El esmoquin de la gente

Cuando un político acude a una audiencia con el Jefe del Estado vestido con vaqueros y la camisa arremangada y a una fiesta del cine con un esmoquin de medio pelo, una empieza a pensar que su verdadero programa oculto es un chándal, quintaesencia de la confusión en el vestir, aunque viendo los medios de financiación que se esconden detrás del disfraz también se pueden barruntar oscuras intenciones debajo de un camisón, que es lo más parecido a eso que visten los tiranos de la morería y alrededores. Pensándolo despacio, he de decir que entre el outfit de Maduro y el de Rohani, me quedo con el del presidente de Irán, que es mucho menos grotesco.

Hay muchas maneras de ir mal vestido y yo diría que todas están relacionadas con la desorientación. O no sabes dónde vas, o no sabes a qué vas, o no sabes con quién vas, pero el caso es que al menos una de las tres preguntas la has respondido horriblemente. Sólo te puede salvar un atuendo profesional, pero incluso el payaso se quitaría la peluca y la nariz de clown para acudir al dentista, más que nada para que los dos se tomaran en serio lo de los dientes.

Eso de épater les bourgeois a base de vestirse de punkie cuando vas a ver a tu abuela es una cosa un poco infantil, además de muy anticuada, porque hoy lo asombroso es encontrar a alguien bien vestido. Y de todas formas, no todo el mundo se lo puede permitir: primero tienes que identificar a un bourgeois falto de mundo que se deje epatar y luego necesitas mucha clase para sorprender. Si no, se nota la impostura. En todo caso, queridos amigos, la corbata es lo de menos en política: hoy en día lo único que puede epatar a un  burgués es una bajada de impuestos.

Hay que estar muy mal educado para comer sin camisa y ser muy guarro para bajar la basura en pijama. Fuera de esto, ir vestido como te da la gana para demostrar interés o desprecio a tu anfitrión, o sea, para enseñar quién eres, es un tic de niño rico, como el señorito que va a la boda del jornalero con la camisa abierta y zapatos de campo. El jornalero, en el supuesto contrario, se pondrá su mejor corbata no por demostrar respeto, sino porque le han enseñado en casa que la humildad y el saber estar son categorías distintas.

Lo que separa la sorpresa del esperpento es una línea muy fina que además se va moviendo. Hoy en día, lo que separa en el vestir a un político del camarero de Casa Manolo no son las cabezas de gambas esparcidas por el suelo, sino el sentido de la orientación.

De la mano de un chador

Los veía casi todos los días en verano. El niño, con un traje de baño, una camisetilla y unas chanclas. La madre debajo de un chador marrón y con sandalias y calcetines blancos. Lo llevaba de la mano a la piscina, lo dejaba allí con sus amiguitos y después, cuando caía la tarde, volvía a recogerlo y lo llevaba a casa de vuelta. Así mientras fue niño. Luego un año ya no los vi más, tal vez el niño cambió la piscina por el fútbol, o tal vez se mudaron de casa, quién sabe.

En esos años, a mí siempre me venía el mismo pensamiento, y es qué le rondaría a ese niño por la cabeza cuando viera a otras mujeres en la piscina, todas en bikini o en traje de baño, llegando y marchándose solas, moviéndose sin pudor por el césped y bañándose con otros hombres que no eran de su misma familia en el mismo agua. Mujeres bebiendo una cerveza en el bar sin más compañía que un libro. Mujeres, como su madre. Algunas más jóvenes, otras más viejas, pero mujeres al fin, claramente identificables. Y me preguntaba de quién cogería el ejemplo y a quién consideraría un modelo de mujer buena y respetable y a qué mujer no, en un futuro, cuando creciera y tuviera que vivir en sociedad.

