Curra, mi perra querida, murió el pasado 26 de marzo. Este post me ha costado muchos borradores y ha sido muy difícil de escribir. Pero ella le dio nombre al blog y el tributo es obligado.
Curra ha vivido quince años, que son los que hemos pasado juntas. Ya estaba muy mayor, y en el último año y medio había superado algún que otro match ball. Hasta que no pudo más. Los perros te avisan a su manera de que han llegado al final. Con los ojos, con su comportamiento, con su gesto. Curra eligió dejar de comer de forma radical, dejó de comer obstinadamente, casi como una rebelión para que yo no tuviera dudas. Y yo no pude hacer otra cosa que rendirme ante su instinto y llevarla a que muriera en paz.
Era la abuelita del parque, una ancianita que nunca perdió la costumbre de hacer la ronda buscando quién le diera un chuche, y que cuando lograba dos o tres golosinas se plantaba en el mismo centro, quieta como el nomon de un reloj solar, mientras el resto de los perros correteaba a su alrededor esquivándola milagrosamente. Los días que había muchos cachorros sueltos me la llevaba de allí, no fuera que alguno me la tirara al suelo y la terminara de desgraciar. Y es que alrededor de Curra ya sólo podía haber delicadeza. Delicadeza y asombro: ¡Curra es eterna!, gritó una chica en el parque cuando la reconoció hace un par de meses, porque la había tratado de niña y ahora era una mujer que encaraba la treintena.
Viejita y todo, se levantaba por las mañanas contenta y brincaba por el portal cuando la sacaba a la calle. A veces se alocaba olvidándose de su edad y de sus reúmas, y se caía al suelo, y se quedaba ahí, asobinada, esperando a que yo fuera a levantarla. Las pelotas de goma y los juguetes hacía mucho que se habían guardado en un altillo, porque la pulsión de ir a por ellas a toda costa no la había perdido del todo y no le convenían los excesos. Se apuntaba a salir siempre que te pusieras el abrigo. Y entonces nos íbamos ella y yo de paseo, a caminar despacio, porque ninguna de las dos tenía ya ninguna prisa.
La vida de Curra en este último año, con toda su vejez a cuestas, con sus achaques y debilidades, fue una vida pausada, lenta y paciente, con algún que otro destello, como esos rescoldos que para reavivarlos se soplan con mimo y así nos siguen dando algo de calor debajo de las cenizas. Y en casa, en mi familia, todos compensábamos su mengua de energía con más cariño si cabe, con mayor devoción si eso fuera ya posible, con la ternura que ofrece la indefensión del perrito anciano, que es muy parecida a la fragilidad del recién nacido. Y así fue hasta que ella quiso que fuera.
Curra ha muerto, pero el recuerdo queda. Yo siempre la llevaré en mi corazón como la perra buena, noble y cariñosa que era. Sobre ese triángulo construyó su personalidad, en la que faltaba astucia y pillería, en la que no había egoísmo ni celos, y para la que no necesitó nunca ni un asomo de fiereza. Ha sido una perra dócil y generosa que no exigía atención y que, sin embargo, siempre la merecía, precisamente porque no se preocupaba por ella. Una perra que podías llevar a cualquier parte y que era muy querida por todo aquel que la trató, aunque sólo fuera por unos minutos. Una perra divertida y simpaticona que se dejaba querer y que es imposible de olvidar. Esa era mi Curra.
Ha vivido quince años y ha vivido muy bien. Ella ha sido muy feliz y yo con ella también he sido muy feliz. Me quedo con eso, con la felicidad, y no con la tristeza y el dolor de la pérdida. Y creo que es lo justo, creo que es lo que se merece su recuerdo. Curra ha sido mi amiga, mi compañera fiel, mi perrita del alma. Curra ha muerto y ahora, ya para siempre, la echaré mucho de menos a mi lado.
Un beso energético y un trocito de pan. Descansa.

Mi lector filipino me ha abandonado. Yo no sé cuándo dejó de venir por aquí, aunque sí podría calcular cuándo dejé yo de mirar de dónde venían los lectores. Y me saldría, no sé, ¿un par de años? Es verdad que cuando abres un blog te interesan mucho las visitas, en especial el número, y te motivas enormemente cuando recibes el mensaje ese de «your stats are booming». Hace muchísimo que no recibo ese mensaje. Es más, creo que pronto recibiré uno que diga «we have removed the message your stats are booming (for reasons of desperation)». Entonces, y sólo entonces, empezaré a creer que una programación contempla todas las posibilidades de experiencia cliente.
Hace casi dieciocho años, una mañana que bajaba mi tía a la playa, vio un cachorro de gato abandonado en un alcorque. Supongo que no sería la primera persona que pasó por allí aquella mañana, pero sí fue la primera persona a la que se le rompió el corazón al verlo. El pobre gatillo estaba sucio, desnutrido, con sed y hambre, tan pequeño que las dos cosas se calmarían con un poquito de leche. Lo envolvió con cuidado en una toalla, se lo llevó a casa y dejó la playa para otro momento.
Esto fue lo que debió de pensar María Luisa Poncela, Secretaria de Estado de Comercio, en el viaje oficial al que ha ido junto con el Rey y un grupo numeroso de empresarios españoles a Arabia Saudi.

