– ¡Plum!
– Ay…
– ¿Eh?
– Puf
– ¡Oh!
– Ya
…
…
…
– Ten. Suénate…
– ¡Plum!
– Ay…
– ¿Eh?
– Puf
– ¡Oh!
– Ya
…
…
…
– Ten. Suénate…
Un electricista que trabaja en la catedral de Santiago de Compostela roba un códice del siglo XII valiosísimo y lo guarda en el garaje de su casa envuelto en papel de periódico, porque como se puede suponer a poco que se conozca la idiosincrasia española, no lo había robado para venderlo ni mucho menos para leerlo, sino para fastidiar a un cura. El manuscrito era, hasta hace poco, menos conocido que el Bosón de Higgs, así que si un electricista hace famoso el Códice Calixtino y un lechero nos garantiza la democracia por las mañanas, dentro de poco nos enteraremos de que un barrendero era el que estudiaba nuestros créditos hipotecarios.
El electricista, además de llevarse el códice bajo el abrigo delante de las cámaras de seguridad, estuvo limpiando el cepillo de la catedral durante varios años, a partir de una idea luminosa que convirtió en arte mecánica. No vivía como un marajá, pero la fortuna que había amasado era de consideración. Esto de robar para ahorrar y guardar el dinero en bolsas de basura denota una prudencia ante la crisis que debería servirle como atenuante en el juicio. Eso y que el electricista, como ladrón de catedrales, demuestra mayor maestría que el barrendero en el mismo trance, porque éste hubiera equivocado la utilidad del cepillo de la iglesia y se hubiera puesto a barrer la catedral con él.
Esta historia es digna de una película de Berlanga con guión de Azcona, a decir del almirante @cchurruca. Yo imagino perfectamente a Cassen en el papel de electricista, a Gracita Morales como su mujer, Manuel Alexandre haciendo de deán, Luis Ciges como el guarda de la Catedral y Agustín González como detective encargado del caso. A Luis Escobar lo dejamos en el papel de Arzobispo, José Luis López Vázquez de alcalde de Santiago y Juan Luis Galiardo como presidente del gobierno. Bueno no, como presidente mejor imaginamos a Queta Claver con una barba postiza para que pudiera interpretar con mayor comodidad el papel de personaje increíble.
El Códice, de un valor incalculable, no estaba asegurado. Hombre, esto se comprende: lo que siempre conviene asegurar aquí, en todo caso, es que salga una buena película.
Planchar no es un placer, pero puede ser una tarea muy distraída. Nada más retador que una camisa de algodón arrugadísima o un pantalón corto con pinzas, dobladillo en la pernera y multitud de bolsillitos, por no hablar del lino, esa canallada. Desde luego que hay cosas más divertidas que pasar una tarde planchando un cerro de ropa, pero entre todas las tareas del hogar la de planchar es la que menos me molesta. Tal vez porque se puede planchar mientras se escucha música o se charla con alguien sentado a tu lado que te mira fijamente…
Otra de las tareas que tampoco me molesta demasiado es recoger la cocina. La razón es que es una tarea muy agradecida, porque se nota mucho cuando la terminas. Encontrarte una cocina caótica después de haber cocinado – rectifico, después de que alguien haya cocinado – una comida de peroleo y fritos para ocho personas y ver, después de un rato y mucho esfuerzo que está todo en orden, colocado y como una patena es un placer sin parangón en la tierra, si exceptuamos limpiarte el cutis antes de acostarte o hacerte la pedicura una vez al mes.
Sin embargo, la tarea del hogar que más odio es hacer las camas. Rectifico: hacer mi cama, porque ya se pueden vds. imaginar después del declarativo anterior que hacer la cama de otros es para mí un asunto no negociable. Y es que no encuentro, como en el caso anterior, mucha justicia entre el esfuerzo que hay que hacer y el resultado obtenido. Quitar las sábanas, volverlas a poner, remeter la bajera, la encimera y la manta, hacer el embozo (¡recto!), tundir la almohada y colocar la colcha me parece demasiado trabajo como para obtener de premio una simple cama bien hecha. Lo único placentero de una cama es deshacerla, espero que al menos en esto no me lleven la contraria.