Quizás ese niño, en la escuela, aprendiera de nuestra cultura. Tal vez un buen profesor le inculcara los valores de occidente según los cuales una mujer es igual que un hombre, tiene los mismos derechos y es libre para estudiar, trabajar, conducir, vestirse, beber, bailar y elegir su futuro. Que la mujer en España es completamente independiente del hombre. Que puede tener hijos soltera, que puede tener amantes, que puede casarse con quien quiera y divorciarse después y ningún tribunal la perseguirá por ello. Ni la sociedad la mirará con malos ojos ni será despreciada por nadie, ni siquiera por un hombre viejo o por un cura retrógrado. Es posible que alguien le enseñe eso, o tal vez lo irá aprendiendo poco a poco, mezclándose con hijos de señoras que sí van en bikini. Quién sabe. En todo caso, dudo que se lo enseñe su madre debajo de ese chador y mucho menos que lo haga su padre, al que nunca vi, pero al que puedo imaginar sin demasiado esfuerzo: el esfuerzo me lo reservo para contener la arcada.

Cuando leo sobre los sucesos de Colonia y Hamburgo, en el que unas hordas de moros (y al que le pique el apelativo, que se rasque) se dedicaron a agredir a mujeres en la noche de fin de año, me acuerdo del niño que iba a la piscina de la mano de un chador. Mi explicación, tal vez ingenua, es que esos tipos vienen de un país en el que las mujeres no salen solas de noche, no beben, no bailan, no estudian, no trabajan, no son libres e independientes. Esas mujeres son cosas que pertenecen a un hombre y de las que él dispone a su agrado: mulas, animales de carga, tripas que engendran, vaginas que paren, tetas que amamantan cachorros. En su mentalidad embrutecida, sin sábana que las respetabilice las mujeres europeas somos furcias, putas con las que «divertirse», mujeres de nadie, o sea, mujeres de todos.

Esos hombres que manosearon, robaron, violaron, agredieron a las mujeres alemanas son cerdos que vienen del infierno. Y su infierno no lo describe el que sean refugiados, pobres, víctimas de la guerra o jovencitos mal integrados. Su infierno lo describe la tiranía y la teocracia islámica. Su infierno es una mentalidad en el que las mujeres son una cosa: el chador que los lleva de la mano cuando son niños.

Las vocecillas que dicen que debemos cuidar cómo nos vestimos o dejar de salir solas de noche; toda esa tropa de feministoides que no levantan ni una ceja ante estas monstruosidades; toda esa corrección idiota, ese respeto «random» hacia lo que es intolerable, forma parte del mismo infierno machista. Eso sí es una sociedad patriarcal, no las imbecilidades en las que se fija el feminismo de subvención y parlamento.

Ese infierno se llama sometimiento. Si alguien pretende traerlo aquí, a mí que me den un arma.

Violencia de género y elefantes

La llamada violencia de género ha entrado en campaña con la frivolidad, la demagogia y el trasiego de brochazos a los que nos tienen tan acostumbrados los políticos, esos seres que suelen tener razón cuando están callados. La violencia de género, sí, eso que algunos llaman violencia doméstica, lo que es un oxímoron en toda regla. Todo viene a cuento de una propuesta de Ciudadanos para eliminar la discriminación que supone que la pena para este tipo de delitos sea mayor si el agresor es un hombre, algo con lo que yo estoy muy de acuerdo con Ciudadanos. La algarabía procede, como suele ser costumbre, de coger el rábano por las hojas, y de paso, manipular todo lo que se pueda para obtener un puñado de votos. O sea, lo del tonto, el dedo y la luna.

Yo creo que la condición de bestia no tiene género, y la de víctima tampoco. Quiero decir que lo que hay que combatir es la violencia, no el sexo del agresor. El tipo que pega a una mujer también pegará a un niño, a un anciano y a un gatito. Pegará a aquellos que no pueden defenderse con sus mismas armas y en su mismo territorio, a aquellos que no pueden escapar de su tiranía. Sus armas son el bofetón, la cuchillada y el grito, y su territorio es la impunidad. Cuando se resuelven los conflictos a bofetadas, me parece que hay que fijarse en el carácter, no en la entrepierna. Primero se es bruto y luego se es varón, no al revés.

