El vocal vecino o la plaga de la langosta

¿Saben vds lo que es un vocal vecino? Seguro que me dicen que sí, vds siempre tratan de sorprenderme. Y a veces hasta lo consiguen. En fin, yo me enteré el viernes y llevo desde entonces dudando entre contárselo y chivarme o dejarles que sigan viviendo en la inopia. Voy a optar por la solidaridad, que es mucho más popular y merecedora de aplauso.

Verán, en el ayuntamiento de Madrid, como en todos los ayuntamientos, está el alcalde y los concejales, elegidos democráticamente. En este caso concreto, hay 57 concejales, que pueden parecer muchos o pocos. Hombre, yo tiendo a que me parezcan pocos, pero luego veo todos los ayudantes que necesitan y entonces tiendo a pensar que son muchos. La ciudad de Madrid se divide en distritos y en cada uno hay una junta que trata los problemas de ese distrito en detalle. Hasta aquí, las cosas parecen normales: evidentemente, los problemas de Retiro no son los mismos que los de Centro y las soluciones deben priorizarse de diferente manera. Es decir, se trata de una organización administrativa normal y corriente que no debería preocuparnos demasiado, puesto que ya saben que todo este tinglado está montado para que vd y yo disfrutemos de muchísimo bienestar.

Y ahora viene lo del vocal vecino. Las juntas de distrito, que deberían ser simples antenas administrativas del ayuntamiento, han creado órganos de representación (agárrense a la barra que vienen curvas) para «canalizar la participación ciudadana». En esos órganos cada partido tiene un portavoz y un adjunto – cualquier cosa menos ir solo – y todos los partidos están representados proporcionalmente. Sería fácil dar un voto ponderado a cada portavoz, pero no olviden que se trata de nuestro bienestar y de canalizar nuestra participación. Tranquilos, que ya llego: cada distrito tiene 25 vocales vecino. Multipliquen: en Madrid tenemos 21 distritos, así es que  llegamos a la maravillosa cifra de… sí: 525 tíos que han sido puestos por el ayuntamiento, y nunca mejor dicho. Por supuesto, no se exige ni el graduado escolar: el único requisito es el carnet del partido correspondiente. Ah, por cierto, esto es después de los esfuerzos del ayuntamiento por recortar, en una enternecedora solidaridad con el ciudadano que sufre también los recortes: antes eran 29 por distrito, así es que puede ser peor, está comprobado.

Naturalmente, no tienen un sueldo. Sin embargo, cobran por asistencia a cada pleno. Los plenos exigen preparación, no lo dudo, y luego está la dignidad de nuestros representantes, aunque no los hayamos elegido. Se lo dejo en 1.141,90 € para el vocal presidente (que es concejal, atención al dato) 885,95 para el adjunto y 713,45 para los vocales vecinos de a pie. Como me decía el otro día ND, la hoja excel es una herramienta muy poderosa:

Despilfarro vocal vecino unmundoparacurra

Si hicieran falta, si los vocales vecino fueran necesarios, todos los partidos tendrían los mismos representantes. Porque no es lo mismo preparar un pleno de la junta y tener dos vocales vecino (UPD) que tener 14 (PP). Así es que si unos partidos se pueden apañar con 2, no veo por qué los demás no.  Estas son las cuentas:

Eficiencia vocal vecino

Sí, han leído bien: casi tres millones de euros tirados. No sé ustedes, pero esa cantidad hay meses que yo no lo gano. ¿El espíritu de la Transición? Me van a disculpar, pero yo creo que lo que necesitamos una bomba atómica cargada de Cillit Bang. Y no sé si, incluso con eso, acabaríamos con esta plaga de langostas…

PS: Actualizo muy rápidamente con una idea de mi madre. Podría ser peor: hay 130 barrios…

Una madre sin superpoderes

Una madre sin superpoderesYo me figuro que todos los que me leéis conocéis de sobra el blog de Molinos. También muchísimos de los que no me léeis conocéis de sobra el blog de Molinos, por supuesto, y por cierto que dado que no me leéis a mí, no sé muy bien qué hago dirigiéndome a vosotros. Y podría parecer que no sé ni por dónde voy si no fuera porque los que sí me leéis ya estáis suficientemente habituados a estos principios de post tan absurdos que suelo hacer y que sólo me sirven para poder entrar en materia. Que es lo que me dispongo a hacer en cuando acabe este párrafo.

