Te quiero a pesar del Brexit

Leo hoy en el periódico lo siguiente:

Una niña de 6 años pide matrimonio al Príncipe Enrique de Inglaterra

«Me quiero casar contigo. Quiero ser princesa», son las palabras que la pequeña Lottie, de 6 años, dirigió al Príncipe Harry durante su visita a un centro educativo en Manchester (…). La simpática proposición de la niña no ha pasado desapercibida y ha sido reproducida en los medios británicos precisamente cuando el país estaba a punto de jugarse su futuro y el de la Unión Europea con el referendum sobre el Brexit. El hijo menor del Príncipe de Gales, que aun sigue siendo uno de los solteros más cotizados del Reino Unido, contestó a la niña: «Tú no querrás eso. Hay mucha diferencia de edad. Has leído demasiados libros»

¿Precisamente? ¿Por qué precisamente? ¿Qué tiene que ver el futuro de Lottie con el futuro del Reino Unido? ¿Significará que los medios ingleses deberían haber esperado al resultado del referendum para contar la historia de la niña Lottie? ¿O es que también querrán someter a referendum el matrimono del Prince Harry? No lo sé, pero ese precisamente me perturba.

¿Y qué me dicen de la respuesta de Harry? Es confusa, y mucho. ¿Cuál es la verdadera razón para descartar la proposición? ¿Que hay mucha diferencia de edad o que la niña lee demasiado? ¿Quid de los gustos de la pequeña Lottie? ¿Y de los gustos del Príncipe?

Por cierto ¿Lottie es diminutivo de Lottery?

Una esquela con emoticonos

Leo en el periódico que se ha publicado la primera esquela con un emoticono. Por lo visto la fallecida lo pidió así, e incluso eligió el emoticono que quería que figurara: se trata de la carita que saca la lengua y guiña un ojo, lo conocerán ustedes. Y lo usarán, sin duda, para contestar a cualquier jatorrada de sus amigos en el whasap.

La señora tenía 75 años y no quería ningún símbolo religioso, así es que descartó los emoticonos de la cruz y de la media luna, que supongo yo que existen. También, y en esto le alabo el gusto, no dejó al albur del estado de ánimo de su familia la elección. Imagínense  😥 por doquier, que la gente es muy sentida. A mínima, y a poco que estén consternados, echarían mano del 😦 , pero con seguridad les acabaría pareciendo poco. Claro que si murió de repente, nos encontraríamos con :o. También podría darse o_O, para cuando el vecino dice eso de ¡Pero si ayer la vi y estaba como una pera!, o sea :mrgreen:, y le contestan ya, pero es que fumaba 😳

La esquela se suele poner enseguida, casi con el fallecido de cuerpo presente, así es que todavía no habrían abierto el testamento. Cabe descartar entonces encontrarse con 😡 , pero no con :?, porque alguna preocupación habrá entre los herederos. Pero no creo que se atrevieran, y más bien hubieran dejado a los nietecitos dar ideas. Madre mía el festival: ❤ ❤ ❤ ❤ . Ya, ya, la nuera seguro que también habría aportado ideas, pero la flamenca bailando es uno de tantos emojis que wordpress evita amablemente que pueda insertar. También veo que había un cuñado. Humm, no soy experta en emoticonos, pero… ¿tal vez el de la hamburguesa? Ya saben, lo del muerto al hoyo y el vivo al bollo ¿lo pillan?

La mujer tenía humor, no hay duda, y además un humor optimista y nada macabro. Descartemos, pues, una lápida grabada con un emoji del pulgar hacia abajo acompañando al epitafio definitivo «Aquí os espero, majos». Se ve que optó por quitar dramatismo a su propia muerte. Y lo ha logrado, desde luego.

En fin, por si no me creen, aquí les dejo la esquela. He quitado todas las referencias personales. Un respeto.

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¿Horario de Greenwich?