Matar a una mujer que no puede defenderse o que no puede escapar es como matar a un hombre que no puede defenderse o que no puede escapar. Y ya. En este sentido, una ley que impone una pena mayor para el mismo delito en función del sexo del delincuente me parece algo evidentemente injusto a poco que sepamos leer y sin necesidad de haber estudiado Derecho. Yo tengo la sensación de que delante de nuestras narices está pasando un elefante y no lo vemos, entretenidos por el griterío de la palabrería facilona, la manipulación, el sensacionalismo y una corrección política que sólo puede traer falsedad e ineptitud.

Me parece un error enfocar este asunto como una batalla del feminismo, no digamos usarlo como bate electoral. Y me parece un error porque provoca unas distracciones que no convienen en un asunto tan grave. Es verdad que la mayoría de las víctimas son mujeres, pero eso es como el cáncer de mama, que se da con mayor frecuencia entre las mujeres pero no es exclusivo de ellas.  Señalar a todos los hombres como potenciales agresores, o aceptar que un asesinato cometido por una mujer es menos asesinato es un disparate indefendible y no alcanzo a comprender como un engendro de esa magnitud ha podido aprobarse en el parlamento de un país europeo.

Decía más arriba que el territorio en el que operan los maltratadores es el de la impunidad. La impunidad que no puede evitar el más débil, que no puede escapar ni defenderse, y la impunidad que le ofrece un Estado que no es capaz de mantenerlos separados de una sociedad en la que claramente no deben vivir y que dispone leyes que empeoran los derechos de todos. Esto es lo que se debería debatir si quieren hablar del problema. El resto, amigos, son juegos florales.

Y mientras tanto, el elefante sigue ahí, tan feliz como el primer día. Me invade la melancolía.

Une drôle d’indépendance

Todo este lio de la independencia de Cataluña, con elecciones autonómicas en las que se discute sobre cosas demasiado trascendentales y desmesuradas para tratarse simplemente del gobierno de cuatro provincias, me recuerda a la carrera de coches de Rebelde sin causa, en la que James Dean compite con otro joven para ver quién aguanta más sin saltar del coche que va directamente al precipicio. Es un juego de farol, que consiste en saber no quién se mata primero, sino quién se echa para atrás antes. Recordarán que en la película, al otro tipo se le engancha la cazadora en el tirador de la puerta, no puede saltar y se cae por el barranco. Y se mata, claro. Un juego absurdo, muy peligroso y con una carga de gorileo muy propia de adolescentes irresponsables y pasados de hormonas.

Algo de chicken game tiene este lío de la independencia que me tiene con el ánimo pendular, entre el aburrimiento y la estupefacción. Porque me deja estupefacta cómo una parte tan significativa de la población catalana puede creer a estos vendedores de crecepelo que proponen una independencia de broma. O sea, que nos hacemos independientes, pero con todas las ventajas de seguir siendo españoles y europeos. Hasta conservarán el pasaporte: el Estado español no se lo puede quitar a un catalán, porque sería una ilegalidad. Une drôle d’indépendance, que diría un francés.

Los nacionalistas están contando que si se declaran independientes todo irá a mejor y nada irá a peor. Pero eso no se lo creen ni ellos. En realidad, confían en que no habrá huevos para tomarnos en serio sus bravatas, sus infamias, sus mentiras y sus desprecios sin fin; que no habrá huevos para sacarlos de España y de Europa a patadas al día siguiente de proclamar su puñetera independencia.  Confían en nuestra paciencia infinita, y en que al final tiraremos por el camino del medio, y les pagaremos la fiesta, y les daremos más pasta, y les haremos algún cariñito más, para que dejen los pucheros, y las quejas, y los lamentos y la pesadez infinita que nos supone convivir con ellos, permanentes insatisfechos, egoístas sin pudor. Y confían porque para eso tienen rehenes: muchos catalanes que no quieren saber nada de toda esta imbecilidad retrógrada de la independencia, y que tienen cosas más útiles y más importantes de las que preocuparse.

No, no hay huevos para ponerles un papel delante y decirles eso de «firme aquí». Pero tampoco creo que los haya para proclamar la independencia. O mejor dicho, para proclamarla de verdad, con todas sus consecuencias y con el frío que hace ahí fuera. Por eso ganarán las elecciones del domingo: porque muchos catalanes saben que no hay huevos y que esto es un drôle de proceso, un drôle de elecciones y, después de todo, un drôle de país. Pero no les critiquen, que ya llevan bastante con la degradación intelectual que supone votar ese engendro.