Resulta que Molinos ha escrito un libro. Cuando lo dijo en su blog, tuve dos reacciones enfrentadas. Por un lado, me pareció formidable, algo que tiene mucho mérito según lo entiendo yo. En general, escribir un libro me parece algo colosal. Pero es que además yo tengo la teoría de que los blogs son hoy lo que eran los baretos en donde tocaban música grupos de amigos en la época de la Movida: unos lugares donde se aloja mucho talento y en los que, para destacar, tienes que tener mucha calidad. Algo que no necesita el que dispone de un buen padrino o de una plataforma específica como puede ser un periódico, en donde abunda la mediocridad. Dicho de otro modo: entre el libro de Ana Ribera y el de cualquier periodista sobradamente publicitado, no se dejen engañar y lean el de Ana Ribera, que tiene frescura, contundencia y mucho mejor estilo que tantos tecleadores profesionales. Pero ésta era la parte buena de la reacción enfrentada. La parte menos buena es que, jolines, ya es mala suerte que con la cantidad que temas que toca esta mujer en su blog, me saca un libro sobre lo único que NO leo de su blog: los maternitys.

En efecto, los Maternitys no los leía. Saltaba uno en el reader y daba a borrar, sin compasión. No me interesa la maternidad, ni todo lo que rodea a la maternidad. En cuanto a los niños, si están bien educados y no son la réplica de un padre imbécil, me parecen un encanto y unos seres entrañables y realmente divertidos, muy especialmente en determinadas edades. Ahora bien: los temas, y no digamos las conversaciones, que yo llamo «de madres» me resultan aburridísimas, y son problemas y dificultades por las que no siento la menor curiosidad. Tal vez si hubiera leído un par de esos post hubiera leído todos. Y mira, después de todo, ha sido mejor para mí: he descubierto el libro desde cero.

Ana Ribera se declara una madre «desnaturalizada», y a partir de ahí nos cuenta su experiencia como madre, su relación con sus hijas, y la transformación de una placentera vida de casada en una jinkana permanente. El libro está organizado en capitulos cortos, del tamaño de un post. Y luego yo los clasificaría en tres grupos de temas que van salteándose: aquellos en los que comparte su forma de pensar, los de anécdotas y los de consejos. Entre los de anécdotas hay de todo, pero en general son muy divertidos y hay algunos realmente descacharrantes. Yo soy muy risueña leyendo, pero que me tenga que quitar las gafas tiene mucho mérito. Entre los de consejos, pues hay de todo, algunos de mucha utilidad (supongo) y otros que son un escondite de recuerdos para todos los que hayamos sido educados con normalidad. O sea, educados simplemente. Y finalmente, para mí los más interesantes son aquellos en los que Ana Ribera nos cuenta, con tanta gracia como sentido común, lo que ella piensa de la educación de los hijos, de la responsabilidad y tarea de los padres y de la cantidad de tontería que circula por el mundo. Cuando se ve tanto monstruo gritón y molesto, tanto padre imbécil y tanta madre plasta, leer libros así te hacen respirar de alivio.

Alguna vez, en alguna conversación con amigos sobre la educación de los niños, yo me he tenido que enfrentar a esa frase que parece que cierra cualquier discusión: «claro, para ti es muy fácil hablar porque no tienes hijos». Yo suelo reabrir el debate con otra frase: «No, no, cualquier imbécil puede tener un hijo. Y luego los tengo que educar yo cuando me los encuentro en el trabajo», o a veces digo «yo no tengo hijos pero tengo sentido común», que también, reconózcanlo, está muy bien. Ahora les ofreceré amablemente el libro de Ana Ribera que está más documentado, es más explícito y, sobre todo, está perfectamente legitimado por dos pequeñas princesas.

Vale la pena leer este libro, que es muy ameno también para mí, que ni tengo hijos ni me ha interesado nunca tenerlos. O sea que, parafreseando a Ana Ribera, yo soy una «mujer desnaturalizada», si bien la consideración social de las mujeres como yo tiene otro porte mucho más canalla, aunque de eso ya me entretendré en hablarles otro día.

