Asobinar

– Primero vamos a decidir qué nos conviene, porque luego los del otro departamento, en cuanto vean dos alternativas se van a asobinar y no sacamos nada de ellos.

– ¿Asobinar? ¿Eso es con b o con v?

– Eso se dice en Granada, y yo creo que es con v.

– O sea, asovinarse. ¿Y qué significa?

– No, es con b. Asobinarse, estoy casi seguro.

– ¿Asobinarse es como acarajotarse?

– ¿Acarajotarse? Dios mío, ¿Pero qué le pasa a la gente?

– No. Asobinarse yo diría que no es acarajotarse.

– Acarajotarse o encorajotarse, que no sé muy bien ahora cómo se dice.

– Es que no se dice, te lo estás inventando.

– ¿No será encorajinarse?

– No, acarajotarse o encojorotarse digo yo.

– Pero en Granada asovinarse no es acarajotarse.

– ¿Pero qué es acarajotarse?

– Yo le llamo acarajotarse a cogerse una caraja.

– Ah, pues no es encorajinarse, porque eso es cogerse una corajina.

– ¿Y encojorotarse entonces?

– Pues lo mismo. Cogerse una caraja.

– Ya son dos carajas.

– Y una corajina.

– ¿Pero ya sabemos lo que es asobinarse?

 

Asobinarse.

(Del lat. supināre ‘poner boca arriba’).

 1prnl. Dicho de una bestia: Quedar, al caer, con la cabeza metida entre las patas delanteras, de modo que no pueda levantarse por sí misma.

2. prnl. Dicho de una persona: Quedar hecha un ovillo al caer.

 

 

 

Remar juntos

Qué bonito lo de remar juntos.

La imagen que se te viene a la cabeza de inmediato es deportiva. Bajo el cielo gris londinense, unos mozos bien configurados y mejor vestidos se montan en una trainera sobre el río Támesis para dirimir si ese año ganará Oxford o Cambridge. «Yo voy con Oxford» dice una, «yo voy con Cambridge», dice otra, mientras la emoción sube de tono cuando se da el pistoletazo de salida. Y de pronto, oh, la congoja. James, el lerdo, rema más despacio que los otros siete, mientras el timonel grita desesperado:

– ¡James! ¡James Withaker, escucha mi voz y sigue mi ritmo: uno, dos, uno, dos!

Pero James, que además de débil es más débil físicamente que los demás, no alcanza a llevar el ritmo de sus compañeros. Y la barca se va escorando, se va escorando, y ya no mantiene el rumbo certero que les conducirá a la victoria. Y los del equipo de la otra universidad les sacan un par de pulgadas, y luego un par de pies, luego un par de yardas, hasta que William Townsend, que rema detrás de James Withaker, le agarra por las axilas y, plaf, le tira por la borda.

Well done, dice el timonel, pero a ver qué hacemos ahora con uno menos.

Así que pierden de todos modos, con lo que se demuestra que hay decisiones radicales que no solucionan nada en la vida. En cuanto a James Withaker, la historia dice que se vio arrastrado por la corriente del rio y llegó al mar, y luego en el mar, nada que te nada, llegó a las costas de Boston y se alistó en las traineras de Harvard, en donde también logró que su barca perdiera, aunque por la razón contraria a la sucedida en Inglaterra: en el Atlántico había desarrollado su musculatura de tal forma que ahora era el remero más fuerte entre los ocho del equipo. Así es que, historia conocida, la barca escoraba y escoraba. Esta vez no le tiraron al agua, pero su aventura como remero terminó cuando, al llegar los segundos a la meta, Hugh Connelly, patrocinador de la regata y accionista de la Universidad, le hizo un contrato como Quarterback en el equipo de fútbol de Harvard.

Qué importante lo de remar juntos.

Hay otra imagen que se te viene a la cabeza, y es la de los condenados a galeras, atados al remo en situación de guerra para que no salieran corriendo a la primera embestida del barco enemigo. Esto se veía claramente en Ben Hur, no me lo estoy inventando yo, en todo caso se lo inventó William Wyler. Lo que pasa es que, tal y como se veía en la película, James Withaker no hubiera terminado en el agua, ni le hubieran quitado del remo por debilucho o por excesivamente fortachón. Porque en esas galeras iban un montón de remeros, así es que uno se puede escaquear de remar junto a los otros.

