La pata mejorada

Las ganas que tenía de escribir esto. Hace unas semanas, conté sobre la mala pata de Curra. Y recibí a cambio, por parte de algunos de vosotros, unos comentarios de lo más cariñosos. Y luego me habéis seguido preguntando por ella, unos a través del blog, otros en persona. Yo sólo puedo daros las gracias a cambio, y me parece muy poco para lo que recibí con aquel post.

No he vuelto a hablar de ello, desde finales de septiembre, porque realmente no había gran cosa que contar. Que seguíamos, y seguíamos, y seguíamos con las curas y con las visitas al veterinario. Primero cada día, luego cada dos, cada tres, y así hasta hoy. Ha habido alguna crisis, porque un animal no entiende que no se puede rascar ni morder, aunque le pique. Un animal no tiene responsabilidad, sino instinto. Es nuestra responsabilidad que, con su instinto, no se dañen. Pero no puedes evitar darte la vuelta, o ¡gran momento de pánico! encontrarte con la persona que crees que la está vigilando en la habitación donde no está la perra (y decirnos mutuamente ¿pero no está contigoooo?), o que llamen al teléfono y olvidarte de que no tiene la gola ni el bozal puesto… Para qué contar, si todo es imaginable.

Por si la pata fuera poco, dos cositas han venido a adornar la convalecencia. Una otitis provocada por la gola, por lo que Curra lleva calcetines al sur y orejillas pringosas al norte, y, casi lo peor, que no se la puede bañar, con lo cual estamos a base de lavadillos parciales y cepillados a músculo. Y mi perra otra cosa no, pero siempre ha ido limpia y relimpia, con un pelo negro brillante y veteado que es la envidia de todo el barrio.

Eso y que está tristona, porque no entiende nada la pobre y cree que  la castigamos por lamerse. Y cuando llegas sale al recibidor moviendo cola y gola a ritmo de can-can y se va dando con las esquinas, y se engancha con la puerta, y aquello suena y es incómodo y es un rollo. Perruno, pero rollo. Y por mucho tono de cariño que le pongas al bozal, y por mucho que le digas que no, bonita, que no, que eres una perrita buena, no nos engañemos: Curra es un perro y no puede entender.

Y hoy, 25 de Noviembre, ¡por fin!, le han quitado las vendas, aunque hay que llevarla con un calcetinito y estar pendiente de ella todavía unas semanas más para que no se lo toque. Veréis, tiene la pata que da pena verla, sin pelo, enrojecida, con manchas… En fin, una lastimita. Pero ya está sana. Le he hecho una foto pero si no me lo pedís prefiero no ponerla de entrada porque igual os puede dar un poco de repelús. A mí no me lo da, y eso que me mareo sólo con pensar en una herida, pero yo estoy acostumbrada a verla y no sé calibrar si debo hacerlo o si os parecerá desagradable. En este caso, la duda no ofende y podemos esperar a que tenga un poquito más de pelo.

En fin, que aun con novedades en el frente, los andares siguen siendo de lo más saleroso. Gracias por aguantarme hasta aquí. 

Preparando el 12 de Octubre

Mañana es la fiesta nacional. Con motivo de tan fausto acontecimiento, la veterinaria ha decidido que Curra está capacitada para ir a cualquier desfile. Veréis cuando llegue Cibeles.

No, si humor no nos falta…

La mala pata de Curra

No lo había contado. Pero tal vez vaya siendo hora.

Cuando Curra tenía un año y medio, un taxi la atropelló. Sí, un suceso muy desagradable. Se escapó corriendo detrás de otro perrillo, se despistó, optó por volver sola a mi casa y encontró el semáforo por donde solíamos cruzar desde el parque. Hasta ahí bien. Probablemente vio el peatón parado, rojo, del semáforo, y posiblemente pensó que ésa no era ella, sino yo. Pero yo no estaba. Y entonces fue cuando sucedió el taxi. Un solitario taxi en una desierta tarde de domingo de septiembre.