Interpretar un anuncio

… Se trata de un anuncio de la temporada 1985-1986 que ganó el premio clio y que todavía se emite de forma ocasional. Es ese anuncio de Pepsi donde una furgoneta de Pepsi…

…luego la cámara retrocede a un plano aéreo de la multitud y se oye el slogan de la campaña entonado con voz inexpresiva: «Pepsi: lo que elige la nueva generación».Un anuncio verdaderamente asombroso. Pero ¿Hace falta señalar… que el slogan final es irónico? En este anuncio hay tanta posibilidad de «elegir» como en el experimento con el timbre de Pavlov. El uso de la palabra «elegir» aquí es puro humor negro… «…el anuncio no encomia la Pepsi per se, sino que la recomienda dejando implícito que se ha engatusado a mucha gente para que la compre. En otras palabras, el mensaje de este exitoso anuncio es que Pepsi se ha anunciado con éxito»…

…En contraste con los anuncios obvios que te dicen «Compra esto», el anuncio de Pepsi emplea la parodia… Este anuncio logra al mismo tiempo burlarse de sí mismo, de Pepsi, de la publicidad, de los publicistas y de la gran masa de espectadores y consumidores de Estados Unidos. De hecho, el anuncio lleva a cabo una alabanza completamente servil de una sola persona: el espectador solitario… que incluso con un cerebro modesto no puede evitar discernir la contradicción irónica entre la invitación a «elegir» del eslogan (sonido) y la orgía pavloviana que rodea la furgoneta (imagen). El anuncio invita a [el espectador] a «ver a través» de la manipulación de que es objeto la horda rabiosa de la playa…Invita a [el espectador] a una broma privada en la que el público es el blanco. Felicita a [el espectador]  por trascender a la misma multitud que lo define. Y multitud enteras de gente como [el espectador]  respondieron: el anuncio elevó la cuota de mercado de pepsi durante tres trimestres…»

David Foster Wallace, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer

Y ahora yo no sé si decir que jolines con la publicidad o jolines con algunos intérpretes… Pero, en fin, a mí me da igual: yo soy más de Coca-cola.

Venga, Mou, quédate.

Tengo el corazón destrozado. Mi Real Madrid ha quedado eliminado en semifinales de la Copa de Europa, ese campeonato que nosotros llamamos con algún ordinal; no ganará la liga salvo que el Barcelona se vuelva loco (y locos no son; otras cosas puede, pero locos no); y está por ver que el Atleti de mis amores no se lleve la Copa del Rey, que no es que sea una copa menor, pero ya nos vale ponernos a ganarlas cuando la monarquía se está yendo a hacer puñetas.

¿Y Mou? Pues yo critiqué mucho a Mou cuando llegó, ésta es la verdad. No me gustaba ese aire de estar todo el tiempo penando por un incómodo helicobácter sin diagnosticar. Y que era muy egocéntrico, apenas se veía a los jugadores, acostumbrados como estábamos a… ¿Quién estaba antes, que no me acuerdo? Y ésa es la cuestión, y no otra. Esa es la cuestión.

Verán, el entrenador del Madrid será criticado aunque pongan a la Madre Teresa de Calcuta, algo imposible en primer lugar porque ha fallecido y luego porque se dedicaba a otros menesteres mucho más útiles para la Humanidad. El banquillo del Madrid es un pimpampún en el que el que está tiene que ganar todos los títulos, a todos los equipos, todos los partidos, y además jugar precioso, metiendo miles de goles y sin que le cuelen ninguno. Y aun así, le criticarán, por voraz o por carecer de emoción. Cualquier nimiedad del Real Madrid abre siempre los deportes en todas las cadenas, por delante del mejor gol de la jornada y antes de la glosa de la consecución de un título por otro equipo. El Madrid mueve muchos millones pero no sólo en las cuentas del club, sino, y sobre todo, en las cuentas de muchos periódicos, radios y televisiones. Del Madrid, casi más de sus derrotas que de sus victorias, depende el sueldo de muchos periodistas, desde los payasos del Punto Pelota a los contrapayasos del Marca. El Madrid es un equipo que más que envidias, genera una extraña desesperación, no sé, algo distópico, porque lo que tiene ya será siempre inalcanzable en el tiempo, y eso, no es que no se lo puedan arrebatar, es que no lo puede perder aunque quiera. Y luego que todo el mundo opina del Madrid, que para eso es más que la selección. Y hasta que la prima de riesgo.

