Hoy día 1 de agosto, primero de mes y post de libro al canto. Este año 2015 parecíamos abonados a libros insufribles, novelas de ínfima calidad, auténticos bodrios infames, porquerías pretenciosas y, por fin, este mes de julio, la literatura. Un libro que te hace pensar, que está bien escrito, en el que se reconoce la calidad y el oficio. En fin, no es lo mejor que he leído en mi vida, ni siquiera lo mejor que he leído de este hombre, pero la comparación con el horror de meses anteriores no tiene color.
Decía el otro día ND en la grabación del podcast que Milan Kundera terminará recibiendo el premio nobel. Y yo estoy de acuerdo en que se lo darán, en uno de esos años en los que no toque premiar a uno de esos escritores extravagantes que no ha leído ni Pepe (siendo Pepe usted o yo, o sea, cualquiera). Lo que he leído de este hombre me ha gustado mucho, aunque su obra más conocida, La insoportable levedad del ser, tiene un título que me da mucha pereza, y creo que lo dejaré para cuando me jubile. El libro de los amores ridículos es una pequeña colección de historias que recuerdo divertidas y La despedida me pareció un gran libro. Este que nos ha tocado leer este mes, La fiesta de la insignificancia, me ha parecido un libro interesante, un libro que juega con el lector y que le hace reflexionar. Reflexionar sobre la insignificancia y su aparente inutilidad frente a su contrario, que sería la importancia, el ser, sentirse o parecer importante, aquello que tiene que ver con el poder, la vanidad o el interés.
La insignificancia, una cualidad que se desprecia, un rasgo del que se tiende a escapar, y que sin embargo puede ser bello e incluso útil. En algunos casos, utilísimo, si se toma conciencia de ello y se sabe aprovechar, pero devastador y obsesionante si se sufre y se lleva encima como el que porta una losa. El que pasa por la vida sin que nadie repare en él puede ser premiado porque no molesta, porque no compite, porque no estorba, porque carece de la importancia que los demás dan a asuntos inútiles en sí mismos, pero que necesitan para sentir que están en el mundo.
Y así, el camarero que se hace pasar por extranjero y se inventa una lengua extranjera que ni siquiera él entiende pero que le aporta el exotismo necesario para dejarse ver, o el que simula una enfermedad que no tiene, o el que habla sin parar para enamorar a las mujeres y las pierde sin remedio, o el que se niega a pedir perdón para evitar parecer debil, todos ellos sufren de insignificancia aunque la disimulen, igual que sufre el que no lo puede disimular. Y en el otro lado, personajes que viven de su insignificancia y que consideran el brillo una inutilidad, algo nocivo y que salen adelante precisamente apoyándose en la ventaja de vivir escondidos, como a rebufo de la vida.
El libro es corto y es ligero, no se hace nada pesado. Eso sí, si esperan una novela con planteamiento, nudo y desenlace, búsquense otro libro. En éste, el autor se sitúa en medio de un grupo de personajes relacionados entre sí, coloca una cámara y nos va contando lo que les sucede pero sin que la historia nos lleve a ningún sitio en concreto. De pronto empieza y de pronto acaba, de una manera un poco rara, pero para mí que Kundera lo que quiere es juguetear con la contradicción, y mostrarnos cómo cuanto más te alejas de lo insignificante, más te acercas a la mentira.
Como cada mes, encontrarán otras opiniones sobre este mismo libro en La mesa cero del Blasco, Delenda est Carthago, La originalidad perdida y en el blog de Bichejo. Tengo para mí que yo voy a ser la más positiva, pero ya estamos acostumbrados a no ponernos de acuerdo con las valoraciones de los libros que leemos. En fin, lean todas las opiniones y luego hagan lo que les parezca mejor. Yo se lo recomiendo y luego ustedeshacen lo que les parece, que para eso son libres y además estarán, seguramente, de vacaciones.