Agendar, graficar, esplitar…

Miren, agendar no existe. Si lo quieren vds usar para decir que vamos a programar una cita o reunión, pues díganlo, pero no existe. Y ya no lucho más.

Graficar tampoco existe. Pero es divertido, lo reconozco. En especial si se inserta en la siguiente frase:

Hemos hecho el estudio y sacado cifras, pero las hemos graficado para que podáis entender algo.

Realmente lo divertido es el final de la frase, puritito español. Así que el jefe a partir de ahora, cuando vea una fila de números dirá con tono de emperador romano:

-¡Grafíquese!

En cuanto a decir esplitar… Ejem. Sobre todo, no hay que incorporarlo al vocabulario doméstico, porque tiene muchos riesgos. Veamos: según le están dando de cenar a sus hijos, les dicen:

– Borjita, no te metas tanto en la boca, hijo, esplítalo antes. 

Y Borjita hace «pfzás», y le escupe un churrete de comida en la corbata.

En fin, yo no tengo ese problema porque no tengo hijos. Así es que probaré mañana a decirle a mi madre «esplíta el pisto, mamá, que me llevo un poco en un tuper».

Y si me contesta algo divertido, ya se lo cuento en otro post.

 

PS: Split = dividir, en inglés.

Un ser teórico

Recuerdo el anuncio de la muerte del primer presidente de la empresa, un ser teórico del que he olvidado el nombre; no le había visto nunca y estoy seguro de que, hoy, el agregado comercial de Málaga o de Catania me considera como un ser teórico del que ignora el nombre, porque es inútil llenarse la cabeza con tutelas lejanas…»

Este párrafo está sacado de un libro escrito por un antiguo presidente de la empresa en la que trabajo, un señor a quien yo tuve (y tengo) una enorme admiración por muchas razones que no vienen al caso.

Siempre me ha encantado esa definición: un ser teórico. Por regla general, se los incluye entre «los grandes jefes», o «los jefazos», o (de manera mucho mas cobardona) la dirección o los de arriba. Un ser teórico es ese tipo al que como mucho se le conoce por una foto, o ni siquiera, porque en la intranet está el número 1, pero no el 3 ó el 4. Es alguien con una personalidad difuminada por su cargo, perdido en un organigrama ininteligible. Imaginas que existe y tal vez podrías atreverte a adivinar el idioma que habla, pero no sabes ni donde vive, si tiene familia, hijos o perro, o cómo serán sus amigos. No eres capaz de imaginar en qué emplea su tiempo por la mañanas. No puedes figurarte cómo será su día a día, qué papeles leerá, qué correos electrónicos recibirá. Tal vez te lo hayas cruzado en el ascensor, y no te has dado cuenta. O un día le escuchaste en aquella presentación, sí, pero no eres capaz de recordar qué dijo. No has visto nunca su firma, no sabes cómo escribe. ¿Será zurdo? ¿Cómo será su voz? En realidad, no sabes cómo se llama, quizá una vez te dijeron su nombre, pero no lo recuerdas porque no forma parte de tus conversaciones. En fin, sabes que está por ahí, así es que alguien le conocerá. Pero para ti es un «ser teórico»: alguien que está por ahí… Y cuando dices «por ahí», sacudes tu mano levantada y tus ojos miran al noroeste, encoges los hombros y tu gesto admite que, efectivamente, te refieres a un ser teórico que no sabes seguro si existirá.

La conocí en un curso organizado en la casa matriz en 2004. Eramos 32 personas, y fue un curso que duró 4 semanas repartidas en 6 meses.  Nos reímos mucho y lo pasamos muy bien. Cada una siguió su camino en áreas profesionales sin ninguna relación y en dos empresas distintas del grupo, cada una en su país de origen. En 2009 me encontró ella a mí en una convención. Vino a saludarme con enorme alegría. En los mentideros figuraba como la número 1 de uno de los grandes países de la filial, aunque de eso yo me enteré después, cuando algún baboso me soltó esa frase tan servil: «qué bien relacionada estás». Y a los que opositan a siervo hay que contestarles adecuadamente, siempre: «casada, dos hijos preciosos, vive en tal ciudad y tiene un dogo. O tenía…se llamaba Passepartout, lo recuerdo bien». Naturalmente que lo del dogo me lo inventé, a los pelotas siempre hay que echarles algún hueso. Cuando publicaron su nombramiento, me vino a la cabeza su efusividad: yo era la única con la que podía encontrar cierta familiaridad en aquella convención de desconocidos.