Los grandes clubes necesitan a los grandes personajes, gente que marque una época. Barcelona tuvo su Guardiola, otro gran personaje, aunque Guardiola tocaba con otro instrumento. Digamos que los crótalos, por la subtilité del sonido y por el juego que da el que sean dos y que tengan un nombre que merodea el escroto. Se ponía su zamarra de oveja cool, progresista y amigo de los pobres, y entre eso y que venía de un país pequeñito, hasta al más cuerdo se le ponía cara de gilipuertas y empezaba a decir pamplinas. Mou es otra cosa. Mou es más de tirar los crótalos a la cabeza del pianista y empezar él a aporrear la batería. Mou es un tipo que para empezar dice lo que le sale de los huevos, y además le importa un huevo. Con su yema y con su clara: un huevo. Blanco, por supuesto. Y que si tiene que decir hoy lo contrario que decía ayer, pues lo dice, porque en fútbol el que era grande ayer hoy se va arrastrando por el pasto, que diría el otro. Y además, eso lo hacemos todos, porque yo voy mañana y le pongo a caer de un guindo. ¿Y qué? Este es mi blog y digo lo que me da la gana. Pues eso hace Mou: hace y dice lo que le da la gana, sin atender a nada más que a lo que piensa y opina. Si él es el entrenador, manda él, y se ha terminado. Y en eso es igual que Guardiola, que mandaba él y nadie más. Ahí dejo eso. ¿Las formas? Venga hombre, en un país en donde ser moderador de tertulias debería considerarse una profesión de riesgo, nos vamos a poner ahora estupendos…

¿El señorío del Madrid? Ya hablé de eso aquí. El señorío del Madrid es estar siempre insatisfecho. Es decir cosas como las que ya no se oyen, por incorrectas. Es ser un muy chulo, y muy arrogante. Ser del Madrid es fastidiar mucho a los demás, y que además no te importe.  Y eso lo ha entendido Mou como nadie, al menos en esto me darán la razón.

Sí, Mou no ha ganado la Décima (yo el otro día bromeaba diciendo que le habían pedido una décima, no diez semis). Como tantos entrenadores que han pasado por el Madrid, que no la ganaron ni aquí ni allá. Y que siguen sin ganarla. Yo tengo cosas para criticarle, claro que sí y bastantes, pero aun así prefiero que se quede. Aunque sólo sea por llevar la contraria a mi cuñado, que dice que Arbeloa cuando sube, hace cosas extraordinarias (mientras mantenga ese adjetivo, le daré un poquito la razón). Y porque del mismo modo que mi padre siempre estaba en contra del alcalde, yo siempre estoy en contra de Sergio Sauca. Yo creo que debería darse otra oportunidad, aunque sólo sea para ver cómo el progre-periodismo le hace una glosa de amor que se confunda con un relato de porno.

Dice que no ha tomado una decisión, y a mí me gustaría que deshojara ya la margarita, porque en vez de pétalos parece que tiene almas en un purgatorio. Pero me da que Mourinho se irá. Y me temo que entonces el Madrid será, de nuevo, una vieja gloria…

El despertador de La despedida

– En este país la gente no aprecia la mañana. Se despiertan por la fuerza, con la ayuda del despertador, que destruye el sueño como el golpe de un hacha, y se entregan repentinamente a una lastimosa prisa. ¡Ya me dirá usted qué clase de día es el que empieza con semejante acto de violencia! ¡Qué puede pasarle a la gente cuando recibe diariamente, con la ayuda del despertador, un pequeño shock eléctrico! Diariamente tienen que acostumbrarse a la violencia y desacostumbrarse al goce. Créame, lo que decide el carácter de la gente son las mañanas.»

 

Milan Kundera, La despedida

Ese estupendo champú

Curra pelo unmundoparacurraSe llevaron a Curra a una nueva peluquería hace 15 días, y le dejaron un pelazo espectacular. Y lo mejor es que le sigue durando: está esponjosa y muy brillante. Y algo de envidia sí me da, para qué vamos a negarlo.

