Una sede para trabajar

facebook03Leo que Facebook ha inaugurado su nueva sede en California, un espacio de 40.000 metros cuadrados al borde del mar en el que van a trabajar unos 3.000 empleados. La sede es un gran espacio abierto, sin despachos, con techos muy altos, y en el que el empleado tiene cocinas y entiendo que comedor, máquinas de vending subvencionadas, salas recreativas, campo deportivo, y supongo que también gimnasio y guardería. También leo que la cosa ha costado unos 17.000 millones (ahora no sé si de dólares o de euros, pero con esa cifra casi que ya da igual la moneda). Y a mí me parece muy bien.

Algunos empleados han empezado ya con las quejas, no faltaba más. Que si falta de intimidad, que si el ruido y que si los graffiti no son todo de su gusto. Hay gente para todo, pero a todo te acostumbras, eso también es seguro.

En España (y en otros lugares) hay sedes de ese tipo, aunque no las diseñe Frank Gehry. Lugares en los que se trata de ponérselo cómodo a los empleados, y hay cantina con precios subvencionados (y comida mas sana que esos restaurantes de fritanga repugnantes de menú que proliferan cerca de las oficinas), y cuando menos te lo esperas te encuentras con un saloncito en el que ver un rato la tele, o una mesa de futbolín o un espacio wifi, o un fisio o un servicio de farmacia. Cada empresa, en la medida de sus posibilidades, trata de facilitarle la vida al empleado y hacer un espacio agradable para trabajar. Y no es criticable creo yo, más bien al contrario. Otra cuestión es que nos guste el color de las paredes o que prefiramos coger el coche para irnos a comer lejos. Eso ya va en gustos o en el tiempo que quieras dedicar a eso.

Pero siempre encontraremos al que nos dice que si es todo una engañifa para encerrar ahí a los trabajadores y explotarlos, poco menos que alegrarse de trabajar en un sitio así, o envidiarlo, es estar muy alienado. «Te lo ponen chulo para que no salgas de ahí en el puto día», decía uno ayer. Ay, Jesús, válgame. Para hacer una jornada de trabajo de 8 horas nada mejor que trabajar en un polígono de mierda, con paredes resquebrajadas, ventanucos llenos de polvo, luz eléctrica todo el día y restaurantes con cucarachas en los alrededores. En esos casos, sales a echar no un pitillo, sino una cajetilla. También está fenomenal un edificio emblemático en el centro, que te pilla a una hora en metro de tu casa (el coche es impensable), en el que los restaurantes cuestan 15 euros, y en el que al abrir una ventana el ruido es infernal, aparte de que las instalaciones eléctricas son un asco, por no hablar de que se amplíe la plantilla y ya vamos todos bien apretaditos. Eso sí, va muy bien para salir de compras cuando acabas, después de estar ahí dentro «todo el puto día».

Todo tiene ventajas e inconvenientes, y no hay un lugar perfecto para trabajar. Yo siempre he dicho que me gustaría ir a trabajar en ascensor, porque si hay algo que me da pereza es ir y volver. O caminando, también me encantaría. Y me gustaría mucho tener cantina en el trabajo, con ensaladas ricas y cocina higiénica. Y tener ventana que se pudiera abrir y que oliera a césped recién regado. Y un criado que me abanique, ya puestos. Y una china que me haga la pedicura mientras hablo por teléfono. Una conferenscol, eso. En realidad, y ahora que lo pienso, me gustaría estar descalza mientras trabajo. Pero mejor no imaginarlo: la alienación me invadiría.

Qué cosas.

Planta 11

Hoy he llegado a la oficina y resulta que mi sitio ya no era mi sitio, sino que era el sitio de otro. Terremoto P. (¿les he hablado ya de Terremoto P.?) me había avisado de que había metido todos mis papeles y mis cosas en cajas durante mis vacaciones y se las había llevado a otro lugar más luminoso, siete plantas más arriba.