Huso horarioEstos días, con motivo del cambio de hora, se ha vuelto a hablar de los horarios españoles, algo sobre lo que se discute dos veces al año sin que cambie nada más allá de los biorritmos de cada uno. En esta ocasión, el debate lo ha animado el Sr. Rajoy con su propuesta para que España cambie al horario de Greenwich, algo con lo que yo estoy de acuerdo aunque sólo sea para ordenar un poco el mapa de los husos, que está hecho una pena y es de una incoherencia que asusta. Aunque luego Rajoy lo embarulló todo al argumentar que, con este simple cambio, los españoles conciliaríamos mejor, dormiríamos más y cambiaríamos con el decreto mágico nuestras costumbres. De propina, añadió el anuncio de una ley para terminar de trabajar a las 6 de la tarde, algo con lo que supongo se referirá sólo a los funcionarios. Pensará que, total, desde los tiempos de Larra te dicen siempre eso de vuelva usted mañana, así es que poco más se puede romper.

Yo creo que este asunto del cambio de hora vale para escribir un post y poco más. En un país en el que los pantanos son de derechas y las desaladoras de izquierdas, pensar que en el parlamento se van a poner de acuerdo en la hora a la que es mejor que salga el sol es como creer que hay unicornios en la Gran Vía. Ante una propuesta de estas características, según si la trajeran los unos o los otros, el PSOE diría que votarán en contra pero que están dispuestos a dialogar, Podemos exigiría un control estricto sobre el Sol a través del envío de naves espaciales ignífugas, los de Ciudadanos elaborarían un documento de 78 puntos y el PP llevaría el asunto al Tribunal Constitucional. Izquierda Unida, por su parte, perdería su penúltimo diputado en favor del Grupo Mixto. Lo más probable es que, después de dividir a los españoles sobre qué huso es de derechas y cuál de izquierdas, habilitaran tres o cuatro subvenciones para estudiar el impacto de la medida, y aquí paz y despues gloria hasta el año siguiente.

Y miren, casi mejor que no se pongan de acuerdo en el parlamento nacional. Porque España es también el país de los hechos diferenciales. ¿De verdad creen ustedes que ante un cambio de huso horario, los españoles saldríamos del trance teniendo todos la misma hora en todas las Comunidades Autónomas? ¡Pero si en Tobarra, que es un pueblo de Albacete con menos de 8.000 habitantes,  se han negado a cambiar la hora al mismo tiempo que en el resto de España simplemente para no restarle una hora a su tamborrada de Semana Santa! ¿De verdad creen ustedes que, teniendo la oportunidad de cambiar o no cambiar la hora, los catalanes aceptarían tener la misma hora que los gallegos, o los vascos la misma que Madrid? ¿Creen de verdad que los pueblos con intereses turísticos aceptarían el cambio igual que los pueblos agrícolas? ¿Creen en serio que el partido político de turno en el gobierno no negociaría este asunto con sus caciquillos locales? ¡Ja! Si sobrevivíeramos al diálogo nacional saldríamos al menos teniendo 3 husos diferentes, si no 4. Y más o menos la cosa quedaría así:

MAPA-ESPAÑA-HUSOS

Yo lo pienso y me veo cambiando la hora del reloj cada fin de semana que suba al poblachón. En cuanto a las costumbres, pues qué quieren que les diga. Comer a las 12 o cenar a las 7 de la tarde a mí no me sale y creo que, aunque me hicieran vivir en Islandia veinte años, lo máximo que lograrían es que me llamaran Carmen Julianidottir y que me acostumbrara a llevar dobles calcetines. Si alguien me pregunta, yo prefiero que cada cual coma a la hora que le pete y vaya y vuelva de trabajar a la que le dejen.

No se asusten que nada cambiará. Salvo que medie una buena tamborrada.

Blue monday

Ayer fue Blue Monday. Me lo recordó un amigo que me vio sonreir. Y digo que me lo recordó aunque realmente lo que hizo fue avisarme.

Te veo muy sonriente ¿no sabes que hoy es el blue monday? Deberías parecer deprimida.

Charlamos entonces de lo que pueden ustedes encontrar en la Wikipedia por si acaso no están avisados como yo. O no tienen amigos, que todo puede ser. Y es que en este mundo hay gente para todo, incluso para inventarse una fórmula que mida el grado de depresión de la peña. Claro que también hay peña de sobra para creérselo. Por haber, hay incluso blogueros que se animan y se sacan un post sobre el tema.