Hace tiempo la llevábamos a la peluquería de su veterinario. Veinte euros costaba, hasta que mis sobrinas me dijeron que por ese precio, lavaban ellas a Curra. Al ser dos sobrinas, gemelas para más señas, el lavado me salía por 40 euros. La inflación del cariño, supongo, y cierto amor por la igualación social y el premio al trabajo compartido entre hermanos, supongo también. O sea, socialismo puro. Al perro me lo lavaban con champú de Kerastase y gel de lavanda, toda vez que prohibí terminantemente que usaran la espuma Rituals, por parecerme liviana para el pelazo de mi perra y poco sostenible para mi bolsillo. El resultado era una familia feliz, pero un lavado de perro higiénico aunque poco estético y deficitario económicamente. Y ahora que mis sobrinas andan atareadas con sus estudios, aproveché mi inclinación liberal por el fomento del trabajo duro y la preparación educativa de la juventud, para probar una nueva peluquería para Curra. En esta nueva peluquería me cobraron 21 euros y, después de 15 días, su pelo sigue esponjoso y brillante, y con unos proto rizos muy atractivos. Es verdad que Currita tiene muy buen pelo, producto del cuidado y amor de su ama, pero también de un veteado sutil en tonos marrones. Pero es que no hay color, y nunca mejor dicho…

Mi hermana me dice que es cosa del champú y de las herramientas para el aclarado. Sí, es cosa de la industrialización que penaliza el acabado artesanal, no hay duda. Pero si es una cuestión de herramientas ¿por qué no comprar el champú y aumentar de este modo la competitividad familiar? Habrá que probarlo, y yo les seguiré informando sobre el impacto marginal de las materias primas en la calidad del producto y en la satisfacción de los clientes (Curra y yo).

Lo que es seguro es que la compra del champú aumentará un riesgo todavía por valorar: el que yo salga a la calle como Bob Dylan cuando era joven (Bob Dylan). Porque va a ser muy difícil resistirme a la tentación de probar ese champú milagroso que da ese volumen y ese brillo. Y que, irremediablemente, hará que salga de la ducha diciendo «¡Guau!»: eso lo doy por descontado.

Esos criminales billetes de 500

billete 500 unmundoparacurraSe le ocurrió a Rubalcaba aunque tal vez la idea no era suya: el remedio infalible para evitar el fraude fiscal es eliminar los billetes de 500 euros. Y ayer De Guindos dijo que no le parecía mal. A De Guindos casi nada le parece mal, a él le puso ahí Rajoy para pasar la crisis, no para tener alguna idea relevante. Mucho menos aplicarla, que él está para ir y venir de Bruselas a contar en inglés lo que hace Montoro en español. ¿He escrito Montoro? Vds disculpen, ha sido inevitable.

Es un clásico esto de tratar los problemas como el que coge un rábano por las hojas. Por ejemplo, al alcalde de Nueva York es un campeón de las ideas de este tipo. ¿Se acuerdan de este pollo, Bloomberg se llama? Este señor trató de prohibir la venta de bebidas azucaradas de tamaño XL para combatir la obesidad. Todavía no he logrado enterarme de si es que cree que la obesidad la provoca el envase, pero el caso es que juez le paralizó la majadería. El ha seguido clamando contra la salud de los pobres niños, sin comprender que los pobres niños lo que harían serían acarrear dos envases de medio en vez de uno de entero, porque él ha quitado en envase, pero no las ganas, ni el motivo. Con los billetes de 500 sucede igual: si ayer te comprabas un coche de 30.000 euros con 60 billetes, hoy te lo comprarás con 150, que tampoco abultan tanto. Y cuando vayas a pintar la cocina, el pintor ya no te dirá eso de 200 sin iva y 245 con iva, sino que no acepta billetes de 500.

El fraude no lo provoca un determinado papel moneda, sino los impuestos absurdamente altos, como el que te cobra el pintor. Aquí la única decisión para combatir el fraude que se ha tomado ha sido la amnistía fiscal, así es que ya me contarán vds las ganas que se tiene de combatir el fraude. El pagar parte de la casa en negro ha existido siempre, con pesetas o con euros. Y si vamos a compras de alto importe en los comercios, pagues con billetes, con transferencia o con tarjeta, el IVA lo pagas, que es lo que le interesa a Montoro, el del loro. Si ve que le falta dinero (que le faltará, evidentemente siempre le faltará) mañana decreta otra amnistía, araña cien milloncetes de euros, y tan contentito que se pone, él ambiciones no tiene.