La semana pasada fui a París. Yo salía por una puerta hacia mi taxi cuando ella entraba por otra. Llevaba abrigo de piel, iba bien maquillada, el pelo recogido en un moño. Levanté la voz para decir su nombre, lo tuve que decir dos veces. Se giró, me miró y aun tardó tres segundos en procesar mi cara. Me situó en su memoria. Tardó en encontrar la naturalidad, y a un natural «¿Cómo te va?» me respondió con un «vengo de hablar con los sindicatos» completamente estrafalario en aquella conversación y en ese contexto. Bueno, y con aquel abrigo, ahora que lo pienso. Le dije que no tenía tiempo de tomar un café, y que tampoco sabía cuándo volvería, y bromee: «y si no, en la próxima convención».

– Sí. Pero acércate ¿eh? Si tú me ves a mí, acércate a hablar conmigo ¿eh? Acércate…

Y me llevó un par de horas reponerme de aquella frase. Y de su desconcierto cuando contesté riéndome «claro, descuida». Se había convertido en un ser teórico. Y no sé si era consciente, pero desde luego ya se había acostumbrado.

Rubalcaba y la caridad a bulto

Rubalcaba propone sacar 1.000 millones de euros para dárselo a los pobres. Así, caridad a bulto. No dice para qué, no dice para quién, sólo que es una décima del PIB, y que, total, no es mucho. Esto es como ir de rebajas y comprarse 15 pares de zapatos por la simple razón de que están muy bien de precio, es exactamente el mismo razonamiento. Pero luego Rubalcaba, con voz trémula y lágrimas en los ojos nos confunden la tripa con la razón, y nos termina llevando a su huerto de la demagogia.

Así que nos propone 1.000 millones. Eso es mucho dinero. O muy poco. Yo no lo sé, y me da que Rubalcaba tampoco. ¿Por qué no poner 2.000 millones? ¿O por qué no 500? Rubalcaba coge su dedo índice, se lo chupa, lo pone al aire, y ya está: mil millones. En el dedo de Rubalcaba no sólo hay saliva y viento, sino sobre todo hay propaganda y frivolidad. Sin una sola idea sólida que respalde esa cantidad, dice 1.000 porque eso lo puede recordar cualquier analfabeto, así es que es perfecto para fabricarse un eslogan a cuenta de los pobres.

Nos dice también que ese dinero habría que darlo a municipios y Comunidades Autónomas para que lo repartieran. ¿Como el Plan E, entonces, más o menos? ¿Se acuerdan? El plan E, en el que se tiraron a la basura 8.000 millones de euros. No lo digo yo, que lo dice el Tribunal de Cuentas. Sí, 8.000 millones que sirvieron no para crear empleo (sólo el 4% de los empleos se han conservado), ni para crear obra nueva, sino que se tiró en tapar agujeros de obra ya concedida y además, completamente inútil. Y eso contando todo con que fue dilapidado, es decir, no cuento con la parte de la mordida, esa parte de corruptelas con las que hay que contar siempre que se habla de dinero público, un dinero que circula sin control y sin responsabilidad de ningún tipo.

No sé qué es más molesto, si tener a un demagogo como alternativa de gobierno, si que me tome por imbécil, o si ver cómo se utiliza a la gente verdaderamente necesitada como añagaza política. Quizá esto último, porque a lo primero ya estaba acostumbrada y lo segundo me lo están haciendo desde cualquier escaño del Congreso y desde cualquier ministerio.

Nunca he tenido la menor duda de que Rubalcaba estaba en el bando de los pobres. ¿Cómo no iba a estarlo, con lo poco que le cuestan y con la rentabilidad que les saca?

El cholo y los chulos

Evo morales EFEQue hoy domingo, abro con mi segundo café el ABC y casi me atraganto al ver esta foto que tienen vds a la derecha. Ya estamos acostumbrados a ver al cholo con la chompa, pero eso de llevar dos gorros superpuestos me deja muy pensativa. Si se fijan en el dedo, en el acto hacía solecito, y aunque el altiplano es muy alti y muy poco plano, el sol por esas tierras pega de lo lindo y un rayo de sol es siempre «uo-o-ó». Así es que la explicación para llevar dos sombreros debe de ser alguna división de opiniones boliviana como las que se dan en las corridas de toros, ya saben: unos en su padre y otros en su madre.

Ahora que estoy saliendo de un libro colombiano para meterme en otro mexicano, una no puede por menos que pensar en ese realismo mágico que viene de la literatura de América y que consiste en hacer explicable lo que no es posible. Digo yo que Bolivia es un país tan respetable como pueda serlo España (formalmente, quiero decir, que tampoco estamos nosotros como para tirar cohetes), pero de ahí a encontrarnos con Rajoy vestido de corto en un mitin va un mundo.

