Y esa luz cegadora…

– ¿La salida de la crisis, por favor?

– Sí, a ver. Siga de frente y la encontrará vd al salir del túnel.

– Ah, sí, ya veo. Debe de ser ahí, ¿no?, donde está esa lucecita.

– No, esa lucecita es la calva del Sr. Montoro, que está en una curva agachado con un candil, buscando no sé qué y enredando.

– Bueno, pero me puede servir de referencia, quizá.

– No lo creo, porque el señor Montoro ya viene de vuelta y además se ha dejado el mapa en el coche oficial. Vd hágame caso y siga por el túnel. Vaya despacito, no sea que se vaya a tropezar o escurrir, porque hay tramos muy oscuros, y el suelo está lleno de pegamento y de inmundicias que van dejado los administradores del túnel. Ah, y una cosa: cuando se cruce con Montoro, aproveche que él tiene un candil y acelere, no sea que le quite a vd. los zapatos o algo.

– Muy bien, pues le haré caso. ¿Y sabe si está muy lejos la salida del túnel?

– Pues no sabría decirle, porque por aquí no ha vuelto nadie a decirme nada. Yo diría que tiene para un rato largo, aunque también dependerá de lo rápido que pueda vd ir, o sea, de su propio estado de forma y del peso que lleve a cuestas. Un primo mío alemán me contó que según se va acercando a la salida, se respira mejor. Pero vamos, yo en realidad no lo sé, tampoco le quiero engañar.

– Ya, comprendo. Bueno pues muchas gracias. Fíjese lo que son las cosas, que yo me hubiera fiado de la luz…

– Huy, no se fíe vd de que va a ver una luz siempre a la salida de un túnel. Piense que puede ser de noche. Vd notará que ha salido del túnel por cómo respira, por la amplitud del horizonte, por la alegría de la gente y porque habrá menos pegamento en el suelo. No se fíe de la luz, hágame caso. Tenga vd además en cuenta que vamos para el invierno, y las noches son más largas. Y por otra parte, nada le garantiza que las farolas de la salida estén encendidas. A veces las apagan los dioses por si se confunde algún idiota y se queda parado en medio de la salida, estorbando…

El elefante

Seguramente conocen ya la historia. Resulta que era una casa de indios de la India con tres habitaciones. Lo que pasa es que allí vivían como 16 ó 17 personas, entre los hijos, los abuelos, los tíos, los sobrinos, los cuñados. Y el pobre patriarca estaba desesperado por la falta de espacio, por el desorden, por el barullo y por la tensión. Así es que se fue a ver a un gurú para que le aconsejara una solución para mejorar su calidad de vida, porque la situación estaba acabando con sus nervios y con la paz familiar. El gurú escuchó pacientemente al hombre y, después de reflexionar, dijo:

– Veamos. ¿Tú tienes un elefante?

– ¿Un elefante? Pues sí, tengo un elefante en propiedad.

– Pues mételo en casa mañana y déjalo que viva ahí con vosotros. Dentro de una semana, ven a verme.

Pueden vds imaginar lo que supuso la llegada del elefante a la casa… Así es que nuestro buen hombre estaba deseando que se cumpliera la semana para volver a la casa del gurú:

– Oiga, esto ya sí que no es vida, la situación es insoportable. El elefante organiza auténticos estropicios con la trompa, y hace sus necesidades un poco por cualquier sitio. Y no quiera imaginar los ruidos, que sus barritos son insoportables, así es que yo no sé qué pasará cuándo llegue la época de celo. Además, si entra en una habitación ya sólo nos quedan dos habitaciones para todos, y si se queda a dormir en el pasillo deja la casa partida en dos. Y no le digo nada de cuando va de un sitio a otro: siempre acabamos dos o tres con magulladuras. Hubo que llevar al abuelo el viernes al hospital porque el elefante se le sentó encima y le ha roto dos costillas, no le digo más. En fin, esto es el horror.

– Claro, lo entiendo. Te voy a decir lo que debes hacer ahora: saca al elefante de la casa y vuelve a verme dentro de una semana.

Y el hombre volvió a su casa y echó al elefante. Al cabo de la semana fue a ver al gurú.

– ¿Qué tal ahora?