Cuando nos mudamos a este edificio, hace muchos años, a mí me pusieron en la tercera planta, lado M-30, que es el lado en el que hay que estar en este edificio por debajo de la sexta planta. Entonces yo trabajaba en Comunicación, que es un departamento de poco fiar y de mucho ruido. Ya se sabe que la gente que trabaja en Comunicación puede ir en vaqueros, soltar chorradas en las reuniones y decir lo que se le pase por la cabeza, que la creatividad se nos supone y además, para tener una buena idea hay que tener muchas malas, y más vale localizarlas cuanto antes. Estábamos entonces en un espacio al lado de la Dirección General, y supongo que tanto cartel, tanto boceto, tanto papel y tantas risas no eran la mejor imagen para los visitantes de fuste que aparecían por allí, así es que nos enviaron a un cuartito en la segunda planta, en la que seis chicas vivimos nuestra vida durante un par de años.

Luego yo me mudé de país medio año y a la vuelta me colocaron en la cuarta planta, lado calle, y allí estuve un año y medio ocupándome de grandes cuentas y de cuentas grandes, y gastando suela y tacón por casi todos los aeropuertos españoles y pasando las de Caín. Y una vez terminada aquella etapa, tal vez la más formativa de mi vida, cambié las cuentas por el marketing (según mi madre, cambié las grandes cuentas por los grandes cuentos) y tuve que volver a hacer cajas, esta vez para irme al otro lado de la planta, de nuevo lado M-30 aunque orientación norte. Debí de estar en aquella pecerita unos tres años, hasta que me hicieron mudarme a la otra esquina, como si se tratara de un juego del parchís, ahora tocaban las fichas rojas. En esa esquina del edificio pasé yo creo que los años más memorables de mi carrera profesional, viendo salir el sol y sintiendo cómo se ponía a mi espalda, en un lugar cuyos estores iban bajando y subiendo, pero nunca todos a la vez.

Otra vez me mudé de país, esta vez para estar fuera más tiempo. A la vuelta, me colocaron en la primera planta, lado calle y orientación norte, primero en el centro del edificio y luego en una esquina. Nunca vi el sol en aquel sitio, ni siquiera como reflejo del edificio de enfrente. A pesar de eso, yo trataba de trabajar con luz natural aunque el lugar pareciera oscuro y triste. Y es que era oscuro y triste, como un día de lluvia aunque no lloviera, a pesar del ventanal o quizá por culpa del ventanal. Me gustaba trabajar por la tarde en invierno, cuando anochecía pronto, para justificar la oscuridad y la necesidad inaplazable de luz eléctrica. En ese lado de la planta, casi todos los que me rodeaban eran personal externo, consultores y desarrolladores la mayoría, que podían llegar todos a la vez o pasarse semanas enteras sin venir, personas de quien no sabes sus nombres, ni sabes muy bien a qué se dedican. Y aquel era un lugar de ecos y de silencios, pero también de simpatía y de aprendizaje.

Y entonces necesitaron el espacio y me volvieron a enviar a la cuarta planta, a la única esquina de aquella altura en la que nunca había estado. Se completaba el juego del parchís, ahora llevaba las fichas azules. Un lugar de luz y de largos atardeceres, aunque un lugar gélido, en el que yo bromeaba y daba las gracias por ese afán por criogenizarme que parecían tener mis compañeros de Infraestructura (gracias, gracias, esto sólo lo merecemos Walt Disney y yo). Me ha servido para mantener un cutis estupendo estos años, dicho sea de paso, y para comerme los bombones y los caramelos de mi querida Mary Peins.