Bueno, o no…

Espe chulapa

Simancas y Sebastian comen rosquillas

La puta, el pecador y otras chicas del montón

A ver, que yo ya me he perdido un poco con esto de Urdangarín. Es verdad que no sigo los detalles del caso (o sea, como cualquier tertuliano), pero hasta ahora lo que se sabe es que el tipo conseguía contratos por ser el yerno del Rey y que sus informes eran un truño. Ya, ya sé que hay por ahí cositas fiscales, pero yo estoy algo perdida porque en ningún periódico encuentro respuesta a algunas preguntillas: ¿Quién decidía la contratación de los servicios de Urdangarín? ¿Quién autorizaba el pago? ¿Dónde están los informes de inversión que justifican esa contratación? Porque cuando se paga por algo, lo que debe haber es un documento que justifique la inversión. Algo, no sé, un post-it sin ir más lejos… De momento, yo sólo veo «tuitulares» de periódicos, pero no he visto que se haya imputado a ningún político. ¿Se me habrá pasado? A ver, que venga Sor Juana Inés de la Cruz y que pregunte: Oiga ¿Quién peca más? ¿La que peca por la paga o el que paga por pecar?

Los pecadores, o sea los del post-it, han salido uno detrás de otro a señalar a la Infanta, que sólo es la esposa de la puta, y a pedir que se la trate como a una chica del montón. Ellos, uno detrás de otro, explicándonos que la justicia es igual para todos. Nos enseñan a la Infanta en un cubilete y esconden el cubilete con premio, o sea, ése que les permite a ellos ser aforados y disfrutar del Supremo, en donde ya sabemos que están los jueces que han puesto sus partidos. Ah, la justicia del pueblo, que coge la venda de los ojos y la convierte en velo para su danza delante de las cámaras, mientras el diputadillo regional se azora por el caso y se afora por si acaso. Ver para creer.

¿Y la chica del montón? Pues ya ven, tan contentos que estábamos con una monarquía tan normal y tan democrática, que se casaban con gente del pueblo, con nietas de taxistas y sudorosos jugadores de balonmano, y ahora resulta que la infanta es una madre y esposa que le ha dado por permanecer con su marido, algo que no es nada democrático ni normal. Y en una infanta, imperdonable. Así es que no se comprende cómo no se divorcia de inmediato y le tira los cuatro niños a la cabeza al Urdanga. Todo sea por la Corona, ese marrón. Ah, no, no: ellos deben hacer como el pueblo, casarse con divorciadas pero luego no deben hacer como el pueblo, o sea, tener alguna posibilidad de ser declarados (y creídos) como inocentes: porque con los poderosos, todo lo que no sea la cárcel será considerado un privilegio.

Supongo que ya está en marcha la kedada para el escrache a las puertas del juzgado en Palma. Tricoteuses a gozar…

 

Super Mario

supermario unmundoparacurraMe pregunta Paterfamilias en la entrada de ayer cómo es posible que yo fuera por el mundo con una DS. Es normal que se lo pregunte, porque tiene mucha razón cuando argumenta después, con gran perspicacia, acierto y sabiduría que no me pega mucho. Me dice: «una persona de tu categoría, tu porte, tu savoir faire, tu…» Y ahí ya Pater se queda sin palabras. Veréis, el asunto tiene una explicación y no es exactamente como dice Pater. Y es que yo no me aficioné a la DS, sino a Super Mario…

Todo empezó cuando me compré una Wii. A mí en realidad no me gustan los videojuegos, pero cuando se tienen sobrinos pequeños, pasan estas cosas. Esta es la razón oficial: la real es que me encantan los cacharros electrónicos. Incluso tuve un Tamagochi, aunque lo acabé regalando porque me preocupaba demasiado por él. Claro que no tanto como mi amiga Yoli, que dejó a su madre tirada en las escaleras de El Corte Inglés porque se dió cuenta de que se había dejado el Tamagochi en casa y tal vez se estaba muriendo, así es que cogió el coche y se volvió a su casa corriendo, y ahí dejó a su madre, comprando. Yo, sin embargo, nunca hice carrera de él, del Tamagochi digo. Se me convertía en serpiente repugnante cada dos por tres. Y es que no me lo podía llevar a las reuniones, no quedaba profesional. La cuestión (volviendo a la Wii) es que después de probar con unos cuantos juegos de lo más sosainas, me recomendaron el Super Mario Paper. Y mis sobrinos no volvieron a tocar la Wii más: qué juego tan divertido (les dejo abajo un vídeo de youtube por si no saben de lo que hablo) (y lo quieren saber, claro). Luego saldría el famoso Galaxy, pero creo que el Paper es insuperable. Por las mismas razones me compré una DS, y ahí estaba de nuevo Super Mario. ¿Conocen «Mario y Luigi, viaje al centro de Browser»? Maravilloso, mucho mejor que Super Mario 64, desde luego. Ahora que yo prefiero a Super Mario en pantalla grande. Pero, como les decía ayer, entre las medidas de seguridad por el 11-S y la supresión de filas por los ahorros de costes de las compañías aéreas, llevar una tele en un avión, aunque sea de 21 pulgadas, da algunos problemas. A ver, teniendo en cuenta la de cosas que algunos meten en cabina pueden no parecer muchos, pero algún problema da, eso sí.