– Huy, de maravilla. La casa es muy espaciosa, reina la paz y la tranquilidad a todas horas , tenemos un orden y una limpieza que no podemos creer. Seguimos muy justos, pero hay sitio para todo…

Fin de la historia. En la vida, no todo es cuestión de recursos…

Naturalidad, pero menos

DSC_0027 recortadaLa coquetería en las personas no es algo que me moleste demasiado, por no decir que no me molesta en absoluto. Y vaya por delante que yo no soy coqueta, o no lo soy mucho, que en esto, como para casi cualquier cosa, hay niveles: básico, avanzado, y matrícula de honor. Yo me quedo entre un básico + y un avanzado -, o sea lo normal. Por otra parte, debo decir que los genes no se han portado demasiado mal conmigo, y que a poquito que me peine, puedo hasta tener cara de niña buena y ofrecer un buen aspecto. Claro, que cada vez me cuesta más, porque si a los 15 era una monada de niña, a los 20 una chica tirando a guapa y a los 30 una mujer de buen ver, ahora ya ando que no sé si voy para jamona o para mojama, y mientras el cuerpo va decidiéndolo por su cuenta, yo trato de resistir con un buen presupuesto en cremas y no poco buen humor.

Como todo en la vida, hay cosas que se aprenden en casa. Mi padre no era en absoluto un hombre presumido, pero iba siempre impecable, en un tiempo en el que los hombres no se echaban aceites ni David Bechkam tenía barba que recortarse. En cuanto a mi madre, es una mujer pulcra que tiende al despiste estético, así es que la llegada del moño a su vida ha permitido que, en el arte de ir despeinadas, hayamos dejado ya de parecernos. Si vamos a mis dos hermanas, faro de mi juventud y espejo en el que me miro con menos pudor que piedad, parten de una base fisicamente más agraciada y,  sin ninguna duda, me superan en coquetería. Todo esto para decir que en mi familia, eso de cuidarse la piel, ir depilada, llevar el pelo limpio y sin canas visibles, ponerse los zapatos lustrosos y la ropa planchada, y mirarse al espejo para atusarse antes de coger las llaves, son cosas que están pero que muy bien vistas. Y será por costumbre, por afición o por devoción, pero la verdad, no creo que ir aseada y arreglada sea algo que le cueste mucho trabajo a nadie.

Todo esto viene a cuento de algunos comentarios con los que me he cruzado últimamente en los que se despotrica – supongo que esa es la palabra adecuada – contra el arreglo femenino y los modelos de belleza. Los nuestros, los occidentales, no los que imperan allí donde es de buen tono meter a un misionero en una cacerola y merendárselo, o en esos submundos en los que verle a una mujer la tercera falange del meñique exige lapidación. Por lo visto, depilarse las ingles o ponerse tacones es una concesión a una sociedad machista y retrógada que nos reprime, además de constituir la prueba indudable de falta de cerebro y ausencia de bondad. O sea, que si te pintas las uñas, es que no tienes ninguna belleza interior y encima estás completamente alienada. Ay, Jesús, las sales.

Hombre, yo comprendo que si eres una especie de albóndiga con bigote y tienes cara de taza, se te haga muy cuesta arriba lo del maquillaje y los tacones, y te dé pereza hasta levantarte de la cama. Pero si tiras de ti, con una buena cremita, la ropa adecuada y a lo mejor unos taconcillos de cuatro centímetros, y sobre todo, haciéndote el labio en la peluquería (el tirón es un segundo, te lo digo yo), al menos se te pasará la grima al mirarte en el espejo. Así es que yo creo que todas esas chaladas que protestan contra las uñas pintadas, las falditas cortas, los tacones generosos, la raya en el ojo, y el lipstick de Estée Lauder, lo que les pasa es que, además de albondiguillas, son unas vagas que prefieren abandonarse a una axila con pelos antes que intentar tener un aspecto que no provoque el mismo shock que provoca un gusano en la ensalada: sí, es muy natural, pero da bastante asco. Y la pereza es tan pecado capital como la vanidad, que en eso no hay perdones de primera y de segunda.

Hay que ser muy guapa y estar muy bien hecha para permitirse el lujo de la naturalidad total. Y como eso es la excepción, es de agradecer que las mujeres se tomen alguna molestia (sólo un poquito, un si es no es) para que, lo de estar monas, no se convierta en una descripción literal. ¿Que todo es una convención social y cultural? ¡Naturalmente!