En fin, a lo que voy. Por lo visto hay dos fórmulas, pero yo les copio la que entiendo un poco mejor para poder comentarla. La fórmula es esta:

[W + D – d] Tº / MNa

que, traducido, viene a ser: Tiempo atmosférico + Deuda – Sueldo mensual multiplicado todo ello por el tiempo transcurrido desde la Navidad elevado al tiempo desde que hemos olvidado nuestros propósitos de año nuevo, y dividido el total entre el nivel de motivación multiplicado por la necesidad de hacer algo.

Toma del frasco, Carrasco.

Yo veo en esta fórmula varias dificultades y alguna que otra putada. Si vamos a las dificultades, la primera que se me ocurre son las unidades de medida, que para empezar no sé cuáles son en la mayoría de los casos y para terminar no veo cómo se pueden convertir para que haya equivalencia. ¿Qué número pongo en tiempo atmosférico para decir que hace un frío del carajo, llueve hace viento? ¿Y cómo hago para ponerlo en euros y poder multiplicarlo por lo que sale de restar el sueldo de las deudas? ¿Pongo lo que me ha costado el abrigo, las botas y el paraguas? ¿Quid de las bragas de cuello vuelto, tan caras como difíciles de encontrar (recordemos que el frío es del-carajo)? En fin, supongo que habrá tablas, o serán factores, en todo caso yo no lo he encontrado. Corrijo: no lo he buscado (si lo busco, no hay post).

En cuanto a las putadas, pues… francamente, hacernos reconocer los propósitos abandonados del año el tercer lunes del mes de enero es para deprimir a cualquiera. Si nos ponemos en este plan, el blue monday se convierte en grey tuesday cuando te subes a la báscula el martes y en black wednesday cuando faltas a tu clase de inglés del miércoles. Y valdría cualquier color estrafalario para definir ese día de marzo en el que caes en la cuenta de que, del coleccionable de miniaturas de coches antiguos que empezaste el 3 de enero, sólo has comprado el Renault Gordini.

En realidad tampoco hay que romperse la cabeza buscando colores para esos días porque como saben todos ustedes, la palabra blue no hace referencia al color, sino a su significado en inglés de triste. Se lo digo porque, en el curso de la conversación con este amigo, también tuvimos tiempo de comentar este punto mientras nos divertíamos inventando un pink thursday, un green friday, un yellow saturday y un purple sunday.

¿Purple sunday? ¿O era brown?

Parejas reprochables

Seguro que habéis coincidido con este tipo de parejas en alguna cena o en cualquier reunión social. Suelen aprovechar algún comentario de alguien en cualquier conversación sin importancia para reprocharse pequeños defectos personales, detalles domésticos que no le incumben a nadie o comportamientos de su vida en pareja que, fuera de ese ámbito, no tienen el menor interés.

Por ejemplo, alguien dice que ha terminado un libro y entonces uno de ellos salta con un huy, qué bien que tú lees, porque este no coge un libro ni aunque lo mates. O si alguien comenta que va a tirar unos zapatos entonces se descuelga con un mira, ya podías aprender, que tienes el armario lleno. Son unas parejas muy características, muy cargantes y, sobre todo, muy indiscretas.

Cuando es ella la que reprocha, él adopta el típico rol de marido calzonazos, baja la vista y aparenta cargar con una cruz muy pesada, aunque está encantado con el protagonismo. Y así nos enteramos de que duerme con calcetines y ronca con silbiditos, fiuu, fiuu, lleva mal lo de tirar los bastoncillos de las orejas a la basura y sólo se corta las uñas cuando ya no puede escribir en el móvil. Luego ya entramos en que el urólogo le aterra, y entonces nos reímos todos, ja, ja, el dedo por el culo y tal. Eso sí, es buenísimo con los niños y ayuda a recoger la mesa, aunque los domingos no puedes contar con él porque se va al campo y no aparece hasta las cuatro de la tarde.