Hasta hoy. Planta 11. Orientación norte aunque a esas alturas, la orientación da igual. Vistas a Guadarrama. Sol enfilado de mañana y de tarde. Paredes pistacho, muebles nuevos que aun tienen que llegar y la mejor compañía. Verdaderamente, nunca había llegado yo tan alto…

Los costes alocados

Esto de los costes alocados es una equivocada traducción del inglés allocated cost, que significa costes asignados. En francés se dice coûts alloués, o sea, costes asignados. Nada que ver con la famosa allouette, gentille alouette de la canción, que significa «alondra, dulce alondra», aunque en su literalidad es «alondra, amable alondra», si bien nadie imagina una alondra amable aunque sí una alondra dulce.

(¿Cómo es una alondra? Pues si pinchan aquí la verán y la oirán. Su piar es horrendo, casi casi como lo de los costes alocados. Alondra me suena a atolondra. La alondra que atolondra. La alondra atolondrada, o sea,como los costes alocados pero en plausible.)

Si lo de costes alocados se lo oyes decir a un español, entonces adviertes la pésima, ínfima y atolondrada traducción. Si se lo oyes a un francés o a un inglés, entonces te das cuenta de que es lo que se llama un falso amigo. Lo más extraño del asunto es que las veces que oído utilizar eso de costes alocados nadie hace la gracia que resulta evidente. ¿Cuál es esa gracia? Pues verán: a la pregunta, por ejemplo, de «¿Se han alocado los costes de este proyecto?» la respuesta debería ser «¿Alocados? En absoluto, mi capitán, son unos costes sensatos y ajustados y además están bajo control«. Y sin embargo la respuesta que se suele dar es «Sí, mi capitán, los costes están alocados desde el mes de septiembre, cuando se hizo el presupuesto de este año«.

Y a mí estas cosas me hacen casi tanta gracia como aquello de «vamos a seguir el mismo modus operanding» que me dijeron una vez y que casi me provoca un desmayo.

Menos mal que los marcianos no han venido. Y esperemos que, de venir algún día, no hablen español. Porque, de ser así y de oír una conversación así, nunca invertirían en España. Y eso es fatal para la economía, que se lo he oído yo decir a un ministro, ahora no sé si al de economía o al de educación.

Pegar un catarro

Yo me pregunto muchas veces cómo se genera el primer catarro. Y quién lo porta. Porque el 21.000 está claro: se genera por contagio. Pero ¿y el primero? Me refiero claro al primero de todos en absoluto, no al primero de la familia, o el primero de la oficina, o del colegio o de la pandilla, que a ése lo tenemos más o menos pillado.

Creo que estaría muy bien averiguarlo y hacer algo con esa persona. No sé, colgarlo por los pies y darle una tanda de azotazos en el culo, aunque tal vez lo más aséptico (y útil) fuera enviarlo a una isla desierta y luego rociar la isla con un líquido detergente que evitara que ningún satélite descubriera esa isla por más que la buscara.

Yo creo que cuando empiezan las décimas de fiebre todos sabemos, más o menos, quién nos ha pegado el catarro. Y si no lo sabemos, lo sospechamos. A veces no, porque siempre te lo pueden pegar en el autobús, pero otras lo tenemos clarísimo, sobre todo los que no vamos en autobús.

Lo habrán vivido. Esos sacos de mocos y de flemas que se pasean impunemente por las oficinas, que se meten en tu despacho o se acercan a tu mesa para sorberse, estornudar y toser y que dejan el ambiente lleno de miasmas que luego van a acomodarse en todo aquel que haya compartido mesa de reunión o ascensor con él. Tal vez colgarle de los pulgares…

En algunos centros de trabajo, fábricas o salas de llamadas, tienen planes de contingencia para estas cosas. Pero para las reuniones de directivos no sé yo que existan planes de contingencia para esto, y sin embargo una buena gripe puede descabezar una compañía durante una semana. Y si no descabezarla, sí atontarla lo suficiente como para echar el mes a perder. Y hay quien te dice: «no te acerques, no sea que te contagie», y te dan ganas de decir «oye, por qué no te quedas en tu casa y, aparte de curarte tú, evitas de paso que tengamos que curarnos los demás». Pero decir esto parece muy incorrecto, suena a insolidario, cuando no lo es. Tanto que se habla de prevención y no se ponen carteles bien grandes que digan: SI TU COMPAÑERO TIENE CATARRO, HUYE DE ÉL COMO DE UN GUARRO.