Phtirápteros

Vulgo, piojos. Para no tener que ir demasiado lejos, me he pasado por la Wiki, en donde leo que son unos insectos neópteros, aunque si se sigue el enlace no se comprende bien por qué: un neóptero es un insecto con alas sobre el vientre. Y ya lo les faltaba, tener alas. Y si seguimos leyendo, llegamos a donde dice que son unos bichos asociados a guerras, catástrofes naturales y miserias en general, y también a la falta de higiene, al hacinamiento y a la vida precaria.

En el libro de Las Benévolas, de J. Littell, hay un pasaje en donde se describe cómo el protagonista, en Stalingrado, pasa por un lugar lleno de cuerpos enfermos, hombres ya moribundos, y cómo se sabía cuándo uno de ellos había muerto: una sombra negra de miles de piojos reptaba de inmediato hasta otro cuerpo aun vivo, otro cuerpo con sangre de la que alimentarse. Y mi  madre, muy lejos de abonarse a la ficción, me contó en una ocasión cómo en la cola del racionamiento, acabada la guerra, mi abuela tiraba de ella para que no se acercara a un grupo de mujeres porque, decía mi abuela, se les veían los piojos desde lejos escurrirse por su cabeza y por su cuello.

Ya no es un bicho asociado a las guerras, las hambrunas, la extrema miseria o a la falta de higiene. Pero son unos supervivientes, y siempre encontrarán una cabecita donde anidar. Los piojos no saltan, sino que se traspasan de una cabeza a otra cuando hay contacto. ¿Y en qué lugar lleno de gente puede producirse un mayor contacto entre cabezas? Exacto. Luego los niños se los pegan a los padres y por eso yo no descarto que haya gente en las oficinas con piojos. No digamos en el metro o en el autobús, entre otras razones porque hay mucha gente que va a trabajar en transporte público. ¿Pero de dónde salió el piojo original? Pues miren, eso, además de ser una incógnita, casi es mejor no saberlo.

Tendría yo nueve o diez años y me diagnosticaron varicela. Huy, cómo picaba aquello. Se me llenó el cuerpo y la cara de granos rojos y mi madre me avisaba de que si me rascaba se me podría quedar una marca, como así fue. Me picaba todo, incluso la cabeza. Y de pronto, un bichito fue a caer a la almohada. Y mi madre, a pesar de no ser lo que se dice muy valiente para según qué cosas, precavida empezó a investigar por mi cabeza y no encontró nada, aparte de los granos varicélicos. Sin embargo, mi madre es tan lista como cualquier madre (y desde luego muchísimo más inteligente que cualquier piojo), así es que cogió el bichito, lo guardó en un frasco y esperó a que llegara primero mi abuela, y luego una de mis tías para salir de dudas: era un piojo. «No te fíes, le dijo mi tía Manola, si hay uno, habrá más: échale vinagre en el pelo». El piojo, que hubiera podido seguir camuflado entre los síntomas de la varicela, tuvo la torpeza no ya de caerse en la almohada, sino de permitir que lo viera mi madre y que, para colmo, lo atrapara, y eso le llevó a la perdición a él y a todos sus colegas. Y que casi me desgracia la pituitaria si no es porque mi madre tuvo a bien comprar al día siguiente un liquidito que atufaba considerablemente menos. Y yo recuerdo aquella toalla blanca sobre la almohada, en donde iban cayendo los cadáveres, y todavía hoy me dan ganas de pegar gritos y me vuelve a picar la varicela. Casi tanto como el primer día, porque el segundo no sé ya si me picaba por los granos, por los piojos o por el agobio.

Todo esto viene a cuento porque yo creo que a los padres les encanta hablar de los piojos de sus hijos. En fin, no diré yo que sean conversaciones de alto standing ni con mucha profundidad ni frecuencia, pero tengo la impresión de que hoy se considera natural que tu hijo venga a casa con la cabeza llena de piojos. Y no, no es natural: sigue siendo una guarrada. Incluso hay padres blogueros que escriben sobre ello (eso sí, con mucha gracia CLICK) y para colmo, si se te ocurre protestar un poquito, van y se cachondean de ti (click, de nuevo). Así que, en venganza, como yo no puedo contar mi experiencia con hijos, porque no los tengo, y tampoco puedo contar la de mis sobrinos, porque no les dejé entrar en mi casa, pues les cuento esto. Que para que se vayan de mi blog con picores algo de imaginación sí me queda.

Y ahora les dejo, porque voy a darme una ducha, a lavarme el pelo por segunda vez en el día y a rascarme un poco.