Hoy son los de 500, pero como ése no es el problema, mañana serán los de 200, después los de 100, hasta eliminar el papel moneda. El que paga en metálico es un defraudador en potencia, ya se sabe. Y los ahorros, en el banco, por supuesto, que ahí se puede gravar bien el ahorro, el IVA por cada transacción, y los beneficios. Oigan, y al que no le guste, que se vaya a Suiza, hombre ya. Ah, qué felices seremos todos con la vida monetizada electrónicamente, con un gran ordenador que registre que hoy han debido de venir mis sobrinos a comer, porque he comprado dos barras de pan en vez de una. Ya me podrán cobrar el ICS, que es el Impuesto sobre la Comida del Sobrino. Es un clásico de las tiranías, y en esta Europa socialdemocradiotizada hay mucha tendencia a la tiranía y al control. Y a cambiar las reglas del juego a conveniencia.

Bloomberg seguirá insistiendo en la estupidez de los envases hasta que, harto, proponga medidas más contundentes. Por ejemplo, obligar a los niños a que vayan a un hospital a que les rebanen las lorzas con un cutter. Pero lo hace por su bien, no se opongan. Y a de Guindos, por su parte, no le parecerá mal que nos suban el IVA al 32%. Lo hace por nuestro bien, no lo duden.

Un equipo de leyenda

Guapetonas-FC-unmundoparacurraNo se alarmen que no voy a hablar del Madrid, sino del equipo de chicas que jugábamos un partido de fútbol en el poblachón cada verano. Ya saben, el clásico chicas contra chicas de dos pandillas diferentes, en donde los chicos se jugaban un honor bastante elemental y nosotras arriesgábamos rompernos una uña. Y además de estas cosas tan prosaicas, nos apostábamos un barril de cerveza, en el entendido de que las copas ya las disfrutaríamos por la noche, cuando estuviéramos todos duchados y con zapatos.

Las otras, o sea las del equipo contrario, elegían siempre ir de blanco, monísimas y muy bien conjuntadas, y nosotras intentábamos ir de un azul que siempre era muy inconcreto. Tan inconcreto que alguna tiraba por la calle del medio y se ponía la camiseta que favoreciera más a su moreno. Esta necesaria tolerancia con el dress code no evitaba del todo el indeseable «y yo qué me pongo«, pero relajaba lo suficiente el uniforme como para ir cómodas y poder concentrarnos adecuadamente en el barril de cerveza, que era lo importante. Un color u otro, siempre las ganábamos por una razón fundamental: nosotras jugábamos organizadas. Ellas no. Ellas jugaban como se espera que jueguen las chicas, es decir, corriendo todas a la vez detrás del balón, chocándose entre sí y gritando mucho. Y es que nosotras teníamos hasta dos «entrenadores», que no nos entrenaban nada, porque a nosotras nos sobraba el talento como para desperdiciarlo en absurdas agujetas previas. A cambio, nos distribuían y decidían los cambios y los relevos. Y a veces nos pegaban algún que otro grito. Por ejemplo «¡Carmen, cuidado con ésa!», y yo ya sabía que tenía que esperar a que ésa le diera un puntapié atolondrado al balón para intervenir con calma, quitarle el balón con elegancia y echarlo fuera con prudencia (o dárselo a la portera con precaución, que era otra posibilidad). Y es que yo jugaba de líbero….