En fin, ahí van todos juntos por el sí, como en el chicken game de Rebeldes sin causa. Van en el coche a toda pastilla y no se tiran, un poco porque ven lejos el barranco y otro poco porque piensan que el otro se tirará antes. Pero tengo para mí que nadie se ha subido al otro coche y que esta carrera la corren solos. Mi único consuelo es que Artur Mas tiene algo más que la cazadora enganchada al tirador de la puerta, así es que con un poco de suerte, lo mismo se despeña definitivamente.

El vertedero transfronterizo

Ultimamente, el griterío catalán convierte la lectura de las primeras páginas de un periódico en el vestíbulo de un manicomio, del que uno tiende a salir corriendo si no tiene verdadera necesidad de quedarse. Con la lectura de los diarios sucede algo parecido, y los directores hacen mal en no llevar las páginas destinadas a hablarnos del «proceso» al final del todo, por detrás incluso de las páginas de televisión. Finalmente, el «proceso» no es más que un Sálvame político, un debate de baja estofa que se repite como el ajo y que da vueltas como un garbanzo en la boca de un viejo desdentado. Y que además sirven todos los días en los mismos canales, y en formatos que pretenden parecerse a un debate.

Si uno supera entonces esas primeras páginas y además sobrevive a la crítica del Real Madrid, puede encontrarse con perlas como esta de la que voy a hablarles hoy. Les pongo la noticia (CLICK), pero como creo que no se la leerán, se la resumo. Resulta que cerca de Seseña, comunidad de Castilla la Mancha, crece desde hace más de 10 años un vertedero de neumáticos ilegal. Y crece con tanta desmesura que ha traspasado los límites de esa comunidad hasta adentrarse en los confines de la comunidad de Madrid. El vertedero mide ya 117.000 metros cuadrados (un estadio de fútbol son unos 8.000). No es difícil encontrar la mancha en Google Maps. Ponen Seseña, buscan por el noreste, y ahí está, bien cuadradita y bien negra. Y bien visible.

neumaticos en Seseña

La porquería no entiende de fronteras, y el vertedero ha traspasado la de la Comunidad de Madrid. Y ahí tienen ustedes a dos comunidades autonómicas que no se acaban de poner de acuerdo en limpiar esa porquería, además de la del ayuntamiento que miró para otro lado y un Ministerio de Medio Ambiente que avisa de que no es competente, como si no lo supiéramos. Y lo mas terrible es que esta marranada lleva allí más de diez años, el dueño de la empresa marrana está condenado desde el 2009, y aquí lo único que ha pasado es que se ha construido un corta fuegos ante el riesgo de incendio, que es como dejarte crecer el flequillo para taparte la calva.

La noticia lo tiene todo. Impunidad de un canalla, desinterés por los riesgos para la población (en este caso medioambientales), lentitud e ineficacia de la justicia, barullo entre administraciones incompetentes y profunda estupidez y desidia. En la Comunidad de Madrid dicen que, si no se llega a un acuerdo, limpian la parte madrileña y ponen una valla. Ea. No me dirán que nuestros políticos no son geniales.

La noticia lo tiene todo y una vez leída ya no hace falta distraerse con el «proceso» catalán, otro vertedero de corruptelas y de mentiras, que es algo tan tóxico como los neumáticos. Y es que en nuestra España giliautonómica, en todas partes cuecen vallas.

Artur Mas y la misericordia

«Si desaprovechamos la oportunidad, Madrid nos pasará por encima sin misericordia».