En cuanto a pasar el polvo, me parece la tarea más atolondrada de todas y por eso creo que conviene saltársela de vez en cuando para que, también de vez en cuando, procure algún interés. No andan desencaminados esos anuncios de la tele en donde se presenta una mesa de madera noble con un dedo de polvo encima esperando el producto milagroso que lo dejará como un espejo. Son muy aspiracionales, desde luego.
Y del resto de tareas del hogar, pues no sabría decirles nada de interés, suponiendo que lo anterior les haya parecido interesante. Que ya es mucho suponer. Limpiar los baños da una pereza infinita pero limpiar los cristales es muy literario, hasta el punto de que una desea que llueva y haga calima en días alternos permanentemente. Barrer o pasar la fregona son tareas espantosas y estéticamente muy desgraciadas, lo mismo que pasar el aspirador, con el agravante esto último de que no hay que usar el recogedor, momento sublime en el que se puede demostrar destreza y habilidad y con el que, al menos, puedes motivarte un poco.
Y en cuanto a cocinar, que es tarea noble con la que tantos hombres se distraen en sus ratos libres, me declaro en el nivel de supervivencia y sin el menor interés por progresar adecuadamente. Todo sea por no manchar mucho.
Rajoy nos anuncia medidas impopulares y luego dice que no tiene más remedio. Pobre, la mala cara que se le está poniendo y lo que sufre. Pero yo he llegado a la conclusión de que este hombre preside un gobierno de psicópatas masoquistas, porque si no, no se explica.
Rajoy puede tomar mañana mismo medidas muy populares si quiere. A ver, si Aznar ahora está cobrando 74.580 euros como expresidente, desde mañana mismo se le pone 0 euros, que para eso ya está en la privada. A Aznar y a los tropocientos mil aznares que tenemos en España, porque ex ya vamos teniendo muchos. Si hoy hay 72 televisiones públicas mañana hay 4. Si hoy se les ha reducido la subvención a los partidos y a los sindicatos un 20%, mañana se les deja con un 10% para que puedan pagar al conserje, que es el único que me da algo de pena. Dado que hay que esperar a las elecciones para eliminar diputados y concejales, se les pone el sueldo a 0 a los que sobren (le propongo un 60%), y que el resto se reparta lo que queda. Y al que no le convenga, que se vaya a su casa y así deja de inventarse leyes idiotas. El 80% del parque movil de coches ni se moleste a sacarlos a subasta: los deja en una campa con las llaves y los papeles y que lo coja quien quiera para lo que quiera. Los traductores del senado, que nos cuestan 170 millones, los quita y el que quiera chapurrear en otro idioma que se entienda por señas. Las 166 embajaditas de las giliautonomías mañana mismo se quedan en 0 (cero), y el personal, si quiere volver, que se pague su billete. ¿Sigo?
Me dirá que no puede cambiar la ley. ¿Cómo que no? ¿Y por qué sí puede usar el BOE para, por ejemplo, extender a los familiares del lendakari y sus consejeros una pensión, con efecto inmediato (click a su izquierda)? Tiene el BOE, pues que haga cositas populares. Que yo sepa, no se tiene que poner de acuerdo con nadie, porque para eso tiene mayoría absoluta. Y si es un poco inconstitucional tampoco pasa nada porque ya ven, este año incumpliremos la constitución en algo más del 6% si todo va bien. Y es que como me dijo un día @bich75, en España la única ley que de verdad se cumple es la del embudo…
Me dirá que es el chocolate del loro. Es posible. Pero es que 450.000 loros son muchos loros.
Lo que creo que de verdad es impopular para Rajoy es acabar con esa clac política que hoy supone algo peor que una plaga de langostas. Todo porque cree que esa casta le puede poner en la acera. Sin embargo, aún está a tiempo de decidir si le pone ahí su partido o le ponemos los españoles, porque hoy está muerto políticamente. Ah, y también puede todavía decidir si, por el camino, en vez de que le sustituya un tecnócrata a lo Monti, se arriesga a que el sustituto sea uno verdaderamente muy popular con un sable en la mano. Un sable de esos que se usan para desplumar loros. Así, de un tajo.
Un hombre “Recuérdame que te enamore” es un tipo de hombre que, más allá de ser o no atractivo, se cree atractivo entre las mujeres. Lo que viene siendo un galán pero con plena afectación del afectado, lo que podría parecer una redundancia pero que no lo es después de todo.