– ¡Boga de combate! ¡¡Boga de ataque!! ¡¡¡¡ BOGA DE ARIETE!!!!,

Y ya puede gritar el gordo calvo que lleva los bongos, y un remero (un antepasado de James Withaker, por ejemplo), puede fumarse un puro o no hacer fuerza, lo que viene a ser hacerse el longuis, que para eso están los otros remeros. Eso sí, algún latigazo se llevará. Pero ¿Qué es un latigazo comparado con que te tiren al agua en medio de una regata de lo más londinense?

La vida.

Esplender

Esplender, si se mira en el diccionario de Manuel Seco, aparece como resplandecer. Hay que tener cuidado, porque se refiere al significado, no a la conjugación. Es decir, no es esplendezco, esplendeces, esplendece. No hay que equivocarse con esto.

El verbo esplender (que no «esplendecer», que eso no existe) se conjuga así:

Esplendo

Esplendes

Esplende

Esplendemos

Esplendéis

Esplenden.

Y si vamos al pasado, empezaría la cosa por un «yo esplendí, tú esplendiste, él esplendió«, o también por «yo he esplendido, tú has esplendido, él ha esplendido«. El imperativo es «esplende«, o «esplended» y el gerundio es «esplendiendo»

Con este verbo hay que reprimir las ganas de poner una x en algún sitio y terminar diciendo «explendo», lo cual, además de un error, sería una pena, porque el verbo esplender es, de forma y de significado, un verbo amable, sereno y esplendoroso.

Creo que acabo de expeler una entrada.

Irrecuperable

Dice mi amiga MeripeinsP que hay tres cosas que no se pueden recuperar: La palabra dada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida.

Hoy en día hay una cuarta: el mail enviado.

No sé yo si en términos de dificultad todos los casos son similares, y no sé tampoco si cada persona requiere el mismo esfuerzo para encontrarse delante de estos casos irrecuperables. Quiero decir que a mí me cuesta dar mi palabra, porque luego tiendo a cumplirla – ya se sabe que la credibilidad es como la virginidad, que se pierde sólo una vez – pero si me pusiera a lanzar una flecha, seguro que no saldría disparada, sino que más bien se caería con languidez al suelo, haciendo «pof». O tal vez no haría «pof», pero lo parecería. En cuanto a la oportunidad perdida, es cierto que éstas sólo se reconocen a posteriori, no como las anteriores, para las que existe una conciencia previa, una decisión. También es verdad que el imbécil pierde más oportunidades que el inteligente, y más el envidioso que el generoso. Pero lo normal es que tengas una oportunidad en la mano y o bien porque la dejes escapar, o porque pases de lado, sólo te darás cuenta cuando por fin reconoces la otra alternativa, ese pudo ser y no fue tan fastidioso.

¿Y la cuarta? Pues el mail enviado que ya no tiene remedio puede ser producto de un acto voluntario o de una equivocación. Resulta que tu mejor amigo se llama igual que tu cliente, o tal vez no te has dado cuenta de que ése al que llamas memo estaba en copia y tú clicaste en responder a todos, o quizá no reparas en que al final del mail encadenado hay uno con los precios que no querías mostrar.

De lo que estoy completamente segura es de la diferencia que hay en la frecuencia con la que se presenta lo irrecuperable en tu vida. No te pasas todo el día dando tu palabra, porque entonces ésta pierde su valor. La oportunidad perdida tampoco es muy frecuente, aunque sólo sea porque ni te das cuenta muchas veces de lo que pudo ser. Y sobre la flecha ya me dirán cuándo practican vds con el arco…

¿Pero el mail enviado? ¿¿EL MAIL ENVIADO?? Por Dios, qué pesadilla…

A MPP, por la inspiración

Vivérrido

Vivérrido es una palabra que he encontrado entre vivero y viveza.

Un poco más arriba de vivérrido, en el diccionario encontramos vivariense, que es la persona natural de Vivero, en Lugo. También está viveño, que es el natural de Ibahernando, en la provincia de Cáceres. Ya ven qué cosas. Para que se fíen de la etimología.

A la derecha de vivérrimo nos encontramos con vividura, que es el modo de vivir una colectividad dentro de un cierto horizonte de posibilidades e imposibilidades vitales. No hay que confundirlo con vividora, que es la palabra que precede a vividura y que se refiere a la persona que sabe disfrutar de la vida generalmente a expensas de los demás.

Por cierto, que un vivérrido es un mamífero de la familia de carnívoros al que pertenecen la mangosta y la gineta.