Jack_Nicholson_As_The_JokerEsta frase la dijo ayer Artur Mas, ese catalán que después de perder el sentido común perdió el del ridículo, con ocasión  de alguna charlotada con la que adornar su falta de interés como gobernante. Lo de la oportunidad hace referencia a su actual empleo y sueldo, algo que le debe de tener muy preocupado, sin duda mucho más que su destino procesal, que él es bien consciente de que todavía vive en España. Aquí, como dice una amiga mía, la única ley que se cumple es la del embudo, y este pelagatos se lo toma (lo del embudo) como el mandamiento cero, que es el que va delante del primero. Honrarás al embudo sobre todas las cosas, se dice de mañana y en ayunas, antes de la colación, y por la noche, después de lavarse los dientes y cuando ya ha besado a su señora. En todo momento delante de un espejo, avanzando su cuadrada mandíbula y ensayando esa sonrisilla tan cercana a la del jocker, imaginando tal vez que Rajoy no es Rajoy sino Batman. Y es que este pobre hombre está como una cabra.

La primera regla del buen estratega es que tus adversarios (él diría enemigos, que un nacionalista no se anda con matices) no sepan cuál será tu siguiente paso. Y la primera regla de la influencia es que no se note que tratas de influenciar a los demás. Bueno, pues él se salta las dos, un poco por el embudo y otro poco porque España es un país capaz de alumbrar personajes así fuera de un circo y sin que medie un espectáculo de payasos en el entreacto. Ahora que tampoco hay que descartar que este individuo sea completamente idiota. De hecho yo no sólo no lo descarto, sino que es una idea que me viene a la mente cada vez que lo oigo en algún noticiario. Decía mi padre que hay que temer más a los tontos que a los malos, así que yo cada vez que lo veo, voy a por ajos y grito «Vade retro Mas, el megatemible».

Pero lo que realmente me ha llamado la atención es la segunda parte de la frase. No tanto lo de que Madrid les pasará por encima, porque todo el mundo sabe que Madrid, para hacer eso, debería antes darse la vuelta. No. Es lo de la misericordia. La misericordia es según el DRAE la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos. También misericordia es el asiento donde descansan los cantantes del coro de las iglesias, que digo yo que en esta acepción ya nos va haciendo mucha falta un poco de misericordia al resto de los españoles. Y en tercera acepción, misericordia es el puñal con el que el caballero remataba al enemigo moribundo. Un poco como la puntilla, pero sin toro, o el tiro de gracia, pero sin fusilado. Y ahí es donde se le ha visto el plumero a Artur, amigos, porque si algo no quiere este tocahuevos es que desde «Madrit» se termine con el tenderete de tomates que tiene montado y con el que vive de fábula, y nunca mejor dicho. 

En fin, yo creo que Artur Mas,en vez de sin misericordia, debería haber dicho sin contemplaciones. Pero en ese caso la frase habría perdido su aureola de amenaza, para convertirse en una sencilla y elemental descripción.

 

Pongamos que hablo de Madrid

CibelesTengo una punta de trabajo en estos días que me saca literalmente del mundo (aunque no de la realidad, qué más quisiera) y eso ha tenido un efecto medio benéfico, como es que apenas he sufrido la campaña electoral. Eso que me he ahorrado. El domingo, sin embargo, sí seguí los resultados de las elecciones. Y me chocaron algunas cosas.

La primera es que «con la que está cayendo«, aquí ha ido a votar menos de la mitad del censo.  ¿Cambiar? ¿Qué se va a cambiar, en concreto? Resulta que hemos elegido a 67.600 concejales y casi 1.000 diputados autonómicos, además de diputados provinciales a cascoporro, cabildos, y no sé cuántas administraciones más intermedias. Mucha peña metiendo la mano en sus impuestos, que sólo tienen control cuando se recaudan. Y nadie, ningún partido, habla de eso. Ni ningún salvapatrias, ni ningún tertuliano. Ah, sí, a veces lo denuncian los liberales, esos demonios culpables de todo lo que nos pasa. Pero unos por desinterés y otros por ingenuidad (o ignorancia, según), al final va a resultar que sí nos representan.