Super Mario no es Super Mario. Es también todos los personajes: Luigi, la Princesa Peach, Browser, los koopas… es el reino de Champiñón, con sus champiñones verdes y rojos, y las flores mágicas o las carnívoras (malísimas), y las monedas, los bloques, las estrellas, las tuberías que te llevan a mundos distintos, o a otros niveles, o a ninguna parte, las dimensiones distintas…. Y todas las cosas que pueden hacer: nadar, volar, correr, saltar, dar volteretas y patadas y puñetazos… en una historia en donde, al final, el asunto es, como en casi todos los videojuegos, darse de bofetadas, pero con el siempre honorable objetivo de salvar a una princesa.

Bien, ya está dicho: soy fan de Super Mario. Ya ven: un fontanero. Sí, pero ¡qué fontanero!

 

Esperar en un aeropuerto

Tal vez debería inaugurar una nueva sección con el tema aviones, y vuelos en general, aunque ya pasé la época en la que casi vivía en un aeropuerto, y me desplazaba de un país a otro constantemente. Y para cuando llegué a ese puesto, en el que se viajaba tanto, ya tenía la tarjeta platino, así que calculen vds que tampoco era una novedad para mí lo de coger un avión. Llevaba siempre muchos juguetes encima: un libro, otro de sudokus, una DS, la ipod, la prensa, y papeles de trabajo para leer. No solía viajar con ordenador, siempre me negué. Primero porque me parece un incordio, y luego que la imagen del señor con corbata mirando aburridamente sus hojas de cálculo o revisando sus emails ya leídos me parecía (y me parece) una imagen de la esclavitud moderna. O como decía un compañero, eso es de mindundis: los que mandan de verdad, cogen vuelos a las 9 de la mañana y van con el ABC y un attaché ligero. En fin, que siempre me pareció mucho más elegante esperar un vuelo leyendo un periódico un libro o un informe, especialmente si llevas zapatos de tacón. La DS la dejaba para el hotel, que una cosa es el desenfado y otra el frikismo.

Tampoco fue hace tanto tiempo aquella época en la que la maleta era una extensión de mi brazo: aquella pesadilla terminó en mazo del 2009. Pero desde entonces, el mundo tiene twitter, ipads, y una oferta de readers que permite aligerar mucho la cantidad de juguetes que llevas en el bolso para distraer las esperas.

¿Las esperas? Cualquiera que me conozca sonreiría con esta frase. Apenas espero en los aeropuertos, si no es por un retraso del avión, algo que no es poco frecuente. Soy de las que va siempre con el tiempo justo, porque creo que una eventualidad te hace perder un avión, sí, pero no siempre se dan eventualidades. El impacto del riesgo es serio, pero la probabilidad no es alta, así es que yo prefería apurar mi tiempo en la ciudad o en la oficina, o en mi casa. Que yo recuerde, he perdido tres vuelos en mi vida, y uno de ellos fue porque me equivoqué de tren (eso no sé si a lo he contado). Pongamos que no me acuerdo de alguno, así es que habré perdido cuatro. Eso no es mucho, lo que me confirma que tengo razón. Eso sí, anécdotas de «por los pelos» tengo un montón.

Y lo que es la vida: hoy he llegado al aeropuerto con dos horas de adelanto porque me habían cancelado una reunión. La máquina no me daba la tarjeta de embarque por alguna razón y me he acercado al mostrador. He cogido la última plaza disponible: un enfermo urgente debía ser trasladado, y se han perdido unas cuantas filas que normalmente deberían haber estado disponibles. Lo que ya no sé es si me han dado esa última plaza por haber llegado con dos horas de adelanto o por haber argumentado que, con dos horas de adelanto, me consideraba con derecho incluso a que me fletaran un vuelo para mí sola.

Pero la espera no ha sido inútil. ¿La prueba? Pues esta entrada, ¿qué más quieren?