El hace reproches de forma arrobada mientras la mira con mucho cariño para darnos el parte de sus minúsculas pendencias. Entonces sabemos que se acuesta con la cara llena de potingues – él dice potingues, para dejar constancia de su aversión a las cremas -, que cambia de perfume cada jueves, que es muy estricta con los niños y que no ha heredado el arte de hacer croquetas. A cambio, desde que dejó de fumar cogió algún kilito, pero está estupenda y nada nerviosa, ¿verdad, cariño?

En no pocas ocasiones, estos moscardones se desentienden de la conversación del resto del grupo para enzarzarse en una de sus estúpidas discusiones. En la refriega siempre encontramos algún ¿y tú, qué?, algún anda quién fue a hablar, y algún eso no me lo habías dicho nunca. También hay muchos no os creáis una sola palabra y varios mira que eres exagerado. O exagerada. La situación pasa de aburrimiento infinito a trance desagradable cuando empiezan a criticar a sus respectivas familias políticas…

Estas parejas, cuando sus hijos eran pequeños, daban el coñazo hablando todo el rato de sus niños. Que si tiene tal enfermedad, que si ha hecho esta monería, que si lo llevo a tal sitio, que si sus amiguitos son no sé cómo. O sea, que los venías venir, aunque por separado. Ahora sus hijos han crecido y hablar de ellos ya es imposible, porque apenas les ven el pelo. Y no me extraña, porque soportar a estos pesados más de una hora debe de constituir algo peor que una tortura japonesa…

El horror, el horror.

Advertencias y amenazas

Estoy en mi casa y en el patio hay un helicóptero. El ruido es insoportable, suena muchísimo. Estarán vigilando a los de la Juve, o a los del Madrid, o yo qué sé, porque en el patio de mi casa no se juega ningún partido, pero ahí está, dando vueltas y vueltas.

Tal vez no sea uno solo, sino una docena de helicópteros. El ruido es insoportable. ¿Ya he dicho eso? Creo que sí. Este helicóptero que está sobre mi cabeza no es como esos helicópteros que se dedican a cazar conductores, que ni se ven, ni se oyen, ni se entienden. Pero es que esos helicópteros lo que quieren es pillarnos, y estos que yo tengo hoy sobre mi cabeza lo que quieren es disuadirnos, y de ahí el ruido. Eso o que el piloto no ve bien de lejos. O tal vez se trata de un piloto juguetón que se dedica a esquivar antenas en su tiempo libre.

Esto de la disuasión tiene su aquel. Los gorilas se dan golpes en el pecho y los leones rugen para disuadir. Los helicópteros vuelan bajo para que los oigamos. Nos decimos: hay helicópteros, no hagamos gamberradas o nos verán. Pero el efecto disuasorio es un espejismo, porque en realidad el helicóptero no puede hacer nada más que avisar, eh, hay dos pandillas que se están liando a mamporros a las puertas del Bernabéu, y las dos pandillas tienen tiempo para escapar hasta que llegan los polis de a pié. O los polis a caballo, que también disuaden lo suyo, aunque son mucho más silenciosos. Y más románticos, ya puestos.

En realidad, los efectos disuasorios son una advertencia, no una amenaza. El helicóptero que sobrevuela mi casa ahora es una advertencia para que yo no provoque algaradas, pero el helicóptero que espera pillarme cometiendo una infracción de tráfico es una amenaza. Y sin embargo, la percepción es justo la contraria. Probablemente por el ruido. O por la prensa, vaya usted a saber.

Y de todos modos, advertencia, amenaza, disuasión o rugido, detrás siempre encontrará a un gorila administrando la advertencia, la amenaza, la disuasión o el rugido. Naturalmente, por nuestro bien, que es el bien público, un bien que es absoluto por público, no por bien. Pasen una buena tarde.

 

Lo que vale un padre

Lo mismo es que no lo entiendo. O tal vez es falta de imaginación. Quizá es que no presto la debida atención. O puede que yo no forme parte del público objetivo.