La segunda cosa que me dejó flipada es la relevancia que se ha dado al resultado en el Ayuntamiento de Madrid. No en la Comunidad, no: en el ayuntamiento. Son elecciones municipales, no se vota por la paz en el mundo, creo yo. Pero viendo la tele, parece que lo que pasara en Madrid cambiaría la vida de un señor de Cáceres. Un absurdo. Hoy un alcalde puede convertir tu vida en una pesadilla (y en cuanto a la Comunidad autónoma, ésta gestiona -fija, recauda y gasta- la mitad del IRPF). O sea, que quien gobierne en Madrid le da exactamente igual a un tio de Cáceres (sin saber yo quién gobierna Cáceres), pero aquí tienes a los españoles celebrando (o llorando) por los resultados de la capital. Yo, personalmente, me cambiaba por uno de Cáceres (sin tener ganas de ponerme a mirar, definitivamente, quién gobierna en Cáceres).

Una tercera cosa asombrosa es la distinta percepción en la consideración de los resultados. Una mayoría parece que no es la misma mayoría si se da en una comunidad o en un ayuntamiento que en otro.O sea, que el primero no es el primero en todas partes. Y sin embargo, son los mismos números, iguales porcentajes, nada más objetivo. Es verdad que no es lo mismo el que parte de cero que el que retrocede, pero una vez elegidos, eso ya da igual. Se ve que no, y que viva el eslogan y los inventores de la democracia propietaria.

Y de fondo, la sentina de la política de pactos. Lo que debería ser una buena noticie (que hablen, coño, que se pongan de acuerdo en algo por una vez como hace la gente normal), se ha convertido en un chalaneo putrefacto. El gran guiñol sigue en marcha sólo que ahora gritan menos, aunque el nivel de disimulo, de osadía, de propaganda y de mentiras sigue intacto. Donde dije digo digo diego, tú me dejas gobernar aquí y yo pacto contigo allá; tú eras casta, pero ya menos; huy, se me acaba de olvidar que eras un nacionalista malvado; dos y tres son cinco y hay que echar a ese fulano como sea, aunque tu programa y el mío se parezcan lo mismo que una jirafa y una lombriz… el teatro de la política, que es distraernos mientras se dilapida nuestro dinero, gastar lo que es de todos, o sea, lo que no es de nadie, poner normas hasta para cambiar las sábanas, porque hay que legislar como si no hubiera un mañana aunque esas leyes no sirvan ni para envolver sardinas. Nada ha cambiado y nada cambiará, salvo que nos subirán los impuestos otra vez, que eso no me entretengo yo en dudarlo ni medio segundo.

¿Y Madrid? Pues aquí seguimos, con las calles con más mierda que el sobaco de un mono pero marquesinas nuevas. O sea, que ya llevamos bastante, no se preocupen que de peores hemos salido. Usted mejor preocúpese de sus inútiles locales, que a lo mejor también le da para unas cuantas risas a su propia costa. Porque de esta tómbola, amigo, en España no se libra nadie.

Una sede para trabajar

facebook03Leo que Facebook ha inaugurado su nueva sede en California, un espacio de 40.000 metros cuadrados al borde del mar en el que van a trabajar unos 3.000 empleados. La sede es un gran espacio abierto, sin despachos, con techos muy altos, y en el que el empleado tiene cocinas y entiendo que comedor, máquinas de vending subvencionadas, salas recreativas, campo deportivo, y supongo que también gimnasio y guardería. También leo que la cosa ha costado unos 17.000 millones (ahora no sé si de dólares o de euros, pero con esa cifra casi que ya da igual la moneda). Y a mí me parece muy bien.

Algunos empleados han empezado ya con las quejas, no faltaba más. Que si falta de intimidad, que si el ruido y que si los graffiti no son todo de su gusto. Hay gente para todo, pero a todo te acostumbras, eso también es seguro.

En España (y en otros lugares) hay sedes de ese tipo, aunque no las diseñe Frank Gehry. Lugares en los que se trata de ponérselo cómodo a los empleados, y hay cantina con precios subvencionados (y comida mas sana que esos restaurantes de fritanga repugnantes de menú que proliferan cerca de las oficinas), y cuando menos te lo esperas te encuentras con un saloncito en el que ver un rato la tele, o una mesa de futbolín o un espacio wifi, o un fisio o un servicio de farmacia. Cada empresa, en la medida de sus posibilidades, trata de facilitarle la vida al empleado y hacer un espacio agradable para trabajar. Y no es criticable creo yo, más bien al contrario. Otra cuestión es que nos guste el color de las paredes o que prefiramos coger el coche para irnos a comer lejos. Eso ya va en gustos o en el tiempo que quieras dedicar a eso.