De todos modos, y organización aparte, éramos mejores. Fijas jugábamos YL (un crac, con libertad de movimientos), CL (finísima de extremo derecho), Ana C. (sensacional de media punta), Mª José y Yoli, (en el centro del campo con labores defensivas y de destrucción, un muro), y Beatriz y yo en la defensa (aunque yo no podía subir, porque me dijeron que yo era líbero pero por detrás de la defensa). Claudia era nuestra guardameta, y mandaba mucho y decía muchas palabrotas cuando tenía que intervenir, siempre con mucha valentía. En cuanto al resto, iban entrando y saliendo en posiciones aleatorias, con la clara misión de estorbar a las otras todo lo posible, gritar más que ellas, dar algún empujón y lanzar el balón hacia delante en cualquier circunstancia, sin importar demasiado dónde y a quién pudiera llegar. Así es que era un 2-2-3 con adornos, que se convertía en un arrollador 2-2-6 atacando y un inteligente 6-2-2 defendiendo, pudiendo llegar a un 8-0-2 si al equipo contrario le daba por venir en tromba, algo que pasaba cada cuarto de hora conforme iban recuperando el resuello.

Aparte de ese partido en los larguísimos veranos del poblachón, no jugábamos nunca al fútbol, entre otras razones porque no nos importaba un pimiento. Pero a pesar de disputar una sola final cada verano, aquel sí que era un equipo de leyenda. Qué copa de Europa ni qué copa de Europa…

Algo va mal, de Tony Judt

Algo va mal unmundoparacurraCambiamos este mes de fecha para comentar el libro del Club de Lectura, que lo pasamos al día 1. En esta ocasión, hemos leído “Algo va mal”, de Tony Judt. Aquejado de una esclerosis lateral terminal, Judt escribe este libro, que quiere ser un diagnóstico pero no acaba de serlo, quiere ser un testamento pero no acaba de serlo, y se queda en un conjunto de reflexiones sin remate, en un ensayo deslavazado con alguna que otra trampa. Sin embargo, en esta época de tanto griterío, se agradece la presencia del intelectual y del estudioso, y creo que se deben leer libros que te hagan pensar, aunque sea para discrepar. En el caso de Judt, tenemos delante la defensa sin fisuras de la socialdemocracia, de la presencia del Estado como bien supremo, de la creencia que éste nos resolverá todos los problemas con su papel benefactor y justo. Sin embargo, Judt, tal vez ya muy impedido por su enfermedad, no acaba de estar a su propia altura, y por momentos me ha recordado al librito basura del tal Hessel, a quien el espíritu de Descartes confunda.

Judt parte de la construcción del Estado del bienestar que tiene su origen en la reconstrucción que se emprendió a partir de la devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial. Y razona correctamente cuando dice que nuestros abuelos construyeron un mundo mejor, más justo, más próspero y menos desigual. Atribuye este esfuerzo de reconstrucción a las ideas socialdemócratas, aunque admite que desde De Gaulle en Francia a los republicanos en EEUU impulsaron estas políticas. Y una vez dicho esto, nos dice que como la receta de nuestros abuelos fue fabulosa, que la sigamos aplicando los nietos. Y ésta es la primera de las trampas, porque en una Europa devastada, intervenir los precios, hacer carreteras y ferrocarriles, impulsar la vivienda pública, invertir en infraestructuras y sanidad y educación parece una labor deseable del Estado, entre otras razones porque no queda nadie para hacerlo, está todo arrasado. Pero obvia lo obvio: no estamos ni mucho menos en la misma situación de necesidad que entonces. Pone como ejemplo el ferrocarril y su importante papel en la vertebración de las sociedades, pero si lo desea yo le pongo la proliferación de aeropuertos peatonales en un país que ha salido de una guerra civil hace 75 años como ejemplo de obra pública para vertebrar nacionalidades. Creo que Judt se equivoca de escenario, y trata de aplicar las soluciones que sirvieron a un mundo que hoy ya no existe. Ni para lo bueno (las condiciones de progreso objetivo), ni para lo malo (“politicamente, la nuestra es una época de pigmeos”). Es como querer freir un huevo cocido.

Judt habla del Estado del bienestar como bien supremo al que hay que supeditar todas las cosas. Y vuelve a hacer trampas. Porque aunque nos dice que “En gran medida los dilemas y deficiencias del Estado del bienestar son consecuencia de la pusilanimidad política más que de la incoherencia económica”, achaca todos nuestros males al afán de lucro de “alguien” (debe de ser la mano invisible), y no a la torpeza y a la incuria de unos Estados y instituciones públicas que paralizan y burocratizan cualquier actividad económica. Judt no repara en que en el mundo actual, son los Estados (y hasta los continentes) los que compiten, antes, más y desde luego peor que las empresas. Cuando Judt dice que “los años que van de 1989 a 2009 fueron devorados por las langostas” yo le doy la razón, pero me parece que no me refiero a las mismas langostas que él.