En la radio uno de ellos es algo así:

«Voz 1: A ver ¿Lo tienes todo? El billete, el móvil, el…, Voz 2: Que sí, Papá… Voz 1: ¿Y cuántas veces te he dicho que te pongas la cartera en el bolsillo de delante? Voz 2: Diecisiete millones, papá, diecisiete millones…Locutor: Extra del Día del Padre de la Once, este 19 de Marzo un premio de 17 millones de euros. Un premio casi tan grande como el amor de un padre»

Y yo descodifico. Y me sale un padre bastante pesado, aunque luego me dicen que es muy grande y que vale casi diecisiete millones de euros. Bueno, él no, sino su amor. El amor de un padre, un padre coñazo, para más señas, debidamente tasado. ¿Pero qué me quieren decir? ¿Que aunque es un pesado se merece que le compres un boleto? ¿Un boleto de tres, cuatro, cinco euros? ¿Eso es un regalazo? ¿ O que le compras un boleto para que se calle y te deje en paz? ¿Con un boleto de tres euros? ¿Es tonto, tu padre, que se cree que le estás regalando 17 millones? ¿El tonto eres tú? ¿O es que te tienen que explicar con un ejemplo práctico y despacito lo que son 17 millones? ¿O tal vez lo que te tienen que explicar es lo que vale tu padre (más de 17 millones)? Uf…

Uno de los spots de la tele es similar. Vean:

Me desconcierta la cara de aburrimiento de ella cuando el padre le dice que se abrigue, porque no parece a punto de ir a darle una sorpresilla. Pero me desconcierta más la naturalidad del padre cuando la hija le da el boleto. Y el abrazo me vuelve a desconcertar.

Tampoco entiendo si los anuncios se dirigen al padre o a los hijos. Porque son los hijos los que compran el boleto pero luego el premio le tocará al padre, que me figuro que con ese dinero le pondrá un guardaespaldas a la hija y una nany al hijo, si es tan plasta y protector como lo pintan. Mal negocio van a hacer. O no, porque quizá la intención del hijo es que el padre coja ese dinero y se dé cuatro o cinco vueltas al mundo, o se case con una jovencita que le meta otras cosas en la cabeza, o que le ponga otra cabeza, directamente. Pero para todo hay que suponer que toque. Desear suerte es una bonita costumbre que en España empezamos a sustituir por ir de compras al lotero y hacer una demostración hortera.

Bah, un buen padre  lo que diría sería algo como: ‘hijo, deja de tirar el dinero, que yo ya tengo la vida encaminada y no necesito tanto ¡Y tú tampoco, si lo piensas bien! tú ponte a estudiar, y a prepararte para ser un hombre de provecho, y para trabajar, y para ser feliz, y buena persona, y querer a tus semejantes, que el dinero no cae del cielo. Tú lo tienes todo, pero algún día serás padre como yo y te darás cuenta de lo que cuesta sacar a los hijos adelante, lo que hay que luchar y lo que hay que trabajar. Gracias por el boleto, pero mejor ahórralo, no lo gastes en quimeras’.  

Al menos los de la Once hacen obra social, así es que es menos quimera, pero el anuncio nos habla de ganar 17 kilos, no de hacerles la vida más fácil a los ciegos. Yo cuento dos errores. Con tres euros regalas 17 millones, que es casi lo que vale un padre. Y ahora cuento dos engaños.

Quitarse del Whatsapp

Decía ayer en una entrevista Dani Rovira, el actor que presentó los Goya 2015 que, para poder concentrarse en la gala, se había quitado del whatsapp. Lo dijo así, «para poder concentrarme, los tres (o cuatro) días últimos me quité del whatsapp». Me hizo gracia la expresión (quitarse del Whatsapp, como el que se quita del vino o del tabaco), y la razón (para poder concentrarme).

Por lo que contó, no se quitó del tuiter. Entiendo que no fuera tan necesario, porque si no tuiteas, es raro que te llegue una mención, y aunque a él le llegarán muchas de todos modos me figuro que le dará menos palo no hacer ni caso.  Tampoco se quitaría del teléfono ni del mail, que es menos invasivo que el Whatsapp. Y es que ahí es donde están tus amigos, tus grupos, y quieras o no, te llegan mensajes, ping, que te acaban desconcentrando.

