Curra antideslizante

Curra antideslizanteTodo empezó con un parqué que ya no tenía remedio. Desde luego podría haberlo lijado y barnizado, pero eso ya lo hice hace unos cinco años y cuando compré la casa, hace diez. Así es que decidí cambiar el suelo y cambiarle la cara a la casa. Ha quedado precioso, pero…

Curra ya se escurría en el anterior, aunque no demasiado, probablemente porque ya le tenía cogido el tranquillo. Como sabéis los que me seguís desde hace tiempo, Curra tiene las patas traseras muy delicadas. Hace unos años la atropelló un taxi cuando quiso volver sola a casa, lo conté en La mala pata de Curra. Ni los años ni los kilos van a su favor y, cuando volvimos después del verano, la veterinaria nos aconsejó que le diéramos unas sesiones de láser en las patas para ver si recuperaba algo de agilidad. Y la verdad es que mejoró mucho y estábamos todos encantados con el invento, hasta la llegada del nuevo suelo hace un par de semanas.

La pobre ni se movía. No quería caminar por casa, y andaba peor que un pato. Y como todo coincidió con que terminaron de darle las sesiones de laser, tampoco estábamos muy seguros del problema. Este fin de semana sin embargo, estuvimos en el poblachón y me dediqué a tirarle pelotas con una raqueta por el campo. Corría que se las pelaba. Así es que creo que he encontrado la solución: calcetines antideslizantes. A ver, guapa no está, pero total, para andar por casa…

Los calcetinillos tienen como una suela especial. Yo creo que bueno para el suelo no es, pero miren, miren cómo corretea:

Tiempo de verano

Un verano apacible, como tantos. A la espera del tormentón que dará por finalizado el buen tiempo, o del casi huracán poblachonero que nos dejará a todos tiritando. El tiempo entre posturas.

Y el tiempo entre lecturas, aunque el libro de este mes del club me pone de un mal humor excelente. Delibes, Foenkinos, Amoraga, Lemaitre y ahora Chirbes. Y por medio el Kindle con esa cosa del club, de la que hablaré el día 1 si consigo acabar con ello antes de que ello acabe conmigo. El tiempo entre lecturas.

Pocas cosas que contar, aparte de mis reflexiones sobre los insectos. Esos bichos picajosos y pesados. Las avispas están muy tontas este año. He matado dos en vuelo. En vuelo ellas, se entiende. Y el trapo de cocina, un poco húmedo para que tenga contundencia. Y una araña con cuerpo, que apareció ayer en la piscina y mi amiga Susana la espantó de su toalla. Pero mátala, no la dejes por ahí, le dije. Sí, eso, que hay niños, no se oyó decir, porque el bobo de turno andaría lejos. Y ahí se puso ella, Susana, a dar zapatillazos al suelo, sin saber seguro que la araña estaría debajo. Y apareció Javi, con sus zapatillas de deporte a pisar también el césped. Y como en Aterriza como puedas, una fila de personas en traje de baño y con chancla en la mano se disponía a alisar el césped, con o sin araña, que para entonces ya habría huido. El tiempo entre mataduras.

El del bar, que es nuevo en la concesión. Y ha creído que todo el monte es orégano, y que se puede contestar de cualquier modo. Con una cocina que huele a grasa requemada, a suciedad y a abandono. Que de una tortilla revenida saca cuarenta o cincuenta pinchos, y que no se corta al decirle a su hijo, delante del cliente, que ponga menos, que un aperitivo no es para que la gente coma. Que levantas el café de la mesa y te quita la mesa, porque ya son las siete. Que te dice que quites eso porque va a barrer, y eso son tus pies. Un resentido social, a decir de algunos. Se creerá que los que estamos de vacaciones es porque no trabajamos. La culpa la tenemos nosotros por tomar una cerveza. Yo ya no, que puedo vivir sin ella, y él tiene más difícil pasar el invierno sin mi euro con veinte… El tiempo entre amarguras.