Las buenas personas que la recogieron y que me avisaron – Curra lleva mi número en el collar – me dijeron que el conductor sólo estaba preocupado por su taxi, del que no supe ni quise saber ya nunca nada después. El buen hombre de acento sudamericano que me ayudaría luego a cargarla en mi coche para ir a las urgencias veterinarias estaba indignado y me decía que hubiera querido pegar al taxista, por «su falta de compasión». La mujer que me había localizado volvió a llamarme unos días más tarde para interesarse por el estado de la perra. Y hay dos señoras del barrio que todavía me paran por la calle para acariciarla. Las buenas personas.

Aplacé un viaje que tenía ese domingo y todo el mundo lo entendió en mi oficina en París. Llevé a la perra a la Clínica Alberto Alcocer, de Madrid, en donde literalmente le salvaron la vida. La perra estaba en shock, tenía las dos patas traseras destrozadas y había perdido mucha sangre. Allí la tuvieron ingresada tres días, y después traspasaron con total detalle, honradez y profesionalidad el historial y el perro a la clínica donde siempre hemos llevado a Curra y a sus antecesores, el Centro Veterinario Kennel. Maite, la veterinaria, nos dijo: será muy largo y nada fácil, pero vamos a salvarle las patas a esta perra, volverá a caminar y a correr, vale la pena. Después de 7 meses de desvelos y de muchísima paciencia, a Curra le quitaron los últimos clavos y vendajes. Curra no cojea, aunque tiene un caminar de lo más saleroso. Sus patas traseras, especialmente una, son muy delicadas, pero Curra lleva una vida completamente normal. Y en lo que Maite más razón tuvo fue en lo último que dijo: valió la pena.

Muchos perros no quieren ir al veterinario y hay que llevarles a rastras. Curra va feliz, os lo aseguro. Es doblar la esquina y empieza a tirar de la correa… ¡para llegar! No exagero si digo que lo que cuesta es sacarla de la clínica. En cuanto al recibimiento que tiene, siempre es de lo más cariñoso, como hacen con todos los animales. Pero quiero pensar que, para ellos, verla es como vivir de nuevo un gran triunfo después de un gran esfuerzo. 

Hace ahora 4 años de aquel accidente. Y hace ahora un mes que estamos otra vez a vueltas con su pata más débil, por una herida de lo más tonta que se nos ha complicado. Que se nos ha complicado mucho. Pero no vamos a consentir que Curra cambie sus andares salerosos. Y Maite, con seguridad, tampoco.

De pedigrís y muelles en las patas

Se hace eco Babunita, en una entrada reciente, de una extraña raza de perros, el Labrahuahua, un cruce entre labrador y chihuahua. La entrada me recordó por un momento a Curra, que sin ser un labrahuahua – en todo caso sería un chuchogolden – sí es una mezcla extraña y difícil de comprender, conociendo a sus padres.

 Gilda, la madre de Curra, es la preciosa Golden Retriever a quienes vds pueden ver a su izquierda. No tuvo síntomas de embarazo, salvo por que se la veía algo cansadilla y apática. Hasta que un buen día su amo la llevó al veterinario, preocupado al ver que ni comer podía. En la clínica le dijeron que no era grave en absoluto: en cuanto pariera, se le pasarían todos los males. La sorpresa fue mayúscula, ya se pueden imaginar, puesto que Gilda no era ninguna golfa, no se le conocían novios y no la dejaban suelta por el mundo (ni por la urbanización). ¿Preñada?

– Pues sí, aquí los tiene: dos cachorrillos.

 

Lo cierto es que en la casa también vivía Benjamín, a quien vds. pueden ver a su derecha. El bueno de Benjamín era un pastorcillo de aguas, recogido de un paraje abandonado de los campos oscenses, de padre sospechado y madre desconocida, simpaticón, cariñoso, un saltarín con muelles en las patas, canijo y feo como un demonio. La dueña de Gilda, sintiendo lástima ante el desamparo del pobre chucho, lo recogió y lo acogió caritativamente y sin cuidado, pensando que aquel enano no podría montar a la princesa Gilda ni en el mejor de sus sueños, entre otras razones porque Gilda le podría haber comido de un solo bocado al menor atrevimiento, a poco que entreabriera las fauces. Tan es así, que las frecuentes escapadas del golfo de Benjamín se achacaban no tanto a sus orígenes montaraces como a sus elementales necesidades de desahogo, porque con aquel bellezón en casa el pobrecillo se limitaba a silbar y dar palmas mientras Gilda meneaba su preciosa cola delante de él al ritmo de Put the blame on Mame (boy!).

