeaba, y los frisos que rodeaban en espiral a los fustes de las dos columnas protectoras, coronadas de estatuas (exentas y tan trabajadas como las de Trajano) aumentaban de repente la sensación de giro al desvanecerse a media altura en un remolino de copos de nieve.»

Y después de leer esto, yo no dejo de pensar en el japonés con su Sony Handycam y a unas pobres víctimas sentadas en su cuarto de estar con un bol de patatas fritas en el regazo.

Al relato interminable de descripciones de campos, de ríos, de calles, y de paisajes urbanos o rurales, en donde no pasa absolutamente nada, sitios, escenarios y paisajes en los que nadie repara porque no tienen el menor interés (te detalla las ramas de un arbol de la carretera, las flores de los caminos, los copos de nieve), le sucede de vez en cuando algunos ramalazos de la historia de los países que va conociendo (Alemania, Austria, Hungría), que te sacan de la monotonía y te distraen durante un par de páginas. También tienen interés algunas curiosidades geográficas, pero poco más. Ni siquiera las descripciones de ciudades que conozco han logrado engancharme, y el libro me ha parecido un aburrimiento.

Yo le he dejado entrando en Hungría, cuando nos dice: «el Danubio pasa por Budapest como un hilo pasa por una perla». Temiéndome que el papel de ostra me tocara a mí y a mi aburrimiento, no me he quedado a saber sus impresiones de una de las ciudades más bellas de Europa y ahí se ha quedado la segunda parte. Pero sí diré que si les gustan los libros de viajes, léanselo que disfrutarán. Porque, y esto me interesa decirlo, el autor te cae muy bien en todo momento (Fermor escribe ya con los ojos de un hombre maduro y de memoria, aunque intercala pasajes de uno de sus diarios), y tanto el jóven que viaja como el hombre que escribe se te hacen simpáticos en todo momento.

Como cada mes, tienen otras opiniones sobre el libro (algunas creo que serán muy entusiastas) en La mesa cero del BlascoDelenda est CarthagoLa originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Y a lo largo del mes, en el blog del club o escuchando nuestra tertulia en nuestro podcast (que tenéis señalado en un apartado en la columna derecha de este blog).