El campo. Hacen nuevos caminos, quitan las balizas de los antiguos pero tardan en sacar los nuevos mapas. Da igual, porque subes hacia arriba, sale un camino, te encuentras una fuente, giras, vas hacia abajo y cuando tienes a la vista la vaquería a la derecha hay un portalón. A la quinta vez que te pierdes encuentras el portalón, y la fuente sigue sin aparecer. Da igual. En los robles hace menos calor y menos frío que en el pinar. Sí, pero hay más moscas. No hay ganado, pero hay caballos, que son los nuevos perros aunque los llevan sin bolsita para excrementos. Curra se ha rebozado dos veces ya este año. No le veo el gusto, ni pienso averiguarlo. El tiempo entre andaduras.

Esta noche futbol. El tiempo entre esculturas.

 

 

Curra, la collares

Curra-collar-amarilloEl primer collar que tuvo Curra, de bebé o casi, era de color amarillo pollo. Monísima que iba ella, y eso que estaba en plena edad adolescente, con cuatro mesecillos. Se lo compró mi madre, aunque dudo que lo eligiera por el color: probablemente influyó más el precio. Este collar, el primero que se compra, está destinado a cubrir un espacio de tiempo tirando a corto. En fin, yo se lo pongo a su derecha para que vean esos ojillos como de descubrimiento de las sensaciones de la vida, y de los olores de la calle. Sí, lo sé, que se aprecia poco el collar. No, lo verde es el antiparasitario. Y no, no he encontrado otra foto mejor y no esperen que me levanten a buscar ningún álbum.

Después ha tenido otros de diferentes colores, unos más afortunados que otros. Recuerdo uno de color cuero oscuro que le proporcionaba un aspecto grave, aunque tal vez le hacía mayor en comparación con Wilma, que por entonces llegó a esta familia. Y también recuerdo otro horrendo, de color nazareno (CLICK AQUÍ), de esos de telilla, que vino a sustituir de urgencia otro gris claro muy bonito pero sucísimo.

Uno de los más bonitos que llevó está aquí (CLICK), de cuero con adornos, aunque muy incómodo para ella porque pesaba mucho. Y sin duda, el penúltimo, grueso, rojo, elegantísimo, con el que pueden verla en esta foto (CLICK). Hasta hoy estaba llevando uno de cuero blando claro, que no me acababa de convencer porque era un poco estrecho y además tenía las trabillas muy separadas, y se rizaba por el extremo que sobraba. Lo cierto es que el collar es un elemento de mucha importancia, y no sólo por lo estético. El collar debe ser cómodo para el perro, mientras que la correa debe ser cómoda para el amo. Recuérdenlo si tienen un perro algún día. Y si no tienen perro ningún día, recuérdenlo si se fijan en las personas con perro. Y si no se fijan en las personas con perro, pues no lo tengan en cuenta y permítanme que siga, que pierdo el hilo.

La cuestión es que Wilma (la perra rubia, no se me pierdan) está mudando de collar, porque el suyo, rojo, está hecho un asco. Ya ha tenido que ir mi tía dos veces a cambiarlo. Primero la trajo con uno negro, que le hacía mayor y el veredicto familiar fue NO. El segundo ni lo trajo para que lo viéramos, calculen lo fea que estaría la pobre. Y esta tarde ha aparecido con uno bien bonito pero que le estaba grande. Y es que no se los deja probar en la tienda, la muy loca. Para cuando hemos comprendido que el collar no le valía, ya le había hecho dos agujeros más y…

… ¡Y ahí estaba mi Curra, con el cuello apropiado para heredar! Conste que lo de hacer otro agujero no lo he hecho aposta… En cuanto a Wilma… en fin, deberá seguir buscando a ver si encuentra algo que le quede bien (jo, jo, jo…).

Un collar precioso. Y muy elegantón. Oigan,  ¡Y que me ha salido baratísimo!