El gobernante bajo la farola

Es como el tipo que una noche pierde las llaves de su coche  y se pone a buscarlas bajo una farola encendida. Y de pronto llega un guardia:

– ¿Qué hace? ¿Le puedo ayudar?

Y el hombre le contesta que ha perdido las llaves de su coche y las está buscando y que muy agradecido por la ayuda. Y cuando al cabo de un buen rato las llaves del coche no aparecen, el guardia le dice al hombre:

– Yo no veo las llaves por ninguna parte ¿Está seguro de haberlas perdido aquí?

– No. En realidad, no sé dónde las he perdido -contesta el hombre

– ¿Y por qué las busca sólo aquí y no busca en otra parte? -vuelve a preguntar el guardia, extrañado

– Pues porque aquí hay luz…»

Y así, con un razonamiento parecido al de este hombre, el gobierno se ha propuesto reformar las pensiones.

 

 

Informes, informes y más informes

Aquí de economía va a terminar opinando hasta el portero del Real Madrid, y si no al tiempo. Lo que ya no les puedo asegurar es si será el titular o el suplente, entre otras razones porque ya no se sabe quién es el titular y quién el suplente. Ya en su día, Guardiola hizo una incursión en la economía social, cuando dijo aquello de que lo importante no era que ganara el Barcelona, sino que había mucho paro. O lo mismo no dijo exactamente eso, pero por ahí le andaba. Y es que yo tiendo a olvidarme de las declaraciones cuando sólo se busca un momentito de notoriedad: para eso soy muy obediente.

De lo que le pasa a la economía española, aquí saca informes hasta el gato. La OCDE, el FMI, el BCE, la Troika, Bruselas, Estrasburgo, la Comisión, el Banco de España, el Círculo de Empresarios, la CEOE, el BBVA, la AEB, Draghi (que no es un organismo, pero lo parece), los de FAES, el CIS, el INE, el Ministerio de Economía, el de Hacienda, el de Empleo, el de Agricultura, el de Fomento, Cáritas Española, los de KPMG, la CNMV, los sindicatos, la FEB, el Financial Times, y la secretaria de Pedro Jota a partir del resumen del Expansión. Lo único que se precia para que un informe tenga su rato de gloria es que no coincida con ninguno que anteriormente se haya publicado. Por lo demás, cuanto más opciones tenga de ser resumido en un par de frases, mejor.

Y esto en cuanto a informes, que luego están las declaraciones de todos los personajes que van desfilando por las televisiones y las radios y haciendo declaraciones a diestro, a siniestro y a troche y moche. Si vds se fijan, la mayoría de los declarantes tienen los labios finos, son calvos y llevan gafas, y si no se han fijado es porque, realmente, son calvos, llevan gafas y tienen los labios finos. Con la excepción de Draghi, al que sólo le falta el micro para convertirse en la rana Kermitt, y del Ministro Guidos, que a veces nos regala su presencia con un grano rojo en la nariz que le acerca los laborables a Pompoff y los feriados a Teddy, el resto son personajes olvidables que dicen una cosa hoy y mañana pueden decir la contraria y hasta parecer un concursante de Masterchef, y ustedes no se dan cuenta ni aun en el improbable caso de que repitan corbata, y ya no digamos si repiten informe. Ah, y se me olvidaba mi personaje preferido: Christine Lagarde, a la que se le va a caer el pelo por un sospechoso affaire justo ahora que le estaba creciendo una media melena de lo más aparente, después de años haciendo carrera con un peinado a lo garçon que le acercaba virtual y virtuosamente a los calvos con gafas, de labios finos pero con una mala leche de tomo y lomo. O de diestro y siniestro, que también.

A mí hace mucho que dejaron de marearme. Hay en todas estas declaraciones un poso de impostura que tiene que ver más con la ucronía que con la utopía, y más con la diarrea que con la berrea. Vds sigan a lo suyo, que todo esto no tiene la menor importancia y tal vez cuando por fin se callen todos, habremos logrado sobrevivir. Y si no, espero que en la Eternidad alguien les ponga un esparadrapo en la boca y les dispense un diazepam, para que se relajen.

El despertador de La despedida

– En este país la gente no aprecia la mañana. Se despiertan por la fuerza, con la ayuda del despertador, que destruye el sueño como el golpe de un hacha, y se entregan repentinamente a una lastimosa prisa. ¡Ya me dirá usted qué clase de día es el que empieza con semejante acto de violencia! ¡Qué puede pasarle a la gente cuando recibe diariamente, con la ayuda del despertador, un pequeño shock eléctrico! Diariamente tienen que acostumbrarse a la violencia y desacostumbrarse al goce. Créame, lo que decide el carácter de la gente son las mañanas.»