Porque la desconcentración no viene de los recados que te puedes encontrar. Ni el que te juntes con que varios amigos o familiares te han escrito a la vez. El asunto de la desconcentración está en los grupos, que te despistas a veces y cuando quieres recordar tienes 104 mensajes sin leer. O te montas en el coche para volver de la oficina y en el trayecto hasta tu casa se te acumulan 49. O te metes en la ducha y cuando sales te juntas con 25 de una conversación que para colmo habías iniciado tú, y que pensabas que nadie seguía.

Quizá las horas en las que más dispersión hay son las del final de la tarde, cuando casi todo el mundo ha vuelto a su casa y se pone a conversar por ahí, a mandar la jatorrada del día. O a quedar, que también se usa el whatsapp para quedar, lo que parece muy normal y lógico, salvo si se trata de un grupo de mas de cinco personas que sean un poco indecisas o anden faltas de liderazgo. En esos casos, se convierte en una tortura porque al cabo de los 53 mensajes ya no te acuerdas ni del día, mucho menos de si es a comer o a cenar, no te has enterado de dónde hay que ir, ni casi de por qué estabas quedando.

Corrector wp padelY eso por no hablar del corrector, que puede hacer de una conversación liviana un galimatías, además del reconocimiento, descorazonador, de que sin gafas la vida en Whatsapp sólo aporta confusión…

Este verano, una amiga del poblachón metió a toda la pandilla en un grupo. No sé si nos juntamos 40 personas. Aquello era un guirigay. Era casi imposible seguir el rastro de dónde estaba cada uno. Aparte de un coñazo, porque durante el mes de agosto lo único que se podía encontrar en aquel grupo eran fotos y conversaciones sobre comidas. Supongo que como siempre que nos juntamos es alrededor de una mesa, se nos hacía raro hablarnos sin un plato de cordero delante. Ahora ya casi no se ponen fotos de cosas de comer, lo cual se agradece, y de fútbol se habla poco porque los del Atleti están verdaderamente insoportables. De política, como se puede esperar, siempre salen dos bandos, y de ropa y trapos no se habla en absoluto, lo que es muy de agradecer. Y al ser un grupo tan grande, siempre hay que felicitar a alguien. O por su cumpleaños o por el santo, aunque esto también vamos a dejarlo porque, si quitamos a los josés, las cármenes, las pilares, las almudenas y los santiagos, al resto le pilla casi siempre desprevenidos y es un corte.

– ¡Felicidades Ricky!

– Felicidades

– Felicidades o_O, 😎 🐱

– Felicidades :-))

– (Ricky, 20 felicidades más y ochocientos emoticonos después…) ¿Y por qué me felicitáis?

– ¡Es San Ricardo!

– Pero si yo no lo celebro hoy… Espera…¡Pero si yo no lo celebro, ni hoy ni nunca!

Hoy, que era San Abelardo, estábamos todos muy compungidos sin tener a quien felicitar. Ponga usted un Abelardo en su vida y será feliz con el Whatsapp, ya se lo digo yo. Alternativamente, haga como Dani Rovira: quítese del Whatsapp y así no echará de menos a ningún Abelardo.

¿Por dónde iba? Ah, sí, que es lunes. Y que hasta aquí llego hoy.

Un post sobre nada

Créanme que llevo todo el día pensando escribir sobre algo, y ahora llego y lo he olvidado. Quizá quería hablar de la ola de frío que nos invade. Y nos circunda. Y nos envuelve. Y nos deja tiritando. Y nos llena de conversaciones repetitivas.

– Qué frío ¿verdad?

– Huy, sí, mucho.

De todos modos, siempre es mejor esta conversación ahora, que hace, huy, sí, mucho frío (¿verdad?) que cuando es primavera y nos salen en los ascensores esas frases tan insulsas como parece que refresca, ya empieza a hacer calor o madre mía las alergias. La primavera es hortera hasta para las conversaciones de ascensor, qué le vamos a hacer. El invierno es más prometedor, y se necesita un fuerte estado de ánimo, además de un gran dominio de la barbilla para que no te tiemble al decir lo de huy, sí, mucho.