Collar Curra cuadros

Curra y las ovejas

Era Curra muy jovencita, debía de ser el segundo verano que subía al poblachón, con un año y medio. Todas las mañanas, muy temprano, nos íbamos con mi amiga Susana hasta la Estación andando, en un recorrido que no debe de ser muy superior a los cinco kilómetros, por un camino que discurre por medio del gran pinar. Susana y yo íbamos andando, pero Curra iba pegando brincos. Y es que ahora Curra es una perra muy tranquilona, pero los tres primeros años vivir con ella era como vivir con una cabra. Aunque con menos olor, dónde va a parar.

En el pinar es fácil encontrarse animales sueltos. Aparte de gente en chándal, no es raro cruzarse con vacas, caballos y algún que otro rebaño de ovejas. Las reacciones de Curra cuando veíamos animales eran diversas, y así como salía a ladrar a los caballos, con las vacas y con la gente siempre se comportaba más bien con indiferencia. Los caballos, que son animales nobles y muy queridos en el imaginario popular, tienen bastante mala leche con los perros, no crean, y yo siempre me temía que le fueran a dar una coz y me mataran a la perra. Ya, claro que la podía llevar atada, pero ¿quién lleva atado a un perro por el campo? En fin, ya tenía yo cuidado, cuando veía algún animal a lo lejos, en agarrar a Curra, porque aunque obedecía, a veces se le iba el santo al cielo y salía como una flecha corriendo.

Una mañana, al rebasar un altozano, de pronto Curra avistó un rebaño de ovejas ladera abajo. No me dio tiempo ni a llamarla cuando la ví correr ladrando hacia las ovejas, que salieron despavoridas, balando y haciendo sonar los cencerros hasta que desaparecieron, las ovejas y Curra, por el otro lado del monte. Yo me desgañitaba llamándola, hasta que opté por salir corriendo yo también. Ya creía que había perdido al perro por el campo cuando de pronto apareció por un sitio inesperado, con la lengua fuera, como si viniera de correr una maratón. Naturalmente, la regañé, la agarré del collar, le di un azotazo y la hice volver al camino, donde se había quedado Susana esperando a que volviéramos las dos.

El caso es que seguimos nuestro camino, ya con la perra al lado. Y unos diez minutos después, apareció un jeep a nuestra espalda, un todoterreno antiguo y color café con leche como el que suelen llevar los vaqueros de por aquí. Yo volví a atar a Curra, para dejar pasar el coche, aunque paró a nuestra altura. Dentro, un hombre de unos cincuenta años, bajó la ventanilla y, muy tranquilo, con una media sonrisa y con mucha amabilidad, me preguntó si es que no me obedecía el perro. Cuando le dije que era joven, y que no siempre atendía, se dio a conocer:

– Soy el dueño de las ovejas. Ese perro suyo les ha pegado una carrera de mucho cuidado y me las ha dispersado por todo el monte. Incluso una de ellas se me ha despeñado. He tenido que llamar a mi hijo para que me ayude a reunirlas otra vez… Debe usted saber que yo tengo derecho de pasto. Eso significa que yo puedo llevar animales sueltos, y si le pasara algo a una de mis ovejas por culpa de su perro, en un juicio llevaría usted las de perder. El monte es de todos y todos podemos disfrutarlo a la vez, y yo comprendo que usted quiera llevar al perro suelto, es lo normal y me parece bien, está en su derecho. Pero yo también tengo derecho a que mis ovejas pasten por aquí. Así que por favor, tenga más cuidado con el perro, porque ahora me toca a mí perder el día entero hasta volver a juntar todo el rebaño.