Pero siempre encontraremos al que nos dice que si es todo una engañifa para encerrar ahí a los trabajadores y explotarlos, poco menos que alegrarse de trabajar en un sitio así, o envidiarlo, es estar muy alienado. «Te lo ponen chulo para que no salgas de ahí en el puto día», decía uno ayer. Ay, Jesús, válgame. Para hacer una jornada de trabajo de 8 horas nada mejor que trabajar en un polígono de mierda, con paredes resquebrajadas, ventanucos llenos de polvo, luz eléctrica todo el día y restaurantes con cucarachas en los alrededores. En esos casos, sales a echar no un pitillo, sino una cajetilla. También está fenomenal un edificio emblemático en el centro, que te pilla a una hora en metro de tu casa (el coche es impensable), en el que los restaurantes cuestan 15 euros, y en el que al abrir una ventana el ruido es infernal, aparte de que las instalaciones eléctricas son un asco, por no hablar de que se amplíe la plantilla y ya vamos todos bien apretaditos. Eso sí, va muy bien para salir de compras cuando acabas, después de estar ahí dentro «todo el puto día».

Todo tiene ventajas e inconvenientes, y no hay un lugar perfecto para trabajar. Yo siempre he dicho que me gustaría ir a trabajar en ascensor, porque si hay algo que me da pereza es ir y volver. O caminando, también me encantaría. Y me gustaría mucho tener cantina en el trabajo, con ensaladas ricas y cocina higiénica. Y tener ventana que se pudiera abrir y que oliera a césped recién regado. Y un criado que me abanique, ya puestos. Y una china que me haga la pedicura mientras hablo por teléfono. Una conferenscol, eso. En realidad, y ahora que lo pienso, me gustaría estar descalza mientras trabajo. Pero mejor no imaginarlo: la alienación me invadiría.

Qué cosas.

Cambiador de pañales en el baño de hombres

¿Por qué los cambiadores de pañales de bebés están en los baños de mujeres cuando se trata de un local público? Venga, todo el mundo con las manos a la cabeza, a escandalizarse muchísimo. ¿Y si un hombre quiere cambiarle los pañales a su bebé? Qué horror, no tiene dónde hacerlo, porque ¡los cambiadores están en los baños de mujeres! Figúrense hasta dónde habrá llegado el problema que el actor Ashton Kutcher ha promovido una campaña en Change.org para que se acabe con esta terrible discriminación. El actor ha declarado que está harto de que nadie haga nada, y él ha dado un paso adelante. Bravísimo Ashton, Ya si eso sigue con lo de la paz en el mundo.

¿Han notado ya que todo esto me parece una imbecilidad o sólo se han dado cuenta cuando han llegado a la palabra «imbecilidad»? Pues sí, me parece una perfecta chorrada. Yo plantearía la pregunta de otro modo ¿Por qué un hombre cree que no puede entrar en un baño de mujeres a cambiar a su bebé? ¿Qué piensa que le va a pasar? ¿Cómo cree que reaccionarían el resto de mujeres si entra con un niño en brazos y un paquete de pañales? ¿Cuál es el problema? ¿Quizá que no le ven otros hombres ser un super papá? ¿O quizá piensa que alguna le pegará con el bolso por mirón?

Sigo con las preguntas. ¿En sus casas las parejas usan el mismo baño o tienen baños separados normalmente? ¿Y en el caso en que cada uno use un baño tienen un cambiador en cada uno?

No en todos los baños públicos hay un cambiador de pañales. Y sí, se suele poner en el de las mujeres, porque, estadísticamente y nos pongamos como queramos, suelen ser ellas las que cargan con la tarea. Pero yo daré un par de razones más. En primer lugar, los baños de mujeres suelen estar más limpios y en segundo, las mujeres nos metemos en la cabina para hacer pis, mientras que los hombres suelen usar esa taza horrenda que ponen en las paredes de los baños. Esto significa que, en el supuesto de que un sitio público tenga que elegir dónde poner el cambiador, y olvidándome de cuestiones «sexistas» (me acabará dando la risa, verán), lo normal es que lo pongan donde es más discreto, que es en el baño de mujeres. Por cierto, que los cambiadores suelen estar al lado de la puerta, nada más entrar y a veces sin necesidad de entrar.