No sabría decir si se lo inventó mi hermana o ya estaba inventado cuando me lo soltó un día, después de contarme un diálogo desternillante entre Caperucita y el lobo que se podría trasponer perfectamente a un tipo “recuérdame que te enamore”. Este diálogo debe leerse impostando mucho la voz, engolándola en el caso del lobo e infantilizándola en el caso de Caperucita:
– Muñeca, ¿Te vienes conmigo detrás de los matorrales?
– ¡A mi mamá no le gustaría!
– A tu mamá le encantó…»
Pues bien ¿Cuál es el arquetipo de un Recuérdame que te enamore? Pues un George Clooney, por ejemplo, y aunque le pegue más la frase “No te importe desmayarte que alguien te recogerá del suelo”, la mirada y la forma de actuar cuando no está rodando hacen de él el perfecto Recuérdame que te enamore. Y en el caso de George Clooney esto se entiende pero en otros no tanto.
Porque la característica principal de un Recuérdame que te enamore no es que el tipo sea guapo, sino que se crea arrebatador. Se le distingue muy fácilmente. Un Recuérdame que te enamore no te da dos besos, sino uno sólo dejando que sus finos labios se posen en el medio justo de tu mejilla. Sus besos valen oro, y por eso no los desperdicia en el aire sino que se asegura de que le lleguen a la destinataria. Recuérdame que te enamore te agarra de la cintura – bien agarrada – para darte su beso en la mejilla y una vez depositado ese beso de oro, baja un poco la cabeza para poderte enseñar el blanco de sus ojos, mientras deja una ceja ligeramente más alta que la otra para susurrar, a un palmo de tu cara, “¿Dónde quieres que te lleve a comer, guapísima?”. Luego pagaremos a medias, pero Recuérdame que te enamore te lleva. Y vamos andando, pero él te lleva.
Recuérdame que te enamore es ese que al abrirse el ascensor a las nueve de la mañana te larga una sonrisa profidén incongruente a esas horas y en ese sitio. Un día me va a pillar espabilada y le voy a decir “oye, que me enamores”. Y a ver qué pasa.
Supongo que muchos de vds conocerán actitudes parecidas a la de mi sobrino de 16 años. Cuando empezó esta Eurocopa 2012, aún no se había jugado el primer partido del torneo contra Italia y ya especulaba con el rival que nos podría tocar en semifinales. O sea que daba por hecho que llegaríamos a esa ronda y que habría que pasarla. Mi sobrino se ha perdido el partido de ayer porque se ha ido a estudiar a los Estados Unidos, pero antes de marcharse le aconsejé que se aficionara al béisbol. En ese deporte los españoles no somos nadie y no está de más que, aparte del inglés, añada la superación de la decepción continua a su currículum formativo.
Después de esta Eurocopa, y tras el partido que vimos ayer, no sólo la generación de mi sobrino sino todos los españoles podemos dar el pasaporte a esa desconfianza programada por la experiencia de tantas decepciones. Ganar una final de Eurocopa por cuatro a cero a Italia, jugando con alegría y yendo desde el principio a meter más goles; pasar todo el segundo tiempo sin sobresaltos; quedarte sin reproches por hacer – salvo llamar «pesao infinito» a alguno -; todo eso te hace sentir que definitivamente se ha producido un cambio de piñón, y que a partir de ahora la decepción será consecuencia de una alta exigencia y de una ambición racional, y no de esa ilusión furiosa en la que la falta de competitividad se agazapaba detrás de la mala suerte, los pésimos arbitrajes y las injustas tandas de penaltis.
No es la edad de mi sobrino, sino esa emoción de la Eurocopa del 2008, aquella euforia después del mundial o la alegría satisfecha del título merecido ayer de forma casi mecánica lo que ha acabado definitivamente con la referencia de ese pasado temeroso y pasmado en el que el único que ganaba algo de interés era el Real Madrid. No es que nos hagamos mayores, es que la selección española se ha hecho grande. Tan grande que luego, al lado, se nos queda el país muy pequeñito.
Un gran bravo al equipo de Monsieur le Marquis de Dubois, incluido el Sr. Del Bosque. Sólo espero por el bien de todos que después de ennoblecerle y agasajarle no le propongan para ministro de algo y le conviertan, a él también, en un ser muy pequeñito.