Yo no sabía qué cara poner, ni qué decir, ni cómo reaccionar. Si aquel hombre me hubiera regañado, o gritado, o le hubiera visto enfadado, pero la calma, y hasta la simpatía del hombre me desarmó, y no sabía que decir, aparte de disculparme, claro, porque el hombre me pedía que soltara al perro, que no tenía por qué llevarlo atado, sólo me pedía que cuidara de que no se me escapara…

Qué horror. Yo me imaginaba las ovejas por ahí desparramadas, despeñándose por la montaña, con un susto de muerte viendo a esta loca correr detrás de ellas. Así es que, a partir de ese día, Curra fue al campo con pelota de tenis. De ese modo, mientras estuviera preocupada por que no se le cayera la pelota de la boca, no había peligro de que saliera desmelenada detrás de un rebaño. Y sólo en otra ocasión nos nos volveríamos a encontrar ovejas, pero esta vez con un perrón cuidándolas. ¿Sería el mismo rebaño? En fin, esa es otra historia, que da para otro post, aunque de miedo. El de hoy termina aquí.

Curra, y la galleta en Tuiterland

Tratar de tomarse unas galletas en la intimidad en mi casa es imposible.

Lo he narrado en vivo y en directo:

Más sobre premios

cabrones loteriaMe envía mi amigo Alfredo esta foto que ven a su derecha, sin duda para enfadarme. Lejos de ello, me ha provocado una enorme curiosidad, porque no puedo imaginar dónde la sacó y, sobre todo, cómo consiguió captar a Mariano haciendo algo de relevancia. Amigos míos, sujetar un cartel supone un esfuerzo del que sólo esperan remuneración los sindicalistas abonados al langostino, que por cierto, algo pillarán de ese 20% que tan contento le pone a Montoro, el responsable de la caja, de la llave y del reparto de la mamandurria.

Ya les digo que mi amigo no me enfada con esta foto, más allá de ver a Montoro contento, claro. Desde luego, que nadie espere que me moleste que graven con un 20% los premios de la lotería. A mí lo que me enfada mucho es que confisquen un 24,75% del salario a un tio que curra y que gana 17.000 euros al año. Y también me subleva que estos chorizos graven con un 21% la ropa y el calzado, y lo que te rondaré morena. Pero vamos, que graven el estar sentado y que te caiga un pastizal sólo porque un bombo se ha parado en una bola con el número que llevas, me es indiferente. Es más, si me apuran mucho y tengo que elegir, me parece correcto. El 21 te levantas de la cama sin un floro y el 22 te acuestas con una pasta gansa sin haberla doblado. Así es que me parece bien que aporten algo a la caja común, que hay muchos políticos que alimentar.

Eso sí, a mi Wilma que ni me la toquen. Y es que un 22 de diciembre de hace 2 añitos nos tocó la lotería en casa en forma de perra loca. Y capaz es este ministro vampiro de reclamarme una pata de la perra como Impuesto al Ladrido Añadido. Bueno, de reclamármela y hasta de comérsela cruda, con pelos y todo, que este hombre está pero que muy perturbado. En fin, ya sabremos defenderla del gobierno. De momento, a los perros no les permitimos ver el telediario en casa, a ver si se nos van a grillar, se piensan que todos somos iguales  y nos acaban mordiendo un tobillo. En fin, aquí tienen a Wilma, guapetona y entera, dejándose fotografiar para todos vds en el día de su cumpleaños. Y con la peluquería recién hecha, oigan. Gravada, por supuesto, al 21%.

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Curra mutante

Curra-mutante-2Esta es Curra después de un chute de Urbasón. Un par de horas antes también le habían puesto un chute de antirrábica, que por lo visto no le ha sentado muy bien. Digo yo, porque más que un perro, me he encontrado una vaca al llegar a casa.