Lo que más me alucina de esta historia es eso de que «un hombre no puede entrar en un baño de mujeres a cambiar a su bebé». ¿Por qué? ¿De qué se va a asustar nadie? ¿De verdad que es moderno exigir que haya también cambiadores en baños masculinos? ¿Y no les parece mucho más anticuado, a estas alturas de la vida y con lo que se ve cada día por la tele, decir que un hombre no puede entrar en un baño de mujeres a cambiar a su bebé?

Cada vez somos más moñas.

Ayuntamientos de dos en dos

Los que no sean de Madrid supongo que no estarán muy interesados por el post de hoy, ni tampoco les interesará mucho dónde tiene el despacho el señor alcalde de la capital (ahora la señora alcaldesa), ni tampoco pueden decidir nada acerca del asunto. Sin embargo, sí habrán oído o leído algo sobre el asunto del edificio que alberga el ayuntamiento de Madrid.

plaza de la villaHasta 2008, el Ayuntamiento de Madrid estaba en la Plaza de la Villa, que es una plaza muy bonita, pequeña y muy coqueta al lado de la calle Mayor, en pleno Madrid de los Austrias. Yo tengo que decir que siempre he tenido algo de debilidad por esa plaza, que ven a su izquierda.  Se trata de una plaza muy tranquila y el ayuntamiento llevaba allí casi 100 años, en un edificio del siglo XVII, sin que los madrileños nos sintiéramos a disgusto con ello. Bueno, no quiero tampoco decir lo que pensaban todos los madrileños, porque no lo sé, pero vamos, que no era una preocupación. Sí es verdad que el ayuntamiento pasaba algo inadvertido, pero la plaza y el edificio son dignos, elegantes y castizos. Y con clase.

CibelesEntonces llegó Gallardón por segunda vez, el olímpico. Y le debía parecer poco para lo que él era, así que decidió llevarse el ayuntamiento al edificio de Correos en Cibeles, que ahora llaman el palacio de telecomunicaciones pero que yo nunca lo he llamado así. Tampoco ahora lo llamo el ayuntamiento, también debo decirlo. Para obtener este edificio, el ayuntamiento permutó otros edificios por valor de 360 millones. De euros. Y luego, la reforma costó 138 millones. De euros también. De todos modos, y al margen del coste, el tipo de edificio y de plaza elegida ya dice mucho del carácter de este tipo.

Lo más divertido de todo es que al principio abandonaron la Casa de la Villa, pero ahora en el antiguo ayuntamiento, en el anterior despacho del alcalde asienta sus reales el presidente del Pleno del ayuntamiento. O sea, que ese edificio sigue en uso para el ayuntamiento. Dicho de otro modo: nos gastamos un pastizal en un nuevo ayuntamiento, pero ahora tenemos dos.

Doña Esperanza Aguirre dice que si gana las elecciones volverá a la Plaza de la Villa porque el edificio de Correos le parece ostentoso. Yo le alabo el gusto, desde luego. Y coincido: a mí también me parece ostentoso. Y hortera. Por lo visto, el mantenimiento diario roza los 5.800 euros. Me lo creo. Pero (siempre hay un pero) leo que tendrían que reubicar a 2.000 (dos mil) funcionarios… Válgame. Así es que como no los van a echar a la calle, ni se les va a ocurrir lo del teletrabajo o mandarles a una nave industrial a algún barrio barato, me malicio que seguiremos teniendo dos ayuntamientos, como está mandado desde que tuvimos la desgracia de Gallardón, el olímpico.

Bueno, los madrileños siempre podremos elegir a un tertuliano que dice que él tendrá su despacho en la calle. Ah, la calle. Qué destino tan apropiado para algunos…