Y no me pidan más para un lunes, que con seguir siendo viviente ya llevo bastante.

El vaso medio vacío

Lo habrán oído. Y lo habrán dicho. El vaso medio lleno. O el vaso medio vacío. O la botella medio llena. O medio vacía. Que parece lo mismo, aunque no lo es. O no lo es exactamente.

Verán.

Elegir entre vaso o botella ya da la medida de uno mismo. Elegir el vaso es elegir la individualidad, porque aunque haya muchos vasos, cada uno es de cada cual sin necesidad de que la mesa esté bien puesta. Incluso el vaso de mini, que por lo común se comparte (creo que esto es pleonasmo) y que se comparte por lo común (y creo que esto es retruécano), digo que el vaso de mini es el vaso de un grupo concreto, concebido como una unidad, y no de varios grupos imaginados como una multitud. Si eso, paren un momento de leer y piensen, que yo no tengo prisa. En todo caso, y aquí me tienen que dar la razón, decir que un vaso de mini se va a compartir entre varios grupos es no haber nunca bebido de un vaso de mini.  Sin embargo, elegir botella dice algo de nuestra generosidad. O de nuestro afán de amistad. O de nuestra vocación gregaria. O simplemente, de una sed tan embriagadora como rudimentaria, ya sea de agua, de vino o de justicia.

Pero a lo que iba. Y que para lo que iba, y a dónde iba, lo podemos dejar en el vaso, que lo mismo me da, aunque acabe de demostrar que no da lo mismo. La cuestión, amigos míos, es no perderse.

Normalmente ver el vaso medio vacío es ver las cosas negativamente. Y ver el vaso medio lleno es ver las cosas positivamente. Y hasta aquí podríamos llegar a estar de acuerdo. Lo que pasa es que esto se asocia con el pesimismo y el optimismo, respectivamente. Y no. Desde luego que no.  Porque el pesimismo y el optimismo tienen que ver con la mirada que uno proyecta hacia el futuro. ¿Y cuál es el futuro de un vaso medio vacío? Pues evidentemente, llenarse más. Un vaso medio vacío supone la maravillosa oportunidad de llenarse de nuevo, de renovarse, de volver a imaginar una mezcla, diluir el anterior contenido con otro líquido e inventar un nuevo brebaje. Si es que se va a beber, claro. Un vaso medio vacío es un mundo de posibilidades,  la posibilidad de la invención, la imaginación de nuevos colores, sabores, olores, texturas. Ah, el vaso medio vacío es una bendición. Porque en el peor de los casos, siempre se puede dedicar uno a terminar de vaciarlo y nada mejor en esta vida que tener algo que hacer. Sin embargo, el vaso medio lleno es el fin, es el «hasta aquí hemos llegado», es la conformidad con lo que fue, el aprovechamiento de lo que queda sin querer cambiarlo, es la oportunidad perdida de un nuevo advenimiento. El vaso medio lleno es el horror.

He dicho.

De todos modos, y para que a partir de hoy y después de leer este post no se pasen medio minuto pensando en lo que deben decir en función de lo que quieren decir, les propongo un truquillo la mar de apañado: digan simplemente que el vaso está a medias, y ya está.

Les dejo con una foto para que vayan practicando.

Vaso a medias unmundoparacurra

Tiempo

El tiempo es tiempo y sólo tiempo. Incluso cuando se tiene prisa, incluso cuando se va despacio, el tiempo es tiempo y sólo tiempo. Comprenderlo es sencillo: después de un lunes viene un martes y hoy ya no será hoy después de las doce. Y el día de ayer contó con las mismas horas que el día de mañana, los siglos se reparten en años, y los años en días, y los días en horas. Aquí y en cualquier lugar del mundo, hoy y siempre, y siempre es todo el tiempo, igual que nunca, que también es todo el tiempo.

«No tengo tiempo…» ¿Y quién lo tiene? No se puede guardar, ni almacenar, ni cambiar. Ni se puede comerciar, ni comprar, ni vender. No se recupera, no se gana, no se pierde. No sobra, porque no falta y no falta porque siempre hay el mismo, y porque tú deberías saber a qué hora se moverán las agujas de tu reloj, no es tan difícil. No importa cuánto, no importa cómo, no importa dónde ni por qué. Importa cuándo. Y no hay nada que explicar, como mucho sirve de algo medir. Y no hay más.