No es la primera vez que le pasa esto. Hace unos años también le dio alergia una vacuna (que yo creo que fue también la de la rabia, pero no podría jurarlo). Hubo que salir corriendo a Urgencias con ella, porque nos dimos cuenta a las 12 de la noche. Y aquella vez fue peor porque tenía hinchadas hasta las orejas. Ahora lo recuerdo y me río, pero menudo susto nos llevamos. Desde entonces la vacunamos por la mañana o a primera hora de la tarde, por si acaso tiene alguna reacción y mira, hacía mucho…

Y es que a Curra le pasa de todo. Aparte del atropello, que ya se lo conté en una ocasión, y de tener las patas traseras muy delicadas, siempre tiene algún achaque, eso por no hablar de los porrazos que se pega ella sola porque es muy despistada. A veces se autolesiona como una boba, por rascarse o por chuparse. Ha tenido el culo pelado por los nervios: se chupaba y mordisqueaba, y por detrás parecía la mona chita. Una pasta nos cobraron por llevarla al psicólogo perruno, aunque en realidad se trata más bien de una charla que le dan al dueño, porque lo que hay que hacer cuando se rasca por vicio no es regañarla, sino tirarle una pelota. Ya ven qué cosas. Incluso en una ocasión le pico un mosquito (¡Un mosquito!), y le salió un bulto como una naranja en el lomo. Les contaría cómo se lo reventó la muy bruta, pero mejor no, que este post lo escribo antes de la cena y aquel día ya me dio el desayuno…

En fin, está todo bajo control: está contenta, no tiene fiebre y no le pasa nada de particular, salvo que tiene los belfos todavía algo hinchados. Ha mutado un poco pero no hay que preocuparse, que mugir, no muge.

 

Ese estupendo champú

Curra pelo unmundoparacurraSe llevaron a Curra a una nueva peluquería hace 15 días, y le dejaron un pelazo espectacular. Y lo mejor es que le sigue durando: está esponjosa y muy brillante. Y algo de envidia sí me da, para qué vamos a negarlo.

Hace tiempo la llevábamos a la peluquería de su veterinario. Veinte euros costaba, hasta que mis sobrinas me dijeron que por ese precio, lavaban ellas a Curra. Al ser dos sobrinas, gemelas para más señas, el lavado me salía por 40 euros. La inflación del cariño, supongo, y cierto amor por la igualación social y el premio al trabajo compartido entre hermanos, supongo también. O sea, socialismo puro. Al perro me lo lavaban con champú de Kerastase y gel de lavanda, toda vez que prohibí terminantemente que usaran la espuma Rituals, por parecerme liviana para el pelazo de mi perra y poco sostenible para mi bolsillo. El resultado era una familia feliz, pero un lavado de perro higiénico aunque poco estético y deficitario económicamente. Y ahora que mis sobrinas andan atareadas con sus estudios, aproveché mi inclinación liberal por el fomento del trabajo duro y la preparación educativa de la juventud, para probar una nueva peluquería para Curra. En esta nueva peluquería me cobraron 21 euros y, después de 15 días, su pelo sigue esponjoso y brillante, y con unos proto rizos muy atractivos. Es verdad que Currita tiene muy buen pelo, producto del cuidado y amor de su ama, pero también de un veteado sutil en tonos marrones. Pero es que no hay color, y nunca mejor dicho…

Mi hermana me dice que es cosa del champú y de las herramientas para el aclarado. Sí, es cosa de la industrialización que penaliza el acabado artesanal, no hay duda. Pero si es una cuestión de herramientas ¿por qué no comprar el champú y aumentar de este modo la competitividad familiar? Habrá que probarlo, y yo les seguiré informando sobre el impacto marginal de las materias primas en la calidad del producto y en la satisfacción de los clientes (Curra y yo).

Lo que es seguro es que la compra del champú aumentará un riesgo todavía por valorar: el que yo salga a la calle como Bob Dylan cuando era joven (Bob Dylan). Porque va a ser muy difícil resistirme a la tentación de probar ese champú milagroso que da ese volumen y ese brillo. Y que, irremediablemente, hará que salga de la ducha diciendo «¡Guau!»: eso lo doy por descontado.