Y sobre todo, que nadie se queda en su casa por una simple gripe, con lo que es la pescadilla que, además de morderse la cola, no tiene remedio.

Una simple gripe… Ayer tenía décimas de fiebre y, aunque ya llevo 4 sobres de anticatarrales y dos aspirinas francesas, parece que lo contengo, pero no crean que estoy muy católica. Y sé perfectamente quién fue el saco de mocos que me lo contagió. Y no sólo me lo ha pegado a mí, sino que en mi oficina hay una planta entera con escalofríos. Y esto es circular, porque cuando te curas, siempre hay alguno que no está del todo sano y te lo vuelve a pegar. Los virus son felices en las oficinas y campan a sus anchas por los conductos de la calefacción y suben y bajan en los ascensores. Siempre hay alguien que los acoge en su seno y vuelve con ellos cada día para que se vuelvan a encontrar con sus virus familiares y amigos que habitan en el portador que se sienta en la mesa de al lado. Es terrible.

Creo que voy a empezar a ir a la oficina con mascarilla. Al tiempo.

Exposé

Le han dado una hora de exposición y llega pertrechado con 45 transparencias. Muy justo, por no decir que está completamente fuera de escala. Si quitas las slides de cortinilla, que dan entrada a cada tema de la agenda, y la del título, se pone en 38 slides. Sigue yendo muy justo, porque querrá explicar el índice…

Ha leído en algún sitio que hay que enganchar al público con una historia. Así que empieza con aquella que cuenta que dos lobos se encuentran con un conejo y, cuando se lo van a comer, éste les dice que conoce un llano donde pacen descuidadamente unas ovejas. Los lobos le perdonan la vida y, guiados por el conejo, llegan al lugar indicado, cazan a la más despistada y se sacian. Pero para cuando vuelven a tener hambre, las otras ovejas han huido despavoridas. ¿Qué hacer? Los lobos se miran entre ellos, luego miran al conejo y se lo comen. Con algo de remordimiento, entierran sus restos y se preguntan qué poner como epitafio en un madero que usan para señalizar la tumba. Aquí yace un amigo, dice uno. ¿Un amigo? ¡somos lobos! Los lobos no son amigos de los conejos. Bueno, vuelve a proponer, aquí yace un enemigo. ¿Enemigo? Tampoco es eso: el pobre conejo nos llevó al llano de las ovejas. Está bien, dice finalmente el primero: entonces pongamos que aquí yace un socio.

Y esto que han leído ustedes en aproximadamente 30 segundos, nuestro ponente tarda unos siete minutos en contárnoslo. Así es que, satisfecho y al olor inconfundible del éxito, empieza con su exposición en sí. La segunda traspa es la agenda. Nos explica los cinco puntos de los que quiere hablarnos, para darnos una idea de lo que va a tratar a continuación. Ya se ha dejado en el zurrón 15 minutos cuando por fin, aparece la primera transparencia.

Se gusta. Conoce el tema y además hacía mucho que no tenía 15 atentas cabecitas pendiente de él. Cuando quiere recordar, la hora casi ha pasado y sólo ha dejado ver 7 transparencias. Y entonces llega el momento más penoso de toda la exposición, que es cuando trata de recorrer a toda prisa el resto del power point que se ha quedado sin mostrar. Va pasando el documento a toda velocidad, diciéndonos confusamente lo que encontraremos aquí y allá, porque lógicamente, el documento se distribuirá en los próximos días. En algún momento se detiene en un gráfico, y nos dice que es interesantísimo porque demuestra, claramente, su tesis, la antítesis y… ya, porque es evidente que la síntesis no es su fuerte.