El tiempo es la única dimensión, la única variable, conocida y medida de antemano, inmutable, perfectamente previsible, cuya medida está pautada y aceptada universalmente. No saber organizarlo implica ser profundamente estúpido. O profundamente débil. Cerebros deslavazados que te dicen que no tienen tiempo… ¿Y quién lo tiene? Piensan que podrían tener el tiempo para controlarlo, como si pudieran hacerlo, como si se lo permitiera algún dios del Olimpo, como si eso estuviera a su alcance, como si su alcance llegara muy lejos, más lejos que el propio tiempo. Una ambición que, de puro absurda, se convierte en la nada, en la nadería del descontrol de los propios actos, el no dominar ni tus propias respuestas, que siempre pierden su momento de razón. Lo mismo da un sí o un no, hasta la palabra se improvisa, y ya no sabes dónde estás, dónde te perdiste, y el tiempo ya es espacio, y tu compromiso se convierte en una quimera inmanejable.

Personas que saben apenas lo que tienen que hacer, pero no saben cuánto tiempo les llevará. Peleles incapaces de entender que nada se puede ordenar aleatoriamente, porque entonces deja de ser orden, y que sólo a veces se puede ordenar lo aleatorio, pero entonces deja de ser aleatorio. Tontos que corren de un lado a otro y que creen que dominan el qué, el cómo, el porqué, y entonces creen que pueden engañar al cuándo. Y corren detrás del tiempo, que no corre nunca, que mantiene el mismo ritmo siempre. Siempre. Siempre. Y nunca. Personajes absurdos que van y vienen, sin que pase nada nunca, aunque algo pase siempre. Creen que por ir deprisa ganarán al tiempo. Pero el tiempo es tiempo y siempre tiempo, y sólo se deja alcanzar cuando ya ha pasado.

Y el tiempo los acoge, los muerde, los mastica. Y al final, los escupe.

Dedos nacionales

DSC_0027 recortadaHoy he pasado un ratillo de lo más agradable charlando en la oficina sobre los dedos. Unos momentillos de distensión previos esas horas homicidas en las que debo pelear con enrevesadas hojas de cálculo, ininteligibles contratos y endemoniadas presentaciones. Resulta que una compañera ha llegado hoy con muletas porque anteayer se pegó un meneo contra un lavabo y se hizo fosfatina el dedo meñique del pie derecho y de paso la garganta, tal fue el alarido que debió pegar. Qué dolor tan horrible. Se podría versionar aquella canción que seguramente todos vds conocen, la de «no hay dolor más horroroso ni dolor más inhumano…«, pero en vez de terminar el pareado con «…que pillarse los cojones con la tapa de un piano» se puede rematar cantando «…que dejarse el pie olvidado en la base del lavabo, bada badún, badún..

Bueno, a lo que iba. Como saben, yo trabajo en una empresa francesa con franceses dentro. No sé si son muchos o pocos, aunque tengo para mí que los franceses a tu alrededor por lo general siempre son suficientes. Por la suficiencia lo digo, no por otra cosa. La cuestión es que nos hemos preguntado por los nombres de los dedos en los dos idiomas. Así que nosotros tenemos el pulgar (también llamado dedo gordo), índice (indica), corazón (también llamado el mayor), anular (para el anillo) y meñique (preciosa palabra).  Y ellos tienen el pouce, index, majeur, annulaire y… el auriculaire.

Bien, esto del auriculaire ha provocado alguna que otra carcajada. No, no me hagan el gesto de alguien que descuelga el auricular del teléfono porque, en ese caso, al dedo meñique le llamarían le microphone. En fin, que sí, que hace referencia a lo que están pensando y que consiste en ahorrar muchísimo en bastoncillos para las orejas. Hay quien ha dicho que también podrían haberlo llamado el excavateur… Hombre, todavía han tenido la delicadeza de no llamarle el dedo nasal, aunque hasta cierto punto es lógico y si no, hagan la prueba de meterse el dedo meñique en la nariz: aparte de cursilísimo, es muy incómodo y no se llega muy lejos. O muy arriba, según cómo estén sentados.

Y luego le ha llegado el turno a los dedos de los pies. Nosotros decimos el gordo (porque ése sí que es gordo), el segundo, el tercero, el cuarto y el meñique, otra vez la bonita palabra. Y, claro, nos hemos preguntado si ellos también le llamaban auriculaire al dedo pequeño del pie, porque hacer la contorsión para hurgarse en una oreja con un pie es casi tan difícil como imaginárselo. Ahí ya mi querida E. ha puesto pie en pared y ha salido en defensa de la lengua francesa, ah, oui, y nos ha explicado que los franceses no los llaman de ningún modo, que para eso tienen un nombre específico para los dedos de los pies: les orteils. «No como vosotros, que sólo desís dedos. Los dedos por aquí, los dedos por allí… Ah, no, no: nosotros dedos sólo tenemos en las manos. ¡En los pies tenemos orteils!«.