 

Milan Kundera, La despedida

Reparto de tareas

Imagina que un día, además de trabajar, te pones a estudiar una carrera. Tienes, pongamos, 30 ó 40 años, da igual, y decides empezar a estudiar. Derecho, por ejemplo. O Geografía e Historia. O Matemáticas o un Máster, da lo mismo. Y entonces llega la temporada de exámenes y tú, ni corto ni perezoso,  te llevas los libros a la oficina para estudiar. Y te los llevas porque no te da tiempo a estudiarlo todo en tu casa. ¿Tú te lo imaginas?

¿Qué te parece? Venga, va, te dejo pensar un momentito.

Ya, lo que me esperaba. Nunca lo harías, porque te parece impensable. En el trabajo se está a lo que se está, desde luego, que para eso te pagan. Y por supuesto, tú que tienes equipo, no consentirías que ninguno lo hiciera, faltaría más. Menudo morro.

Y ahora, allez hop, dale la vuelta, hazme el favor. Y piensa en las veces que has tenido que llevarte trabajo a casa el fin de semana. No, no estoy hablando de ese informe interesante sobre el mercado que nunca tienes tiempo de leer, y tampoco te hablo de conectarte a esa página web que habla de tu profesión, que te encanta. No, no. Yo te estoy hablando de esa hoja de cálculo perra, de la preparación de la negociación, de la presentación canalla que no te ha dado tiempo de terminar, de ese informe que si no lo envías el lunes, el cielo se caerá encima de tu cabeza. Ahora mírate a ti mismo en el salón, con tu portátil… ¿tú te lo imaginas?

¿Qué te parece? Venga, va, te dejo pensar un momentito.

El cocodrilo de la laguna

Que en unas lagunas de Mijas han visto un cocodrilo. Bueno, lo ha visto un joven que, sin pensar más, se fue corriendo a contárselo a unos amigos. Y después se lo contaría a alguien de menor confianza, aunque de mayor utilidad. El Seprona, me supongo. Y parece que sí, que han encontrado unas huellas que se parecen a las de una lagartija, aunque se ven sin necesidad de lupa.

Yo no pongo en duda que haya un cocodrilo en Málaga. Cosas más raras se ven en España, no hay más que ver algunos programas de la tele. Y también me creo que se hayan traido el cocodrilo de cualquier país exótico en el que encontrarse con uno de estos bichos en un rio sea la cosa más normal del mundo. Hay gente para todo. Lo que no me parece bien es que, ahora, los que nos conformamos con tener un perro, o ninguno, y que hasta nos parece que criar un hámster es una extravagancia, nos podamos encontrar ni más ni menos que un cocodrilo (con unas mandíbulas llenas de dientes) a poco que se nos ocurra acercarnos a unas inofensivas pozas a dar un paseo. No sé qué pensarán vds, pero a mí me parece muy incómodo si te lo piensas y muy espeluznante si te lo encuentras.

Hay que encontrar al irresponsable que ha dejado ese bicho suelto así, sin más, dans la nature. No sé si para ponerle una multa o para que se lleve al cocodrilo a su casa, pero hay que ponerse serio con estas cosas. No será fácil pillarle (no hay que contar con el testimonio del cocodrilo, desde luego), aunque yo buscaría a un manco. Pues sí, a un manco. Porque yo me imagino robándole a una cocodrila a una de sus crías, y me da que en la primera tentativa te arranca el brazo. Y luego, mientras se lo está merendando, ya sí, ya uno puede robarle el cocodrilito y salir corriendo con él al puesto de socorro más cercano. Y de ahí al aeropuerto, sin más.

Qué cosas.

Elegir a las personas

¿A cuántas personas de las que te rodean has elegido?

A tus padres no.

Ni a tus hermanos.

Ni a tus hijos.

Ni a nadie de tu familia.

Ni a tu jefe.

Ni a tus compañeros.

Ni a tus empleados.

Ni a muchos de tus amigos que realmente eran amigos de tus amigos.

Ni a tus vecinos…

¿A tu novio?

¿A tu esposa?

¿A tu psiquiatra?

¿Estás seguro?

La vida es una sucesión de calamidades involuntarias.