Hoy he visto al mediodía a una periodista de Telemadrid que se había ido a Navacerrada a contarnos que nevaba. Estaba la pobre completamente histérica, se agachaba para mostrarnos lo que pretendía que fueran diez centímetros de nieve y trataba de transmitirnos el temporal con frases como «miren, miren cómo tengo la cara de mojada y el anorak lleno de nieve». Yo agradecería un poco de mesura y contención a la hora de retransmitir las inclemencias meteorológicas o, en su defecto, un cierto gusto por no hacer demasiado el ridículo.

Leía yo hace unos días que en EEUU alertaron hace poco sobre una tormenta que se parecía mucho a la película de El día de mañana, y luego aquello se quedó en lo de todos los años. La meteorología se ha convertido en un espectáculo, cuando no debería ser más que información a ser posible precisa. Y ser preciso no requiere ser exhaustivo, ni abundante. Ni redundante. En España es una pesadez con las ciclogénesis, los programas del tiempo de media hora y los reportajes del telediario preguntándole a la gente de Teruel que si hace frío. ¡Pues claro que hace frío, caballero, estamos en enero! En fin, estamos de enhorabuena, porque si no se habla de eso es que no tenemos otros problemas en el mundo.

Ah, me acabo de acordar de lo que les iba a hablar yo hoy: ¡de la Superbowl!. Bueno, ya si eso, mañana. Finalmente, tampoco me enteré de gran cosa.

Buscando a Cervantes desesperadamente

255px-Miguel_de_Cervantes_signature.svgPor fortuna Cervantes murió en la cama y no en la batalla de Lepanto. De haber sucumbido en aquel barco, a la desgracia de no disponer de El Quijote ahora se añadiría el tener que ir a drenar el mar Jónico para dar con los restos de Don Miguel. Algo mucho más costoso que llevarse por delante el suelo de la iglesia de las Trinitarias, dónde va a parar. Me dirán ustedes que si se buscan los restos de Cervantes es precisamente por haber escrito El Quijote, pero no estoy yo muy segura de eso. Piensen que cuanto menos dinero público queda, más idiotas hay para gastarlo, lo cual no deja de tener su correlación aunque no estoy segura de que ése sea el buen orden.

Confieso que no alcanzo a entender qué interés tiene remover ahora un montón de polvo, de huesos y de madera carcomida. Nunca se podrá estar del todo seguro de que los restos que encuentren  fueron alguna vez Miguel de Cervantes, a no ser que se topen con una carta firmada por un notario de la época atada a los restos de una mandíbula. Y aunque estemos seguros ¿qué? ¿cuál es la utilidad? ¿qué importancia tiene para el mundo? No tiene ninguna. Podría tener importancia si hubiera muerto asesinado, por ejemplo, y quisiéramos saber quién lo mató, aunque 400 años después lo único que le puede pasar al asesino es que dé con sus huesos en la cárcel, para lo que tendríamos que seguir desenterrando cadáveres por toda la capital.

De momento están muy contentos porque en un féretro que había en la cripta han descubierto un remache con clavos en donde se puede leer MC. Así es que se pusieron a celebrarlo (M de Miguel, C de Cervantes… ¡eureka!), pero luego, rascando, se han encontrado con restos de un hombre, sí, pero también de un niño y de una mujer. Yo me estoy esperando que encuentren huesos de algún ratoncillo del siglo XXI, ya verán. En fin, lo que podemos concluir es que, de momento, MC significa Muchos Cuerpos…

Y suponiendo que por fin encuentren algo que nos dé la absoluta certeza de haber encontrado los restos de Cervantes ¿qué pasa luego? ¿qué hacemos después con esos restos? ¿los exponemos en vivo? ¿esa guarrería? ¿¿really?? ¿lo metemos en una urna y nos lo llevamos de gira por provincias, como si fuera la Copa del Mundo? ¿lo volvemos a enterrar y le decimos a las monjas que le echen un Padrenuestro? De verdad, qué absurdo todo.

En fin, yo puedo estar de acuerdo en que el dedo de la monja que señalaba la cripta (¡Cervantes está ahí!) es menos espectacular que este despliegue de arqueólogos, forenses e historiadores metidos a desenterradores de postín y resultaba menos publicitario. Pero a los idealistas les diré que también era mucho más romántico. Y a los prácticos, mucho más barato.