Para cuando quiere recordar, y bajo la severa mirada del moderador, ya se ha ventilado diez minutos del siguiente ponente que, levantándose para tomar el relevo, nos dice entre sonrisas:

– Yo no tengo una historia que contar… pero a cambio sólo llevo doce transparencias. 

Un rato en el ascensor

Entro en el ascensor. No es hora punta y a estas horas va vacío. Un tipo entra detrás de mí y marca la planta 14. No sé quién es, ni siquiera me suena su cara, aunque tal vez me lo he cruzado muchas veces. Le doy al 1 porque vengo pensando en pasarme por Recursos Humanos para hablar con Luis. Miro el reloj, veo que son menos cuarto y me doy cuenta de que ya no me da tiempo. Marco la 2 para recoger la tarjeta de red en Informática, ya que estoy. La puerta se abre en la 1. Se cierra. Llegamos a la segunda planta, se abren las puertas y veo al técnico que me ha atendido que me dice no con la cabeza. Sujeto la puerta y pregunto que cuándo estará y me dice que luego me la sube. Se cierran las puertas mientras marco la 3 para ir a ver a Juan Carlos. Y entonces me acuerdo de que Juan Carlos no viene hoy, así que de inmediato marco la 4 para irme a mi despacho. El ascensor se para en la 3. Se abren las puertas. Recuerdo que Iñigo tiene ya el borrador del contrato y que igual le pillo ahora. Se cierran las puertas. Marco la 10. Se abren las puertas en la 4. Suena el móvil y es Mercedes, que está con Paco revisando el planning. Que si puedo subir. Sí. Marco la 11. Se cierran las puertas. De camino a la 10, el ascensor se para en la 8. Se abren las puertas y aparece un chico en el rellano. El chico nos mira, pero no sube al ascensor. Me fijo y veo que tiene un botellín de agua en la mano y me da envidia, así que decido ir a comprar agua antes de pasarme por el despacho de Mercedes. Marco la 12. Llego a la 10. Se abren las puertas. Se cierran. Llego a la 11. Se abren las puertas. Se cierran. Llego a la 12. Se abren las puertas. Me bajo. Detrás de mí oigo un larguísimo suspiro.

¿Por qué lo llaman líder cuando quieren decir jefe?

Y burla burlando ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Cuando al jefe lo denominan de manera genérica como «el líder», a mí me viene a la cabeza el título de la película. Y, como entre el amor y el sexo, el jefe y el líder pueden ir juntos o separados. Y tal vez no se puedan enumerar diez diferencias entre lo uno y lo otro, pero no hace falta ni pensarlas en cuanto se lo topa uno.

¿Por qué hay tanto miedo a la palabra jefe? ¿Por que buscarle otras palabras para designarlo? Parece que jefe nos lleva a pensar en autoridad, y se ve que eso es como muy de derechas y poco moderno. Mejor decir líder, que es más cool… Poco importa que las dos palabras nos lleven a conceptos distintos y que no signifiquen lo mismo, pero miren, desde que ya aceptamos como normal eso del crecimiento negativo y que cumplir con el objetivo de déficit es dejarlo en el 6,5%, ya casi nada nos parece raro.

Así es no somos jefes, sino líderes. Y nada de órdenes: todo hay que hacerlo a base de impulsos. Y para completar el cuadro de mongo management que nos invade, dejaremos de tener colaboradores (hace mucho que dejamos de tener subordinados), y empezaremos a tener seguidores.

– ¿Y tú a quién sigues?

– Yo al Director de Contabilidad, que es mi líder directo.

– Ah, no sabía. ¿Y él entonces es seguidor del Director financiero?

– No, él sigue ahora en primera línea al Director General, después de la última reorganización.

Hombre soy y nada humano me es ajeno, que diría el otro. Que tengan un buen fin de semana.

