Leo en Cinco Días que la deuda pública acumulada en el mundo es de 44 billones de dólares, lo que supone casi el 60% del PIB mundial. Por si acaso no les apetece leer el artículo, les diré que desde 2007 se ha incrementado en un 50%, y que en el año 2000 era «tan sólo» de 18 billones de dólares. Esto significa que los Estados se endeudan con y sin crisis. Pólvora de rey. Los 20 países más ricos (da igual la ideología más o menos atontada del gobierno de turno) tenían una deuda en 1980 del 40% y dentro de 3 años se calcula que llegarán al 100%. Esto pone los pelos de punta.
Como es natural, tal y como puede leerse, esto tiene tres efectos (todos devastadores) sobre la economía: 1º, que el dinero que el sector público absorbe no se destina, en forma de créditos, a la actividad productiva; porque el destino de toda esa deuda (2º) no tiene un retorno productivo, aunque se califique como inversión; y 3º, que esa deuda la pagamos vd y yo en forma de subidas de impuestos. Esto hace bajar los pelos, pero por el peso de las canas.
Veo en el telediario del mediodía que el gobierno regional de Madrid ha cambiado los coches del metro de la línea 9 por otros más nuevos y modernos. Los antiguos no van al desguace, sino que se revenden a los argentinos, para su metro en Buenos Aires. O sea, que estos vagones tienen todavía vida útil. Pero se ve que el culo de los madrileños soporta peor la falta de confort que el culo de los bonaerenses. Mientras los argentinos aspiran al Estado del Bienestar, los españoles disfrutamos del Estado de Confort.
Es solo una muestra, pero hay cientos como esta, cosas que pasan bien entre la población y en las que casi nadie repara, porque en todas partes cuecen habas. No son sólo esos aeropuertos fantasma, o esas radiales vacías de coches, o esas subvenciones inanes, o esa estatua que se cambia de sitio porque sí, o las televisiones autonómicas, aunque también. Es la falta de distinción entre lo imprescindible y lo accesorio, la falta de criterio de los que tienen que administrar el dinero público (o sea, el dinero de vd. y el mío).
Por supuesto, la culpa es de los «mercados», que hay que atarlos en corto… Cualquier día de estos, me indigno.