Los premios de Curra

Premios-de-Curra-unmundoparMi querida Curra (esa perra negra tan guapetona que ven arriba) no ha sido educada a tortas, ni mucho menos. Hombre, algún azotillo sí que se ha llevado, incluso algún que otro zapatillazo, pero siempre de buen rollo y por razones muy justificadas, desde luego. Educar a un perro no es algo evidente, no crean. Hay que tener paciencia, constancia y las ideas muy claras sobre quién es el perro y quién el amo. Y Curra además de la educación familiar, ha ido al cole para no tirar de la correa por la calle y sentarse mientras esperamos el semáforo. Pero esto se hace cuando son muy jovencitos y no te puedes permitir esperar a que les entren ciertas cosas en la cabeza.

En casa, a Curra la hemos educado a base de premios. O sea, hacía algo bien, y le dábamos un chuche. Seis años después, seguimos dándole chuches aunque ya está educada, o sea que le damos un chuche por hacer lo que ya sabe… Por ejemplo, da la pata o se sienta sin chuche (lo tengo comprobado), pero aquí todo el que llega le da un uno. Ya no estoy segura si lo que quieren realmente es que Curra les dé la mano o simplemente lo que buscan es un motivo para darle un chuche a la perra. Claro, que así me explico las fiestas que hace a todo el mundo cuando vienen a casa – algún día lo voy a grabar para que lo vean.  Y luego están los otros premios que recibe por costumbre, y que tienen que ver con ceremonias que nos hemos inventado ella y yo.  Una de las ceremonias es que, los fines de semana, tengo que darle una galleta después de desayunar. Y es muy curioso, porque entre semana no viene a desayunar conmigo. Otra de sus ceremonias es que, cuando acabamos de cenar, hay que darle su pancito. Cuando quito la mesa, se sienta en la cocina, me da la mano, yo le doy un besito y su trozo de pan, y entonces sale corriendo con el pan al salón para comérselo. Yo tengo que ir detrás de ella diciendo «huy que te lo quito, que te lo quito»….

Sí, señores: a veces un blog también sirve para reflexionar sobre las idioteces que hacemos en la vida, después de sincerarse…

En fin, eso que ven arriba son sus chuches «oficiales»: No son las clásicas galletitas de perro, porque son carísimas y, la verdad, no hay por qué: ella las va a devorar igual y yo prefiero no arruinarme. Así es que los premios de Curra son galletas de pececitos del Supersol, que por menos de un euro te dan 350 gramos. ¡Y que además están buenísimos!

PS: Lo que cuento de Curra es aplicable a Wilma, que es la rubia. Aunque en el caso de Wilma, de momento reclama el chuche sólo por acercarme al bote. Tendré que educarla para que no los pida, aunque no sé cómo hacerlo, porque tendría que darle un premio…
Segundo post scriptum después del comentario de Miss Honky: Con mucha razón, me indica que «chuche» es femenino, por apócope de «chuchería». Y tal y como le digo después, ni me he dado cuenta al escribirlo porque en mi casa todos lo decimos mal. Así se queda, que si no corro el riesgo de no entenderme.

500 entradas

Hola, amigos.

Hoy, día de los Inocentes, subo la entrada número 500. Y para celebrarlo, tiro de fondo de armario y os enlazo 10 post. Son de cuando Un mundo para Curra no se paseaba por tuiter y espero que os hagan sonreír. Los he elegido muy cortitos (excepto el primero), para no abusar de vuestra paciencia.

Gracias por leerme. ¡A por los 1.000!

Allez les bleus (23/6/2010)

Portada (6/10/2010)

– Nombres (7/11/2010)

– Lógica aplastante (26/12/2010)

Ir y venir (10/01/2011)

– Problemas de organización (15/01/2011)

Comida para Curra (20/01/2011)

Contaminación (10/02/2011)

Polaridad (25/05/2011)

– Fumar, ese placer (31/05/2011)