Bueno, psí, la verdad es que los españoles tenemos dedos un poco por todas partes, pero al menos los llamamos de alguna forma. Los personalizamos. Los amamos tanto que hasta les hemos puesto un nombre. Y sobre todo, que es la mejor manera de decir, en corto, dónde tienen que ponerte la escayola si entras deprisa al cuarto de baño. Así que ya, un poco tocada en su amor propio, se ha ido a la Wiquipedie (lean «ouiquipedí») y nos ha dicho esto:

– ¡Pues sí, tenemos nombres para los dedos de los pies! Se dise: hallux, secundus, tertius, quartus et quintus. Pero en lenguaje familiar se les nombra corrientemente bifux, depasus, centrus, pre-exterius y exterius…

Y ahí ya se reía hasta ella…

Agendar, graficar, esplitar…

Miren, agendar no existe. Si lo quieren vds usar para decir que vamos a programar una cita o reunión, pues díganlo, pero no existe. Y ya no lucho más.

Graficar tampoco existe. Pero es divertido, lo reconozco. En especial si se inserta en la siguiente frase:

Hemos hecho el estudio y sacado cifras, pero las hemos graficado para que podáis entender algo.

Realmente lo divertido es el final de la frase, puritito español. Así que el jefe a partir de ahora, cuando vea una fila de números dirá con tono de emperador romano:

-¡Grafíquese!

En cuanto a decir esplitar… Ejem. Sobre todo, no hay que incorporarlo al vocabulario doméstico, porque tiene muchos riesgos. Veamos: según le están dando de cenar a sus hijos, les dicen:

– Borjita, no te metas tanto en la boca, hijo, esplítalo antes. 

Y Borjita hace «pfzás», y le escupe un churrete de comida en la corbata.

En fin, yo no tengo ese problema porque no tengo hijos. Así es que probaré mañana a decirle a mi madre «esplíta el pisto, mamá, que me llevo un poco en un tuper».

Y si me contesta algo divertido, ya se lo cuento en otro post.

 

PS: Split = dividir, en inglés.

Un trou dans la raquette

Un trou dans la raquette es un agujero en la raqueta.

(traducción libre) … Carmen pide que clarifiquemos los datos y los validemos porque no quiere llegar a la reunión y encontrarse con que tiene un agujero en la raqueta…

Debo aclarar que yo no utilicé esa expresión, sino que es la interpretación gráfica con la que un francés – uno cualquiera, son tantos los que agitan mis emociones… – ha querido describir mis temores. Naturalmente, al verme citada en una imagen tan poco heroica, acudí a mi querida E., que conoce una web mágica en donde se descifran estas cosas para evitar falsos amigos:

– Pero estos franseses utilisan unas expresiones que yo nunca he oído…

Ya con la certeza de que la expresión significa lo que parece (que me puedo encontrar con sorpresas inesperadas que me impiden lograr el efecto que quiero), decido apropiarmela y usarla en cuanto pueda. Y es que la imagen del agujero en la raqueta tiene un cierto tono cómico, incluso poético, que te permite avisar sobre cosas muy obvias exculpando de entrada y con cierta elegancia las habilidades de los que pueden meter la pata. Pero… en una reunión con españoles, la cosa cambia.

– ¿Un agujero en la raqueta?

– Sí, a ver, es una expresión. Tú imagínate que estás en medio del partido y ves llegar la bola. Así es que preparas el cuerpo, el gesto, las manos, para dar el golpe de drive definitivo desde el fondo de la pista. Sabes hacerlo, es un golpe ganador. La bola llega a tu altura, accionas el brazo, ¡ZAS!, lo descargas y… hoops… la bola traspasa la raqueta y tú la buscas delante de ti, en medio de un gran desconcierto. Y mientras tanto, la bola está botando a tus espaldas…

– Huy, hija, pero si a mí eso me pasa mucho y sin necesidad de agujero en la raqueta. Pues anda que no me he dejado yo muchas veces el hombro jugando al pádel, que intentas darle a la bola y acabas dando vueltas sobre ti mismo como una peonza…