Petra sale de la conferencia

Tampoco voy a venir ahora a explicarles lo que es una conference call. Es lo que un académico llamaría una conferencia telefónica, o quizá le llamaría una multiconferencia, yo no lo sé porque no soy un académico. Pero es que los académicos son personas que tienen todo el tiempo del mundo para explicarse, y en el mundo laboral, uno anda siempre con prisas. Así es que le llamamos conference call, o conf call, para abreviar. Hay quien abrevia más todavía y dice simplemente call, o sea col, como las de Bruselas.

– Si acaso nos llamamos por col.

Y eso significa que te llamará por teléfono. A veces dicen «hacemos una col», y esto me produce mucha ternura. Y cuando me dicen «organiza una col», yo me veo picando coles y poniéndolas en un plato.

– Llámame Col. Conferens Col.

Y ahora les voy a contar una historieta, para que no se vayan de balde. Resulta que hay un sistema de multiconferencia que, una vez que marcas el número y después de teclear la clave, te pide que digas tu nombre. Esto no es un sistema de control, sino que se hace para que el resto de los que están conectados sepan quién entra en la conferencia y también quién sale. Pero esto no lo sabe todo el mundo. En concreto, una compañera mía no lo sabía. Así es que ayer, cuando el sistema me pidió el nombre…

– Pero qué más da el nombre, ¿para qué lo pide siempre si da igual?… ¡PETRAAAAA!

Y ya no puedes ir hacia atrás. Y lo peor es que, por razones que no vienen al caso, teníamos que salir de la conferencia un rato y luego volver a entrar. Todo con muchos clientes al otro lado.

– Ejem… ¿sí? ¿Hola? ¿buenas tardes?…

– ¿Petra? ¿Quién es Petra?

– Sí, hola, buenas tardes. Soy Carmen J. y estamos aquí en Madrid (otros nombres)…

Hay una funcionalidad muy práctica que se llama MUTE, y que sirve para decir «me cago en la leche, ahora vamos a tener que salir y van a oír que Petra abandona la conferencia, estás gilipollas». También sirve para que, si te entra un ataque de risa, al quitar el MUTE puedas decir «perdón, no he entendido bien, ¿puedes repetirlo, por favor?»,  y tu voz suene risueña y muy, pero que muy simpática.

En fin, Petra abandonó la multiconferencia y luego volvió a entrar, ésta vez con mi nombre. Aunque después pensé que debería haber vuelto a decir PETRAAAA. Finalmente, todo el mundo asume que las máquinas pueden pensar por su cuenta, igual que los humanos…

Ponga un KPI en su vida

Tranquilos, que no he vuelto a coger el libro de aves de mi padre. Hoy voy a tratar de los KPI’s, o Key Performance Indicators que es como se llama en el mundo moderno y anglófilo (o anglofiliciado, o anglofilíaco, o angloflipante) a los indicadores clave de seguimiento. Estos indicadores están fenomenal y aún sin saberlo, los usamos permanentemente, casi sin darnos cuenta. Por ejemplo, cuando usted se pesa en la báscula los lunes, o cuando mira su esmirriada cuenta corriente, o cuando abre la nevera y comprueba que sólo le quedan tres huevos.

Porque un KPI no es ni más ni menos que una medida de seguimiento que le permite conocer una evolución. Y así, kilos, euros o huevos es una medida tan válida como cualquier otra, siempre y cuando sirva como referencia para lo que se quiera medir. Dicho de otro modo, de nada le sirve a usted contar los huevos que tiene si lo que desea es conocer si ha engordado en el fin de semana o si este mes le queda algo para ahorrar. Claro que puede ponerlo en relación, y dividir el coste de un huevo entre los kilos que ha engordado y multiplicarlo por los pelos del bigote del comercial que le atiende en el banco, pero no parece que sea la clave para saber que tiene que tomar más ensaladas, gastar menos o ir a la compra si quiere hacer tortillas para cenar. No sé si me siguen.