Judt se queja del desmantelamiento del Estado del bienestar. Yo no creo que esté desmantelado, en absoluto. Es más, me parece que además de mantel, los políticos lo han llenado de tapetes de ganchillo por todas partes. Lo que pasa es que una vez que tenemos las necesidades básicas cubiertas, esos mismos Estados-langosta quieren dar más, y más, y más, hasta crear lo que yo llamo el Estado de confort. Al menos es eso lo que se me ocurre cuando equipara tener un ambulatorio con un bonito campo de deportes en un pueblo perdido. Esta incapacidad de priorizar y de distinguir lo necesario de lo que no lo es me resulta muy irritante, y creo que es el origen de todos nuestros males, como Estados y también como sociedad. Yo creo que la sanidad debe garantizar que la enfermedad se trata adecuadamente con todos los medios posibles, pero si alguien quiere una habitación individual con televisión y wifi, que se la pague. Lo mismo opino de los pueblitos perdidos que pretenden que el tren pase 3 veces cada día para recoger un viajero a la semana. Hay otras opciones, pero me temo que Judt añadiría a un chino abanicándonos con un pai-pai al menú básico de servicios tanto del hospital como de la estación de tren. Cuando dice «hoy es como si el siglo XX no hubiera ocurrido nunca» me parece una exageración, si no una boutade.

Nadie desde luego se va a oponer a la lucha contra la injusticia, contra la pobreza, contra la falta de equidad, la desigualdad, y contra lo que el llama, de manera muy acertada, el albur moral. Ese albur moral que se produce cuando una empresa pública es privatizada, pero a la que no se permite quebrar y así tiene que ser indefinidamente mantenida con fondos públicos, permitiendo el beneficio privado pero haciendo públicas las pérdidas. Acierta cuando denuncia estas calamidades, pero no hay que echar la culpa a otro más que al Estado, que es quien tiene el mango de la sartén, pone y quita reglas y nunca se responsabiliza de nada. Judt no conoce nuestras cajas de ahorros, pero si se me permite la broma, de haberlo conocido hubiera muerto igualmente, aunque de una apoplejía.

A Judt no le gusta el mundo en el que vive, pero ese mundo que mira se compone de dos o tres países. Clama contra la desigualdad en ellos, pero obvia que en los últimos 20 años, 1.000 millones de personas han salido de la pobreza. Vale que viven peor que nosotros, pero muchos viven mejor que sus abuelos, que es la base de su tesis. Critica la globalización (nos dice, que “la globalización no es más que una decisión humana”), y no dedica ni una palabra al efecto de la revolución tecnológica, la aceleración de las telecomunicaciones, la explosión de los países emergentes. Judt se queda entre las cuatro paredes de un par de países europeos y se ancla en 1948, y limita el problema de la desigualdad a que mengüen los subsidios en Inglaterra, sin importarle que en El Salvador se estén construyendo carreteras gracias a los programas de Ayuda al Desarrollo, o que los programas de microcréditos (europeos sobre todo) estén sacando de la miseria a tantas mujeres en los países en desarrollo. Su receta es que sigamos subiendo impuestos y construyendo carreteras en Europa. Nos dice: “No se debería recurrir a la eficiencia para justificar la crasa desigualdad”. Y no se le ocurre darle la vuelta: “No se debería recurrir a la desigualdad para justificar la crasa ineficiencia”. Si lo hubiera hecho, habría llegado también al “albur moral”, aunque por un camino inesperado.

En fin, a pesar de todo lo anterior, Judt nos ofrece una crítica muy seria a la izquierda y al socialismo, y también hay momentos con golpes de sentido común que se agradecen mucho. Este hombre tiene mejores libros, yo no les recomiendo que, si van a empezar, lo hagan con éste, aunque es cortito y se deja leer bien. Encontraréis otras reseñas, como siempre, en La mesa cero del Blasco, Lo que pasa en mi cabeza y La originalidad perdida. Y a lo largo de todo el mes de mayo, en vuestro blog preferido: el Club de Lectura.