El caso es que, tras la estupefacción inicial, y sin dar del todo crédito a aquel cruce inaudito, la dueña de Gilda y de Benjamín empezó a buscar amo entre sus amigos conocidos, para no perder de vista las evoluciones del único cachorro que sobrevivió al parto y poder tener alguna pista cierta sobre el conquistador de la despistada reina perruna. Por aquel entonces, Benito, mi gato, había “passed away” después de una larga enfermedad y yo buscaba perro con cierta urgencia. Perro pequeño. No sé cómo, pero me convenció:

–   Un perro grande es más simpático. Los pequeños tienen muy malas pulgas. Y Gilda es una preciosidad.

–    Ya, pero ¿Quién es el padre? ¿No será Benjamín???

–  ¡ Nooooo! Es imposible. ¿Has visto el tamaño de Benjamín? Es imposible, Carmen, imposible. De todos modos, Benjamín es muy simpático…

–    Te recuerdo, querida, que TÚ le llamas “la hiena”…  Y además, es un golfo. Insisto: ¿ No será Benjamín? 

–    Noooo. Mira, lo más probable es que sea otro labrador que hay en la urbanización, tú no te preocupes…

Mientras Curra crecía, mi madre, a quien yo le había enseñado la foto de Benjamín, buscaba alguna seguridad genealógica ante el incierto, pero inevitable desarrollo de Curra: Hijahoy me han dicho que tal vez el padre es un pointer; un bretón; un collie; un pastor aleman; un dogo del Pirineo… Cualquier cosa. Finalmente, en casa entendemos de perros lo mismo que de cuadros: son bonitos y nos gustan, o no son bonitos y no nos gustan.

Un año después fui con Curra a casa de la dueña de Gilda, para que viera lo guapetona que había crecido aquel cachorrillo que me dio.

Al bajar del coche, Curra se puso a corretear y a dar saltos por el jardín. El dueño de Gilda salió entonces de la casa. Al verla, él no tuvo dudas: fíjate qué saltos da, también tiene muelles en las patas

PS: Hoy les cuento esto porque hay un nuevo habitante en la familia que se llama Gus, y del que les hablaré en cuanto me sea presentado.

Comida para Curra

Pienso.

Luego existo.

(Esta tontería ya la veía yo venir)


El viaje de Curra

Pues contaré el viaje de Curra, que ha estado un par de días en Murcia.

Resulta que una tía mía tenía que ir a Murcia – desde Madrid – para recoger un certificado de defunción. ¿Por qué? Qué pregunta tan tonta: porque hubo un fallecimiento en mi familia, porque éste se produjo en la provincia de Murcia y porque necesitábamos una copia compulsada para solucionar un asunto que no viene al caso. ¿Que por qué se tuvo que ir hasta Murcia personalmente para recoger un papelito, en una época en donde hay fax, internet, correo electrónico y en un país con 2.698.628 funcionarios? Pues porque que en nuestro muy caro Estado de las Autonomías, una Comunidad no es capaz de enviar una copia compulsada de un certificado de defunción a otra administración.

Así es que mi tía se llevó a Currita para que le hiciera compañía, puesto que esa es su misión en la vida aunque no cobre por ello. Me refiero a Curra, naturlich. Correteo por la playa, comió arena, se pinchó con un rosal, hizo un agujero en el césped, ladró a un vecino, le hizo fiestas a otro, y ha vuelto contenta aunque cansada.  Mi tía también ha vuelto cansada, jurando en arameo, con los nervios de punta y considerando seriamente la objeción fiscal.

Cuánta riqueza tiene la lengua española con la que se puede decir, y está bien dicho, que cuantas más competencias tienen más incompetentes son.

Un mundo para Curra

Curra

Título que recuerda – nada vagamente – el libro de Bryce Echenique, Un mundo para Julius.

Y viendo cómo vive Curra, uno puede imaginarla en el Country Club tomando un té inglés con la clase alta limeña y departiendo entre jugosos emparedados. Sobre todo entre jugosos emparedados, darling.