En una empresa se hace lo mismo que hace usted con su nevera o con su báscula, sólo que lo decimos en inglés para abreviar. No decimos «a ver, cuántos huevos te quedan», sino que tenemos algo que se llama reporting (que es un reporte que termina en «ing», ing de inglés, sin duda) en donde figuran los indicadores de seguimiento que se estimen oportunos. Y así uno sabe perfectamente cómo va en relación a cómo iba el mes o el año pasado. Ya ven qué práctico.

La clave de los KPI’s es la K, entre otra razones porque key es clave en inglés (no, aquí no hay que decir keying porque ya viene en inglés. Acabaría en ing si fuera en español, o sea, claveing, pero como ya se dice key no hace falta). Y así, uno podría pensar que KPI habrá pocos, porque clave, clave, no habrá muchas cosas que medir. Y no, esto no es exactamente así, porque el keypiar y el rascar, todo es empezar (que habría dicho mi abuela si hubiera sabido que los huevos eran un indicador clave). Sigo sin saber si me siguen. Y así te puedes encontrar con que hay departamentos que siguen 300 KPI´s repartidos entre 70 reportings. En fin, uno usa los KPI´s que le da la gana, que la libertad es un derecho constitucional, lo que ya no les puedo decir es qué pasa cuando deciden ir al detalle… Lo mismo les explota el ordenador, aunque lo corriente es que, además de KPI´s, acumulen dioptrías y lleven unas gafotas como las de Chus Lampreave.

Donde quiero yo llegar es que un KPI en muchos casos es pi ai pero no es key. Es un simple pi ai ennoblecido, eso sí, con una categoría que probablemente no le corresponde, pero la realidad es que es muy poco key. Entonces (atentos, que ahora viene lo mejor), para resumir y encontrar las verdaderas claves de seguimiento de un vistazo, lo que se dice in a glance si lo quieres decir in short, pues tienes que consultar un invento todavía más estupendo que los KPI’s que se llama dashboard, o cokpit, que es el resumen del reporting y que es donde están los KPI’s de verdad y no los del montón. O sea, tres ó cuatro numeritos y a correr. A correr porque si no te pilla el del reporting y ya tienes lío para toda la tarde.

La vida.

Un huevo en el cenicero

Asobinar

– Primero vamos a decidir qué nos conviene, porque luego los del otro departamento, en cuanto vean dos alternativas se van a asobinar y no sacamos nada de ellos.

– ¿Asobinar? ¿Eso es con b o con v?

– Eso se dice en Granada, y yo creo que es con v.

– O sea, asovinarse. ¿Y qué significa?

– No, es con b. Asobinarse, estoy casi seguro.

– ¿Asobinarse es como acarajotarse?

– ¿Acarajotarse? Dios mío, ¿Pero qué le pasa a la gente?

– No. Asobinarse yo diría que no es acarajotarse.

– Acarajotarse o encorajotarse, que no sé muy bien ahora cómo se dice.

– Es que no se dice, te lo estás inventando.

– ¿No será encorajinarse?

– No, acarajotarse o encojorotarse digo yo.

– Pero en Granada asovinarse no es acarajotarse.

– ¿Pero qué es acarajotarse?

– Yo le llamo acarajotarse a cogerse una caraja.

– Ah, pues no es encorajinarse, porque eso es cogerse una corajina.

– ¿Y encojorotarse entonces?

– Pues lo mismo. Cogerse una caraja.

– Ya son dos carajas.

– Y una corajina.

– ¿Pero ya sabemos lo que es asobinarse?

 

Asobinarse.

(Del lat. supināre ‘poner boca arriba’).

 1prnl. Dicho de una bestia: Quedar, al caer, con la cabeza metida entre las patas delanteras, de modo que no pueda levantarse por sí misma.

2. prnl. Dicho de una persona: Quedar hecha un ovillo al caer.